SILVIA Y BRUNO – Lewis Carroll, Ou o Ovídio moderno. (trad. esp. Axel Alonso Valle)

¿Cuántos aficionados a la lectura (no digamos ya un ciudadano tristemente típico de los que únicamente lee la prensa deportiva o las revistas «del corazón») son capaces de mencionar hoy en día algún otro libro de Carroll aparte de las dos «Alicias»? Muy pocos. Y de esos pocos, la gran mayoría nombraría su otra obra magna, el extenso poema precursor de la literatura del absurdo La caza del snark. No obstante, como en el caso de todos los autores referidos, y de cualquier otro escritor que merezca ser calificado como tal, la producción de Carroll fue muchísimo más abundante.

Podríamos hablar de las decenas de miles de cartas que escribió a lo largo de su vida, muchas de ellas a los cientos de «amiguitas» cuya amistad siempre se esforzó por ganar y cultivar, y que constituían la mayor alegría de su, en ocasiones solitaria, existencia de soltero. (…) una selección de ellas ha merecido publicación en diversas ocasiones. También debemos mencionar sus obras matemáticas, la mayoría de ellas firmadas con su nombre real, Charles Lutwidge Dodgson. (Este siempre deseó mantener separado su alter ego literario de su yo real frente a los desconocidos, pues temía que su faceta de autor de libros infantiles le restara crédito cuando quisiera tratar temas más serios….) Al margen de sus escritos puramente especializados, dirigidos a colegas de profesión y expertos, compuso otros tantos en los que insertaba los problemas matemáticos en relatos o escenas noveladas, mediante los cuales buscaba acercar y popularizar estas materias entre el gran público, mostrar lo divertidas e interesantes que podían llegar a ser si se les daba una presentación lúdica.”

No obstante, como poeta «puro» o serio, Carroll nunca pasó de la segunda fila. Admirador de Blake, Coleridge, Wordsworth o el «poeta laureado» Tennyson, trató de plasmar sus preocupaciones e inquietudes emocionales y espirituales a la manera de estos, pero nunca logró estar a su altura en este ámbito.”

Los dos libros de Silvia y Bruno supusieron el mayor fracaso comercial y de crítica de su autor, pero con la perspectiva que dan los más de 100 años transcurridos desde que viesen la luz, resulta posible valorarlos en su contexto social y temporal, y atendiendo a la influencia que tendrían en escritores posteriores.

Silvia y Bruno y La conclusión de Silvia y Bruno fueron publicados en 1889 y 1893 respectivamente, y se gestaron durante más de 20 años partiendo de un relato breve escrito en 1867 para la revista Aunt Judy’s Magazine, «La venganza de Bruno», en el que el autor conoce a un par de hadas (los hermanos que posteriormente cederían sus nombres para el título de los libros) mientras da un paseo por un bosque en un día muy caluroso.”

Curiosamente, según cuenta el ilustrador de La caza del snark, Henry Holiday, en su

artículo «The Snark’s Significance» [La relevancia del snark], el famoso poema iba en un principio a figurar en Silvia y Bruno, [perfeito paralelo com Jabberwocky] pero la extensión que finalmente alcanzó la composición hizo cambiar de idea a Carroll y que este lo publicase de manera independiente.”

«¡Usted me crea una serie de problemas adicionales al ignorar tanto el texto! He tenido que reescribir varios pasajes, para que esté de acuerdo con la ilustración…», decía Carroll en una de sus cartas.”

De hecho, la imagen de la pequeña Silvia fue una de las cuestiones que más preocupó a Carroll, y que motivó las primeras discusiones. Harry Furniss, en su autobiografía Confessions of a caricaturist [Confesiones de un caricaturista], publicada en 1902, afirmaba haber recibido por carta instrucciones como estas por parte del escritor:

[Silvia y Bruno] no son hadas a lo largo de todo el libro, sino niños. Todas estas condiciones hacen que su vestimenta constituya hasta cierto punto un rompecabezas. No deben tener alas; eso está claro. Y ha de tratarse de ropa completamente normal para la vida londinense. Debería ser lo más extravagante posible, al límite de lo que se considera presentable en sociedad. Tal vez las amistades pudieran decir: «¡Qué ropa más rara llevan estos niños!», pero no deberían poder afirmar: «¡No son humanos!»…”

Ojalá me atreviera a prescindir de toda ropa: los niños desnudos resultan tan perfectamente puros y adorables, pero la Sra. Grundy(*) se pondría furiosa; no es una opción. Entonces la pregunta es: ¿qué cantidad mínima de ropa le satisfaría? (…) Detesto de un modo tan absoluto esa moda monstruosa de los tacones altos (y, de hecho, he planeado atacarla en este mismo libro), que me resultaría seguramente imposible permitir que mi dulce y pequeña heroína fuera víctima de ella.”

(*) Personaje de ficción de la obra Speed the plough («Ara más rápido», 1798) del dramaturgo inglés Thomas Morton (1764-1838), que desde su aparición pasó al imaginario colectivo anglosajón como encarnación del decoro.

¿Podría eliminar esas hombreras de sus mangas? ¿Por qué deberíamos observar deferencia alguna a una moda espantosa que quedará extinta de aquí a un año? Después de la fealdad sin parangón de la «crinolina», pienso que esas mangas de hombros altos son la peor cosa inventada para las damas en nuestra época. ¡Imagínese lo horrorizadas que estarían si una de sus hijas tuviera realmente esa forma!” “también creo que podríamos arriesgarnos a hacer su vestido de hada transparente. ¿No le parece que podríamos enfrentarnos a la Sra. Grundy hasta ese punto?”

Cada una de sus dos partes se abre con un poema acróstico dedicado a una de sus amiguitas; en el tono nostálgico y sombrío de ambos se puede percibir nítidamente el pesar que le produce al escritor verse viejo y solitario, abandonado una y otra vez por sus amiguitas a medida que estas crecían y se casaban, frustrados ya sin solución los anhelos de un lejano en el tiempo ‘mediodía de ensueño’

El primero de los poemas está dedicado a Isa Bowman, quien fuera una de las amiguitas favoritas de Carroll de cualquier época. La conoció en 1886 durante los ensayos del primer musical que se hizo de Alicia en el País de las Maravillas, obra en la que tenía un pequeño papel. Por aquel entonces ella contaba 12 años, y era la mayor de varias hermanas actrices. Carroll quedó muy impresionado por la niña, pero no comenzó a entablar amistad con ella, llevarla de excursión y recibirla como invitada hasta septiembre de 1887. Durante los 8 años siguientes mantuvieron una estrecha relación, por carta y en diversas y frecuentes visitas. Gracias a su intermediación, Isa logró el papel protagonista en la primera reposición del musical de Alicia en 1888, y el escritor consiguió del mismo modo muchos otros trabajos para ella y sus hermanas. Su feliz amistad terminó en 1895 cuando Isa le anunció sus planes de boda, a lo cual él respondió de manera ofendida y agresiva, destrozando unas rosas que la joven, ya veinteañera, llevaba en el cinturón. Aunque Carroll se disculparía enseguida, no tardarían en romper el contacto. El poema que le dedicó en Silvia y Bruno es un doble acróstico: su nombre puede formarse uniendo la primera letra de cada uno de sus nueve versos, agrupados en tercetos monorrimos, o las tres primeras letras de cada uno de estos últimos; una muestra más del desbordante ingenio creativo del autor.”

El segundo poema, el que introduce La conclusión de Silvia y Bruno, es asimismo un acróstico, aunque mucho más sutil: uniendo la tercera letra de cada verso se forma el nombre de Enid Stevens, a la que conoció en 1891 en la casa familiar de esta en Oxford. Enid era la «bella hermana» de 8 años de una de sus alumnas de lógica en la Oxford High School, también amiguita suya. Cohen [mau biógrafo] nos cuenta en su biografía de Carroll: «Su amistad con Enid se fue afianzando poco a poco. La ‘pidió prestada’ a menudo, la llevó a pasear, imprimió tarjetas de visita para ella, la recibió en sus habitaciones, sola o con su madre, para tomar el té, y consiguió que Gertrude Thomson pintase un retrato de ella, que colgó encima de la repisa de su chimenea». Carroll dedicó mucho tiempo y esfuerzo a su amistad con la pequeña Enid, y esta siempre recordó con alegría los años que compartieron entre juegos, meriendas y excursiones. Fue una de sus últimas amiguitas: durante los años finales de vida, invirtió cada vez más tiempo en trabajar y menos en sus relaciones sociales, obsesionado con escribir antes de morir una lista de trabajos que tenía en mente (algunos de los cuales menciona en el prefacio de Silvia y Bruno).”

uno de los poemas, la divertida y descabellada «Canción del jardinero», se extiende a lo largo de todo el libro (con 8 estrofas en el primer volumen, y una última en el segundo). Los críticos coinciden en señalar que esta es posiblemente la composición más conseguida de la obra.”

Hablemos ahora del argumento y los personajes: Silvia y Bruno son una pareja de jóvenes hermanos, de unos 10 y 5 años aproximadamente, hijos del rector o gobernante de Exotilandia, un país fantástico habitado por duendes y vecino de Hadalandia, el país de las hadas, cuyos soberanos son los Titania y Oberón shakespearianos (el propio Bruno, que junto con su hermana experimentará una transformación en hada durante el relato, posee una personalidad traviesa y bulliciosa muy similar a la del Puck de El sueño de una noche de verano).”

el subrector ha urdido una conspiración con el lord canciller para sustituir a su hermano como dirigente vitalicio de Exotilandia aprovechando una ausencia de éste en un viaje al extranjero. Mediante argucias consiguen que el rector firme antes de partir un edicto que nombra a Sibimet emperador de Exotilandia, consiguiendo así su propósito.”

La trama de los pequeños Silvia y Bruno se entrelaza desde el principio con otra que se desarrolla de manera paralela en el mundo real del autor, la Inglaterra del siglo XIX, al cual pertenece el propio narrador de la historia, un anciano heptagenario que, salvo por la diferencia de edad, podría ser perfectamente el propio Carroll.”

Por esta razón, una primera lectura de la obra suele resultar muy confusa, dado que la narración salta frecuentemente de Exotilandia a Inglaterra sin previo aviso –muchas veces en un simple cambio de párrafo, o incluso dentro de uno– con las entradas y salidas en trance del narrador. La historia comienza, por ejemplo, en mitad de una frase y sin poner en situación al lector, lo cual resulta tremendamente desconcertante: el narrador acaba de experimentar bruscamente su primer «viaje astral» a Exotilandia y está observando lo que allí sucede sin que nadie repare en su presencia. Pero no es hasta el segundo capítulo cuando averiguamos que en realidad se encuentra en el interior de un vagón de tren camino a Elveston. Dada la naturaleza «narcoléptica» del narrador, capaz de quedarse «dormido» (esto es, de entrar en trance) en mitad de cualquier conversación, el lector se verá acompañándolo en sus constantes escapadas extracorporales a Exotilandia a lo largo de buena parte del relato, mas debido a la brusquedad de dichas excursiones a veces se sentirá un tanto desubicado.”

Aparte de estos claros paralelismos entre los personajes de uno y otro mundo, sus propios nombres remiten al mundo campestre en que viven duendes y hadas: Silvia, para empezar, significa «habitante del bosque» en su latín originario; el apellido de lady Muriel, Orme, es «olmo» en francés; el de Arthur, Forester, deriva claramente del inglés forest («bosque»); y el de Eric Lindon se parece sospechosamente al también inglés linden («tilo»). El pueblo de pescadores en el que se desarrolla la trama amorosa de Muriel, Eric y Arthur se llama además Elveston, que suena curiosamente parecido a elves-town, «pueblo de los elfos».”

La lengua de trapo de Bruno puede llegar a resultar cargante (¡díganselo a este traductor!), y el exceso de almíbar hace desear en algunos momentos que aparezca en escena la Reina de Corazones gritando «¡que les corten la cabeza!» para ponerle un poco de emoción al asunto.”

Silvia y Bruno, además, constituye la obra de Carroll que mejor nos permite conocer a la persona, Charles L. Dodgson, que hay detrás de la máscara del pseudónimo: sus preocupaciones, anhelos, frustraciones y debilidades. Este libro no es seguramente el más idóneo para alguien que nunca haya pisado el País de las Maravillas, o viajado a bordo del barco que persigue al snark, pero para los que ya se hallan irremediablemente fascinados por ese mundo fantástico y desean conocer en lo más íntimo a su creador (llevándose de propina una buena ración de su genio), Silvia y Bruno es una obra imprescindible.”

Las composiciones originales de Carroll son siempre muy musicales, con una métrica estricta y una rima muy marcada precisamente a tal objeto.”

BLUNO OU BDUNO: “Por último, quisiera explicar brevemente cómo he decidido adaptar el lenguaje infantil de Bruno, cuyas características en inglés no pueden trasladarse directamente a nuestro idioma. En líneas generales, se expresa como una persona adulta, pero he adjudicado a su forma de hablar una serie de particularidades que espero transmitan la sensación de que se trata de un niño de unos cuatro o cinco años: primero, un defecto de rotacismo (dificultad para pronunciar el fonema /r/ –la «r fuerte»–, el cual sustituye continuamente por los fonemas /d/ o /ſ/ –la «r suave»–), muy habitual en los niños que están aprendiendo a hablar; segundo, una tendencia a regularizar formas verbales irregulares y a inventar palabras extrapolando ciertas reglas lingüísticas generales, como las que rigen la formación de los distintos grados del adjetivo, incurriendo en ocasiones en sobrecorrección; tercero, simplificación de grupos consonánticos complejos; y cuarto, desórdenes y otros errores de pronunciación en palabras largas, complicadas o poco comunes. Para facilitar la comprensión de la manera de expresarse del personaje, he señalado en cursiva todas las palabras «alteradas» según el criterio anterior, [mas não tive a paciência de replicá-lo aquí; conquanto é bem óbvio quando acontece!] de manera que el lector pueda localizarlas e interpretarlas con facilidad. Soy consciente de que esto quizá dé gráficamente una impresión de recargamiento al texto, pero he querido destacar la claridad del diálogo por encima de consideraciones estéticas.”

Axel Alonso Valle

* * *

Encorvados con amarga aflicción

o divertidos por alguna escena,

revoloteamos de sol a sol.

La jornada bebemos con sed fiera

y, desde su mediodía de ensueño,

ignoramos el fin que nos espera.”

Y así fue que al final me vi en posesión de una indigesta ensalada de papeles –si el lector tiene la bondad de disculpar el doble sentido– que solamente necesitaba un hilvanado, sobre el hilo conductor de una historia ordenada, para constituir el libro que esperaba escribir. ¡Solamente! La tarea, al principio, parecía completamente irrealizable, y me dio una idea, mucho más clara de lo que nunca había tenido, del significado de la palabra «caos»; y creo que debieron de transcurrir 10 años, o más, antes de que lograra organizar lo suficiente dichos retazos como para ver a qué tipo de historia apuntaban, ya que esta tenía que surgir de los episodios, y no al revés. § No cuento todo esto por un ánimo egotista, sino porque creo de veras que algunos de mis lectores estarán interesados en estos detalles de la «génesis» de un libro, cuestión que, una vez finalizada, parece tan simple y directa que podrían suponer que fue escrito de corrido, página a página, como uno escribiría una carta, comenzando por el principio y terminando por el final.”

No sé si Alicia en el País de las Maravillas era una historia original –yo, al menos, no fui un imitador consciente al escribirla–, mas lo que sí sé es que, desde su publicación, han aparecido alrededor de una docena de libros de cuentos similares, cortados exactamente por el mismo patrón. El camino que yo exploré de forma tímida –creyendo ser «el primero que se había adentrado en ese océano silente»– es ahora una calzada más que transitada: hace tiempo que todas las flores de sus márgenes fueron pisoteadas hasta enterrarlas en el polvo; y estaría exponiéndome al desastre si hiciera una nueva tentativa en ese estilo.”

En primer lugar, una Biblia para niños. Esta obra tendría como única base verdaderamente fundamental pasajes y dibujos cuidadosamente escogidos, apropiados para la lectura de un niño. Un principio de selección, que yo adoptaría, sería que la religión se presentara al niño como una revelación de amor, sin que exista necesidad de angustiar y confundir su mente juvenil con la historia del crimen y el castigo. (Sobre dicho principio omitiría, por ejemplo, la historia del Diluvio Universal.)“El libro debería poseer un tamaño manejable, una cubierta bastante vistosa, un tipo de letra claro y legible y, sobre todo, ¡gran cantidad de dibujos, dibujos y más dibujos!” Por crer que este livro é para adultos… talvez eu seja um adulto que conseguiu ainda conservar ser criança (o mais difícil dos milagres).

Los pensamientos más tristes de todos deben de haber pertenecido a aquellos que imaginaban realmente una existencia de ultratumba, pero una mucho más terrible que la aniquilación: una existencia como espectros vaporosos, intangibles, prácticamente invisibles, errantes, durante interminables eras, en un mundo de sombras, sin nada que hacer, nada por lo que tener esperanza, ¡nada que amar!¹ En mitad de los alegres versos de Horacio, ese genial bon vivant, destaca una pavorosa palabra cuya tristeza absoluta le llega a uno al corazón. Es la palabra exilium en el famoso pasaje:

[¹ Não compreendeu o helenismo!]

Omnes eodem cogimur, omnium

Versatur urna serius ocius

Sors exitura et nos in aeternum

Exilium impositura cymbae.”

Y muchos en estos días, me temo, aun cuando creen en una existencia tras la muerte mucho más real que la que Horacio jamás soñó, la ven pese a todo como una especie de «exilio» de todos los placeres de la vida, por lo que adoptan la teoría de Horacio, y dicen: «comamos y bebamos, pues mañana moriremos».

Asistimos a espectáculos, como el teatro –y digo «asistimos» porque yo también voy a representaciones, siempre que tengo oportunidad de ver una realmente buena–, y mantenemos alejado, si nos es posible, el pensamiento de que quizá no regresemos vivos. ¿Pero cómo sabe usted –querido amigo, cuya paciencia le ha ayudado a soportar este prolijo prefacio– que no será quizá su suerte, cuando la dicha se halle en su punto más álgido, experimentar la afilada punzada, o el mortífero desvanecimiento, que anuncia la crisis final; ver, con vago asombro, a amigos que se inclinan con inquietud sobre usted; escuchar sus susurros cargados de preocupación; tal vez formular usted mismo, con labios temblorosos, la pregunta: «¿Es grave?», y que le digan: «Sí, el fin está cerca» (y ¡oh, qué distinta parecerá la vida cuando se pronuncien esas palabras!)?; ¿cómo sabe usted, digo, que todo eso no le sucederá acaso esta misma noche?”

¡Mañana, y mañana, y mañana!”

Si la idea de una muerte súbita se le presenta, a usted, como algo especialmente aterrador al imaginar que le sucediera en un teatro, entonces no le quepa la menor duda de que este último es pernicioso para usted, por muy inofensivo que pueda ser para otros, y que está corriendo un peligro mortal al ir. Tenga la certeza de que la regla más segura es que no deberíamos atrevernos a vivir en ningún sitio en que no nos atrevamos a morir.” Não morrer na CAPES.

Pero no puedo sino contemplar con profundo asombro y pesar al cazador que, de manera completamente cómoda y segura, puede hallar placer en algo que supone, para una criatura indefensa, un terror extremo y una muerte agónica; más profundo aún, si el cazador es alguien que ha jurado predicar a los hombres la Religión del Amor universal; y más profundo que nada, si resulta ser uno de esos seres «sensibles y delicados», cuyo mismo nombre sirve como símbolo del Amor –«tu amor hacia mí fue maravilloso, superior al de las mujeres»–, ¡y cuya misión en este mundo es sin duda ayudar y consolar a todos los afligidos!

¡Adiós, adiós, invitado!

Mas escucha mis palabras:

plegarias eleva a Dios

quien a hombre y bestia ama.

Más se elevan si se ama

al ratón como al león,

pues nuestro Dios bienamado

ama toda la creación(*).

(*) Los versos pertenecen al final de The rime of the ancient mariner

* * *

algunos vociferaban «¡Pan!» y otros «¡Impuestos!», mas nadie parecía saber

qué era lo que querían en realidad.”

Nunca antes había oído tal clamor… ¡y a esta hora de la mañana, además! ¡Y tan unánime! ¿No le parece algo realmente sorprendente?

Yo apunté, de manera discreta, que mi impresión era que pedían distintas cosas, pero el canciller no escuchó ni por un segundo mi sugerencia.”

¿Es que no puedes mantenerlos juntos? El rector llegará enseguida. ¡Dales la señal para que comiencen la marcha! –Se suponía obviamente que yo no debía oír todo aquello, pero apenas pude evitarlo, teniendo en cuenta que mi barbilla se hallaba prácticamente sobre el hombro del canciller.”

¡Hurra! ¡Abajo! ¡La! ¡Consti! ¡Tución! ¡Menos! ¡Pan! ¡Más! ¡Impuestos!”

¡Buenos días! –saludó el muchachito, dirigiéndose, de un modo más o menos general, al canciller y los camareros–. ¿Sabéis dónde está Silvia? ¡La estoy buscando!

¡Está con el rector, según creo, æ’l! –contestó el canciller con una profunda reverencia. [earl?]

¿Ha venido también el otdo pdofesod? –preguntó Bruno con voz temerosa.

Sí, llegaron juntos. El otro profesor es… bueno, es posible que él no os caiga tan bien. Es algo más «soñador», ¿sabéis?

Ojalá Silvia fuera algo más soñadora –comentó Bruno.

¿A qué te refieres, Bruno? –dijo Silvia.

Dice que no puede, ¿sabes? Pero yo cdeo que no es que no pueda, es que no quiere.

¡Que no puede soñar! –repitió el perplejo rector.

Eso dice –insistió Bruno–. Cuando le digo: «¡Dejemos ya las leciones!», ella dice: «Oh, ¡eso ni soñadlo!».

Siempre quiere dejar las lecciones –explicó Silvia– a los 5 minutos de haber empezado.

¡Cinco minutos de lecciones al día! –dijo el rector–. ¡A ese ritmo no aprenderás mucho, jovencito!

Eso es justo lo que dice Silvia –replicó Bruno–. Dice que no quiero apdended mis leciones. Y yo le digo, una y otda vez, que no puedo hacedlo. ¿Y qué cdees que dice ella? Dice: «No es que no puedas, ¡es que no quieres!».

Vayamos a ver al profesor –dijo el rector, evitando sabiamente continuar con la discusión. Los niños se bajaron de sus rodillas, cada uno de ellos agarró una mano, y el feliz trío echó a andar hacia la biblioteca, conmigo detrás. Para entonces, yo había llegado ya a la conclusión de que nadie (a excepción, durante unos breves momentos, del lord canciller) era capaz en absoluto de verme.

¿Y qué le pasa? –preguntó Silvia, caminando de manera un poco más tranquila de lo normal, con idea de servir de ejemplo a Bruno, el cual no paraba de brincar al otro lado.

Lo que le pasaba, aunque espero que ya esté recuperado, era lumbago, reumatismo y esa clase de cosas. Ha estado tratándose a sí mismo, ¿sabéis?: es un doctor muy sabio. De hecho, ha inventado 3 nuevas enfermedades, ¡además de una nueva forma de romperse la clavícula!

Un hombre regordete y de aspecto jovial, ataviado con una toga floreada y con un libro de gran tamaño debajo de cada brazo, entró con paso presto por el extremo contrario de la sala, y empezó a cruzarla en línea recta sin reparar en los niños.

Estoy buscando el tercer volumen –dijo–. ¿Por un casual no lo habrá visto?”

¡Es a mis hijos a quienes no está viendo usted, profesor! –exclamó el rector, agarrándolo por los hombros y dándole la vuelta para que los mirara.

El profesor se carcajeó con fuerza: después los observó atentamente a través de sus grandes anteojos, durante unos instantes, sin decir nada.

Finalmente, se dirigió a Bruno:

Espero que hayas pasado una buena noche, hijo.

Bruno puso cara de desconcierto.

He pasado la misma noche que usted –contestó–. ¡Sólo ha habido una desde ayed!

¿Son pupilos de alguien? –preguntó.

No, no lo somos –saltó Bruno, el cual creía estar perfectamente capacitado para responder aquella pregunta él mismo.

El profesor meneó la cabeza apenado.

¿Ni siquiera a media jornada?

¿Pod qué íbamos a sedlo a media jodnada? –repuso Bruno–. ¡No somos ojos!

Ah, ¿y en qué dirección? –contestó el rector, añadiendo hacia los niños–: Tampoco es que me importe. Lo que pasa es que él cree que afecta al tiempo. Es un hombre maravillosamente listo, ¿sabéis? A veces dice cosas que sólo es capaz de entender el otro profesor. ¡Y a veces dice cosas que nadie es capaz de entender! ¿Cuál es la dirección, profesor? ¿Arriba o abajo?

¡Ninguna de las dos! –dijo el profesor, dando una suave palmada–. Se está poniendo de lado, si es que puede expresarse así.

¿Y qué clase de tiempo produce eso? –indagó el rector–. ¡Atended, niños! ¡Vais a oír algo que vale la pena saber!

Tiempo horizontal –señaló el profesor, y luego salió directo hacia la puerta, de tal modo que a puntísimo estuvo de pasarle por encima a Bruno, el cual logró apartarse de su camino por los pelos.

¿Verdad que es sabio? –dijo el rector, siguiéndolo con la mirada, una llena de admiración–. Decididamente, ¡su nivel de conocimientos resulta arrollador!

¿Pero de qué sirve llevar paraguas alrededor de las rodillas?

Con lluvia normal –admitió el profesor– no servirían de mucho. Pero si alguna vez lloviera en horizontal, no tendrían precio, ¿sabéis?… ¡sencillamente no tendrían precio!

Y esta es, por supuesto, la escena inicial del primer volumen. Ella es la heroína. Y yo soy uno de esos personajes secundarios que únicamente hacen acto de presencia cuando el desarrollo de su destino lo requiere, y cuya última aparición se da en el exterior de la iglesia, ¡mientras esperan para felicitar a la feliz pareja!.”

«¡… no podía presentárseme mejor ocasión para un experimento telepático! Imaginaré su rostro y luego compararé el retrato con el original»

Al principio, ningún resultado coronó mis esfuerzos, aunque «dividí mi ágil mente» por aquí y por allá, de un modo que estaba seguro habría hecho a Eneas ponerse verde de envidia: pero el óvalo vislumbrado seguía tan provocadoramente vacío como siempre; una simple elipse, como de algún diagrama matemático, sin ni siquiera los focos a los que podría habérseles asignado los papeles de nariz y boca.”

Con cada una de aquellas visiones fugaces, el rostro parecía tornarse más infantil e inocente y, cuando por fin logré eliminar por completo el velo con mi mente, se trataba, inconfundiblemente, ¡de la preciosa cara de la pequeña Silvia!

«¡De modo que, o bien he estado soñando con Silvia –me dije– y esta es la realidad, o he estado realmente con ella, y esto es un sueño! ¡Me pregunto si no será la propia vida un sueño!»

«¡Oh, la noche del viernes! ¡Cuán lejos queda aún!»

«Es un hombre demasiado sensible –pensé– para haberse vuelto un fatalista. ¿Mas qué otra cosa puede querer decir con eso?»

¿Crees en el destino?

La hermosa desconocida giró la cabeza enseguida ante la súbita pregunta.

¡No, no creo! –dijo sonriendo–. ¿Y usted?

¡No… no era mi intención hacerle esa pregunta! –tartamudeé, sorprendido por haber iniciado una conversación de un modo tan poco convencional.

La sonrisa de la dama mudó en risa: no una de burla, sino la risa de una niña feliz que se siente totalmente cómoda.

¿Ah, no? –dijo–. ¿Entonces ha sido un caso de lo que ustedes los médicos llaman «cerebración inconsciente»?

No soy médico –repuse–. ¿Acaso lo parezco? ¿O qué le hace pensar eso?

Ella señaló el libro que yo había estado leyendo, el cual descansaba de tal modo que su título, Enfermedades cardiacas, quedaba claramente a la vista.

¡Existe tanta ciencia escrita que nadie ha leído jamás; y hay tanta ciencia pensada que aún no ha sido escrita! Mas, si se refiere a toda la raza humana, entonces pienso que ganan las mentes: todo lo registrado en los libros debe haber estado antes en la mente de alguien, ya sabe.”

¡Me temo que algunos libros quedarían reducidos a papel en blanco! –observó.

Así es. La mayoría de las bibliotecas se verían terriblemente menguadas en volumen. ¡Pero considere tan sólo lo que ganarían en calidad!

* * *

Uggug, cielo, ¡ven y siéntate conmigo!”

¡El golfo siempre se las arregla para tirar su café!”

milady era la esposa del subrector (…) Uggug (un niño gordo y feísimo, aproximadamente de la misma edad que Silvia, con la expresión de un cerdo campeón de un concurso de peso) era el hijo de ambos. Silvia y Bruno, junto con el lord canciller, completaban un grupo de 7 personas.”

Se trata, de hecho, de un problema muy simple de hidrodinámica. (Lo cual quiere decir una combinación de agua y fuerzas.) Si consideramos una piscina, y un hombre de gran fuerza (como es mi caso) que se dispone a zambullirse en ella, tenemos un ejemplo perfecto de esta ciencia. He de admitir –continuó el profesor, en tono más bajo y con la mirada gacha– que necesitamos un hombre de fuerza excepcional. Debe ser capaz de elevarse desde el suelo de un salto hasta aproximadamente el doble de su propia altura, girando en el aire a medida que asciende, para así caer de cabeza.”

Supongamos –prosiguió, doblando su servilleta en un elegante festón– que esto representa lo que quizá sea la gran necesidad de nuestra era: la Piscina Portátil del Turista Activo. Uno puede referirse a ella de manera abreviada, si lo desea –añadió mirando al canciller–, mediante la sigla PPTA.”

Una gran ventaja de esta piscina –retomó el profesor su explicación– es que requiere solamente unos 2 litros de agua…

¡Yo no llamaría a eso piscina –observó su subexcelencia– a menos que su Turista Activo se sumerja por completo!

Y en ese instante la sala se vio invadida por un clamor áspero y confuso, en el que las únicas palabras audibles eran: «¡Menos… pan! ¡Más… impuestos!». El anciano estalló en carcajadas.” “Y esta vez las palabras se oyeron con absoluta claridad, y con la precisión del tictac de un reloj: «¡Más… pan! ¡Menos… impuestos!».”

— …Pero ¿qué quieren decir con «menos impuestos»? ¿Cómo pueden bajar más? ¡Abolí el último de ellos hace un mes!

¡Ha sido restablecido, æ’l, y por propia orden de su æ’l! –dicho lo cual, presentó otros edictos para que los examinara.

¡Todo está resuelto! –anunció el rector, sin perder el tiempo en preliminares–. La subrectoría ha sido suprimida, y mi hermano designado para actuar como vicerrector siempre que me halle ausente. De modo que, como voy a estar de viaje en el extranjero durante una temporada, asumirá sus nuevas funciones de inmediato.

Milady sonrió en aprobación de la opinión de su esposo, y continuó:

¿Soy entonces yo obicerrectora?

Si decides emplear ese título… –asintió el rector–, pero el tratamiento apropiado será «excelencia». Y confío en que «sus excelencias» respetarán el acuerdo que he preparado. La disposición que más me preocupa es la siguiente –desenrolló un pergamino de gran tamaño y leyó en voz alta–: «Ítem: que trataremos con amabilidad a los pobres». El canciller lo redactó por mí –añadió, mirando al alto funcionario–. Supongo que la palabra «ítem» tiene un profundo

significado legal, ¿no?”

¿No habría que leerlo antes en alto? –inquirió milady.

¡No hace falta, no hace falta! –exclamaron al mismo tiempo el subrector y el canciller, con febril entusiasmo.

En absoluto –convino el rector en tono suave–. Tu esposo y yo lo hemos revisado juntos. Establece que él ejercerá la total autoridad de rector, y que podrá disponer de la renta anual adscrita al cargo, hasta mi regreso o, de no producirse, hasta que Bruno alcance la mayoría de edad; y que entonces deberá ceder, a Bruno o a mí según sea el caso, la rectoría, la renta no gastada y el contenido del Tesoro, el cual ha de conservarse, intacto, bajo su cuidado.

Las despedidas, mejores cuanto más cortas –dijo el rector–. Todo está listo para mi viaje. Mis hijos están esperando abajo para decirme adiós. –Besó de forma solemne a milady, estrechó las manos de su hermano y del canciller, y se fue de la sala.

Los 3 aguardaron en silencio hasta que el sonido de unas ruedas anunció que el rector se encontraba ya lo suficientemente lejos; entonces, para mi sorpresa, empezaron a carcajearse de manera incontrolable.

¡Qué gran ardid, oh, qué gran ardid! –exclamó el canciller. Tras lo cual el vicerrector y él unieron sus manos y se pusieron a dar grandes brincos por la sala. Milady era demasiado digna para brincar, pero emitió una risa parecida al relincho de un caballo, y agitó su pañuelo sobre su cabeza: estaba claro para su muy limitado entendimiento que se había hecho algo muy inteligente, pero aún no sabía el qué.

Este es el que leyó pero no firmó, ¡y este el que firmó pero no leyó! Ya has visto que estaba todo tapado, salvo el espacio donde había que firmar…”

“…«Ítem: que ejercerá la autoridad de rector, en ausencia de este». ¡Oh!, eso ha sido cambiado a «que será gobernador vitalicio absoluto, con el título de emperador, si es elegido por el pueblo para tal cargo». ¿¡Qué!? ¿Eres emperador, cielo?”

Aún no, querida –contestó el vicerrector–. Por el momento, no basta con enseñar este papel. Todo a su debido tiempo.”

«Ítem: que trataremos con amabilidad a los pobres». ¡Eso se ha omitido por completo!

¡Pues claro! –dijo su esposo–. ¡No vamos a preocuparnos por los miserables!

Estupendo –contestó milady, con gran énfasis, y retomó de nuevo la lectura–: «Ítem: que el contenido del Tesoro sea conservado intacto». ¡Caramba, eso se ha cambiado a «estará a la absoluta disposición del vicerrector»! ¡Oh, Sibi, qué truco más astuto! ¡Sólo imagínatelo: todas las joyas! ¿Puedo ir a ponérmelas directamente?

Esto… todavía no, amorcito –repuso de manera incómoda su esposo–. Entiende que la opinión pública aún no está del todo lista para ello. Debemos ir con tiento. Por supuesto tendremos el carruaje para nosotros de inmediato. Y yo tomaré el título de emperador tan pronto como podamos celebrar elecciones. Pero será difícil que toleren que usemos las joyas mientras sepan que el rector sigue vivo. Debemos extender el rumor de que ha muerto. Una pequeña conspiración…

¡Una conspiración! –gritó contentísima la dama, dando palmas–. ¡Qué sorpresa, me encantan las conspiraciones! ¡Con lo interesantes que son!

¡Comed, y no lloréis! –fueron sus escuetas y sencillas órdenes, y los pobres niños se sentaron uno junto al otro, pero no parecían tener ganas de comer.”

¡Aquí tienes agua, bébetela! –bramó Uggug, vertiendo una jarra de agua sobre la cabeza del viejo.

¡Bien hecho, hijo! –gritó el vicerrector–. ¡Así es como hay que tratar a esa gente, para que aprenda!

¡Qué niño más listo! –convino la vicerrectora–. ¿Verdad que es muy alegre?

¡Que lo muelan a palos! –voceó el vicerrector, mientras el viejo pordiosero sacudía el agua de su capa raída y volvía a levantar la vista en actitud sumisa.

Por cierto, el viejo acuerdo decía algo sobre que Bruno heredaría la rectoría –recordó milady–. ¿Cómo queda eso en el nuevo? El canciller soltó una risita.

Exactamente igual, palabra por palabra –dijo–, con una salvedad, milady. En vez de «Bruno», me he tomado la libertad de poner… –bajó la voz hasta un susurro– ¡de poner «Uggug», ya sabe!

¡Uggug, cómo no! –exclamé, en un arranque de indignación que no pude seguir conteniendo. Pronunciar incluso aquella única palabra me resultó un esfuerzo titánico; mas, una vez proferido aquel grito, todo esfuerzo cesó de inmediato: la escena entera desapareció barrida por una ráfaga de viento y me vi incorporado en mi asiento, con la mirada fija en la joven dama del rincón opuesto del vagón, la cual se había levantado el velo del rostro, y me observaba con una expresión de divertida sorpresa.

Si hubiera tenido una novela de terror en las manos –continuó ella–, algo sobre fantasmas o dinamita, o asesinatos a medianoche, resultaría comprensible: esas historias no valen el chelín que cuestan a menos que le causen a uno pesadillas.

aparentaba ser, prácticamente, una chiquilla: imaginé que apenas habría cumplido los 20 años (…) «No obstante –cavilé–, en otros 10 años, Silvia tendrá su aspecto, y hablará como ella.»

“…Los fantasmas de tren corrientes… quiero decir, los fantasmas de la literatura de trenes corriente, son algo lamentable. Me siento inclinada a decir, con Alexander Selkirk(*): «¡Su mansedumbre resulta pasmosa!». Y nunca llevan a cabo ningún asesinato a medianoche. ¡No podrían «revolcarse en sangre» para salvar sus vidas!

(*) Marinero escocés (1676-1721) famoso por haber vivido solo durante 4 años y 4 meses (de 1704 a 1709) en una isla entonces deshabitada del archipiélago de Juan Férnandez, en Chile. Se cree que Daniel Defoe se inspiró en parte en su historia para la creación de su novela Robinson Crusoe. El verso mencionado por la dama no es en realidad de Selkirk, sino del poeta inglés William Cowper (1731-1800), autor de The solitude of Alexander Selkirk («La soledad de Alexander Selkirk»), obra también inspirada en las experiencias del marinero. [N. del T.]

«Revolcarse en sangre» es una frase muy expresiva, ciertamente. Me pregunto si es aplicable a cualquier fluido.

Creo que no –contestó enseguida la dama, como si ya hubiera reflexionado sobre ello, hacía largo tiempo–. Ha de ser algo espeso. Por ejemplo, podría revolcarse en salsa de pan. Esta, al ser blanca, resultaría más apropiada para un fantasma, ¡suponiendo que quisiera revolcarse!”

«¡Ser un septuagenario, calvo y con anteojos tiene sus ventajas después de todo! –me dije–. En vez de un joven tímido y una doncella, intercambiando monosílabos con voz entrecortada entre terribles silencios, nos encontramos aquí con un anciano y una chiquilla, totalmente a sus anchas, ¡charlando como si se conociesen desde hace años!»

¿Cree usted entonces –proseguí en voz alta– que en ocasiones deberíamos pedirle a un fantasma que se sentase? ¿Acaso poseemos autoridad alguna para ello? En Shakespeare, por ejemplo… ahí aparecen muchos… ¿hace Shakespeare alguna vez la acotación: «Cede una silla al fantasma»?

La dama adoptó una expresión intrigada y pensativa durante un instante: luego hizo un ademán de aplauso.

¡Sí, así es! –gritó–. Le hace decir a Hamlet: «¡Descansa, descansa, espíritu turbado!».”

calló entre risas argentinas.”

Shakespeare debió de viajar en tren, aunque fuera únicamente en sueños: «espíritu turbado» es una frase realmente acertada. —«Turbado» en referencia, sin duda –se reincorporó ella a la charla–, a los sensacionales libritos que suelen leerse principalmente en los trenes. El vapor, cuando menos, ¡ha servido para generar un tipo completamente nuevo de literatura inglesa!

Sin duda –repetí yo–. El verdadero origen de todos nuestros libros de medicina… y de cocina…

¡No, no! –interrumpió ella de manera jovial–. ¡No hablaba de nuestra literatura! Nosotros somos bastante atípicos. Pero las emocionantes novelitas románticas, en las que el asesinato aparece en la página 15, y la boda en la 40, se deben con seguridad al vapor, ¿no le parece?

Y cuando viajemos por medio de la electricidad, si me permite desarrollar su teoría, tendremos folletos en vez de libritos, y el asesinato y la boda se producirán en la misma página.

¡Un desarrollo digno de Darwin! –exclamó la dama con entusiasmo–. Sólo que usted invierte su teoría. En vez de convertir un ratón en un elefante, ¡usted haría lo contrario! –Mas entonces nos metimos en un túnel, y yo me retrepé en mi asiento y cerré los ojos por un momento, tratando de recordar algunos de los incidentes de mi reciente sueño.

Creyó ver un elefante

que alto un pífano tocaba;

mas luego advirtió que era,

de su esposa, una carta.

Por fin me doy cuenta –dijo–:

¡esta vida es bien amarga!

¡Y menudo personaje disparatado cantaba tales disparates! Parecía tratarse de un jardinero; aunque uno loco, sin duda, por el modo en que blandía su rastrillo; más loco, por cómo, de tanto en tanto, rompía a bailar con frenesí; ¡más loco que nadie, por el alarido con el que profirió los últimos versos de la estrofa!

Hasta cierto punto estaba describiéndose a sí mismo, pues tenía los pies de un elefante: pero el resto de él era piel y hueso; y las briznas de paja suelta que le sobresalían por todas partes parecían indicar que en un principio llevaba esta metida bajo la ropa, y que prácticamente toda ella se le había salido ya.

Silvia y Bruno esperaron pacientemente hasta el final de la primera estrofa. Entonces Silvia se aproximó sola (dado que a Bruno le había entrado una repentina vergüenza) y se presentó tímidamente diciendo:

Disculpe, ¡me llamo Silvia!

¿Y quién es esa otra cosa? –preguntó el jardinero.

¿Qué cosa? –dijo Silvia, girándose–. Oh, ese es Bruno. Es mi hermano.

¿Era tu hermano ayer? –inquirió el jardinero ansiosamente.

¡Pues claro! –exclamó Bruno, que se había acercado poquito a poco, y al que no le gustaba nada que se hablara de él sin tomar parte en la conversación.

¡Ah, bien! –dijo el jardinero con una especie de gruñido–. Aquí las cosas cambian así. ¡Cada vez que miro se ha transformado por fuerza en algo distinto! Pero a pesar de ello, ¡hago mi tarea! Me levanto a las 5 con el canto del gallo…”

¡Recuerda que pájaro durmiente, tarde hincha el vientre!”

“…A mí no me gustan nada los gusanos. ¡Siempde me quedo en la cama hasta que el gallo se los ha comido todos!

¡Qué cara tienes para contarme un cuento como ese! –exclamó el jardinero.

A lo cual Bruno contestó sabiamente:

No hace falta tened cara para contad un cuento: sólo boca.”

El viejo pordiosero debía de estar muy sordo, ya que hizo caso totalmente omiso a los vehementes gritos de Bruno, y continuó andando con gran esfuerzo y agotamiento, sin detenerse ni un instante hasta que los niños se colocaron delante de él y le ofrecieron el trozo de bizcocho. El pobre chiquillo estaba completamente sofocado, y sólo pudo articular la palabra: «¡Bicicocho!», no con la sombría decisión con la que la había pronunciado su excelencia de forma tan reciente, sino con una encantadora timidez infantil, levantando la vista hacia el rostro del anciano con ojos que amaban «al ratón como al león».

El anciano le quitó el bizcocho de las manos y lo devoró ansiosamente, como habría hecho una hambrienta bestia salvaje, mas no correspondió a su pequeño benefactor con ninguna palabra de agradecimiento; únicamente gruñó: «¡Más, más!», y clavó una mirada feroz en los niños, que se asustaron un poco.

¡No hay más! –dijo Silvia con lágrimas en los ojos–. Yo me he comido el mío. Fue vergonzoso dejar que lo echaran de ese modo. Lo siento mucho…

No escuché el resto de la frase, pues mis pensamientos habían regresado, con gran sorpresa, a lady Muriel Orme, quien había pronunciado hacía nada aquellas mismas palabras de Silvia; así es, y con la misma voz de esta, ¡y con sus ojos amables y suplicantes!”

Cuando el arbusto desapareció por completo de nuestra vista, se reveló una escalera de mármol que descendía en la negrura. El anciano abrió la marcha, y nosotros lo seguimos expectantes.” “un extraño resplandor argénteo, que parecía darse en el aire, ya que no había lámparas a la vista, y, cuando por fin llegamos a una zona de suelo llano, la sala en la que nos encontramos estaba iluminada casi como a plena luz del día.”

En otro lugar, tal vez, me habría maravillado ver frutas y flores creciendo juntas; allí, mi mayor asombro era que jamás había contemplado antes frutas o flores como aquellas. Por encima de ellas, cada muro albergaba una vidriera circular, y rematando todo había una cúpula que parecía estar cubierta por entero de joyas.

Con asombro escasamente menor, me giré hacia un lado y a otro, tratando de averiguar cómo habíamos logrado entrar en la sala, pues no había ninguna puerta y todas las paredes se hallaban cubiertas por las preciosas y tupidas enredaderas.”

¡Padre, padre! –repitió Bruno, y, mientras los felices niños recibían abrazos y besos, yo no pude hacer otra cosa que frotarme los ojos y decir: «¿Adónde han ido los harapos?», pues el anciano estaba vestido ahora con ropajes reales que centelleaban con joyas y bordados de oro, y llevaba ceñida en torno a la cabeza una corona del mismo metal precioso.

¿Dónde estamos, padre? –susurró Silvia, abrazando con fuerza el cuello del anciano, y con su mejilla sonrosada apretada afectuosamente contra la de él.

En Elfolandia, cariño. Es una de las provincias de Hadalandia.

Pero yo creía que Elfolandia estaba lejísimos de Exotilandia, ¡y hemos recorrido una distancia ridícula!

Vinisteis por el Camino Real, cielo. Sólo aquellos de sangre real pueden viajar por él, pero tú lo eres desde que me nombraron rey de Elfolandia, lo cual fue hace casi un mes. Enviaron 2 embajadores para asegurarse de que su invitación, para ser su nuevo soberano, me llegara. Uno era un príncipe, de modo que pudo venir por el Camino Real, y hacerlo sin que nadie salvo yo lo viera; el otro era un barón, así que tuvo que viajar por el camino normal, y me imagino que aún no ha llegado.

¿Entonces cuánto hemos viajado? –inquirió Silvia.

Sólo unas mil millas, cielo, desde que el jardinero os abrió la puerta.

¡Mil millas! –repitió Bruno–. ¿Puedo comedme una?

¿Comerte una milla, pequeño granuja?

No –corrigió Bruno–. Me defiero a si puedo comedme una de esas fdutas.

Bruno corrió entusiasmado a la pared y cogió una fruta cuya forma era similar a la de un plátano, pero que tenía el color de una fresa.

Se la comió con una sonrisa de felicidad que fue decayendo gradualmente, hasta convertirse, cuando se la hubo terminado, en un rostro verdaderamente apático.”

Lo son para vosotros, cariño, porque no pertenecéis a Elfolandia, todavía. Pero para mí son reales.

Bruno puso cara de extrañeza.

Yo mismo intenté coger unas cuantas, pero era como tratar de asir el aire, así que me rendí al poco tiempo y regresé junto a Silvia.”

un guardapelo en forma de corazón, tallado aparentemente a partir de una única gema, de un vivo color azul, con una fina cadenita de oro unida a él.”

Ahora, Silvia, mira esto. –Y le mostró, sobre la palma de su mano, un guardapelo de un intenso color carmesí, con la misma forma que el azul y, como este último, unido a una delicada cadenita de oro.”

¡Y este también tiene unas palabdas! –señaló Bruno–. Silvia… querá… a… todos.

Ahora ves la diferencia –dijo el anciano–: colores y palabras diferentes. Escoge uno de ellos, tesoro. Te daré el que más te guste.

Es muy agradable que te quieran –apuntó–, ¡pero más aún querer a otras personas! ¿Puedo quedarme el rojo, padre?

El anciano no respondió, pero pude ver que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando bajó la cabeza y apretó sus labios contra la frente de Silvia en un largo y cariñoso beso.

Me asaltó nuevamente una sensación de desconcierto respecto a cómo íbamos a lograr regresar –pues daba por sentado que adonde quiera que fueran los niños, yo los acompañaría–, pero por sus mentes no pareció pasar ni la más mínima sombra de duda, mientras abrazaban y besaban a su padre, susurrando, una y otra vez: «¡Adiós, querido padre!». Y entonces, de forma veloz y repentina, la oscuridad de la medianoche pareció caer sobre nosotros, y a través de ella resonó de manera estridente una extraña y alocada canción:

Creyó ver a la repisa

un búfalo encaramado:

mas luego advirtió que era

sobrina de su cuñado.

«¡Si no te largas ya –dijo–

la poli vendrá volando!»

¿Quiénes son tus allegados? –preguntó Bruno.

¡Pues sea quien sea el que ha llegado, por supuesto! –respondió el jardinero–. Ya podéis pasar, si queréis.

Pequeña, como ves, pero más que suficiente para los dos. Siéntate en el sillón, viejo amigo, ¡y deja que te eche otro vistazo! Pues, ciertamente, ¡sí se te ve un poco abatido! –dijo, y adoptó un solemne aire profesional–. Prescribo ozono, quantum sufficit; disipación social, fiant pilulae quam plurimae(*): ¡tómense, en banquetes, 3 veces al día!

(*) «háganse píldoras en abundancia».

* * *

¡Pero doctor! –protesté–. ¡La alta sociedad no «recibe» 3 veces al día!

¡Eso es lo que usted se cree! –contestó alegremente el joven médico–. En casa, tenis sobre hierba, 3 de la tarde. En casa, piscolabis, 5 de la tarde. En casa, música (en Elveston no se invita a cenar), 8 de la tarde. Carruajes a las 10. ¡Ahí lo tiene!

Sí… la conozco. –Y el serio doctor se ruborizó ligeramente al añadir–: Sí, coincido contigo. Es realmente hermosa.

¡Casi me enamoro perdidamente de ella! –Proseguí con picardía–. Hablamos…

¡Cena algo! –Interrumpió Arthur¹ con aire de alivio, cuando la criada entró con la bandeja. Y resistió firmemente todos mis intentos de volver al tema de lady Muriel hasta que la tarde prácticamente se hubo agotado. Entonces, cuando nos hallábamos sentados contemplando el fuego y la conversación derivaba en silencio, realizó una apresurada confesión.

No tenía intención de contarte nada sobre ella –dijo (sin dar ningún nombre, ¡como si no hubiera más que una «ella» en el mundo!)– hasta que la hubieras visto algo más y te hubieras formado una opinión propia; pero de algún modo me lo sonsacaste. Y no he dicho una palabra de esto a nadie más. ¡Pero a ti sí puedo confiarte un secreto, viejo amigo! ¡Así es! Lo que supongo dijiste en broma, ¡es cierto en mi caso!

¡No fue nada más que eso, créeme! –dije con sinceridad–. ¡Cielo santo, hombre, si le triplico la edad! Pero si es tu elegida, entonces no me cabe duda de que no hay persona más buena…

…ni dulce –continuó Arthur–, ni pura, ni abnegada, ni sincera, ni… –y calló bruscamente, como si no pudiera confiar en sí mismo para seguir hablando sobre una cuestión tan sagrada y preciosa.

¹ Curiosamente Arthur & Sylvia são os nomes dos pais do garoto (o terceiro de 5 filhos homens) que inspirou outro ícone das novelas infantis, ao lado das de Carroll: Peter Llewelyn Davies, depois transfigurado por James Barrie em Peter Pan (1904)! Outra coincidência: Peter Davies serviu – e foi condecorado – na I Guerra; já dois filhos de Alice Liddell, a “Alice do mundo real”, foram mortos no confronto – não que filhos de europeus famosos morrendo ou se destacando com bravura numa guerra européia em grande escala fosse uma ‘ocorrência rara’, mas só ao não serem plebeus já se torna algo pitoresco… Curiosamente, enquanto Alice Liddell nunca sofreu por ser protagonista de um livro (e, ademais, suas semelhanças com a heroína ficcional são esparsas), ao contrário, rendendo-lhe fama e dinheiro até o fim dos dias, Peter Davies terminou se suicidando por nunca conseguir se livrar da associação ao “menino que nunca amadurece” (os tablóides ingleses estamparam, no início dos 1960: Morre Peter Pan atropelado por um trem…)! Peter Davies, uma casa editorial, foi fundada por ele.

Me los imaginé paseando juntos, tranquila y amorosamente, bajo un dosel de árboles, en un precioso jardín de su propiedad, y recibiendo la bienvenida de su fiel jardinero, a su vuelta de alguna breve excursión.

Parecía bastante natural que este último se sintiera desbordado de gozo ante el regreso de un señor y una señora tan encantadores –¡y qué aspecto más extrañamente infantil tenían! Podría haberlos confundido con Silvia y Bruno–; ¡pero menos natural que lo expresara con bailes tan alocados y canciones tan delirantes!

Creyó ver una serpiente

que en griego lo interrogaba;

mas luego advirtió que era

un jueves de otra semana.

«¡Lo que sí lamento –dijo–

es que ahora ya no habla!»

…y menos natural que nada que el vicerrector y milady se encontraran a mi lado, hablando acerca de una carta abierta que el profesor, quien aguardaba en actitud dócil a pocos metros, acababa de entregarle.”

«…y por ello le rogamos gentilmente que acepte la corona, para la cual ha sido elegido de manera unánime por el Consejo de Elfolandia; y que permita que su hijo Bruno (cuya bondad, inteligencia y belleza han llegado a nuestros oídos) sea considerado príncipe heredero»

¡No seas tonta, y deja de decir sandeces! Nuestra única oportunidad es que no vea a esos 2 mocosos. Si eres capaz de lograrlo, puedes dejarme el resto a mí. Yo le haré creer que Uggug es un dechado de inteligencia y todo eso.

Está claro que tenemos que cambiarle el nombre por el de Bruno, ¿no? –aventuró milady.

El vicerrector se frotó la barbilla.

¡Hum! ¡No! –dijo cavilante–. No serviría. El niño es tan rematadamente idiota que jamás aprendería a contestar a él.

¡Cómo que idiota! –gritó milady–. ¡No es más idiota que yo!

Tienes razón, querida –contestó en tono sedante el vicerrector–. ¡Desde luego que no!

Milady se quedó contenta.

Su adiposidad el barón Doppelgeist.

¿Por qué se presenta con un nombre tan raro? –dijo milady.

Le fue imposible cambiárselo durante el viaje –respondió mansamente el profesor– porque venía cargado.

Ve tú a recibirlo –le indicó milady al vicerrector– y yo me ocuparé de los niños.

Bueno, así es –respondió, agachando modestamente la mirada–. Mis ancestros fueron todos célebres por su genio militar.

Milady sonrió gentilmente.

Se trata a menudo de algo hereditario –comentó–; igual que el amor por la repostería. [confeitaria]

El barón pareció ofenderse ligeramente, y el vicerrector cambió de tema de manera sutil.

La cena estará pronto lista –dijo–. ¿Me concede el honor de acompañar a su adiposidad a la habitación de invitados?

¡Desde luego, desde luego! –asintió con entusiasmo el barón–. ¡Nunca se debe hacer esperar a la cena! –Dicho lo cual, salió de la sala casi al trote siguiendo al vicerrector.

Cierto –asintió el barón–. El enemigo, como iba diciendo, nos superaba ampliamente en número, pero yo marché con mis hombres directamente al corazón de… ¿qué es eso? –exclamó el héroe bélico en tono agitado, colocándose detrás del vicerrector, cuando una extraña criatura se lanzó como loca hacia ellos, blandiendo una pala.

Sólo es el jardinero –respondió el vicerrector en tono alentador–. Es totalmente inofensivo, se lo aseguro. ¡Escuche, está cantando! Es su pasatiempo favorito. Y una vez más volvieron a oírse aquellas agudas notas discordantes:

Creyó ver bajar de un bus

a un empleado de banca;

mas luego advirtió que era

un hipopótamo: «¡Hala!

Si a cenar viniese –dijo–

¡no dejaría migaja!».

El barón pareció de nuevo ligeramente ofendido, pero el vicerrector se apresuró a explicar que la canción no se refería a él, y que, de hecho, no tenía ningún sentido.”

Permítame presentarle a mi hijo –dijo el vicerrector; añadiendo, en un susurro–, ¡uno de los muchachos más sobresalientes y listos que jamás ha habido! Trataré de que le demuestre parte de su inteligencia. Sabe todo lo que los demás muchachos desconocen, y en tiro con arco, pesca, pintura y música, sus dotes son… pero júzguelo usted mismo. ¿Ve aquella diana de allí? Va a dispararle una flecha. Querido muchacho —dijo a continuación en voz alta–, a su adiposidad le complacería verte disparar. ¡Traed el arco y las flechas de su alteza!

Uggug puso una cara de gran enfurruñamiento cuando le entregaron el arco y la flecha, y se preparó para el disparo. Nada más salir volando el proyectil, el vicerrector propinó un fuerte pisotón en la punta del pie al barón, que profirió un grito de dolor.

¡Sostenía el arco con tamaña torpeza que parecía imposible!–musitó. Pero no cabía ninguna duda: allí estaba la flecha, ¡justo en el centro de la diana!

El lago está ahí al lado –dijo a continuación el vicerrector–. ¡Traed la caña de pescar de su alteza! –Y Uggug sujetó la caña de malísima gana, y dejó colgando la mosca sobre el agua.

¡Tiene un escarabajo en el brazo! –chilló milady, pellizcando el brazo del pobre barón más fuerte que si 10 langostas se lo hubieran atenazado a la vez con sus pinzas–. Esa variedad es venenosa –explicó–. ¡Pero qué lástima! ¡Se ha perdido cómo sacaba el pez del agua!

Un enorme bacalao muerto yacía en la orilla, con el anzuelo en la boca.

Siempre había creído –comentó el barón entre titubeos– que los bacalaos eran peces de agua salada.

No en este país –señaló el vicerrector–. ¿Vamos adentro? Hágale alguna pregunta a mi hijo de camino… ¡sobre cualquier tema que guste! –Y el malhumorado muchacho recibió un violento empujón al frente para que caminara al lado del barón.

Podría decirme su alteza –empezó cautelosamente el barón– ¿cuál sería el total de 7 por 9?

¡Tuerza a la izquierda! –chilló el vicerrector, adelantándose con aspereza para indicar el camino, de forma tan brusca que chocó con su desafortunado invitado, el cual cayó pesadamente de bruces al suelo.

¡Cuánto lo lamento! –exclamó milady, mientras su esposo y ella lo ayudaban a ponerse de nuevo en pie–. ¡Mi hijo se disponía a decir «63» cuando se ha caído!

La cena se sirvió a su debida hora, y cada nuevo plato parecía acrecentar el buen humor del barón, mas todos los esfuerzos para que expresase su opinión sobre la inteligencia de Uggug fueron vanos, hasta que el interesante muchacho abandonó la sala, y se le vio por la ventana abierta rondando el jardín con un cestillo, el cual estaba llenando de ranas.”

Ug… quiero decir, ¡muchacho! Ven un segundo, ¡y trae al maestro de música contigo! Para pasarle las páginas de la partitura –agregó como explicación.”

¿Qué mútsica fa a quegueg?

La sonata que su alteza toca tan deliciosamente –dijo el vicerrector.

Tsu altesa no tiene… –empezó a decir el maestro de música, pero fue bruscamente interrumpido por el vicerrector.

¡Silencio, señor! Vaya a pasarle las hojas de la partitura a su alteza. Querida –a la vicerrectora–, ¿le mostrarás qué hacer? Y mientras tanto, barón, yo le enseñaré un mapa sumamente interesante que tenemos… ¡de Exotilandia, Hadalandia y ese tipo de cosas!

—…¡Come como un tiburón! ¡Que yo lo mencionara resultaría escasamente apropiado!

Su esposa captó la idea, y al momento empezó a soltar indirectas de lo más sutiles y delicadas.

¡Pero mire qué corta es la vuelta a Hadalandia! ¡Si saliera mañana por la mañana, llegaría allí en poco más de una semana!

Puede volver 5 veces en el tiempo que le llevó venir una sola… ¡si sale mañana por la mañana!

Mientras ocurría todo aquello, la sonata resonaba por la sala. El barón no pudo evitar admitir para sí que la interpretación estaba siendo magnífica, pero sus intentos de captar el más mínimo atisbo del joven músico fueron inútiles. Cada vez que estaba a punto de lograr verlo, el vicerrector o su esposa se colocaban inevitablemente en medio, señalando algún nuevo punto del mapa, y ensordeciéndolo con algún nuevo nombre.

En aquel momento la puerta se abrió: un rostro gordo y furioso se asomó por ella; una voz, ronca por la ira, bramó:

¡Mi habitación está llena de ranas; me marcho! –La puerta volvió a cerrarse.

Y la noble composición seguía todavía sonando en la sala, pero era la magistral ejecución de Arthur la que originaba los ecos y me conmovía la misma alma con la delicada música de la inmortal Sonata Pathetique;¹ y no fue hasta que hubo expirado la última nota que el cansado pero feliz viajero fue capaz de pronunciar las palabras «¡Buenas noches!» e ir en busca de su muy necesitada almohada.”

¹ Sonata nº 8 de Beethoven, Opus 13.

Al dar las 5, Arthur propuso –esta vez sin vergüenza alguna– que lo acompañara hasta el Hall a fin de que pudiera conocer al earl de Ainslie, quien lo había alquilado para pasar la estación, y me reencontrara con su hija lady Muriel.”

Advertí, no obstante, y lo hice con agrado, indicios de un sentimiento que iba mucho más allá de un mero aprecio cordial en su encuentro con Arthur –aunque esto sucedía, según colegí, prácticamente a diario–, y la conversación que mantuvieron, en la que el earl y yo participamos sólo de manera ocasional, tuvo lugar con una comodidad y una espontaneidad difícil de encontrar salvo entre amigos que han mantenido una relación muy larga”

No resulta difícil imaginar una situación –dijo Arthur– en la que las cosas necesariamente no tendrían peso, en relación unas con otras, aun manteniendo cada una de ellas su peso usual, si se la considerase de manera aislada.

¡Qué terrible paradoja! –exclamó el earl–. Díganos cómo sería posible. Nunca lo adivinaremos.

Bien, imagine esta casa, tal cual, situada a unos cuantos miles de millones de millas por encima de un planeta, y con ninguna otra cosa lo bastante cerca como para perturbarla; no hay duda de que cae hacia el planeta, ¿cierto?

El earl asintió con la cabeza.

Desde luego… aunque tardaría varios siglos en hacerlo.

¿Y habría té de las 5 mientras tanto? –dijo lady Muriel.

Eso y otras cosas –señaló Arthur–. Los ocupantes vivirían sus vidas, crecerían y morirían, ¡y la casa seguiría cayendo, cayendo, cayendo! Pero en cuanto al peso relativo de las cosas: nada puede ser pesado, ya saben, salvo si intenta caer, y algo se lo impide. ¿Están todos de acuerdo?

Todos lo estábamos.

Entonces, si cojo este libro y lo sostengo con el brazo extendido, está claro que siento su peso. Está tratando de caer y yo se lo impido. Y, si lo suelto, cae al suelo. Pero si estuviéramos todos cayendo a la vez, no podría tratar de caer más rápido, ¿comprenden?, ya que, si lo suelto, ¿qué otra cosa podría hacer sino caer? Y, como mi mano estaría cayendo también, a la misma velocidad, nunca la abandonaría, pues eso supondría adelantarla en la carrera. ¡Y jamás podría rebasar el suelo, también en caída!

Lo entiendo con claridad –dijo lady Muriel–, ¡pero resulta mareante pensar en cosas así! ¿Cómo puede obligarnos a ello?

Hay una idea más curiosa todavía –me atreví a decir–. Supongamos un cordel atado a la casa, desde abajo, y del que tira alguien en el planeta. Entonces, por supuesto, la propia casa va más deprisa que su ritmo natural de caída, pero los muebles, junto con nuestros nobles cuerpos, seguirían cayendo a su antigua velocidad, ¡por lo que se quedarían atrás!

Subiríamos hasta el techo, prácticamente –apuntó el earl–. Lo cual acarrearía de manera inevitable una conmoción cerebral.

Para evitar eso –dijo Arthur–, habría que fijar los muebles al suelo, y atarnos nosotros a ellos. Entonces el té de las cinco podría tener lugar tranquilamente.

¡Con un pequeño inconveniente! –interrumpió lady Muriel de modo alegre–. Tendríamos que agarrar las tazas para que bajaran con nosotros, pero ¿qué hay del té?

Me había olvidado del té –confesó Arthur–. Eso, sin duda, subiría hasta el techo… ¡a no ser que decidiera bebérselo en mitad de la ascensión!

E tudo isso o danado do Carroll imaginou antes de poder conhecer uma estação da Nasa!

La canción de los pescadores se escuchaba cada vez más cerca y clara, a medida que su barca se aproximaba a la playa, y habría bajado para verlos descargar su flete de pescado si el microcosmos a mis pies no hubiera excitado aún más mi curiosidad.

Un viejo cangrejo, que no cesaba de moverse frenéticamente de un lado a otro de la charca, me tenía particularmente fascinado: existía una cierta vacuidad en sus ojos fijos y una violencia sin sentido en su comportamiento que recordaba, de manera irresistible, al jardinero que se había hecho amigo de Silvia y Bruno; mientras lo miraba, llegaron a mis oídos las notas con que concluía la melodía de su alocada canción.

El silencio que se produjo a continuación se vio roto por la dulce voz de Silvia:

¿Podría dejarnos salir al camino, por favor?

¡¿Qué?! ¿Para ir otra vez tras ese viejo pordiosero? –gritó el jardinero, que se puso a cantar:

Creyó ver un gran canguro¹

que molía en molinillo:

mas luego advirtió que era

un tónico en comprimidos.

«Si lo tomara –saltó–

¡me pondría muy malito!»

¹ De caranguejo a canguru num átimo!

—…Así que, ¿sería tan amable de…?

¡Pues claro! –respondió de inmediato el jardinero–. Yo siempre soy amable. Nunca soy desagradable con nadie. ¡Ya está! –Y abrió la puerta de un tirón, dejándonos salir al polvoriento y amplio camino.

¿Qué era lo que teníamos que hacer con él, Bruno? ¡Se me ha olvidado por completo!

¡Bésalo! –era la invariable receta de Bruno en casos de duda y dificultad. Silvia lo besó, pero no dio ningún resultado–. Fdótalo al devés –fue su siguiente sugerencia.

“…varios árboles, en la ladera de la colina vecina, estaban subiendo lentamente por ella, en solemne procesión, al tiempo que un apacible arroyuelo, que había estado fluyendo a nuestros pies un momento antes, formando pequeñas ondas, comenzó a crecer, a espumar, a silbar y a burbujear, de un modo verdaderamente alarmante.

¡Fdótalo de otda manera! –chilló Bruno–. ¡Pdueba de ariba abajo! ¡Core!

Fue una feliz idea. Frotarlo de arriba a abajo surtió efecto, y el paisaje, que había estado mostrando signos de enajenación mental en diversas direcciones, regresó a su estado normal de sobriedad; a excepción de un ratoncillo de color pardoamarillento, que seguía correteando como loco por el camino, en una y otra dirección, meneando enérgicamente la cola como un pequeño león.”

El ratón se puso en el acto a trotar con un paso ceremonioso, cuyo ritmo podíamos seguir sin dificultad. El único fenómeno que me produjo un cierto desasosiego fue el rápido aumento de tamaño de la pequeña criatura que estábamos siguiendo, que se parecía más y más a un verdadero león a cada momento que pasaba.”

Ningún miedo pareció pasar por la mente de los niños, que le dieron suaves palmadas y lo acariciaron como si se tratase de un poni de las islas Shetland.

¡Ayúdame a subid! –gritó Bruno. Y un momento después Silvia lo levantó hasta el ancho lomo de la mansa bestia, y ella se sentó detrás de él, de lado. Bruno llenó ambas manos de melena y simuló guiar a aquel nuevo tipo de corcel–. ¡Are! –aquello pareció bastar a modo de indicación verbal: el león inició al instante un medio galope tranquilo y pronto nos vimos en el corazón del bosque. Y digo «nos vimos», pues tengo la seguridad de que yo los acompañaba, aunque me siento totalmente incapaz de explicar cómo me las arreglé para mantener el ritmo de un león a dicho aire. Pero ciertamente yo era parte del grupo cuando nos topamos con un viejo pordiosero que estaba cortando leña, y a cuyos pies el león hizo una profunda reverencia, momento en el cual los niños desmontaron y se lanzaron a los brazos de su padre.

¡De mal en peor! –dijo el anciano para sí en tono caviloso cuando los niños hubieron terminado su relato, algo confuso, de la visita del embajador, construido sin duda a partir del rumor general, pues ellos no lo habían visto en persona–. ¡De mal en peor! Ese es su destino. Lo veo, pero no puedo alterarlo. El egoísmo de un hombre mezquino y artero, de una mujer ambiciosa y necia, de un niño lleno de rencor y falto de amor… todos llevan en una dirección: ¡de mal en peor! Y vosotros, queridos míos, debéis sufrirlo por algún tiempo, me temo. Empero cuando las cosas estén peor que nunca, podéis acudir a mí. Es poco lo que puedo hacer de momento…”

Que el engaño, el rencor, la ambición

duerman en la noche de la razón,

¡hasta que la flaqueza sea fuerza;

las tinieblas, fulgor;

y todo mal se invierta!

La nube de polvo se extendió por el aire, como si estuviera viva, adoptando formas curiosas que cambiaban sin cesar.

¡Está fodmando letdas! ¡Y palabdas! –susurró Bruno, agarrándose, un poco asustado, a Silvia–. ¡Pero no consigo leedlas! ¡Hazlo tú, Silvia!”

—…Primero, ¿por qué me llamas Benjamín?

¡Es parte de la conspiración, amor! Uno debe tener un alias, ¿sabes?…

¡Oh, así que un alias! ¡Vaya! Y segundo, ¿con qué objeto compraste esta daga? Venga, ¡nada de evasivas! ¡No puedes engañarme!

¡Oh, no hables tú de conspiraciones! –la cortó violentamente su esposo, tirando la daga al interior del armario–. Sabes tanto de dirigir una conspiración como una gallina. Lo primero que hay que hacer es conseguir un disfraz. ¡Mira esto!

Y con comprensible orgullo se ciñó el gorro y los cascabeles, y el resto del disfraz de bufón, le guiñó un ojo a su esposa y preguntó con ironía:

¿Doy el pego o no?

Los ojos de milady brillaron con absoluto entusiasmo conspirativo.

¡Totalmente! –exclamó, dando palmadas–. ¡Tienes todo el aspecto de un payaso!

El «payaso» sonrió con recelo. No estaba completamente seguro de si aquello era un halago o no.

¿Quieres decir un bufón? Sí, esa era mi intención. ¿A que no te imaginas cuál es tu disfraz? –Y procedió a deshacer el paquete, mientras la dama lo observaba extasiada.

¡Oh, qué maravilla! –gritó, cuando el disfraz estuvo por fin extendido–. ¡Un disfraz espléndido! ¡De mujer esquimal!

¡Cómo que de esquimal! –bramó el otro–. Toma, póntelo, y mírate en el espejo. ¿Pero es que no ves que es un oso? –El vicerrector calló de repente, al oírse una áspera voz que aullaba:

«Mas luego advirtió, no obstante,

que era un oso sin cabeza».

Tendré que practicar un poco la forma de andar –dijo milady, mirando a través de la boca del oso–: ya sabes que al principio es imposible no comportarse un poco como un humano. Y por supuesto dirás: «¡Arriba, Bruin!»,¹ ¿a que sí?

¡Por supuesto que sí! –contestó el cuidador, agarrando la cadena que colgaba del collar del oso con una mano, mientras con la otra hacía restallar un pequeño látigo–. Ahora da una vuelta a la habitación bailando un poco. Muy bien, querida, muy bien. ¡Arriba, Bruin! ¡Arriba te digo!

[¹ Diz-se dos ursos marrons.]

¡Deja que te tome el pulso, hijo mío! –solicitó el preocupado padre–. Ahora saca la lengua. ¡Ah, lo que pensaba! Tiene un poco de fiebre, profesor, y ha sufrido una pesadilla. Métalo en la cama inmediatamente y dele un jarabe que le baje la temperatura.

El motivo por el que lo he mencionado, profesor, era pedirle que tuviera la amabilidad de presidir las elecciones. Como entenderá, ello conferiría respetabilidad al asunto para que no hubiera sospechas de nada turbio…

¡Me temo que no puedo, excelencia! –balbuceó el anciano–. ¿Y si el rector…?

¡Cierto, cierto! –interrumpió el vicerrector–. Su posición, como profesor de la corte, no lo vuelve oportuno, lo admito. ¡Pues nada! Entonces las elecciones se llevarán a cabo sin su intervención.

¡Es siempde tan desagadable! –añadió Bruno lastimeramente–. Ahora que padde ya no está, todos lo son con nosotdos. ¡El león se podtó mucho mejod!

Pero tenéis que hacer el favor de aclararme –contestó el profesor con gesto de preocupación– cuál es el león, y cuál el jardinero. Es sumamente importante no confundir 2 animales así uno con otro. Y en su caso, es muy probable que ocurra, dado que ambos tienen boca, ¿sabéis?…

¿Siempde confunde unos animales con otdos? –preguntó Bruno.

Bastante a menudo, me temo –confesó con franqueza el profesor–. Por ejemplo, están la conejera y el reloj del salón –señaló–.

Uno los confunde un poco… porque los dos tienen puertas, como sabéis. Ayer mismo, ¿os lo podéis creer?, metí unas lechugas en el reloj, ¡y traté de dar cuerda al conejo!

¿Y el conejo madchaba, después de habedle dado cuedda? –inquirió Bruno.

El profesor se llevó las manos a la cabeza, y gimió:

¿Que si marchaba? ¡Me parece que sí! ¡De hecho, se ha marchado! Y a dónde… ¡eso es lo que no puedo averiguar! Lo he intentado todo… me he leído entero el artículo «Conejo» en la enciclopedia…

Bueno, verá, la cifra lleva doblándose muchos años –respondió el sastre, de forma un poco desabrida– y creo que me gustaría que me pagara ya. ¡Son 2 mil libras!

¡Oh, eso no es nada! –observó el profesor con despreocupación, hurgando en su bolsillo, como si siempre llevara por lo menos dicha cantidad consigo–. ¿Pero no preferiría esperar 1 añito más y que pasen a ser 4 mil? ¡Piense tan sólo en lo rico que sería! ¡Podría ser rey, si quisiera!

No sé si querría ser rey –dijo el hombre, pensativo–. ¡Pero desde luego parece un buen montón de dinero! Está bien, creo que esperaré…

¡Claro que sí! –asintió el profesor–. Veo que es usted muy sensato. ¡Que tenga un buen día!

¿Tendrá algún día que pagarle esas 4 mil libras? –preguntó Silvia cuando la puerta se cerró tras el acreedor.

¡Nunca, mi niña! –contestó enfáticamente el profesor–. Seguirá doblándola, hasta que muera. ¡Entenderéis que siempre merece la pena esperar 1 año más para conseguir el doble de dinero! Y ahora, ¿qué os gustaría hacer, amiguitos míos? ¿Os parece bien que os lleve a ver al otro profesor? Es una ocasión excelente para una visita –dijo para sí, echando un vistazo a su reloj–: normalmente se toma un breve descanso, de 14 minutos y ½, sobre esta hora.

A CREATURE OF CHAOS: “iba descubriendo a cada momento nuevas habitaciones y corredores en aquel misterioso palacio, y con escasa frecuencia lograba encontrar de nuevo los ya visitados.”

¡Nos estás gastando una broma, anciano encantador! –dijo–. ¡Aquí no hay ninguna puerta!

La habitación no tiene puertas –explicó el profesor–. Tendremos que entrar por la ventana.

De modo que fuimos hasta el jardín y no tardamos en hallar la ventana de la habitación del otro profesor. Era una ventana en la planta baja, y se encontraba invitadoramente abierta; el profesor aupó primero a los 2 niños para que entraran, y después él y yo trepamos al alféizar para seguirlos.

El otro profesor estaba sentado frente a una mesa, con un gran libro abierto delante, sobre el cual tenía la frente apoyada; abrazaba el libro con ambos brazos, y roncaba con fuerza.

Lee así, por lo general –comentó el profesor–, cuando el libro es muy interesante, ¡y entonces a veces cuesta mucho conseguir que atienda!

¡Qué ensimismado está! –exclamó el profesor–. ¡Debe de haber llegado a una parte del libro interesantísima! –Y descargó una buena lluvia de golpes sobre la espalda del otro profesor, mientras gritaba sin parar–: ¡Eh! ¡Eh! –Luego le dijo a Bruno–: ¿No es asombroso que esté tan abstraído?

¡Eso es! –exclamó el profesor, encantado–. ¡Eso servirá, no hay duda! –Y cerró el libro con tanta brusquedad que pilló con fuerza la nariz del otro profesor entre las hojas.

Este se levantó al instante y llevó el libro al fondo de la habitación, donde lo devolvió a su sitio en la librería.

He estado leyendo 18 horas y ¾ –dijo–, y ahora me tomaré un descanso de 14min30. ¿La charla está lista?

—…La gente nunca disfruta de la ciencia abstracta, ya sabe, cuando le ruge el estómago. Y también está el baile de disfraces. ¡Oh, será de lo más entretenido!

¿En qué momento será el baile? –preguntó el otro profesor.

En mi opinión debería celebrarse al principio del banquete… viene muy bien para que la gente rompa el hielo, ya sabe.¹

Sí, ese es el orden correcto. Primero el conocer; luego el comer; y después el placer… ¡pues estoy seguro de que cualquier charla que imparta será un placer para nosotros! –dijo el otro profesor, el cual no había dejado de darnos la espalda en ningún momento, ocupado como estaba en sacar los libros, uno por uno, y colocarlos cabeza abajo. Un caballete, que sostenía una pizarra, se hallaba cerca de él, y, cada vez que le daba la vuelta a un libro, hacía una marca en el encerado con un trozo de tiza.

¹ Todos esses eventos demorarão centenas de páginas para acontecer!

Deje que lo intente –dijo el otro profesor, sentándose al pianoforte–. Supongamos, por ejemplo, que comienza en la bemol –añadió, tocando la nota en cuestión–. ¡La, la, la! Creo que estoy dentro de la octava. –Volvió a tocar la nota y apeló a Bruno, que se encontraba a su lado–: ¿La he cantado como es debido, hijo?

No, no lo ha hecho –respondió Bruno con gran decisión–. La ha cantado como bebido.

Había una vez un cerdo sentado a solas

junto a una fuente rota,

que día y noche se lamentaba;

a un corazón de piedra habría conmovido

verlo retorcerse las pezuñas y soltar gemidos

porque era incapaz de saltar.”¹

¹ Também esta música-estorieta demorará a concluir, na boca de Bruno, no epílogo!

Los extremos son siempre malos –comentó el profesor, con gran seriedad–. Por ejemplo, la sobriedad es algo muy bueno, cuando se practica con moderación: pero incluso esta, cuando se lleva al extremo, tiene desventajas.

«¿Qué desventajas?» fue la cuestión que me vino a la cabeza; y, como de costumbre, Bruno la formuló por mí:

¿Qué debe en cajas?

Esta es una de ellas –continuó el profesor–: cuando un hombre está achispado (ese es un extremo, sabéis), ve una sola cosa como si fueran 2. Pero cuando está extremadamente sobrio (ese es el otro extremo), ve 2 cosas como si fueran una sola. En ambos casos, se trata de algo igual de inconveniente.

¿Qué significa «inconviniente»? –susurró Bruno a Silvia.

La diferencia entre «conveniente» e «inconveniente» se ilustra mejor por medio de un ejemplo –dijo el otro profesor, que había oído la pregunta–. Si sencillamente piensas en cualquier poema que contenga las 2 palabras… como…

El profesor se tapó las orejas con las manos y adoptó una expresión consternada.

Si se le deja empezar un poema –informó a Silvia–, ¡no parará de recitar! ¡Nunca lo hace!

¿Alguna vez se ha puesto a recitar un poema y nunca ha parado? –indagó Silvia.

En 3 ocasiones –dijo el profesor.

Bruno se puso de puntillas hasta que sus labios estuvieron a la altura del oído de Silvia.

¿Y qué paso con esos tdes poemas? –susurró–. ¿Los está deciendo ahora?

¡Calla! –le instó Silvia–. ¡El otro profesor está hablando!

Adelante, entonces –dijo el profesor–. Lo que tiene que ser, será.

¡Recuerda eso! –le susurró Silvia a Bruno–. Es una regla muy buena para las veces en que te haces daño.

¡Y también para cuando hago duido! –contestó el descarado jovenzuelo–. ¡Así que decuéddelo usted también, señorita.

Sus palabras fueron bastante severas, pero soy de la opinión de que, cuando uno desea realmente despertar en el criminal una conciencia de su culpabilidad, no debería pronunciar la frase con los labios muy cerca de su mejilla, dado que concluirla con un beso, por muy accidental que sea, debilita terriblemente el efecto.”

«Pedro es pobre –dijo el noble Pablo–

mas su amigo fiel siempre yo he sido;

y, aunque mis medios son escasos,

ya que dar no, prestar me permito.

¡Qué pocos, salvo por interés,

ayudan al que lo necesita!

¡Pero a Pedro yo le prestaré,

pues sensible soy, 50 libras!».

¡Cuán inmenso fue el gozo de Pedro

al ver a su amigo tan solidario!

¡Con qué alegría firmó el acuerdo

por el cual quedaría endeudado!

Y dijo Pablo: «No está de más

que fijemos del retorno el día.

Siguiendo un buen consejo, será

de mayo el cuarto, al mediodía».

«¡Pero si ya es abril! Día uno,

si no me equivoco –dijo Pedro–.

Cinco semanas se irán al punto:

¡apenas duran un pestañeo!

Dame, para montar una empresa

y especular, al menos un año.»

«Es imposible cambiar la fecha.

Ha de pagarse el 4 de mayo.»

«¡Qué remedio! –suspiró el deudor–.

Me marcho: abóname el importe.

Ganaré 1 libra honesta o 2

con una sociedad por acciones.»

«Si parezco insensible, lo siento:

te haré el préstamo, naturalmente;

mas, por unas semanas, encuentro

que no será… en fin, conveniente.»

Cada semana, Pedro volvía,

para marcharse apesadumbrado;

la respuesta siempre era la misma:

«Hoy no te puedo dar lo que hablamos».

Y pasaron las lluvias de abril

cinco semanas, prácticamente–

y aún Pablo replicaba así:

«Por el momento, ¡no es conveniente!».

Llegó el 4, y Pablo, puntual,

se presentó allí con un letrado.

«Creí mejor venir a tu hogar,

y dejar ya todo esto zanjado.»

¡Qué desesperación la de Pedro!

Mechones se arrancaba frenético,

y muy pronto sus rubios cabellos

formaron en el suelo gran séquito.

El letrado quieto lo observaba

con lástima medio contenida:

una lágrima en su ojo temblaba;

su mano el acuerdo sostenía.

Pero cuando al fin la profesión

de nuevo en su corazón se impuso,

dijo: «La Ley no tiene señor;

si no pagas seguirá su curso».

Y habló Pablo: «¡Cómo me arrepiento

de mi visita aquel día aciago!

¡Considera lo que haces, Pedro!

¡No serás más rico al estar calvo!

¿Crees que arrancándote los rizos

lograrás que mengüen tus problemas?

Frena esta violencia, te lo pido:

¡pues sólo más disgusto me creas!».

«Nunca a sabiendas infligiría

en tan buen corazón –Pedro dijo–

innecesario dolor o herida.

Mas, ¿por qué tan estricto, ‘amigo’?

Por muy legal que a lo mejor sea

pagar un préstamo inexistente,

¡yo creo que resulta un sistema

en extremo grado inconveniente!

«¡Tanta nobleza en mi alma no existe

como en la de algunos de estos tiempos!

Pablo se sonrojó, pues humilde

era, y bajó la vista al suelo–.

¡La deuda me dejará pelado

y me atribulará para siempre!»

«¡No, no, Pedrito! –repuso Pablo–.

¡No te quejes así de tu suerte!

«No te falta en casa el alimento;

eres respetado en todo el mundo,

y en la barbería, según creo,

rizas tus patillas a menudo.

Aunque la nobleza nunca alcances

te quedarás corto, ni lo intentes–,

la vía honesta tienes delante

¡aunque sea muy inconveniente!»

«Cierto es –dijo Pedro–, vivo estoy;

el mundo todavía me admira,

y una vez a la semana voy

a rizar y aceitar mis patillas.

Pero un activo insignificante

e ingresos nulos son mi presente:

abusar del capital, ya sabes,

¡es en cualquier caso inconveniente!»

«¡Pero paga! –exclamó su amigo–.

Mi buen Pedrito, ¡paga tus deudas!

¿Qué importa si al completo tu ‘activo’

resulta devorado por ellas?

Ya tardas una hora en pagar;

aunque ser generoso procuro.

Me irrita, pero bueno, ¡da igual!

¡NO TE APLICARÉ INTERÉS NINGUNO!»

«¡Cuánta bondad! –gritó el pobre Pedro–.

Empero ¡deberé mi alfiler

de corbata, mi piano, mi cerdo

e incluso mi peluca vender!»

Al poco todo aquello echó alas,

y, con cada vuelo, diariamente,

él se veía (y suspiraba)

en situación menos conveniente.

Pasaron semanas, meses, años:

Pedro quedó hecho un saco de huesos.

Y una vez hasta rogó, llorando:

«¿Te acuerdas, Pablo, de aquel dinero…?».

El cual contestó: «¡Te prestaré,

cuando pueda, todos mis ahorros!

¡Ah, Pedro, qué dicha obra en tu haber!

¡Decir que te envidio es decir poco!

«Estoy engordando, como ves,

y mi salud no es del todo buena.

Ya no siento el júbilo de ayer

al oír la llamada a la cena.

Pero tu figura es leve y fina,

y retozas igual que un muchacho:

¡el rancho es una diaria alegría

para apetitos así, tan sanos!».

«De veras que sé –Pedro repuso–

en qué feliz estado me veo.

Mas podría prescindir con gusto

de parte de esos lujos que tengo.

Lo que tú llamas sano apetito

supone del hambre mordedura.

Y, cuando no hay qué llevarse al pico,

¡el toque a fagina es cruel tortura!

«Ni un espantapájaros querría

este abrigo, o botas así.

¡Ah, Pablo, 5 míseras libras

harían otro hombre de mí!»

«Pedrito, me llena de sorpresa

escucharte hablar en ese tono.

¡Temo que no eres consciente apenas

de tus muchos motivos de gozo!

«No corres riesgo de criar manteca;

resultas pintoresco en harapos;

te salvas de sufrir las jaquecas

que el dinero trae bajo el brazo.

Y tienes tiempo de cultivar

el contento, virtud muy decente,

en pro de lo cual tu estado actual

¡te será de lo más conveniente!»

«Aunque penetrar –contestó Pedro–

tus hondos pensamientos no pueda,

no obstante, en tu carácter encuentro

alguna pequeña inconsistencia.

Tomártelo pareces con calma

cuando una promesa has de cumplir;

pero ¡ay, si de cobrar se trata!:

¡persona tan puntual jamás vi!»

Su amigo: «Toda cautela es poca

en lo que concierne a soltar ‘plata’;

para los cobros, como bien notas,

soy la puntualidad encarnada.

Uno ha de reclamar lo que es suyo;

mas, al prestar dinero a la gente,

¡se le debe permitir –propugno–

escoger ocasión conveniente!».

Un cierto día, mientras roía

Pedro un mendrugo –su dieta usual–,

se presentó Pablo de visita

y estrechó su mano con afán.

«Tus frugales costumbres conozco:

como herir tu orgullo no quisiera

por entrar con extraños curiosos,

¡he dejado a mi abogado fuera!

«Bien recuerdas, no me cabe duda,

con qué desdén todos te miraban

cuando empezó a irse tu fortuna.

¡Yo nunca te puse mala cara!

Y cuando tus pocas posesiones

perdiste y te viste marginado,

no he de recordarte cómo entonces

de ti me apiadé cual un hermano.

«Así pues, te ofrecí mi consejo

rebosante de sabiduría,

a cambio de nada, aunque es cierto

¡que haber cobrado por él podría!

Pero me abstengo de mencionar

mis buenas acciones: larga estela.

Ya que alardear, como sabrás,

es una cosa que odio de veras.

«¡Qué extensa parece ser la lista

de todos los favores que he hecho,

desde aquellos vagos, mozos días,

al préstamo de abril el primero!

El cual secó mis escasos fondos,

aunque de ello no hubieses sospecha;

pero tengo un corazón de oro

¡Y VOY A PRESTARTE OTRAS CINCUENTA!»

«No será así –Pedro contestó,

lágrimas de gratitud llorando–.

Nadie recuerda, mejor que yo,

tus servicios en años pasados;

y he de admitir que esta nueva oferta

es generosísimo presente.

Con todo, hacer uso de ella

¡no me parece muy conveniente!»

…enseguida veréis la diferencia entre «conveniente» e «inconveniente». Ahora la entendéis del todo, ¿a que sí? –añadió, mirando con gesto amable a Bruno, el cual se encontraba sentado, junto a Silvia, en el suelo.

Sí –dijo Bruno, en voz muy baja. Una respuesta tan sucinta era algo muy inusual, tratándose de él, pero en aquel momento me pareció verlo un tanto agotado. De hecho, se subió al regazo de Silvia mientras hablaba, y apoyó la cabeza en su hombro–. ¡Cuántos vedsos tenía el poema! –susurró.”

El otro profesor observó a Bruno con cierta preocupación.

La criaturita debería irse a la cama de una vez –dijo con aire autoritario.

¿Por qué de una vez? –preguntó el profesor.

Porque no puede irse de dos veces –respondió el otro profesor.

El profesor aplaudió con suavidad.”

La acción de los nervios –empezó a decir con entusiasmo– es curiosamente lenta en algunas personas. Una vez, ¡tuve un amigo que tardaba años y años en sentir una quemadura hecha con un atizador al rojo!

¿Y si simplemente se le pellizcaba? –inquirió Silvia.

Entonces tardaría mucho más en sentirlo, naturalmente. De hecho, dudo que el hombre llegara a hacerlo jamás. Quizá sus nietos sí.

No me gustaría sed nieto de un abuelo al que habieran pellizcado, ¿y usted, hombde señod? –susurró Bruno–. ¡Podería llegadle justo cuando quisiera estad contento! [o etéreo professor idoso da realidade alternativa começa a interagir com as crianças élficas]

¿Pero es que acaso no quieres estar siempre contento, Bruno?

No siempde –dijo Bruno con aire pensativo–. A veces, cuando estoy demasiado contento, quiero estad un poquito tdiste. Entonces se lo cuento a Silvia, ¿sabe?, y ella me pone algunas leciones. Y todo se aregla.

Siento que no te gusten las lecciones –dije yo–. Deberías hacer como Silvia. ¡Ella siempre está ocupada a lo largo del día!

¡Yo también! –señaló Bruno.

¡No, no! –lo corrigió Silvia–. ¡Tú estás ocupado a lo corto del día!

¿Y cuál es la diferencia? –preguntó Bruno–. Hombde señod, ¿no es el día tan codto como ladgo? Quiero decid, ¿no dura siempde lo mismo?

Dado que nunca había considerado la cuestión desde ese punto de vista, sugerí que lo mejor era que le preguntaran al profesor, y al instante salieron corriendo para solicitar la ayuda de su anciano amigo. El profesor paró de limpiar sus anteojos para pensar sobre aquello.

Los niños volvieron, con paso lento y cavilante, para comunicar su respuesta.

¿A que es sabio? –preguntó Silvia en un reverente susurro–. Si yo fuera así de sabia, me dolería la cabeza el día entero, ¡estoy segura!

Parecéis estar hablando con alguien… que no está ahí –observó el profesor, girándose hacia los niños–. ¿Quién es?

Bruno puso cara de extrañeza.

¡Yo nunca hablo con nadie cuando no está aquí! –respondió–. No es de buena educación. ¡Uno debería siempde esperad a que llegue antes de hablad con él!

El profesor miró con inquietud en mi dirección, y dio la impresión de estar atravesándome una y otra vez con la mirada sin verme.

¿Con quién habláis entonces? –dijo–. Aquí no hay nadie, ¿sabéis?, excepto el otro profesor… ¡que tampoco está aquí! –agregó frenético, dando vueltas y vueltas sobre sí mismo como una perinola–. ¡Niños! ¡Ayudadme a buscarlo! ¡Rápido! ¡Se ha perdido otra vez! Los niños se pusieron en pie al momento.”

Bruno cogió un librito muy pequeño de la librería, y lo abrió y sacudió imitando al profesor.

Aquí no está –dijo.

¡Ahí no puede estar, Bruno! –señaló Silvia con indignación.

¡Pues claro que no! –contestó su hermano–. ¡Si estuviera aquí, se habdía caído del libdo al sacudidlo!

¿Ha llegado a perderse en alguna ocasión anterior? –inquirió Silvia, levantando una esquina de la alfombra frente a la chimenea y echando un vistazo debajo.

Lo hizo una vez –explicó el profesor–: se perdió en un bosque…

¿Es que no era capaz de encontdadse otda vez? –preguntó Bruno–. ¿Pod qué no gditó? Está claro que se habdía oído a sí mismo, podque no podía andad muy lejos, ¿sabéis?

Probemos a llamarlo a voces –propuso el profesor.

¿Y qué gritamos? –dijo Silvia.

Pensándolo bien, no lo hagáis –contestó el profesor–. El vicerrector podría oíros. ¡Se está volviendo terriblemente estricto!

Aquello recordó a los pobres niños todos los problemas que les habían hecho acudir a su viejo amigo. Bruno se sentó en el suelo y comenzó a llorar.

¡Es tan cduel! –sollozó–. ¡Y deja que Uggug me quite todos mis juguetes! ¡Y la comida es una podquedía!

¿Qué has tenido hoy para cenar? –preguntó el profesor.

Un tdocito de cuedvo muedto –fue la amarga contestación de Bruno.

Quiere decir pastel de grajo –explicó Silvia.”

¿No le parece una pedsona amable, hombde señod?

Desde luego que sí –dije yo. Pero el profesor no se percató de mi comentario. Se había puesto un bonito gorro con una larga borla, y se encontraba eligiendo uno de los bastones del otro profesor de una bastonera en una esquina de la habitación.

iniciará la conversación (no se puede beber una botella de vino sin abrirla antes)” Hoje na padaria (4/6/23) um garoto de 3 ou 4 anos recebeu uma água mineral de sua mãe na fila do caixa e pôs-se a virar a garrafa, entornada na boca… Para sua surpresa o líquido não desceu nem molhou sua garganta sedenta, pois a garrafa ainda estava fechada… Tem razão, como se há de beber o vinho sem sacar a rolha?! Parte tão importante quanto ficar bêbado!

Creyó ver volando en torno

a la lámpara un albatros:

mas luego advirtió que era

un sello postal barato.

«Mejor vete a casa –dijo–

¡o acabarás empapado!»

Para entonces habíamos llegado ya hasta el jardinero, quien se hallaba a la pata coja, como de costumbre, regando afanosamente un macizo de flores con una regadera vacía.

¡Pero si no tiene agua! –le explicó Bruno, tirándole de la manga para llamar su atención.

Así pesa menos –repuso el jardinero–. Si está muy llena, el brazo acaba doliendo. –Y siguió con su trabajo, al tiempo que canturreaba para sí:

¡O acabarás empapado!”

No me importaría dejarle salir a usted –dijo el jardinero–. Pero no debo abrir la puerta a los niños. ¿Se cree que desobedecería las reglas? ¡Ni por un chelín y medio!

El profesor extrajo cuidadosamente un par de chelines.

¡Con eso valdrá! –gritó el jardinero, mientras tiraba la regadera por encima del macizo de flores, y sacaba un puñado de llaves: una grande, y varias otras de menor tamaño.

He observado a menudo que una puerta se abre mucho mejor con su propia llave.

La llave grande resultó ser la correcta al primer intento; el jardinero abrió la puerta y extendió la mano para recibir el dinero.

El profesor meneó negativamente la cabeza.”

El jardinero puso cara de no entender nada, y permitió que saliésemos; pero mientras cerraba la puerta detrás de nosotros, lo oímos cantar para sí con aire meditabundo:

Creyó ver una cancela

que con una llave abría,

mas luego advirtió que eran

2 reglas de 3 seguidas.

«¡Y este gran misterio –dijo–

pa mí es claro como el día!»

¡Vaya, vaya! –dijo el bondadoso anciano–. Tal vez os siga, uno de estos días. Pero debo volver, ahora mismo. Veréis, dejé la lectura en una coma, ¡y es un fastidio no saber cómo acaba la frase! Además, el primer sitio por el que tenéis que pasar es Canilandia, y los perros siempre me han puesto un pelín nervioso. Pero viajar será muy sencillo en cuanto haya acabado mi nuevo invento: sirve para transportarse, ¿sabéis? Le falta únicamente un poquitín más de trabajo.

¿No será eso muy cansado, transportarse uno mismo? –inquirió Silvia.

Ah, no, mi niña. Verás, cualquier cansancio que uno sufra por transportar, ¡se lo ahorra siendo transportado! ¡Adiós, preciosos! ¡Adiós, señor! –añadió para mi gran sorpresa, y me estrechó la mano de manera afectuosa.

¡Adiós, profesor! –contesté, mas mi voz sonaba extraña y distante, y los niños no se percataron en lo más mínimo de nuestra despedida. Era evidente que ni me veían ni me oían cuando, abrazados tiernamente el uno al otro, continuaron la marcha con paso audaz.”

¡Ubuf, uof bufuofhau! –gruñó por fin–. ¡Guofbau hauguau ubuf! ¿Bou guaubau guofbufhau? ¿Bou guou? –interpeló a Bruno, con severidad.

Naturalmente Bruno entendió todo aquello, sin excesivos problemas. Todas las hadas entienden el perruno –esto es, la lengua de los perros–. Pero como puede que vosotros lo encontréis un poco difícil, sólo al principio, mejor será que os lo traduzca: «¡Humanos, en verdad lo creo! ¡Un par de humanos perdidos! ¿Qué perro es vuestro amo? ¿Qué queréis?».

Los cortesanos no se fijaron para nada en mí, pero Silvia y Bruno fueron el blanco de muchas miradas inquisitivas, y de numerosos comentarios susurrados, de los cuales sólo alcancé a oír con claridad uno –realizado por un perro salchicha a un amigo suyo–: «Bau guof guauhau uofbau ubuf, ¿au bau?» («Pues no es demasiado fea para ser una humana, ¿no crees?»)”

Ouvi rumores de que Barkhtin é o maior lingüista desta sociedade!

A continuación el centinela rascó violentamente la puerta y profirió un agudo y fuerte ladrido que hizo estremecerse a Bruno de la cabeza a los pies.

¡Uofhau guau! –dijo una voz profunda desde el interior. (Lo que significa «¡Adelante!» en perruno.)”

¿Bou guou? –fue lo primero que preguntó.

¡Cuando su majestad se dirija a vosotros –corrió a susurrarle el centinela a Bruno– deberíais levantar las orejas!

Bruno miró a Silvia con actitud vacilante.

Pdeferiría no hacedlo, pod favod –contestó–. Me dolería.

¡Pero si no duele nada! –dijo el centinela con cierta indignación–. ¡Mira! ¡Se hace así! –Y levantó las orejas como 2 señales ferroviarias.

¡Cuál fue el asombro –por no decir el horror– de todos los allí reunidos, cuando Silvia no hizo otra cosa que acariciarle la cabeza a su majestad, mientras Bruno le agarraba las largas orejas y simulaba atárselas bajo el mentón!

El centinela dejó escapar un fuerte gemido; un hermoso galgo –que al parecer era una de las damas de honor– sufrió un desvanecimiento, y el resto de los cortesanos se apartó a toda prisa, y dejó un amplio espacio para que el enorme terranova se abalanzara sobre los audaces extraños y los despedazara.

Sólo que… no lo hizo. Al contrario, su majestad incluso sonrió –hasta donde puede hacerlo un perro– y (los demás perros no dieron crédito a lo que vieron, pero así ocurrió, de todos modos) ¡meneó la cola!

¡Hau uof auguof! –(Esto es: «¡Jamás vi cosa igual!») fue el grito unánime.

Su majestad echó una mirada severa a su alrededor, y soltó un leve gruñido, que produjo un silencio instantáneo.

¡Conducid a mis amigos a la sala de banquetes! –ordenó, poniendo tanto énfasis en «mis amigos» que varios de los perros no pudieron evitar rodar sobre sus lomos y ponerse a lamer los pies de Bruno.”

Pero era obvio que los niños no tenían mucha práctica en modales palaciegos. Silvia únicamente estrechó la gran pata; Bruno se abrazó a ella; el maestro de ceremonias parecía estupefacto.”

Bueno, un sueñecito no le hará daño –dijo el maestro, que acto seguido se marchó. Apenas pude oír sus palabras, lo cual no es de extrañar: se encontraba apoyado en la borda de un navío, a muchas millas del muelle donde yo estaba. El barco se perdió tras el horizonte, y yo me hundí de nuevo en el sillón.

¡Es un modo de proceder tremendamente inusual, majestad! –exclamó el gruñidor mayor, a punto de ahogarse por el disgusto de ser dejado al margen, dado que se había puesto su mejor traje de gala, confeccionado enteramente con pieles de gato, para la ocasión.

Los escoltaré yo mismo –repitió su majestad, suave pero firmemente, despojándose de las vestiduras reales, y cambiando su corona por otra más pequeña–, y tú puedes permanecer en palacio.

¡Me alegdo! –le susurró Bruno a Silvia cuando estuvieron lo bastante lejos como para que el gruñidor no pudiera oírlos–. ¡Estaba muy enfadadísimo! –Y no sólo acarició a su escolta real, sino que incluso lo abrazó por el cuello exultante de gozo.

¡Es todo un alivio –dijo– alejarse del palacio de cuando en cuando! La realeza perruna lleva una vida insulsa, ¡os lo aseguro! ¿Te supondría…? –y esto se lo dijo a Silvia, en voz baja, y con aspecto de sentirse un poco tímido y avergonzado–. ¿Te supondría mucha molestia lanzar simplemente ese palo para que te lo traiga?

Silvia se quedó por un instante demasiado atónita como para hacer nada: le parecía una imposibilidad monstruosa que un rey quisiera correr detrás de un palo. Pero Bruno estaba a la altura de la ocasión, y con el alegre grito de «¡Venga! ¡Tdáelo, perito bueno!» lo arrojó por encima de un matorral. Un instante después el monarca de Canilandia había saltado las matas, recogido el palo y vuelto al galope con él en la boca a donde estaban los niños. Bruno se lo quitó de manera muy decidida.

¡Pero el trabajo es el trabajo! –dijo el rey canino por fin–. Y yo debo retornar al mío. No podría ir más lejos –agregó, consultando un reloj para perros que colgaba de una cadena alrededor de su cuello–, ¡ni aunque hubiera un gato a la vista!

Se despidieron afectuosamente de su majestad y continuaron adelante, con paso cansado.

¡Estoy casi segura de que son las puertas de Hadalandia! Sé que son totalmente doradas, padre me lo dijo, ¡y brillan tanto, tanto! –agregó en tono soñador.”

Yo sabía, por alguna extraña iluminación mental, que un gran cambio estaba produciéndose en mi dulce amiguita (pues tal me gustaba considerarla) y que estaba trascendiendo la simple condición de duende de Exotilandia para pasar a ser una verdadera hada.

El cambio tardó más en llegar en el caso de Bruno, pero se completó en ambos antes de su llegada a las puertas doradas, a través de las cuales sabía que me sería imposible seguirlos. No pude hacer otra cosa que permanecer fuera y echar una última mirada a los 2 encantadores niños antes de que desapareciesen en su interior y las puertas doradas se cerraran con un potente estruendo.

¡Y menudo estruendo!

¡Nunca se cerrará como una puerta de armario normal! –explicó Arthur–.”

¡Así que ahora debes irte realmente a la cama, anciano! No estás para nada más. Da fe oficial el Dr. Arthur Forester.”

“…La primera vez que te hablé de… –empezó a decir Arthur, tras un largo e incómodo silencio–, es decir, cuando hablamos por primera vez de ella, ya que creo que fuiste tú quien sacó el tema, mi propia situación en la vida me impedía cualquier otra cosa que no fuera adorarla a distancia, y me encontraba dándole vueltas al plan de dejar finalmente este lugar e instalarme en alguna otra parte lejos de cualquier posibilidad de reencontrarme con ella. Esto parecía ser lo único provechoso que podía hacer con mi vida.

¿Y crees que eso habría sido juicioso? –dije yo–. ¿No permitirte esperanza alguna?”

Lo que quería contarte es lo siguiente –continuó su relato–: Esta tarde me han llegado noticias de mi abogado. No puedo entrar en los detalles del asunto, pero el resultado es que mi fortuna material es mucho mayor de lo que pensaba, y me encuentro (o pronto me encontraré) en posición de ofrecerle matrimonio, sin que ello resulte imprudente, a cualquier dama, incluso en el caso de que esta no aportara nada. Y hablando de ella, dudo que lo hiciera: el earl es pobre, según creo. Pero yo dispondría de suficiente para los 2, incluso si nos fallase la salud.

Y en cuanto a… a lady Muriel, a pesar de mis esfuerzos, no logro adivinar sus sentimientos hacia mí. Si hay amor, ¡lo oculta! ¡No, debo esperar, debo esperar!”

Arthur me escribió 1 o 2 veces durante el mes, pero en ninguna de sus cartas había mención alguna a lady Muriel. No obstante, su silencio no era un mal augurio: a mi modo de ver se trataba del comportamiento natural de un enamorado, el cual, aun cuando su corazón estuviese cantando «Es mía», temía plasmar su felicidad en las frías frases de una carta, prefiriendo en cambio esperar a contarlo de palabra. «Sí –pensé–; ¡escucharé su canción victoriosa de sus propios labios!»

¡No esperes demasiado! –contesté en tono alegre–. ¡Un corazón apocado nunca conquistó mujer hermosa!

Quizá sea ese mi problema. Pero de verdad que todavía no me atrevo a decirle nada.

No –replicó Arthur con firmeza–. No ha entregado su corazón a nadie: eso lo sé. Dicho lo cual, si ama a alguien mejor que yo, ¡que así sea! No estropearé su felicidad. El secreto morirá conmigo. Pero ella es mi primer… ¡y mi único amor!

Teme excesivamente su destino

o posee un pequeño desierto,

quien no se atreve a saltar al vacío

aun pudiendo así ganar el cielo.(*)

(*) James Graham (1612-1650), primer marqués de Montrose [tradução adaptada].”

¡No me atrevo a preguntarle si hay otro! –dijo de forma apasionada–. ¡Saberlo me rompería el corazón!

¿Y te parece sensato vivir con la duda? ¡No debes desperdiciar tu vida por un «y si…»!

¡Te digo que no me atrevo!

¿Quieres que lo averigüe yo por ti? –pregunté, con la libertad de un viejo amigo.

¡No, no! –respondió con expresión afligida–. Te ruego que no digas nada. Mejor esperar.

Uno no puede mantener que las hadas nunca son codiciosas, ni egoístas, ni enfadadizas, ni embusteras, porque eso sería absurdo, ¿sabes? Por tanto, ¿no crees que a lo mejor no les vendría mal recibir alguna pequeña reprimenda y castigo de vez en cuando?

De verdad que no veo por qué no debería intentarse, y estoy prácticamente seguro de que, si tan sólo uno pudiese atrapar un hada, y ponerla contra el rincón, y tenerla a pan y agua durante un día o dos, ello descubriría un carácter totalmente mejorado; o le bajaría un poco los humos, en cualquier caso.

La siguiente cuestión es: ¿cuál es la mejor época para ver hadas? Creo que puedo contarte todo lo que hay que saber al respecto.

La primera regla es que debe tratarse de un día realmente caluroso, uno que podamos considerar estable, y tienes que sentirte un poquito somnoliento, pero no tanto como para no poder mantener los ojos abiertos, atención. Deberías sentirte además ligeramente… «feérico», podríamos llamarlo, o «inquieto»; los escoceses dicen eerie, y quizá sea una palabra más bonita; si no sabes lo que significa, me temo que me resulta prácticamente imposible de explicar; habrás de esperar a encontrarte con un hada, y entonces lo sabrás.

Y la última regla es que los grillos no deberían estar cantando. No puedo detenerme a explicarlo; tendrás que fiarte por el momento.

De modo que, si todas estas cosas se dan al mismo tiempo, tienes muchas posibilidades de ver un hada, o, al menos, bastantes más que si no fuera así.

Lo primero que advertí, mientras paseaba ociosamente por un claro en el bosque, fue que había un escarabajo de gran tamaño, tendido boca arriba en el suelo, que luchaba por darse la vuelta, y me agaché sobre una rodilla para ayudar a la pobre criatura. Con algunas cosas, ¿sabes?, uno nunca puede estar totalmente seguro de lo qué le gustaría a un insecto: por ejemplo, me vería incapaz de decidir, suponiendo que yo fuera una polilla, si preferiría que me mantuviesen apartado de la vela o que me dejaran volar directamente hasta ella y quemarme; (…) pero sí guardo la absoluta certeza de que si fuera un escarabajo y hubiese rodado sobre mi caparazón hasta quedar panza arriba, estaría siempre encantado de que me ayudasen a levantarme.”

Puedo decirte, además, que no tenía alas (no creo en las hadas aladas) y que poseía un abundante cabello largo y castaño y unos grandes y sinceros ojos del mismo color, y con esto he hecho todo lo que he podido para darte una idea de cómo era.

Silvia (averigüé su nombre más tarde) se había arrodillado, como estaba haciendo yo, para ayudar al escarabajo, pero a ella le hizo falta algo más que un palito para ponerlo de nuevo sobre sus patas; no pudo hacer otra cosa que, con ambos brazos, empujar al pesado insecto sobre su costado, y mientras lo hacía no paró de hablarle, medio regañándolo y medio consolándolo, como haría una niñera con un niño que se hubiese caído al suelo.”

Silvia miniatura

…¿Y de qué sirve tener 6 patas, querido, si cuando quedas panza arriba sólo puedes agitarlas en el aire? Las piernas están pensadas para caminar con ellas, ¿sabes? No empieces ya a sacar las alas; aún no he acabado. Ve a ver a la rana que vive detrás de ese ranúnculo y dale saludos de mi parte, de Silvia… ¿puedes decir «saludos»?

Y ahora tengo tiempo para hablarte de la regla sobre los grillos. Siempre cesan de cantar cuando pasa un hada, porque un hada es una especie de reina para ellos, supongo –en cualquier caso es un ser mucho más grande que un grillo–; así que siempre que estés dando un paseo y los grillos dejen repentinamente de cantar, puedes estar seguro de que están viendo un hada.”

“–soy todo un erudito en historia natural, ¿sabes? (por ejemplo, siempre puedo diferenciar a los gatos de los patos de un solo vistazo)–”

A la sazón, en un instante, un destello de luz interior pareció iluminar una parte de mi vida que prácticamente había quedado en el olvido: las extrañas visiones que había experimentado durante mi viaje a Elveston, y pensé, súbitamente dichoso: «¡Aquellas visiones están destinadas a tener relación con mi vida real!».

Para entonces, aquella sensación de «inquietud» había regresado, y de pronto observé que no había ningún grillo cantando, así que me entró la completa certeza de que «Bruno» andaba muy cerca, por alguna parte.

Y así era: tan cerca que a punto había estado de pisarlo sin darme cuenta; lo cual habría sido terrible, suponiendo claro está que resulte posible pisar un hada: mi creencia es que su naturaleza es similar a la de los fuegos fatuos, y a estos no hay forma de pisarlos.

Piensa en algún niño de gran hermosura que conozcas, con mejillas sonrosadas, grandes ojos oscuros y pelo castaño y revuelto, e imagina después que es lo bastante pequeño como para caber sin dificultad en una taza de café, y tendrás una imagen muy atinada de él.

¿Cómo te llamas, pequeño? –fue lo primero que dije, con voz tan suave como pude. Y, por cierto, ¿por qué razón iniciamos siempre las conversaciones con niños pequeños preguntándoles sus nombres? ¿Es porque pensamos que un nombre ayudará a hacerlos un poco mayores? Nunca se te ha ocurrido preguntárselo a un hombre adulto real, ¿eh?, ¿a que no? Empero fuese cual fuese el motivo, sentí la absoluta necesidad de saber su nombre; de modo que, como no respondió a mi pregunta, la repetí un poco más fuerte–: ¿Cómo te llamas, jovencito?

¿Y usted? –contestó, sin alzar la vista.

Le dije mi nombre con modales muy delicados, ya que era demasiado pequeño como para enfadarme con él.

¿Duque de Algo? –preguntó, mirándome durante sólo un instante, para luego seguir con lo que estaba haciendo.

De nada –dije, levemente avergonzado por tener que confesarlo.

Es usted lo bastante gdande para sed 2 duques –comentó la criaturita–. Supongo que entonces será sid algo, ¿no?

No –respondí, con creciente vergüenza–. No poseo ningún título.

(…)

Dime cómo te llamas, por favor.

Bduno –contestó en el acto el pequeñín–. ¿Pod qué no lo pdeguntó antes «pod favod»?

(…)

¿Eres una de las hadas que enseñan a los niños a ser buenos?

Bueno, a veces tenemos que hacedlo –dijo Bruno–, y es un fastidio enodme. –Al decir esto, partió salvajemente por la mitad un pensamiento silvestre y pisoteó los trozos.

¿Qué es lo que estás haciendo, Bruno? –pregunté.

Estdopead el jaddín de Silvia –fue su única respuesta en un principio. Pero a medida que seguía rompiendo las flores, refunfuñó para sí–: Esa gduñona mala… no quiso dejadme id a jugad esta mañana… dijo que tenía que acabad antes mis leciones… ¡cómo no! ¡Pero voy a chinchadla bien!

¡Oh, Bruno, no deberías hacer eso! –exclamé–. ¿No sabes que eso es vengarse? ¡Y la venganza es algo malvado, cruel y peligroso!

¿Ven-gansa? –dijo Bruno–. ¡Qué palabda más divedtida! Supongo que dice que es cduel y peligorosa podque si la gansa se acedcara demasiado, ¡podería acabad en la olla!

Se cayó –repitió Bruno, muy serio–, y si alguna vez viera a una oruga caedse, sabdía que es una cosa muy seriísima, y no estaría ahí sentado sondiendo… ¡y ya no le voy a contad nada más!

Tienes toda la razón, Bruno, he sonreído sin querer. ¿Ves?, ya vuelvo a estar totalmente serio.

Me lavo la cara de vez en cuando, ¿sabes, Bruno? La luna nunca lo hace.

¡Oh, ya lo sé! –exclamó Bruno, y se inclinó hacia delante y añadió en un susurro cargado de solemnidad–. La cara de la luna se ensucia más y más cada noche, hasta que se pone totalmente negda. Y entonces, cuando está sucia del todo, así –se pasó la mano por sus propias mejillas sonrosadas mientras hablaba–, se la lava.

Eres prácticamente la primera hada que he visto en mi vida. ¿Alguna vez has visto a otra persona aparte de mí?

¡Un montón! –dijo Bruno–. Las vemos cuando vamos andando pod el camino.

Pero ellas no pueden veros a vosotras. ¿Cómo es que nunca os pisan?

No pueden pisadnos –explicó Bruno, con cara de estar divirtiéndose con mi ignorancia–. Mire, imagínese que está caminando pod aquí… así –dijo haciendo unas pequeñas marcas en el suelo–, y que hay un hada, que soy yo, caminando pod aquí. Muy bien, entonces pone un pie aquí, y otdo pie aquí, así que no pisa al hada.

La explicación no parecía mala del todo, pero no me convenció.

¿Y por qué no iba a poner el pie donde está el hada?

No sé pod qué –contestó el pequeñajo en tono pensativo–, pero sí sé que no lo haría. Nunca nadie ha pisado un hada.

Me invitaron una vez, la semana pasada –asintió Bruno, con gran circunspección–. Fue para lavad las fuentes de sopa… digo, las fuentes de queso…. me hizo sentid bastante impodtante. Y sedví en la mesa. Y cometí apenas un solo fallo.

¿Cuál fue? –dije–. No te dé vergüenza contármelo.

Sólo que llevé unas tijeras para codtad la tednera –reveló Bruno con despreocupación–. Pero lo que me hizo sentid más impodtante fue que ¡le llevé al dey una vaso de sidda!

¡Qué importante! –exclamé, mordiéndome el labio para contener la risa.

¡A que sí! –añadió Bruno con mucha seriedad–. ¡No todo el mundo ha tenido un honod como ese!, ¿sabe?

Aquello hizo que me pusiera a pensar en las diversas excentricidades que calificamos de «un honor» en este mundo, pero que, después de todo, no poseen ni un ápice más de honor que del que disfrutó Bruno cuando le llevó al rey un vaso de sidra.

¿Qué hace con un zoro cuando lo tiene? –replicó Bruno–. Sé que vosotdos los gdandullones cazáis zoros.

Traté de pensar en alguna buena razón por la que los «grandullones» debiéramos cazar zorros y él no cazara caracoles, pero no se me ocurrió ninguna; de manera que dije, finalmente:

Bueno, supongo que tanto dan unos como otros. Iré a cazar caracoles algún día.

Cdeía que no sería tan tonto –soltó Bruno– como para id usted solo a cazad caracoles. Sin alguien que lo sujetase del otdo cuedno, ¡nunca conseguiría atdapad a uno!

Pues claro que no iré solo –contesté, totalmente serio–. Por cierto, ¿son los caracoles de ese tipo los mejores para la caza, o recomiendas los que no tienen concha?

Oh, no, nunca cazamos los que no tienen concha –explicó Bruno, estremeciéndose ligeramente ante la idea–. Siempde se enfadan un montón cuando lo haces y, además, si te caes encima, ¡están muy pejagosísimos!

Adelante –contesté yo–; me encantan las canciones.

¿Qué canción quiere? –inquirió Bruno, a la vez que tiraba del ratón hasta un sitio desde el que pudiera verme bien–. La más bonita es «Dan, dan». Era imposible resistirse a una indirecta tan clara como aquella; no obstante, fingí reflexionar durante un momento, y luego dije:

Pues esa es mi favorita.

Eso demuestda que entiende de música –comentó Bruno, con un gesto de agrado–. ¿Cuántas campanillas le gustaría escuchad? –Y se metió el pulgar en la boca para ayudarme a pensarlo.

Bduno” no “sofá-de-rato”

Nunca antes había escuchado música floral –no creo que resulte posible, a no ser que se esté en el estado de «inquietud»– y no sé muy bien de qué modo darte una idea de cómo era, salvo diciendo que sonaba como un repique de campanas a mil millas de distancia.”

¡Levanta! Muere el día.

Los búhos ululan, ¡dan, dan!

¡Despierta! En el lago,

los elfos ya tocan, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡cantan, tan, tan!”

El dey de las hadas es Oberón, y vive al otdo lado del lago, y a veces lo cduza en una pequeña badca, y nosotdos vamos a decibidlo; y entonces cantamos esta canción, ¿sabe?

¿Y luego cenáis con él? –dije yo, de manera pícara.

No debería hablad –replicó Bruno con irritación–; interumpe la canción.

Le dije que no volvería a hacerlo.

Yo nunca hablo cuando estoy cantando –continuó, muy serio–, así que usted tampoco debería. –Después afinó las campanillas una vez más, y entonó:

¡Escucha! Por aquí y allá

las notas convocan, ¡dan, dan!

En los rápidos alegres

las campanas doblan, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡trinan, nan, nan!

¡Contempla! En las ramas

qué faroles brillan, ¡dan, dan!

Son ojos de moscones

que la cena alumbran, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡bailan, lan, lan!

¡Deprisa! Prueba y gusta

las viandas que esperan, ¡dan, dan!

La melaza se guarda…

¡Silencio, Bruno! –interrumpí con un susurro de alerta–. ¡Viene Silvia!

Aunque por qué estos dos niños que nunca antes habían sido tan felices debían estar llorando me resultaba un misterio.

Yo me encontraba muy feliz igualmente, pero naturalmente no lloré: los «grandullones» nunca lo hacen, ya sabes –les dejamos todo eso a las hadas–. Aunque creo que debía de estar lloviendo un poco justo en ese momento, pues descubrí unas pocas gotas sobre mis mejillas.”

Entonces se alejaron de allí juntos con paso tranquilo y en actitud cariñosa, internándose entre los ranúnculos, cada uno rodeando al otro con el brazo, susurrando y riendo por el camino, y sin volver la mirada hacia este pobre narrador ni una sola vez. Bueno sí, una: justo antes de que los perdiera totalmente de vista, Bruno giró un poco la cabeza y se despidió descaradamente con un leve movimiento de la misma. Y ese fue el único agradecimiento que recibí por las molestias que me había tomado. Lo último que vi de ellos fue esto: Silvia estaba inclinándose abrazada al cuello de su hermano, diciéndole al oído en tono persuasivo: «¿Sabes, Bruno? He olvidado por completo esa palabra tan difícil. Dila otra vez. ¡Vamos! ¡Sólo una vez, cariño!».

Pero Bruno no quiso volver a intentarlo.”

la «hora bruja» de las 5 ya había llegado, y sabía que los encontraría preparados para tomar una taza de té y charlar tranquilamente.

Lady Muriel y su padre me brindaron una bienvenida deliciosamente cálida. No eran del tipo de gente que lo recibe a uno en salones decorados a la última moda, que ocultan cualquier sentimiento de esa clase que por un casual pudieran albergar bajo la impenetrable máscara de una placidez convencional. El hombre de la máscara de hierro¹ era, no cabe duda, una rareza y una maravilla en su propia época: ¡en el Londres moderno nadie volvería la cabeza para cerciorarse de lo que había visto! No, estas eran personas auténticas. Cuando parecían estar contentos, era porque realmente lo estaban”

¹ Dumas

¡…y traiga con usted, si es posible, al doctor Forester! Estoy segura de que le sentaría bien un día en el campo. Me temo que estudia demasiado…

Tuve «en la punta de la lengua» el decirle: «¡La belleza de usted es su única materia de estudio!», pero me la mordí justo a tiempo, con una sensación similar a la de alguien que, al cruzar la calle, ha estado a punto de verse arrollado por un cabriolé.

…y pienso que lleva una vida muy solitaria –continuó diciendo ella, con una dulce seriedad que no permitía sospecha alguna de un doble sentido–. ¡Convénzalo para que venga! Y no olvide el día: el martes siguiente al que viene. Podemos llevarlos nosotros. Sería una pena que fueran en tren: ¡el paisaje del camino es tan bonito! Y en nuestro carruaje descubierto caben justamente 4 personas.

¡Oh, le convenceré! –dije con confianza, pensando que, en caso de querer evitar que fuera, ¡habría de recurrir a toda mi capacidad de persuasión!

El picnic tendría lugar en 10 días, y aunque Arthur aceptó de inmediato la invitación que le llevé, nada de lo que yo pudiera decirle lo animaría a hacer una visita –ni solo ni con mi compañía– al earl y su hija en el ínterin. No; temía «desgastar su hospitalidad», dijo; que ya «lo habían visto suficiente por el momento» y, cuando al fin llegó el día de la excursión, se encontraba tan puerilmente nervioso e incómodo que creí conveniente organizarnos de manera que fuésemos a la casa cada uno por nuestra cuenta, siendo mi intención llegar algo más tarde que él, con objeto de darle tiempo para recuperarse del encuentro.

«Y este claro –me dije– parece traer a mi memoria algo que no puedo recordar con claridad: ¡tiene que ser el lugar donde vi a aquellos niños-hada!»

Me faltan palabras para describir la belleza del pequeño grupo, acostado en una zona musgosa sobre el tronco del árbol caído, con el que tropezó mi mirada ansiosa: Silvia reclinada con el codo hundido en el musgo, y su carrillo sonrosado descansando sobre la palma de su mano, mientras Bruno yacía a sus pies con la cabeza en el regazo de su hermana.”

No es que les tenga manía –dijo Bruno en tono despreocupado–, pero pdefiero los animales dectos.

Pero bien que te gustan los perros cuando agitan la cola –lo interrumpió Silvia–. ¡No lo niegues, Bruno!

Un pero tiene más cosas, ¿veddad que sí, hombde señod? –recurrió Bruno a mí–. ¿A que no le gustaría tened un pero con sólo cabeza y cola?

Reconocí que un perro de ese tipo resultaría poco interesante.

No hay ningún perro así –apuntó Silvia con gesto pensativo.

¡Pero lo habdía –exclamó Bruno– si el pdofesod lo acodtara para nosotdos!

¿Acortarlo? –dije yo–. Eso es nuevo. ¿Cómo lo hace?

Tiene una curiosa máquina… –empezó a explicar Silvia.

Una máquina muy curiosísima –la cortó Bruno, que no estaba en absoluto dispuesto a dejar que le robaran la historia–, y si mete unacosaoloquesea pod un extdemo, ¿sabe?, y el pdofesod le da a la manivela, ¡sale supedcodto pod el otdo lado!

Y un día, cuando estábamos en Exotilandia, ¿sabe?, antes de venid a Hadalandia, Silvia y yo le llevamos un gdan cocoddilo. Y él lo acodtó para nosotdos. ¡Qué pinta más gdaciosa tenía! No dejaba de mirad a su aldededod, diciendo: «¿Adónde ha ido el desto de mí?». Y entonces puso unos ojos tdistes…

Los 2 ojos no –interrumpió Silvia.

¡Claro que no! –dijo el pequeñín–. Sólo el que no podía ved adónde había ido el desto de él. Pero el ojo que sí podía…

¿Cómo de corto era el cocodrilo? –pregunté, pues la historia se estaba enrevesando un poco.

La mitad que cuando lo cogimos; así –indicó Bruno, extendiendo sus brazos al máximo.

Traté de realizar el cálculo de cuánto era aquello, pero me resultaba demasiado difícil. ¡Por favor, querido y pequeño lector, hazlo tú por mí!

Pero no dejaríais a la pobre criatura así de corta, ¿no?

No. Silvia y yo lo hicimos pasad otda vez pod la máquina y lo estiramos hasta… hasta… ¿cuánto fue, Silvia?

Dos veces y media su longitud, y un poquitín más –señaló Silvia.

Imagino que no preferiría estar así a de la otra forma, ¿me equivoco?

¡Oh, sí que lo hacía! –interpuso Bruno–. ¡Estaba odgulloso de su nueva cola! ¡Jamás vio un cocoddilo más odgulloso! Era capaz de girad sobde sí mismo y subid andando pod su cola, y pod su lomo, ¡hasta llegad a su cabeza!

Hasta la misma cabeza no –dijo Silvia–. Eso es imposible, ¿sabes?

¡Oh, pero una vez lo hizo! –exclamó Bruno en tono triunfante–. Tú no lo viste, ¡pero yo sí! Caminaba de puntillas, para no despedtadse a sí mismo, podque cdeía que estaba dodmido. Y se subió con las 2 patas a su cola. Y andó y andó pod su lomo, y luego pod su fdente. ¡Y una pizquitina pod su nariz! ¡Ahí lo tienes!

Aquello era mucho peor que el rompecabezas anterior. ¡Por favor, querido niño, ayúdame otra vez!

¡Pues yo no me creo que ningún cocodrilo haya caminado nunca sobre su propia frente! –gritó Silvia, demasiado alterada por la controversia como para limitar el número de sus negaciones.

¡No sabes pod qué lo hizo! –replicó desdeñoso su hermano–. Tenía un muy buen motivo. Oí que dijo: «¿Qué me impide caminad sobde mi pdopia fdente?». Así que naturalmente lo hizo, ¿sabes?

Si ese es buen motivo, Bruno –tercié yo–, ¿qué te impide a ti trepar a ese árbol?

“…¡Es que 2 pedsonas no pueden hablad cómodamente, cuando una está tdepando a un ádbol, y la otda no!

A mí me parecía que una conversación difícilmente podía resultar «cómoda» en mitad de una escalada a un árbol, incluso si ambas personas estaban haciéndolo; pero oponerse a cualquier teoría de Bruno entrañaba un claro peligro, así que pensé que era mejor dejar pasar la cuestión, y pedir que me hablaran de la máquina que alargaba cosas.”

¡Escrito! –susurró Silvia.

Hum…, habíamos escdibidito una canción infantil, y el pdofesod la espachoró para nosotdos para que fuera más ladga. Decía: «Había un hombdecito, que tenía un tdabuquito, y las balas…».

Sé cómo sigue –interrumpí–. ¿Pero os importaría recitármela alargada?… quiero decir, tal como salió del rodillo.

Le pediremos al profesor que se la cante –dijo Silvia–. Recitársela sería estropearla.

Me gustaría conocer al profesor –apunté yo–. Y que todos vinierais conmigo para ver a unos amigos míos que viven cerca de aquí. ¿Os gustaría?

No creo que al profesor le apetezca –contestó Silvia–. Es muy tímido. Pero a nosotros nos encantaría. Aunque sería mejor que no fuésemos con este tamaño, ¿sabe?

La dificultad ya se me había pasado por la cabeza, y tenía la sensación de que quizá resultaría ligeramente embarazoso presentar en sociedad a 2 amigos tan diminutos.

¿Y qué tamaño tendréis? –inquirí.

Lo mejor es que vayamos como… niños normales –contestó Silvia con aire pensativo–. Es el tamaño más fácil de lograr.

¿Sería posible que vinieseis hoy? –dije, pensando: «¡Entonces podríais estar presentes en el picnic!».

Silvia lo meditó unos instantes.

Hoy no –contestó–. No hemos preparado las cosas. Iremos… el próximo martes, si quiere. Y ahora, Bruno, ya es hora de que vayas a estudiar tus lecciones.

¡Ah, pero eso ya lo has hecho! –exclamó Silvia de manera alegremente triunfante.

¡Pues entonces te «desbesaré»! –Y se colgó del cuello de su hermana con ambos brazos para esta novedosa, pero aparentemente no muy dolorosa, operación.

¡Se parece mucho a besar! –observó Silvia, tan pronto como sus labios se vieron otra vez libres para el habla.

¡No tienes ni idea! ¡Te he quitado un beso con otdo! –respondió Bruno de forma muy severa, mientras se alejaba.

Muy bien –asentí yo–, que sea el martes que viene. ¿Pero dónde está el profesor? ¿Fue con vosotros a Hadalandia?

No –dijo Silvia–. Pero prometió que vendría a vernos, algún día. Está preparando su charla. Así que tiene que quedarse en casa.

¿En casa? –repetí yo como si me hallara en un sueño, sin estar del todo seguro de qué había dicho ella.

Sí, señor. El lord y lady Muriel están en casa. Haga el favor de seguirme.

No hubo necesidad de que yo mantuviera viva la conversación. Lady Muriel y Arthur se hallaban claramente en ese estado sumamente placentero en el que uno no ha de ponderar cada pensamiento, al acudir este a los labios, con el miedo de que «esto no será bien recibido… esto ofenderá… esto dará una impresión demasiado seria… esto parecerá frívolo»; como amigos que se conociesen de toda la vida, en total sintonía, su charla se desgranaba sin interrupción.”

“—«¿Qué nos impide?» ¡Qué argumento más auténticamente femenino! –rio Arthur–. ¡Una dama nunca sabe sobre qué lado recae el onus probandi… la carga de la prueba!”

¿Por qué debería despojar a mi vecino

de sus bienes contra su voluntad?”

(*) “Isaac Watts (1674-1748): poeta, teólogo, pedagogo y lógico inglés, considerado el padre de la composición de himnos litúrgicos en su lengua. Los versos presentados forman parte de un grupo de canciones moralizantes dirigidas a niños, una de sus temáticas predilectas como escritor. Carroll parodió en Alicia en el País de las Maravillas uno de sus poemas más conocidos durante la era victoriana: «Contra la holgazanería y las pillerías». [N. del T.]

«Despojo a mi vecino de sus bienes porque los quiero para mí. ¡Y lo hago contra su voluntad porque no hay ninguna posibilidad de que consienta a ello!»

«¿Qué me impide caminar sobre mi propia frente?»

Quienquiera que fuese, ¡espero que lo conozcamos en el picnic! –dijo lady Muriel–. Es una cuestión mucho más interesante que: «¿No resultan pintorescas estas ruinas?», «¿No son adorables esos tonos otoñales?». ¡Tendré que responder a esas 2 preguntas 10 veces, como mínimo, esta tarde!

¡Ese es uno de los suplicios de la sociedad! –apuntó Arthur–. ¿Por qué no puede la gente dejarle a uno disfrutar de las maravillas de la naturaleza sin tener que decirlo a cada momento? ¿Por qué debería ser la vida un largo catecismo?

Culpa de los poetas!

Pues en una galería de arte resulta igual de horrible –observó el earl–. Visité la Real Academia de las Artes el pasado mayo, con un joven artista presuntuoso: ¡y a qué tormento me sometió! No me habría molestado que criticara los cuadros él solo, pero tenía que mostrarme de acuerdo con él… o de lo contrario haber discutido, ¡lo cual habría sido peor!

¿Es que alguna vez ha conocido a un hombre presuntuoso que alabara un cuadro? Aparte de pasar desapercibido, ¡lo que más teme es ver demostrada su falibilidad! Si elogias un cuadro una vez, tu reputación de infalible pende de un hilo. Supongamos que se trata de un cuadro figurativo y te atreves a decir que «dibuja bien». Alguien le toma las medidas y descubre que una de las proporciones es incorrecta en 3 milímetros. ¡Estás acabado como crítico! «¿No dijiste que dibujaba bien?», preguntan tus amigos con sarcasmo, mientras agachas la cabeza y te sonrojas. No. El único camino seguro, en caso de que alguien diga que «dibuja bien», es encogerse de hombros. «¿Que si dibuja bien?», repites con aire pensativo. «¡Ja!». ¡Esa es la manera de convertirse en un gran crítico!

El orador era un hombre corpulento, cuyo rostro amplio, chato y pálido quedaba delimitado al norte por un flequillito, al este y al oeste por unas patillitas, y al sur por una barbita, que en conjunto componían un halo uniforme de pequeñas cerdas color marrón claro. Sus facciones estaban tan desprovistas de expresión que no pude evitar decir para mis adentros –de manera irreprimible, como atrapado en una pesadilla–: «sólo están esbozadas, ¡aún no han recibido los toques finales!».

¡Oh, qué arquitecto más talentoso! –murmuró Arthur de forma inaudible, salvo para mí y lady Muriel–. ¡Capaz de predecir el efecto exacto que tendría su obra, una vez en ruinas, siglos después de su muerte!”

¡pero un fondo sin neblina, ya saben, resulta sencillamente burdo! Sí, ¡necesitamos la indefinición!”

PROGRAMA ESTÉTICO DE ÍNDIO

Desde su punto de vista, es una aserción correcta. Pero para cualquiera con alma para el arte, una visión así es ridícula. La naturaleza es una cosa. El arte, otra. La naturaleza nos muestra el mundo tal cual es. Pero el arte, como nos dice un autor latino… el arte, sabe usted… he olvidado las palabras…

Ars est celare Naturam –interpuso Arthur con deliciosa prontitud.

¡Qué ruinas más encantadoras! –dijo a voz en grito una joven dama con anteojos, la personificación misma del progreso de la razón, mirando a lady Muriel, como adecuada destinataria de todos los comentarios realmente originales–. ¿Y no le parecen admirables esos tonos otoñales de los árboles? ¡A mí sí, profundamente!

¿Y no es sorprendente –continuó la joven dama, pasando con asombrosa celeridad del sentimiento a la ciencia– que el simple impacto de ciertos rayos de colores en la retina nos proporcione un placer tan exquisito?

¿Ha estudiado usted entonces fisiología? –inquirió cortésmente cierto médico de joven edad.

Arthur esbozó una sonrisa.

Entonces, ¿nunca ha oído la teoría de que el cerebro también está invertido?

¡Desde luego que no! ¡Qué hecho más hermoso! ¿Pero cómo puede demostrarse?

Así –contestó Arthur, con toda la seriedad de 10 profesores fundidos en uno–: lo que llamamos «vértice» del cerebro es en realidad su «base», y viceversa; es una simple cuestión de nomenclatura. Este último polisílabo zanjó la cuestión.

Nos «servimos» nosotros mismos, ya que la bárbara costumbre moderna (que combina 2 cosas buenas de tal modo que asegura las incomodidades de ambas y las ventajas de ninguna) de ir de picnic con sirvientes que lo atiendan a uno, no había llegado aún a aquella apartada región, y naturalmente los caballeros ni siquiera ocuparon sus sitios hasta que las damas estuvieron debidamente provistas de todas las comodidades imaginables. Entonces me aprovisioné de un plato de algo sólido y un vaso de algo líquido y encontré un hueco para sentarme al lado de lady Muriel.

Lo habían dejado libre, al parecer, para Arthur, en su calidad de extraño distinguido, pero a este le había entrado la timidez y se había colocado junto a la joven dama con anteojos, cuya voz chirriante ya había desatado sobre la sociedad frases de tal ominosidad como «¡el hombre es un conjunto de rasgos de personalidad!» o «¡lo objetivo es alcanzable únicamente a través de lo subjetivo!», las cuales Arthur estaba soportando con coraje; pero varios de los rostros presentaban expresiones alarmantes, por lo que consideré que era hora de introducir algún tema menos metafísico.”

No hay nada que un niño bien regulado odie tanto como la regularidad. Pienso que un muchacho realmente sano disfrutaría enormemente de la gramática griega… ¡si tan sólo pudiera aprenderla cabeza abajo!”

«A cada uno sus sufrimientos, todos son hombres»

—…¡Imagínese, no gustarle una criatura tan adorable y tan persuasiva y asfixiantemente cariñosa como una serpiente!

¡Que no le gustan las serpientes! –exclamé–. ¿Acaso es algo así posible?

No, no le gustan –repitió con una fingida seriedad que realzaba su atractivo–. No les tiene miedo, ¿sabe? Pero no le gustan. ¡Dice que se agitan demasiado!

Me encontraba más sorprendido de lo que quería admitir. Había algo tan asombroso en este eco de las mismas palabras que había oído escasas horas antes de labios de aquel duendecillo del bosque, que sólo por medio de un gran esfuerzo logré decir, en tono despreocupado:

Muriel, que no era una de esas cantantes que consideran de rigueur negarse a cantar hasta que no se lo han pedido 3 o 4 veces, y han alegado falta de memoria, pérdida de voz y otras razones conclusivas para su silencio, comenzó de inmediato:

Tres tejones hay sobre un pedrusco musgoso

junto a una oscura vereda:

cada uno sueña que es un monarca en su trono,

por lo que no hay quien los mueva.

Aunque su viejo padre languidezca solo,

no hay forma de que se muevan.

Tres sardinas que rondan en torno a la roca

anhelan sentarse arriba:

cada una intenta plasmar en trémulas notas

su hallazgo, que endulzaría,

piensan, su vida. Así pues, con voces rotas,

gimen y se desgañitan.

«¡Tejón, sus hijos se han extraviado, me temo.

¡Y las mías me han dejado!»

«Pues sí –respondió aquel–; está usted en lo cierto.

Muy poco los vigilamos.»

Y así los pobres padres mataron el tiempo,

llorando desconsolados.

En ese momento, Bruno paró súbitamente de cantar. —La canción de las saddinas necesita otda melodía, Silvia –dijo–. Y yo no puedo cantadla ¡si no la tocas para mí!

Silvia se sentó al momento sobre un champiñón diminuto que crecía casualmente frente a una margarita, como si esta fuese el instrumento musical más corriente del mundo, y se puso a tocar los pétalos a la manera de teclas de órgano. ¡Y qué música tan deliciosa y diminuta producían!”

Y si, en una ocasión diferente

de escenario florido e intrascendente,

pudiera elegir qué quiero cenar,

«¡Pide por esa boca tu manjar!».

Oh, veo enseguida

qué vida tendría:

¡del pudin de Ipergis probar ración

con una copa de suave Acigón!

Ya puedes dejad de tocad, Silvia. Puedo haced la otda melodía mucho mejod sin acompasamiento.

Quiere decir «sin acompañamiento» –susurró Silvia, sonriendo ante mi cara de perplejidad; luego simuló cerrar los registros del órgano.

(y era su deseo): «¡Oh, las colas prenderles

con pincitas a montones!»

Debería mencionar que señaló los paréntesis, en el aire, con el dedo. Me pareció un plan estupendo. Ya sabes que no hay sonido que los represente, como tampoco lo hay para una pregunta.

Imagina que le has dicho a tu amigo: «Hoy estás mejor», y que quieres que entienda que le estás haciendo una pregunta; ¿qué puede ser más sencillo que dibujar simplemente un «?» en el aire con el dedo? ¡Te entendería enseguida

«¡Oh, sardinillas traviesas –gritó el menor–, con aletas vagabundas!»

Y los tejones trotaron hasta la playa

que bordeaba la bahía.

Cada uno en la boca una sardina llevaba

exultante de alegría,

cuyas voces sobre las olas resonaban:

«¡Hurra, hurra! ¡Viva, viva!».”

Y yo no pude evitar desear que existiese una regla tal en la sociedad que estableciera que, al finalizar una canción, el propio cantante debía decir lo que se esperaba y no dejárselo al público. Supongamos que una joven dama acaba de gorgoritear («con voces rotas») la exquisita letra de Shelley «I arise from dreams of thee»: ¡cuánto más agradable sería que, en vez de tener que decir uno «¡Oh, gracias, gracias!», que fuera la joven dama la que hiciese el comentario, mientras se pone los guantes y las apasionadas palabras «¡Oh, apriétalo contra el tuyo o terminará por romperse!» aún resuenan en los oídos!”

¡Sabía que pasaría! –añadió ella en voz baja, a la vez que yo daba un respingo por el repentino estrépito del cristal roto–. Ha estado usted el último minuto sujetando la copa de lado, ¡y dejando que se derramara todo el champán! ¿Se había dormido? ¡Siento muchísimo que mi canción haya tenido un efecto tan narcótico!

«Primero reunir un conjunto de hechos y después elaborar una teoría.» Ese, según creo, es el auténtico método científico. Me incorporé, froté mis ojos y empecé a reunir hechos.”

Y ahora, ¿qué teoría de profundo y largo alcance había de elaborar a partir de ellos? El investigador se sintió confundido. ¡Un momento! Un hecho había escapado a su atención. En tanto que todos los demás se encontraban en grupos de 2 y 3 personas, Arthur se hallaba solo; mientras todas las lenguas estaban hablando, la suya en cambio permanecía en silencio; todos los rostros mostraban alegría, pero el suyo estaba sombrío y apesadumbrado. ¡Eso sí que era un hecho! El investigador pensó que debía elaborarse una teoría sin demora.

Lady Muriel se había levantado y dejado el grupo hacía unos instantes. ¿Podía ser esa la causa de su abatimiento? La teoría apenas alcanzaba la categoría de hipótesis de trabajo. Claramente, se requerían más hechos.”

Pues lady Muriel había ido a recibir a un extraño caballero, apenas visible en la distancia; y luego regresó con él, hablando ambos de manera entregada y gozosa, como viejos amigos largo tiempo separados; y después fue de un grupo a otro, presentando al nuevo héroe del momento; y él, joven, alto y apuesto, se movía a su lado con gracia, y el porte erguido y el paso firme de un soldado. Ciertamente, ¡la teoría no auguraba nada bueno para Arthur! Su mirada se cruzó con la mía, y vino hasta donde me encontraba.

Es muy apuesto –opiné.

¡Odiosamente apuesto! –murmuró Arthur; luego sus propias palabras de amargura le hicieron sonreír–. ¡Suerte que sólo me has oído tú!

Doctor Forester –dijo lady Muriel, que acababa de unírsenos–, permita que le presente a mi primo Eric Lindon… el capitán Lindon, debería decir.

Arthur se deshizo de su malhumor de forma total e inmediata al levantarse para ofrecer su mano al joven soldado.

He oído hablar de usted –dijo–. Me alegro mucho de conocer al primo de lady Muriel.”

El semblante de Arthur volvió a ensombrecerse, y pude adivinar que fue únicamente para distraer sus pensamientos que ocupó de nuevo su sitio junto a la joven dama metafísica, y retomó su interrumpida conversación.”

Hablando de Herbert Spencer –empezó–, ¿de veras no encuentra ninguna dificultad lógica en considerar la naturaleza como un proceso de involución, que va de la homogeneidad coherente definida a la heterogeneidad incoherente indefinida?

«las cosas que son mayores que una misma cosa son mayores entre sí»(*)

(*) Carroll recoge aquí (según explica en el prefacio de La conclusión de Silvia y Bruno) una perversión estudiantil de la primera noción común o primer axioma de los Elementos de Euclides, que afirma que «las cosas que son iguales a una misma cosa son iguales entre sí». [N. del T.]

Pero otras mentes quizá necesiten algún no-sé-qué lógico… se me olvidan los términos técnicos.

Para un argumento lógico completo –empezó Arthur con admirable solemnidad–, necesitamos 2 prememas

(…)

¿Pero qué nombre recibe el argumento en su conjunto?

Un silogilismo.(*)

¡Ah, claro! Ya me acuerdo. Pero no necesito un silogilismo, sabe usted, para demostrar el axioma matemático que ha mencionado.

Ni para demostrar que «todos los ángulos son iguales», supongo.

¡Oh, por supuesto que no! ¡Una da una verdad sencilla como esa por sentada!

(*) “En su «explicación» de la estructura de un argumento lógico, el personaje de Arthur realiza varios juegos de palabras con la intención de tomar el pelo y poner en evidencia a su resabida interlocutora. «Prememas» (nótese el uso de la cursiva) sustituye a «premisas», «confusión» a «conclusión» y «silogilismo» a «silogismo». Naturalmente, los juegos de palabras eran distintos (y más claros, me temo) en el original inglés. [N. del T.]

Pasando igualmente desapercibido para la mujer, Arthur se encogió ligeramente de hombros y separó ampliamente las manos, como diciendo: «¿Qué más puedo decirle?», y se alejó de allí, dejando a la dama hablar de sus fresas por «involución», o como las prefiriera.”

el problema de cómo llevar a 5 personas a Elveston, con un carruaje en el que sólo cabían 4, debía ser resuelto de algún modo.”

La mejor alternativa, tal como yo lo veía, era que quien volviese andando a casa fuera yo, y así lo propuse sin tardanza.

¿Seguro que no le importa? –respondió el earl–. Me temo que no cabemos todos en el carruaje, y no quiero decirle a Eric que abandone a su prima tan pronto.

Lejos de importarme –aseguré–, lo preferiría. Así tendré tiempo de hacer un bosquejo de estas hermosas y antiguas ruinas.

Te haré compañía –interpuso de pronto Arthur. Y, en respuesta a lo que supongo fue una expresión de sorpresa por mi parte, agregó en voz baja–: De verdad que me parece una opción más apetecible. Estaría realmente de más en el carruaje.

Creo que yo también iré a pie –dijo el earl–. Tendrás que contentarte con Eric como escolta –añadió hacia lady Muriel, que se nos había unido mientras hablábamos.

Deberás ser tan entretenido como Cerbero: «tres caballeros en uno» –se dirigió lady Muriel a su acompañante–. ¡Será una gran hazaña militar!

¿Cuánto tardarás en hacer tu boceto? –preguntó Arthur.

Bueno –contesté–, me gustaría dedicarle una hora. ¿No consideráis mejor marchar sin mí? Regresaré en tren. Sé que pasa uno dentro de una hora más o menos.

De manera que dejaron que me las arreglara solo, y no tardé en hallar un sitio confortable donde sentarme, al pie de un árbol, desde el cual tenía una buena vista de las ruinas.”

He vuelto para recordarte –dijo Arthur– que pasa un tren cada 10 minutos…

¡Tonterías! –repuse–. ¡No es el metro de Londres!

¡Sí que lo es! –insistió el earl–. Esto forma parte de Kensington.

¿Por qué hablas con los ojos cerrados? –inquirió Arthur–. ¡Despierta!

Creo que es este calor el que me está dando sueño –aduje, con la esperanza, pero sin la seguridad completa, de estar diciendo algo con sentido–. ¿Estoy despierto ahora?

Me parece que no –dictó el earl–. ¿Qué piensa usted, doctor? ¡Sólo tiene un ojo abierto!

¡Y donca como un oso! –gritó Bruno–. ¡Despiedte, querido anciano! –Y Silvia y él se pusieron manos a la obra, girándole la pesada cabeza de un lado a otro, como si su unión con los hombros fuera algo carente de cualquier importancia.

El profesor abrió finalmente los ojos y se incorporó, parpadeando hacia nosotros con absoluta perplejidad. [dissociação]

¿Tendría la amabilidad de decir –se dirigió a mí con su acostumbrada y añeja cortesía– dónde nos encontramos ahora mismo… y quiénes somos, empezando por mí?

Creí conveniente empezar por los niños.

Esta es Silvia, señor, y este es Bruno.

¡Ah, sí! ¡A ellos los conozco muy bien! –murmuró el anciano–. Soy yo el que más preocupado me tiene. Y quizá tendría la bondad de mencionar, al mismo tiempo, cómo he llegado aquí.

Se me ocurre un problema más serio –me atreví a indicar–, y es cómo va a volver.

Visto como un problema ajeno, resulta de lo más interesante. Visto como una parte de la biografía de uno mismo, es, debo admitir, ¡muy angustioso!”

¡Cierto, cierto! –respondió el profesor–. (…) En cuanto a mí, creo que dijo que era…

¡Usted es el pdofesod! –chilló Bruno en su oído–. ¿No lo sabía?

¡Ha venido desde Exotilandia! ¡Y queda muy lejísimos de aquí! El profesor se puso en pie de un brinco con la agilidad de un muchacho.

Le preguntaré a ese inocente campesino, con ese par de cubos que contienen (aparentemente) agua, si sería tan amable de indicarnos el camino. ¡Inocente campesino! –continuó alzando la voz–. ¿Podría decirnos por dónde se va a Exotilandia?

El inocente campesino se giró con una sonrisa avergonzada.

¿Eh? –fue toda su respuesta.

¡Por-dónde-se-va-a-Exotilandia! –repitió el profesor.

El inocente campesino dejó sus cubos en el suelo y se puso a pensar.

Ah, yo no…

Debería mencionar –lo interrumpió precipitadamente el profesor– que cualquier cosa que diga podrá utilizarse como prueba en su contra.

El inocente campesino recogió al instante sus cubos.

¡Tonces no diré na! –contestó con brusquedad, y se alejó a paso rápido.

¡Camina muy deprisa! –comentó el profesor con un suspiro–. Pero sé que era lo que había que decir. He estudiado vuestras leyes inglesas. En cualquier caso, preguntémosle a ese otro hombre que viene. No es inocente, ni un campesino…, pero no sé si alguno de los 2 puntos posee una importancia vital.

Se trataba, de hecho, del honorable Eric Lindon, el cual, al parecer, había cumplido con su tarea de acompañar a lady Muriel a casa y se encontraba ahora paseando tranquilamente frente a esta última, subiendo y bajando por el camino, y disfrutando de un solitario cigarro.

As viagens estão ficando mais freqüentes e mais curtas, Desmond, cuidado!

Si no le es molestia, señor, ¿podría decirnos el camino más corto a Exotilandia? –Pese a su apariencia extravagante, el profesor era, por esa naturaleza esencial que ningún disfraz sería capaz de ocultar, un caballero de los pies a la cabeza.

El nombre no me suena –dijo–. No estoy seguro de poder ayudarle.

No está muy lejos de Hadalandia –indicó el profesor.

Las cejas de Eric Lindon se elevaron un poco al escuchar estas palabras, y una sonrisa divertida, que educadamente trató de reprimir, se dibujó fugazmente en su apuesto semblante.

¡Está un pelín chiflado! –murmuró para sí–. ¡Pero es un anciano bien alegre! –Después se volvió hacia los niños–: ¿Y no podéis ayudarle vosotros, pequeños? –dijo con un tono de amabilidad que pareció ganárselos en el acto–. ¡Seguro que vosotros lo sabéis!

¿A cuántas millas está Babilonia?

Tres veces veinte más diez.

¿Puedo llegar sin más luz que una vela?

Así es, ¡y hasta volver!(*)

(*) Los versos forman parte de una canción infantil popular en Inglaterra durante el s. XIX. [N. del T.]

A esas alturas estaba claro para mí que Eric Lindon no era consciente en absoluto de mi presencia. Incluso el profesor y los niños parecían haber dejado de verme, y yo permanecía en mitad del grupo, tranquilo como un fantasma, observando sin ser visto.

¡Qué perfectamente isócrono! –exclamó el profesor con entusiasmo. Tenía su reloj en la mano, y estaba contando con atención las oscilaciones de Bruno–. ¡Mide el tiempo de manera tan precisa como un péndulo!

Pero hasta los péndulos –apuntó el bondadoso y joven soldado, mientras liberaba su mano con cuidado del agarre de Bruno– ¡dejan de ser divertidos en algún momento! Vamos, ¡ya está bien, jovencito! La próxima vez que nos veamos, podrás repetir. Entretanto, más vale que llevéis a este anciano caballero a la calle Estrafalaria, número…

¡La encontdaremos! –gritó Bruno entusiásticamente, mientras se llevaban al profesor, tirando de él.

¡Cuarenta! –gritó de manera estentórea–. ¡Aunque no le he cantado las 40, sí se las he gritado! –agregó para sí–. ¡El mundo está loco, señores míos, loco de remate! –Encendió otro cigarro y siguió paseando hacia su hotel. [A resposta era 70.]

¿Quiere un cigarro?

Gracias, no fumo.

¿Hay algún manicomio en las inmediaciones?

No, que yo sepa.

Pensé que a lo mejor sí. Acabo de encontrarme con un lunático. ¡El viejo más estrafalario que jamás he visto!

Y así, charlando amistosamente, pusimos rumbo a casa y nos deseamos mutuamente «buenas noches» en la puerta de su hotel. Ya a solas, noté cómo la sensación de «inquietud» me asaltaba de nuevo, y vi, frente a la puerta del número 40, las 3 figuras que tan bien conocía.

¡No, no! Es la casa correcta –respondió de manera jovial el profesor–, pero es la calle equivocada. ¡Ahí es donde hemos cometido el fallo! Lo mejor ahora será…

Todo terminó. La calle se encontraba desierta. La vida ordinaria me rodeaba y la sensación de «inquietud» había desaparecido.

¿Nos acompaña a la iglesia? –pregunté.

No, gracias –repuso cortésmente–. No es… exactamente… lo mío, sabe usted. Es una institución magnífica… para los pobres. Cuando estoy con mi gente, voy; sólo por dar ejemplo. Pero aquí no me conocen, conque creo que me dispensaré de aguantar un sermón. ¡Los predicadores de los pueblos son siempre tan aburridos!

Cualquier devoto esteticista –o esteta religioso, ¿cómo he de llamarlo?– moderno habría calificado el servicio de burdo y frío; para mí, recién llegado de una iglesia londinense cada vez más cambiada bajo la batuta de un supuesto párroco «católico», fue indescriptiblemente refrescante.

No hubo ningún desfile teatral de recatados niños de coro esforzándose al máximo para no sonreír como bobos bajo la mirada admirada de la congregación; la parte de la gente en el servicio la realizó esta misma, sin ayuda, salvo por un puñado de buenas voces, situadas juiciosamente aquí y allá entre ellos, que evitaron que el canto se descarriara demasiado.

No se asesinó la noble música contenida en la Biblia y la liturgia, por medio de su recitación en un apagado tono monocorde, sin más expresividad que una muñeca parlante.

No, las oraciones se rezaron, las lecturas se leyeron y –lo mejor de todo– el sermón se hizo hablado; y me vi repitiendo, cuando salíamos de la iglesia, las palabras de Jacob cuando «despertó de su sueño»: «¡No hay duda de que el Señor se encuentra aquí! ‘Esta no es sino la casa del Señor, y esta la puerta del Cielo’».

Sí –asintió Arthur, aparentemente en respuesta a mis pensamientos–, esos servicios de la «Iglesia alta» se están convirtiendo rápidamente en puro formalismo. La gente está empezando a verlos cada vez más como «espectáculos», a los cuales únicamente «asisten» en el sentido francés. Y resulta especialmente perjudicial para los niños. Se sentirían mucho menos cohibidos disfrazados de hadas en un musical navideño. Con todas esas vestiduras y entradas y salidas a escena, y hallándose siempre en évidence, ¡no me sorprende que la vanidad consuma a esos petimetres descarados!”

(*) “William Paley (1743-1805), filósofo y teólogo utilitarista inglés. Es conocido sobre todo por su exposición del argumento teleológico de la existencia de Dios en su obra Natural Theology («Teología natural») [oximoro]. Fue un influyente defensor de la teoría del «diseño inteligente» del universo. La idea central de su pensamiento es que dicho diseño queda demostrado por la felicidad o bienestar general evidente en el orden físico y social de las cosas. [N. del T.]Teoria com que teve de lidar Darwin em suas contínuas autocensuras.

el modo de sacar a la luz los pensamientos más profundos de Arthur no era asentir ni disentir, sino simplemente escuchar.”

El Bien y el Mal habían sido transformados de alguna manera en Ganancia y Pérdida, y la religión se había convertido en una especie de transacción comercial. Demos gracias por que nuestros pastores estén empezando a adoptar una visión más noble de la vida.” Que bom que começaram, faltava terminar…

En el Antiguo Testamento, sin duda, se apela constantemente a recompensas y castigos como motivos para las acciones. Esa enseñanza funciona mejor con los niños, y los israelitas parecen haber sido, mentalmente, completos niños. Guiamos así a nuestros hijos, al principio, pero apelamos, lo antes posible, a su sentido innato del Bien y el Mal; y, cuando esa etapa ha quedado firmemente atrás, recurrimos al motivo más elevado de todos: el deseo de semejanza, y unión, con el Bien Supremo.”

Mirad la letra de los himnos litúrgicos. ¡Qué corrompida está, hasta la médula, por el egoísmo! ¡Pocas composiciones humanas hay más totalmente degradadas que algunos himnos modernos!

Yo cité la estrofa:

Cuanto te demos, Señor,

mil veces será recompensado.

¡Daremos pues siempre con agrado,

generoso Creador!(*)

(*) Este fragmento pertenece al himnario The holy year del religioso y literato inglés Christopher Wordsworth (1807-1885), sobrino del famoso poeta William Wordsworth. [N. del T.]

Tras dar muchas razones positivas para ser caritativo, el pastor concluyó con: «y, por todo lo que deis, ¡recibiréis una recompensa mil veces mayor!». Oh, que la absoluta mezquindad de un motivo tal sea expuesta ante hombres que conocen bien lo que es el autosacrificio, ¡que son capaces de apreciar la generosidad y el heroísmo!”

¿Acaso existe prueba más sólida de la Bondad Original que debe haber en esta nación que el hecho de que la religión nos haya sido predicada como una especulación comercial, durante un siglo, y que todavía creamos en Dios?”

Eso espero –contestó Arthur–, y, aunque no quiero ver legalizadas las «disputas en la iglesia», debo decir que nuestros pastores disfrutan de un enorme privilegio, que malamente merecen, y del cual abusan de manera terrible. Ponemos a nuestro hombre en un púlpito y prácticamente le decimos: «Ahora puedes hablarnos desde ahí durante media hora. ¡No abriremos la boca siquiera para interrumpirte! ¡Todo se hará a tu gusto!». ¿Y qué nos da él a cambio? Palabrería estúpida, que, de serte dirigida durante una cena, pensarías: «¿Es que me toma por idiota?».

Cuando me aproximaba al extremo del andén, del cual surgía una empinada e irregular escalera de madera que conducía al mundo superior, vi a dos pasajeros que, obviamente, habían llegado en el tren, pero en los cuales, por extraño que parezca, yo no había reparado en absoluto, a pesar del escaso número de viajeros que se habían apeado. Se trataba de una mujer joven y de una niña; la primera, hasta donde podía juzgarse por las apariencias, era una niñera, o posiblemente una niñera-institutriz, al cuidado de la chiquilla, cuyo rostro refinado, más aún que su vestido, la distinguía como de una clase superior a la de su acompañante.

El semblante de la niña mostraba finura, pero también agotamiento y tristeza, y contaba una historia (o eso fue lo que me pareció leer) de gran enfermedad y sufrimiento, sobrellevada con dulzura y paciencia. Portaba una pequeña muleta con la que ayudarse al andar; y ahora se encontraba plantada frente a larga escalera, mirándola con gesto taciturno, esperando aparentemente a poder reunir el coraje suficiente para emprender el penoso ascenso.”

(*) Lucus a non lucendo es una frase latina del gramático del siglo IV Mario Servio Honorato que afirma, con intención irónica, que la palabra «arboleda» en latín –lucus– procede del verbo lucere («resplandecer») supuestamente porque el ramaje de los árboles impide el paso de la luz del sol. La frase se usa generalmente como ilustración del peligro de emparentar etimológicamente dos palabras sólo porque se parecen. [N. del T.]

Cerrar los párpados, cuando algo parece volar hacia el ojo, es uno de tales actos, y decir: «¿Puedo ayudar a la niña a subir las escaleras?» constituyó otro. No fue que se me ocurriera pensamiento alguno de ofrecer ayuda, y que después hablara; el primer indicio que tuve de la probabilidad de dicho ofrecimiento fue el sonido de mi propia voz, y descubrir que había sido realizado. La criada calló por unos momentos, paseando dubitativamente su mirada de la niña a su cargo hasta mí, y luego de nuevo a ella.”

¡Por favor! –fue todo lo que dijo, mientras una leve sonrisa se dibujaba fugazmente en el cansado y pequeño rostro. La levanté con escrupuloso cuidado, y su bracito se aferró al instante de manera confiada alrededor de mi cuello.

La niña pesaba muy poco –tan poco, de hecho, que se me pasó por la cabeza la ridícula idea de que me estaba resultando bastante más fácil subir con ella en brazos que si no la llevase–, y, cuando alcanzamos el camino en lo alto, con sus surcos producidos por carros y sus piedras sueltas –obstáculos formidables todos ellos para una niña coja–, descubrí que de mis labios había salido: «Más vale que cargue con ella durante este tramo tan accidentado», antes de haber establecido ninguna conexión mental entre su escabrosidad y mi pequeña y mansa carga.

¡Ya se ha tomado demasiadas molestias, señor! –exclamó la criada–. Ella puede caminar perfectamente en llano. –Pero al oírse la sugerencia, el brazo ceñido a mi cuello se cerró apenas un poquitín más en torno a él, e hizo que me decidiera a contestar:

De veras que no pasa nada. La llevaré un poco más. Voy en su misma dirección.

La niñera no planteó más objeciones, y el siguiente en hablar fue un niño andrajoso, descalzo y con una escoba al hombro, que cruzó el camino y simuló barrerlo frente a nosotros, aunque se encontraba perfectamente seco:

¡Denos medio penique! –suplicó el golfillo, con una sonrisa de oreja a oreja en su sucia cara.

¡No se lo dé! –advirtió la damita en mis brazos. Las palabras parecían duras, pero su tono era la ternura personificada–. ¡Es un pequeño gandul! –Y emitió una dulce risa argentina que jamás había oído de otros labios que no fueran los de Silvia. Para mi asombro, el muchacho, de hecho, comenzó igualmente a reír, como si existiera una cierta complicidad sutil entre los 2, cuando echó a correr por el camino y desapareció por un agujero en el seto.

Pero regresó enseguida, tras haberse deshecho de la escoba y provisto de un exquisito buqué de flores de misterioso origen.

¡Compre un ramillete, compre un ramillete! ¡Sólo medio penique! –salmodió, arrastrando melancólicamente las palabras como un mendigo profesional.

¡No se lo compre! –fue el edicto de Su Majestad, mientras observaba la harapienta criatura a sus pies con una altanería que parecía curiosamente mezclada con un tierno interés por ella. Pero esta vez me rebelé, e ignoré el mandato real. No renunciaría a unas flores tan preciosas, y con unas formas tan completamente nuevas para mí, por orden de ninguna jovencita, por muy imperiosa que esta fuese. Compré el buqué, y el chiquillo, tras meterse el medio penique en la boca, hizo el pino, como si quisiera determinar si la boca humana está realmente adaptada para servir de hucha.

Con un asombro que crecía por momentos, dirigí mi atención a las flores, y las examiné una por una: no había ni una sola entre ellas que pudiese recordar haber visto con anterioridad. Finalmente me volví hacia la niñera.

¿Crecen estas flores por aquí de manera silvestre? Jamás he visto… –pero las palabras murieron en mis labios. ¡La niñera se había volatilizado!

Ya puede bajarme, si quiere –señaló Silvia suavemente.

Yo obedecí sin decir nada, y no pude hacer otra cosa que preguntarme: «¿Estoy soñando?», al descubrir a Silvia y Bruno caminando uno a cada lado de mí, cogidos de mis manos con la pronta confianza de la niñez.

¡Ahora sois más grandes que la última vez! –empecé por decir–. ¡Creo de veras que deberíamos presentarnos de nuevo! Hay mucho de vosotros que nunca he visto antes, ¿sabéis?

¡Está bien! –respondió alegremente Silvia–. Este es Bruno. No se tarda nada. ¡Sólo tiene un nombre!

¡Tengo otdo nombde! –protestó Bruno, con una mirada de reproche a la maestra de ceremonias–. Y es… ¡señod!

¿Habéis venido a verme a mí, niños? –pregunté yo.

Recuerde que le dijimos que vendríamos el martes –explicó Silvia–. ¿Tenemos el tamaño adecuado para ser niños normales?

Totalmente adecuado para ser niños –contesté, añadiendo mentalmente: «¡Aunque no seáis niños «normales», en modo alguno!»–. ¿Pero qué le ha pasado a la niñera?

¿Entonces no era sólida, como Silvia y tú?

No. No podería tocadla, ¿sabe? Si caminara hacia ella, ¡la atdavesaría!

De veras que pensé que se daría cuenta –dijo Silvia– cuando Bruno la hizo pasar accidentalmente por un poste de telégrafo. Acabó partida por la mitad. Pero usted estaba mirando en la dirección contraria.

Sentí que realmente había dejado pasar una oportunidad: ¡ser testigo de un acontecimiento como que una niñera acabe «partida por la mitad» no le ocurre a uno 2 veces en la vida!

Lo hizo Bruno –señaló Silvia–. Es lo que se llama un «flizz».

¿Y cómo haces un flizz, Bruno?

El pdofesod me enseñó –dijo este–. Pdimero coges mucho aire…

¡Oh, Bruno! –interpuso su hermana–. ¡El profesor dijo que no lo contaras!

¡Ya se ha tomado demasiadas molestias, señor! Ella puede caminar perfectamente en llano.

Bruno rio de forma jovial cuando me giré precipitadamente hacia un lado y otro, buscando por todas partes a quien había hablado.

¡Fui yo! –proclamó lleno de regocijo, con su propia voz.

Para entonces nos encontrábamos ya cerca del Hall.

Aquí es donde viven mis amigos –indiqué–. ¿Entraréis a tomar el té con ellos?

Bruno dio un pequeño brinco de júbilo, y Silvia dijo:

Sí, por favor. Te apetece un poco de té, ¿a que sí, Bruno? No lo ha probado – me explicó– desde que salimos de Exotilandia.

¡Y no era buen té! –añadió su hermano–. ¡Era muy flojísimo!”

La sonrisa de bienvenida de lady Muriel no logró disimular del todo la expresión de sorpresa con que contempló a mis nuevos acompañantes.

Los presenté como era debido.

Esta es Silvia, lady Muriel. Y este es Bruno.

¿Algún apellido? –inquirió ella, con ojos que chispeaban de diversión.

No –contesté yo con gravedad–. Ninguno.

Ella se rio, pensando obviamente que hablaba en broma, y se inclinó para besar a los niños; un saludo al que Bruno se sometió de manera reluctante; Silvia lo devolvió con creces.

Mientras Arthur (que había llegado antes que yo) y ella proporcionaban a los niños té y bizcocho, yo traté de entablar conversación con el earl; pero este se hallaba inquieto y distrait, por lo que apenas logramos avanzar. Al fin, con una súbita pregunta, reveló la causa de su intranquilidad.

¿Me permite echar un vistazo a esas flores que tiene en la mano?

¡Con mucho gusto! –dije, pasándole el buqué. Yo sabía que la botánica era una de sus disciplinas favoritas, y estas flores me eran tan completamente desconocidas y misteriosas que sentía genuina curiosidad por ver qué diría un botánico de ellas.

Las flores no disminuyeron su desasosiego. Por el contrario, se fue poniendo más y más nervioso a medida que las examinaba.

¡Estas son todas de la India central! –exclamó, dejando a un lado parte del buqué–. Son raras, incluso allí, y nunca las he visto en ningún otro punto del mundo. Estas 2 son mexicanas… Esta… –Se levantó apresuradamente y la llevó a la ventana para examinarla con más luz, mientras el rubor producido por la emoción se le subía hasta la misma frente–… es, estoy casi seguro… pero tengo aquí un libro de plantas de la India… –Cogió un volumen de la librería y se puso a pasar las páginas con dedos temblorosos–. ¡Sí! ¡Compárela con este dibujo! ¡Es idéntica! Esta es la flor del upas, un árbol que crece por lo general sólo en el corazón de la selva; y la flor se marchita tan rápido una vez cortada, ¡que resulta prácticamente imposible conservar su forma o color más allá siquiera de sus contornos! Y, aun así, ¡esta está en plena floración! ¿Dónde ha conseguido estas flores? –añadió con jadeante ansiedad.

Yo le eché una mirada a Silvia, quien, silenciosa y solemnemente, se llevó un dedo a los labios, y luego le hizo una seña a Bruno para que la siguiera, y corrió afuera al jardín; y me vi en la situación de un acusado en un juicio cuyos dos principales testigos han sido conducidos repentinamente fuera de la sala.

¡Permítame regalarle las flores! –balbuceé finalmente, sin idea alguna de cómo salir del atolladero–. ¡Usted sabe mucho más que yo sobre ellas!

¡Las acepto con sumo agradecimiento! Pero todavía no me ha dicho… –había comenzado a decir el earl, cuando fuimos interrumpidos, para mi gran alivio, por la llegada de Eric Lindon.”

El navío partió rumbo a occidente:

su albatros emprendió el vuelo;

una punzada en el pecho ella siente,

pues queda sola y en duelo.

Mas una reveladora sonrisa

se dibuja en su semblante:

«¡Pensará en mí… ¡oh, sí, pensará en mí

en tanto se halle distante!

»Aunque tú, océano, te interpones,

su unión dos vidas proclaman:

no hay distancia entre fieles corazones

que con tal pasión se aman.

Y confío en que mi buen marinero,

por siempre, y a cada instante,

pensará en mí… ¡oh, sí, pensará en mí

mientras se encuentre distante!».”

Con objeto de ahorrarle más sufrimiento a mi amigo, me levanté para marcharme justo en el momento en que el earl se disponía a repetir su particularmente embarazosa pregunta acerca de las flores.

Todavía no me ha…

¡Sí, ya he probado el té, gracias! –corrí a atajarlo–. Y ya es más que hora de que nos vayamos. ¡Buenas noches, lady Muriel!”

Sí, ya no hay remedio –terció Silvia–, ¡pero les dará lástima cuando descubran que han desaparecido!

¿Cómo van a desaparecer?

Bueno, el cómo, no lo sé. Pero se esfumarán. El ramillete no era más que un flizz, ¿sabe? Bruno lo creó.

El buqué se desvaneció, como Silvia había augurado, y 1 o 2 días después, al realizar Arthur y yo una nueva visita al Hall, encontramos al earl y a su hija, junto con la anciana ama de llaves, fuera en el jardín, examinando los cierres de la ventana del salón.

Estamos llevando a cabo una investigación –explicó lady Muriel, acercándose para recibirnos–, y los admitimos en ella, como inductores del suceso, para que nos cuenten todo lo que saben acerca de esas flores.”

—…Las flores han desaparecido durante la noche –continuó, volviéndose hacia Arthur–, y tenemos la completa seguridad de que nadie de la casa las ha tocado. Alguien ha debido de entrar por la ventana…

Pero los cierres no han sido forzados –informó el earl.

Tuvo que ser mientras usted se hallaba cenando, milady –dijo el ama de llaves.

Eso es –asintió el earl–. El ladrón debió de verle traer las flores –se dirigió a mí–, y advertiría que no las llevaba consigo al marcharse. Y debía de estar al tanto de su gran valor, ¡el cual es sencillamente inestimable! –exclamó, preso súbitamente de la excitación.

¡Y usted no llegó a decirnos cómo las consiguió! –afirmó lady Muriel.

Tal vez algún día –balbuceé yo– me sea posible decírselo. Pero por el momento, ¿me dispensarían de ello?

El earl puso cara de decepción, pero contestó de forma amable:

Está bien, no haremos preguntas.

Aunque le consideraremos un pésimo testigo de la acusación –añadió lady Muriel en tono pícaro, al tiempo que accedíamos al cenador–. Lo declaramos a usted cómplice del robo, y lo sentenciamos a reclusión en aislamiento y a ser alimentado con agua, pan y… mantequilla. ¿Quiere azúcar?

—…Si, al menos, las flores hubieran sido comestibles, uno podría haber sospechado de un ladrón de muy distinto tipo…

¿Se refiere a esa explicación universal para todas las desapariciones misteriosas: que el culpable fue el gato? –dijo Arthur.

Así es –respondió ella–. ¡Qué conveniente sería que todos los ladrones fueran del mismo tipo! ¡Resulta tan confuso que unos sean cuadrúpedos y otros bípedos!

A ARTE DA TELEOLOGIA OU A TELEOLOGIA DA ARTE: “¿Le vale así?: el último suceso es un efecto del primero, pero la necesidad de ese suceso es una causa de la necesidad del primero.”

ZERO PATHOS, INFINITAS PATAS…FÍSICAS: “Por ejemplo, la raza humana posee un tipo de forma: bípeda. Otro conjunto, que va del león al ratón, es cuadrúpedo. Baje 1 peldaño o 2 más y llegará a los insectos de 6 patas: hexápodos; un nombre precioso, ¿no es cierto? Pero la belleza, en nuestro sentido de la palabra, parece disminuir a medida que descendemos: la criatura se vuelve más… yo no calificaría de «fea» a ninguna de las criaturas de Dios… más tosca. Y, cuando cogemos el microscopio, y seguimos bajando, nos topamos con animálculos, terriblemente toscos, ¡y con un número de patas inmenso!”

“…las ranas y las arañas no nos son exactamente necesarias, ¿verdad, Muriel?

Lady Muriel se estremeció perceptiblemente: saltaba a la vista que era un tema desagradable.”

¡La grandiosidad del paisaje, cuál si no! Está claro que la grandiosidad de una montaña, según mi percepción, depende de su tamaño relativo con el mío. Doble la altura de la montaña, y naturalmente se vuelve 2 veces más grandiosa. Reduzca la mía a la mitad, y producirá el mismo efecto.

A solução está no advento dos pigmeus nesta hercúlea Terra, que uma vez já derrubou os desdenhosos gigantes!

Pero déjeme proseguir –pidió el earl–. Tendremos una 3ª raza de hombres, de 10 centímetros de altura; una 4ª, de 2 centímetros…

¡No podrían comer ternera y carnero normal, estoy segura! –interpuso lady Muriel.

Cierto, hija mía, se me olvidaba. Cada grupo debe tener sus propias vacas y ovejas.

Y su propia vegetación –añadí yo–. ¿Qué podría hacer una vaca de 2 centímetros de altura con una hierba que se mece con el viento muy por encima de su cabeza?

Es cierto. Hemos de contar con un pasto dentro del pasto, por así decirlo. La hierba corriente haría las veces de un verde palmeral para nuestras vacas de 2 centímetros, a la vez que en torno a la raíz de cada alto tallo se extendería una diminuta alfombra de hierba microscópica. Sí, creo que nuestro esquema funcionará relativamente bien. Y resultaría muy interesante entrar en contacto con las razas por debajo de nosotros. ¡Los bulldogs de 2 centímetros serían unas criaturitas preciosas! ¡Dudo que nadie pudiera echar a correr al verlos, ni siquiera Muriel!

¿No crees que deberíamos tener igualmente una serie in crescendo? –planteó lady Muriel–. ¡Imagínate medir 100 metros de alto! ¡Uno podría utilizar un elefante como pisapapeles y un cocodrilo como tijeras!

[Pero entonces la Inglaterra destruiría el mundo!]

¿Y haría usted que las razas de diferentes tamaños se comunicasen entre sí? –inquirí–. ¿Entrarían en guerra unas con otras, por ejemplo, o firmarían tratados?

Pienso que hemos de descartar la guerra. Cuando uno es capaz de aplastar una nación entera de un solo puñetazo, no puede llevar a cabo una guerra en igualdad de condiciones. Pero cualquier cosa que involucrara únicamente un choque de intelectos sería posible en nuestro mundo ideal, pues, naturalmente, debemos conceder capacidades mentales a todos, independientemente del tamaño. Quizá la regla más justa sería que, cuanto más pequeña fuese la raza, ¡mayor debería ser su desarrollo intelectual!

¿Estás diciendo –intervino lady Muriel– que esos hombrecillos de 2 centímetros discutirán conmigo?

¡Desde luego, desde luego! –afirmó el earl–. ¡La fuerza lógica de un argumento no depende del tamaño de la criatura que lo expone!

Ella sacudió la cabeza con indignación.

¡Yo no discutiría con ningún hombre que midiera menos de 15 centímetros! –exclamó–. ¡Lo pondría a trabajar!

¿En qué? –quiso saber Arthur, que escuchaba todos aquellos disparates con una sonrisa divertida.

¡Bordando! –respondió ella al instante–. ¡Qué bordados más bonitos haría!

No obstante, si hicieran un mal trabajo –apunté yo– no podrías discutir la cuestión. No sé por qué, pero convengo en que no podría hacerse.

La razón es –explicó lady Muriel– que uno no podría sacrificar hasta tal punto su dignidad.

¡Por supuesto que no! –se mostró Arthur inmediatamente de acuerdo–. Sería como discutir con una patata. Disculpen el juego de palabras, ¡pero eso enterraría por completo la propia dignidad!

Con Bduno no se discute!

el persistente zumbido de las abejas me confundía, y el aire transmitía una somnolencia que interrumpía y mandaba a la cama cada pensamiento antes de haber sido completamente formado; así que lo único que pude decir fue:

Eso depende por fuerza del peso de la patata.”

«¡Qué extraño! Estaba seguro de encontrarme hablando con lady Muriel. ¡Pero se trataba de Silvia desde el principio!». E hice otro gran esfuerzo por decir algo que tuviera algún sentido:

¿Es por la patata?”

Y puse todo mi empeño en dar unos pocos pasos, pero el suelo se deslizó hacia atrás, exactamente a la misma velocidad que yo era capaz de imprimir a mis piernas, de modo que no avancé ni un ápice. Silvia se echó a reír otra vez.”

¡Es usted un anciano adorable! –exclamó, poniéndose de puntillas para darle un beso, mientras él se inclinaba con solemnidad para recibir el saludo–. ¡Consigue dejarme perpleja! ¡Son varios los niños a los que no he estado chinchando!

El profesor regresó junto a su amigo, y en esta ocasión la voz dijo:

Dile que los traiga aquí… ¡a todos!

O mais provável é que no mundo exótico o professor se veja em terceira pessoa (como idoso) e esteja reencarnado espiritualmente como criança,¹ agora que a transformação em fada dos dois irmãos foi completada. (Assim foi, efetivamente, por um tempo.)

¹ Já essa teoria não pôde se confirmar.

Es Bruno quien llora, y es mi hermano, y, por favor, los 2 queremos irnos; él no puede caminar, ¿sabe?; está… soñando, ¿ve usted? –Esto lo dijo en un susurro, por miedo a herir mis sentimientos–. ¡Permítanos atravesar la Puerta de Marfil!”

Será que o professor se transformou no próprio Bruno? Sabemos quem é Sílvia no mundo real, mas não havia a contraparte “brunífera”. Deveria ser Arthur, conquanto… um casal romântico incestuoso não é recomendável para um romance infantil! No fim, Bruno não era ninguém…

Resultaba muy difícil estirar las piernas lo suficiente como para tocar el suelo, mientras Silvia me guiaba a través del estudio.”

Apenas tuve tiempo de echar una ojeada al otro profesor, el cual se encontraba sentado leyendo, de espaldas a nosotros, antes de que el profesor nos hiciera pasar por la puerta, y la cerrara después. Bruno se encontraba allí, cubriéndose el rostro con las manos y llorando amargamente.” A segunda hipótese foi descartada (observação já da 1ª leitura)!

¿Pod qué existen las pieddas? Hombde señod, ¿lo sabe usted?

Tienen una utilidad –dije yo–, aunque no sepamos cuál. ¿Para qué sirven los dientes de león, por ejemplo?

¡Bruno! –murmuró Silvia en tono reprobatorio–. ¡No debes decir «hombre» y «señor» a la vez! ¡Recuerda lo que te expliqué!

¡Nunca ha habido niño más impertinentísimo! –se exasperó Silvia, frunciendo el ceño hasta que sus resplandecientes ojos dejaron prácticamente de verse.

¡Y nunca ha habido niña más ignorantísima! –replicó Bruno–.

¿Pero por qué dices «dieleontes», Bruno? La palabra correcta es «dientes de león».

Es por ir dando tantos brincos –dijo Silvia, riendo.

Sí, así es –asintió Bruno–. Silvia me dice las palabdas, y entonces, cuando doy saltos, se baten todas en mi cabeza… ¡hasta que hacen espuma!

Entonces, ¿no encontró usted el camino de regreso a Exotilandia? –le pregunté al profesor.

¡Oh, sí que lo hice! –contestó–. No dimos con la calle Estrafalaria, pero hallé otro camino. He ido y vuelto varias veces desde entonces. Tenía que estar presente en las elecciones, ¿sabe?, como autor de la nueva Ley Monetaria. El emperador exhibió tal amabilidad que deseó que yo conservase el mérito de la misma. «¡Ocurra lo que ocurra (recuerdo perfectamente las palabras del discurso imperial), si resultara estar vivo el rector, vosotros daréis fe de que el cambio de moneda es obra del profesor, y no mía!» ¡Nunca antes en mi vida me habían ensalzado tanto! –Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas con el recuerdo, el cual al parecer no era agradable en su totalidad.

¿Se ha dado al rector por muerto?

Un bufón itinerante, que iba con un oso bailarín (los cuales se las arreglaron para entrar en palacio, un día), ha estado diciéndole a la gente que viene de Hadalandia, y que el rector murió allí. Yo quería que el vicerrector lo interrogara pero, por desgracia, milady y él siempre se encontraban fuera dando un paseo cuando aparecía el bufón. Sí, ¡se ha dado por muerto al rector! –Y las mejillas del anciano se vieron surcadas por más lágrimas.”

Quería hacer que todos los habitantes de Exotilandia fuesen el doble de ricos que antes para así aumentar la popularidad del nuevo Gobierno. El problema era que casi no había dinero en el tesoro público para hacerlo. De modo que yo sugerí que podía conseguirlo doblando el valor de cada moneda y billete de Exotilandia. Es la solución más sencilla posible. ¡Me extraña que a nadie se le ocurriese antes! Nunca se vio un alborozo tan generalizado. Las tiendas están repletas de gente de sol a sol. ¡Todo el mundo compra de todo!”

¿Cómo de lejos queda Exotilandia? –inquirí, para cambiar de tema.

A unos 5 días de marcha, pero uno debe regresar cada cierto tiempo. Como profesor de la corte, he de estar en todo momento con el príncipe Uggug, ¿comprende? La emperatriz se pondría furiosa si lo dejara solo, aunque fuera únicamente por una hora.

Pero, sin duda, cada vez que viene aquí se ausenta durante 10 días como mínimo, ¿no es cierto?

¡Oh, más aún! –exclamó el profesor–. Una quincena, en ocasiones. Pero, naturalmente, tomo nota de la hora exacta de mi salida ¡para poder hacer retroceder el tiempo de la corte a ese mismo instante!

Perdone –dije yo–. No comprendo.

Sin contestar, el profesor extrajo de su bolsillo un reloj de oro cuadrado, con 6 u 8 manecillas, y lo sostuvo en el aire para que yo lo inspeccionara.

Esto –empezó– es un reloj exotilandés…

Debí haberlo supuesto.

…que posee la peculiar propiedad de que, en vez de marchar con el tiempo, es este el que marcha con el reloj. Confío en que ahora me haya entendido.

Apenas –admití.

Permita que le explique. Si no se manipula, sigue su propio ritmo. El tiempo no le afecta.

He conocido relojes así –observé.

Hacerlo hacia delante, sobrepasando la hora real, es imposible, pero puedo moverlas hasta un mes para atrás: ese es el límite. Y entonces uno encuentra que todos los acontecimientos se repiten de nuevo, con cualquier alteración que la experiencia pueda sugerir.”

No lo pruebe ahora. Le prestaré el reloj unos cuantos días para que pueda divertirse haciendo experimentos.”

«¡Ángel adorable! –pensé–. ¿Cómo voy a conseguir que tu mente inocente comprenda la idea del ‘deporte’ de la caza?» Y mientras observábamos, cogidos de la mano, la liebre muerta, de pie frente a ella, traté de explicar el concepto con palabras que ella pudiese entender.”

Pero si a los hombres les gustan las liebres, ¿por qué… por qué…? –la voz le temblaba y sus preciosos ojos estaban inundados de lágrimas.

Mucho me temo que no les gustan, querida niña.

A todos los niños les encantan –señaló Silvia–. Y a todas las damas.

Siento decirlo, pero incluso algunas damas van en ocasiones de cacería.

Silvia se estremeció.

¡Oh, no, las damas no! –suplicó de corazón–. ¡Lady Muriel no!

No, ella nunca lo hace, estoy convencido… pero esta es una visión demasiado triste para ti, querida. Probemos a buscar alguna…

Pero Silvia aún no estaba satisfecha. En un tono solemne y apagado, con la cabeza inclinada y las manos unidas, formuló su pregunta final:

¿Ama Dios a las liebres?

¡Sí! –respondí yo–. ¡De eso no me cabe duda! Ama a todas las criaturas vivientes. Hasta a los hombres que cometen pecados. ¡Cómo no va a amar a los animales, que son incapaces de ello!

No sé qué significa «pecado» –declaró Silvia. Y yo no traté de explicárselo.

Ven, mi niña –dije, intentando alejarla de allí–. Dile adiós a la pobre liebre y vayamos a buscar moras.

En tal caso –observó Silvia–, creo que la patata tendría todo el derecho a preguntarle a usted su peso. ¡Puedo imaginarme sin problemas una patata Jersey Royal de calidad verdaderamente superior rehusando discutir con alguien que pese menos de 95 kilos!

Con un gran esfuerzo recuperé el hilo de mis pensamientos.

¡Qué rápido empezamos a desvariar! –observé.

«¡Y toda esa extraña aventura –pensé– ha ocupado el espacio de una sola coma en el discurso de lady Muriel! ¡Una única coma, para la cual los gramáticos nos dicen que ‘contemos uno’ (Tuve la certeza de que el profesor había hecho retroceder amablemente el tiempo para mí hasta el punto exacto en que me había quedado dormido.)

Cuando, unos minutos después, abandonamos la casa, el primer comentario de Arthur fue sin duda uno extraño.

Hemos pasado ahí sólo 20 minutos –señaló– y no he hecho otra cosa que escuchar tu conversación con lady Muriel, y sin embargo, de algún modo, ¡me siento exactamente como si hubiese estado hablando con ella durante por lo menos 1 hora!”

Pero tenía demasiado aprecio por mi propia reputación de persona cuerda como para atreverme a explicar lo que había sucedido.”

Llegará en el último tren –anunció en el tono de quien está continuando una conversación en vez de empezando otra.

¿Te refieres al capitán Lindon?

Sí, el capitán Lindon –asintió Arthur–. Obvié su nombre porque me pareció que estábamos hablando de él. El earl me dijo que llega esta noche, aunque mañana es el día en que sabrá si le conceden el ascenso que está esperando. Me extraña que no se quede un día más en la ciudad para enterarse del resultado, si es que realmente le preocupa tanto como piensa el earl.

Es un hombre magnífico –reconoció Arthur–, pero confieso que las noticias serían buenas, para mí, ¡si recibiera su ascenso y su orden de incorporación a filas al mismo tiempo! Le deseo toda la felicidad del mundo… con una excepción. ¡Buenas noches! –Habíamos llegado a casa para entonces–. Esta noche no soy una buena compañía… es mejor que esté solo.

¿Quiere unírsenos? –me propuso el earl, después de un intercambio de saludos con él, lady Muriel y el capitán Lindon–. Este joven inquieto está esperando un telegrama y vamos a la estación para recogerlo.

También hay una mujer inquieta implicada –añadió lady Muriel.

Eso se sobreentiende, hija mía –contestó su padre–. ¡Las mujeres nunca están tranquilas!

Para una generosa apreciación de las mejores cualidades de uno mismo –apuntó excelentemente la hija–, no hay nada como un padre, ¿no es cierto, Eric?

Los primos no participan en ello –comentó este, y entonces, de algún modo, la conversación pasó a dos «duólogos», tomando los jóvenes la delantera, con los 2 hombres de mayor edad siguiéndolos a un paso menos ansioso.

¿Y cuándo volveremos a ver a sus pequeños amigos? –preguntó el earl–. Son unos niños singularmente cautivadores.

Estaré encantado de traerlos, cuando pueda –respondí–. Pero yo mismo desconozco cuándo tendré ocasión de verlos otra vez.

No voy a interrogarle –declaró el earl–, pero no hay nada de malo en mencionar que ¡a Muriel sencillamente le atormenta la curiosidad! Conocemos a la mayor parte de la gente de los alrededores y ella ha estado tratando de adivinar sin éxito en qué casa podrían estar alojándose.

Tal vez algún día pueda arrojar un poco de luz al respecto, pero de momento…

Gracias. Tendrá que sobrellevarlo lo mejor que pueda. Le diré que es una gran oportunidad para practicar la paciencia. Pero le cuesta verlo desde ese punto de vista. ¡Vaya, ahí están los niños!

Sí que lo estaban; esperaban (-nos, al parecer) en unas escaleras que permitían salvar una cerca, lo cual no podían haber hecho más que escasos momentos antes, pues lady Muriel y su primo habían pasado por delante de ella sin verlos.

La visión que alberga inicialmente un niño de la vida –comentó el earl, con esa encantadora y triste sonrisa tan suya– es que es un periodo que ha de dedicarse a la acumulación de posesiones que puedan llevar encima. Esa visión se modifica con los años.

Pero el amable anciano no era alguien con quien un niño, ya fuera humano o feérico, pudiera estar cohibido durante mucho tiempo, y al poco ella ya había cambiado mi mano por la suya, permaneciendo únicamente Bruno fiel a su primer amigo. Alcanzamos a la otra pareja justo cuando llegaba a la estación, y tanto lady Muriel como Eric saludaron a los niños como si los conocieran de toda la vida, este último diciendo:

¿Así que llegasteis a Babilonia alumbrándoos sólo con velas, después de todo?”

¿Qué? ¿Los conoces, Eric? –exclamó–. ¡Este misterio crece cada día más!

Entonces debemos andar por el tercer acto –observó Eric–. No esperarás que el misterio se resuelva antes de que llegue el quinto, ¿no?

“…Escenario: un andén del ferrocarril. Se apagan las luces. Entra el príncipe (disfrazado, por supuesto) y su fiel criado. Este es el príncipe… –dijo cogiendo la mano de Bruno–. ¡Y aquí está su humilde sirviente! ¿Qué es lo que ordena a continuación su alteza real? –Y dedicó una reverencia de aires profundamente cortesanos a su desconcertado amiguito.

¡Tú no eres un sidviente! –exclamó Bruno desdeñoso–. ¡Eres un cabellero!”

¡Cuarto acto! –proclamó, con un repentino cambio de tono–. Se encienden las luces. Luces rojas y verdes. Se escucha un lejano retumbar. ¡Entra un tren de pasajeros!”

¿Alguna vez ha convertido la vida real en una obra dramática? –dijo el earl–. Pruebe a hacerlo ahora. A menudo me entretengo así. Considere este andén nuestro escenario. Hay buenas entradas y salidas a ambos lados, ¿ve? Un excelente decorado de fondo: una locomotora real que se desplaza arriba y abajo. Todo este bullicio, y la gente que va de acá para allá, ¡han tenido que requerir un cuidadoso ensayo! ¡Con qué naturalidad actúan! ¡Sin mirar ni un instante al público! Y los grupos son siempre totalmente nuevos, ¿se da cuenta? ¡Nada de repeticiones!

Tan pronto como empecé a asimilar aquel punto de vista, me pareció realmente admirable. Incluso un mozo que pasaba, con una carretilla llena de equipaje, daba tal impresión de realismo que uno sentía la tentación de aplaudir. Tras él apareció una madre enfadada, con el rostro encendido, arrastrando a 2 niños que chillaban, y llamando a alguien que iba detrás: «¡John! ¡Venga!». Entra John, muy sumiso, muy callado, y cargado de paquetes. Y detrás de él, a su vez, venía una asustada y joven niñera, la cual llevaba en brazos a un rechoncho bebé, que también chillaba. Todos los niños lo hacían.

¡Un estupendo detalle de la interpretación! –dijo el anciano en un aparte–. ¿Se ha percatado de la expresión aterrorizada de la niñera? ¡Era sencillamente perfecta!

Ha dado usted con un filón completamente nuevo –aseguré–. Para la mayoría de nosotros la vida y sus placeres se asemejan a una mina que se halla prácticamente agotada.

¡Ya lo ve! –exclamó el earl–. Para cualquiera con verdadero instinto dramático, ¡sólo ha acabado el preludio! Lo bueno aún está por venir. Uno va al teatro, paga los 10 chelines de una butaca, ¿y qué recibe por su dinero? Quizá se trate de un diálogo entre un par de granjeros, poco naturales con sus exageradamente caricaturescos atuendos de granjeros, menos naturales aún en sus forzados gestos y poses, y nada naturales en absoluto en sus intentos por transmitir jovialidad y espontaneidad al hablar. Vaya en cambio a sentarse a un vagón de tren de 3ª clase, ¡y tendrá el mismo diálogo, pero real como la vida misma! Asientos de 1ª fila, sin orquesta que obstruya la visión… ¡y gratis!

Me pregunto si Shakespeare tenía eso en mente –cavilé en voz alta– cuando escribió: «El mundo entero es un escenario».

La vida es, desde luego, un drama; uno con pocos bises… ¡y ningún buqué! –añadió en tono soñador–. ¡Nos pasamos media vida lamentándonos de las cosas que hicimos en la otra mitad!

»Y el secreto para disfrutar de ella –prosiguió, recuperando el tono alegre– ¡es la intensidad!

Pero no en el sentido esteticista moderno, imagino. Como esa joven dama, en Punch,¹ que abre una conversación diciendo:

«¿Es usted intenso?».”

¹ “Punch, or The London Charivari was a British weekly magazine of humour and satire established in 1841 by Henry Mayhew and wood-engraver Ebenezer Landells. Historically, it was most influential in the 1840s and 1850s, when it helped to coin the term “cartoon” in its modern sense as a humorous illustration. From 1850, John Tenniel [ilustrador de Alice no País…] was the chief cartoon artist at the magazine for over 50 years. § After the 1940s, when its circulation peaked, it went into a long decline, closing in 1992. It was revived in 1996, but closed again in 2002.” “the term ‘cartoon’ then meant a finished preliminary sketch on a large piece of cardboard, or cartone in Italian. Punch humorously appropriated the term to refer to its political cartoons, and the popularity of the Punch cartoons led to the term’s widespread use.” “Punch enjoyed an audience including Elizabeth Barrett, Robert Browning, Thomas Carlyle, Edward FitzGerald, Charlotte Brontë, Queen Victoria, Prince Albert, Ralph Waldo Emerson, Emily Dickinson, Herman Melville, Henry Wadsworth Longfellow, and James Russell Lowell.”

Supongamos que A y B están leyendo la misma novela mediocre, sacada de una biblioteca pública. A nunca se preocupa por comprender al cien por cien las relaciones entre los personajes, de las que tal vez dependa todo el interés de la historia; se «salta» todas las descripciones del escenario y todos los pasajes que le parecen relativamente aburridos; a los que sí lee, ni siquiera les dedica una atención somera; sigue con el libro –por el simple deseo de terminar y encontrar otra ocupación– horas después de cuando debería haberlo dejado; ¡y llega al «finis» en un estado de completo hastío y depresión! B se entrega en cuerpo y alma al acto, siguiendo el principio de que «cualquier cosa digna de hacerse, es digna de hacerse bien»; domina las genealogías; evoca imágenes en su mente al tiempo que lee sobre el escenario; lo mejor de todo, cierra con resolución el libro al final de algún capítulo, mientras su interés se halla aún en su punto álgido, y traslada su atención a otras cuestiones; de modo que, la próxima vez que se permite una hora de lectura, es como si un hombre hambriento se sentase a cenar; y, cuando acaba el libro, ¡regresa a su quehacer cotidiano como «un gigante renovado»!”

nunca descubre que es basura, sino que se deja llevar hasta el final, intentando creerse que está disfrutando. B cierra el libro con suavidad, tras haber leído una docena de páginas, se dirige a la biblioteca ¡y lo cambia por uno mejor! Dispongo aún de otra teoría para aumentar el goce vital… es decir, si no he agotado su paciencia. Temo que me considere una vieja cotorra.”

La teoría es que deberíamos experimentar nuestros placeres con rapidez, y nuestros dolores con lentitud.

Pero ¿por qué? Yo lo habría dicho al revés.

Al experimentar el dolor artificial, el cual puede ser tan banal como desee, de manera lenta, el resultado es que, cuando sobreviene un dolor real, por muy severo que este sea, lo único que necesita hacer es dejar que avance a su ritmo normal, ¡y cesará en un momento!

Muy cierto –convine–, pero ¿qué pasa con el placer?

Pues que, al experimentarlo rápidamente, puede introducir una cantidad mucho mayor en la vida. Se requieren 3 horas y media para escuchar y disfrutar de una ópera. Imagine que fuera capaz de asimilarla, y gozar de ella, en media hora. ¡Entonces puedo disfrutar de 7 óperas en el tiempo que usted tarda en escuchar una!

He oído tocar un aire –declaró–, en modo alguno corto, de principio a fin, con variaciones y todo, ¡en 3 segundos!

¿Cuándo? ¿Y cómo? –inquirí ansiosamente, con cierta sensación de estar soñando otra vez.

Lo hizo una pequeña caja de música –respondió con voz suave–. Tras haberle dado cuerda, el regulador, o alguna cosa, se rompió, y la canción entera sonó, como he dicho, en unos 3 segundos. ¡Pero tuvo necesariamente que tocar todas las notas, ya sabe!

¿Y le gustó? –pregunté, con toda la severidad de un abogado en el turno de repreguntas.

¡Pues no! –confesó de forma sincera–. ¡Pero en aquel momento, sabe usted, no tenía el oído educado para apreciar ese tipo de música!

un improvisado drama teatral creado especialmente para mí.”

Hasta donde uno podía tomar nota del tiempo en un momento de horror como aquel, disponía de unos 10 claros segundos, antes de que el expreso llegara a su altura, para cruzar las vías y coger a Bruno. Si lo logró o no, fue algo totalmente imposible de adivinar; lo siguiente que se supo fue que el expreso había pasado, y que, con resultado de vida o muerte, todo había acabado. Cuando la nube de polvo se hubo despejado, y la vía se aclaró de nuevo a nuestros ojos, vimos con el corazón agradecido que el niño y su salvador estaban ilesos.

¡Todo bien! –nos dijo Eric en voz alta y alegre, mientras cruzaba otra vez la vía–. ¡Está más asustado que lastimado!”

No había llegado ningún telegrama.”

¿No sería mejor que os devolviera el reloj del profesor? Cuando seáis hadas os resultará demasiado grande para cargar con él; ya sabéis.”

¡Oh, qué va! –dijo–. Cuando nos hagamos pequeños, ¡el deloj también lo hará!

E irá directamente a las manos del profesor –agregó Silvia– y usted ya no podrá usarlo más, así que más vale que lo haga ahora cuanto pueda. Debemos menguar cuando se ponga el sol. ¡Adiós!

¡Y sólo faltan 2 horas para el crepúsculo! –dije mientras reanudaba mi paseo–. ¡He de aprovechar el tiempo!

Y por fin se fue cada una por su lado. Esperé hasta que se hubieron alejado unos 20 metros la una de la otra, y entonces atrasé el reloj 1 minuto. El instantáneo cambio fue asombroso: las 2 figuras parecieron regresar al momento a donde se encontraban antes.”

y así el diálogo entero se repitió, y, cuando se separaron por 2ª vez, las dejé seguir sus diversos caminos, y continué con mi paseo por el pueblo.”

justo cuando el pensamiento me pasaba por la mente, el accidente que estaba imaginando se produjo. Había una pequeña carreta parada en la puerta del «Gran Almacén de Sombreros de Señora» de Elveston, cargada de cajas de cartón que el carretero estaba transportando al interior de la tienda, una a una. Una de las cajas se había caído al suelo, pero casi no parecía que mereciera la pena acercarse a recogerla, ya que el hombre regresaría en un momento. Sin embargo, en aquel instante, un joven montado en bicicleta dobló bruscamente la esquina de la calle y, al tratar de esquivar la caja, volcó su máquina, y resultó arrojado de cabeza contra la rueda de la carreta. El carretero corrió a socorrerlo, y él y yo levantamos al infortunado ciclista y lo llevamos adentro. Tenía un corte en la cabeza por el que sangraba, y una de sus rodillas parecía herida de gravedad; se decidió, pues, sin demora que lo mejor era trasladarlo de inmediato a la consulta del único traumatólogo del lugar. Ayudé a vaciar la carreta y a colocar en ella unas cuantas almohadas que sirvieran de lecho al herido, y fue únicamente cuando el carretero hubo subido a su asiento en el vehículo, y se disponía a salir para la consulta, que me acordé del extraño poder que poseía para deshacer todo aquel daño.

«¡Mi momento ha llegado!», me dije, mientras hacía retroceder la manecilla del reloj, y vi, casi sin sorprenderme esta vez, que todo regresaba al lugar que ocupaba en el instante crítico en que me percaté inicialmente de la caja caída.

Sin perder 1 segundo, salí a la calle, recogí la caja y la devolví a la carreta; un momento después la bicicleta había torcido la esquina, pasado la carreta sin impedimento ni obstáculo, y desaparecido al poco en la distancia, en una nube de polvo.

«¡El delicioso poder de la magia! –pensé–. ¡Qué cantidad de sufrimiento humano he… no sólo aliviado, sino aniquilado, en realidad!» Y me quedé observando la descarga de la carreta, con una agradable sensación de virtud consciente y el reloj mágico aún abierto en mi mano, pues albergaba curiosidad por saber qué pasaría cuando llegáramos nuevamente al momento exacto en que había hecho retroceder la manecilla.

El resultado fue uno que, de haber meditado la cuestión con detenimiento, podría haber previsto: al alcanzar la marca la manecilla del reloj, la carreta –que ya se había alejado y se encontraba para entonces a media calle de distancia– reapareció de nuevo frente a la puerta, y en el momento de echar a rodar, a la vez que –¡oh, desdichado sueño dorado de universal benevolencia que había deslumbrado mi fantasiosa imaginación!– el joven lesionado retornó a su abultado lecho de almohadas, con su pálida faz contraída en una rígida expresión que revelaba un dolor soportado con entereza.

«¡Oh, reloj mágico, te burlas de mí! –dije para mis adentros, en tanto salía del pueblo y enfilaba el camino hacia la costa que conducía a mi alojamiento–. El bien que creí poder hacer se ha desvanecido como un sueño; ¡el mal de este mundo problemático es la única realidad duradera!»”

Se preguntarían inicialmente quién era yo, después me verían, luego bajarían la cabeza y dejarían de pensar en mí. Y en cuanto a echarme de manera violenta, tal suceso habría de tener lugar necesariamente al principio, en este caso. «De modo que si al final logro entrar –me dije–, ¡todo riesgo de expulsión habrá desaparecido!»

El carlino se sentó sobre sus cuartos traseros, como medida de precaución, a mi paso; pero como no presté atención alguna al tesoro que estaba guardando, me dejó ir sin lanzar siquiera un ladrido de amonestación. «Quien se adueña de mi vida –parecía estar diciéndose, entre sibilantes resuellos– empuña la correa. ¡Pero quien se adueña del Daily Telegraph…!» Mas no me enfrenté a esta espantosa contingencia.” Jornal ainda em operação.

Los presentes en el salón –entré directamente, ¿entiendes?, sin llamar al timbre ni dar aviso alguno de mi acercamiento– eran 4 niñas sonrosadas y risueñas, de edades comprendidas entre los 14 y los 10 años, que aparentemente venían hacia la puerta (mas descubrí que, en realidad, estaban caminando hacia atrás), al tiempo que su madre, sentada junto al fuego con labores de aguja en el regazo, decía, justo en el momento de entrar yo en la habitación: «Ahora, niñas, podéis ir a abrigaros para salir de paseo».

Para mi total asombro –pues no me encontraba todavía acostumbrado a la acción del reloj– «todas las sonrisas cesaron» (utilizando las palabras de Browning) en las 4 bonitas caras, y las niñas sacaron piezas de labor, y se sentaron. Ninguna se percató en lo más mínimo de mi presencia, mientras yo acercaba una silla sin hacer ruido y me sentaba a observarlas.

Una vez desdobladas las costuras, y listas las 4 para empezar, su madre dijo: «¡Por fin habéis terminado! Podéis guardar vuestras labores, niñas». Pero estas hicieron caso omiso del comentario; por el contrario, se pusieron de inmediato a coser, si es que esa es la palabra apropiada para describir una operación que jamás antes había contemplado. Cada una de ellas enhebró su aguja con un corto cabo de hilo, unido a la labor, del que una fuerza invisible comenzó al instante a tirar, haciendo que atravesara la trama y arrastrara la aguja tras de sí; los hábiles dedos de la pequeña costurera cogieron esta en el otro lado, pero sólo para soltarla enseguida, una vez más.” As 4 Moiras & Penélope

Y de este modo procedió el trabajo, deshaciéndose a un ritmo constante, y con los vestiditos cuidadosamente cosidos, o lo que quiera que fuesen, apedazándose sin parar. De tanto en tanto, una de las niñas hacía un alto cuando el hilo recuperado se volvía incómodamente largo, lo enrollaba en un carrete y recomenzaba con otro pequeño cabo.

Finalmente la labor quedó reducida por completo a retazos, que guardaron, y la dama se dirigió en primer lugar a la habitación de al lado, caminando de espaldas, y haciendo el siguiente comentario descabellado: «Todavía no, queridas: primero debemos terminar con la costura».” Pero por que no hablaba al revés??

Tras lo cual, no me sorprendió ver a las niñas brincando de espaldas tras ella, a la vez que exclamaban: «¡Oh, madre, hace un día precioso para salir a pasear!».” Quadro lynchiano.

¿Has visto a gente comer tarta de cerezas, y dejar cada cierto tiempo de manera cuidadosa un hueso del fruto en los platos desde sus labios? Pues algo parecido tuvo lugar durante aquel terrorífico –¿o debería decir tal vez «fantasmagórico»?– banquete. Un tenedor vacío se eleva a los labios, donde recibe una pieza bien cortada de carnero, y rápidamente la lleva hasta el plato, donde se une en el acto y por sí sola a la carne que ya se encuentra allí. Al poco pasaron uno de los platos, provisto de una tajada entera de carnero y dos patatas, al caballero que presidía la mesa, que restituyó en silencio la tajada a la pata, y las patatas a la fuente.

Su conversación resultó ser, si es que ello era posible, más desconcertante que su forma de cenar. Comenzó cuando la muchacha más joven se dirigió, repentinamente y sin provocación previa, a su hermana mayor:

¡Oh, qué cuentista eres! –dijo.

Yo esperaba una contestación desabrida por parte de la hermana pero, en cambio, esta se giró riendo hacia su padre, y dijo, en un estentóreo susurro teatral:

¡Ser ella la novia!

El padre, para cumplir con su parte en una conversación que parecía propia únicamente de lunáticos, contestó:

Susúrramelo al oído, cariño.

Pero ella, en vez de susurrar (aquellas niñas no hacían nunca lo que se les decía), repuso, en voz muy alta:

¡Claro que no! ¡Todo el mundo sabe lo que quiere Dolly!

Y la pequeña Dolly se encogió de hombros, y dijo, terriblemente malhumorada:

¡Vamos, padre, no te metas conmigo! ¡Ya sabes que no quiero ser dama de honor de nadie!

Y la cuarta será Dolly –fue la estúpida respuesta de su padre.

Aquí metió baza la número tres:

¡Oh, pero ya lo han decidido, querida madre, en serio! Mary nos lo contó todo. Será 4 semanas después del próximo martes… y vendrán 3 de sus primas para hacer de damas de honor… y…

¡A ella no se le olvida, Minnie! –contestó la madre entre risas–. ¡Ojalá decidieran casarse de una vez! No me gustan los noviazgos largos.

Y Minnie cerró la conversación –si es que una serie tan caótica de comentarios merece tal nombre– con:

¡Imagínate! Esta mañana pasamos por delante de Cedars, justo cuando Mary Davenant se estaba despidiendo desde la verja del señor… no recuerdo su nombre. Nosotras por supuesto miramos hacia otro lado.

Para entonces me encontraba tan desesperadamente confuso que dejé de escuchar y seguí la cena hasta la cocina. ¿Pero qué necesidad, oh, lector hipercrítico, decidido a no creer ni un punto de esta rara aventura, hay de relatarte cómo el carnero se colocó en el asador, y se desasó lentamente; cómo las patatas se envolvieron en sus pieles, y se entregaron al jardinero para que las

enterrara; cómo, cuando el carnero llegó finalmente a estar crudo, el fuego, que había pasado gradualmente de un infierno al rojo a una simple llama, se extinguió tan bruscamente que el cocinero tuvo apenas el tiempo justo para atrapar su última chispa en el extremo de una cerilla; o cómo la criada, tras haber retirado el carnero del asador, se lo llevó (caminando de espaldas, por supuesto) fuera de la casa, al encuentro del carnicero, el cual venía (también de espaldas) por el camino?

Cuanto más vueltas le daba a aquella extraña aventura, más se enredaba sin solución el misterio, y supuso un verdadero alivio encontrar a Arthur en el camino y convencerlo de que me acompañara al Hall para averiguar qué noticias había traído el telégrafo.”

¡Entonces el telegrama ha llegado! –afirmé.

¿No lo sabía? Oh, lo había olvidado: llegó después de abandonar usted la estación. Sí, todo ha salido bien; Eric ha recibido su ascenso y, como ya ha hablado con Muriel de sus planes, tiene asuntos en la ciudad que debe atender sin demora.

He decidido aceptar un empleo en la India que me han ofrecido. Allí, en el extranjero, supongo que encontraré un motivo por el que vivir; ahora mismo soy incapaz de ver ninguno.”

¿Cuánto lo siente exactamente? –pregunté, con picardía.

Tdes cuadtos de metdo –respondió Bruno con absoluta solemnidad–. Y yo también lo sento un poquitín –agregó, cerrando los ojos para no ver su propia sonrisa.

No se dice «lo ponimos» –apuntó Silvia con gran seriedad.

Bueno, entonces «le ponimos» –saltó su hermano–. ¡Nunca logdo decoddad cuándo hay que usad «lo» y cuándo «le»!

Dejad que os ayude a buscarlo –me ofrecí. De modo que Silvia y yo iniciamos una «expedición» entre todas las flores, pero no dimos con ningún bebé.

¿Y qué tendrá lugar en el teatro? –indagué yo.

Primero celebran su banquete de cumpleaños –explicó Silvia–; después Bruno

representa unos fragmentos de Shakespeare, y luego les cuenta una historia.

No, sólo los interpretará –aclaró Silvia–. No se sabe prácticamente el texto de ninguno. Cuando veo cómo va vestido, tengo que decirles a las ranas de qué personaje se trata. ¡Siempre están impacientes por adivinarlo! ¿No oye cómo preguntan todas «¿Cuál? ¿Cuál?»? –Y así era: hasta que Silvia lo explicó, parecía que únicamente croaban, pero ahora era capaz de distinguir el «¿Cuad? ¿Cuad?» con total claridad.

¿Pero por qué tratan de adivinarlo antes de verlo?

No lo sé –confesó Silvia–, pero siempre lo hacen. ¡A veces empiezan a hacer conjeturas semanas y semanas antes del día!

O relógio do protagonista ainda estará invertendo o tempo?!

Y no tenía sentido, según Bruno, representar un «fragmento» de Shakespeare cuando no había nadie que lo viera (como ves, no me contó a mí como alguien).”

¡Hamlet! –anunció de pronto la voz clara y dulce que yo tan bien conocía. El croar cesó por completo y al instante, y yo me giré hacia el escenario, con cierta curiosidad por ver cuáles eran las ideas de Bruno respecto al comportamiento del personaje más importante de Shakespeare.

Según este eminente intérprete del drama, Hamlet vestía una corta capa negra (que empleaba principalmente para taparse el rostro, como si sufriera un fuerte dolor de muelas), y caminaba separando mucho hacia fuera las puntas de los pies.

¡Sed o no sed! –comentó Hamlet en tono alegre, y después hizo el pino varias veces, provocando la caída de la capa en plena actuación.

Me sentí un poco decepcionado; la concepción que tenía Bruno del papel me parecía falta de solemnidad.

¿No recitará más del soliloquio? –le susurré a Silvia.

Creo que no –me contestó esta de igual forma–. Suele hacer el pino cuando no se sabe más partes del texto.

Bruno había resuelto entretanto la cuestión desapareciendo del escenario, y las ranas se pusieron inmediatamente a preguntar el nombre del próximo personaje.

¡Lo sabréis cuando lo veáis! –gritó Silvia, al tiempo que recolocaba a 2 o 3 ranitas que se las habían arreglado para ponerse de espaldas al escenario–. ¡Macbeth! –añadió, al reaparecer Bruno.

Macbeth se había envuelto en algo que le pasaba por encima de un hombro y bajo el brazo contrario, y que se suponía que era, creo, un plaid(*) escocés. Sujetaba una espina de planta en la mano, con el brazo totalmente extendido, como si le diera un poco de miedo.

(*) Prenda tradicional escocesa, usada especialmente como uniforme de gala por militares y gaiteros, consistente en una pieza alargada de tartán que se envuelve alrededor del cuerpo. Se lleva por lo general en combinación con el conocido kilt, con el cual debe ir siempre a juego. [N. del T.]

¿Es esto una daga? –inquirió Macbeth, con tono de cierta perplejidad, y al momento las ranas elevaron un coro de respuesta: «¡No! ¡No!» (a esas alturas yo ya había aprendido a entender perfectamente su croar).

¡Es una daga! –proclamó Silvia con voz autoritaria–. ¡Callad! –El croar cesó en el acto.

Shakespeare no nos ha dicho, hasta donde yo sé, que Macbeth presentara en su vida privada ningún hábito de tal excentricidad como hacer el pino, pero Bruno lo consideraba claramente una parte absolutamente esencial del personaje, y abandonó el escenario realizando una serie de volteretas. No obstante, regresó otra vez momentos después, con el extremo de un mechón de lana (dejado probablemente en la espina por una oveja que pasaba) bajo el mentón, el cual constituía una magnífica barba, que le llegaba prácticamente hasta los pies.

¡Shylock! –anunció Silvia–. ¡No, disculpad! –rectificó a toda prisa–. ¡El rey Lear! No me había fijado en la corona. (Bruno se había provisto ingeniosamente de una, que le quedaba perfectamente, cortando la parte central de un diente de león a fin de dejar hueco para su cabeza.)

El rey Lear se cruzó de brazos (poniendo su barba en peligro inminente) y dijo, en un suave tono explicativo:

¡Sí, un dey de los pies a la cabeza! –Y a continuación calló, como si se hallara considerando cuál podía ser el mejor modo de demostrar esto. Y aquí, con todo el respeto posible a Bruno como crítico shakespeariano, debo expresar mi opinión de que no era intención del poeta que sus 3 grandes héroes trágicos tuviesen unos hábitos personales tan extrañamente parecidos; al igual que tampoco creo que hubiera aceptado la facultad de hacer el pino como prueba alguna de pertenencia a una casta real. Mas, al parecer, el rey Lear, tras una profunda reflexión, fue incapaz de dar con ningún otro argumento con el que probar su realeza, y, como aquel era el último de los «fragmentos» de Shakespeare («Nunca hacemos más de tres», explicó Silvia en susurros), Bruno ofreció al público una larguísima serie de piruetas antes de retirarse por fin, dejando a las extasiadas ranas en un clamor conjunto de «¡Otro! ¡Otro!» que supongo constituía su modo de pedir un bis. Pero Bruno no resurgió en escena hasta que llegó el momento de contar la historia.

Cuando al fin apareció caracterizado de sí mismo, noté un sensible cambio en su comportamiento. No ejecutó más volteretas. Obviamente opinaba que, por muy apropiado que pudiera ser el hábito de hacer el pino para don nadies como Hamlet y el rey Lear, Bruno jamás sacrificaría su dignidad hasta tal punto.

Había una vez un datón y un cocoddilo y un hombde y una cabda y un león. –Nunca antes había escuchado introducir el dramatis personae en una avalancha tan temerariamente atropellada, y esta me dejó sin aliento alguno. Hasta Silvia se quedó boquiabierta, y dejó que 3 de las ranas, que parecían haber empezado a cansarse del espectáculo, se metieran de un brinco en la zanja sin realizar ningún intento de detenerlas.

»Y el datón encontdó un zapato, y cdeyó que era una tdampa para datones. Así que se metió dentdo, y se quedó allí muchósimo tiempo. —¿Y por qué se quedó? –preguntó Silvia. Su función parecía ser muy similar a la del coro en una obra griega: tenía que espolear al orador, y hacerlo hablar mediante una serie de preguntas inteligentes.

Podque cdeía que no podía salid de allí –explicó Bruno–. Era un datón listo. ¡Sabía que no podía escapad de las tdampas!

Al parecer, tenían los niños su tamaño “normal” de hada en esta escena… Pues, ¿qué diente-de-león va a ser corona para una cabeza, no fuera una microcabeza, mismo la de un niñito?

Pero ¿por qué entró en un principio? –insistió Silvia.

…y saltó y saltó –continuó Bruno, ignorando la pregunta–, y pod fin logdó salid. Entonces miró la etiqueta del zapato. Y en ella aparecía el nombde del hombde, pod lo que supo que no era su zapato.

¿Había pensado que lo era? –atacó de nuevo Silvia.

¿No te he dicho ya que cdeía que era una tdampa para datones? –replicó el indignado orador–. Pod favod, hombde señod, ¿podería haced que Silvia pdestase atención? –Esto hizo callar a su hermana, que pasó a ser toda oídos; de hecho, ella y yo habíamos pasado a ser la práctica totalidad de la audiencia, pues las ranas no paraban de marcharse dando saltos, y apenas quedaban ya allí unas pocas.

»Así que el datón le dio al hombde su zapato. Y el hombde se puso a dad botes, podque sólo tenía uno, y tenía muchas ganas de encontdad el otdo.

En ese momento aventuré una pregunta:

¿Te refieres a botes de alegría o a que iba a la pata coja?

A las 2 cosas –dijo Bruno–. Y el hombde sacó a la cabda del saco. –«Pero no habías mencionado el saco antes», dije yo. «Ni lo volveré a haced», contestó Bruno–. Y le dijo a la cabda: «Te quedarás pod aquí hasta que yo vuelva». Y el hombde se fue y cayó en un pdofundo hoyo. Y la cabda dio vueltas y más vueltas. Y pasó bajo el ádbol. Y meneó la cola. Y levantó la vista hacia el ádbol. Y cantó una tdiste cancioncilla. ¡Nunca habéis oído una igual!

¿Puedes cantarla, Bruno? –le pedí.

Sí, puedo –respondió Bruno en el acto–. Pero no lo haré. Haría llorad a Silvia…

¡No es cierto! –lo cortó Silvia con gran indignación–. ¡Y no me creo para nada que la cabra la cantara!

¡Sí que lo hizo! –aseguró Bruno–. La cantó entera. Yo vi cómo la cantaba con su ladga badba…

No pudo cantarla con su barba –interpuse yo, esperando pillar al pequeñajo–: una barba no es una voz.

¡Pues entonces no poderías pasead con Silvia! –exclamó Bruno en tono triunfal–. ¡Ella no es un pie!

Decidí que lo mejor era seguir el ejemplo de Silvia y guardar silencio por un rato. Bruno era demasiado listo para nosotros.

Y cuando tedminó de cantad la canción, salió coriendo: en busca del hombde, ya sabéis. Y el cocoddilo fue detdás de ella, para moddedla, ¿entendéis? Y el datón siguió al cocoddilo.

¿No iba corriendo el cocodrilo? –inquirió Silvia, que luego se dirigió a mí–: Los cocodrilos corren, ¿no?

Yo sugerí que lo correcto era decir que «se arrastran».

No coría –aclaró Bruno– y no se arastdaba. Se movía con dificultad como un baúl de viaje. Y levantaba tantósimo la badbilla al caminad…

¿Por qué lo hacía? –lo interrumpió Silvia nuevamente.

¡Podque no le dolían las muelas! –espetó Bruno–. ¿Es que necesitas que lo esplique todo? Si le habieran dolido las muelas, naturalmente habdía ido con la cabeza baja, así, ¡y se la habdía envuelto en un montón de mantas calientes!

Si hubiera tenido alguna –arguyó Silvia.

¡Claro que tenía! –replicó su hermano–. ¿Acaso piensas que los cocoddilos salen a pasead sin mantas? Y fdunció el entdecejo. ¡Y a la cabda sus cejas le dieron muchósimo miedo!

Así que el hombde saltó, y saltó, y finalmente consiguió salid del hoyo.”

Silvia se quedó otra vez ligeramente boquiabierta por el asombro: aquel rápido salto de un personaje a otro de la historia la había dejado sin aliento.

Y salió coriendo… en busca de la cabda, ya sabéis. Y oyó gduñid al león…”

Los leones no gruñen –dijo Silvia.

Este sí –afirmó Bruno–. Y tenía la boca gdande como un admario. Y en ella cabían un montón de cosas. Y el león pedsiguió al hombde… para comédselo, ¿sabéis? Y el datón coría detdás del león.

Pero el ratón corría tras el cocodrilo –recordé yo–; ¡no podía perseguir a los dos!

Bruno dejó escapar un suspiro ante la falta de luces de su público, pero explicó de manera muy paciente:

Sí que pedseguía a los dos: ¡podque iban en la misma dirección! Cogió pdimero al cocoddilo, y después no alcanzó al león. Y cuando cogió al cocoddilo, como tenía unas tenazas en el bolsillo, ¿qué cdeéis que hizo?

No se me ocurre nada –reconoció Silvia.

¡Nadie podería adivinadlo! –gritó Bruno con gran regocijo–. ¡Pues que le sacó el diente al cocoddilo!

¿Qué diente? –me atreví a preguntar.

Pero no había manera de poner en apuros a Bruno.

¡El diente con el que iba a modded a la cabda, pod supuesto!

No podía estar seguro de que no lo iba a hacer –sostuve–, a no ser que le sacara todos los dientes.”

¡Le… sacó… todos… los dientes!

¿Y por qué se quedó esperando el cocodrilo a que se los sacaran? –planteó Silvia.

No le quedó más demedio –sentenció Bruno.

Yo aventuré otra pregunta:

¿Pero qué pasó con el hombre que dijo: «Puedes quedarte por aquí hasta que yo vuelva»?

No dijo «puedes quedadte» –explicó Bruno–. Dijo «te quedarás». Igual que me dice Silvia: «Estudiarás tus leciones hasta las 12». ¡Oh, ojalá –añadió con un leve suspiro– Silvia dijera: «Puedes estudiad tus leciones»!

¿Pero qué pasó con el hombre?

Bueno, el león se alabanzó sobde él. Pero taddó tanto en caed que estuvo tdes semanas en el aire…

¿Y se quedó el hombre esperando todo ese tiempo? –inquirí.

¡Claro que no! –repuso Bruno, deslizándose de cabeza por el tallo de la dedalera hasta el suelo, pues la historia se acercaba claramente a su fin–. Vendió su casa e hizo las maletas, mientdas el león caía. Y se mudó a otda ciudad. Así que el león se comió al hombde equivocado.

Aquello era obviamente la moraleja; de manera que Silvia realizó su último anuncio a las ranas:

¡La historia ha acabado! ¡Y de veras que no sé –agregó, en un aparte hacia mí– qué es lo que hemos de aprender de ella!

Yo tampoco lo tenía del todo claro, así que no sugerí nada, pero las ranas parecían bastante contentas, con moraleja o sin ella, y se limitaron a elevar en ronco coro «¡Adiós! ¡Adiós!» mientras se alejaban dando brincos.

Lady Muriel se encontraba absolutamente radiante de felicidad: a la luz de aquella sonrisa, la tristeza no podía existir, e incluso Arthur recobró el buen ánimo ante ella, y, cuando lady Muriel comentó: «Como ve, estoy regando mis flores, aun cuando hoy es el día del sabbat», su voz casi mostró el viejo tono de alegría en su respuesta:

Las obras piadosas se permiten incluso en sabbat. Pero hoy no lo es. El día del sabbat ya no existe.”

¿Entonces usted permitiría a los niños jugar en domingo?

Sin duda. ¿Por qué convertirlo en un día fastidioso para sus naturalezas inquietas?

«¡Los domingos no debo jugar con mi muñeca! ¡Los domingos no debo cavar en el jardín!». ¡Pobre niña! ¡Desde luego tenía abundantes motivos para odiar el domingo!”

Cuando, siendo niña, abría por primera vez los ojos en una mañana de domingo, una deprimente sensación de anticipación, que aparecía como muy tarde el viernes, culminaba. Sabía lo que me aguardaba, y mi deseo interior, por no decir expreso, era: «¡Ojalá fuera ya por la tarde!». No se trataba de un día de descanso, sino de lecturas, catecismos (el de Watts) y tratados sobre conversos, criadas piadosas y muertes edificantes de pecadores que salvaron su alma.

Desde primera hora debíamos aprender de memoria himnos y pasajes de las Escrituras hasta las 8 en punto, momento en que orábamos en familia, para después desayunar, de lo cual nunca me era posible disfrutar, en parte por el ayuno previo, y en parte por el terror a lo que aún me esperaba.

A las 9 comenzaba la escuela dominical, y me indignaba que me pusieran en clase con los niños del pueblo, además de preocuparme que, en caso de cometer alguna equivocación, me humillaran delante de ellos.

El servicio religioso era un verdadero desierto de Zin [Israel]. Yo deambulaba por él, e instalaba el tabernáculo de mis pensamientos en el forro del cuadrado banco de la familia, los revoltosos movimientos de mis hermanos pequeños y el horror de saber que, el lunes, tendría que escribir, de memoria, una recapitulación del improvisado e inconexo sermón, el cual podía tratar de cualquier cosa menos de lo que se le suponía, y que sería juzgada por el resultado.

A continuación teníamos un almuerzo frío a la 1 (los criados no trabajaban ese día), escuela dominical otra vez de 2 a 4, y oficio de tarde a las 6. Los tiempos muertos entre una cosa y otra eran quizá la prueba más dura de todas, debido a los esfuerzos que tenía que hacer para pecar menos de lo habitual, leyendo libros y sermones tan estériles como el mar Muerto. Tan sólo había un horizonte de esperanza durante todo el día, y ese era la «hora de dormir», ¡la cual nunca llegaba demasiado pronto!”

El de que toda la naturaleza sigue unas leyes inmutables y ordenadas… la ciencia lo ha demostrado. De modo que pedirle a Dios que haga cualquier cosa (excepto cuando rezamos por bendiciones espirituales, por supuesto) es esperar un milagro, y no tenemos ningún derecho a hacer eso.

Sí, pero ahí entra en juego el libre albedrío; puedo elegir esto o aquello, y Dios puede influir en mi decisión.

¿De modo que no es usted fatalista?

¡Oh, no! –exclamó ella con franqueza.

—…¿Está de acuerdo entonces con que puedo, por un acto de libre voluntad, mover esta taza –continuó, acompañando la palabra con la acción– en esta o esta otra dirección?

Así es.

Mi mano se mueve debido a que ciertas fuerzas (eléctricas, magnéticas o de cualquier tipo que la «fuerza nerviosa» pruebe ser) actúan sobre ella por medio de mi cerebro. El origen de esa fuerza nerviosa, almacenada en este órgano, podría atribuirse probablemente, en caso de que la ciencia estuviese completa, a fuerzas químicas con que la sangre provee al cerebro, y que en última instancia derivan de la comida que ingiero y del aire que respiro.

¿Pero no sería eso fatalismo? ¿Dónde participa ahí el libre albedrío?

En la elección de los nervios –contestó Arthur–. La fuerza nerviosa del cerebro puede fluir de forma igualmente natural por un nervio que por otro. Hace falta algo más que una ley natural inmutable para decidir qué nervio la transmitirá. Ese «algo» es el libre albedrío.

Los ojos de lady Muriel brillaron.

«¿Instruirá al Todopoderoso quien con Él contiende?». ¿Negaremos nosotros, «el enjambre que nació al sol del mediodía», sintiendo en nuestro interior el poder de dirigir, hacia un sitio u otro, las fuerzas de la naturaleza (de la cual constituimos una parte tan insignificante), negaremos, en nuestra arrogancia sin límites, ese poder al Anciano de los Días? Diciendo a nuestro creador: «No pases de ahí. Fuiste el creador, ¡pero no puedes gobernar!»?

«Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido?»

I Corintios 7,16

Oh, nunca una estrella

se perdió aquí: ¡se alzaba en la lejanía!

¡Mira al este, donde miles más habitan!

¿Qué avatar en su tierra Visnú tendría?”

Robert Browning

El oeste es la tumba apropiada para todo el pesar y los suspiros, para todos los errores y las insensateces del pasado; ¡para todas sus esperanzas marchitas y sus amores enterrados! ¡Del este llega una fuerza, una ambición, una esperanza, una vida y un amor renovados! ¡Mira al este! ¡Sí, mira al este!

Mira al este!

» ¡Que desaparezcan, con la noche, el recuerdo de un amor difunto, las hojas marchitas de una esperanza malograda y las enfermizas tribulaciones y los sombríos remordimientos que aturden las mejores energías del alma, y que surjan, creciendo, ascendiendo como una riada viviente, la determinación viril, la voluntad tenaz y la mirada a los cielos de la fe: el fundamento de toda esperanza, la evidencia de lo invisible! »

Sueños, que eluden la comprensión del soñador;

manos rígidas, sobre el pecho de una difunta

madre, que nunca más devolverán con amor

los abrazos, ni tornarán ante el llanto en cuna;

de tales formas es mi deseo presentar

el relato que aquí acaba. ¡Deliciosa hada

que velas por aquel que vive para chincharte;

que quieres de corazón, que de broma regañas

al alegre y revoltoso Bruno! ¿Quién, al verte,

puede no amarte, preciosa, como lo hago yo?

¡Mi dulce Silvia, debemos decirnos adiós!”

* * *

[¡] Prefacio [!]

Permítanme expresar aquí mi sincera gratitud hacia los muchos críticos que han reseñado, ya sea de manera favorable o desfavorable, el volumen anterior.” “Ambos han servido sin duda para que el libro fuese más conocido y han ayudado a que el público lector se formara sus opiniones de él. Permítanme asimismo asegurarles aquí que el que me haya abstenido prudentemente de leer cualquiera de sus críticas no se debe a que no sienta respeto alguno por ellas. Soy de la sólida opinión de que un autor haría muy bien en no leer recensiones de sus libros: las desfavorables casi con toda seguridad le harán enfadarse, y las favorables, engreírse; y ninguno de estos resultados es deseable.” El Dostoievski inglés!

Me han llegado críticas, no obstante, de fuentes privadas, y mi intención es dar contestación a algunas de ellas. Una de tales críticas protesta por la censura excesivamente severa que hace Arthur sobre la cuestión de los sermones y los niños de los coros. Déjenme decirles, en respuesta, que no me responsabilizo personalmente de ninguna de las opiniones vertidas por los personajes de mi libro. Son tan sólo opiniones que, a mi juicio, podrían probablemente sostener las personas en cuyas bocas las pongo, y que eran dignas de tomarse en consideración.”

Respecto a ca’n’t, no se discutirá que, en todas las demás palabras terminadas en «n’t», estas letras son una abreviación de not; ¡y resulta sin duda absurdo suponer que, en este caso aislado, not queda representado por «’t»! De hecho, can’t es la abreviación adecuada de can it, del mismo modo que is’t lo es de is it. De nuevo, en wo’n’t, el primer apóstrofo es necesario porque la palabra would queda acortada aquí a wo’; pero considero correcto escribir don’t con un solo apóstrofo, porque la palabra do está aquí completa. En cuanto a palabras como traveler, sostengo que el principio correcto es doblar la consonante cuando el acento cae en esa sílaba, y dejar sólo una en caso contrario. Esta regla se observa en la mayoría de los casos (p.e., doblamos la «r» en preferred, pero dejamos una en offered), de manera que sólo estoy extendiendo a otros una regla ya existente. Admito, sin embargo, que no escribo parallel, como esta exigiría; pero es la etimología quien nos obliga a insertar la doble «l» en dicha palabra.”

Fue en 1873, creo ahora, cuando se me ocurrió por primera vez la idea de que un pequeño cuento de hadas (escrito, en 1867, para Aunt Judy’s Magazine, bajo el título de La venganza de Bruno) podría servir como núcleo de una historia más larga.” “De manera que este párrafo ha estado esperando veinte años su oportunidad de salir a imprenta: ¡más del doble del periodo que Horacio, de forma tan prudente, recomendaba «reprimir» las creaciones literarias!”

Y no fue hasta marzo de 1889 cuando, tras haber calculado el número de páginas que ocuparía el relato, decidí dividirlo en 2 partes y publicarlas por separado. Esto hacía necesario escribir una especie de conclusión para el primer volumen, y la mayoría de mis lectores, presumo, consideró esta la conclusión real cuando dicho volumen apareció en diciembre de 1889.”

MELHOR RATOS DO QUE PÉS: “El uso tremendamente peculiar que aquí se hace de un ratón muerto se ha extraído de la vida real. Una vez me encontré con un par de niños muy pequeños, en un jardín, que estaban echando un partido microscópico de críquet para 2. El bate tenía, me parece, más o menos el tamaño de una cuchara de servir, y la mayor distancia alcanzada por la pelota, en sus vuelos más audaces, era de unos 4 o 5 metros. La longitud exacta era por supuesto una cuestión de suprema importancia, y siempre se medía cuidadosamente (compartiendo amigablemente el bateador y el lanzador el duro trabajo) ¡con un ratón muerto!”

Los 2 axiomas cuasimatemáticos citados por Arthur en la p. 209 del vol. I («las cosas que son mayores que una misma cosa son mayores entre sí» y «todos los ángulos son iguales») fueron realmente enunciados, con toda seriedad, por estudiantes de una universidad situada a menos de 100 millas de Ely.”

Vol. II, p. 445. ¡El discurso en torno a la «obstrucción» no es un mero producto de mi imaginación! Está copiado palabra por palabra de las columnas del Standard, y fue pronunciado por sir William Harcourt, quien era, en aquel momento, miembro de la «oposición», en el National Liberal Club, el 16 de julio de 1890.”

Vol. II, p. 529. El comentario del profesor sobre una cola de perro («por ese lado no muerde») lo hizo en realidad un niño cuando lo avisaron del peligro que estaba corriendo por tirar de la cola del perro.”

ya fuese mi audiencia una docena de niñas de una escuela rural, una treintena o cuarentena en un salón londinense, o un centenar en un instituto, siempre las he encontrado francamente interesadas en atender, y profundamente apreciativas de la diversión que el relato proporcionaba.”

SAI PRA LÁ, CAC! “Mi intención era discutir, en este prefacio, de manera más exhaustiva de lo que lo hice en el volumen anterior, la «moralidad de la caza», en relación con las cartas que he recibido de amantes de esta última, en las que señalan los muchos y grandes beneficios que los hombres obtienen de ella, e intentan probar que el sufrimiento que inflige a los animales es demasiado insignificante para ser tenido en cuenta.” “Este es que Dios ha concedido al hombre un derecho absoluto a tomar las vidas de otros animales por cualquier causa que sea razonable, como la de proveerse de alimento, pero que no ha otorgado al hombre el derecho a infligir dolor, salvo en caso de necesidad; que el mero placer, o beneficio, no constituye una de dichos casos, y que, por consiguiente, ese dolor, infligido por esparcimiento, es cruel, luego no está bien.”

El lector de este párrafo probablemente asistió a un sermón la mañana del domingo pasado. Pues bien: que mencione, si es capaz, el nombre del texto, ¡y que exponga el tratamiento que le dio el pastor!” As aulas chatas e obrigatórias tomaram o lugar dos “sermões”… Não sabemos nem de onde vêm, só sabemos que elas existem!

Iglesias y chanzas

el Ejército de Salvación, con la mejor de las intenciones, me temo, ha contribuido en gran medida a que esto sea así, debido a la ordinaria familiaridad con la que tratan las cuestiones sagradas, y está claro que todo aquel que desee vivir con el espíritu de la oración «santificado sea tu nombre» debería hacer lo que esté en su mano, por poco que sea, para frenar eso.”

Navidad de 1893

* * *

Durante el siguiente mes, o 2, mi solitaria vida en la ciudad me pareció, en comparación, desacostumbradamente monótona y tediosa. Extrañaba a los agradables amigos que había dejado en Elveston, el cálido intercambio intelectual, la afinidad que otorgaba a las propias ideas una realidad nueva y vívida, pero quizá, más que nada, echaba en falta la compañía de las 2 hadas –o niños de los sueños, pues todavía no había logrado resolver la cuestión de quiénes o qué eran– cuyas encantadoras travesuras habían iluminado mi vida con su magia.

En horas de oficina –las cuales, me figuro, reducen a la mayoría de los hombres al estado mental de un molinillo de café o un rodillo escurridor–, el tiempo transcurría a toda velocidad como suele ser habitual; era en los recesos de la vida, las desoladas horas en que los libros y los periódicos eran incapaces de seguir satisfaciendo el hastiado apetito, y en que uno, devuelto a sus terribles cavilaciones, trataba –completamente en vano– de poblar el aire vacío con los queridos rostros de los amigos ausentes, cuando la verdadera amargura de la soledad se hacía sentir.

Una tarde, en que la vida me parecía un poco más pesada que de costumbre, fui paseando hasta mi club, no tanto con la esperanza de encontrar allí a algún amigo, pues Londres se hallaba ahora «fuera de la ciudad», sino con la sensación de que allí, al menos, escucharía «dulces palabras pronunciadas por el ser humano», y contactaría con su pensamiento.”

No –contestó Eric, con una voz firme que apenas dejó entrever un atisbo de emoción–; ese compromiso terminó. Sigo siendo «Benedick el hombre no desposado»

¹ Celibatário azedo de uma comédia de Shakespeare. Havia escrito essa curta nota semanas antes de ler Much Ado About NothingBenedick é divertidíssimo, retifico, e o azedume é uma fachada, mas serve como estereótipo-mor do “solteiro convicto” em toda a obra shakespeareana, demonstrando o bom gosto de Eric Lindon!

Aunque mis experiencias con los duendes parecían haber desaparecido de manera tan absoluta de mi vida que nada se encontraba más lejos de mi mente que la idea de volver a ver a mis amigos féericos, reparé entonces por casualidad en una pequeña criatura que se movía entre el césped que bordeaba el camino, y que no daba impresión de ser un insecto, ni una rana, ni ninguna otra criatura viva que pudiera concebir. Arrodillándome con cuidado, y creando una jaula improvisada con mis dos manos, atrapé al pequeño andarín, y me asaltó una súbita sensación de sorpresa y placer al descubrir que mi prisionero no era otro que ¡el mismísimo Bruno!”

Los conocimientos gramaticales de Bruno ciertamente no habían mejorado desde nuestro último encuentro.”

Cdeo que tienes derecho a comedme –dijo el pequeñajo, mirándome a la cara con una sonrisa encantadora–. Pero no estoy asolutamente seguro. Mejod espera a pdeguntadle a alguien antes de hacedlo.

Desde luego parecía razonable no dar un paso tan irrevocable como ese sin la debida consulta previa.

Definitivamente me informaré primero –dije–. Además, ¡todavía no sé si merecería la pena comerte!

Me imagino que soy un bocado muy deliciosísimo –señaló Bruno con tono de satisfacción, como si fuese algo de lo que estar bastante orgulloso.

¿Y qué estás haciendo aquí, Bruno?

¡No me llamo así! –replicó mi avispado amiguito–. ¿Es que no sabes que mi nombde es «¡Oh, Bduno!»? Así es como me llama siempde Silvia cuando decito mis leciones.

Bien, pues ¿qué estás haciendo aquí, oh, Bruno?

¡Estudiando mis leciones, pod supuesto! –aseguró con ese brillo pícaro en la mirada que siempre aparecía cuando sabía que estaba soltando algún disparate.

Yo siempde me apdendo mis leciones –dijo Bruno–. ¡Son las de Silvia las que me cuestan horores! –Frunció el entrecejo, como si estuviese realizando un terrible esfuerzo mental, y se dio unos golpecitos en la frente con los nudillos–. ¡Mi coco no me pedmite entededlas! –explicó con desesperación–. ¡Cdeo que me hacerían falta 2 cocos!

¿Pero a dónde ha ido Silvia?

¡Eso es justo lo que yo quiero sabed! –señaló desconsolado–. ¿De qué sidve que me ponga leciones, si luego no está aquí para esplicad las padtes difíciles?

Para mí eran solamente unos cuantos pasos, pero una gran cantidad para Silvia; de modo que tuve que poner mucha atención en caminar despacio, a fin de no dejar a la criaturita tan atrás como para perderla de vista.”

«Primero el placer y luego el trabajo» parecía ser el lema de estos diminutos seres, en vista de la cantidad de abrazos y besos que hubieron de intercambiar antes de poder pasar a otra cosa.

Y bien, Bruno –empezó Silvia en tono de reproche–, ¿no te dije que debías continuar con tus lecciones, a menos que oyeras lo contrario?

¡Es que oí lo contdario! –sostuvo Bruno, con un brillo travieso en la mirada.

¿Qué fue lo que oíste, diablillo?

Una especie de duido en el aire –señaló Bruno–, como si algo se moviera. ¿No lo oyó usted, hombde señod?”

Silvia tenía una forma –que no me resultaba excesivamente admirable– de evitar las paradojas lógicas de Bruno consistente en pasar súbitamente a otro orden de cosas, estratagema maestra que adoptó en esta ocasión.

Bueno, hay una cosa que debo decir…

¿Sabía usted, hombde señod –comentó Bruno con aire contemplativo–, que Silvia no puede contad? Cada vez que suelta: «hay una cosa que debo decid», ¡sé pedfectamente que dirá 2! Y siempde lo hace.

Dos cabezas piensan mejor que una, Bruno –respondí yo, sin tener una idea muy clara de adónde quería llegar con ello.

No me impodtaría tened 2 cabezas –se dijo Bruno en voz baja–: una para tomad la cena y otda para discutid con Silvia… ¿cdee usted que me vería más guapo si teniera 2 cabezas, hombde señod?

La cuestión, le aseguré, no admitía dudas.”

Sólo quedan 3 lecciones –señaló Silvia–: Ortografía, Geografía y Canto.

¿Aritmética no? –pregunté.

No, no tiene cabeza para la Aritmética…

¡Pues claro que no! –saltó Bruno–. Mi cabeza es para el pelo. ¡No tengo un montón de ellas!

… y es incapaz de aprenderse la tabla de multiplicación…

Pdefiero mil veces la Historia –apuntó Bruno–. Tú tienes que depetid esa tabla de multicomplicación

Y tú tienes que repetir…

¡No! –interrumpió Bruno–. La Historia se depite a sí misma. ¡Eso dijo el pdofesod!

Silvia estaba colocando unas letras sobre una pizarra: R-O-M-A.

A ver, Bruno –dijo–, ¿qué pone ahí?

Bruno miró las letras, en solemne silencio, durante un momento.

¡Sé lo que no pone! –contestó finalmente.

Eso no me vale –declaró su hermana–. ¿Qué pone?

Bruno miró de nuevo las misteriosas letras.

¡Oh, es «A-M-O-R» al devés! –exclamó. (Yo convine en que así era, desde luego.)

¿Cómo has hecho para ver eso? –preguntó Silvia.

He ponido los ojos bizcos –dijo Bruno–, y entonces lo he veído enseguida. ¿Puedo cantad ya la Canción del madtín pescadod ?”

Y ahí estaba, un gran mapamundi, extendido sobre el suelo. Era tan grande que Bruno tuvo que moverse por encima de él a gatas para señalar los lugares nombrados en la «lección del martín pescador».

Cuando un madtín pescadod ve una mariquita que se aleja volando, dice: «No sientas Timor, que soy muy Pacífico». Y cuando la atdapa, dice: «¡Deja de moverte para todos Laos, que me Kansas!». Cuando la tiene entde sus garas, dice: «¡Se te acabaron los Buenos Aires!». Cuando se la mete en el pico, dice: «Ahora te voy a Catar». Y cuando se la ha tdagado, dice: «Vas a conocer mis Honduras». Ya está.” Tradução genial.

Era una canción muy peculiar, por lo siguiente: el estribillo de cada estrofa aparecía en mitad de ella, en vez de al final. No obstante, la melodía era tan sencilla que no tardé en cogerla, y también logré hacer el estribillo coral; bueno, tal vez, hasta donde ello le es posible a una sola persona. Mis gestos hacia Silvia para que me ayudase fueron en vano; se limitó a sonreír con dulzura mientras negaba con la cabeza.”

No se dice «veído» –lo corrigió Silvia–; deberías decir siempre «visto».

Entonces tú no deberías pdeguntad: «¿Te has “leído” ya la lección?», ¡sino que deberías decid siempde que soy muy «listo»! Esta vez Silvia eludió la discusión dándose la vuelta y poniéndose a enrollar el mapamundi.

¡Las lecciones han terminado! –proclamó con una voz de lo más melodiosa.

¿Nada de lloros? –inquirí–. ¿No lloran siempre los niños pequeños cuando han de estudiar sus lecciones?

Yo nunca lloro después de las 12 –dijo Bruno–, podque entonces queda poco para la hora de la cena.

A veces, por la mañana –apuntó Silvia en voz baja–, los días que toca lección de Geografía, cuando ha sido desobe…

Sobre la mesa, aguardando mi regreso, había un sobre de ese peculiar tono amarillo que siempre anuncia un telegrama, y que debe de estar, en la memoria de tantos de nosotros, inseparablemente unido a algún súbito y gran pesar, algo que ha arrojado una sombra, que nunca será completamente retirada mientras estemos en este mundo, sobre la claridad de la vida.” Eu, brasileiro nascido em 1988, sempre associei telegrama a boas novas: foste aprovado no concurso!, etc.

la vida humana parece, en su conjunto, contener más penas que alegrías. Y, aun así, el mundo sigue girando. ¿Quién sabe por qué?”

“…y de inmediato me puse a hacer los preparativos necesarios para el viaje.”

Cierto, había emprendido este mismo viaje, y a la misma hora del día, 6 meses antes, pero muchas cosas habían sucedido desde entonces, y la memoria de un anciano no posee más que una leve retentiva de los acontecimientos recientes: busqué «el eslabón perdido» en vano. De repente mi mirada se topó con un banco –el único existente en el desangelado andén– en el cual había una dama sentada, y entonces toda la escena que había olvidado me asaltó de manera tan vívida como si estuviese teniendo lugar otra vez.”

La escena al completo retornó entonces vívidamente a mi memoria y, para acrecentar aún más la extrañeza de esta repetición, allí estaba el mismo anciano al que yo recordaba haber visto echado con tan malos modos por el jefe de estación a fin de hacerle sitio a su noble pasajera. El mismo, pero «con una diferencia»: ya no caminaba tambaleándose frágilmente por el andén, sino que de hecho se encontraba sentado al lado de lady Muriel, ¡y hablando con ella!”

Tal vez sea su aire –declaré–, o el trabajo duro… o mi vida relativamente solitaria; en cualquier caso, no me vengo sintiendo muy bien últimamente. Pero Elveston no tardará en reanimarme otra vez. ¡La prescripción de Arthur (es mi médico, ya sabe, y tuve noticias suyas esta mañana) es «abundante ozono, leche fresca y compañía agradable»!

¿Compañía agradable? –repitió lady Muriel, fingiendo meditar la cuestión en una bonita pose–. ¡Pues en serio que no sé dónde podemos encontrarle eso! Tenemos muy pocos vecinos. Pero lo de la leche fresca podemos arreglarlo. Cómpresela a mi vieja amiga la Sra. Hunter, allá, subiendo la colina. Puede confiar en su calidad. Y su pequeña Bessie va a la escuela a diario pasando por delante de donde se hospeda. Así que sería muy sencillo hacérsela llegar.

Verá que es un paseo nada duro: menos de 3 millas, me parece.

Bien, ahora que hemos zanjado ese asunto, deje que le devuelva el comentario. ¡No creo que tenga usted muy buen aspecto!

Me imagino que no –contestó en voz baja, y su semblante pareció ensombrecerse de repente–. He tenido algunos problemas últimamente. Es un tema que llevo queriendo consultarle mucho tiempo, pero me costaba escribirle al respecto. ¡Me alegra tanto disponer de esta oportunidad!

»¿Cree usted –comenzó nuevamente, tras un instante de silencio, de un modo visiblemente avergonzado, algo nada común en ella– que una promesa, hecha de manera voluntaria y solemne, es siempre vinculante… salvo, por supuesto, en caso de que su cumplimiento acarreara un verdadero pecado?

No se me ocurre ninguna otra excepción en este momento –respondí–. Esa rama de la casuística se trata normalmente, creo, como un problema de verdad o falsedad…

¿Seguro que el principio es ese? –interrumpió ella con ansiedad–. Siempre había creído que la enseñanza de la Biblia al respecto consistía en textos como «no os mintáis los unos a los otros», ¿me equivoco?

He considerado esa cuestión –contesté– y, a mi modo de ver, la esencia de mentir es la intención de engañar. Si uno hace una promesa, pensando totalmente en cumplirla, entonces en ese momento está sin duda actuando con sinceridad, y si posteriormente la rompe, ello no implica ningún engaño. No puedo calificarlo de falsedad.

Me ha aliviado usted un gran miedo –dijo–, pero es algo que por supuesto está mal, de algún modo. ¿Qué textos citaría usted para probarlo?

Cualquiera que hiciera hincapié en el pago de las deudas. Si A le promete algo a B, B tiene derecho a reclamárselo a A. Y el pecado de A, en caso de romper su promesa, me parece más análogo a robar que a mentir.

¿Sabe que pienso que fuimos viejos amigos desde el principio? –añadió con un tono divertido en total disonancia con las lágrimas que relucían en sus ojos.”

Yo era consciente desde hacía tiempo de que no estábamos en sintonía en lo relativo a la fe religiosa. Sus ideas sobre el cristianismo son muy sombrías; e incluso en lo que concierne a la existencia de un Dios, vive como en un estado de letargo. ¡Pero ello no ha afectado su vida! Ahora estoy convencida de que el ateo más absoluto puede llevar, aunque camine a ciegas, una vida noble y pura. Y si supiera la mitad de las buenas acciones… –Calló repentinamente, y volvió la cabeza.”

“…¡Dios no puede aprobar unos motivos tan bajos como esos! Aun así, no fui yo la que lo rompió. Yo sabía que me amaba y había realizado una promesa, y…

¿Entonces fue él quien lo hizo?

Me liberó de ella sin condiciones. –Ahora volvía a mirarme, habiendo recuperado del todo su calma habitual.

En ese caso, ¿cuál es el problema?

Es el siguiente: que no creo que lo hiciera libre y voluntariamente. Ahora, suponiendo que lo hiciera en contra de su voluntad, simplemente para satisfacer mis escrúpulos, ¿no conservaría su derecho sobre mí toda su fuerza? ¿Y no seguiría siendo vinculante mi promesa? Mi padre dice que no, pero no puedo evitar temer que su amor por mí haya influido en su decisión. Y no lo he consultado con nadie más. Tengo muchos amigos, pero para los días de sol radiante, no para los nubarrones y las tormentas de la vida; ¡no viejos amigos como usted!”

Si usted todavía lo ama de verdad…

¡No! –se apresuró a interrumpir ella–. Al menos… no de ese modo. Creo que lo amaba cuando me prometí, pero yo era muy joven; es difícil de decir. Pero fuera cual fuese el sentimiento, ahora ha desaparecido. El motivo por su parte es el amor; por el mío es… ¡el deber!

“…¿Es que esperas que la propuesta te la haga ella?

A Arthur se le escapó una sonrisa.”

El tipo más común de «boca holgazana» –procedió a explicar Arthur– es sin lugar a dudas la producida por el dinero que los padres dejan en herencia a sus propios hijos. Por consiguiente, imaginé un hombre (excepcionalmente inteligente, o excepcionalmente fuerte y trabajador) que había contribuido con tal cantidad de trabajo útil a las necesidades de la comunidad que su equivalente, en ropa, etc., era (pongamos) 5 veces lo que necesitaba para sí mismo. No podemos negar su derecho absoluto a repartir la riqueza sobrante tal como elija. De modo que, si deja 4 hijos a su muerte (dos hijos y dos hijas, por ejemplo), junto con recursos suficientes como para cubrir sus necesidades básicas durante toda una vida, no me parece que se esté cometiendo injusticia alguna con la comunidad si los hijos deciden no hacer otra cosa en ella que «comer, beber y ser felices». Estoy absolutamente convencido de que la comunidad no podría decir con justicia, en referencia a ellos: «Si algún hombre no quiere trabajar, que tampoco coma». Su respuesta sería aplastante: «El trabajo ya ha sido hecho, el cual es un justo equivalente de la comida que estamos tomando, y vosotros ya os habéis beneficiado de él. ¿En base a qué principio de la justicia podéis exigir 2 cuotas de trabajo por una de alimento?».

Estoy seguro, no obstante –dije yo–, de que hay algo de algún modo incorrecto si esas 4 personas son perfectamente capaces de realizar un trabajo útil, que la comunidad realmente necesita, y deciden sentarse y no hacerlo, ¿no?

El oro es en sí una forma de riqueza material, pero un billete de banco es sencillamente una promesa de ceder una cierta cantidad de ella cuando se solicite. Digamos que el padre de estas 4 «bocas holgazanas» había realizado 5 mil libras de trabajo útil para la comunidad. A cambio, esta le había entregado el equivalente a una promesa escrita de darle, cuando se le solicitase, 5 mil libras de comida, etc. Entonces, si él usa únicamente mil libras y deja el resto de los billetes a sus hijos, no cabe duda de que estos poseen todo el derecho a presentar estas promesas escritas y decir: «Danos la comida cuyo trabajo equivalente ya ha sido hecho». Ahora considero que merece la pena exponer este caso, pública y claramente. Me gustaría metérselo en la cabeza a esos socialistas que aleccionan a nuestros indigentes carentes de cultura con opiniones como: «¡Mira a esos aristócratas hinchados! Sin dar ni un palo al agua por sí mismos, ¡y viviendo del sudor de nuestras frentes!». Me gustaría obligarlos a que vieran que el dinero que esos aristócratas se gastan representa una cantidad de trabajo ya realizada para la comunidad, y cuyo equivalente, en riqueza material, se lo debe esta a ellos.” Hmm. Trabalho de quem? E por quanto tempo? Mil anos? Mais-valia acumulada de bilhões de pessoas? Então essa é sua justificativa para a manutenção da miséria para muitos e do luxo para pouquíssimos? Espero que Arthur não seja seu alter ego, sr. Carroll!

¿Y no podrían responder los socialistas: «Gran parte de ese dinero no representa en modo alguno trabajo honesto»? Si se pudiera rastrear su origen, yendo de poseedor en poseedor, aunque uno comenzase tal vez por varios pasos legítimos, como regalos, o legados, o «valores recibidos», pronto llegaría a un poseedor desprovisto de derecho moral a tenerlo, que lo obtuvo mediante fraude u otros delitos, y por supuesto sus descendientes no poseerían mayor derecho a recibir ese dinero que él.

Si empezamos a remontarnos más allá del hecho de que el poseedor actual de una cierta propiedad la obtuvo de manera honesta, y a preguntar si alguno anterior, en tiempos pasados, la consiguió por medio de un fraude, ¿quedaría a salvo propiedad alguna?” Óbvio que não. E do que tens medo, animal?

Mi conclusión general –continuó Arthur– desde el mero punto de vista de los derechos humanos, de un hombre frente a otro, fue esta: que si alguna «boca holgazana» y rica, que haya conseguido su dinero de manera legal, aunque no haya realizado por sí mismo ni una sola pizca del trabajo que representa, elige gastarlo en sus propias necesidades, sin contribuir con ningún trabajo a la comunidad a la que compra su comida y ropa, esa comunidad no tiene derecho a interponerse. Pero si consideramos la ley divina, la cosa cambia sensiblemente. Juzgado según ese criterio, un hombre así está indudablemente actuando mal si no utiliza, en beneficio de aquellos que lo necesitan, la fuerza o la habilidad que Dios le ha otorgado. Esa fuerza y habilidad no pertenecen a la comunidad, para satisfacer ninguna deuda; no pertenecen al hombre en sí, para su disfrute personal; pertenecen a Dios, para ser usadas de acuerdo a su voluntad, y se nos ha dejado meridianamente clara cuál es dicha voluntad: «haced bien, y prestad, sin esperar nada a cambio». Hoje Deus é a sociedade, e a sociedade se tornou Deus (não tem direito a nada, nem a qualquer apito moral, na verdade eram uns poucos filisteus e fariseus malditos).

Pero yo diría, hablando en general, que un hombre que se permite cualquier capricho que se le ocurre, sin privarse de nada, y simplemente da a los pobres parte de, o incluso toda, la riqueza que le sobra, sólo se está engañando a sí mismo si llama a eso «caridad».”

Pero incluso si gasta su dinero en sí mismo –insistí–, nuestro típico hombre rico muchas veces hace el bien, al emplear a gente que de otro modo carecería de trabajo, y eso resulta a menudo mejor que pauperizarlos dándoles el dinero.

¡Me alegro de que hayas hecho ese comentario! –contestó Arthur–. No querría abandonar el tema sin poner de manifiesto las 2 falacias contenidas en esa afirmación, ¡las cuales llevan tanto tiempo sin rebatirse que la sociedad las acepta ya como un axioma!

¿Cuáles son? –dije–. Yo ni siquiera veo una sola.

Una es simplemente la falacia de la ambigüedad: el supuesto de que «hacer el bien» (es decir, beneficiar a alguien) es necesariamente algo bueno (es decir, una cosa correcta). La otra es el supuesto de que, si una de 2 acciones determinadas es mejor que la otra, la 1ª es necesariamente una buena acción en sí misma. Me gustaría llamar a esta última la «falacia de la comparación», la cual da por hecho que lo que es bueno de manera relativa lo es, por ello, de manera absoluta.

Que sea la mejor que somos capaces de dar –respondió Arthur con confianza–. E incluso en ese caso «siervos inútiles somos». Pero permíteme que ponga un ejemplo de las 2 falacias. Nada ilustra mejor una falacia que un caso extremo, al cual incluye claramente. Suponte que encuentro 2 niños que se están ahogando en un estanque. Me lanzo corriendo a él y salvo a uno de los 2, para luego marcharme, dejando que el otro se ahogue. Está claro que «he hecho el bien» al salvarle la vida a un niño, ¿no? Pero… De nuevo, suponte que me cruzo con un extraño inofensivo, lo tumbo de un golpe y sigo mi camino. Obviamente eso es «mejor» que si a continuación hubiese saltado sobre él y le hubiera roto las costillas, ¿no? Pero…

Esos «peros» son completamente irrebatibles –apunté–. Mas me gustaría un caso extraído de la vida «real».

Bien, cojamos una de esas abominaciones de la sociedad moderna: un mercadillo benéfico. Es una interesante cuestión para considerar qué parte del dinero que llega al objetivo proyectado es auténtica caridad, y si esta se gasta incluso del mejor modo posible. Pero el tema requiere una clasificación ordenada, y un análisis, para una adecuada comprensión.

Tal análisis me complacería mucho –señalé–; es algo que muchas veces me ha intrigado.

De acuerdo, siempre que no te esté aburriendo. Pongamos que nuestro mercadillo benéfico haya sido organizado con objeto de proporcionar fondos a algún hospital, y que A, B y C ofrecen sus servicios elaborando artículos para la venta y ejerciendo de vendedores, mientras que X, Y y Z compran los artículos, y el dinero así pagado va al hospital.

»Hay 2 tipos distintos de tales mercadillos: uno donde el pago exigido es simplemente el valor de mercado de los productos proporcionados, [E o valor de custo, não?! Mas que mercadinhos muquiranas esses!] es decir, exactamente lo que uno tendría que pagar por ellos en una tienda; el otro, aquel en que se pide pagar unos precios exorbitantes. Debemos considerar cada uno por separado.

»Primero, el caso del «valor de mercado». Aquí A, B y C se hallan exactamente en la misma posición como comerciantes corrientes; la única diferencia es que donan lo recaudado al hospital. Prácticamente, están ofreciendo su trabajo especializado en beneficio del hospital. Esto en mi opinión es caridad genuina. Y no veo de qué otro modo mejor podrían ejercitarla. Pero X, Y y Z se encuentran exactamente en la misma posición que cualquier comprador corriente de productos. Hablar de «caridad» en relación con su parte en la transacción es un puro despropósito. Aunque es muy probable que ellos lo hagan.

»Segundo, el caso de los «precios exorbitantes». Aquí creo que lo más sencillo es dividir el pago en 2 partes: el «valor de mercado» y el excedente. La parte del «valor de mercado» se encuentra en la misma situación que en el primer caso; el excedente es lo único que hemos de considerar. Veamos: A, B y C no lo ganan, de modo que podemos dejarlos al margen de la cuestión; es un regalo de X, Y y Z al hospital. Y mi opinión es que no es la mejor manera de darlo; es mucho mejor comprar lo que quieran comprar, y dar lo que quieran dar, como 2 transacciones separadas; entonces se deja alguna posibilidad de que su motivación al dar pueda ser caridad real, en vez de tratarse de una motivación mixta: mitad caridad, mitad autocomplacencia. «La huella de la serpiente está sobre todo esto.» ¡Y es por ello que abomino completamente de actividades «benéficas» espurias como esas! –concluyó con inusual vehemencia, y decapitó salvajemente, con su bastón, un alto cardo al borde del camino, detrás del cual vi con sorpresa a Silvia y Bruno, allí de pie. Traté de detener el brazo de Arthur, pero era demasiado tarde. No estaba seguro de si el bastón los había alcanzado o no; sea como fuere, no le hicieron el más mínimo caso y, en cambio, sonrieron alegremente, y me saludaron con la cabeza; y de inmediato advertí que sólo eran visibles para mí; la influencia «inquietante» no había alcanzado a Arthur.

¿Sabe que ese bastón me ha atdavesado la cabeza? –dijo Bruno. (Para entonces habían rodeado a Arthur corriendo hasta llegar a mí, y cada uno me tenía cogido de una mano.)– ¡Justo pod debajo de la badbilla! ¡Menos mal que no soy un caddo!

Bueno, ¡de todos modos ya hemos terminado con el tema! –agregó Arthur–. Me temo que he estado hablando demasiado, para tu paciencia y mis fuerzas. Pronto deberé dar media vuelta. Estoy al borde del agotamiento.

«Cóbrate 3 pasajes, barquero.

Ten, te los pago de buen grado,

¡ya que conmigo (invisibles, empero)

un par de espíritus han cruzado!(*)»,

cité, involuntariamente.

(*) Estrofa final del poema Auf der Überfahrt («El pasaje») del autor alemán Johann Ludwig Uhland (1787-1862). Mi traducción ha sido realizada a partir de la versión inglesa que aparece en el original de este mismo volumen, obra de la traductora Sarah Austin (1793-1867). [N. del T.]

Para citas totalmente inapropiadas e irrelevantes –rio Arthur–, ¡«pocos hay que te igualen, y ninguno que te supere»! –Tras lo cual, retomamos nuestro paseo.

Se quedó plantado, vacilante, mirando primero un camino y después el otro; ¡una penosa imagen de absoluta indecisión!”

Arthur era totalmente inconsciente de que había otra voluntad distinta a la suya actuando sobre el bastón, y al parecer pensó que había adoptado una posición horizontal simplemente porque estaba apuntando con él.

Eso que hay bajo aquel seto, ¿no son Orchis? –observó–. Creo que eso me decide. Recogeré algunas de camino.

Entretanto, Bruno había corrido tras lady Muriel, y, dando numerosos saltos y gritos (audibles únicamente para Silvia y para mí mismo), de manera muy parecida a como si estuviera guiando ovejas, consiguió que diera media vuelta y caminase, con la vista recatadamente clavada en el suelo, en nuestra dirección.

¡La victoria era nuestra! Y, dado que era evidente que los enamorados, exhortados a reunirse de tal modo, debían encontrarse enseguida, yo me di la vuelta y me marché, esperando que Silvia y Bruno siguieran mi ejemplo, pues tenía el convencimiento de que cuantos menos espectadores hubiese, mejor sería para Arthur y su bondadoso ángel.

«¿Y cómo sería el encuentro?», me pregunté ensimismado mientras caminaba con resueltas zancadas.”

¡Se dieron la mano! –dijo Bruno, que trotaba a mi lado, en respuesta a la tácita pregunta.

¡Y se los veía contentísimos! –añadió Silvia desde el otro lado.

Pues entonces debemos continuar, al paso más rápido que podamos –señalé–. ¡Ojalá supiese cuál es el mejor camino a la granja de Hunter!

Seguro que en esta casita lo conocen –indicó Silvia.

Me imagino que sí. Bruno, ¿te importa acercarte corriendo a preguntar?

Silvia lo frenó, riendo, cuando su hermano ya se iba.

Espera un segundo –dijo–. Antes tengo que hacerte visible; ya sabes.

Y también audible, ¿me equivoco? –agregué yo, al tiempo que ella cogía la joya que le pendía del cuello, se la pasaba por encima de la cabeza de Bruno y le tocaba con ella los ojos y los labios.

Sí –asintió Silvia–, y una vez, ¿sabe?, le hice audible, ¡y olvidé volverlo visible! Y fue a comprar unos caramelos a una tienda. ¡El dueño se asustó tanto! Una voz pareció surgir del aire: «Pod favod, ¡quiero 50 gdamos de caramelos de cebada(*)!». ¡Y sobre el mostrador apareció un chelín, con un golpetazo! Y el hombre dijo:

«¡No puedo verte!». Y Bruno contestó: «¡Da igual que me veas o no, mientdas puedas ved el chelín!». Pero el hombre dijo que nunca vendía caramelos de cebada a personas que no fuera capaz de ver. Así que tuvimos que… ¡Bruno, ya estás listo! –Y este se alejó corriendo.

(*) Barley sugar drops en el original: caramelos de color ámbar que se elaboran hirviendo azúcar de caña en agua en la que se ha cocido cebada. [N. del T.]

No hubió espacio para pdeguntas –se excusó Bruno–. El cuadto estaba lleno de gente.

Estoy seguro de que es posible tirar al suelo a cualquiera –sostuve–, sin importar si es grueso o delgado.

No poderías tiradlo al suelo –repitió Bruno–. Es más ancho que alto, así que cuando está tumbado es más alto que cuando está de pie; ¡está claro entonces que no poderías tiradlo «al suelo»!

¿Podría usted decirme dónde se halla la granja de Hunter?–le pregunté al hombre, cuando se alejaba de la casa.

¡Sí que puedo, señó! –contestó con una sonrisa–. Soy John Hunter en persona, a su servicio. Está a no ma de media milla, l’única casa que se ve, pasá la curva del camino d’allá. Mi buena mujé está’n casa, si su asunto é con ella. ¿O a lo mejó le valgo yo?

Gracias –dije–. Quiero encargar algo de leche. Quizá lo mejor es que lo arregle con su esposa, ¿no?

Sí –asintió el hombre–. Ella s’ocupa de to eso. Que tenga buen día, señó… ¡y también sus querubines! –Y siguió su camino con paso trabajoso.

¡Los árboles equivocados! –se rio Silvia–. ¡Los árboles no pueden equivocarse! ¡No hay árboles equivocados!

¡Entonces tampoco puede habed ádboles corectos! –exclamó Bruno, y Silvia dejó la cuestión.

“…¿Alguna vez probaste un caballo, hombrecito?

¡Nunca! –negó Bruno con gran decisión–. Los caballos no son para comed. ¿Usted se los come?”

“…¿Sabes lo que dice el libro de poemas acerca de desperdiciar cosas adrede?

No –dijo Bruno–. ¿El qué?”

Podque despeddiciad… nosequenosecuántos… –empezó a repetir Bruno, bastante dispuesto, y a continuación se paró en seco–. ¡Ya no me acueddo de más!

Siempde… –repitió Bruno en voz baja, y entonces, súbitamente inspirado, añadió–: ¡siempde mirad adónde va!

¿Adónde va qué, precioso?

¡Pues la codteza, claro! –aclaró Bruno–. Entonces, si viviera para decid: «Ojalá tuviera esa codteza…» y todo eso, ¡sabdía dónde la tiré!

Esta nueva interpretación dejó completamente boquiabierta a la buena mujer, que regresó al tema de «Bessie».

¿No os gustaría ver la muñeca de Bessie, cielitos? Bessie, ¡lleva a la señorita y al caballerete a ver a Matilda Jane!

Es la nueva taberna –explicó la mujer–. Se encuentra justo de camino, a mano para los obreros, cuando vuelven del ladrillal, los días como hoy, con su salario semanal. Un buen montón de dinero se va de ese modo. Y algunos de ellos se emborrachan.

Entonces le conté la vieja historia de un cierto hombre de pueblo que se compró un pequeño barril de cerveza y puso a su esposa al cuidado del mismo, y de cómo, cada vez que quería tomarse su jarra, se la pagaba siempre directamente a ella, y ella nunca le «fiaba», y era una camarera totalmente inflexible que jamás le permitía excederse más de lo debido; cada vez que había que rellenar el barril, la mujer disponía de dinero en abundancia para ello, y lo que sobraba, lo metía en la hucha. Al terminar el año, él no sólo poseía una salud y un ánimo de primera, con ese aire indefinible pero inconfundible que siempre distingue al hombre sobrio del que «se pasa un poquitín», sino que además tenía una hucha llena de dinero, ¡ahorrado enteramente de su propio bolsillo!”

Cualquiera de los dones de Dios puede convertirse en una maldición, si no lo utilizamos con sabiduría. Pero debemos volver ya a casa. ¿Le importaría llamar a las niñas? ¡Estoy seguro de que Matilda Jane ha tenido compañía suficiente, por un día!”

Yo soy su mamá, y Silvia la niñera principal –explicó Bessie–; y Silvia me ha enseñado una canción de lo más bonita, ¡para que se la cante a Matilda Jane!

Oigámosla otra vez, Silvia –pedí, encantado de tener la oportunidad, que tanto tiempo llevaba deseando, de oírla cantar. Pero a Silvia le entró vergüenza y se acobardó al momento.

¡Oh, no, por favor! –me dijo, en un serio «aparte»–. Bessie se la sabe ya a la perfección. ¡Puede cantarla ella!

¡Eso, eso! ¡Que la cante Bessie! –animó la orgullosa madre–. Bessie también tiene una voz bonita –este fue otro «aparte» para mí–, ¡aunque esté mal que yo lo diga!

Matilda Jane, nunca miras

de mis libros los dibujos

que enseñarte yo procuro.

¡Has de estar ciega, Matilda!

Te cuento historias y enigmas,

mas no podemos hablar

pues no respondes jamás.

¡Te creo muda, Matilda!

Cielo, por mucho que insista,

nunca pareces oír

mis llamadas hacia ti.

¡Estás tan sorda, Matilda!

Matilda Jane, tú tranquila:

aunque seas muda, sorda

y ciega, alguien te adora,

¡y ese alguien soy yo, Matilda!”

¡Qué canción más bonita! –exclamó la mujer del granjero–. ¿Quién se inventó la letra, cielito?

Cr-creo que iré a buscar a Bruno –se excusó Silvia de forma pudorosa, y nos dejó a toda prisa. La curiosa niña parecía siempre temerosa de recibir elogios, o incluso simple atención.

Fue Silvia –nos informó Bessie, orgullosa de su información superior–; y Bruno creó la música… ¡y yo la canté! –circunstancia esta última, por cierto, que no hacía falta que nos notificara.

Seguimos, pues, a Silvia, y todos entramos juntos al salón. Bruno seguía aún en la ventana, con los codos apoyados en el alféizar. Aparentemente ya había terminado de contarle la historia a la mosca y encontrado una nueva ocupación.

¡No me imperumpáis! –dijo a nuestra llegada–. ¡Estoy contando los ceddos en el campo!

¿Cuántos hay? –inquirí.

Unos mil y cuatdo –señaló Bruno.

Querrás decir «unos mil» –lo corrigió Silvia–. No sirve de nada que añadas «y cuatro»: ¡no puedes estar seguro de esos 4!

¡Y tú te equivocas como siempde! –exclamó Bruno con triunfalismo–. Es sólo de los cuatdo de los que puedo estad seguro ¡podque están aquí, hocicando debajo de la ventana! ¡Los «mil» son los que he contado de manera apdoximada!

Tenemos que irnos, niños –anuncié–. Despedíos de Bessie. –Silvia rodeó con sus brazos el cuello de la muchachita y le dio un beso, pero Bruno guardó las distancias, con gesto desacostumbradamente tímido. («¡Yo sólo doy besos a Silvia!», me explicó más tarde.) La mujer del granjero nos acompañó a la puerta, y poco después habíamos emprendido ya el regreso a Elveston.

No voy a entrá –dijo–; hoy no.

¡Una jarra cerveza no t’hará daño! –le gritaron a coro sus amigos–. ¡Ni dos jarras! ¡Ni una docena!

No –se plantó Willie–. Me voy pa casa.

¿Qué? ¿Sin bebé na, Willie, compadre? –vocearon los demás. Pero el «compadre» no estaba por la labor de discutir y se dio media vuelta porfiado, mientras los niños lo flanqueaban para protegerlo de cualquier cambio en su súbita resolución.

¡Bien pronto llegas hoy, chacho! ¡Bien pronto! –Las palabras podrían haber sido una bienvenida, pero ¡oh, con qué tono de resentimiento las pronunció!–. ¿Qué t’ha hecho abandoná a tus alegres amigos, y los bailes y las tonterías? Imagino que traes los bolsillos vacíos, ¿eh? ¿O a lo mejó vienes pa vé morí a tu chiquilla? El bebé’stá muerto d’hambre, y no tengo bocao ni sorbo que darle. ¿Pero a ti qué ma te da? –Abrió el portillo con violencia y lo recibió con ojos encendidos por la furia.

Nos pareció totalmente natural entrar con ellos; en una ocasión distinta uno habría pedido permiso, pero yo tenía la sensación, no sabía por qué, de que éramos invisibles de algún modo misterioso, y tan libres de ir y venir como espíritus incorpóreos.”

No he bebío –le respondió él, en un tono más triste que airado–. Este bendito día no he probao una gota. ¡No! –vociferó, golpeando fuertemente la mesa con su puño cerrado y levantando la cabeza hacia su mujer con ojos brillantes–, ni jamá probaré otra gota de la maldita bebía… hasta que me muera… ¡con la ayúa de Dios mi creadó! –Su voz, que se había elevado súbitamente en un grito ronco, descendió de nuevo con la misma rapidez; luego volvió a bajar la cabeza y enterró el rostro entre sus brazos cruzados.

La mujer había caído de rodillas junto a la cuna, mientras su esposo hablaba. Ni lo miró ni pareció oírlo. Con las manos unidas sobre la cabeza, se balanceaba violentamente adelante y atrás.

¡Polly! –dijo con suavidad; y luego, más fuerte–: ¡Mi quería Poll!

Entonces ella se puso en pie y fue hasta él, con expresión aturdida, como si estuviera caminando en sueños.

¿Quién m’ha llamao «quería Poll»? –preguntó; su voz adoptó al hablar un tono de tierna picardía; sus ojos centelleaban, y la sonrosada luz de la juventud inundó sus pálidas mejillas hasta que pareció más una alegre chica de 17 que una ajada mujer de 40–. ¿Ha sío mi muchacho, mi Willie, que m’espera en el paso de la cerca?

También el rostro de él experimentó una transformación, bajo la acción de la misma luz mágica, hasta asemejar el de un tímido joven, y unos mozuelos aparentaban ser cuando él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí, mientras con el otro arrojaba lejos el montón de dinero, como si su contacto le resultase odioso.

¡Cógelo, muchacha! –dijo–. ¡Llévatelo to! Y tráenos algo que comé, pero compra primero un poco leche pa’l bebé.

A mí me parecían nubes de lo más corrientes, ¡pero claro que yo no me había alimentado «de ambrosía celestial, y bebido la leche del Paraíso»(*)!

(*) Versos finales del poema Kubla Khan, de Coleridge. [N. del T.]”

…Querido amigo –se interrumpió de improviso–; ¿cree que el Cielo da comienzo en la tierra, para alguno de nosotros?

Para algunos –opiné–. Para algunas personas, tal vez, sencillas e inocentes como niños. Sabe que él dijo: «de ellos es el Reino de los Cielos».

Lady Muriel entrelazó sus manos y levantó la vista al cielo despejado con una expresión que había visto muchas veces en los ojos de Silvia.”

¿Qué había de hacerse? ¿Se había fundido la vida del mundo de las hadas con la real? ¿O acaso compartía lady Muriel el estado de «inquietud», y poseía por tanto la capacidad de adentrarse conmigo en el mundo feérico? Me disponía a decir algo («Estoy viendo a un viejo amigo mío en el camino; si no lo conoce, ¿quiere que se lo presente?») cuando ocurrió algo extrañísimo: lady Muriel habló.

Estoy viendo a un viejo amigo mío en el camino –dijo ella–: si no lo conoce, ¿quiere que se lo presente?

Me pareció despertar de un sueño, ya que aún notaba con fuerza la sensación de «inquietud», y la figura ante mis ojos parecía cambiar a cada instante, como una de las imágenes de un caleidoscopio: en un momento era el profesor, ¡y al siguiente era alguien distinto! Para cuando llegó a la cancela, no cabía duda de que era otra persona, y sentí que el proceder correcto era que lady Muriel, y no yo, lo presentara. Ella lo saludó amablemente y, tras abrir la cancela, invitó a pasar al venerable anciano –un alemán, a todas luces– que miraba a su alrededor con expresión confundida, ¡como si él también acabase de despertar de un sueño!

No, ¡claramente no se trataba del profesor! Mi viejo amigo no podría haberse dejado crecer una barba tan magnífica desde la última vez que nos vimos; además, me habría reconocido, pues yo albergaba la seguridad de no haber cambiado tanto durante ese tiempo.”

sus amplios anteojos (uno de los complementos que le conferían un aspecto tan incómodamente similar al del profesor)”

¡La riqueza ilimitada sólo puede conseguirse haciendo las cosas al revés!”

MOEBIUS:

¿Alguna vez ha visto el rompecabezas del anillo de papel?–prosiguió Mein Herr, dirigiéndose al earl–, ¿en el que coge un pedazo de papel, y une sus extremos, retorciendo antes uno, como si quisiera juntar la esquina superior de un extremo con la esquina inferior del otro?

Sí, conozco ese rompecabezas –afirmó lady Muriel–. El anillo tiene una sola superficie y un solo borde. Es muy misterioso. —La bolsa es exactamente igual, ¿no es cierto? –sugerí yo–. ¿No es la superficie externa de uno de sus lados continua con la superficie interna del otro lado?

Su aspecto recordaba de un modo tan extraño al de una niña, confusa ante una lección difícil, y Mein Herr se comportaba, por el momento, de forma tan parecida al viejo profesor, que me invadió un total desconcierto; la sensación de «inquietud» era profundamente intensa en mí, y me sentí casi impelido a decir: «¿Lo entiendes, Silvia?». No obstante, logré guardar silencio con gran esfuerzo, y dejé que el sueño (si es que lo era, en realidad) se desarrollase hasta el final.”

“…¿Pero por qué la llama la «bolsa de Fortunatus», Mein Herr?

El adorable anciano le sonrió jovialmente de oreja a oreja, exhibiendo un parecido más fiel al profesor que nunca.

¿Es que no lo ve, mi niña… quiero decir, milady? Todo lo que está dentro de la bolsa, también está fuera, y viceversa. ¡Así que tiene toda la riqueza del mundo en esa pequeña bolsa! Su pupila aplaudió, con desaforado placer.”

O CAVALO HAMSTER

En su país –comenzó a decir Mein Herr sin previo aviso, sorprendiendo a todos–, ¿dónde acaba todo el tiempo que se pierde?

Lady Muriel puso un gesto serio.

¿Quién sabe? –susurró medio para sus adentros–. Todo lo que uno sabe es que se ha ido… ¡para no volver!

Bueno, en mi… quiero decir, en un país que visité –rectificó el anciano–, lo guardan; ¡y resulta de lo más útil, años después! Por ejemplo, imagine que tiene una tarde larga y tediosa por delante; nadie con quien hablar; nada interesante que hacer, y aún quedan horas para irse a la cama. ¿Qué hace entonces?

Me pongo de muy mal humor –admitió ella con franqueza– ¡y me entran ganas de lanzar cosas por la habitación!

Cuando eso le sucede a… a la gente que visité, nunca actúan así. Mediante un breve y sencillo proceso, que no puedo explicarle, guardan las horas inútiles y, en alguna otra ocasión, cuando por un casual necesitan tiempo adicional, lo vuelven a sacar.

El earl escuchaba con una sonrisa ligeramente incrédula.

¿Por qué no puede explicar el proceso? –inquirió.

Mein Herr tenía preparada una razón a prueba totalmente de réplicas.

Porque no tienen palabras, en su lengua, para trasmitir las ideas necesarias. Podría explicárselo en… en… ¡pero no lo entendería!

¡Claro que no! –dijo lady Muriel, dispensando generosamente a Mein Herr de tener que dar el nombre del idioma desconocido–. Yo nunca lo he aprendido… al menos, no para hablar con fluidez, ya sabe. Por favor, ¡cuéntenos más cosas maravillosas!

Conducen sus trenes sin motores de ningún tipo: lo único que se necesita es maquinaria para detenerlos. ¿Le parece eso suficientemente maravilloso, milady?

¿Pero de dónde extraen su fuerza motriz? –me atreví a preguntar.

Mein Herr se giró al momento, para mirar al nuevo interlocutor. Después se quitó los anteojos, los limpió y me volvió a mirar, con evidente perplejidad. Pude ver que estaba pensando, de hecho, al igual que yo, que debíamos de habernos visto antes.

Utilizan la fuerza de la gravedad –dijo–. Es una fuerza que también se conoce en su país, ¿me equivoco?

Pero para eso haría falta una vía que bajara en pendiente –señaló el earl–. No se pueden tener todas las vías de tren cuesta abajo, ¿cierto?

Son todas así – reveló Mein Herr.

Pero no por ambos extremos.

Por ambos extremos.

¡Entonces me doy por vencido! – exclamó el earl.

¿Puede explicar el proceso? –pidió lady Muriel–. ¿Sin usar esa lengua que soy incapaz de hablar con fluidez?

No hay problema –contestó Mein Herr–. Cada vía ferroviaria se halla en un largo túnel, perfectamente recto; de modo que, como es lógico, el punto medio del mismo está más próximo al centro del planeta que los dos extremos; con lo cual todos los trenes recorren la mitad del camino cuesta abajo, y eso les proporciona impulso suficiente para recorrer la otra mitad cuesta arriba.

Gracias. Lo he entendido a la perfección –dijo lady Muriel–. Pero la velocidad, en el punto medio del túnel, ¡debe de ser terrible! Mein Herr estaba evidentemente muy complacido por el perspicaz interés que lady Muriel ponía en sus comentarios. A cada momento que pasaba, el anciano parecía más hablador y desenvuelto.

¿Le gustaría conocer nuestros métodos de conducción? –inquirió sonriente–. Para nosotros, ¡un caballo desbocado no supone problema alguno!

Lady Muriel sufrió un leve estremecimiento.

Para nosotros es un peligro muy serio –explicó.

Ello se debe a que su carruaje se encuentra totalmente detrás del caballo. Su caballo echa a correr, y el carruaje lo sigue. Quizá el animal tenga el bocado entre los dientes. ¿Quién lo va a detener? Y usted sale disparada, ¡cada vez a mayor velocidad! ¡Y finalmente se produce el inevitable disgusto!

¿Pero y si el caballo de usted se las arregla para que el bocado se le quede entre los dientes?

¡No importa! No nos preocuparía. Los arreos de nuestro caballo están unidos al mismo centro de nuestro carruaje. Hay dos ruedas delante de él, y dos detrás. Se fija al techo un extremo de un amplio cinturón, que se hace pasar por debajo del caballo, y cuyo otro extremo se sujeta a un pequeño… lo que ustedes llaman «cabrestante», creo. El caballo coge el bocado con los dientes. Echa a correr. ¡Nos movemos a 10 millas por hora, como un rayo! Hacemos girar nuestro pequeño cabrestante: 5 vueltas, 6, 7 y… ¡puf! ¡Nuestro caballo se levanta del suelo! Que galope en el aire cuanto le apetezca: nuestro carruaje permanece quieto. Nos sentamos alrededor de él, y lo observamos hasta que se cansa. Entonces lo bajamos. ¡Nuestro caballo se alegra mucho, muchísimo, cuando sus pezuñas vuelven a pisar el suelo!

Porque no van a la par, milord. El extremo de una rueda se corresponde con el lateral de la rueda contraria. De modo que primero un costado del carruaje se eleva, y luego el otro. Y durante todo el proceso, no para de balancearse. ¡Ah, uno ha de ser un buen marinero para conducir nuestros carruajes-barco!

¿Dónde lo conoció? –le pregunté a lady Muriel, una vez que Mein Herr se hubo marchado–. ¿Y dónde vive? ¿Y cuál es su verdadero nombre?

Lo… conocí… –respondió en actitud pensativa–, ¡no puedo recordar dónde, en realidad! ¡Y no tengo idea de dónde vive! ¡Ni he oído nunca que tuviera otro nombre! Es muy curioso. ¡Nunca antes me había dado por pensar en lo misterioso que es!

Espero que nos volvamos a encontrar –comenté–; despierta en mí un gran interés.

Estará en nuestra fiesta de despedida, dentro de 2 semanas –señaló el earl–. Usted naturalmente vendrá, ¿no es así? Muriel tiene muchas ganas de reunir a todos nuestros amigos una vez más, antes de que nos vayamos del pueblo.

Y entonces me explicó, pues lady Muriel nos había dejado solos, que estaba tan ansioso por alejar a su hija de un lugar con tal cantidad de recuerdos dolorosos relacionados con el compromiso con el comandante Lindon, ya cancelado, que habían acordado celebrar la boda dentro de un mes, después de la cual Arthur y su esposa se irían de viaje al extranjero.

¡No olvide venir el martes siguiente al próximo! –me recordó cuando nos despedíamos con un apretón de manos–. Ojalá pudiese traer consigo a esos encantadores niños que nos presentó en verano. ¡Y hablamos del misterio de Mein Herr! ¡No es nada comparado con el misterio que parece rodearlos a ellos! ¡Nunca olvidaré esas maravillosas flores!

Los traeré si me es posible – dije yo. Pero cómo cumplir una promesa como aquella, cavilé durante mi camino de regreso a nuestro alojamiento, ¡era un problema que se me escapaba completamente!

Me encanta leer cartas, pero sé muy bien lo cansado que es escribirlas.”

Pero la persona más tímida y que se atasca más a menudo en una conversación dará necesariamente la impresión contraria al escribir una carta. Quizás haya necesitado media hora para redactar su segunda frase, pero ahí está, ¡justo después de la primera!”

Ello se debe simplemente a que nuestro sistema de escritura de cartas está incompleto. Un escritor tímido debería poder mostrar que lo es. ¿Por qué no debería hacer pausas al escribir, al igual que haría hablando?

Me refiero a que uno debería poder ser capaz, cuando no quiere que alguna cosa sea tomada en serio, de expresar ese deseo, ya que la naturaleza humana está constituida de tal modo que cualquier cosa que uno escribe en serio se interpreta como una broma, ¡y al revés! En cualquier caso, ¡eso es lo que ocurre al escribir a una dama!

El primer pensamiento que acude a la mente –procedió Arthur– al leer cualquier cosa particularmente vil o brutal, llevada a cabo por un congénere, suele ser la percepción de un nuevo nivel de profundidad pecaminosa revelado debajo de nosotros, y nos parece contemplar ese abismo desde alguna posición superior, muy distante de él.

Las causas que actúan desde fuera son su entorno: lo que el Sr. Herbert Spencer llama su «medio». El punto que quiero dejar claro ahora es este: que un hombre es responsable de su acto de elección, pero no de su medio. Por consiguiente, si estos dos hombres realizan, en una ocasión determinada, cuando se ven expuestos a una tentación igual, esfuerzos iguales por resistir y elegir lo correcto, su condición, a ojos de Dios, debe ser la misma. Si Él está complacido en uno de los casos, también lo estará en el otro, y al contrario.

Aun así, debido a sus diferentes medios, uno puede lograr una gran victoria sobre la tentación, mientras el otro cae en algún negro abismo criminal.

Lo lamento muchísimo –me disculpé–; fue realmente imposible que vinieran conmigo… –En aquel momento mi intención era ciertamente acabar la frase, y fue con una sensación de absoluto asombro que no soy capaz de describir de manera adecuada, que me oí añadir–: pero se reunirán aquí conmigo durante la tarde. – Esas fueron las palabras, pronunciadas con mi voz, y que al parecer salieron de mis labios.

Me refugié en el silencio. La única respuesta honesta habría sido: «El comentario no era mío. Yo no lo dije, ¡y es completamente falso!». Pero no tuve el valor moral de hacer tal confesión. No resulta muy difícil, creo, adquirir reputación de «lunático», pero es asombrosamente complicado deshacerse de ella, y me pareció completamente seguro que una declaración como esa justificaría del todo la expedición de una orden de lunatico inquirendo(*).

(*) En el antiguo sistema legal inglés, una orden judicial para que las autoridades indagasen si una persona estaba cuerda o no. [N. del T.]

Cuando las cosas a mi alrededor me parecieron nuevamente reales, Arthur se encontraba diciendo:

Me temo que es irremediable: su número ha de ser finito.”

Cuando la gente habla de «la última novedad musical», ¡esta siempre me recuerda a alguna melodía que escuché de niña!”

Llegará un día (si el mundo dura lo suficiente) –dijo Arthur– en el que cada melodía posible habrá sido compuesta, cada juego de palabras posible, realizado… –lady Muriel se retorció las manos como una reina de la tragedia– y, algo aún peor, ¡cada libro posible, escrito!, ya que el número de palabras es finito.

MACHADIANO

Pero sin duda los locos siempre escribirían libros nuevos, ¿no? –agregó–. ¡No podrían escribir los libros cuerdos otra vez!

Cierto –asintió Arthur–. Pero sus libros también se acabarían. El número de libros locos está limitado por el número de locos.

Y dicho número crece cada año –terció un hombre pomposo, al cual reconocí como el autodesignado animador del día del picnic.

Eso dicen –contestó Arthur–. Y cuando el 90% de nosotros lo seamos –parecía tener muchas ganas de soltar disparates–, a los manicomios se les dará el uso que les corresponde.

¿Que es…? – inquirió el hombre pomposo.

¡Acoger a los cuerdos! – exclamó Arthur–.

“…Los locos dominarán el mundo, fuera. Lo harán de un modo un tanto extraño, no cabe duda. Los choques de trenes serán cosa habitual; no pararán de estallar buques de vapor; la mayoría de las ciudades arderán hasta los cimientos; la mayor parte de los barcos acabarán hundidos…

¡Y casi todos los hombres morirán! –murmuró el hombre pomposo, que se hallaba clara y completamente turbado.

Ciertamente –asintió Arthur–. Hasta que finalmente habrá menos locos que hombres cuerdos. Entonces saldremos del manicomio, ellos entrarán, ¡y las cosas volverán a su estado normal!

¡Está bromeando! –masculló al final para sí, en un avergonzado tono de desdén, mientras se alejaba a grandes zancadas.

¿Cuándo diría usted que comienza la propiedad de un plato de sopa?

Esta es mi sopa –replicó ella en actitud severa–, y la que tiene delante de usted, la suya.

No cabe duda –dijo Arthur–, ¿pero cuándo comencé a poseerla? Hasta el momento de servirla en el plato, era propiedad de nuestro anfitrión; mientras era ofrecida a la mesa, el camarero, podríamos decir, la guardaba en fideicomiso; ¿pasó a ser mía cuando la acepté? ¿O cuando se me colocó delante? ¿O cuando tomé la primera cucharada?

¡Cómo le encanta discutir! – fue todo lo que dijo la anciana señora, pero lo dijo en voz alta, esta vez, sintiendo que los presentes tenían derecho a saberlo.

Arthur sonrió pícaramente.

¡Me apostaría gustoso con usted un chelín –continuó diciendo– a que el Eminente Abogado a su lado –¡ciertamente, es posible decir algunas cosas de modo que requieran mayúsculas iniciales!– no es capaz de responderme!

Yo nunca apuesto – replicó la señora con desabrimiento.

¿Ni siquiera puntos de 6peniques al whist(*)?

¡Nunca! –repitió–. El whist es bastante inocente… ¡pero apostando…! – La señora se estremeció.

(*) Un popular juego de naipes victoriano. [N. del T.]

Me temo que no puedo aceptar esa visión –dijo–. Considero que la introducción de pequeñas apuestas en los juegos de cartas fue uno de los actos más morales que la sociedad, como tal, ha llevado jamás a cabo.

[A opinião do mais britânico dos britânicos, Carroll!]

¿Y cómo es eso? –preguntó lady Muriel.

Porque sacó los naipes, de una vez por todas, de la categoría de juegos en los que es posible hacer trampas. Miren el modo en que el cróquet está desmoralizando a la sociedad. Las damas están empezando a hacer trampas en él, de manera terrible y, si se las descubre, se limitan a reírse, y dicen que es divertido. Pero cuando hay dinero en juego, eso es imposible. No se acepta al tramposo como alguien ocurrente. Cuando un hombre se sienta a jugar a las cartas y les estafa dinero a sus amigos, no se divierte mucho con ello… ¡a no ser que considere divertido que lo tiren a patadas por las escaleras!

Si todos los caballeros pensaran tan mal de las damas como usted –comentó mi vecina con cierto resentimiento–, habría muy pocas… muy pocas… –Pareció vacilar sobre cómo concluir la frase, pero finalmente eligió «lunas de miel» como palabras seguras.

Al contrario –repuso Arthur, al tiempo que la sonrisa traviesa regresaba a su faz–: si la gente adoptara mi teoría, el número de lunas de miel… de una clase totalmente nueva… ¡aumentaría muchísimo!

¿Y podemos conocer esa nueva clase de lunas de miel? –pidió lady Muriel.

Llamemos X al caballero –comenzó a explicar Arthur, elevando un poco el tono de voz, ya que ahora se veía con una audiencia de 6 personas, incluyendo a Mein Herr, el cual estaba sentado al otro lado de mi pareja polinominal– e Y a la dama a la que piensa proponerle matrimonio. Él solicita una «luna de miel de prueba». Se le concede. De inmediato, la joven pareja, acompañada por la tía abuela de Y como carabina, parte para un viaje de un mes, durante el cual dan muchos paseos a la luz de la luna, y tienen muchas conversaciones a solas, y cada uno puede formarse una idea más correcta del carácter del otro, en 4 semanas, de lo que habría sido posible en una cantidad igual de años, cuando se ven bajo las restricciones normales de la sociedad. ¡Y es únicamente tras su regreso que X decide si al final le planteará o no la trascendental pregunta a Y!

En 9 casos de cada 10 –proclamó el hombre pomposo–, ¡decidiría romper el compromiso!

Entonces, en 9 casos de cada 10 –replicó Arthur– se evitaría una unión poco idónea, ¡y se salvaría a las 2 partes del sufrimiento!

Las únicas uniones realmente poco idóneas –apuntó la señora mayor– son las efectuadas sin el suficiente dinero. El amor puede llegar después. ¡Pero se necesita dinero para empezar!

Esta observación se lanzó a la concurrencia como una especie de desafío general y, como tal, varios de los que lo oyeron lo aceptaron inmediatamente. El dinero pasó a ser la tónica de la conversación durante cierto rato, y un eco intermitente de la misma volvió a escucharse cuando colocaron el postre sobre la mesa, los criados abandonaron la habitación y el earl inauguró el vino en su bien recibida vuelta en torno a la mesa.

“…Es una verdadera delicia experimentar, una vez más, la sensación de tranquilidad que lo invade a uno cuando los camareros abandonan la habitación… cuando uno puede conversar sin la sensación de estar siendo espiado, y sin que constantemente le pasen platos a uno por encima del hombro. ¡Cuánto más sociable resulta ser capaz de servirle el vino a las damas y de pasar los platos a aquellos que desean servirse!

En ese caso, tenga la amabilidad de mandar esos melocotones para acá –dijo un gordo de tez colorada, que estaba sentado más allá de nuestro pomposo amigo–. ¡Llevo deseando que lleguen, diagonalmente, cierto tiempo!

Sí, se trata de una innovación espantosa –contestó lady Muriel–, dejar que los camareros vayan sirviendo el vino alrededor de la mesa durante el postre. Para empezar, siempre dan la vuelta con él en el sentido equivocado… ¡lo cual, por supuesto, siempre trae mala suerte a todos los presentes!

¡Mejor ir en el sentido equivocado que no ir en absoluto! –interpuso nuestro anfitrión–. ¿Le importaría servirse? –dijo hacia el gordo de tez colorada–. Creo que usted no es abstemio, ¿o sí?

¡Por supuesto que sí! –replicó este, pasando las botellas–. En Inglaterra se gasta casi el doble de dinero en bebida que en cualquier otro producto alimenticio. Lea esta tarjeta. –¿Qué persona con tendencia a abrazar cualquier moda pasajera no lleva siempre los bolsillos llenos de literatura apropiada?–. Las columnas de distinto color representan las cantidades gastadas en diversos productos alimenticios. Observe las 3 más altas. Dinero gastado en mantequilla y leche: 35 millones; en pan: 70 millones; en bebidas alcohólicas: ¡136 millones! Si por mí fuera, ¡cerraría todas las tabernas del país! Examine esa tarjeta, y lea el lema: «¡Ahí es donde va a parar todo el dinero!».

¿Ha visto la tarjeta probebidas alcohólicas? –inquirió Arthur en tono inocente.

¡No, señor! –repuso el orador de forma violenta–. ¿Cómo es?

Prácticamente idéntica a esta. Las columnas de colores son las mismas. La única diferencia es que, en vez de las palabras «Dinero gastado en», pone: «Ingresos derivados de la venta de»; y, en vez de «¡Ahí es donde va a parar todo el dinero!», su lema es: «¡De ahí viene todo el dinero!».

El hombre de tez colorada frunció el ceño, pero obviamente consideraba que Arthur no merecía su atención. De modo que lady Muriel rompió una lanza a su favor.

¿Sostiene usted –inquirió– que las personas pueden promover de manera más efectiva la abstención del consumo de bebidas alcohólicas si ellas mismas son abstemias?”

Ninguno de nosotros se atrevió a reír, pues el hombre de tez colorada estaba claramente furioso.”

Lo que causa principalmente el fracaso de una cena de gala es la escasez… no de carne, ni de bebida, siquiera, sino de conversación.

¡Nunca he visto una cena de gala inglesa –apunté yo– en la que se acabara la charla!

Disculpe –contestó respetuosamente Mein Herr–; yo no he hablado de «charla». He dicho «conversación». Todos esos temas como el tiempo, la política o los chismorreos locales son algo desconocido entre nosotros. Resultan o insulsos o controvertidos. Lo que nosotros necesitamos para conversar es un tema original y de interés. Para asegurarnos de ello, hemos probado diversas estrategias: pinturas en movimiento, criaturas salvajes, invitados en movimiento y un humorista giratorio. Pero este último es adecuado únicamente en fiestas pequeñas.

»¡Capítulo uno! ¡Pinturas en movimiento! –proclamó la voz argentina de nuestra anfitriona.

La mesa de comedor tiene la forma de un anillo circular –comenzó a explicar Mein Herr en tono suave y soñoliento, el cual, no obstante, podía oírse perfectamente en el silencio–. Los invitados están sentados en el lado interior además de en el exterior, habiendo accedido a sus sitios por una escalera de caracol desde la habitación situada en el piso de abajo. A lo largo de la parte central de la mesa discurren unos pequeños raíles, y hay un tren con una interminable cola de vagones que da vueltas por ella impulsado mecánicamente; en cada vagón hay 2 pinturas, apoyadas una contra otra de cara a los comensales. El tren da 2 vueltas durante la cena y, tras la primera, los camareros giran las pinturas de cada vagón, haciendo que miren en la dirección opuesta. Así, ¡cada invitado ve todas las pinturas!

¡Capítulo dos! ¡Criaturas salvajes! …

Encontrábamos las pinturas en movimiento ligeramente monótonas –continuó Mein Herr–. La gente no quería hablar de arte de principio a fin de una cena; de modo que probamos con criaturas salvajes. Entre las flores que repartíamos por la mesa (igual que hacen ustedes), aparecía por acá un ratón, por allá un escarabajo; por acá una araña –lady Muriel se estremeció–, por allá una avispa; por acá un sapo, por allá una serpiente –«¡Padre!», saltó lady Muriel con desazón. «¿Has oído eso?»–; ¡así que teníamos mucha materia de conversación!

Esta vez no siguió silencio alguno.

¡Tercer capítulo! –proclamó lady Muriel de inmediato–. ¡Invitados en movimiento!

Incluso las criaturas salvajes resultaban monótonas –prosiguió el orador–. De manera que dejamos que los invitados eligieran sus propios temas y, para evitar el aburrimiento, los cambiábamos de sitio a ellos. Hicimos una mesa de dos anillos, y el interior giraba lentamente en círculo, sin parar, junto con el suelo del centro de la habitación y la línea interior de invitados. Así, se iba situando a cada uno de estos frente a todos los invitados exteriores. Era un poco confuso, en ocasiones, tener que empezar una historia con un amigo y acabarla con otro, ¡pero todas las estrategias tienen sus fallos, ya saben!

¡Capítulo cuarto! –corrió a anunciar lady Muriel–. ¡El humorista giratorio!

Descubrimos que, para grupos pequeños, una estrategia excelente era tener una mesa redonda con un hueco en el centro lo suficientemente grande como para que cupiese un invitado. En él colocábamos a nuestro mejor conversador. Giraba despacio sobre sí mismo, poniéndose de cara sucesivamente a cada uno de los demás invitados, ¡sin parar ni un segundo de contar entretenidas anécdotas!

¡No creo que me gustara! –murmuró el hombre pomposo–. ¡Me marearía dar vueltas de ese modo! Declinaría la… – Pareció caer en la cuenta en ese instante de que tal vez el supuesto que había hecho no quedaba garantizado por las circunstancias; dio un apresurado trago de vino, que se le atragantó.

Pero Mein Herr había recaído en su estado de ensimismamiento, y no añadió nada más. Lady Muriel dio la señal, y las damas abandonaron la sala.”

¡Resultan encantadoras, no cabe duda! Encantadoras, pero muy frívolas. Nos arrastran, por así decirlo, a un nivel inferior. Ellas…

¿No requieren todos los pronombres un nombre que los anteceda? –inquirió con suavidad el earl.

“…El pensamiento es libre. Con ellas, nos vemos limitados a temas banales: arte, literatura, política y otros así. Uno puede soportar discutir de materias sin importancia como esas con una dama. Pero no hay hombre, en sus cabales… –paseó una severa mirada por la mesa, como si estuviese desafiando a los invitados a que lo contradijeran– ¡que haya hablado de vino con una dama! –Probó su copa de oporto, se reclinó en su silla y levantó el vino a la altura de su ojo, como para verlo al trasluz de la lámpara–. ¿La añada, milord? –inquirió, dirigiendo una mirada a su anfitrión.”

No –siguió diciendo… ¿y por qué sucede, me detengo a preguntar, que, al retomar el hilo interrumpido de un diálogo, uno siempre comienza con este monosílabo desprovisto de alegría? Tras meditarlo angustiosamente, he llegado a la conclusión de que el propósito es el mismo que el del colegial, cuando la suma en la que está trabajando se ha convertido en un embrollo sin solución, y cuando desesperado coge la esponja, lo borra todo y empieza de nuevo. Exactamente del mismo modo, el orador apabullado, mediante el simple proceso de negar todo lo que se ha afirmado hasta entonces, descarta de un plumazo la discusión entera, y puede «empezar como es debido» con una nueva teoría–. No –siguió diciendo–; no hay nada como la mermelada de cereza, después de todo. ¡Eso es lo que yo digo!

¡No en todas sus cualidades! –interpuso un hombrecillo de manera entusiasta y estridente–. En lo que respecta a la riqueza del tono general, no digo que tenga rival. Pero en cuanto a la delicadeza de la modulación… lo que podría llamarse los «armónicos» del sabor… ¡a mí deme una buena mermelada de frambuesa!

Yo mismo lo he visto fijar la edad de una mermelada de fresa con un margen de error de un día (y todos sabemos lo difícil que es poner fechas a esa mermelada) ¡probándola una sola vez!”

«La mermelada de cereza es la mejor para un mero claroscuro de sabor; la de frambuesa se presta mejor a esas discordancias resueltas que persisten de manera tan encantadora en la lengua, pero para un absoluto arrebato de perfección azucarada, ¡las demás mermeladas no tienen nada que hacer frente a la de albaricoque!». ¿No les parece muy bien dicho?”

La discusión pasó entonces a ser general, y sus palabras se perdieron en una mezcolanza de nombres, en la que cada invitado pronunciaba alabanzas a su propia mermelada favorita. Finalmente, a través del barullo, la voz de nuestro anfitrión consiguió hacerse oír:

¡Reunámonos con las damas! –Estas palabras parecieron traerme de vuelta a la realidad, y tuve la seguridad de que, durante los últimos minutos, había caído otra vez en el estado de «inquietud».

«¡Un extraño sueño! –me dije mientras desfilábamos escaleras arriba–. ¡Hombres adultos discutiendo, con tanta seriedad como si fuesen cuestiones de vida o muerte, los irremediablemente triviales detalles de meras exquisiteces culinarias, que no estimulan más funciones superiores humanas que los nervios de la lengua y el paladar! ¡Qué espectáculo más humillante sería una discusión así en la realidad!»

En ese momento, de camino al salón, recibí de manos del ama de llaves a mis pequeños amigos, vestidos con unos trajes de noche de lo más exquisitos, y más radiantes en su aspecto, arrebolado por la expectativa de goce, de lo que nunca antes los había visto. Aquello no me sorprendió, sino que acepté el hecho con la misma apatía irracional con que uno recibe los sucesos de un sueño, y apenas era consciente de una vaga ansiedad respecto a cómo iban a desenvolverse en una situación tan nueva para ellos… olvidando que la vida cortesana de Exotilandia era un entrenamiento más que suficiente para alternar en el mundo más sustancial.”

¿Cuánto habéis viajado, bonita? –insistió la joven dama.

Silvia puso cara de confundida.

Una milla o 2, creo –dijo con aire dubitativo.

Una milla o tdes –terció Bruno.

No se dice «1 milla o 3» –lo corrigió Silvia.

La joven dama mostró su aprobación con un asentimiento de cabeza.

Silvia tiene toda la razón. No es habitual decir «1 milla o 3».

Lo sería… si lo diciéramos lo bastante a menudo –apuntó Bruno.

Ahora quien puso cara de confundida fue la joven dama.

¡Es muy ingenioso, para su edad! –musitó–. No eres mayor de 7, ¿verdad, precioso? –añadió en voz alta.

No soy tantos –contestó Bruno–. Soy uno. Silvia es una. Silvia y yo somos 2. Ella me enseñó a contad.

¡Oh, no te estaba contando!, ¿sabes? –aclaró la joven dama entre risas.

¿Es que no has apdendido a hacedlo? –dijo el niño.

La joven se mordió el labio.

Sólo tengo una edad –contestó Bruno–. Nadie tiene 7 edades.

¿Y eres el hermano de esta jovencita? –dijo a continuación la dama, evitando hábilmente el problema.

¡Yo no soy «su» hedmano! –saltó Bruno–. ¡Silvia es «mi» hedmana!

Y la estrechó con ambos brazos mientras añadía–: ¡Es compeletamente mía!

Era una de esas intérpretes a las que la sociedad califica de «brillantes», y se lanzó a ejecutar la más hermosa de las sinfonías de Haydn con un estilo que era claramente el producto de años de paciente estudio con los mejores maestros. Al principio parecía ser la perfección de la música a piano, pero tras unos cuantos minutos empecé a preguntarme, con hastío: «¿Qué es lo que le falta? ¿Por qué no se extrae placer de ello?».

Entonces me puse a escuchar con gran atención cada una de las notas, y el misterio se aclaró por sí solo. Existía una corrección mecánica casi perfecta… ¡pero eso era todo! No estaban sonando notas equivocadas, naturalmente: la pianista se sabía la pieza demasiado bien como para que eso ocurriera, pero se daba la irregularidad justa del compás para dejar al descubierto que ella no poseía verdadero «oído» para la música; la falta justa de fluidez en los pasajes más elaborados para revelar que no creía que su audiencia mereciera un auténtico esfuerzo; la monotonía mecánica justa en la acentuación para despojar de alma todas las modulaciones celestiales que estaba profanando; en resumen, resultaba simplemente irritante, y, cuando hubo tocado el final del tirón y ejecutado el último acorde como si, ahora que había terminado con el instrumento, le diese igual cuántas cuerdas rompía, ni siquiera me vi capaz de fingir unirme al estereotipado «¡Oh, gracias!» que fue pronunciado a coro a mi alrededor.”

Es lo que ella merece –replicó Arthur, en sus trece–, pero la gente alberga tantos prejuicios en contra de la pena capital que…

¡Ya empiezas con las tonterías! –exclamó su prometida–. Pero a ti te gusta la música, ¿no? Eso dijiste hace un momento.

¿Que si me gusta la música? –repitió para sí el doctor en voz baja–. Mi querida lady Muriel, hay música y música. Tu pregunta es dolorosamente vaga. También podrías preguntarme, para el caso: «¿Te gusta la gente?».

Lady Muriel se mordió el labio, frunció el ceño y dio una patadita en el suelo. Como representación dramática de mal humor, resultó un claro fracaso. Sin embargo, logró engañar a uno de sus espectadores, y Bruno corrió a interponerse, como pacificador de una riña en gestación, con el siguiente comentario:

¡A mí me gusta la gente!

Arthur plantó una cariñosa mano en la cabecita de ensortijados cabellos.

¿Qué? ¿Toda la gente? –inquirió.

No toda –explicó Bruno–. Sólo Silvia… y lady Muriel… y él… –dijo, señalando al earl– y tú… ¡y tú!

No deberías señalar a la gente –le recriminó Silvia–. Es de muy mala educación.

En el mundo de Bruno –observé yo– sólo hay 4 personas… ¡dignas de mención!

¡En el mundo de Bruno! –repitió lady Muriel con gesto pensativo–. Un mundo luminoso y florido, en el que la hierba siempre es verde, la brisa siempre sopla con suavidad y nunca se juntan nubarrones; donde no hay bestias salvajes, ni desiertos…

Desiertos tiene que haber –apuntó Arthur de manera firme–, al menos si se tratara de mi mundo ideal.

¿Pero qué utilidad puede tener un desierto? –planteó lady Muriel–. No me creo que quisieras un páramo en tu mundo ideal.

Arthur sonrió.

¡Pues claro que sí! –aseguró–. Un páramo resultaría más necesario que un ferrocarril, ¡y muchísimo más propicio para la felicidad general que unas campanas de iglesia!

¿Pero para qué lo querrías?

Para practicar música en él –respondió él–. Todas las damas jóvenes sin oído musical, pero que aun así insisten en aprender, deberían ser conducidas, cada mañana, 2 o 2 millas al interior del páramo. Allí cada una encontraría un cómodo cuarto habilitado para ellas, y también un piano barato de 2ª mano, en el que podría tocar durante horas, ¡sin añadir ni una sola punzada de innecesario dolor al conjunto del sufrimiento humano!

Lady Muriel miró alarmada en derredor suyo, no fuese a ser que alguien oyera de pasada aquella atroz opinión. Pero la hermosa pianista se encontraba a una distancia segura.

Has de admitir al menos que es una joven dulcísima, ¿no te parece? –dijo a continuación.

Oh, sin duda. Tan dulce como el agua con azúcar, si quieres… ¡y casi igual de interesante!

¡Eres incorregible! –dijo lady Muriel, quien luego se giró hacia mí–: Espero que la Sra. Mills le haya parecido una pareja interesante para la cena.

¡Oh, así que ese es su nombre! –repuse–. Pensaba que sería más largo.

Y así es y será «bajo su propia cuenta y riesgo» (signifique lo que signifique eso) si alguna vez se atreve a dirigirse a ella de ese modo. ¡Es la «Sra. Ernest-Atkinson-Mills»!

Es una de esas advenedizas –intervino Arthur– que piensan que, por añadir a su apellido todos sus nombres de pila sobrantes, con guiones entre medias, pueden darle al mismo un toque aristocrático. ¡Como si no fuera ya bastante difícil recordar un solo apellido!

¡Es un señor muy mayor! –comentó Silvia, observando con admiración a Mein Herr, quien se había instalado en un rincón, desde el cual sus afables ojos nos sonreían a través de un gigantesco par de lentes–. ¡Y qué barba más adorable!

¿Cómo se llama? –susurró Bruno.

Se llama Mein Herr –le respondió Silvia, del mismo modo.

Bruno meneó la cabeza con impaciencia.

¡«Manjad» es como llama a la comida que le gusta, no a él mismo, tonta! –Recurrió entonces a mí–: ¿Cómo se llama, hombde señod?

Ese es el único nombre del que tengo constancia –dije yo–. Pero parece encontrarse muy solo. ¿No os da lástima su cabello gris?

Me da lástima él –matizó Bruno–, pero su pelo no, ni una pizca. ¡Su pelo no puede sentid!

Bien, vayamos a hablar con él y animémoslo un poco –sugerí–; quizá descubramos cómo se llama a sí mismo.

«¡La hosca vejez y la juventud no pueden vivir juntas!… ¡Ahora miradme bien, niños! Vosotros diríais que soy un hombre mayor, ¿no?»

No sé si es usted un hombde mayod –repuso Bruno, mientras su hermana y él, ganados por la suave voz, se acercaban al hombre un poco más, con pasitos cortos–. Cdeo que tiene ochenta y tdes años.

¡Qué exactitud! –exclamó Mein Herr.

Hay razones –contestó Mein Herr apaciblemente–, que no puedo explicar con libertad, para no mencionar explícitamente personas, lugares o fechas. Sólo voy a permitirme un comentario: que el periodo de vida comprendido entre los 165 y los 175 años resulta especialmente seguro.

Del siguiente modo: uno consideraría que nadar es un entretenimiento muy seguro, si apenas le llegasen noticias de que alguien muriese por ello. ¿Me equivoco al pensar que jamás ha oído que nadie se haya muerto entre esas 2 edades?

Entiendo lo que quiere decir –asentí–, pero me temo que no puede demostrar que la natación es segura, basándose en el mismo principio. No resulta raro oír que alguien se ha ahogado.

En mi país –dijo Mein Herr– nadie se ahoga nunca.

¿No hay aguas lo suficientemente profundas?

¡En abundancia! Pero no podemos hundirnos. Todos somos más ligeros que el agua. Dejen que se lo explique –añadió, al ver mi gesto de sorpresa–: imagine que desean obtener una raza de palomas de una forma o un color concretos; ¿no seleccionan, año tras año, aquellas que se aproximan más a la forma o el color que quieren, y se quedan con esas, deshaciéndose de las demás?

Así es –respondí–. Lo llamamos «selección artificial».

Exacto –dijo Mein Herr–. Pues bien, nosotros la hemos practicado durante algunos siglos, seleccionando sin cesar a la gente más ligera; de modo que, ahora, todo el mundo es más ligero que el agua.

Entonces, ¿nunca pueden ahogarse en el mar?

¡Nunca! Sólo en tierra (por ejemplo, cuando asistimos a una representación en un teatro) nos vemos en una situación de peligro como esa.

¿Cómo es posible eso en un teatro?

Todos nuestros teatros son subterráneos. Sobre ellos se colocan grandes tanques de agua. En caso de que se declare un incendio, los grifos se abren, y un minuto después el teatro se halla inundado ¡hasta el mismísimo techo! De ese modo se acaba con el fuego.

Y con la audiencia, supongo.

Eso es secundario –repuso Mein Herr con despreocupación–. Pero tienen el consuelo de saber que, ahogados o no, son todos más ligeros que el agua. Aún no hemos llegado a que la gente sea más ligera que el aire, pero estamos en ello; quizá en otros mil años o así…

¿Qué hacen con la gente que pesa demasiado? –inquirió Bruno con gravedad.

Hemos aplicado el mismo proceso –continuó Mein Herr, sin percatarse de la pregunta de Bruno– a muchos otros propósitos. Hemos seleccionado sin cesar bastones de paseo, conservando siempre aquellos que permitían andar mejor, ¡hasta que hemos obtenido algunos que caminan solos! Lo mismo hemos hecho con el algodón hidrófilo, ¡hasta conseguir algodón más ligero que el aire! ¡No tiene ni idea de lo útil que es como material! Lo llamamos «imponderal».

¿Para qué lo emplean?

Pues principalmente para empaquetar objetos que han de enviarse por correo. Hace que pesen menos que nada, ¿sabe?

¿Y cómo saben los empleados de la oficina postal cuánto ha de pagar usted?

¡Eso es lo hermoso del nuevo sistema! –exclamó Mein Herr de forma exultante–. Ellos nos pagan a nosotros, ¡no al revés! A veces me dan hasta 5 chelines por enviar un paquete.

¿Y su Gobierno no se opone?

Bueno, sí que plantea algunas objeciones. Dice que sale muy caro, a la larga. Pero la cuestión está meridianamente clara, según sus propias normas. Si yo envío un paquete que pesa medio kilo más que nada, pago 3 peniques; de modo que, naturalmente, si pesa medio kilo menos que nada, yo debería recibir 3 peniques.

¡Sí que es un artículo útil! –dije.

¡Qué cosa más útil es un mapa de bolsillo! –comenté.

Eso también es algo que hemos aprendido de su nación –dijo Mein Herr–: la cartografía. Pero lo hemos llevado mucho más lejos. ¿Cuál considera que es el mapa más grande que poseería verdadera utilidad?

Uno de en torno a 15 centímetros por milla.

¡Sólo eso! –exclamó Mein Herr–. Nosotros no tardamos en llegar a los 6 metros por milla. Luego probamos con cien metros por milla. ¡Y después vino la idea más grandiosa de todas! Hicimos un mapa del país, en serio, ¡a una escala de una milla por milla! —¿Y lo han usado mucho? –inquirí.

Tanto falam do escritor espanhol que utilizou essa anedota… Mas veja só!

O que é sempre péssimo para um vôo e excelente para um mapa? Que tenha escala!

Todavía no ha sido desplegado nunca –apuntó Mein Herr–; los granjeros se opusieron: decían que cubriría todo el campo, ¡bloqueando la luz del sol! De modo que en la actualidad usamos el propio campo como mapa, y le aseguro que funciona casi igual de bien. Deje que le haga yo ahora otra pregunta. ¿Cuál es el mundo más pequeño en el que le gustaría vivir?

PAINTBALL XIX

Pero un científico amigo mío, que ha realizado varios viajes en globo, me asegura que ha visitado un planeta tan pequeño que ¡fue capaz de recorrer una vuelta entera a pie alrededor de él en 20 minutos! Se había producido una gran batalla, justo antes de su visita, que terminó de un modo bastante curioso: el ejército derrotado huyó a toda velocidad, y a los poquísimos minutos se encontró cara a cara con el ejército vencedor, el cual marchaba de regreso a casa, ¡y este se asustó tanto al verse entre dos ejércitos, que se rindió en el acto! Naturalmente eso le hizo perder la batalla, aunque, de hecho, había matado a todos los soldados del bando contrario.

Los soldados muedtos no pueden huid –apuntó Bruno con expresión pensativa.

«Matado» es un tecnicismo –repuso Mein Herr–. En el pequeño planeta del que hablo, las balas estaban hechas de una suave sustancia negra que dejaba una marca en todo lo que tocaba. De manera que, tras una batalla, lo único que había que hacer era contar cuántos soldados de cada bando estaban «muertos», lo cual quiere decir «marcados por detrás», ya que las marcas por delante no contaban.

¿Entonces no se podía matar a nadie, a no ser que saliera corriendo? –planteé yo.

Mi amigo científico descubrió un procedimiento mejor que ese. Advirtió que, si las balas se disparaban en dirección contraria alrededor del mundo, alcanzarían al enemigo por la espalda. Después de eso, los peores tiradores pasaron a ser considerados los mejores, y el peor de todos siempre conseguía el primer premio.

¿Y cómo decidían cuál era el peor tirador de todos?

En este planeta, [la Tierra] según me han contado, una nación está formada por varios súbditos, y un rey, pero en el pequeño planeta del que hablo, lo estaba por varios reyes, ¡y un súbdito!

Dice usted que le han «contado» lo que sucede en este, nuestro planeta –observé–. ¿Sería mucho suponer que usted mismo es un visitante de otro planeta? Bruno aplaudió preso de la emoción.

¿Es usted el hombde en la luna(*)? –exclamó. Mein Herr pareció incomodarse.

No estoy en la luna, querido –dijo evasivamente–. Volviendo a lo que estaba diciendo, creo que ese método de gobierno debería ser satisfactorio. Verán, los reyes, sin duda, crearían leyes contradictorias unas con otras, por lo que el súbdito nunca podría ser castigado, porque, hiciese lo que hiciese, siempre estaría obedeciendo alguna de ellas.

(*) Un personaje que, en diversas leyendas y mitos de todo el mundo y en una canción infantil inglesa, se dice, habita en la luna. Cada una de las fuentes otorga distintas características y aspecto a dicha figura. [N. del T.]

¡Oh, bueno! Somos viejos ahora y, sin embargo, yo mismo fui niño, una vez… al menos eso creo.

No pude evitar reconocer para mis adentros que parecía desde luego una suposición bastante improbable, viendo su enmarañado cabello cano y la larga barba, que hubiera sido niño alguna vez.

¿Le gusta la gente joven? –pregunté.

Los jóvenes –respondió–. No exactamente los niños. Solía enseñar a jóvenes, hace muchos años, en mi querida y antigua universidad.”

Dígame una cosa –rogó, posando su mano de manera imponente sobre mi brazo–. Pues soy forastero en su tierra, y apenas sé de sus modos de educación, aunque algo me dice que estamos más adelantados que ustedes en el ciclo eterno del cambio, y que muchas de las teorías que hemos probado y encontrado ineficaces, ustedes también las probarán, con un entusiasmo más exacerbado, y también encontrarán el fracaso, ¡con una desesperación más amarga!

Fue extraño ver cómo, a medida que hablaba, y sus palabras fluían de forma cada vez más libre, con una cierta elocuencia rítmica, sus facciones parecían resplandecer con una luz interior, y todo su cuerpo dio la impresión de transformarse, como si hubiera rejuvenecido 50 años en un instante.”

No sé lo que es una ópera –contestó Silvia medio susurrando.

¿Cómo entonces llamas el aire?

No conozco ningún nombre para él –repuso Silvia, levantándose del instrumento.

¡Pero esto es maravilloso! –exclamó el conde, siguiendo a la niña, y dirigiéndose a mí, como si yo fuese el dueño de este prodigio musical y debiera conocer por tanto la fuente de su música–. ¿Usted la ha oído tocar esto, más pronto… digo «antes de esta ocasión»? ¿Cómo llama el aire?

Yo negué con la cabeza, pero me vi salvado de más preguntas por lady Muriel, que se acercó a pedirle una canción al conde.

Este separó las manos excusándose, y agachó la cabeza.

Pero milady, ya he revisionado… digo revisado… todas sus canciones; ¡y no habrá ninguna apropiada para mi voz! ¡No son para voces de bajo!

¡Pues claro que no puede, si es farancés! ¡Los faranceses nunca pueden hablad un inglés tan buenósimo como nosotdos! –Y Silvia se llevó consigo al voluntario cautivo.

¿A cuáles de sus profesores valoran ustedes más, a los que se entiende con facilidad o a los que hacen sentirse a uno confundido cada vez que hablan?

Me sentí obligado a admitir que por lo general admirábamos más a los profesores a quienes no entendíamos del todo.

Justamente –dijo Mein Herr–. Así es al principio. Bien, nosotros estábamos en esa fase hace unos 80 años… ¿o eran 90? Nuestro profesor predilecto se expresaba peor cada año, y cada año lo teníamos en mayor admiración… ¡del mismo modo que sus aficionados al arte denominan «neblina» al más hermoso elemento paisajístico, y admiran una vista con desaforado placer cuando no pueden ver nada! Ahora le voy a decir cómo acabó la cosa. Nuestro ídolo impartía clases de Filosofía Moral. Pues bien, sus pupilos no entendían ni jota, pero se lo aprendieron todo de memoria, y cuando llegó el momento de los exámenes, respondieron con ello, y los examinadores dijeron: «¡Magnífico! ¡Qué profundidad!».

¿Pero de qué sirvió eso a los jóvenes después?

¿Acaso no lo ve? –repuso Mein Herr–. Ellos se convirtieron a su vez en maestros, y repitieron de nuevo todas esas cosas, y sus alumnos las pusieron en el examen, y los examinadores las aceptaron, ¡y nadie tenía la más mínima idea de qué quería decir todo aquello!

¿Y cómo acabó?

Del siguiente modo: nos levantamos un buen día y descubrimos que no había nadie allí que supiera nada de Filosofía Moral. De forma que la abolimos; profesores, clases, examinadores y todo lo demás. Y si alguien quería aprender algo al respecto, tenía que descubrirlo por sí mismo, ¡y pasados otros 20 años o así ya había varios hombres que realmente sabían algo de la materia! Ahora dígame otra cosa. ¿Cuántos años de aprendizaje pasa un joven antes de que lo examinen, en sus universidades?

Le dije que 3 o 4 años.

¡Exactamente lo mismo que hacíamos nosotros! –exclamó–. Les enseñábamos un poquito y, justo cuando empezaban a asimilarlo, ¡se lo sacábamos todo de nuevo! Vaciábamos nuestros pozos antes de que estuviesen a ¼ de su capacidad; cosechábamos nuestras huertas con las manzanas todavía en flor; ¡aplicábamos la severa lógica de la aritmética a nuestros pollos, mientras dormían pacíficamente en sus cascarones! No cabe duda de que pájaro durmiente, tarde hincha el vientre, pero si el pájaro se levanta tan escandalosamente temprano que el gusano está todavía bien bajo tierra, ¿cuáles son entonces sus posibilidades de desayunar? No muchas, reconocí.

¡Vea pues cómo funciona eso! –prosiguió de manera ansiosa–. Si quieren vaciar sus pozos tan pronto… porque supongo que me dirá que es lo que deben hacer, ¿no?

Así es –dije–. En un país superpoblado con este, únicamente las oposiciones…

Mein Herr alzó las manos como si estuviese fuera de sí.

¿Qué, otra vez? –gritó–. ¡Creía que desaparecieron hace 50 años! ¡Oh, este upas de las oposiciones! ¡Bajo cuya mortífera sombra todo el genio original, todo el estudio exhaustivo, toda la incansable diligencia de una vida mediante los cuales nuestros antepasados tanto hicieron avanzar el conocimiento humano, deben lenta pero inevitablemente marchitarse para verse reemplazados por un sistema de cocina, en el que la mente humana es una salchicha, y lo único que nos preguntamos es cuánta materia indigerible puede embutirse en su interior!

Siempre, después de estos arranques de elocuencia, parecía perder el control durante un momento y mantenerse asido al hilo de sus pensamientos por alguna palabra aislada.

Embutirse, sí –repitió–. Sufrimos toda esa fase de la enfermedad; ¡fue horrible, se lo garantizo! Naturalmente, como la oposición era una prueba general, intentábamos incluir en ella exactamente lo que se quería, ¡y el gran objetivo a alcanzar era que el candidato no necesitase saber nada que no entrara en el examen! No digo que alguna vez se consiguiera del todo, pero uno de mis propios alumnos (perdone el egotismo de un anciano) estuvo muy cerca de ello. Tras el examen, me expuso los escasos datos que sabía pero no había sido capaz de incluir en su respuesta, ¡y puedo asegurarle que eran nimios, señor, absolutamente nimios!”

En aquella época, nadie había dado con la estrategia mucho más racional de esperar los destellos individuales de genio y recompensarlos a medida que apareciesen. Por tanto, metíamos a nuestro desafortunado alumno en una botella de Leyden, lo cargábamos hasta las cejas, luego aplicábamos el electrodo de una oposición y extraíamos una magnífica chispa, ¡que muy a menudo rompía la botella! Pero ¿qué más daba eso? Le poníamos una etiqueta de «chispa de sobresaliente», ¡y la dejábamos en la repisa!

¿Pero el sistema más racional…? –sugerí.

¡Ah, sí!, ese vino después. En vez de dar toda la recompensa por aprender de una sola vez, solíamos pagar por cada buena respuesta a medida que se producían. ¡Qué bien me acuerdo de mis clases de aquellos días, con una pila de moneditas a mi lado! Era: «¡Una respuesta excelente, Sr. Jones!» (eso se traducía en un chelín, la mayoría de las veces). «¡Bravo, Sr. Robinson!» (lo cual valía media corona). Le voy a decir qué tal funcionó. ¡Ningún alumno aprendía un solo dato que no tuviera su premio! Y cuando llegaba de la escuela un muchacho inteligente, ¡recibía más dinero por aprender de lo que nos pagaban a nosotros por enseñarle! Entonces surgió la moda más disparatada de todas.

¿Qué, otra moda? –dije.

Es la última –dijo el anciano–. Debo de haberle cansado con mi largo relato. Cada college(*) quería para sí a los muchachos inteligentes; de manera que adoptamos un sistema que habíamos oído que resultaba muy popular en Inglaterra: los colleges competían entre sí por los jóvenes, ¡que se subastaban al mejor postor! ¡Qué idiotas éramos! De un modo u otro, estaban obligados a venir a la universidad. ¡No hacía falta que les pagáramos! ¡Y todo nuestro dinero se iba en conseguir que los más listos fueran a un college en vez de a otro! La competencia era tan fuerte que al final los simples pagos monetarios no bastaron. Cualquier college que quisiera conseguir a algún joven especialmente brillante tenía que abordarlo en la estación y perseguirlo por las calles. El primero que lo alcanzase tenía derecho a llevárselo.

(*) En el Reino Unido, las universidades tradicionales como Oxford y Cambridge son federaciones de colleges: instituciones autónomas de enseñanza superior que ofertan distintas carreras académicas y que poseen órganos de dirección independientes. [N. del T.]

Ocho o 9 directores de college se habían reunido a las puertas (no se permitía la entrada a ninguno), y el jefe de estación había dibujado una línea en la acera, e insistía en que todos permanecieran detrás de la misma. ¡Las puertas se abrieron de golpe! El joven salió disparado a través de ellas y enfiló como un relámpago calle abajo, ¡mientras los directores proferían verdaderos gritos de emoción al verlo! El supervisor dio la salida, mediante la vieja fórmula establecida: «¡Semel! ¡Bis! ¡Ter! ¡Currite!»(*), ¡y la caza dio comienzo! ¡Oh, era algo digno de verse, créame! En la primera esquina el alumno tiró su lexicón de griego; más adelante, su manta de viaje; después varios objetos pequeños; a continuación su paraguas; por último, lo que supongo más apreciaba, su pequeña maleta, pero el juego había acabado: el esférico director de… de…

¿De qué college? –pregunté.

… de uno de ellos –reanudó su relato– había puesto en práctica la teoría (su propio descubrimiento) de la velocidad acelerada, y atrapó al joven justo enfrente de donde yo me encontraba. ¡Nunca olvidaré aquel frenético y emocionante forcejeo! Pero pronto llegó a su fin. ¡Era imposible escapar de aquellas manazas huesudas!

¿Puedo preguntarle por qué se refiere a él como el «esférico» director? –dije.

El epíteto aludía a su forma, que era una esfera perfecta. ¿Usted es consciente de que una bala, otro ejemplo de esfera perfecta, cuando cae en línea totalmente recta, se mueve con velocidad acelerada?

Yo asentí en silencio.

Pues bien, mi esférico amigo (como me enorgullezco en llamarlo) se entregó a la investigación de las causas de ello. Descubrió que eran 3. Uno: que es una esfera perfecta. Dos: que se mueve en línea recta. Tres: que su movimiento no es ascendente. Cuando estas 3 condiciones se cumplen, uno obtiene velocidad acelerada.

Me parece que no –dije–, si me permite discrepar. Imagine que aplicamos la teoría al movimiento horizontal. Si una bala se dispara horizontalmente, esta…

… no se mueve en línea recta –terminó tranquilamente mi frase.

Tiene usted razón –reconocí–. ¿Qué hizo su amigo a continuación?

Lo siguiente era aplicar la teoría, como usted correctamente sugiere, al movimiento horizontal. Pero el cuerpo que se desplaza, que tiende siempre a caer, necesita un apoyo constante, si ha de moverse en una verdadera línea horizontal. «Entonces», se preguntó, «¿qué proporcionará apoyo constante a un cuerpo en movimiento?». Y su respuesta fue: «¡Las piernas humanas!». ¡Ese fue el descubrimiento que inmortalizó su nombre!

¿Que era…? –dije a modo de indirecta.

No lo he mencionado –fue la delicada contestación de mi sumamente insatisfactorio informador–.

(*) Versión latina de «¡A la de una! ¡A la de dos! ¡A la de tres! ¡Ya!».”

Ahora le voy a decir cómo nos curamos de esa moda absurda de pujar unos contra otros por los estudiantes más listos, ¡igual que si fueran artículos de una subasta! Justo cuando la moda había alcanzado su punto álgido, y uno de los colleges había anunciado una beca de mil libras anuales, uno de nuestros turistas nos trajo el manuscrito de una antigua leyenda africana… casualmente llevo una copia de la misma en mi bolsillo. ¿Quiere que se la traduzca?”

Entonces, con uno de esos convulsivos sobresaltos que le despiertan a uno en el momento exacto en que va a quedarse dormido, me di cuenta de que los profundos tonos musicales que me emocionaban no pertenecían a Mein Herr, sino al conde francés. El anciano seguía aún estudiando el manuscrito.”

Era una necesidad política (o eso nos aseguró y nosotros le creímos, aunque jamás lo hubiéramos sabido hasta ese momento) que existiesen 2 partidos para cada cuestión y sobre cualquier tema. En política, los 2 partidos, que ustedes habían encontrado necesario instituir, se llamaban, según nos contó, Whigs y Tories.(*)

(*) Whigs y Tories eran los nombres que recibían respectivamente las facciones liberal y conservadora del Parlamento inglés hasta mediados del s. XIX.”

“…estos 2 partidos, que siempre mostraban una hostilidad crónica mutua, se turnaban en la dirección del Gobierno, y, según creo, el partido que resultaba no estar en el poder recibía el nombre de «oposición», ¿cierto?

Ese es el nombre –asentí–. Desde el principio ha habido, siempre que hemos tenido Parlamento, 2 partidos, uno en el poder y otro en la oposición.

Bien, la función de los «gobernantes» (si puedo llamarlos así) era hacer todo lo posible por el bienestar de la nación, en cuestiones tales como declarar guerras y paces, tratados comerciales, etc., ¿no es así?

Sin duda –dije.

Y la función de los «opositores» era (según nos aseguró nuestro viajero, aunque en un principio nos costase mucho creerlo) impedir que los «gobernantes» tuvieran éxito en cualquiera de esas cosas, ¿cierto?

Criticar y enmendar sus medidas –lo corregí–. ¡Sería antipatriótico obstaculizar al Gobierno en sus acciones por el bien de la nación! Siempre hemos considerado al patriota el mayor de los héroes, ¡y que un espíritu antipatriótico es uno de los peores males humanos!”

Le puedo asegurar –escribe– que, por antipatriótico que tal vez le parezca, la función reconocida de la «oposición» es obstaculizar, de cualquier modo no prohibido por la ley, la acción del Gobierno. Este proceso se denomina «obstrucción legítima»; y el mayor triunfo que la «oposición» puede llegar a disfrutar es el de tener la oportunidad de señalar que, debido a su «obstrucción», ¡el Gobierno ha fracasado en todas las acciones que emprendió por el bien de la nación!

Su amigo no lo ha expresado correctamente del todo –comenté–. La oposición se alegraría sin duda de señalar que el Gobierno ha fracasado por su propia culpa, ¡pero no que lo ha hecho a causa de la «obstrucción»!

¿Usted cree? –contestó él apaciblemente–. Permita que le lea ahora este recorte de periódico que mi amigo adjuntó en su carta. Es parte de la crónica de un discurso público, realizado por un hombre de Estado que era por aquel entonces miembro de la oposición:

Al cierre de la sesión, pensaba que no tenían razón ninguna para estar descontentos con la suerte de la campaña. Habían derrotado al enemigo en todos los puntos. Pero la persecución debía continuar. Tan sólo tenían que presionar a un enemigo desorganizado y falto de moral.

Y bien, ¿a qué etapa de su historia nacional cree usted que se estaba refiriendo el orador?

En realidad, el número de guerras victoriosas que hemos librado durante el último siglo –contesté, con un cálido sentimiento de orgullo británico– es demasiado elevado para que adivine, con alguna posibilidad de éxito, en cuál nos encontrábamos inmersos en ese momento. Sin embargo, nombraré la India como la más probable. El Motín(*) había sido sin duda prácticamente aplastado en el momento en que se pronunció ese discurso. ¡Qué alocución más hermosa, viril y patriótica debió de ser! –exclamé en un arranque de entusiasmo.

(*) El Motín de la India o Rebelión de la India de 1857 fue un levantamiento del ejército cipayo de la Compañía de las Indias Orientales inglesa, que desembocó en otras sublevaciones populares y en un intento de restauración de los regímenes mogol y maratha en el subcontinente. La revuelta fue completamente sofocada un año después, con una durísima represión.”

Nos pareció extraño, al principio –prosiguió, tras esperar educadamente mi respuesta unos momentos–, pero nuestro respeto por su nación era tan grande que, cuando nos hicimos a la idea, ¡lo aplicamos en todos los aspectos de la vida! Fue «el principio del fin» para nosotros. ¡Mi país nunca más volvió a levantar cabeza! –Y el pobre y anciano caballero emitió un hondo suspiro.

El siguiente paso (tras reducir a nuestro Gobierno a la impotencia y poner freno a toda nuestra legislación útil, lo cual no nos llevó excesivo tiempo) fue introducir lo que llamábamos «el glorioso principio británico de la dicotomía» en la agricultura. Convencimos a muchos de los terratenientes de que dividieran a sus trabajadores en 2 partidos y les asignaran posturas enfrentadas. Se los llamaba, al igual que a nuestros partidos políticos, «gobernantes» y «opositores»; el trabajo de los gobernantes era arar, sembrar, o cualquier otra cosa que se necesitara, tanto como pudieran en un día, y al llegar la noche se les pagaba de acuerdo a la cantidad realizada; el trabajo de los opositores era obstaculizar el de los primeros, y se les pagaba del mismo modo proporcional. Los terratenientes descubrieron que tenían que pagar únicamente la mitad de dinero que antes en salarios, y no advirtieron que la cantidad de trabajo realizada era de tan sólo una cuarta parte de la que se hacía previamente; de manera que, en un primer momento, acogieron la medida con gran entusiasmo.”

En un breve espacio de tiempo, las cosas se acomodaron a una rutina regular. No se realizaba ningún trabajo en absoluto. De manera que los gobernantes no obtenían dinero, y los opositores recibían la paga completa. Y los terratenientes nunca descubrieron, hasta que la mayoría de ellos estuvieron arruinados, que los granujas habían acordado esa situación, ¡y se repartían la paga entre ellos! Mientras aquello duró, ¡se producían visiones curiosas! No son pocas las veces que he visto a un labrador, con 2 caballos enganchados al arado, esforzándose al máximo por hacerlo avanzar, al tiempo que el labrador de la oposición, con 3 burros sujetos al extremo contrario, ¡se afanaba con todas sus fuerzas en hacerlo retroceder! ¡Y el arado no se movía ni un ápice en ninguna de las 2 direcciones!”

«Como el daño ya está hecho, quizá sea

usted tan amable de hacer las maletas,

pues 2 (su hija y su yerno) son compañía,

mas 3 no entran en dicha categoría.

Iniciaremos un programa de ahorro;

para obtener efectivo hallaré el medio.

¡Y no crea, suegra, que meterá el morro

en todo ello», bramó Tottles (e iba en serio).

La música pareció desvanecerse. Mein Herr estaba hablando de nuevo con su voz normal.

Dígame una cosa más –pidió–. ¿Estoy en lo cierto al pensar que en sus universidades, aunque un hombre permanezca en una tal vez 30 o 40 años, lo examinan, una vez y no más, al final de los primeros 3 o 4?

Así es, sin duda –admití.

Entonces, ¡prácticamente examinan a un hombre al comienzo de su carrera! –dijo para sí mismo el anciano, más que para mí–. ¿Y qué garantías tienen de que retiene el conocimiento por el cual lo han recompensado… por adelantado, podríamos decir?

Ninguna –reconocí, sintiéndome un poco desconcertado ante la deriva de sus comentarios–. ¿Cómo logran ustedes ese objetivo?

Examinándolo al final de sus 30 o 40 años, no al principio –respondió con tranquilidad–. De media, el conocimiento que se halla entonces es de 1/5 aproximadamente del que había inicialmente, produciéndose el olvido a un ritmo muy constante, y aquel que olvida menos, se lleva el mayor honor y la mayor recompensa.”

“…Cuando un hombre parece estar volviéndose ignorante, o estúpido, de un modo alarmante, algunas veces se niegan a seguir sirviéndole. ¡No tiene usted ni idea de con qué entusiasmo comienza a refrescar un hombre los conocimientos de ciencias o idiomas que había olvidado cuando su carnicero le ha cortado el suministro de ternera y carnero!

¿Y quiénes hacen de examinadores?

Los jóvenes que acaban de llegar, rebosantes de saber. Le resultaría curioso –prosiguió– ver a unos simples muchachos examinando a tales ancianos. Conocí a un hombre al que pusieron a examinar a su propio abuelo. Fue un poco doloroso para ambos, sin duda. El añoso caballero estaba calvo como una bola de billar…

¿Cuán calvo sería eso? –No tenía ni idea de por qué había hecho esa pregunta. Me dio la sensación de que se me estaba reblandeciendo el cerebro.”

Había una vez un datón… un datón muy pequeño… ¡un datón muy diminutísimo! ¡Jamás se vio datón tan enano!…”

¿Y nunca le pasó nada, Bruno? –pregunté yo–. ¿No tienes ninguna otra cosa que contarnos de él, aparte de que era tan diminuto?

Nunca le sucedió nada –repuso Bruno con solemnidad.

¿Y por qué? –planteó Silvia, la cual estaba sentada con la cabeza sobre el hombro de su hermano, esperando pacientemente una oportunidad para comenzar su propia historia.

Podque era demasiado diminuto –explicó Bruno.

¡Esa no es excusa! –dije–. Por minúsculo que fuese, le podría haber pasado alguna cosa.

Bruno me dirigió una mirada compasiva, como si considerase que yo era muy estúpido.

Era demasiado diminuto –repitió–. Si le pasara algo, moriría… ¡era de lo más diminutísimo!

¡Ya basta de hablar de su tamaño! –interpuso Silvia–. ¿Aún no has inventado nada más sobre él?

Todavía no.
—Pues, entonces, ¡no deberías empezar una historia hasta que sepas cómo seguir! Ahora calla, sé bueno y escucha la historia que he pensado yo.

Y Bruno, que había agotado ya prácticamente toda su inventiva, por haber empezado de manera demasiado precipitada, se resignó en silencio a prestar atención.

El viento susurraba entre los árboles –«¡Menudos modales!», interrumpió Bruno. «Eso da igual», le contestó Silvia– y había caído la noche… una hermosa noche con luna, y los búhos ululaban… —¡Haz como que no eran búhos! –rogó Bruno, acariciando la mejilla de su hermana con su manita regordeta–. No me gustan los búhos. Tienen unos ojos muy gdandísimos. ¡Haz como que eran pollos!

¿Te asustan sus enormes ojos, Bruno? –pregunté.

A mí no me asusta nada –contestó Bruno en el tono más despreocupado que pudo poner–; son feos con esos ojazos. Cdeo que si lloraran, las lágdimas serían tan gdandes… ¡como la luna! –Se echó a reír de manera alegre–. ¿Alguna vez lloran los búhos, hombde señod?

Ninguna vez lloran –respondí en actitud seria, tratando de emular la forma de hablar de Bruno–; no tienen nada de qué lamentarse, ¿sabes?

¡Oh, eso no es veddad! –exclamó Bruno–. ¡Les da muchósima pena cuando matan a los pobdes datones!
—Pero me figuro que no será así si tienen hambre.

¡Usted no sabe nada de búhos! –apuntó Bruno desdeñoso–. Cuando tienen hambde, les da mucha, mucha pena habed matado a los datoncitos, podque si no lo habiesen hecho tenerían algo para cenad, ¿sabe usted?

¡No hablaba de gazapo de equivocación, tonta! –respondió Bruno con un alegre brillo en los ojos–. ¡Gazapos de los que coren pod el campo!

¡No digas que «picó»! –suplicó Bruno–. Sólo las cosas pequeñas pican… cositas finas y codtantes, con filo…

Háblanos pod favod del picnic de Bduno, ¡y no de leones moddisqueantes”

No se pueden consedvad pdomesas si no hay sal, podque se echan a pedded. Y consedvaba su cumpleaños en el segundo estante.”

¿Cuánto tiempo lo tuvo? –pregunté yo–. Nunca puedo conservar el mío más de veinticuatro horas.

¡Pero si un cumpleaños ya dura eso pod sí solo! –exclamó Bruno–. ¡Usted no sabe consedvadlos! ¡Este niño tuvo el suyo un año entero!

Ser bueno ya es una especie de regalo, ¿no crees? –declaré.

¡Una especie de degalo! –repitió Bruno–. ¡A mí me parece una especie de castigo!

¡Oh, Bruno! –terció Silvia, casi con tristeza–. ¿Cómo puedes decir eso?

Acto seguido, se sentó muy derecho y puso una cara ridículamente solemne–. Pdimero uno debe sentadse más tieso que velas…

«¿Pod qué no te has cepillado el pelo? ¡Ve a cepilládtelo ahora mismo!». Luego: «¡Oh, Bduno, no debes doblad las hojas de las madgaritas!». ¿Apdendió usted a deletdead con madgaritas, hombde señod?”

los niños que se aprenden sus lecciones a la perfección, siempre conservan sus cumpleaños, ¿sabe? De modo que, como no podía ser de otro modo, ¡ese niño mantuvo el suyo!”

Puedes llamadlo Bduno, si quieres –comentó el pequeñín con aire indiferente–. No era yo, pero hace más interesante la historia.

Y la vaca dijo: «¡Muuu! ¿Qué vas a hacer con toda esa leche?». A lo que Bruno contestó: «Por favor, señora, la quiero para mi picnic». La vaca contestó a su vez: «¡Muuu! ¡Pero espero que no la vayas a hervir!». Y Bruno dijo: «¡Claro que no! ¡La leche recién ordeñada está tan buena y calentita que no hace falta hervirla!»

No era un glotón, sabe usted, pod celebdad el picnic totalmente solo –quiso aclarar Bruno, tocándome el moflete para llamar mi atención–. Lo que pasa es que no tenía hedmanos ni hedmanas.

¡Pero Bduno no estaba asustado! –aclaró el propietario del nombre–. ¡Así que siguió siendo negdo!

¡No, qué va! ¡Siguió siendo rosa! –rio Silvia–. Si fueras negro, no te daría besos como este, ¿sabes?

«… si se acercaba un niño regordete y jugoso, ¡solía abalanzarme sobre él y zampármelo! ¡Oh, no tenéis ni idea de lo delicioso que resulta… un niño suculento!»

«¡Oh, hubo un desayuno nupcial de lo más encantador! En un extremo de la mesa había un pudin de pasas. ¡Y en el otro un hermoso cordero asado! ¡Oh, no os imagináis lo delicioso que resulta… un buen cordero asado!» El cordero dijo entonces: «¡Oh, señor, le ruego que no hable sobre comerse corderos! ¡Hace que me entren escalofríos!». A lo que el león contestó: «Oh, bueno, ¡no hablaremos de eso, pues!».

Lo que dijo el león: «Ahora, corderito tonto, vete a casa con tu madre y nunca vuelvas a hacer caso a viejos zorros. Y sé muy bueno y obediente».

»Lo que el león le dijo a Bruno: «Ahora, Bruno, lleváte esos zorritos a casa contigo y enséñalos a ser buenos y obedientes. ¡No como ese viejo malvado sin cabeza!»«Sin ninguna cabeza», remachó Bruno.

»Lo que Bruno le dijo a los pequeños zorros: «A ver, zorritos, vais a recibir vuestra primera lección de buen comportamiento. Voy a meteros en la cesta, junto con las manzanas y el pan, y no debéis comeros ni las unas ni lo otro, ni nada de nada, hasta que lleguemos a mi casa, y entonces os daré de cenar».

»Lo que los zorritos le dijeron a Bruno: nada.

«Zorrito mayor, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito mayor respondió: «¡No, no, no!». –Resulta imposible describir el tono con el que Silvia repitió este veloz y conciso «¡no, no, no!». Alcanzo como mucho a decir que fue como si un patito excitado hubiese tratado de emitir las palabras: demasiado rápido para ser un graznido de pato y, sin embargo, demasiado áspero para tratarse de ninguna otra cosa–. Bruno dijo entonces: «Zorrito mediano, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito mediano contestó: «¡No, no, no!». Luego Bruno dijo: «Zorrito menor, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito menor intentó articular: «¡No, no, no!», pero tenía la boca tan llena que le fue imposible, y sólo pudo decir: «¡Uac, uac, uac!»;

“–«¿Qué significa ‘hete aquí’?», preguntó Bruno. «¡Silencio!», contestó Silvia–.”

«Zorrito mayor –continuó Silvia, abandonando la forma narrativa en su entusiasmo–, tú has sido tan bueno que apenas puedo creer que me hayas desobedecido, pero me estoy temiendo que te has comido a tu hermana pequeña.» Y el zorrito mayor dijo: «¡Uauac, uauac!», y entonces algo hizo que se atragantara. Bruno miró dentro de su boca, ¡y estaba llena! –Silvia paró de hablar para tomar aliento; Bruno se tumbó entre las margaritas y me lanzó una mirada de triunfo. «¿No es fabuloso, hombde señod?», dijo. Yo me esforcé por adoptar un tono crítico: «Es fabuloso», contesté, «¡aunque aterrador!». «Puede sentadse un poquitín más cedca de mí, si lo desea», ofreció Bruno.

Así, Bruno dijo: «Zorrito mayor, ¿te has comido a ti mismo, granuja?». Y este dijo: «¡Uauac!». Y Bruno vio entonces que lo único que quedaba en la cesta era ¡la boca del zorrito! Así que la cogió, la abrió y ¡sacudió y sacudió! Y, por fin, ¡consiguió sacar al zorrito de su propia boca! Y luego dijo: «¡Abre otra vez la boca, pequeño malvado!». ¡Y sacudió y sacudió, hasta que logró sacar al zorrito mediano! Y a continuación ordenó a este último: «¡Ahora abre tú la boca!». ¡Y sacudió y sacudió, hasta que logró sacar al zorrito menor, junto con todas las manzanas, y todo el pan!

Y aprendieron sus lecciones del derecho y del revés, y cabeza abajo. Y Bruno por fin hizo sonar otra vez la gran campanilla. «¡Tin, tin, tin! ¡A cenar, a cenar, a cenar!» Y cuando los zorritos bajaron… –«¿Llevaban delantales limpios?», interrogó Bruno. «¡Por supuesto!», respondió Silvia. «¿Y cucharas?» «¡Sabes que sí!» «No estaba seguro», dijo Bruno– ¡lo hicieron más lentos que un caracol! Y dijeron: «¡Oh! ¡No habrá cena! ¡Sólo el gran vergajo!». Pero cuando entraron en la habitación, ¡vieron una cena magnífica! –«¿Con bollos?», preguntó Bruno a gritos y dando palmas–. Con bollos y bizcocho y… –«¿… y mermelada?», sugirió Bruno–. Sí, mermelada… y sopa… y… –«¡… y confites!», intervino Bruno nuevamente, y Silvia pareció satisfecha.”

“…y jamás volvieron a comerse unos a otros… ¡ni a sí mismos!”

Y, en el silencio subsiguiente, la última estrofa de la canción de Tottles resonó por la habitación.

Ved qué tranquila reside la pareja

en su nuevo nidito de las afueras.

La mujer, entre lágrimas, resignada,

acepta llevar una vida más llana.

Pero de rodillas pide una merced:

«¡Tesorito, no te enfades, te lo ruego:

puede que mamá venga por 2 o 3…».

«¡Ni pensarlo!», aulló Tottles (e iba en serio).”

¡Pues claro! –profirió en voz alta lady Muriel–. ¡Bruno! ¿Dónde estás, bonito?

Pero no contestó ningún Bruno; aparentemente, los 2 niños habían desaparecido de forma tan súbita, y misteriosa, como la canción.

Quedaban únicamente unos 8 o 9 –a los que el conde les estaba explicando, por vigésima vez, cómo había estado mirando a los niños durante la última estrofa de la canción; cómo había echado entonces una ojeada por la habitación, para ver qué efecto había tenido «la gran nota de pecho» sobre su audiencia, y cómo, al mirar otra vez, ambos habían desaparecido– cuando empezaron a oírse exclamaciones de consternación por todas partes, momento en que el conde finalizó bruscamente su relato para unirse al clamor.”

Los invitados que aún quedaban allí dieron la impresión de estar más que contentos de irse, dejándonos solos al conde y a nosotros 4.”

¿Quién son, entonces, estos adorables niños, le ruego me diga? –preguntó–. ¿Por qué vienen, por qué van, en este modo tan poco ordinario?

El conde pareció disponerse a hacer más preguntas, pero se contuvo.

La hora se vuelve tarde –señaló–. Le deseo una muy buena noche, milady. Me traslado a mi cama, para soñar… ¡si es que, en realidad, no soy soñando ya! –Dicho lo cual, abandonó presto la habitación.

¡No se vaya todavía, no se vaya! –rogó el earl cuando me preparaba para seguir al conde–. ¡Usted no es un invitado!, ¿sabe? ¡Los amigos de Arthur están aquí en su casa!”

La majestad del pensamiento reemplaza el trabajo manual. El intenso esfuerzo intelectual de un hombre, más los golpecitos a un puro, equivalen a las ideas banales, añadiendo la labor de bordado más elaborada, de una mujer. ¿Esa es tu opinión, no es cierto, sólo que mejor expresada?”

Descanso del cuerpo y actividad de la mente –interpuse–. Hay algún escritor que dice que ese es el summum de la felicidad humana.

Não seria ao revés?

resulta imposible imaginar cualquier forma de vida, o raza de seres inteligentes, en la que la verdad matemática perdiese su razón de ser.”

Suponga que descubre un remedio para alguna enfermedad que hasta la fecha se creía incurable. Bien, es algo delicioso en el momento, sin duda; tremendamente interesante; tal vez le reporte fama y fortuna. Pero ¿luego qué? Centre su mirada en el futuro, unos pocos años después, en una vida en la que no existen las enfermedades. ¿De qué vale, entonces, su descubrimiento? Milton hace prometer demasiado a Jove.

El caso de la ciencia militar resulta aún más evidente –señaló el earl–. Sin pecado, la guerra sería sin duda imposible. Aun así, cualquier mente que haya tenido en esta vida algún interés profundo, no pecaminoso en sí, encontrará por sí sola con seguridad alguna línea de trabajo posterior que le agrade. Puede que Wellington no tuviera más batallas que librar y, con todo,

No dudamos que, para alguien tan leal,

otras tareas más nobles debe haber

que la batalla que libró en Waterloo,

¡y la victoria siempre suya ha de ser!(*)

(*) Tennyson, Ode on the death of the Duke of Wellington

Tomad el caso de la matemática pura, por ejemplo: una ciencia independiente de nuestro presente entorno. Yo mismo la he estudiado un poco. Considerad el tema de las circunferencias y elipses: lo que llamamos las «curvas de segundo grado». En una vida futura, que un hombre descubriera absolutamente todas sus propiedades sería únicamente cuestión de unos años (o de cientos de años,…) (…) podría pasar a las curvas de tercer grado. Pongamos que con ellas tardara 10 veces más (como veis, disponemos de tiempo ilimitado). Me resulta difícil imaginar que su interés en la materia durara siquiera tanto, y, aunque no existe límite al grado de las curvas que podría estudiar, ciertamente el tiempo necesario para agotar toda la novedad y el interés del tema sería completamente finito, ¿no? E igual con todas las demás ramas de la ciencia.”

«¿Y ahora qué? Con nada más por aprender, puede uno descansar satisfecho de conocimientos, con toda la eternidad aún por delante?» (…) A veces he pensado que uno podría, en esa situación, decir: «Es mejor no ser», y rezar por la aniquilación personal: el nirvana de los budistas.”

Pero con el paso de los eones, todas las razones creadas alcanzarían finalmente y sin duda alguna el mismo nivel límite de saciedad. Y, llegados a ese punto, ¿qué ilusión queda?”

GISNO 16/17: “Me he imaginado a un niño pequeño, que juega con juguetes en el suelo de su cuarto, y que es capaz, no obstante, de razonar y de pensar sobre cómo será su vida 30 años más tarde. [2035 é logo ali] ¿No podría ocurrir que se dijera a sí mismo: «Para entonces me habré cansado ya de juegos de cubos y bolos. ¡Qué aburrida será la vida!»? Sin embargo, si avanzamos esos 30 años, descubrimos que es un gran estadista, lleno de intereses y que experimenta placeres mucho más intensos de lo que su vida como bebé podía ofrecerle; placeres totalmente inconcebibles para su mente infantil y que ningún lenguaje acorde sería capaz de describir en absoluto.”

La música del Cielo puede ser algo que esté más allá del poder de nuestra imaginación. ¡Pero aun así, la música terrenal es hermosa! Muriel, hija mía, ¡cántanos algo antes de que nos vayamos a la cama!”

¡Y nuestra breve vida aquí –dijo el earl a continuación– es, respecto a esa hora grandiosa, como un día de verano para un niño! El cansancio se va apoderando de uno a medida que la noche avanza –añadió, con un deje de tristeza en su voz– ¡y empieza a desear irse a la cama! Y escuchar esas gratas palabras: «¡Vamos, pequeño, es hora de dormir!».

¡Oh, Bruno! –exclamó Silvia–. ¿Es que no sabes que los búhos acaban de despertarse? Pero las ranas se fueron a la cama hace un siglo.

Entonces comprendí cómo uno en ocasiones, al cruzar un bosque una tarde en calma, ve una hoja de helecho que se mece sin parar, totalmente por sí sola. ¿Te ha pasado a ti alguna vez? La próxima, trata de ver al hada que duerme sobre ella, si puedes, pero hagas lo que hagas, no cojas la hoja; ¡deja dormir a la criaturita!”

¡Ya puede usted dar las buenas noches! –rio lady Muriel, levantándose y cerrando la tapa del piano mientras hablaba–. ¡Cuando no ha parado de cabecear todo el tiempo que he estado cantando para usted! A ver, ¿de qué trataba la canción? –demandó imperiosamente.

Lady Muriel abrió la marcha hasta el salón de fumar, donde, ignorando todas las costumbres de la sociedad e instintos caballerosos, los 3 Señores de la Creación nos acomodamos en unas mecedoras bajas y dejamos que la única dama presente se moviera grácilmente entre nosotros para satisfacer nuestras necesidades en forma de refrescos, cigarrillos y lumbre. No es cierto: fue uno de los 3, únicamente, el que tuvo la caballerosidad de ir más allá del habitual «gracias» y de citar la exquisita descripción del poeta de cómo Geraint se sintió conmovido, al ser servido por Enid(*)

(*) De Idylls of the king, de Tennyson”

¡Qué delgadas parecen ser las barreras que separan a un cristiano de otro cuando uno ha de enfrentarse con los grandes acontecimientos de la vida y la realidad de la muerte!”

(*) “El wesleyanismo es una rama del protestantismo cristiano que se fundamenta en las creencias y obras teológicas de los hermanos y reformistas evangélicos del s. XVIII John y Charles Wesley.”

«¿Pero hay un médico allí?», escuchamos decir a Arthur, y una voz profunda, que no habíamos oído hasta entonces, contestó: «Muerto, señor. Falleció hace 3 horas».

Lady Muriel se estremeció y ocultó el rostro entre las manos, pero en ese momento cerraron con cuidado la puerta principal, y no oímos nada más.”

Muriel… amor mío… –Dejó de hablar y los labios le temblaron, pero enseguida continuó con más seguridad.

»Muriel… cariño… me… requieren… en la ensenada.

¿Es imprescindible que vayas? –suplicó ella; acto seguido se levantó de su asiento y apoyó las manos en los hombros de su prometido, con sus grandes ojos cuajados de lágrimas fijos en el rostro de él–. ¿Es imprescindible, Arthur? Quizá suponga… ¡la muerte!

Él la miró a los ojos sin acobardarse.

Supone la muerte –dijo, en un ronco susurro–, pero… cariño… me llaman. Y ni siquiera mi vida misma… –Le falló la voz, y no añadió más.

Durante un instante ella permaneció totalmente en silencio, con los ojos alzados en una mirada de impotencia, como si incluso las oraciones fueran ahora inútiles, al tiempo que sus facciones se agitaban y estremecían con la gran agonía que estaba soportando. Entonces pareció llegarle una súbita inspiración que iluminó su semblante con una dulce y extraña sonrisa.

¿Tu vida? –repitió ella–. ¡No puedes darla, pues no te pertenece!

Arthur se había recuperado para entonces, y pudo responder con absoluta firmeza:

Eso es cierto –dijo–. Ya no me pertenece a mí, sino a ti, mi… ¡futura esposa! Y tú me… ¿me prohíbes que vaya? ¿No me dejarás marchar, querida mía?

Sin soltar las manos, lady Muriel apoyó suavemente su cabeza sobre el pecho de él. Nunca antes había hecho tal cosa en mi presencia, por lo que me di cuenta entonces de lo profundamente emocionada que debía de estar.

Sí te dejaré –afirmó, en voz baja y tranquila–, con Dios.

Y con los pobres de Dios –susurró él.

Y con los pobres de Dios –agregó ella–. ¿Cuándo ha de ser, amor mío?

Mañana por la mañana –respondió él–. Y tengo mucho que hacer hasta entonces.

A las 8 de la mañana estábamos de vuelta en el Hall, y encontramos a lady Muriel, al earl y al viejo párroco esperándonos. Fue una procesión extrañamente triste y silenciosa la que llegó hasta la pequeña iglesia, y regresó de allí; y no pude evitar sentir que aquello se parecía mucho más a un funeral que a una boda; y eso era, de hecho, para lady Muriel: un funeral en vez de una boda; tal era el peso del presentimiento (como más tarde nos dijo) que albergaba de que su flamante marido se dirigía a su muerte.”

Llevo todo lo que voy a necesitar como médico, ciertamente. Y mis propias necesidades personales son pocas: ni siquiera llevaré nada de mi guardarropa; hay un traje de pescador, de confección, esperándome en mi alojamiento. Iré únicamente con mi reloj, unos cuantos libros y… espera: hay un libro que me gustaría incluir, un Nuevo Testamento de bolsillo, para usarlo junto a los lechos de los enfermos y los moribundos…

¡Llévate el mío! –pidió lady Muriel, que salió corriendo escaleras arriba para cogerlo–. No tiene nada escrito salvo «Muriel» –dijo al regresar con él–. ¿Quieres que ponga…?

¿Acaso no eres tú mía? ¿Acaso –dijo recuperando su característica actitud pícara–, como diría Bruno, no me «pedteneces»?”

«¿Estamos destinados, nosotros 4, a volver a encontrarnos alguna vez a este lado de la tumba?», me pregunté, mientras regresaba a casa. Y el repicar de una campana distante pareció responderme: «¡No! ¡No! ¡No!».”

Nuestros lectores habrán seguido con doloroso interés las crónicas que hemos venido publicando cada cierto tiempo sobre la terrible epidemia que, en los últimos dos meses, se ha llevado a la mayoría de los habitantes de la aldea de pescadores colindante con el pueblo de Elveston. Los últimos supervivientes, que ascienden únicamente a 23 personas, de una población que, hace apenas 3 meses, superaba las 120, fueron desalojados el pasado miércoles, bajo la autoridad de la Junta Local, e instalados de manera segura en el Hospital del Condado: de modo que el lugar es ahora una auténtica «ciudad de los muertos», sin una sola voz humana que rompa su silencio.

El grupo de rescate consistió en 6 recios hombres, pescadores de los contornos, dirigidos por el médico residente del hospital, el cual acudió con dicho propósito, encabezando un convoy de ambulancias. Los 6 hombres habían sido seleccionados –de entre un número mucho mayor que se había ofrecido para esta «misión desesperada»– por su fuerza y robusta salud, pues la expedición se consideraba, incluso ahora, cuando la enfermedad ha pasado su pico de virulencia, no desprovista de peligro.”

Nueve hombres, 6 mujeres y 8 niños componían los 23 pacientes. No ha sido posible identificarlos a todos, ya que algunos de los niños –sin familiares supervivientes– son bebés, y 2 hombres y una mujer no han sido capaces hasta el momento de ofrecer contestaciones racionales, al estar sus capacidades cerebrales completamente en suspenso.”

Aparte de los pobres pescadores y sus familias, había sólo 5 personas a tener en cuenta, y se determinó, más allá de cualquier duda, que todas ellas figuraban entre los fallecidos. Es un triste placer hacer constar aquí los nombres de estos auténticos mártires que, sin duda, ¡merecen como el que más figurar en la gloriosa lista de los héroes de Inglaterra! Son los siguientes:

El Rvdo. James Burgess, magíster en Humanidades, y su mujer Emma. Era el párroco de la ensenada, cuya edad no alcanzaba los 30 años, y con únicamente 2 de matrimonio. En su casa se encontró un documento en el que constaban las fechas de sus muertes.

Junto a los suyos situaremos el honorable nombre del Dr. Arthur Forester, el cual, a la muerte del médico local, afrontó noblemente el inminente peligro de muerte, en vez de dejar a esa pobre gente abandonada en su hora de máxima necesidad. No se halló ningún registro de su nombre, ni de la fecha de su defunción, pero el cadáver fue fácilmente identificado, pese a ir vestido con un traje corriente de pescador (el cual se había procurado a su llegada a la aldea, según se sabe), por una copia del Nuevo Testamento, regalo de su esposa, que fue hallada sobre su pecho, cerca del corazón, y bajo sus manos cruzadas. No se consideró prudente retirar el cuerpo para su traslado a otro lugar de entierro, y, de acuerdo a ello, fue inhumado sin demora in situ, junto con otros 4 encontrados en distintas casas, con toda la debida reverencia. Su esposa, cuyo nombre de soltera era lady Muriel Orme, contrajo matrimonio con él la misma mañana en la que emprendió su misión de sacrificio.”

Desde su ingreso en el hospital, 2 de los hombres y 1 de los niños han muerto. Se albergan esperanzas para todos los demás, aunque hay 2 o 3 casos en que las fuerzas vitales parecen encontrarse tan completamente agotadas que una recuperación final está en contra de todo pronóstico.”

Me entristecía regresar al lugar y sentir que nunca jamás volvería a ver la jovial sonrisa de bienvenida que había aguardado mi llegada hacía tan pocos meses. «Y, con todo, si lo encontrase aquí –susurré, mientras seguía con ensimismamiento al mozo que llevaba mi equipaje en una carretilla–, y si ‘de pronto estrechara mi mano y preguntase mil cosas sobre mi hogar’, ello no… ‘ello no me resultaría extraño’(*)

(*) Versos extraídos del poema In memoriam de Tennyson, compuesto justamente en recuerdo de un amigo fallecido.”

mis viejos y queridos amigos –pues así los consideraba, realmente, aunque casi no hacía ni medio año desde que los había conocido–: el earl y su hija enviudada.”

Ella se retiró el velo de la cara al ver que me aproximaba y avanzó a mi encuentro con una sonrisa tranquila y una serenidad mucho mayor de la que habría podido esperar.

¡Verle por aquí otra vez es casi como volver a los viejos tiempos! –dijo, en tono de verdadero agrado–. ¿Se ha pasado ya a ver a mi padre?”

Sentémonos un rato y charlemos tranquilamente –sugirió ella. La calma, rayante en la indiferencia, con que se comportaba me sorprendió un poco. Apenas podía sospechar yo la férrea contención que se estaba imponiendo a sí misma.

¿Recibió mi carta?

Sí, pero fui posponiendo mi respuesta. Resulta tan difícil decir… por carta…

Las compuertas habían cedido finalmente, y la ola de dolor fue la más terrible que jamás hube presenciado hasta el momento. Haciendo caso totalmente omiso de mi presencia, se arrojó sobre la hierba, enterrando el rostro en ella, y aferrándose con las manos a la pequeña cruz de mármol–. ¡Oh, precioso, precioso mío! –sollozó–. ¡Dios te tenía reservada una vida tan hermosa!

Me sobresaltó oír, de tal forma repetidas por lady Muriel, las mismas palabras de la adorable niña a la que había visto lamentarse con tanta amargura por la liebre muerta. ¿Se había transferido algún misterioso influjo del espíritu de aquella dulce hada, antes de su regreso a Hadalandia, al espíritu de la mujer que tanto cariño le tenía? La idea parecía demasiado descabellada para creerla.”

El anciano se levantó de la silla, con una sonrisa, para darme la bienvenida, pero su autodominio era muy inferior al de su hija, y las lágrimas le surcaron el rostro cuando cogió mis manos entre las suyas, y las estrechó cálidamente.”

¡Sé que usted toma el té de las 5 –me dijo, con la encantadora actitud vivaracha que tan bien recordaba–, incluso aunque le sea imposible imponer su traviesa voluntad a la ley de la gravedad, y hacer que las tazas desciendan por el espacio infinito un poco más rápido que el té!

Este comentario marcó el tono de nuestra conversación. Por tácito consenso, evitamos, durante aquel primer encuentro de los 2 tras su inmensa desgracia, los dolorosos temas que llenaban nuestros pensamientos, y charlamos como niños alegres que jamás hubieran conocido preocupaciones.

…y mi padre intentó darle explicación por medio de un chiste espantoso relacionado con la expresión ad «naóseam». Pues bien, el perro soltó la pieza ósea, no porque le hubiera disgustado el juego de palabras, lo cual habría probado que era un perro con gusto, sino simplemente para descansar las mandíbulas, ¡pobrecillo! ¡Me dio tanta pena! ¿No quiere unirse a mi asociación benéfica para la dotación de bolsillos a los perros? ¿Qué le parecería a usted tener que llevar su bastón en la boca?

Estoy totalmente de acuerdo –dijo lady Muriel–, pero ¿no condenan los autores ortodoxos esa opinión, porque sitúa al hombre al mismo nivel de los animales inferiores? ¿No marcan ellos una clara frontera entre la razón y el instinto?

Esa era, ciertamente, la visión ortodoxa, hace una generación –explicó el earl–. La veracidad de la religión parecía sustentarse por completo en la afirmación de que el hombre era el único animal racional. Pero ya no es así. El hombre aún puede afirmar su derecho a ciertos monopolios, tales, por ejemplo, como el uso de un lenguaje que nos permite aprovechar el trabajo de muchos mediante la «división del trabajo». Pero la creencia de que disponemos del monopolio de la razón hace tiempo que fue desterrada. Y ello no se vio seguido, aun así, de ninguna catástrofe. Como dice un viejo poeta: «Dios sigue en su sitio».

Não tivesse pressa, sr. Carroll! Onde há divisão do trabalho e “razão” há crise e catástrofe!

(*) “Joseph Butler (1692-1752) fue un filósofo y teólogo inglés, obispo primero de Bristol y luego de Durham, autor de diversas obras de gran influencia en pensadores posteriores. En una de las más importantes, The analogy of religion, natural and revealed («Analogía de la religión, natural y revelada»), expone su visión de que no existen pruebas que demuestren que la «fuerza vital» de los animales desaparece a su muerte. [N. del T.]”

A veces he pensado que lo único que podría llegar alguna vez a hacer que dejara de creer en un Dios perfectamente justo es el sufrimiento de los caballos…”

Los sufrimientos de los caballos –planteé– están causados principalmente por la crueldad del hombre. De modo que es tan sólo uno de los muchos casos en los que el pecado hace sufrir a otros que no son el propio pecador. ¿Pero no encuentra mayores dificultades cuando el sufrimiento lo inflige un animal sobre otro? Pongamos, el de un gato que juega con un ratón. Suponiendo que no tuviese responsabilidad moral, ¿no es un misterio más oscuro que el de un hombre que fuerza a un caballo más allá del límite?

Mencionó usted la «división del trabajo», hace un momento –dije–. Sin duda, es algo que alcanza una maravillosa perfección en una colmena de abejas, ¿no cree?

Tan maravillosa, tan completamente sobrehumana –contestó el earl– y tan enteramente inconsistente con la inteligencia que muestran en otras cuestiones, que no me cabe ninguna duda de que es puro instinto, y no, como algunos sostienen, una razón de un nivel muy elevado. ¡Fíjese en la absoluta estupidez de una abeja cuando trata de pasar por una ventana abierta! No «intenta» pasar, en ningún sentido razonable de la palabra: ¡simplemente se va chocando aquí y allá hasta dar con la salida! De un cachorrito que se comportase así, diríamos que es imbécil. Y, sin embargo, ¡se nos pide que creamos que su nivel intelectual excede el de sir Isaac Newton!

¡Trampa, trampa! –prorrumpió lady Muriel, en un tono triunfante de lo menos filial–. ¡Pero si tú mismo acabas de decir: «la mente de la abeja»!

Pero no he dicho «mentes», hija mía –repuso el earl con suavidad–. Se me ha ocurrido, como solución más probable al «misterio de la abeja», que un enjambre posee una sola mente común. Estamos acostumbrados a ver una sola mente que anima un conjunto sumamente complejo de miembros y órganos, cuando estos se hallan unidos. ¿Cómo sabemos que es imprescindible una conexión material? ¿No podría bastar la mera proximidad? De ser así, ¡un enjambre de abejas no es más que un único animal cuyos muchos miembros no están ligados!

Es una idea sorprendente –admití– que requiere una noche de descanso para su correcto entendimiento. Tanto la razón como el instinto me dicen que debería marcharme a casa. ¡Buenas noches, pues!

Abandonamos el camino para internarnos bajo el sombrío dosel de la enramada, la cual formaba una estructura de una simetría casi perfecta, agrupada en encantadoras bóvedas de arista, o que se prolongaba, hasta donde alcanzaba la visión, en interminables naves centrales y laterales, coros y presbiterios, como si se tratara de una catedral fantasmal, erigida en sueños por un poeta trastornado.” Um matemático bêbado ou poeta (o que dá no mesmo) é mesmo coisa de outro mundo…

Siempre, en este bosque –comenzó a decir lady Muriel tras un breve silencio (silencio que resultaba natural en aquella solitaria penumbra)–, ¡me da por pensar en las hadas! ¿Puedo hacerle una pregunta? –agregó de manera titubeante–. ¿Cree usted en las hadas?

El momentáneo impulso que sentí de hablarle de mis experiencias en aquel mismo bosque fue tan fuerte que tuve que hacer un verdadero esfuerzo por contener las palabras que acudían en tropel a mis labios.

Si por «creer» se está refiriendo a «creer en su posible existencia», le digo que sí. Ya que en lo que respecta a su existencia real, naturalmente, se necesitarían pruebas.

Decía usted, el otro día –continuó ella–, que aceptaría cualquier cosa, para la que hubiera indicios suficientes, que no fuese a priori imposible. Y me parece que mencionó los fantasmas como ejemplo de un fenómeno probable. ¿Serían las hadas otro caso?

Así lo creo. –Me costó reprimir nuevamente el deseo de añadir más, pero aún no estaba seguro de que mi interlocutora fuese a aceptar mi confesión.

¿Y tiene usted alguna teoría sobre qué tipo de lugar ocuparían en la Creación? ¡Dígame qué piensa acerca de ellas! ¿Tendrían, por ejemplo, suponiendo que tales seres existieran, responsabilidad moral de alguna clase? Quiero decir –su tono jocoso y despreocupado cambió de súbito a uno profundamente serio–, ¿serían capaces de pecar?

Pueden razonar, quizás a un nivel inferior al de los hombres y las mujeres; nunca por encima, pienso yo, de las facultades de un niño; y, con absoluta seguridad, poseen sentido de la moral. Sería absurdo que existiera un ser así sin libre albedrío. De manera que ello me induce a concluir que tienen la capacidad de pecar.

¿Cree, pues, en las hadas? –exclamó encantada, haciendo un repentino ademán, como si fuese a batir palmas–. Entonces, dígame, ¿qué razones tiene para ello?

Yo me resistía todavía a llevar a cabo la revelación que, estaba convencido, se acercaba.

Creo que hay vida en todas partes, no únicamente material, no sólo aquella palpable a nuestros sentidos, sino también inmaterial e invisible. Creemos en nuestra propia esencia inmaterial, llámela «alma», o «espíritu», o como prefiera. ¿Por qué no iban a existir otras esencias similares a nuestro alrededor, no ligadas a un cuerpo visible y material? ¿No creó Dios este enjambre de alegres abejas para que danzaran bajo este sol durante una hora de gozo, sin otro objeto, que podamos concebir, que el de aumentar la felicidad general que sentimos?

A burrice de todo metafísico é sempre esta palavra: fim.

Lady Muriel no hizo más preguntas. Continuó andando en silencio a mi lado, con la cabeza baja y las manos fuertemente entrelazadas. Se limitó, en tanto progresaba mi relato, a realizar alguna que otra inspiración brusca y superficial, como una niña que jadeara de gozo. Y le dije que nunca antes le había revelado a nadie ni en susurros mi doble vida, y mucho menos (pues la mía podría haber pasado por una ensoñación diurna) la doble vida de esos 2 adorables niños.

Y cuando le hablé de las locas travesuras de Bruno, se echó a reír de manera alegre; y cuando le hablé de la dulzura de Silvia, de su generosidad absoluta y su amor sin reservas, inspiró hondo, como alguien que recibe al fin unas preciosas noticias por las que el corazón ha suspirado largo tiempo; y por sus mejillas resbalaron lágrimas de felicidad, que se perseguían unas a otras.” O estágio da filha, princesa fada, pelo mundo humano terminou, teria dito seu pai e rei.

He sentido muchas veces el intenso deseo de encontrarme con un ángel –susurró, en voz tan baja que apenas alcanzaba a oírla–. ¡Me alegro tanto de haber conocido a Silvia! Quedé prendada de esa niña desde el primer momento en que la vi… ¡Escuche! –se interrumpió bruscamente–. ¡Es Silvia cantando! ¡Estoy segura! ¿No reconoce su voz?

He oído cantar a Bruno, más de una vez –dije–, pero nunca a Silvia.

Yo sólo la he oído en una ocasión –repuso lady Muriel–. Fue el día que usted nos trajo aquellas misteriosas flores. Los niños habían salido corriendo al jardín, y yo vi a Eric venir en esa dirección, y me acerqué a la ventana para saludarlo; Silvia estaba cantando, bajo los árboles, una canción que jamás había oído. La letra era algo así: «Creo que es amor, siento que es amor». Su voz sonaba muy lejana, como en un sueño, pero era tan hermosa que no podía expresarse con palabras… tan dulce como la primera sonrisa de un bebé, o el primer destello de los blancos acantilados de Dover cuando uno regresa al hogar tras años llenos de tedio… una voz que parecía inundarlo a uno de paz y pensamientos divinos… ¡Escuche! –exclamó, interrumpiéndose otra vez por la emoción–. ¡Esa es su voz, y se trata de la misma canción!

Nos quedamos totalmente callados, y un instante después los 2 niños aparecieron, dirigiéndose directamente hacia nosotros a través de un paso con forma de arco entre los árboles. Cada uno rodeaba al otro con un brazo, y el sol poniente dibujaba un halo dorado en torno a sus cabezas, como los que uno ve en las imágenes de los santos. Estaban mirando en nuestra dirección, pero era evidente que no nos veían, y no tardé en percatarme de que lady Muriel había entrado por una vez en un estado bien conocido por mí, y en el que ahora los 2 nos encontrábamos, el de «inquietud»; y de que, aunque nosotros pudiésemos ver perfectamente a los niños, éramos totalmente invisibles para ellos.”

Dime: ¿cuál es el hechizo, cuando sus polluelos pían,

que incita al ave a volver a su nido?

¿O despierta a la cansada madre, cuyo bebé se desgañita,

para acunarlo hasta que se ha dormido?

¿Qué magia actúa sobre el infante, radiante de alegría,

que lo mueve a emitir gorgoritos?

Acto seguido tuvo lugar la más extraña de todas las experiencias extrañas que marcaron el maravilloso año cuya historia estoy escribiendo: la experiencia de oír cantar a Silvia por primera vez. Su parte era muy breve –apenas unas pocas palabras–, la cual entonó de una forma tímida, y realmente bajísima, casi inaudible, pero la dulzura de su voz resultaba simplemente indescriptible; nunca había oído sobre la faz de la tierra una música como aquella.”

Es un secreto; nadie sabe cómo vino, ni cómo marchó:

¡pero el nombre del secreto es amor!”

¡Qué bonitósimo! –exclamó el pequeñín, al pasar los 2 por nuestro lado, tan cerca que nos retiramos un poco para dejarles sitio, y parecía que sólo teníamos que extender una mano para tocarlos, pero no hicimos el intento.

¡Es inútil que tratemos de detenerlos! –dije yo, mientras desaparecían en las sombras–. ¡Ni siquiera podían vernos!

¡Han salido de nuestras vidas! –Exhaló otro suspiro; y los 2 guardamos silencio hasta que salimos al camino principal, en un punto cercano a mi alojamiento.”

¡Buenas noches, querido amigo! Que nos veamos pronto… ¡y a menudo! –añadió con una afectuosa calidez que me llegó al corazón–. ¡«Pues pocos son aquellos a los que estimamos!»

¡Buenas noches! –repuse–. Tennyson dijo eso de un amigo más digno que yo(*).

¡Tennyson no tenía ni idea! –replicó ella descaradamente, con un toque de su antigua jovialidad infantil; después nos separamos.

(*) En su poema To the Rev. F. D. Maurice («Al reverendo F. D. Maurice»). [N. del T.]”

* * *

¿Estará Uggug en el banquete? –preguntó Bruno. Ambos niños parecieron intranquilizarse ante la sombría alusión.

¡Pues claro! –rio el profesor suavemente–. ¿Acaso no sabéis que es su cumpleaños? Se brindará a su salud y todo eso. ¿Qué sería el banquete sin él?

Muchósimo más agdadable –dijo Bruno. Pero lo dijo apenas en un susurro, y nadie excepto Silvia lo oyó.

El profesor volvió a reír.

Primero tendrá lugar la charla –explicó–. Es algo en lo que insiste la emperatriz. Dice que la gente comerá tanto en el banquete que tendrá demasiado sueño para atender en caso de que fuese después, y quizá tenga razón. Habrá un pequeño refrigerio, nada más llegar la gente; una especie de sorpresa para la emperatriz, ¿sabéis? Desde que ya no es… bueno, tan inteligente como antes… hemos creído aconsejable preparar pequeñas sorpresas para ella. Luego viene la charla…”

¡Hoy es el día de la medicina! Sólo administramos medicamentos una vez por semana. ¡Si empezásemos a hacerlo a diario, los frascos no tardarían en quedar vacíos!”

¿Qué?, ¡enfermar el día equivocado! –exclamó el profesor–. ¡Oh, eso sería inaceptable! ¡Un criado que se pusiera enfermo el día equivocado sería despedido fulminantemente! Esta es la medicina para hoy –prosiguió, bajando un gran frasco de un estante–. Yo mismo hice el preparado esta mañana temprano. ¡Pruébalo! –dijo, tendiéndole el frasco a Bruno–. ¡Moja el dedo y pruébalo!

¿Que está asqueroso? –repuso el profesor–. ¡Naturalmente! ¿Qué sería la medicina, si no estuviese asquerosa?

Agdadable –apuntó Bruno.

Me disponía a decir… –dijo el profesor de manera titubeante, bastante sorprendido por la pronta réplica de Bruno– ¡que eso sería inaceptable! La medicina ha de saber mal, ¿sabes? Tenga la bondad de llevar este frasco al comedor de la servidumbre –le dijo al lacayo que contestó a la campanilla–, y dígales que es su medicina para hoy.

¿Quién debe tomarla? –preguntó el lacayo, mientras se llevaba el frasco.

¡Oh, aún no lo he decidido! –respondió el profesor con energía–. Iré enseguida a resolverlo. En cualquier caso, ¡dígales que esperen hasta que yo llegue! ¡Es realmente maravilloso –dijo, girándose hacia los niños– el éxito que he tenido en la cura de enfermedades! Estas son algunas de mis notas. –Cogió del estante una pila de papelitos, sujetos en grupos de 2 y 3–. Mirad, por ejemplo, este caso: «Pinche número 13 recuperado de fiebre común, febris communis». Y ved lo que pone en la nota adjunta: «Administré al pinche número 13 una dosis doble de medicina». ¿No es algo de lo que enorgullecerse?

Uno puede conservar un medicamento durante años y años, ¡pero nadie quiere conservar jamás una enfermedad! Por cierto, venid a ver el estrado. El jardinero me pidió que fuera a comprobar si servía. Más vale que vayamos antes de que oscurezca.”

¡Un anciano! –gritó el profesor, en tanto cruzaba rápidamente la habitación con gran entusiasmo–. ¡Debe de ser el otro profesor, que se perdió hace muchísimo tiempo!

¡El banquete! –gritó el otro profesor, levantándose como un resorte y llenando la habitación con una nube de polvo–. En tal caso, más vale que vaya a… a pasarme un poco el cepillo. ¡Hay que ver cómo estoy!

¡Y ahí sigue todavía ese simpático jaddinero! –exclamó Bruno encantado cuando salíamos al jardín–. ¡Seguro que lleva cantando esa misma canción desde que nos fuimos!

¡Por supuesto que sí! –repuso el profesor–. Si dejara de hacerlo, no sería él, ¿sabes?

¿Y quién sería? –quiso saber Bruno, pero el profesor pensó que lo mejor era hacer oídos sordos a la pregunta–.

Es que quería saber qué comen los erizos, así que estoy reteniendo a este para ver si come patatas…

Sería mucho mejor que retuviera una patata –sugirió el profesor–, ¡y que viera si el erizo se la come!

¡Esa sería la forma correcta, sin duda! –exclamó el encantado jardinero–. ¿Vienen a ver el estrado?

…mas luego advirtió que eran

2 reglas de 3 seguidas.

«¡Y este gran misterio –dijo–

pa mí es claro como el día!»

Lleva meses enteros con esa canción –observó el profesor–. ¿Aún no ha terminado?

Sólo queda una estrofa –contestó el jardinero apenado. Y, con lágrimas resbalándole por las mejillas, cantó la estrofa final:

Creyó ver un argumento

que en papa lo convertía:

mas luego advirtió que era

de jabón una pastilla.

«¡Algo tan horrendo –dijo–

mis esperanzas fulmina!»

Ahogándose en sollozos, el jardinero corrió a adelantarse unos metros respecto a los demás, con objeto de ocultar su emoción.”

¡Oh, desde luego! –dijo el profesor–. Esa canción es la historia de su vida, ¿sabes?

Lágrimas provocadas por una compasión siempre a flor de piel relucieron en los ojos de Bruno.

¡Me da muchósima pena que no sea el papa! –dijo–. ¿A ti no, Silvia?

Bueno… no estoy segura –repuso Silvia de manera muy vaga–. ¿Eso le alegraría? –preguntó al profesor.

El que no se alegraría sería el papa –observó este–. ¿No es precioso el estrado? –inquirió, cuando entramos en el pabellón.

Bueno, no es exactamente una charla sobre magia –dijo el profesor, a la vez que colocaba unas cuantas máquinas de aspecto curioso sobre la mesa–. De todos modos, ¿qué sabes hacer? ¿Alguna vez has traspasado una tabla, por ejemplo?

¡Muchas veces! –respondió Bruno–. ¿No es ciedto, Silvia?

El profesor se sorprendió claramente, aunque trató de disimularlo.

Eso debe ser estudiado –murmuró para sí, mientras sacaba una libreta de notas–. Lo primero… ¿qué tipo de tabla?

¡Díselo! –le susurró Bruno a Silvia, abrazándose a su cuello.

Díselo tú –contestó Silvia.

No puedo –dijo Bruno–. Es una palabda espinosa.

¡Tonterías! –rio Silvia–. Eres capaz de decirla sin problemas, si haces el esfuerzo. ¡Vamos!

Multi… –lo intentó Bruno–. Empieza así.

¿De qué habla? –exclamó el confundido profesor.

Se refiere a que ha repasado muchas veces la tabla de multiplicación –explicó Silvia.

El profesor puso cara de indignación y volvió a cerrar su libreta.

Oh, pero eso es otra cosa totalmente distinta –dijo.

Es un montón muy gdandísimo de otdas cosas –matizó Bruno–. ¿A que sí, Silvia?

Un estrepitoso toque de trompetas interrumpió aquella conversación.

Me sorprendió enormemente el gran cambio que unos pocos meses habían obrado en los rostros de la pareja imperial. Una mirada perdida constituía ahora la expresión usual del emperador, mientras que en el rostro de la emperatriz aparecía y desaparecía, de manera intermitente, una sonrisa sin sentido.”

¡Una mesa corriente de caoba! –gruñó, señalándola desdeñosamente con el pulgar–. ¿Por qué no se fabricó de oro, me gustaría saber?”

¡Y luego está el bizcocho! ¡De pasas corrientes y molientes! ¡Por qué no se elaboró de… de… –Se produjo otra interrupción–. ¡Y el vino! ¡Un simple madeira de toda la vida! ¿Por qué no…? ¡Y esta silla! Eso es lo peor de todo. ¿Por qué no fue un trono? Las otras omisiones podrían disculparse, ¡pero lo de la silla es inaceptable!

¡Lo que yo no puedo aceptar –terció la emperatriz, en exaltada sintonía con su furioso marido– es la mesa!

¡Bah! –soltó el emperador.

¡Es algo muy lamentable! –repuso con suavidad el profesor, en cuanto tuvo ocasión de hablar. Tras pensarlo un momento, reforzó el comentario–: ¡Todo –añadió, dirigiéndose a la concurrencia en general– es muy lamentable!

¡Cuente unos chistes, profesor, ya sabe… sólo para que la gente se relaje y se sienta cómoda!

¡Cierto, cierto, señora! –contestó con docilidad el profesor–. Este muchachito…

¡No haga ningún chiste sobde mí, pod favod! –exclamó Bruno, al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas.

No lo haré si no quieres –dijo el bondadoso profesor–. Era sólo algo sobre una misión de infante-ría: un juego de palabras inofensivo… pero es igual. –Entonces se volvió hacia la multitud y se dirigió a ellos en voz alta–: ¡Siéntanse como 6! –voceó–. ¡Como 5! ¡Como 4! ¡Y como 3! ¡Entonces se sentirán como 2!

Hubo una sonora carcajada por parte de todos los asistentes, y después un gran número de susurros confundidos: «¿Qué ha dicho? Algo sobre comer, me parece…».

Que traigan unas espinacas, profesor, ya sabe, para sorprender a los invitados.

Si quiere sodpdended a la gente –apuntó Bruno–, debería ponedles danas vivas en la espalda.

Pero la emperatriz ya había comido bastante y, de algún modo –no pude percatarme del proceso exacto–, todos nos vimos entonces en el pabellón, cuando el profesor se disponía a dar comienzo a la largamente esperada charla.

En ciencia… de hecho, en la mayoría de las cosas… normalmente es mejor empezar por el principio. En algunas, por supuesto, es mejor empezar por el otro extremo. Por ejemplo, si uno quisiera pintar un perro de verde, lo más conveniente sería quizá empezar por la cola, ya que por ese lado no muerde. De modo que…

¿Puedo ayudadle? –interrumpió Bruno.

¡A pintad un pero de vedde! –exclamó Bruno–. ¡Usted puede empezad con la boca, y yo…!

Un axioma, como saben, es algo que uno acepta sin contradicción. Por ejemplo, si yo dijese: «¡Aquí estamos!», sería aceptado sin oposición alguna, y es una buena forma de empezar una conversación. De manera que eso sería un axioma. O, de nuevo, suponiendo que yo dijese: «¡Aquí no estamos!», eso sería…

¡… una bola! –gritó Bruno.

¡Oh, Bruno! –dijo Silvia, en un susurro de amonestación–. ¡Pues claro que sería un axioma, si el profesor lo dijera!

Tal vez fuese un «aquí-asoma» –replicó Bruno–, ¡pero no sería veddad!”

Por ejemplo, tomen el axioma: «Nada es mayor que sí mismo»; esto es, «Nada puede contenerse a sí mismo». Cuántas veces se oye decir a la gente: «Estaba tan alterado, que era absolutamente incapaz de contenerse». ¡Pues claro que era incapaz! ¡El que estuviera alterado no tenía nada que ver en ello!

¡Escuche una cosa! –saltó el emperador, que estaba empezando a ponerse un poco nervioso–. ¿Cuántos axiomas nos va a enunciar? A este ritmo, ¡no llegaremos a los experimentos hasta dentro de una semana!”

Sólo hay –consultó nuevamente sus notas– 2 más que sean realmente necesarios.

Pues léalos y pasemos a los especímenes –refunfuñó el emperador.

El primer axioma –leyó en voz alta el profesor con gran premura– consta de las siguientes palabras: «Lo que es, es». Y el segundo, de estas otras: «Lo que no es, no es». Ahora vamos a pasar a los especímenes. La primera bandeja contiene cristales y otras cosas. –Acercó esta hacia sí y volvió a consultar su libreta–. Algunas de las etiquetas, debido a una adhesión insuficiente… –Entonces calló otra vez, y examinó cuidadosamente la página con sus gemelos–. No puedo leer el resto de la frase –dijo finalmente–, pero lo que dice es que las etiquetas se han despegado, y las cosas, mezclado…

¡Deje que yo las vuelva a pegad! –gritó Bruno con entusiasmo, el cual empezó a lamer las etiquetas como si fuesen sellos postales y a colocarlas en los cristales y las demás cosas. Pero el profesor corrió a apartar la bandeja lejos de su alcance.

¡Podrían acabar pegadas en los especímenes equivocados!, ¿sabes?”

Nuestro primer espécimen –anunció, mientras colocaba el frasco delante del resto de cosas– es… es decir, se llama… –entonces lo levantó, y volvió a examinar la etiqueta, como si pensara que a lo mejor había cambiado desde la última vez que la miró– se llama aqua pura, agua corriente, el fluido que anima…

¡Hip, hip…! –empezó a entonar el jefe de cocina entusiásticamente.

¡… pero no embriaga! –se apresuró en continuar el profesor, a tiempo de detener por poco el «¡Hurra!» que estaba iniciándose.

En aquel momento le hizo una seña al jardinero para que subiera al estrado, y con su ayuda empezó a montar lo que parecía una enorme caseta para perros, de la que salían proyectados por ambos lados unos tubos cortos.

Pero ya hemos visto elefantes con anterioridad –refunfuñó el emperador.

Sí, ¡pero no a través de un megaloscopio! –repuso el profesor exaltado–. Ustedes saben que no pueden ver una pulga, como es debido, sin una lente de aumentos… lo que llamamos un «microscopio». Pues bien, exactamente del mismo modo, uno no puede ver un elefante como es debido sin una lente de reducción. Hay una en cada uno de estos pequeños tubos. ¡Y esto es un megaloscopio! El jardinero traerá a continuación el siguiente espécimen. Retiren por favor ambas cortinas, en aquel extremo de allí, ¡y abran paso al elefante!

«¡Creyó ver un elefante, que alto un pífano tocaba!». Hubo un momentáneo silencio, y entonces su áspera voz volvió a oírse en la distancia: «’Mas luego…’, ¡venga, arriba! ‘Mas luego advirtió que era…’, ¡so!, ‘que era, de su esposa, una…’ ¡abran paso, que viene!».

Y entró marchando o bamboleándose –difícil decir qué palabra es la correcta– un elefante, sobre sus patas traseras, mientras tocaba y sujetaba con las delanteras un pífano gigantesco.”

¡El espécimen está ahora listo para su observación! –proclamó–. ¡Es exactamente del tamaño de un ratón común: Mus communis!

Es muy pequeño –dijo con voz grave–. Más de lo que suelen serlo los elefantes, ¿me equivoco?

El profesor dio un brinco de gozosa sorpresa.

¡Su alteza imperial ha hecho una observación perfectamente lógica!”

¡Mantengan cerrada la puerta del microscopio! –gritó–. ¡Si la criatura escapase, con este tamaño…! –Pero el daño ya estaba hecho. La puerta se había abierto de golpe, y un momento después el monstruo andaba suelto, pisoteando a los aterrorizados espectadores, que no paraban de lanzar chillidos.

Pero el profesor no perdió su aplomo.

¡Descorred esas cortinas! –gritó. Y así se hizo. El monstruo juntó sus patas, y de un tremendo salto desapareció en el cielo.

¿Dónde está? –inquirió el emperador, frotándose los ojos.

En la provincia de al lado, me imagino –respondió el profesor–. ¡Habrá salvado como mínimo 5 millas con ese salto! Lo siguiente es explicar uno o 2 procesos. Pero veo que apenas tengo sitio para maniobrar… la criaturita está relativamente en medio…

Nuestro segundo experimento –anunció el profesor, mientras Bruno regresaba a su asiento, frotándose aún los codos ensimismado– es la producción de ese fenómeno apenas-visto-pero-que-seráenormemente- admirado: ¡la luz negra! Ustedes han contemplado la luz blanca, la roja, la verde, etcétera, ¡pero nunca, hasta este día maravilloso, han contemplado ojos distintos a los míos la luz negra! Esta caja –indicó, levantando el objeto con cuidado de la mesa, tras lo cual lo cubrió con un montón de mantas– está totalmente repleta de ella. Lo logré de la siguiente manera: metí una vela encendida en un armario a oscuras y cerré la puerta. Naturalmente, este estaba en ese momento lleno de luz amarilla. Luego cogí un bote de tinta negra y lo vertí sobre la vela y, para mi deleite, ¡cada chispa de luz amarilla pasó a ser negra! ¡Ese fue sin duda el momento de mayor orgullo de mi vida! Entonces llené una caja con ella. Y ahora… ¿querría alguien asomarse debajo de las mantas para verla?

¿Qué has visto en la caja? –lo interrogó Silvia.

¡Nada! –respondió Bruno con pesar–. ¡Estaba demasiado oscuro!

¡Ha descrito a la perfección el aspecto de la luz negra! –exclamó el profesor con entusiasmo–. Esta y la nada resultan tan extremadamente similares, a primera vista, ¡que no me extraña que no haya logrado distinguirlas! Procederemos ahora al tercer experimento.

¿Cuánto hemos de esperar? –gruñó el emperador.

El profesor miró su reloj.

Bueno, creo que bastarán mil años para empezar –dijo–. Entonces liberaremos cuidadosamente la pesa y, si todavía muestra (como quizá sea el caso) una ligera tendencia a caer, la engancharemos otra vez a la cadena, y la dejaremos durante 8 mil años.

La emperatriz experimentó entonces uno de esos destellos de sentido común que sorprendían a todos los que la rodeaban.

Entretanto habrá tiempo para otro experimento –señaló.

¡Desde luego! –exclamó el encantado profesor–. Volvamos al estrado y pasemos al cuarto experimento.

»Para este último experimento, tomaré un cierto álcali, o ácido, no recuerdo qué. Ahora verán lo que ocurre cuando lo mezclo con un poco de… –cogió en ese momento un frasco y lo miró con aire dubitativo– cuando lo mezclo con… con algo…

El emperador interrumpió entonces:

¿Cuál es el nombre de la sustancia? –preguntó.

No me acuerdo –se disculpó el profesor– y se le ha caído la etiqueta. –Vació rápidamente el frasco en el otro y, con una tremenda explosión, ambos volaron en pedazos, perturbando todos los aparatos, e inundando el pabellón con un denso humo negro. Yo me levanté al instante, aterrado, y… y me vi de pie frente a mi solitaria chimenea, donde el atizador, tras caer finalmente de la mano del durmiente, había tirado las tenazas y el recogedor, y sacudido la tetera, lo cual había llenado el aire de nubes de vapor. Con un suspiro de cansancio, me encaminé hacia la cama.

Me alegro de verlo tan animado –comencé por decir–. La última vez, recuerdo, pasaba casualmente por aquí justo cuando lady Muriel salía de la casa. ¿Sigue ella viniendo a visitarlo?

Sí –repuso de forma pausada–. No s’ha olvidao de mí. No pierdo de vista su guapa cara muchos días seguíos. Bien m’acuerdo de la primera ve que vino, despué de vernos en la’stación de tren. Me dijo que vendría pa compensarme. ¡Dulce chiquilla! ¡Imagínese! ¡Pa compensarme!

Péssima tradução de um “sotaque” rural.

Pasó lo siguiente, ¿sabe? Tábamos los dos esperando’l tren en la’stación. Y yo m’había sentao n’el banco. Y el jefe’stación vie y me manda a paseo… pa que la dama puea sentarse, ¿entiende?

Lo recuerdo todo –asentí–. Yo estaba allí ese día.

Minnie era mi nieta, señó, que vivía conmigo. Murió hace cosa d’un par de mese, quizá 3. Era una linda chiquilla, y buena, también. ¡Ah, pero la vía s’hace rara y solitaria sin ella!”

Así que dice: «¡Haga como que soy su Minnie!», dice. «¿No le preparaba Minnie el té?» «Sí», le digo yo. Y prepara el té. «¿Y no l’encendía Minnie la pipa?», dice luego. «Sí», contesto. Y me enciende la pipa. «¿Y no le sacaba Minnie el té al porche?» Y yo digo: «Bonita», le digo, «¡me parece qu’eres ella!». Y s’echa a llorá un poco. Los dos lloramo un poco…

«El resultado de esa combinación, tal vez se hayan dado cuenta, ¡ha sido una explosión! ¿Quieren que repita el experimento?»

El otro profesor entró leyendo un gran libro que sujetaba justo frente a sus ojos. Un resultado de que no fuese mirando por dónde iba fue que tropezó, mientras cruzaba el salón, salió por los aires, y cayó pesadamente de bruces en mitad de la mesa.”

Si no me tropezara, no sería yo –dijo el otro profesor.

El profesor puso cara de gran horror.

¡Oh, Bruno! –Esto era un susurro por parte de Silvia–. ¡No es de buena educación pedir un plato antes de que esté servido! Su hermano le respondió de la misma forma.

Pero a lo mejod me olvido de pedidlo, cuando llegue, ¿sabes?; a veces sí que me olvido de cosas –agregó, al ver que Silvia se disponía a susurrarle algo más.

Y esta última no osó contradecir aquella afirmación.

Para entonces, un camarero le había servido a Bruno un plato lleno de algo, lo cual hizo que se olvidara del pudin de pasas.

Otra ventaja de las cenas de gala –explicó el profesor alegremente, para quien quisiera escucharle– es que lo ayuda a uno a ver a sus amigos. Si quieres ver a un hombre, ofrécele algo de comer. Con los ratones pasa lo mismo.”

Hace mucho calor en la sala, con toda esta gente –le comentó el profesor a Silvia–. Me pregunto por qué no ponen algunos bloques de hielo en la chimenea. Uno la llena de carbón en el invierno, ya sabes, y se sienta en torno a ella para disfrutar del calor. ¡Qué agradable sería llenarla de hielo y hacer lo mismo con el fresquito!

A pesar del calor que hacía, la idea le provocó un ligero escalofrío a Silvia.

Hace mucho frío fuera –señaló–. Hoy casi se me congelan los pies.

¡Eso es culpa del zapatero! –repuso con jovialidad el profesor–. ¡Cuántas veces habré tenido que explicarle que debería hacer botas con pequeños soportes de hierro bajo las suelas, para instalar candiles! Pero nunca piensa. Nadie tendría frío, si tan sólo atendieran a esos pequeños detalles. Yo mismo siempre utilizo tinta caliente en invierno. ¡A poca gente se le ocurre alguna vez! ¡Con lo simple que es!

¡Qué gato más gordo! –exclamó el lord canciller, inclinándose por delante del profesor para dirigirse a su pequeño vecino de asiento–. ¡Es totalmente asombroso!

Era tdemendamente goddo al entdad –dijo Bruno–, así que sería muchósimo más asombdoso que adelgazara en un momento.

¿Y esa fue la razón, supongo –planteó el lord canciller–, de que no le dieras el resto de la leche?

No –negó Bruno–. Fue pod una dazón mejod. ¡Le quité el platito podque no le estaba gustando nada!

A mí no me lo parece –apuntó el lord canciller–. ¿Qué te hizo pensar eso?

Podque gduñía con la gadganta.

¡Oh, Bruno! –exclamó Silvia–. ¡Así es como expresan los gatos que están contentos!

Bruno no parecía convencido.

No es buen modo –objetó–. ¡Tú no decirías que estoy contento, si hiciera ese duido con la gadganta!

¡Qué niño más singular! –musitó para sí mismo el lord canciller, pero Bruno lo había oído.

¿Qué significa «un niño singulad»? –le susurró a Silvia.

Significa «un» niño –le contestó Silvia, también susurrando–. Y «plural» significa 2 o 3.

Entonces me alegdo muy muchósimo de sed un niño singulad –declaró Bruno con gran énfasis–. ¡Sería horible sed 2 o tdes niños! ¿Y si no jugaran conmigo?

¿Por qué deberían hacerlo? –planteó el otro profesor, despertando repentinamente de un profundo ensimismamiento–. Es posible que estuviesen dormidos, ¿sabes?¹

¹ Possível influencia sobre Blackbeard em One Piece?!

Los niños no se van a dormir todos a la vez, ¿sabes? Con lo que estos muchachos… ¿pero de quién estás hablando?”

Ya no queda nada por hacer, ¿verdad?

Bueno, la cena aún no ha terminado –recordó el profesor con una sonrisa de desconcierto–, ni el calor que hemos de soportar. Espero que disfrute de la cena, aunque sepa a poco, y que no le importe el calor, aunque sepa a mucho.

¡Oh, eso pasa por acidente, en dealidad! –empezó a argumentar Bruno, con tanta vehemencia, que era obvio que ya le había planteado aquella misma dificultad al gato–. Me lo ha esplicado todo, mientdas se bebía la leche. Dijo: «Les enseño a los datones juegos nuevos, y a ellos les encanta». Y luego: «A veces pasan acidentes, y los datones se matan a sí mismos». Y luego: «Siempde me da muchósima pena, cuando sucede». Y luego…

Si le diera tantísima pena –terció Silvia, con cierto desdén–, ¡no se comería a los ratones después de haberse matado a sí mismos!

Pero era obvio que también esta dificultad había sido tenida en cuenta en la exhaustiva discusión ética que acababa de tener lugar.

«Los datones muedtos nunca ponen ojeciones a que se los coman»

«No tiene sentido despeddiciad unos buenos datones»

¡No ha tenido tiempo de decir tantas cosas! –interrumpió Silvia en tono indignado.

¡No sabes cómo hablan los gatos! –replicó Bruno desdeñosamente–. ¡Lo hacen muy dapidísimo!

¡Caramba, casi me olvido de la parte más importante del acto! El otro profesor ha de recitar un cerdo de un cuento… quiero decir, un cuento de un cerdo –se corrigió a sí mismo–. Tiene unas estrofas introductorias al principio, y al final.

No puede tener estrofas introductorias al final, ¿o sí? –dijo Silvia.

Espera a escucharlo –la instó el profesor–, entonces lo entenderás. No estoy seguro de que no tenga también alguna por la mitad. –Se puso en pie en ese momento, y se produjo un silencio instantáneo en todo el salón de banquetes; evidentemente, esperaban un discurso.

Los pajarillos enseñan

a sonreír a unos tigres,

de cualquier malicia libres;

sonreír sin doblez, digo,

con la boca en semicírculo:

esa es la forma admisible.”

Jamás conocí a un cerdo tan grueso,

que se bamboleara tanto al andar,

y que pudiese, por mucho que lo intentara,

¡hacer algo semejante a saltar!”

Cuando el otro profesor terminó de recitar esta última estrofa, cruzó el salón hasta la chimenea y metió la cabeza por el conducto. Al hacerlo, perdió el equilibrio, cayó de cráneo en la parrilla vacía y quedó tan firmemente atascado en ella que llevó cierto tiempo conseguir sacarlo de allí. —Cdeí que quería ved cuánta gente había dentdo de la chibenea –había tenido tiempo de decir Bruno.”

¡Se le debe de haber quedado la cara negra! –señaló la emperatriz con preocupación–. ¿Quiere que mande traer un poco de jabón?

No, gracias –rechazó el ofrecimiento el otro profesor, manteniendo la cara girada hacia otro lado–. El negro es un color totalmente respetable. Además, el jabón sería inútil sin agua…

Los pajarillos escriben

libros de gran interés,

lectura para los chefs;

lectura, digo, no asados:

el texto, si está tostado,

deja de verse tan bien.”

¡Qué historia más tdiste! –dijo Bruno–. Empieza tdiste, y acaba más tdiste aún. Cdeo que voy a llorad. Silvia, déjame tu pañuelo, pod favod.

No lo tengo aquí –susurró Silvia.

Entonces, no lloraré –declaró Bruno valientemente.

¡Bueno, bueno! –dijo–. ¡Prueba un poco de vino de primavera! –Llenó un vaso y se lo dio a Bruno–. ¡Bebe esto, bonito, y ya no serás el mismo!

¿Quién seré? –preguntó Bruno, deteniéndose cuando se lo llevaba a los labios.

¿Por qué has de meter siempre criaturas en las historias? –preguntó el profesor–. ¿Por qué no introduces acontecimientos, o circunstancias?

Había una vez una coincidencia dando un paseo con un pequeño accidente, y se encontraron con una explicación, una explicación viejísima, tan vieja que iba completamente doblada sobre sí misma, y parecía más un enigma… –Cesó repentinamente su relato.

¡Por favor, siga! –exclamaron ambos niños. El profesor se sinceró:

Me resulta muy difícil inventar una historia de ese tipo. ¿Qué tal si Bruno cuenta una primero?

Los pajarillos ocultan

sus crímenes en carteras,

y de ciervos connivencia;

connivencia y luego palos,

pues acaban devorados

si la memoria flaquea.”

¡Beban a la salud del emperador! –Un gorgoteo generalizado resonó por todo el salón–. ¡Tres hurras por el emperador! –Este anuncio se vio seguido por el murmullo más débil posible, y el canciller, con una presencia de ánimo admirable, proclamó inmediatamente–: ¡El emperador va a hablar!”

Pese a mi escasa disposición a ser el emperador… dado que todos así lo deseáis… ya sabéis lo mal que el difunto rector manejaba las cosas… con semejante entusiasmo como habéis mostrado… él os perseguía… os cobraba demasiados impuestos… sabéis quién es el más indicado para ser emperador… mi hermano carecía de sentido común…

Cuánto podría haber durado aquel curioso discurso resulta imposible de decir, pues justo en ese momento un huracán sacudió el palacio hasta los cimientos, abriendo de golpe las ventanas, apagando algunas de las lámparas y llenando el aire de nubes de polvo, las cuales adoptaban formas extrañas y parecían formar palabras.

Pero la tormenta amainó tan súbitamente como se había levantado: las ventanas volvieron a cerrarse; el polvo desapareció; todo estaba como un instante antes… a excepción del emperador y la emperatriz, en los cuales se había producido un cambio maravilloso. La mirada perdida y la sonrisa sin sentido se habían esfumado: todos podían ver que estos dos extraños seres habían recobrado el juicio.

Y nos hemos comportado, mi esposa y yo, como dos bellacos redomados. No merecemos mejor calificativo. Cuando mi hermano se marchó, perdisteis al mejor rector que habéis tenido jamás. Y yo he hecho todo lo posible, pues soy un maldito hipócrita, para lograr con argucias que me convirtierais en emperador. ¡A mí! ¡Alguien que apenas tiene cerebro para ser limpiabotas!

El lord canciller se retorció las manos con desesperación.

¡Está loco, buenos señores! –había empezado a decir. Pero el emperador y él dejaron repentinamente de hablar… y, en mitad del silencio absoluto que siguió, se oyó que alguien llamaba a la puerta principal.

Se trataba desde luego de una visión lastimosa: los harapos que colgaban de su cuerpo estaban totalmente salpicados de barro; su cabello cano y su larga barba se encontraban salvajemente revueltos. Aun así, caminaba erguido, con paso majestuoso, como si estuviese acostumbrado a impartir órdenes, y, lo que resultaba más extraño de todo, Silvia y Bruno lo acompañaban, aferrados a sus manos y mirándolo con mudas expresiones de amor.”

Para su completo asombro, el emperador se arrodilló al acercarse el pordiosero, y con la cabeza inclinada murmuró:

¡Perdónanos!

¡Perdónanos! –repitió de manera dócil la emperatriz, al tiempo que se arrodillaba al lado de su esposo.

El paria sonrió.

¡Levantaos! –dijo–. ¡Os perdono! –Y la gente vio maravillada que se había producido un cambio en el viejo pordiosero, a la vez que hablaba. Lo que hasta entonces habían parecido mugrientos andrajos y manchas de barro resultaron ser en realidad atavíos reales, con bordados de oro y centelleantes gemas. Todos lo reconocieron entonces, e hicieron una reverencia ante el hermano mayor, y auténtico rector.

»¡Hermano mío y cuñada mía! –empezó a decir este último, con una voz clara que se escuchó en todo el vasto salón–. No vengo a molestaros. Sigue gobernando, como emperador, y hazlo sabiamente. Pues he sido elegido rey de Elfolandia. Mañana regreso allí, y no abandonaré el reino, salvo para… para… –Le tembló la voz y, con una expresión de inefable ternura, colocó sus manos en silencio sobre las cabezas de los 2 niños que lo flanqueaban, agarrados a él.”

¡Dios santo! ¡Todo el mundo se había olvidado del príncipe Uggug!”

Permitid que os lo explique. Sin-cuidado y Cuidados eran dos hermanos gemelos. Cuidados, como sabéis por el refrán, mató al asno. Y detuvieron por equivocación a Sin-cuidado, y fue a él a quien colgaron. De manera que Cuidados sigue vivo todavía. Pero vivir sin su hermano ha hecho de él alguien muy taciturno. Esa es la razón de que la gente diga: «¡Allá penas y Cuidados!».”

¡Gracias! –dijo Silvia efusivamente–. Es extremadamente interesantísimo. Tal como yo lo veo, ¡eso lo explica todo!

Bueno, todo todo no –replicó el profesor de manera modesta–. Hay 2 o 3 problemas científicos…

¿Qué impresión general te dio su obesidad imperial? –preguntó el emperador al jefe de su guardia.

Mi impresión fue que su obesidad imperial tiene cada vez más tendencia a…

¿A qué?

Todos aguardaron la siguiente palabra con el aliento contenido.

¡A pinchar!

¡Como desee su alteza! Su obesidad imperial es… –No logró articular ni una palabra más.

La emperatriz se levantó presa de una súbita preocupación.

¡Vayamos a buscarlo! –gritó. Y todo el mundo se dirigió en tromba hacia la puerta.

¡Preocupadín, majestad! –estaba diciendo–. ¡Eso es lo que está, no cabe duda!”

Puercoespín –dijo Silvia.

Nos levantamos con gran apremio y seguimos a los niños escaleras arriba. Nadie se percató en lo más mínimo de mi presencia, pero esto no me sorprendió en absoluto, ya que hacía largo rato que me había dado cuenta de que era totalmente invisible para todos ellos, hasta para Silvia y Bruno.”

Su voz era una especie de mezcla: había rugidos de león y bramidos de toro, y de vez en cuando un chillido como el de un loro gigante.”

¡Un puercoespín! ¡El príncipe Uggug se ha convertido en un puercoespín!

¡Un nuevo espécimen! –exclamó el encantado profesor–. Déjenme pasar, se lo ruego. ¡Debería ser catalogado de inmediato! Pero lo único que hicieron los hombres musculosos fue hacerle retroceder de un empujón.

¡Cómo que catalogarlo! ¿Es que quiere que lo devore? –gritaron.

¡Olvídese de especímenes, profesor! –dijo el emperador, abriéndose camino entre la multitud–. ¡Díganos cómo ponerlo a salvo!

¡Una jaula grande! –repuso de inmediato el profesor–. ¡Traed una jaula grande –indicó en general hacia la gente– con fuertes barrotes de acero y una reja levadiza como la de una trampa para ratones! ¿Alguien tiene a mano algo así, por un casual?

No parecía algo que nadie fuese a tener a mano y, sin embargo, le trajeron una en el acto; curiosamente, resultó que había una en mitad de la galería.

¡Colocadla de cara a la puerta, y subid la reja! –Esto se hizo en un momento.

»¡Ahora unas mantas! –voceó el profesor–. ¡Este es un experimento de lo más interesante!

¡El experimento ha sido un éxito! –proclamó–. Todo lo que hace falta ahora es darle de comer 3 veces al día, a base de zanahorias picadas y…

¡Olvídese por el momento de su comida! –lo interrumpió el emperador–. Volvamos al banquete. Hermano, tú primero, por favor. –Y el anciano, acompañado de sus hijos, encabezó el desfile de gente escaleras abajo.

¡Ahí tienes el destino de una vida sin amor! –le dijo a Bruno, mientras regresaban a sus sitios. A lo cual este contestó:

¡Yo siempde he querido a Silvia, así que nunca pincharé como lo hace él!

Ahora el príncipe Uggug pincha mucho, ciertamente –comentó el profesor, que había oído las últimas palabras–, pero por muy puercoespín que sea, ¡sigue teniendo sangre real! Una vez que acabe el festín, voy a llevarle un pequeño regalo… sólo para que se calme, ya sabéis; no es agradable vivir en una jaula.

¡Mi viejo enemigo! –gimió el profesor–. Lumbago, reumatismo, esas cosas. Creo que iré a tumbarme un rato. –Y salió renqueando del salón, bajo la compasiva mirada de los 2 niños.

¡No tardará en ponerse mejor! –dijo en tono jovial el rey elfo–. ¡Hermano! –agregó, girándose hacia el emperador–. Tengo algunos asuntos que discutir contigo esta noche. La emperatriz cuidará de los niños. –Y los 2 hermanos se marcharon juntos, cogidos del brazo.

A la emperatriz los niños le parecieron una compañía bastante triste. No sabían hablar de otra cosa que no fuera «el querido profesor» y «qué pena que esté tan malito», hasta que acabó por hacer la bien recibida propuesta: «¡Vayamos a verlo!».

Tenemos que llevarlo a pasar una temporada en la playa –dijo Silvia de manera tierna–. ¡Le hará muchísimo bien! ¡Y el océano es tan grandioso!

¡Pero una montaña lo es más! –opinó Bruno.

¿Qué tiene el mar de grandioso? –repuso el profesor–. ¡Pero si cabría dentro de una taza de té!

Sólo parte de él –lo corrigió Silvia.

Bueno, únicamente se necesitaría un cierto número de tazas de té para contenerlo todo. ¿Y dónde estaría entonces la grandiosidad? En cuanto a la montaña… ¡uno podría trasladarla entera en una carretilla, si se dispusiera de unos cuantos años!

Reducida a pedazos en la carretilla… no tendría un aspecto grandioso –admitió Silvia con franqueza.

Pero cuando los juntas otda vez… –empezó a decir Bruno.

Cuando seas mayor –saltó el profesor–, ¡sabrás que uno no puede recomponer montañas así como así! Uno vive y aprende, ¿sabes?

Pero no tiene pod qué hacedlo la misma pedsona, ¿no? –planteó Bruno–. ¿No vale con que yo viva y Silvia apdenda?

¡Yo no puedo aprender sin vivir! –protestó Silvia.

¡Pero yo puedo vivid sin apdended! –replicó Bruno–. ¡Sólo tienes que ponedme a pdueba!

¡Pero yo sé todo lo que sé! –insistió el pequeñín–. ¡Sé muchósimas cosas! Todo, escepto las cosas que no sé. Y Silvia sabe todo lo demás.

El profesor emitió un suspiro y se dio por vencido.

¿Sabes lo que es un boojum?

¡Sí lo sé! –gritó Bruno–. ¡Es eso que se come y se puede haced en el hodno o fuera de él!

Se refiere a un «bollo» –explicó Silvia en un susurro.

No puedes hacer un bollo fuera del horno –observó el profesor en tono suave.

Bruno rio con desvergüenza.

¡Seré yo quien le cuente una fáluba! –se lanzó Bruno a toda prisa–. Érase una vez una langosta, una uraca y un maquinista. Y la moraleja es que hay que acostumbdadse a maddugad…

¿Cuándo inventaste esa fábula? –quiso saber el profesor–. ¿La semana pasada?

¡No! –contestó Bruno–. ¡Hace muchósimo menos! ¡Pdueba otda vez!

No se me ocurre –se rindió el profesor–. ¿Hace cuánto?

¡Todavía no lo he hecho! –exclamó Bruno en actitud triunfante–. ¡Pero sí he inventado una genial! ¿Se la cuento?

Que o livro não possua uma moraleja para Bduno, isso me deixará aterradoramente triste! Um Uggug mais fofinho…

¿Pero cómo regresó a la repisa de la chimenea tras su primera caída? –preguntó la emperatriz. (Era la primera pregunta lógica que había formulado en toda su vida.)

* * *

Soy tan alegre como largo es el día, salvo cuando hay que meditar sobre alguna cuestión sumamente difícil.”

La nota contenía únicamente 5 palabras: «Venga inmediatamente, por favor. Muriel».”

«¡Se trata sólo de Eric Lindon, después de todo! –pensé, en parte aliviado y en parte irritado–. ¡Desde luego, no es razón para haberme hecho venir!»

«Los pasteles del funeral se sirvieron fríos en el banquete de bodas»

(Hamlet)

Sobraban más preguntas. La seguí al interior de la casa con expectación. Allí en la cama yacía –pálido y agotado, una simple sombra de su antiguo yo– ¡mi viejo amigo, regresado de entre los muertos!”

¡Arthur! –exclamé. Me vi incapaz de decir nada más.

¡Sí, he vuelto, viejo amigo! –dijo con un hilo de voz, y sonrió al cogerle yo la mano–. Él –añadió, señalando a Eric, que se encontraba allí al lado– me salvó la vida. Me trajo de regreso. ¡Después de a Dios, Muriel, esposa mía, es a él a quien debemos estar agradecidos!

Le estreché la mano a Eric en silencio, y luego al earl, y de común acuerdo nos trasladamos todos a la zona más oscura de la habitación, donde podíamos hablar sin molestar al inválido, que yacía, callado y feliz, sosteniendo la mano de su mujer y contemplándola con ojos que resplandecían con la firme e intensa luz del amor.”

«¡Y este era su rival! –pensé–. ¡El hombre que le había arrebatado el corazón de la mujer que amaba!»

pero no, aquello no eran en absoluto incoherencias producto del delirio.”

Aquella me pareció una buena oportunidad para escabullirme sin tener que hacerla pasar a ella por ninguna clase de despedida; de modo que, tras saludar al earl y a Eric con la cabeza, abandoné en silencio la habitación. Este último me siguió escaleras abajo y afuera, a la noche.

¿Vivirá? –le pregunté, tan pronto estuvimos lo bastante lejos de la casa como para poder hablar en un tono normal.

¡Vivirá! –respondió con un énfasis cargado de entusiasmo–. Los médicos están totalmente de acuerdo al respecto. Todo lo que necesita ahora, dicen, es reposo, tranquilidad absoluta y buenos cuidados. Para nada le faltarán reposo y tranquilidad aquí; y, en cuanto a los cuidados, ¡vaya!, creo más que posible… –se esforzó por hacer que su temblorosa voz asumiera un tono de picardía– que, en su actual alojamiento, ¡reciba un trato bastante bueno.”

Final decepcionantemente carola.

Ni el propio Bruno podría haber subido las escaleras con paso tan ligero al tiempo que avanzaba a tientas en la oscuridad, sin que me hubiese detenido a prender una cerilla en la entrada dado que sabía que había dejado la lámpara encendida en mi sala de estar.

Pero no fue ninguna luz de lámpara corriente lo que me bañó cuando entré en la habitación, con una extraña, nueva y vaga sensación de que el lugar se encontraba bajo el efecto de algún encantamiento sutil.”

un anciano circunspecto con vestiduras reales, reclinado en una butaca, y 2 chiquillos, una niña y un niño, de pie junto a él.” Santíssima trindade, três reis magos e blá-blá-blá…

¿Todavía tienes la joya, hija mía? –estaba diciendo el anciano.

¡Oh, sí! –exclamó Silvia con inusitado entusiasmo.

»¿Acaso crees que sería capaz de perderla u olvidarla? –Deshizo el lazo que rodeaba su cuello, mientras hablaba, y puso la joya en la mano de su padre.

Bruno la observaba admirado.

¡Qué bdillo más bonito! –dijo–. ¡Es igual que una estdellita doja! ¿Puedo cogedla?

¡Silvia! ¡Mira! –exclamó–. Puedo ved a tdaves de ella cuando la levanto hacia el cielo.

»Y no es doja para nada: ¡oh, es de un azul de lo más pdecioso! ¡Y las palabdas son totalmente distintas! ¡Mírala!

Silvia estaba ya también bastante excitada a estas alturas, y los 2 niños sostuvieron la joya al trasluz y entre los 2 leyeron letra por letra la inscripción: «Todos querrán a Silvia».

¡Caramba, [Cadamba] esta es la otda joya! –exclamó Bruno–. ¿No te acueddas, Silvia? ¡La que no escogiste!

Silvia se la quitó, con expresión confundida, y la sostuvo primero a contraluz y luego abajo.

¡Es azul, de una manera –dijo suavemente para sí misma–, y roja, de la otra! Pero yo creía que había 2 joyas… ¡Padre! –exclamó de pronto, depositando el guardapelo otra vez en la mano de este. ¡Ahora creo que era la misma joya todo el rato!

Entonces la elegiste en vez de ella misma –apuntó Bruno con aire cavilante–. Padde, ¿es eso posible?

Sí, mi niña –le respondió el anciano a Silvia, sin advertir la embarazosa pregunta de su hermano–, era la misma joya, pero elegiste de manera totalmente correcta. –A continuación volvió a anudar el lazo en torno al cuello de su hija.

Silvia querá a todos… todos querán a Silvia –susurró Bruno, que luego se puso de puntillas para besar la «estrellita roja»–. Cuando uno la mira, es doja y addiente como el sol… y cuando uno mira a tdavés de ella, ¡es delicada y azul como el cielo.

Pero oh, Silvia, ¿qué es lo que hace que el cielo sea de un azul tan bonito?

Los dulces labios de Silvia formaron las palabras de su respuesta, pero su voz se escuchó débil y muy distante. La visión estaba desvaneciéndose rápidamente ante mi ansiosa mirada, pero tuve la impresión, en ese último momento de desconcierto, de que quien se asomaba a través de esos confiados ojos castaños no era Silvia…”

GLOSSÁRIO HISPÂNICO (suplemento):

albaricoque: damasco

álgido (= PT): culminante, máximo; frio (o português só carrega esta segunda conotação).

almíbar: caramelo

alternar (= PT): revezar

apuesto: galante

arista: aresta

arrebolado: corado, cor do arrebol (nuvens durante o nascer ou pôr do sol)

berrinche: pirraça

bisagra: dobradiça

bote: quique (el bote de la pelota)

búho: coruja

butaca: cadeira

cerciorarse: assegurar-se, certificar-se

chanza: gracejo

chaparrón: aguaceiro

chinchar: chatear, atentar

columpio: balança, gangorra

conejera: gaiola do coelho

cormorón: corvo-marinho

cotorra: tagarela

cuerdo: lúcido

daga: adaga

desangelado: sem-graça

espachurrar: amassar, achatar

espinaca: espinafre

estrafalario (= PT): extravagante

fajina: o toque para refeições, no exército

flequillito: franjinha

fresa: morango

galimatias (sing.) (= PT): abobrinha

gandul: fanfarrão, traste (= PT gandulo)

gazapo: coelho jovem; mancada. Carroll (ou o tradutor de Carroll) utiliza a expressão em duplo sentido.

golfo: pivete

grajo: gralha, urubu

granuja: vigarista, patife

guardapelo: medalhão

guión: hífen

hucha: cofrinho

jarabe: xarope

lumbre: lume

melocotón: pêssego

mendrugo: pão dormido, esmola reles

moflete: bochecha

mora: amora

oporto: vinho do porto, vinho forte

oruga: lagarta ou verdura

páramo (= PT): charneca, brejo, lugar parado no tempo ou entediante, fim de mundo

patillitas: pequenas hastes de óculos

penique: péni ou centavo

perinola: ventoinha (brinquedo)

polilla: sinônimo de mariposa, que também existe em espanhol

pordiosero: mendicante

respingo: salto

riada: enchente

salvar: no sentido de transpor.

seto: cerca-viva

subasta: leilão

tejón: texugo

tiza: giz

zanja: vala

zoquete: pateta

TITUS ANDRONICUS (com notas explicativas) – Shakespeare

SCENE I. Rome. Before the Capitol.

The Tomb of the ANDRONICI appearing; the Tribunes and Senators aloft. Enter, below, from one side, SATURNINUS¹ and his Followers; and, from the other side, BASSIANUS² and his Followers; with drum and colours”

¹ Qualquer que seja a fonte, só houve dois Saturninos historicamente importantes na história romana: um usurpador que foi morto pelas próprias tropas antes de se consumar imperador e outro usurpador de circunstâncias semelhantes, porém biografia provavelmente inventada. Shakespeare, portanto, está bastante justificado em sua escolha para o “imperador romano” da peça!

² Senador romano do século IV. Morto sob a acusação de conspirador. Ver https://pt.wikipedia.org/wiki/Batalha_de_C%C3%ADbalas.

SATURNINUS

Noble patricians, patrons of my right,

Defend the justice of my cause with arms,

And, countrymen, my loving followers,

Plead my successive title with your swords:

I am his first-born son, that was the last

That wore the imperial diadem of Rome;

Then let my father’s honours live in me,

Nor wrong mine age with this indignity.

BASSIANUS

Romans, friends, followers, favorers of my right,

If ever Bassianus, Caesar’s son,¹

Were gracious in the eyes of royal Rome,

Keep then this passage to the Capitol

And suffer not dishonour to approach

The imperial seat, to virtue consecrate,

To justice, continence and nobility;

But let desert in pure election shine,

And, Romans, fight for freedom in your choice.

[¹ O título de César (imperator), não o nome próprio.]

Enter MARCUS ANDRONICUS,¹ aloft, with the crown

[¹ Apesar do patronímico existir, todos os personagens da peça são fabulosos. Existiu apenas um Lucius, mas ele era poeta e dramaturgo, uma ‘jovem projeção ou auto-referência de Shakespeare’, se assim se quiser.]

MARCUS ANDRONICUS

Princes, that strive by factions and by friends

Ambitiously for rule and empery,

Know that the people of Rome, for whom we stand

A special party, have, by common voice,

In election for the Roman empery,

Chosen Andronicus, surnamed Pius

For many good and great deserts to Rome:

A nobler man, a braver warrior,

Lives not this day within the city walls:

He by the senate is accit’d home

From weary wars against the barbarous Goths;

That, with his sons, a terror to our foes,

Hath yoked a nation strong, train’d up in arms.

Ten years are spent since first he undertook

This cause of Rome and chastised with arms

Our enemies’ pride: five times he hath return’d

Bleeding to Rome, bearing his valiant sons

In coffins from the field;

And now at last, laden with horror’s spoils,

Returns the good Andronicus to Rome,

Renowned Titus, flourishing in arms.

Let us entreat, by honour of his name,

Whom worthily you would have now succeed.

And in the Capitol and senate’s right,

Whom you pretend to honour and adore,

That you withdraw you and abate your strength;

Dismiss your followers and, as suitors should,

Plead your deserts in peace and humbleness.

SATURNINUS

How fair the tribune speaks to calm my thoughts!

BASSIANUS

Marcus Andronicus, so I do ally

In thy uprightness and integrity,

And so I love and honour thee and thine,

Thy noble brother Titus and his sons,

And her to whom my thoughts are humbled all,

Gracious Lavinia, Rome’s rich ornament,

That I will here dismiss my loving friends,

And to my fortunes and the people’s favor

Commit my cause in balance to be weigh’d.

Exeunt the followers of BASSIANUS”

SATURNINUS

[monologando]

Rome, be as just and gracious unto me

As I am confident and kind to thee.

Open the gates, and let me in.”

Drums and trumpets sounded. Enter MARTIUS and MUTIUS; After them, two men bearing a coffin covered with black; then LUCIUS and QUINTUS. After them, TITUS ANDRONICUS; and then TAMORA, with ALARBUS, DEMETRIUS, CHIRON, AARON, and other Goths, prisoners; Soldiers and people following. The Bearers set down the coffin, and TITUS speaks”

TITUS ANDRONICUS

Romans, of five-and-twenty valiant sons,

Half of the number that King Priam had,¹

Behold the poor remains, alive and dead!

These that survive let Rome reward with love;

These that I bring unto their latest home,

With burial amongst their ancestors:

Here Goths have given me leave to sheathe my sword.

Titus, unkind and careless of thine own,

Why suffer’st thou thy sons, unburied yet,

To hover on the dreadful shore of Styx?

Make way to lay them by their brethren.

[tomb]

O sacred receptacle of my joys,

Sweet cell of virtue and nobility,

How many sons of mine hast thou in store,

That thou wilt never render to me more!

LUCIUS

Give us the proudest prisoner of the Goths,

That we may hew his limbs, and on a pile

Ad manes fratrum sacrifice his flesh,

Before this earthy prison of their bones;

That so the shadows be not unappeased,

Nor we disturb’d with prodigies on earth.

TITUS ANDRONICUS

I give him you, the noblest that survives,

The eldest son of this distressed queen.

TAMORA

Stay, Roman brethren! Gracious conqueror,

Victorious Titus, rue the tears I shed,

A mother’s tears in passion for her son:

And if thy sons were ever dear to thee,

O, think my son to be as dear to me!

Sufficeth not that we are brought to Rome,

To beautify thy triumphs and return,

Captive to thee and to thy Roman yoke,

But must my sons be slaughter’d in the streets,

For valiant doings in their country’s cause?

O, if to fight for king and commonweal

Were piety in thine, it is in these.

Andronicus, stain not thy tomb with blood:

Wilt thou draw near the nature of the gods?

Draw near them then in being merciful:

Sweet mercy is nobility’s true badge:

Thrice noble Titus, spare my first-born son.

TITUS ANDRONICUS

Patient yourself, madam, and pardon me.

These are their brethren, whom you Goths beheld

Alive and dead, and for their brethren slain

Religiously they ask a sacrifice:

To this your son is mark’d, and die he must,

To appease their groaning shadows that are gone.

[Mercy’s for the weak and meeke.]

LUCIUS

Away with him! and make a fire straight;

And with our swords, upon a pile of wood,

Let’s hew his limbs till they be clean consumed.”

¹ Seria um ancestral de Roma, no sentido em que o rei Príamo é pai de figuras mitológicas como Heitor, Páris e Cassandra, que participaram da Guerra de Tróia. Mais abaixo veremos sobre Hécuba, sua outrossim mitológica esposa.

TAMORA

O cruel, irreligious piety!

CHIRON

Was ever Scythia half so barbarous?

DEMETRIUS

Oppose not Scythia to ambitious Rome.

Alarbus goes to rest; and we survive

To tremble under Titus’ threatening looks.

Then, madam, stand resolved, but hope withal

The self-same gods that arm’d the Queen of Troy

With opportunity of sharp revenge

Upon the Thracian tyrant in his tent,

May favor Tamora, the Queen of Goths–¹

When Goths were Goths and Tamora was queen–

To quit the bloody wrongs upon her foes.”

¹ Os góticos ou godos são em si mesmos de mau agouro para o Império Romano, participando ativamente de sua dissolução histórica.

LUCIUS

See, lord and father, how we have perform’d

Our Roman rites: Alarbus’ limbs are lopp’d,

And entrails feed the sacrificing fire,

Whose smoke, like incense, doth perfume the sky.

Remaineth nought, but to inter our brethren,

And with loud ‘larums welcome them to Rome.

TITUS ANDRONICUS

Let it be so; and let Andronicus

Make this his latest farewell to their souls.

Trumpets sounded, and the coffin laid in the tomb”

Here lurks no treason, here no envy swells,

Here grow no damned grudges; here are no storms,

No noise, but silence and eternal sleep:

In peace and honour rest you here, my sons!

Enter LAVINIA¹

LAVINIA

In peace and honour live Lord Titus long;

My noble lord and father, live in fame!

Lo, at this tomb my tributary tears

I render, for my brethren’s obsequies;

And at thy feet I kneel, with tears of joy,

Shed on the earth, for thy return to Rome:

O, bless me here with thy victorious hand,

Whose fortunes Rome’s best citizens applaud!”

TITUS ANDRONICUS

Kind Rome, that hast thus lovingly reserved

The cordial of mine age to glad my heart!

Lavinia, live; outlive thy father’s days,

And fame’s eternal date, for virtue’s praise!”

¹ Lavínia é inspirada numa figura mitológica romana. Segue a wikia: “Lavínia estava prometida como esposa a Turno, rei dos rútulos. Mas, com a chegada de Enéias ao Lácio, Latino deu sua mão ao herói troiano, pois o oráculo de seu pai Fauno dizia que ela devia casar com um estrangeiro. O rompimento da promessa conjugal desencadeou a guerra entre troianos-latinos e os rútulos de Turno. A guerra terminou com a derrota de Turno.”

MARCUS ANDRONICUS

Long live Lord Titus, my beloved brother,

Gracious triumpher in the eyes of Rome!

TITUS ANDRONICUS

Thanks, gentle tribune, noble brother Marcus.”

Shakespeare tinha uma peculiar predileção por retratar os campeões do povo em vez dos imperadores (pelo menos o fazia em mais ocasiões) quando se tratava de Roma. Note-se o quanto os trechos grifados em vermelho acima entrarão em contradição com o sucedido na peça!

Titus Andronicus, the people of Rome,

Whose friend in justice thou hast ever been,

Send thee by me, their tribune and their trust,

This palliament of white and spotless hue;

And name thee in election for the empire,

With these our late-deceased emperor’s sons:

Be candidatus then, and put it on,

And help to set a head on headless Rome.”

A better head her glorious body fits

Than his that shakes for age and feebleness:

What should I don this robe, and trouble you?

Be chosen with proclamations to-day,

To-morrow yield up rule, resign my life,

And set abroad new business for you all?

Rome, I have been thy soldier 40 years,

And led my country’s strength successfully,

And buried one-and-twenty valiant sons,¹

Knighted in field, slain manfully in arms,

In right and service of their noble country

Give me a staff of honour for mine age,

But not a sceptre to control the world:

Upright he held it, lords, that held it last.”

¹ O que significa que só lhe restaram 4: Mutius, Lucius, Lavinia e Quintus. Ao fim da peça, um só!

SATURNINUS

[a Marcus]

Proud and ambitious tribune, canst thou tell?”

SATURNINUS

Romans, do me right:

Patricians, draw your swords: and sheathe them not

Till Saturninus be Rome’s emperor.

Andronicus, would thou wert shipp’d to hell,

Rather than rob me of the people’s hearts!”

TITUS ANDRONICUS

Content thee, prince; I will restore to thee

The people’s hearts, and wean them from themselves.¹

[¹ O carisma é intransferível, pelo menos quando aquele que em tese o recebe com o beneplácito do carismático original o odeia, pois a população percebe essas nuances e não perdoa a ingratidão do “mau afilhado”, ainda que leve anos para se rebelar.]

BASSIANUS

[Se eu devesse adivinhar, é o pusilânime da peça]¹

Andronicus, I do not flatter thee,

But honour thee, and will do till I die:

My faction if thou strengthen with thy friends,

I will most thankful be; and thanks to men

Of noble minds is honourable meed.”

¹ Errei e errei feio – vide além!

TITUS ANDRONICUS

Tribunes, I thank you: and this suit I make,

That you create your emperor’s eldest son,

Lord Saturnine; whose virtues will, I hope,

Reflect on Rome as Titan’s rays on earth,¹

And ripen justice in this commonweal:

Then, if you will elect by my advice,

Crown him and say ‘Long live our emperor!’

¹ Talvez um prenúncio de sua queda, como a dos Titãs na Titanomaquia.

MARCUS ANDRONICUS

With voices and applause of every sort,

Patricians and plebeians, we create

Lord Saturninus Rome’s great emperor,

And say ‘Long live our Emperor Saturnine!’

A long flourish till they come down”

And, for an onset, Titus, to advance

Thy name and honourable family,

Lavinia will I make my empress,

Rome’s royal mistress, mistress of my heart,

And in the sacred Pantheon her espouse:

Tell me, Andronicus, doth this motion please thee?”

And here in sight of Rome to Saturnine,

King and commander of our commonweal,

The wide world’s emperor, do I consecrate

My sword, my chariot and my prisoners;

Presents well worthy Rome’s imperial lord:

Receive them then, the tribute that I owe,

Mine honour’s ensigns humbled at thy feet.”

SATURNINUS

The least of these unspeakable deserts,

Romans, forget your fealty to me.”

TITUS ANDRONICUS

[To TAMORA]

Now, madam, are you prisoner to

an emperor;

To him that, for your honour and your state,

Will use you nobly and your followers.

SATURNINUS

A goodly lady, trust me; of the hue

That I would choose, were I to choose anew.

Clear up, fair queen, that cloudy countenance:

Though chance of war hath wrought this change of cheer,

Thou comest not to be made a scorn in Rome:

Princely shall be thy usage every way.

Rest on my word, and let not discontent

Daunt all your hopes: madam, he comforts you

Can make you greater than the Queen of Goths.

Lavinia, you are not displeased with this?¹

LAVINIA

Not I, my lord; sith [since] true nobility

Warrants these words in princely courtesy.

SATURNINUS

Thanks, sweet Lavinia. Romans, let us go;

Ransomless here we set our prisoners free:

Proclaim our honours, lords, with trump and drum.

Flourish. SATURNINUS courts TAMORA in dumb show

BASSIANUS

Lord Titus, by your leave, this maid is mine.

Seizing LAVINIA

TITUS ANDRONICUS

How, sir! are you in earnest then, my lord?

BASSIANUS

Ay, noble Titus; and resolved withal

To do myself this reason and this right.

MARCUS ANDRONICUS

Suum cuique’ is our Roman justice:

This prince in justice seizeth but his own.

LUCIUS

And that he will, and shall, if Lucius live.

TITUS ANDRONICUS

Traitors, avaunt! Where is the emperor’s guard?

Treason, my lord! Lavinia is surprised!

SATURNINUS

Surprised! by whom?

BASSIANUS

By him that justly may

Bear his betroth’d from all the world away.

Exeunt BASSIANUS and MARCUS with LAVINIA”

¹ Possível insinuação de poligamia?

TITUS ANDRONICUS

Follow, my lord, and I’ll soon bring her back.

MUTIUS

My lord, you pass not here.

TITUS ANDRONICUS

What, villain boy!

Barr’st me my way in Rome?

Stabbing MUTIUS”

LUCIUS

My lord, you are unjust, and, more than so,

In wrongful quarrel you have slain your son.

TITUS ANDRONICUS

Nor thou, nor he, are any sons of mine;

My sons would never so dishonour me:

Traitor, restore Lavinia to the emperor.

LUCIUS

Dead, if you will; but not to be his wife,

That is another’s lawful promised love.

Exit”

I’ll trust, by leisure, him that mocks me once;

Thee never, nor thy traitorous haughty sons,

Confederates all thus to dishonour me.

Was there none else in Rome to make a stale,

But Saturnine? Full well, Andronicus,

Agree these deeds with that proud brag of thine,

That said’st I begg’d the empire at thy hands.

TITUS ANDRONICUS

O monstrous! what reproachful words are these?”

A valiant son-in-law thou shalt enjoy;

One fit to bandy with thy lawless sons,

To ruffle in the commonwealth of Rome.”

TITUS ANDRONICUS

These words are razors to my wounded heart.

SATURNINUS

And therefore, lovely Tamora, queen of Goths,

That like the stately Phoebe ‘mongst her nymphs¹

Dost overshine the gallant’st dames of Rome,

If thou be pleased with this my sudden choice,

Behold, I choose thee, Tamora, for my bride,

And will create thee empress of Rome,

Speak, Queen of Goths, dost thou applaud my choice?

And here I swear by all the Roman gods,

Sith priest and holy water are so near

And tapers burn so bright and every thing

In readiness for Hymenaeus² stand,

I will not re-salute the streets of Rome,

Or climb my palace, till from forth this place

I lead espoused my bride along with me.

TAMORA

And here, in sight of heaven, to Rome I swear,

If Saturnine advance the Queen of Goths,

She will a handmaid be to his desires,

A loving nurse, a mother to his youth.”

¹ O mesmo que Artemis, deusa da lua.

² Deus grego do casamento (“a hymenaios is a genre of Greek lyric poetry that was sung during the procession of the bride to the groom’s house in which the god is addressed, in contrast to the Epithalamium, which is sung at the nuptial threshold. He is one of the winged love gods, the Erotes.”); daí, himeneu em português.

MARCUS ANDRONICUS

O Titus, see, O, see what thou hast done!

In a bad quarrel slain a virtuous son.

TITUS ANDRONICUS

No, foolish tribune, no; no son of mine,

Nor thou, nor these, confederates in the deed

That hath dishonour’d all our family;

Unworthy brother, and unworthy sons!

TITUS ANDRONICUS

And shall!’ what villain was it that spake

that word?

QUINTUS

He that would vouch it in any place but here.

TITUS ANDRONICUS

What, would you bury him in my despite?

MARCUS ANDRONICUS

No, noble Titus, but entreat of thee

To pardon Mutius and to bury him.

TITUS ANDRONICUS

Marcus, even thou hast struck upon my crest,

And, with these boys, mine honour thou hast wounded:

My foes I do repute you every one;

So, trouble me no more, but get you gone.

MARTIUS

He is not with himself; let us withdraw.”

MARCUS and the Sons of TITUS kneel

MARCUS ANDRONICUS

Brother, for in that name doth nature plead,–

QUINTUS

Father, and in that name doth nature speak,–

TITUS ANDRONICUS

Speak thou no more, if all the rest will speed.

MARCUS ANDRONICUS

Renowned Titus, more than half my soul,–

LUCIUS

Dear father, soul and substance of us all,–

MARCUS ANDRONICUS

Suffer thy brother Marcus to inter

His noble nephew here in virtue’s nest,

That died in honour and Lavinia’s cause.

Thou art a Roman; be not barbarous:

The Greeks upon advice did bury Ajax

That slew himself; and wise Laertes’ son¹

Did graciously plead for his funerals:

Let not young Mutius, then, that was thy joy

Be barr’d his entrance here.”

¹ Aquiles

The dismall’st day is this that e’er I saw,

To be dishonour’d by my sons in Rome!

Well, bury him, and bury me the next.

MUTIUS is put into the tomb”

SATURNINUS

So, Bassianus, you have play’d your prize:

God give you joy, sir, of your gallant bride!

BASSIANUS

And you of yours, my lord! I say no more,

Nor wish no less; and so, I take my leave.”

BASSIANUS

Rape, call you it, my lord, to seize my own,

My truth-betrothed love and now my wife?

But let the laws of Rome determine all;

Meanwhile I am possess’d of that is mine.

SATURNINUS

Tis good, sir: you are very short with us;

But, if we live, we’ll be as sharp with you.

BASSIANUS

My lord, what I have done, as best I may,

Answer I must and shall do with my life.

Only thus much I give your grace to know:

By all the duties that I owe to Rome,

This noble gentleman, Lord Titus here,

Is in opinion and in honour wrong’d;

That in the rescue of Lavinia

With his own hand did slay his youngest son,

In zeal to you and highly moved to wrath

To be controll’d in that he frankly gave:

Receive him, then, to favor, Saturnine,

That hath express’d himself in all his deeds

A father and a friend to thee and Rome.”

TAMORA

My worthy lord, if ever Tamora

Were gracious in those princely eyes of thine,

Then hear me speak in indifferently for all;

And at my suit, sweet, pardon what is past.

SATURNINUS

What, madam! be dishonour’d openly,

And basely put it up without revenge?

TAMORA

(…)

Lose not so noble a friend on vain suppose,

Nor with sour looks afflict his gentle heart.

Aside to SATURNINUS

be won at last;

Dissemble all your griefs and discontents:

You are but newly planted in your throne;

Lest, then, the people, and patricians too,

Upon a just survey, take Titus’ part,

And so supplant you for ingratitude,

Which Rome reputes to be a heinous sin,

Yield at entreats; and then let me alone:

I’ll find a day to massacre them all

And raze their faction and their family,

The cruel father and his traitorous sons,

To whom I sued for my dear son’s life,

And make them know what ‘tis to let a queen

Kneel in the streets and beg for grace in vain.

Aloud

Come, come, sweet emperor; come, Andronicus;

Take up this good old man, and cheer the heart

That dies in tempest of thy angry frown.

SATURNINUS

Rise, Titus, rise; my empress hath prevail’d.”

This day all quarrels die, Andronicus;

And let it be mine honour, good my lord,

That I have reconciled your friends and you.

For you, Prince Bassianus, I have pass’d

My word and promise to the emperor,

That you will be more mild and tractable.

And fear not lords, and you, Lavinia;

By my advice, all humbled on your knees,

You shall ask pardon of his majesty.”

ACT 2

SCENE I. Rome. Before the Palace.

AARON

Now climbeth Tamora Olympus’ top,

Safe out of fortune’s shot; and sits aloft,

Secure of thunder’s crack or lightning flash;

Advanced above pale envy’s threatening reach.

As when the golden sun salutes the morn,

And, having gilt the ocean with his beams,

Gallops the zodiac in his glistering coach,

And overlooks the highest-peering hills;

So Tamora:

(…)

Then, Aaron, arm thy heart, and fit thy thoughts,

To mount aloft with thy imperial mistress,

And mount her pitch, whom thou in triumph long

Hast prisoner held, fetter’d in amorous chains

And faster bound to Aaron’s charming eyes

Than is Prometheus tied to Caucasus.

Away with slavish weeds and servile thoughts!

I will be bright, and shine in pearl and gold,¹

To wait upon this new-made empress.

To wait, said I? to wanton with this queen,

This goddess, this Semiramis,² this nymph,

This siren, that will charm Rome’s Saturnine,

And see his shipwreck and his commonweal’s.

Holloa! what storm is this?”

¹ Trocadilho súbito e hoje controverso de Shakespeare: o mouro, negro, mesclando-se com a goda (branca).

² A lendária fundadora da Babilônia. Há registros de uma rainha assíria de mesmo nome que pode ter iniciado o culto da deusa, quase mil anos antes de Cristo. Sua história é muito parecida com a de Artemísia, rainha muito discutido no post recente https://seclusao.org/2023/12/21/depois-de-desligar-o-videogame-o-supercompendio-de-final-fantasy-viii/.

CHIRON

(…)

Tis not the difference of a year or two

Makes me less gracious or thee more fortunate:

I am as able and as fit as thou

To serve, and to deserve my mistress’ grace;

And that my sword upon thee shall approve,

And plead my passions for Lavinia’s love.

AARON

[Aside]

Clubs, clubs! these lovers will not keep

the peace.”

AARON

[Coming forward]

Why, how now, lords!

So near the emperor’s palace dare you draw,

And maintain such a quarrel openly?

Full well I wot the ground of all this grudge:

I would not for a million of gold

The cause were known to them it most concerns;

Nor would your noble mother for much more

Be so dishonour’d in the court of Rome.

For shame, put up.”

AARON

Away, I say!

Now, by the gods that warlike Goths adore,

This petty brabble will undo us all.

Why, lords, and think you not how dangerous

It is to jet upon a prince’s right?

What, is Lavinia then become so loose,

Or Bassianus so degenerate,

That for her love such quarrels may be broach’d

Without controlment, justice, or revenge?

Young lords, beware! and should the empress know

This discord’s ground, the music would not please.”

AARON

Why, are ye mad? or know ye not, in Rome

How furious and impatient they be,

And cannot brook competitors in love?

I tell you, lords, you do but plot your deaths

By this device.”

DEMETRIUS

Why makest thou it so strange?

She is a woman, therefore may be woo’d;

She is a woman, therefore may be won;

She is Lavinia, therefore must be loved.

What, man! more water glideth by the mill

Than wots the miller of; and easy it is

Of a cut loaf to steal a shive, we know:

Though Bassianus be the emperor’s brother.

Better than he have worn Vulcan’s badge.”¹

¹ O mesmo que dizer: Ele pode ser o irmão do imperador, mas isso não o faz temível como um deus-guerreiro.

AARON

For shame, be friends, and join for that you jar:

Tis policy and stratagem must do

That you affect; and so must you resolve,

That what you cannot as you would achieve,

You must perforce accomplish as you may.

Take this of me: Lucrece¹ was not more chaste

Than this Lavinia, Bassianus’ love.

A speedier course than lingering languishment

Must we pursue, and I have found the path.

My lords, a solemn hunting is in hand;

There will the lovely Roman ladies troop:

The forest walks are wide and spacious;

And many unfrequented plots there are

Fitted by kind for rape and villany:

Single you thither then this dainty doe,

And strike her home by force, if not by words:

This way, or not at all, stand you in hope.

Come, come, our empress, with her sacred wit

To villany and vengeance consecrate,

Will we acquaint with all that we intend;

And she shall file our engines with advice,

That will not suffer you to square yourselves,

But to your wishes’ height advance you both.

The emperor’s court is like the house of Fame,

The palace full of tongues, of eyes, and ears:

The woods are ruthless, dreadful, deaf, and dull;

There speak, and strike, brave boys, and take

your turns;

There serve your lusts, shadow’d from heaven’s eye,

And revel in Lavinia’s treasury.”

¹ Grande foreshadowing da peça: “Lucrece, was a noblewoman in ancient Rome, whose rape by Sextus Tarquinius (Tarquin) and subsequent suicide precipitated a rebellion that overthrew the Roman monarchy and led to the transition of Roman government from a kingdom to a republic.

ACT 2

SCENE II. A forest near Rome. Horns and cry of hounds heard.

DEMETRIUS

Chiron, we hunt not, we, with horse nor hound,

But hope to pluck a dainty doe to ground.”

ACT 3

SCENE III. A lonely part of the forest.

TAMORA

My lovely Aaron, wherefore look’st thou sad,

When every thing doth make a gleeful boast?

The birds chant melody on every bush,

The snake lies rolled in the cheerful sun,

The green leaves quiver with the cooling wind

And make a chequer’d shadow on the ground:

Under their sweet shade, Aaron, let us sit,

And, whilst the babbling echo mocks the hounds,

Replying shrilly to the well-tuned horns,

As if a double hunt were heard at once,

Let us sit down and mark their yelping noise;

And, after conflict such as was supposed

The wandering prince and Dido once enjoy’d,

When with a happy storm they were surprised

And curtain’d with a counsel-keeping cave,¹

We may, each wreathed in the other’s arms,

Our pastimes done, possess a golden slumber;

Whiles hounds and horns and sweet melodious birds

Be unto us as is a nurse’s song

Of lullaby to bring her babe asleep.²

[¹ Quando Enéias e Dido fizeram amor às ocultas, algo que estava destinado pelos deuses (ou pelas deusas): “Aphrodite and Hera come together to create a storm, forcing Dido and Aeneas into a cave together. There, they declare their feelings for each other and consummate their love.”

² Quase um quadro digno de princesas da Disney!]

AARON

Madam, though Venus govern your desires,

Saturn is dominator over mine:

What signifies my deadly-standing eye,

My silence and my cloudy melancholy,

My fleece of woolly hair that now uncurls

Even as an adder when she doth unroll

To do some fatal execution?

No, madam, these are no venereal signs:

Vengeance is in my heart, death in my hand,

Blood and revenge are hammering in my head.¹

Hark Tamora, the empress of my soul,

Which never hopes more heaven than rests in thee,

This is the day of doom for Bassianus:

His Philomel² must lose her tongue to-day,

Thy sons make pillage of her chastity

And wash their hands in Bassianus’ blood.

Seest thou this letter? take it up, I pray thee,

And give the king this fatal plotted scroll.

Now question me no more; we are espied;

Here comes a parcel of our hopeful booty,

Which dreads not yet their lives’ destruction.”

¹ A cruel Tamora é uma vilã care-free; Aaron, igualmente – senão mais – mau, no entanto, está concentrado demais em seus próximos planos criminosos para pensar no prazer erótico no momento.

² Semi-deusa, irmã de Procne, a ser citada na peça como Progne. Filomela é estuprada por Tereu(s), marido de Procne, que se vinga deste (junto com sua irmã) da mesma maneira que se vingará Titus de Tamora (que também contará com o auxílio de Lavínia) no fim da peça. No mito, após o estupro Filomela é resgatada pelo Olimpo sendo transformada num rouxinol (podendo assim continuar vivendo, com a honra restaurada). Filomela ou Philo-mela significaria amante da melodia (devido à beleza do canto da ave). Novamente Shakespeare se inspira mais na versão ovidiana, o que é natural, devido ao contexto romano da peça. Sófocles tem uma tragédia chamada Tereus, perdida. O estupro de Filomela por Tereu também se deu num bosque. Então, deixando-a viva e para não ser descoberto em seu ato vil, o estuprador fará o que logo farão os dois irmãos godos… Mesmo assim, Shakespeare ainda foi além em gore e crueldade! Outro ponto em comum entre personagens: tanto Procne quanto Titus não hesitam em matar seus próprios filhos quando necessário em seus projetos de vingança! A Medéia de Eurípides também narra uma saga semelhante…

Enter BASSIANUS and LAVINIA

BASSIANUS

Who have we here? Rome’s royal empress,

Unfurnish’d of her well-beseeming troop?

Or is it Dian, habited like her,

Who hath abandoned her holy groves

To see the general hunting in this forest?¹

TAMORA

Saucy controller of our private steps!

Had I the power that some say Dian had,

Thy temples should be planted presently

With horns, as was Actaeon’s; and the hounds

Should drive upon thy new-transformed limbs,

Unmannerly intruder as thou art!

LAVINIA

Under your patience, gentle empress,

Tis thought you have a goodly gift in horning;

And to be doubted that your Moor and you

Are singled forth to try experiments:

Jove shield your husband from his hounds to-day!

Tis pity they should take him for a stag

BASSIANUS

Believe me, queen, your swarth Cimmerian

Doth make your honour of his body’s hue,³

Spotted, detested, and abominable.

Why are you sequester’d from all your train,

Dismounted from your snow-white goodly steed.

And wander’d hither to an obscure plot,

Accompanied but with a barbarous Moor,

If foul desire had not conducted you?

LAVINIA

And, being intercepted in your sport,

Great reason that my noble lord be rated

For sauciness. I pray you, let us hence,

And let her joy her raven-colour’d love;

This valley fits the purpose passing well.4

BASSIANUS

The king my brother shall have note of this.

LAVINIA

Ay, for these slips have made him noted long:

Good king, to be so mightily abused!

TAMORA

Why have I patience to endure all this?

Enter DEMETRIUS and CHIRON

DEMETRIUS

How now, dear sovereign, and our gracious mother!

Why doth your highness look so pale and wan?

TAMORA

Have I not reason, think you, to look pale?

These two have ‘ticed me hither to this place:

A barren detested vale, you see it is;

The trees, though summer, yet forlorn and lean,

O’ercome with moss and baleful mistletoe:

Here never shines the sun; here nothing breeds,

Unless the nightly owl or fatal raven:

And when they show’d me this abhorred pit,

They told me, here, at dead time of the night,

A thousand fiends, a thousand hissing snakes,

Ten thousand swelling toads, as many urchins,

Would make such fearful and confused cries

As any mortal body hearing it

Should straight fall mad, or else die suddenly.

No sooner had they told this hellish tale,

But straight they told me they would bind me here

Unto the body of a dismal yew,

And leave me to this miserable death:

And then they call’d me foul adulteress,

Lascivious Goth, and all the bitterest terms

That ever ear did hear to such effect:

And, had you not by wondrous fortune come,

This vengeance on me had they executed.

Revenge it, as you love your mother’s life,

Or be ye not henceforth call’d my children.

DEMETRIUS

This is a witness that I am thy son.

Stabs BASSIANUS

CHIRON

And this for me, struck home to show my strength.

Also stabs BASSIANUS, who dies

LAVINIA

Ay, come, Semiramis, nay, barbarous Tamora,

For no name fits thy nature but thy own!

TAMORA

Give me thy poniard; you shall know, my boys

Your mother’s hand shall right your mother’s wrong.

DEMETRIUS

Stay, madam; here is more belongs to her;

First thrash the corn, then after burn the straw:

This minion stood upon her chastity,

Upon her nuptial vow, her loyalty,

And with that painted hope braves your mightiness:

And shall she carry this unto her grave?

CHIRON

An if she do, I would I were an eunuch.

Drag hence her husband to some secret hole,

And make his dead trunk pillow to our lust.

TAMORA

But when ye have the honey ye desire,

Let not this wasp outlive, us both to sting.

CHIRON

I warrant you, madam, we will make that sure.

Come, mistress, now perforce we will enjoy

That nice-preserved honesty of yours.

LAVINIA

O Tamora! thou bear’st a woman’s face,–

TAMORA

I will not hear her speak; away with her!”

¹ A deusa Diana não gostava da cidade – vivia nas florestas, caçando.

² Lavínia sabe que Arão e Tamora são amantes (que o imperador tem “galhos” ou “chifres” na testa).

³ Bárbaros. Novamente se alude à cor escura de Arão de modo depreciativo, associando a cor preta a coisas ruins, vis, sujas.

4 Foreshadowing do buraco escuro em que logo serão depositados dois dos Andronicus – e o próprio Bassiano, já cadavérico.

LAVINIA

When did the tiger’s young ones teach the dam?

O, do not learn her wrath; she taught it thee;

The milk thou suck’dst from her did turn to marble;

Even at thy teat thou hadst thy tyranny.

Yet every mother breeds not sons alike:

To CHIRON

Do thou entreat her show a woman pity.

CHIRON

What, wouldst thou have me prove myself a bastard?

LAVINIA

Tis true; the raven doth not hatch a lark:

Yet have I heard,–O, could I find it now!–

The lion moved with pity did endure

To have his princely paws pared all away:

Some say that ravens foster forlorn children,

The whilst their own birds famish in their nests:

O, be to me, though thy hard heart say no,

Nothing so kind, but something pitiful!”

LAVINIA

O, let me teach thee! for my father’s sake,

That gave thee life, when well he might have

slain thee,

Be not obdurate, open thy deaf ears.

TAMORA

Hadst thou in person ne’er offended me,

Even for his sake am I pitiless.

Remember, boys, I pour’d forth tears in vain,

To save your brother from the sacrifice;

But fierce Andronicus would not relent;

Therefore, away with her, and use her as you will,

The worse to her, the better loved of me.

LAVINIA

O Tamora, be call’d a gentle queen,

And with thine own hands kill me in this place!

For ‘tis not life that I have begg’d so long;

Poor I was slain when Bassianus died.

TAMORA

What begg’st thou, then? fond woman, let me go.

LAVINIA

Tis present death I beg; and one thing more

That womanhood denies my tongue to tell:¹

O, keep me from their worse than killing lust,

And tumble me into some loathsome pit,

Where never man’s eye may behold my body:²

Do this, and be a charitable murderer.

TAMORA

So should I rob my sweet sons of their fee:

No, let them satisfy their lust on thee.”

¹ Como sempre nessas obras trágicas, os personagens acidentalmente narram seu terrível futuro: “Imploro aquilo que minha língua, como mulher, não pode pronunciar.” Não pode porque seria indecente. Em breve, porém, não poderá, literalmente, mesmo que quisesse e a moral o permitisse.

² Isso também faz parte da previsão: em vez de ser abandonada no escuro, Lavínia será flagrada em seu estado mais lamentável, pelo tio Marcus.

LAVINIA

No grace? no womanhood? Ah, beastly creature!

The blot and enemy to our general name!

Confusion fall–

CHIRON

Nay, then I’ll stop your mouth. Bring thou her husband:

This is the hole where Aaron bid us hide him.

DEMETRIUS throws the body of BASSIANUS into the pit; then exeunt DEMETRIUS and CHIRON, dragging off LAVINIA.

TAMORA

Farewell, my sons: see that you make her sure.

Ne’er let my heart know merry cheer indeed,

Till all the Andronici be made away.

Now will I hence to seek my lovely Moor,¹

And let my spleenful sons this trull deflow’r.

Exit”

¹ Choca a ingenuidade dos irmãos em ato futuro da peça quando “descobrem” o produto de dois amantes, como se não fosse conseqüência natural, ao se indignarem com Aaron (ATO 4).

AARON

Come on, my lords, the better foot before:

Straight will I bring you to the loathsome pit

Where I espied the panther fast asleep.

QUINTUS

My sight is very dull, whate’er it bodes.

MARTIUS

And mine, I promise you; were’t not for shame,

Well could I leave our sport to sleep awhile.

Falls into the pit

QUINTUS

What, art thou fall’n? What subtle hole is this,

Whose mouth is cover’d with rude-growing briers,

Upon whose leaves are drops of new-shed blood

As fresh as morning dew distill’d on flowers?

A very fatal place it seems to me.

Speak, brother, hast thou hurt thee with the fall?

MARTIUS

O brother, with the dismall’st object hurt

That ever eye with sight made heart lament!

AARON

[Aside] Now will I fetch the king to find them here,

That he thereby may give a likely guess

How these were they that made away his brother.

Exit”

QUINTUS

Aaron is gone; and my compassionate heart

Will not permit mine eyes once to behold

The thing whereat it trembles by surmise;

O, tell me how it is; for ne’er till now

Was I a child to fear I know not what.

MARTIUS

Lord Bassianus lies embrewed here,

All on a heap, like to a slaughter’d lamb,

In this detested, dark, blood-drinking pit.

QUINTUS

If it be dark, how dost thou know ‘tis he?

MARTIUS

Upon his bloody finger he doth wear

A precious ring, that lightens all the hole,

Which, like a taper in some monument,

Doth shine upon the dead man’s earthy cheeks,

And shows the ragged entrails of the pit:

So pale did shine the moon on Pyramus

When he by night lay bathed in maiden blood.”¹

¹ Píramo e Tisbe: mais um casal trágico de Metamorfoses de Ovídio. Essa história provavelmente inspiraria Romeu & Julieta: dois amantes de duas famílias rivais que cometem cada qual suicídio devido a um mal-entendido (o primeiro achar que o segundo está morto, então se matar de verdade; o segundo acordar e ver o cadáver do primeiro, se matando finalmente). A luz da lua iluminando Píramo, coisa que não existe em Ovídio, pode ser uma referência ao apodo dado por Arão a Tamora: Artemis, deusa da lua, responsável por armar tamanho horror.

QUINTUS

Reach me thy hand, that I may help thee out;

Or, wanting strength to do thee so much good,

I may be pluck’d into the swallowing womb

Of this deep pit, poor Bassianus’ grave.

I have no strength to pluck thee to the brink.

MARTIUS

Nor I no strength to climb without thy help.

QUINTUS

Thy hand once more; I will not loose again,

Till thou art here aloft, or I below:

Thou canst not come to me: I come to thee.

Falls in

Enter SATURNINUS with AARON

SATURNINUS

Along with me: I’ll see what hole is here,

And what he is that now is leap’d into it.

Say who art thou that lately didst descend

Into this gaping hollow of the earth?

MARTIUS

The unhappy son of old Andronicus:

Brought hither in a most unlucky hour,

To find thy brother Bassianus dead.

SATURNINUS

My brother dead! I know thou dost but jest:

He and his lady both are at the lodge

Upon the north side of this pleasant chase;

Tis not an hour since I left him there.

MARTIUS

We know not where you left him all alive;

But, out, alas! here have we found him dead.

Re-enter TAMORA, with Attendants; TITUS ANDRONICUS, and Lucius

TAMORA

Where is my lord the king?

SATURNINUS

Here, Tamora, though grieved with killing grief.

TAMORA

Where is thy brother Bassianus?

SATURNINUS

Now to the bottom dost thou search my wound:

Poor Bassianus here lies murdered.

TAMORA

Then all too late I bring this fatal writ,

The complot of this timeless tragedy;

And wonder greatly that man’s face can fold

In pleasing smiles such murderous tyranny.

She giveth SATURNINUS a letter

SATURNINUS

[Reads] ‘An if we miss to meet him handsomely–

Sweet huntsman, Bassianus ‘tis we mean–

Do thou so much as dig the grave for him:

Thou know’st our meaning. Look for thy reward

Among the nettles at the elder-tree

Which overshades the mouth of that same pit

Where we decreed to bury Bassianus.

Do this, and purchase us thy lasting friends.’

O Tamora! was ever heard the like?

This is the pit, and this the elder-tree.

Look, sirs, if you can find the huntsman out

That should have murdered Bassianus here.

AARON

My gracious lord, here is the bag of gold.

SATURNINUS

[To TITUS] Two of thy whelps, fell curs of

bloody kind,

Have here bereft my brother of his life.

Sirs, drag them from the pit unto the prison:

There let them bide until we have devised

Some never-heard-of torturing pain for them.

TAMORA

What, are they in this pit? O wondrous thing!

How easily murder is discovered!

TITUS ANDRONICUS

High emperor, upon my feeble knee

I beg this boon, with tears not lightly shed,

That this fell fault of my accursed sons,

Accursed if the fault be proved in them,–

SATURNINUS

If it be proved! you see it is apparent.

Who found this letter? Tamora, was it you?

TAMORA

Andronicus himself did take it up.

TITUS ANDRONICUS

I did, my lord: yet let me be their bail;

For, by my father’s reverend tomb, I vow

They shall be ready at your highness’ will

To answer their suspicion with their lives.

SATURNINUS

Thou shalt not bail them: see thou follow me.

Some bring the murder’d body, some the murderers:

Let them not speak a word; the guilt is plain;

For, by my soul, were there worse end than death,

That end upon them should be executed.

TAMORA

Andronicus, I will entreat the king;

Fear not thy sons; they shall do well enough.

TITUS ANDRONICUS

Come, Lucius, come; stay not to talk with them.

Exeunt”

ACT 2

SCENE IV. Another part of the forest. [na íntegra]

Enter DEMETRIUS and CHIRON with LAVINIA, ravished; her hands cut off, and her tongue cut out.

DEMETRIUS

So, now go tell, an if thy tongue can speak,

Who ‘twas that cut thy tongue and ravish’d thee.

CHIRON

Write down thy mind, bewray thy meaning so,

An if thy stumps will let thee play the scribe.

DEMETRIUS

See, how with signs and tokens she can scrowl.¹

CHIRON

Go home, call for sweet water, wash thy hands.

DEMETRIUS

She hath no tongue to call, nor hands to wash;

And so let’s leave her to her silent walks.

CHIRON

An ‘twere my case, I should go hang myself.

DEMETRIUS

If thou hadst hands to help thee knit the cord.

Exeunt DEMETRIUS and CHIRON

Enter MARCUS”

¹ Outro foreshadowing!

Curioso para saber como representam tantos membros amputados no teatro!

MARCUS

Who is this? my niece, that flies away so fast!

Cousin, a word; where is your husband?

If I do dream, would all my wealth would wake me!

If I do wake, some planet strike me down,

That I may slumber in eternal sleep!

Speak, gentle niece, what stern ungentle hands

Have lopp’d and hew’d and made thy body bare

Of her two branches, those sweet ornaments,

Whose circling shadows kings have sought to sleep in,

And might not gain so great a happiness

As have thy love? Why dost not speak to me?

Alas, a crimson river of warm blood,

Like to a bubbling fountain stirr’d with wind,

Doth rise and fall between thy rosed lips,

Coming and going with thy honey breath.

But, sure, some Tereus hath deflowered thee,

And, lest thou shouldst detect him, cut thy tongue.

Ah, now thou turn’st away thy face for shame!

And, notwithstanding all this loss of blood,

As from a conduit with 3 issuing spouts,

Yet do thy cheeks look red as Titan’s face

Blushing to be encountered with a cloud.

Shall I speak for thee? shall I say ‘tis so?

O, that I knew thy heart; and knew the beast,

That I might rail at him, to ease my mind!

Sorrow concealed, like an oven stopp’d,

Doth burn the heart to cinders where it is.

Fair Philomela, she but lost her tongue,

And in a tedious sampler sew’d her mind:

But, lovely niece, that mean is cut from thee;

A craftier Tereus, cousin, hast thou met,

And he hath cut those pretty fingers off,

That could have better sew’d than Philomel.

O, had the monster seen those lily hands

Tremble, like aspen-leaves, upon a lute,

And make the silken strings delight to kiss them,

He would not then have touch’d them for his life!

Or, had he heard the heavenly harmony

Which that sweet tongue hath made,

He would have dropp’d his knife, and fell asleep

As Cerberus at the Thracian poet’s feet.¹

Come, let us go, and make thy father blind;

For such a sight will blind a father’s eye:

One hour’s storm will drown the fragrant meads;

What will whole months of tears thy father’s eyes?

Do not draw back, for we will mourn with thee

O, could our mourning ease thy misery!

Exeunt”

¹ Referência a Orfeu, que conseguia fazer dormir até o cão tricéfalo que guardava o Hades.

ACT 3

SCENE I. Rome. A street.

O earth, I will befriend thee more with rain,

That shall distil from these two ancient urns,

Than youthful April shall with all his showers:

In summer’s drought I’ll drop upon thee still;

In winter with warm tears I’ll melt the snow

And keep eternal spring-time on thy face,

So thou refuse to drink my dear sons’ blood.”

LUCIUS

O noble father, you lament in vain:

The tribunes hear you not; no man is by;

And you recount your sorrows to a stone.”

Why, tis no matter, man; if they did hear,

They would not mark me, or if they did mark,

They would not pity me, yet plead I must;

Therefore I tell my sorrows to the stones;

Who, though they cannot answer my distress,

Yet in some sort they are better than the tribunes,

For that they will not intercept my tale:

When I do weep, they humbly at my feet

Receive my tears and seem to weep with me;

And, were they but attired in grave weeds,

Rome could afford no tribune like to these.

A stone is soft as wax,–tribunes more hard than stones;

A stone is silent, and offendeth not,

And tribunes with their tongues doom men to death.”

Why, foolish Lucius, dost thou not perceive

That Rome is but a wilderness of tigers?

Tigers must prey, and Rome affords no prey

But me and mine: how happy art thou, then,

From these devourers to be banished!

But who comes with our brother Marcus here?

Enter MARCUS and LAVINIA

MARCUS ANDRONICUS

Titus, prepare thy aged eyes to weep;

Or, if not so, thy noble heart to break:

I bring consuming sorrow to thine age.

TITUS ANDRONICUS

Will it consume me? let me see it, then.

MARCUS ANDRONICUS

This was thy daughter.

TITUS ANDRONICUS

Why, Marcus, so she is.

LUCIUS

Ay me, this object kills me!

TITUS ANDRONICUS

Faint-hearted boy, arise, and look upon her.

Speak, Lavinia, what accursed hand

Hath made thee handless in thy father’s sight?

What fool hath added water to the sea,

Or brought a faggot to bright-burning Troy?

My grief was at the height before thou camest,

And now like Nilus, it disdaineth bounds.

Give me a sword, I’ll chop off my hands too;

For they have fought for Rome, and all in vain;

And they have nursed this woe, in feeding life;

In bootless prayer have they been held up,

And they have served me to effectless use:

Now all the service I require of them

Is that the one will help to cut the other.

Tis well, Lavinia, that thou hast no hands;

For hands, to do Rome service, are but vain.

LUCIUS

Speak, gentle sister, who hath martyr’d thee?

MARCUS ANDRONICUS

O, that delightful engine of her thoughts

That blabb’d them with such pleasing eloquence,

Is torn from forth that pretty hollow cage,

Where, like a sweet melodious bird, it sung

Sweet varied notes, enchanting every ear!

LUCIUS

O, say thou for her, who hath done this deed?

MARCUS ANDRONICUS

O, thus I found her, straying in the park,

Seeking to hide herself, as doth the deer

That hath received some unrecuring wound.”

This way to death my wretched sons are gone;

Here stands my other son, a banished man,

And here my brother, weeping at my woes.

But that which gives my soul the greatest spurn,

Is dear Lavinia, dearer than my soul.

Had I but seen thy picture in this plight,

It would have madded me: what shall I do

Now I behold thy lively body so?

Thou hast no hands, to wipe away thy tears:

Nor tongue, to tell me who hath martyr’d thee:

Thy husband he is dead: and for his death

Thy brothers are condemn’d, and dead by this.

Look, Marcus! ah, son Lucius, look on her!

When I did name her brothers, then fresh tears

Stood on her cheeks, as doth the honey-dew

Upon a gather’d lily almost wither’d.

MARCUS ANDRONICUS

Perchance she weeps because they kill’d her husband;

Perchance because she knows them innocent.”

Gentle Lavinia, let me kiss thy lips.

Or make some sign how I may do thee ease:

Shall thy good uncle, and thy brother Lucius,

And thou, and I, sit round about some fountain,

Looking all downwards to behold our cheeks

How they are stain’d, as meadows, yet not dry,

With miry slime left on them by a flood?”

Or shall we cut away our hands, like thine?

Or shall we bite our tongues, and in dumb shows

Pass the remainder of our hateful days?

What shall we do? let us, that have our tongues,

Plot some deuce of further misery,

To make us wonder’d at in time to come.”

TITUS ANDRONICUS

Mark, Marcus, mark! I understand her signs:

Had she a tongue to speak, now would she say

That to her brother which I said to thee:

His napkin, with his true tears all bewet,

Can do no service on her sorrowful cheeks.

O, what a sympathy of woe is this,

As far from help as Limbo is from bliss!”

AARON

Titus Andronicus, my lord the emperor

Sends thee this word,–that, if thou love thy sons,

Let Marcus, Lucius, or thyself, old Titus,

Or any one of you, chop off your hand,

And send it to the king: he for the same

Will send thee hither both thy sons alive;

And that shall be the ransom for their fault.

TITUS ANDRONICUS

O gracious emperor! O gentle Aaron!

Did ever raven sing so like a lark,¹

That gives sweet tidings of the sun’s uprise?

With all my heart, I’ll send the emperor My hand:

Good Aaron, wilt thou help to chop it off?

LUCIUS

Stay, father! for that noble hand of thine,

That hath thrown down so many enemies,

Shall not be sent: my hand will serve the turn:

My youth can better spare my blood than you;

And therefore mine shall save my brothers’ lives.

MARCUS ANDRONICUS

Which of your hands hath not defended Rome,

And rear’d aloft the bloody battle-axe,

Writing destruction on the enemy’s castle?

O, none of both but are of high desert:

My hand hath been but idle; let it serve

To ransom my two nephews from their death;

Then have I kept it to a worthy end.

AARON

Nay, come, agree whose hand shall go along,

For fear they die before their pardon come.

MARCUS ANDRONICUS

My hand shall go.

LUCIUS

By heaven, it shall not go!

TITUS ANDRONICUS

Sirs, strive no more: such wither’d herbs as these

Are meet for plucking up, and therefore mine.

LUCIUS

Sweet father, if I shall be thought thy son,

Let me redeem my brothers both from death.

MARCUS ANDRONICUS

And, for our father’s sake and mother’s care,

Now let me show a brother’s love to thee.

TITUS ANDRONICUS

Agree between you; I will spare my hand.

LUCIUS

Then I’ll go fetch an axe.

MARCUS ANDRONICUS

But I will use the axe.

Exeunt LUCIUS and MARCUS

TITUS ANDRONICUS

Come hither, Aaron; I’ll deceive them both:

Lend me thy hand, and I will give thee mine.

AARON

[Aside] If that be call’d deceit, I will be honest,

And never, whilst I live, deceive men so:

But I’ll deceive you in another sort,

And that you’ll say, ere half an hour pass.

Cuts off TITUS’s hand

Re-enter LUCIUS and MARCUS

TITUS ANDRONICUS

Now stay your strife: what shall be is dispatch’d.

Good Aaron, give his majesty my hand:

Tell him it was a hand that warded him

From thousand dangers; bid him bury it

More hath it merited; that let it have.

As for my sons, say I account of them

As jewels purchased at an easy price;

And yet dear too, because I bought mine own.”

¹ Aqui, sem saber, Titus inverte uma das últimas metáforas de Lavínia – e está bastante enganado ao fazê-lo!

AARON

(…)

Let fools do good, and fair men call for grace.

Aaron will have his soul black like his face.

Exit”

MARCUS ANDRONICUS

O brother, speak with possibilities,

And do not break into these deep extremes.

TITUS ANDRONICUS

Is not my sorrow deep, having no bottom?

Then be my passions bottomless with them.

MARCUS ANDRONICUS

But yet let reason govern thy lament.”

When heaven doth weep, doth not the earth o’erflow?

If the winds rage, doth not the sea wax mad,

Threatening the welkin with his big-swollen face?

And wilt thou have a reason for this coil?

I am the sea; hark, how her sighs do blow!

She is the weeping welkin, I the earth:

Then must my sea be moved with her sighs;

Then must my earth with her continual tears

Become a deluge, overflow’d and drown’d;

For why my bowels cannot hide her woes,

But like a drunkard must I vomit them.”

Enter a Messenger, with two heads and a hand

Messenger

Worthy Andronicus, ill art thou repaid

For that good hand thou sent’st the emperor.

Here are the heads of thy two noble sons;

And here’s thy hand, in scorn to thee sent back;

Thy griefs their sports, thy resolution mock’d;

That woe is me to think upon thy woes

More than remembrance of my father’s death.

Exit

MARCUS ANDRONICUS

Now let hot Aetna cool in Sicily,

And be my heart an ever-burning hell!

These miseries are more than may be borne.

To weep with them that weep doth ease some deal;

But sorrow flouted at is double death.”

That ever death should let life bear his name,

Where life hath no more interest but to breathe!

LAVINIA kisses TITUS

MARCUS ANDRONICUS

Alas, poor heart, that kiss is comfortless

As frozen water to a starved snake.

TITUS ANDRONICUS

When will this fearful slumber have an end?

MARCUS ANDRONICUS

Now, farewell, flattery: die, Andronicus;

Thou dost not slumber: see, thy two sons’ heads,

Thy warlike hand, thy mangled daughter here:

Thy other banish’d son, with this dear sight

Struck pale and bloodless; and thy brother, I,

Even like a stony image, cold and numb.

Ah, now no more will I control thy griefs:

Rend off thy silver hair, thy other hand

Gnawing with thy teeth; and be this dismal sight

The closing up of our most wretched eyes;

Now is a time to storm; why art thou still?

TITUS ANDRONICUS

Ha, ha, ha!

MARCUS ANDRONICUS

Why dost thou laugh? it fits not with this hour.

TITUS ANDRONICUS

Why, I have not another tear to shed:

Besides, this sorrow is an enemy,

And would usurp upon my watery eyes

And make them blind with tributary tears:

Then which way shall I find Revenge’s cave?¹

For these two heads do seem to speak to me,

And threat me I shall never come to bliss

Till all these mischiefs be return’d again

Even in their throats that have committed them.

Come, let me see what task I have to do.

You heavy people, circle me about,

That I may turn me to each one of you,

And swear unto my soul to right your wrongs.

The vow is made. Come, brother, take a head;

And in this hand the other I will bear.

Lavinia, thou shalt be employ’d: these arms!

Bear thou my hand, sweet wench, between thy teeth.

As for thee, boy, go get thee from my sight;

Thou art an exile, and thou must not stay:

Hie to the Goths, and raise an army there:

And, if you love me, as I think you do,

Let’s kiss and part, for we have much to do.

Exeunt TITUS, MARCUS, and LAVINIA

LUCIUS

Farewell Andronicus, my noble father,

The wofull’st man that ever lived in Rome:

Farewell, proud Rome; till Lucius come again,

He leaves his pledges dearer than his life:

Farewell, Lavinia, my noble sister;

O, would thou wert as thou tofore hast been!

But now nor Lucius nor Lavinia lives

But in oblivion and hateful griefs.

If Lucius live, he will requite your wrongs;

And make proud Saturnine and his empress

Beg at the gates, like Tarquin and his queen.²

Now will I to the Goths, and raise a power,

To be revenged on Rome and Saturnine.

Exit”

¹ A caverna da vingança, como veremos, será a própria casa de Titus Andronicus.

² Figura despótica que bem inspira Saturninus, e que ao mesmo tempo compartilha o primeiro nome com quem fala: Lucius Tarquinius Superbus (died 495 BC) was the legendary 7th and final king of Rome,a reigning 25 years until the popular uprising that led to the establishment of the Roman Republic. [segundo o historiador Lívio] He is commonly known as Tarquin the Proud, from his cognomen Superbus (Latin for proud, arrogant, lofty).” Adicionalmente, o que não se sabe se é História ou mito, este Tarquínio teria matado seu próprio irmão, o rei anterior (estamos falando da monarquia pré-república Romana, que por sua vez é pré-Império Romano, ou seja, período bem remoto e historiograficamente difícil de avaliar), e sua esposa, a fim de sentar no trono, o que excede em maldade tudo que se via ao tempo e acelerou sua ruína e a ruína do sistema monárquico na cidade (realmente houve reis em Roma antes das instituições da República, daí os traços de autenticidade da fábula).

a A quem aprecia superstições, o número 7 aqui está eivado de maldições!

ACT 3

SCENE II. A room in Titus’ house. A banquet set out.

TITUS ANDRONICUS

So, so; now sit: and look you eat no more

Than will preserve just so much strength in us

As will revenge these bitter woes of ours.

Marcus, unknit that sorrow-wreathen knot:

Thy niece and I, poor creatures, want our hands,

And cannot passionate our tenfold grief

With folded arms. This poor right hand of mine

Is left to tyrannize upon my breast;

Who, when my heart, all mad with misery,

Beats in this hollow prison of my flesh,

Then thus I thump it down.”

MARCUS ANDRONICUS

Fie, brother, fie! teach her not thus to lay

Such violent hands upon her tender life.

TITUS ANDRONICUS

How now! has sorrow made thee dote already?

Why, Marcus, no man should be mad but I.

What violent hands can she lay on her life?

Ah, wherefore dost thou urge the name of hands;

To bid Aeneas tell the tale twice o’er,¹

How Troy was burnt and he made miserable?

O, handle not the theme, to talk of hands,

Lest we remember still that we have none.

Fie, fie, how franticly I square my talk,

As if we should forget we had no hands,

If Marcus did not name the word of hands!”

¹ Durante a Eneida Enéias tem de recontar várias vezes suas desventuras desde a queda de Tróia até suas viagens meridionais. Recontar o passado sofrido equivale a revivê-lo, em toda sua dor.

Here is no drink! Hark, Marcus, what she says;

I can interpret all her martyr’d signs;

She says she drinks no other drink but tears,

Brew’d with her sorrow, mesh’d upon her cheeks:

Speechless complainer, I will learn thy thought;

In thy dumb action will I be as perfect

As begging hermits in their holy prayers:

Thou shalt not sigh, nor hold thy stumps to heaven,

Nor wink, nor nod, nor kneel, nor make a sign,

But I of these will wrest an alphabet

And by still practise learn to know thy meaning.”¹

¹ Uma linguagem bem sibilina, mais avançada que libras, posto que libras exigem mãos!

MARCUS strikes the dish with a knife

What dost thou strike at, Marcus, with thy knife?

MARCUS ANDRONICUS

At that that I have kill’d, my lord; a fly.

TITUS ANDRONICUS

Out on thee, murderer! thou kill’st my heart;

Mine eyes are cloy’d with view of tyranny:

A deed of death done on the innocent

Becomes not Titus’ brother: get thee gone:

I see thou art not for my company.”

Poor harmless fly,

That, with his pretty buzzing melody,

Came here to make us merry! and thou hast

kill’d him.”

MARCUS ANDRONICUS

Pardon me, sir; it was a black ill-favor’d fly,

Like to the empress’ Moor; therefore I kill’d him.

TITUS ANDRONICUS

O, O, O,

Then pardon me for reprehending thee,

For thou hast done a charitable deed.

Give me thy knife, I will insult on him;

Flattering myself, as if it were the Moor

Come hither purposely to poison me.–

There’s for thyself, and that’s for Tamora.

Ah, sirrah!

Yet, I think, we are not brought so low,

But that between us we can kill a fly

That comes in likeness of a coal-black Moor.”

He takes false shadows for true substances.”

TITUS ANDRONICUS

Come, take away. Lavinia, go with me:

I’ll to thy closet; and go read with thee

Sad stories chanced in the times of old.

Come, boy, and go with me: thy sight is young,

And thou shalt read when mine begin to dazzle.

Exeunt”

ACT 4

SCENE I. Rome. Titus’ garden.

Young LUCIUS [neto de Titus]

Help, grandsire, help! my aunt Lavinia

Follows me every where, I know not why:

Good uncle Marcus, see how swift she comes.

Alas, sweet aunt, I know not what you mean.”

TITUS ANDRONICUS

She loves thee, boy, too well to do thee harm.

Young LUCIUS

Ay, when my father was in Rome she did.

MARCUS ANDRONICUS

What means my niece Lavinia by these signs?”

Ah, boy, Cornelia¹ never with more care

Read to her sons than she hath read to thee

Sweet poetry and Tully’s Orator.”²

¹ Grande mulher romana, considerada uma intelectual, e mãe de vários políticos do tempo republicano (matrona da dinastia Graco). Em outros termos, a preceptora ideal, grande elogio a Lavínia, a tia que educou o sobrinho Lucius o Jovem da peça. “Rome worshipped her virtues, and when she died at an advanced age, the city voted for a statue in her honor.”

² Orações de Túlio Marco Cícero.

For I have heard my grandsire say full oft,

Extremity of griefs would make men mad;¹

And I have read that Hecuba of Troy

Ran mad through sorrow:² that made me to fear;

Although, my lord, I know my noble aunt

Loves me as dear as e’er my mother did,

And would not, but in fury, fright my youth:

Which made me down to throw my books, and fly–³

Causeless, perhaps. …”

¹ Clever wordplay com “extremidades”… os extremos da tristeza, os extremos dos braços, decepados…

² Hécuba, que perdeu muitos parentes na derrota de Tróia, teria ficado louca de tanto sofrimento. Assim o sobrinho justifica o medo de que sua tia Lavínia tivesse também perdido a razão. Shakespeare cita Hécuba mais uma vez em Hamlet: “And all for nothing – For Hecuba! What’s Hecuba to him, or he to Hecuba / That he should weep for her?” Quando o tema é vingança, uma mulher que perdeu tudo e que depois conseguiu se vingar de alguns dos assassinos de seus entes queridos é uma das melhores figuras a ser citadas…

³ To fly… correr, fugir. Na cena anterior, a do triste banquete, matam uma mosca (fly). Throw my books, derrubar os livros, como quem não consegue segurá-los por falta de mãos. Creio que Shakespeare tenha utilizado essas referências conscientemente para brincar novamente com a duplicidade do discurso do sobrinho que vê sua dinastia em pedaços.

LAVINIA turns over with her stumps the books which LUCIUS has let fall”

Some book there is that she desires to see.

Which is it, girl, of these? Open them, boy.

But thou art deeper read, and better skill’d

Come, and take choice of all my library,

And so beguile thy sorrow, till the heavens

Reveal the damn’d contriver of this deed.”

MARCUS ANDRONICUS

I think she means that there was more than one

Confederate in the fact: ay, more there was;

Or else to heaven she heaves them for revenge.”

Young LUCIUS

Grandsire, ‘tis Ovid’s Metamorphoses

My mother gave it me.

MARCUS ANDRONICUS

For love of her that’s gone,

Perhaps she cull’d it from among the rest.”

¹ Um dos livros mais importantes como pano de fundo da peça, com vários de seus episódios trágicos citados ao longo dos atos.

This is the tragic tale of Philomel,

And treats of Tereus’ treason and his rape:

And rape, I fear, was root of thine annoy.”

TITUS ANDRONICUS

Lavinia, wert thou thus surprised, sweet girl,

Ravish’d and wrong’d, as Philomela was,

Forced in the ruthless, vast, and gloomy woods? See, see!

Ay, such a place there is, where we did hunt

O, had we never, never hunted there!–

Pattern’d by that the poet here describes,

By nature made for murders and for rapes.

MARCUS ANDRONICUS

O, why should nature build so foul a den,

Unless the gods delight in tragedies?”

Apollo, Pallas, Jove, or Mercury,

Inspire me, that I may this treason find!

My lord, look here: look here, Lavinia:¹

This sandy plot is plain; guide, if thou canst

This after me, when I have writ my name

Without the help of any hand at all.”

¹ Se, na Antiguidade, alguém soubesse que os próprios deuses aprovam seu desejo de vingança, este alguém se sentiria absolutamente justificado. Titus adia sua vingança até ter certeza, por todos os métodos das adivinhações, que conta com o favor dos deuses – para consumar a única coisa que o manteve vivo por tanto tempo.

He writes his name with his staff, and guides it with feet and mouth”

Write thou good niece; and here display, at last,

What God will have discover’d for revenge;

Heaven guide thy pen to print thy sorrows plain,

That we may know the traitors and the truth!

She takes the staff in her mouth, and guides it with her stumps, and writes

TITUS ANDRONICUS

O, do ye read, my lord, what she hath writ?

Stuprum. Chiron. Demetrius.’

MARCUS ANDRONICUS

What, what! the lustful sons of Tamora

Performers of this heinous, bloody deed?

TITUS ANDRONICUS

Magni Dominator poli,¹

Tam lentus audis scelera? tam lentus vides?

¹ Titus, obviamente arrependido de ter apontado Saturnino como o novo imperador, evoca no vernáculo: Ó, Senhor dessa cidade, vês e ouves tu tão horrendos crimes praticados pelos teus?

MARCUS ANDRONICUS

O, calm thee, gentle lord; although I know

There is enough written upon this earth

To stir a mutiny in the mildest thoughts

And arm the minds of infants to exclaims.

My lord, kneel down with me; Lavinia, kneel;

And kneel, sweet boy, the Roman Hector’s hope;¹

And swear with me, as, with the woful fere

And father of that chaste dishonour’d dame,

Lord Junius Brutus² sware for Lucrece’ rape,

That we will prosecute by good advice

Mortal revenge upon these traitorous Goths,

And see their blood, or die with this reproach.”

¹ Numa nação guerreira, de toda criança espera-se que seja um dia um grande herói como o foi o antepassado dos romanos Heitor.

² Referência ao fabuloso Lucius Junius Brutus, um dos vingadores da honra da estuprada Lucrécia (evento já comentado em nota anterior).

You are a young huntsman, Marcus; let it alone;

And, come, I will go get a leaf of brass,

And with a gad of steel will write these words,

And lay it by: the angry northern wind

Will blow these sands, like Sibyl’s leaves, abroad,

And where’s your lesson, then? Boy, what say you?

Young LUCIUS

I say, my lord, that if I were a man,

Their mother’s bed-chamber should not be safe

For these bad bondmen to the yoke of Rome.”

TITUS ANDRONICUS

Come, go with me into mine armoury;

Lucius, I’ll fit thee; and withal, my boy,

Shalt carry from me to the empress’ sons

Presents that I intend to send them both:

Come, come; thou’lt do thy message, wilt thou not?

Young LUCIUS

Ay, with my dagger in their bosoms, grandsire.

TITUS ANDRONICUS

No, boy, not so; I’ll teach thee another course.¹

Lavinia, come. Marcus, look to my house:

Lucius and I’ll go brave it at the court:

Ay, marry, will we, sir; and we’ll be waited on.

Exeunt TITUS, LAVINIA, and Young LUCIUS”

¹ Até nessa sanguinária peça Titus tem um freio para sua ambição de vingança, como “bom velhinho” (digito essas palavras em 24/12): seu neto não precisará se envolver diretamente, sua mensagem será apenas isso: uma mensagem, para trazer a cobra ao covil inóspito dos Andronici. As crianças não precisam participar da orgia de sangue (mais do que já participaram nas guerras de Roma, na frente de batalha, os adolescentes, ou simplesmente perdendo seus pais, os mais jovens).

MARCUS…

Revenge, ye heavens, for old Andronicus!

Exit”

Here comes! Revenge is the true protagonist of this oeuvre:

ACT 4

SCENE II. The same. A room in the palace.

CHIRON

Demetrius, here’s the son of Lucius;

He hath some message to deliver us.

AARON

Ay, some mad message from his mad grandfather.

Young LUCIUS

My lords, with all the humbleness I may,

I greet your honours from Andronicus.

[Aside] And pray the Roman gods confound you both!

DEMETRIUS

Gramercy, lovely Lucius: what’s the news?

Young LUCIUS

[Aside] That you are both decipher’d, that’s the news,

For villains mark’d with rape.–May it please you,

My grandsire, well advised, hath sent by me

The goodliest weapons of his armoury

To gratify your honourable youth,

The hope of Rome; for so he bade me say;

And so I do, and with his gifts present

Your lordships, that, whenever you have need,

You may be armed and appointed well:

And so I leave you both:

[Aside] like bloody villains.

Exeunt Young LUCIUS, and Attendant”

Integer vitae, scelerisque purus,

Non eget Mauri jaculis, nec arcu. »

O, ‘tis a verse in Horace; I know it well:

I read it in the grammar long ago.”

AARON

Now, what a thing it is to be an ass!

Here’s no sound jest! the old man hath found their guilt;

And sends them weapons wrapped about with lines,

That wound, beyond their feeling, to the quick.

But were our witty empress well afoot,

She would applaud Andronicus’ conceit:

But let her rest in her unrest awhile.

And now, young lords, was’t not a happy star

Led us to Rome, strangers, and more than so,

Captives, to be advanced to this height?

It did me good, before the palace gate

To brave the tribune in his brother’s hearing.”

DEMETRIUS

I would we had a thousand Roman dames

At such a bay, by turn to serve our lust.

CHIRON

A charitable wish and full of love.

AARON

Here lacks but your mother for to say amen.¹

CHIRON

And that would she for 20,000 more.

DEMETRIUS

Come, let us go; and pray to all the gods

For our beloved mother in her pains.

AARON

[Aside] Pray to the devils; the gods have given us over.

Trumpets sound within

DEMETRIUS

Why do the emperor’s trumpets flourish thus?

CHIRON

Belike, for joy the emperor hath a son.²

DEMETRIUS

Soft! who comes here?

Enter a Nurse, with a blackamoor Child in her arms

Nurse

Good morr ow, lords:³

O, tell me, did you see Aaron the Moor?

AARON

Well, more or less, or ne’er a whit at all,

Here Aaron is; and what with Aaron now?

Nurse

O gentle Aaron, we are all undone!4

Now help, or woe betide thee evermore!”

¹ Os parvos filhos de Tamora não entenderam o duplo sentido de Aaron – até que ele fosse mais explícito no chiste!

² Não o imperador, mas a imperatriz apenas!

³ Shakespeare não perde uma oportunidade: Good Morning, Good morrow, se torna Good morr [quase good moor]… O espaço confirma que é um chiste intencional.

4 A fala da enfermeira ecoa o própria “pensamento alto” de Aaron de segundos atrás, ou seja: agora há dois grandes problemas para ele e Tamora.

Nurse

Our empress’ shame, and stately Rome’s disgrace!

She is deliver’d, lords; she is deliver’d.”

AARON

Well, God give her good rest! What hath he sent her?

Nurse

A devil.”

Nurse

A joyless, dismal, black, and sorrowful issue:

Here is the babe, as loathsome as a toad¹

Amongst the fairest breeders of our clime:

The empress sends it thee, thy stamp, thy seal,

And bids thee christen it with thy dagger’s point.

AARON

Zounds, ye whore! is black so base a hue?

Sweet blowse, you are a beauteous blossom, sure.

DEMETRIUS

Villain, what hast thou done?

AARON

That which thou canst not undo.

CHIRON

Thou hast undone our mother.

AARON

Villain, I have done thy mother.²

DEMETRIUS

And therein, hellish dog, thou hast undone.

Woe to her chance, and damn’d her loathed choice!³

Accurse[e]d the offspring of so foul a fiend!

CHIRON

It shall not live.

AARON

It shall not die.4

Nurse

Aaron, it must; the mother wills it so.

AARON

What, must it, nurse? then let no man but I

Do execution on my flesh and blood.5

DEMETRIUS

I’ll broach the tadpole on my rapier’s point:

Nurse, give it me; my sword shall soon dispatch it.

AARON

Sooner this sword shall plough thy bowels up.

Takes the Child from the Nurse, and draws

Stay, murderous villains! will you kill your brother?

Now, by the burning tapers of the sky, [pelo sol: vide glossário ao fim]

That shone so brightly when this boy was got,

He dies upon my scimitar’s sharp point

That touches this my first-born son and heir!

I tell you, younglings, not Enceladus,6

With all his threatening band of Typhon’s brood,

Nor great Alcides, nor the god of war,7

Shall seize this prey out of his father’s hands.

What, what, ye sanguine, shallow-hearted boys!

Ye white-limed walls! ye alehouse painted signs!8

Coal-black is better than another hue,

In that it scorns to bear another hue;

For all the water in the ocean

Can never turn the swan’s black legs to white,

Although she lave them hourly in the flood.

Tell the empress from me, I am of age

To keep mine own, excuse it how she can.9

DEMETRIUS

Wilt thou betray thy noble mistress thus?

AARON

My mistress is my mistress; this myself,

The vigour and the picture of my youth:10

This before all the world do I prefer;

This maugre all the world will I keep safe,

Or some of you shall smoke for it in Rome.

DEMETRIUS

By this our mother is forever shamed.

CHIRON

Rome will despise her for this foul escape.

Nurse

The emperor, in his rage, will doom her death.”

¹ Certamente alguém cujo fenótipo “traidor” da traição ao imperador não o qualifica como príncipe, portanto é um sapo.

² E aqui, com 9 meses de retardo, os ineptos filhos de Tamora entenderam que Aaron se convertera em seu padrasto! Os godos são devagar com piadas…

³ “Graças às péssimas escolhas de mamãe, sua sorte de sobreviver e reinar acabaram…”

4 Esse tipo de contraditório transforma esses momentos da peça em comédia – lembra até Chavo del Ocho, se ainda é mais econômico que as tantrums de Seu madruga, Chaves e Quico, p.ex.! Certamente continuaria a comédia pastelão, não fosse pela preocupada intervenção da nurse!

5 O astuto Arão já começa a ganhar tempo… Tanto quanto Demetrius e Chiron são uns parvos e umas lesmas, o mouro pensa rápido!

6 Titã grego e espécie de semi-deus egípcio (a influência da mitologia grega permeia essa identidade), filho de filho do lendário rei Aegyptus (descendente de Belus e Nilus, dois deuses locais, e um dos responsáveis pelo nome Egito). A razão da analogia aqui é que Enceladus termina assassinado.

7 Alcides não é ninguém menos que Hércules em outra denominação. Godo f war poderia ser Zeus, o rei dos deuses, o Ares, especificamente o deus-guerreiro do Olimpo. Repare que o Word auto-corrigiu (auto-errou!) minha digitação de god of war para godo’f war, o que não deixa de nos vir a calhar nesse mar de trocadilhos shakespeariano! Ou seja: ninguém – humano ou deus – assassinará meu filho, quis dizer Aaron.

8 Uma instância de “racismo reverso”, diriam os bolsonaristas! Aaron sabe mesmo como ofender in the brink of an eye (num piscar de olhos); sua língua é tão ferina quanto seus planos são malignos.

9 Ao contrário, primeiro, de seus filhos tão infantis; e ao contrário de seu filho mútuo, ainda um bebê: não importa, ele será seu guardião. Com efeito, essa é a única cena que redime Aaron e talvez não nos permita qualificá-lo como o vilão mais atroz das peças de Shakespeare!

10 “Questões amorosas são questões amorosas – mas aqui se trata de mim, e eu não sou cavalheiro o suficiente para me subordinar a uma imperatriz.”

Fonte: seattleshakespeare.org

AARON

Why, there’s the privilege your beauty bears:

Fie, treacherous hue, that will betray with blushing

The close enacts and counsels of the heart!

Here’s a young lad framed of another leer:

Look, how the black slave smiles upon the father,

As who should say ‘Old lad, I am thine own.’

And from that womb where you imprison’d were

He is enfranchised and come to light:

Nay, he is your brother by the surer side

Although my seal be stamped in his face.”

¹ Alusão a uma mãe ser sempre reconhecível devido a ser a grávida afinal de contas; mas também a Tamora ser a própria rainha de Roma.

Nurse

Aaron, what shall I say unto the empress?

DEMETRIUS

Advise thee, Aaron, what is to be done,

And we will all subscribe to thy advice:

Save thou the child, so we may all be safe.”

Aqui todos os 3 que contrapunham Arão já estão vendidos: foram psicologicamente convencidos, e acabarão morrendo.

DEMETRIUS

How many women saw this child of his?”

Nurse

Cornelia the midwife and myself;

And no one else but the deliver’d empress.

AARON

The empress, the midwife, and yourself:

Two may keep counsel when the third’s away:

Go to the empress, tell her this I said.

He kills the nurse

Weke, weke! so cries a pig prepared to the spit.”

And now be it known to you my full intent.

Not far, one Muli lives, my countryman;

His wife but yesternight was brought to bed;

His child is like to her, fair as you are:

Go pack with him, and give the mother gold,

And tell them both the circumstance of all;

And how by this their child shall be advanced,

And be received for the emperor’s heir,

And substituted in the place of mine,

To calm this tempest whirling in the court;

And let the emperor dandle him for his own.

Hark ye, lords; ye see I have given her physic,

Pointing to the nurse

And you must needs bestow her funeral;

The fields are near, and you are gallant grooms:

This done, see that you take no longer days,

But send the midwife presently to me.

The midwife and the nurse well made away,

Then let the ladies tattle what they please.

CHIRON

Aaron, I see thou wilt not trust the air

With secrets.

DEMETRIUS

For this care of Tamora,

Herself and hers are highly bound to thee.

Exeunt DEMETRIUS and CHIRON bearing off the Nurse’s body”

O tropo das crianças trocadas no berço é um dos mais antigos da humanidade, e Sh. como bom dramaturgo, que aumenta as coisas pequenas e reles, não hesita em usá-lo.

Come on, you thick lipp’d slave, I’ll bear you hence;

For it is you that puts us to our shifts:

I’ll make you feed on berries and on roots,

And feed on curds and whey, and suck the goat,

And cabin in a cave, and bring you up

To be a warrior, and command a camp.

Exit”

Ah, como o próprio Arão não deixa o sarcasmo de lado e a auto-imolação ao conversar com e qualificar seu próprio filho! A caverna, sempre a caverna, é a origem de muitas conseqüências interessantes em Titus Andronicus

ACT 4

SCENE III. The same. A public place.

Ah, Rome! Well, well; I made thee miserable

What time I threw the people’s suffrages

On him that thus doth tyrannize o’er me.

Go, get you gone; and pray be careful all,

And leave you not a man-of-war unsearch’d:

This wicked emperor may have shipp’d her hence;

And, kinsmen, then we may go pipe for justice.”

MARCUS ANDRONICUS

Kinsmen, his sorrows are past remedy.

Join with the Goths; and with revengeful war

Take wreak on Rome for this ingratitude,

And vengeance on the traitor Saturnine.

TITUS ANDRONICUS

Publius, how now! how now, my masters!

What, have you met with her?

PUBLIUS

No, my good lord; but Pluto sends you word,

If you will have Revenge from hell, you shall:

Marry, for Justice, she is so employ’d,

He thinks, with Jove in heaven, or somewhere else,

So that perforce you must needs stay a time.”

I’ll dive into the burning lake below,

And pull her out of Acheron by the heels.

Marcus, we are but shrubs, no cedars we

No big-boned men framed of the Cyclops’ size;

But metal, Marcus, steel to the very back,

Yet wrung with wrongs more than our backs can bear:

And, sith there’s no justice in earth nor hell,

We will solicit heaven and move the gods

To send down Justice for to wreak our wrongs.”

To Saturn, Caius, not to Saturnine

You were as good to shoot against the wind.

To it, boy! Marcus, loose when I bid.

Of my word, I have written to effect;

There’s not a god left unsolicited.”

¹ Trocadilho com Saturno ou Cronos, o deus do tempo: o tempo de Saturnino está expirando…

MARCUS ANDRONICUS

Kinsmen, shoot all your shafts into the court:

We will afflict the emperor in his pride.”

TITUS ANDRONICUS

Ha, ha!

Publius, Publius, what hast thou done?

See, see, thou hast shot off one of Taurus’ horns.”

And who should find them but the empress’ villain?

She laugh’d, and told the Moor he should not choose

But give them to his master for a present.”

Clown

Alas, sir, I know not Jupiter; I never drank with him

in all my life.”

TITUS ANDRONICUS

Then here is a supplication for you. And when you

come to him, at the first approach you must kneel,

then kiss his foot, then deliver up your pigeons, and

then look for your reward. I’ll be at hand, sir; see

you do it bravely.

Clown

I warrant you, sir, let me alone.”

ACT 4

SCENE IV. The same. Before the palace.

Sweet scrolls to fly about the streets of Rome!

What’s this but libelling against the senate,

And blazoning our injustice every where?

A goodly humour, is it not, my lords?

As who would say, in Rome no justice were.

But if I live, his feigned ecstasies

Shall be no shelter to these outrages:

But he and his shall know that justice lives

In Saturninus’ health, whom, if she sleep,

He’ll so awake as she in fury shall

Cut off the proud’st conspirator that lives.”

TAMORA

My gracious lord, my lovely Saturnine,

Lord of my life, commander of my thoughts,

Calm thee, and bear the faults of Titus’ age,

The effects of sorrow for his valiant sons,

Whose loss hath pierced him deep and scarr’d his heart;

And rather comfort his distressed plight

Than prosecute the meanest or the best

For these contempts.”

Why, thus it shall become

High-witted Tamora to gloze with all:

But, Titus, I have touched thee to the quick,

Thy life-blood out: if Aaron now be wise,

Then is all safe, the anchor’s in the port.”

Clown

Tis he. God and Saint Stephen¹ give you good den:

I have brought you a letter and a couple of pigeons here.

SATURNINUS reads the letter

SATURNINUS

Go, take him away, and hang him presently.

Clown

How much money must I have?

TAMORA

Come, sirrah, you must be hanged.

Clown

Hanged! by’r lady, then I have brought up a neck to

a fair end.

Exit, guarded”

¹ Santo Stefano ou Estêvão é o primeiro santo canonizado pela igreja católica. Teria nascido em 5 a.C. e morrido em 34 d.C., um ano após a crucificação de Cristo, sendo um de seus primeiros pregadores (foi morto por apedrejamento sentenciado pelos judeus romanos). Sua data de celebração é 26 de dezembro, mesma da publicação desse post e da escrita desse parágrafo. Por que pela primeira vez Shakespeare cita um elemento posterior ao paganismo greco-romano? Talvez para indicar a proximidade de uma transição de poder…

May this be borne?–as if his traitorous sons,

That died by law for murder of our brother,

Have by my means been butcher’d wrongfully!

Go, drag the villain hither by the hair;

Nor age nor honour shall shape privilege:

For this proud mock I’ll be thy slaughterman;

Sly frantic wretch, that holp’st to make me great,

In hope thyself should govern Rome and me.”

AEMILIUS

Arm, arm, my lord;–Rome never had more cause.

The Goths have gather’d head; and with a power

high-resolved men, bent to the spoil,

They hither march amain, under conduct

Of Lucius, son to old Andronicus;

Who threats, in course of this revenge, to do

As much as ever Coriolanus did.

SATURNINUS

Is warlike Lucius general of the Goths?

These tidings nip me, and I hang the head

As flowers with frost or grass beat down with storms:

Ay, now begin our sorrows to approach:

Tis he the common people love so much;

Myself hath often over-heard them say,

When I have walked like a private man,

That Lucius’ banishment was wrongfully,

And they have wish’d that Lucius were their emperor.”

TAMORA

King, be thy thoughts imperious, like thy name.

Is the sun dimm’d, that gnats do fly in it?

The eagle suffers little birds to sing,

And is not careful what they mean thereby,

Knowing that with the shadow of his wings

He can at pleasure stint their melody:

Even so mayst thou the giddy men of Rome.”

I will enchant the old Andronicus

With words more sweet, and yet more dangerous,

Than baits to fish, or honey-stalks to sheep,

When as the one is wounded with the bait,

The other rotted with delicious feed.”

I can smooth and fill his aged ear with golden promises; that, were his heart almost impregnable, his old ears deaf, yet should both ear and heart obey my tongue.”

To Aemilius

Go thou before, be our ambassador:

Say that the emperor requests a parley

Of warlike Lucius, and appoint the meeting

Even at his father’s house, the old Andronicus.

SATURNINUS

Aemilius, do this message honourably:

And if he stand on hostage for his safety,

Bid him demand what pledge will please him best.”

TAMORA

Now will I to that old Andronicus;

And temper him with all the art I have,

To pluck proud Lucius from the warlike Goths.”

ACT 5

SCENE I. Plains near Rome.

First Goth

Brave slip, sprung from the great Andronicus,

Whose name was once our terror, now our comfort;

Whose high exploits and honourable deeds

Ingrateful Rome requites with foul contempt,

Be bold in us: we’ll follow where thou lead’st,

Like stinging bees in hottest summer’s day

Led by their master to the flowered fields,

And be avenged on cursed Tamora.

All the Goths

And as he saith, so say we all with him.”

Second Goth

Renowned Lucius, from our troops I stray’d

To gaze upon a ruinous monastery;

And, as I earnestly did fix mine eye

Upon the wasted building, suddenly

I heard a child cry underneath a wall.

I made unto the noise; when soon I heard

The crying babe controll’d with this discourse:

Peace, tawny slave, half me and half thy dam!

Did not thy hue bewray whose brat thou art,

Had nature lent thee but thy mother’s look,

Villain, thou mightst have been an emperor:

But where the bull and cow are both milk-white,

They never do beget a coal-black calf.

Peace, villain, peace!’–even thus he rates

the babe,–

For I must bear thee to a trusty Goth;

Who, when he knows thou art the empress’ babe,

Will hold thee dearly for thy mother’s sake.’

With this, my weapon drawn, I rush’d upon him,

Surprised him suddenly, and brought him hither,

To use as you think needful of the man.

LUCIUS

O worthy Goth, this is the incarnate devil

That robb’d Andronicus of his good hand;

This is the pearl that pleased your empress’ eye,

And here’s the base fruit of his burning lust.

Say, wall-eyed slave, whither wouldst thou convey

This growing image of thy fiend-like face?

Why dost not speak? what, deaf? not a word?

A halter, soldiers! hang him on this tree.

And by his side his fruit of bastardy.”

AARON

An if it please thee! why, assure thee, Lucius,

Twill vex thy soul to hear what I shall speak;

For I must talk of murders, rapes and massacres,

Acts of black night, abominable deeds,

Complots of mischief, treason, villanies

Ruthful to hear, yet piteously perform’d:

And this shall all be buried by my death,

Unless thou swear to me my child shall live.”

LUCIUS

Who should I swear by? thou believest no god:

That granted, how canst thou believe an oath?

AARON

What if I do not? as, indeed, I do not;

Yet, for I know thou art religious

And hast a thing within thee called conscience,

With 20 popish tricks and ceremonies,

Which I have seen thee careful to observe,

Therefore I urge thy oath; for that I know

An idiot holds his bauble for a god

And keeps the oath which by that god he swears,

To that I’ll urge him: therefore thou shalt vow

By that same god, what god soe’er it be,

That thou adorest and hast in reverence,

To save my boy, to nourish and bring him up;

Or else I will discover nought to thee.”

AARON

First know thou, I begot him on the empress.

LUCIUS

O most insatiate and luxurious woman!

AARON

Tut, Lucius, this was but a deed of charity

To that which thou shalt hear of me anon.

Twas her two sons that murder’d Bassianus;

They cut thy sister’s tongue and ravish’d her

And cut her hands and trimm’d her as thou saw’st.

LUCIUS

O detestable villain! call’st thou that trimming?

AARON

Why, she was wash’d and cut and trimm’d, and ‘twas

Trim sport for them that had the doing of it.”

AARON

I train’d thy brethren to that guileful hole

Where the dead corpse of Bassianus lay:

I wrote the letter that thy father found

And hid the gold within the letter mention’d,

Confederate with the queen and her two sons:

And what not done, that thou hast cause to rue,

Wherein I had no stroke of mischief in it?

I play’d the cheater for thy father’s hand,

And, when I had it, drew myself apart

And almost broke my heart with extreme laughter:

I pry’d me through the crevice of a wall

When, for his hand, he had his two sons’ heads;

Beheld his tears, and laugh’d so heartily,

That both mine eyes were rainy like to his:

And when I told the empress of this sport,

She swooned almost at my pleasing tale,

And for my tidings gave me 20 kisses.

First Goth

What, canst thou say all this, and never blush?

AARON

Ay, like a black dog, as the saying is.

LUCIUS

Art thou not sorry for these heinous deeds?

AARON

Ay, that I had not done a thousand more.

Even now I curse the day–and yet, I think,

Few come within the compass of my curse,–

Wherein I did not some notorious ill,

As kill a man, or else devise his death,

Ravish a maid, or plot the way to do it,

Accuse some innocent and forswear myself,

Set deadly enmity between two friends,

Make poor men’s cattle break their necks;

Set fire on barns and hay-stacks in the night,

And bid the owners quench them with their tears.

Oft have I digg’d up dead men from their graves,

And set them upright at their dear friends’ doors,

Even when their sorrows almost were forgot;

And on their skins, as on the bark of trees,

Have with my knife carved in Roman letters,

Let not your sorrow die, though I am dead.’

Tut, I have done a thousand dreadful things

As willingly as one would kill a fly,

And nothing grieves me heartily indeed

But that I cannot do ten thousand more.

LUCIUS

Bring down the devil; for he must not die

So sweet a death as hanging presently.

AARON

If there be devils, would I were a devil,

To live and burn in everlasting fire,

So I might have your company in hell,

But to torment you with my bitter tongue!

LUCIUS

Sirs, stop his mouth, and let him speak no more.

Enter a Goth

Third Goth

My lord, there is a messenger from Rome

Desires to be admitted to your presence.

LUCIUS

Let him come near.

Enter AEMILIUS

Welcome, Aemilius what’s the news from Rome?”

LUCIUS

Aemilius, let the emperor give his pledges

Unto my father and my uncle Marcus,

And we will come. March away.

Exeunt”

ACT 5

SCENE II. Rome. Before TITUS’ house.

TAMORA

Thus, in this strange and sad habiliment,

I will encounter with Andronicus,

And say I am Revenge, sent from below

To join with him and right his heinous wrongs.

Knock at his study, where, they say, he keeps,

To ruminate strange plots of dire revenge;

Tell him Revenge is come to join with him,

And work confusion on his enemies.

They knock

Enter TITUS, above”

TAMORA

If thou didst know me, thou wouldest talk with me.

TITUS ANDRONICUS

I am not mad; I know thee well enough:

Witness this wretched stump, witness these crimson lines;

Witness these trenches made by grief and care,

Witness the tiring day and heavy night;

Witness all sorrow, that I know thee well

For our proud empress, mighty Tamora:

Is not thy coming for my other hand?

TAMORA

Know, thou sad man, I am not Tamora;

She is thy enemy, and I thy friend:

I am Revenge: sent from the infernal kingdom,

To ease the gnawing vulture of thy mind,

By working wreakful vengeance on thy foes.

Come down, and welcome me to this world’s light;

Confer with me of murder and of death:

There’s not a hollow cave or lurking-place,

No vast obscurity or misty vale,

Where bloody murder or detested rape

Can couch for fear, but I will find them out;

And in their ears tell them my dreadful name,

Revenge, which makes the foul offender quake.

TITUS ANDRONICUS

Art thou Revenge? and art thou sent to me,

To be a torment to mine enemies?

TAMORA

I am; therefore come down, and welcome me.

TITUS ANDRONICUS

Do me some service, ere I come to thee.

Lo, by thy side where Rape and Murder stands; [os dois irmãos estupradores de Lavínia]

Now give me some surance that thou art Revenge,

Stab them, or tear them on thy chariot-wheels;

And then I’ll come and be thy waggoner,

And whirl along with thee about the globe.”

TAMORA

These are my ministers, and come with me.

TITUS ANDRONICUS

Are these thy ministers? what are they call’d?

TAMORA

Rapine and Murder; therefore called so,

Cause they take vengeance of such kind of men.

TITUS ANDRONICUS

Good Lord, how like the empress’ sons they are!

And you, the empress! but we worldly men

Have miserable, mad, mistaking eyes.

O sweet Revenge, now do I come to thee;

And, if one arm’s embracement will content thee,

I will embrace thee in it by and by.

Exit above”

Whate’er I forge to feed his brain-sick fits,

Do you uphold and maintain in your speeches,

For now he firmly takes me for Revenge;

And, being credulous in this mad thought,

I’ll make him send for Lucius his son;

And, whilst I at a banquet hold him sure,

I’ll find some cunning practise out of hand,

To scatter and disperse the giddy Goths,

Or, at the least, make them his enemies.”

TITUS ANDRONICUS

Long have I been forlorn, and all for thee:

Welcome, dread Fury, to my woful house:

Rapine and Murder, you are welcome too.

How like the empress and her sons you are!

Well are you fitted, had you but a Moor:

Could not all hell afford you such a devil?

For well I wot the empress never wags

But in her company there is a Moor;

And, would you represent our queen aright,

It were convenient you had such a devil:

But welcome, as you are. What shall we do?”

TAMORA

Show me a thousand that have done thee wrong,

And I will be revenged on them all.

TITUS ANDRONICUS

Look round about the wicked streets of Rome;

And when thou find’st¹ a man that’s like thyself.

Good Murder, stab him; he’s a murderer.

Go thou with him; and when it is thy hap

To find another that is like to thee,

Good Rapine, stab him; he’s a ravisher.

Go thou with them; and in the emperor’s court

There is a queen, attended by a Moor;

Well mayst thou know her by thy own proportion,

for up and down she doth resemble thee:

I pray thee, do on them some violent death;

They have been violent to me and mine.

TAMORA

Well hast thou lesson’d us; this shall we do.

But would it please thee, good Andronicus,

To send for Lucius, thy thrice-valiant son,

Who leads towards Rome a band of warlike Goths,

And bid him come and banquet at thy house;

When he is here, even at thy solemn feast,

I will bring in the empress and her sons,

The emperor himself and all thy foes;

And at thy mercy shalt they stoop and kneel,

And on them shalt thou ease thy angry heart.

What says Andronicus to this device?”

¹ Muito estranho que a grafia (os apóstrofos no lugar do ‘e’) variem durante a peça. Será exato?

TITUS ANDRONICUS

Nay, nay, let Rape and Murder stay with me;

Or else I’ll call my brother back again,

And cleave to no revenge but Lucius.

TAMORA

[Aside to her sons] What say you, boys? will you

bide with him,

Whiles I go tell my lord the emperor

How I have govern’d our determined jest?

Yield to his humour, smooth and speak him fair,

And tarry with him till I turn again.”

DEMETRIUS

Madam, depart at pleasure; leave us here.

TAMORA

Farewell, Andronicus: Revenge now goes

To lay a complot to betray thy foes.”

TITUS ANDRONICUS

Fie, Publius, fie! thou art too much deceived;

The one is Murder, Rape is the other’s name;

And therefore bind them, gentle Publius.

Caius and Valentine, lay hands on them.

Oft have you heard me wish for such an hour,

And now I find it; therefore bind them sure,

And stop their mouths, if they begin to cry.

Exit

PUBLIUS, &c. lay hold on CHIRON and DEMETRIUS”

Re-enter TITUS, with LAVINIA; he bearing a knife, and she a basin [como, na cabeça?!]

TITUS ANDRONICUS

Here stands the spring whom you have stain’d with mud,

This goodly summer with your winter mix’d.

You kill’d her husband, and for that vile fault

Two of her brothers were condemn’d to death,

My hand cut off and made a merry jest;

Both her sweet hands, her tongue, and that more dear

Than hands or tongue, her spotless chastity,

Inhuman traitors, you constrain’d and forced.

What would you say, if I should let you speak?

Hark, wretches! how I mean to martyr you.

This one hand yet is left to cut your throats,

Whilst that Lavinia ‘tween her stumps doth hold

The basin that receives your guilty blood.

You know your mother means to feast with me,

And calls herself Revenge, and thinks me mad:

Hark, villains! I will grind your bones to dust

And with your blood and it I’ll make a paste,

And of the paste a coffin I will rear

And make two pasties of your shameful heads,

And bid that strumpet, your unhallow’d dam,

Like to the earth swallow her own increase.

This is the feast that I have bid her to,

And this the banquet she shall surfeit on;

For worse than Philomel you used my daughter,

And worse than Progne I will be revenged:

And now prepare your throats. Lavinia, come,

He cuts their throats

Receive the blood: and when that they are dead,

Let me go grind their bones to powder small

And with this hateful liquor temper it;

And in that paste let their vile heads be baked.

Come, come, be every one officious

To make this banquet; which I wish may prove

More stern and bloody than the Centaurs’ feast.”¹

¹ O Centauro (ou Minotauro, o que é uma figura diferente, mas que às vezes se confunde – um seria um homem-cavalo o outro um homem-touro, o primeiro sendo animal na metade inferior, o segundo no hemisfério superior, isto é, sua cabeça é que seria de touro, enquanto não passaria de um bípede ereto) da mitologia grega que comia virgens entregas como tributo pela ilha de Creta.

ACT 5

SCENE III. Court of TITUS’ house. A banquet set out. [DESFECHO]

LUCIUS

Good uncle, take you in this barbarous Moor,

This ravenous tiger, this accursed devil;

Let him receive no sustenance, fetter him

Till he be brought unto the empress’ face,

For testimony of her foul proceedings:

And see the ambush of our friends be strong;

I fear the emperor means no good to us.”

The trumpets show the emperor is at hand.

Enter SATURNINUS and TAMORA, with AEMILIUS, Tribunes, Senators, and others”

MARCUS ANDRONICUS

Rome’s emperor, and nephew, break the parle;

These quarrels must be quietly debated.

The feast is ready, which the careful Titus

Hath ordain’d to an honourable end,

For peace, for love, for league, and good to Rome:

Please you, therefore, draw nigh, and take your places.”

Enter TITUS dressed like a Cook, LAVINIA veiled, Young LUCIUS, and others. TITUS places the dishes on the table”

TITUS ANDRONICUS

My lord the emperor, resolve me this:

Was it well done of rash Virginius

To slay his daughter with his own right hand,

Because she was enforced, stain’d, and deflower’d?¹

SATURNINUS

It was, Andronicus.

TITUS ANDRONICUS

Your reason, mighty lord?

SATURNINUS

Because the girl should not survive her shame,

And by her presence still renew his sorrows.

TITUS ANDRONICUS

A reason mighty, strong, and effectual;

A pattern, precedent, and lively warrant,

For me, most wretched, to perform the like.

Die, die, Lavinia, and thy shame with thee;

Kills LAVINIA

And, with thy shame, thy father’s sorrow die!”

Que personagem, Shakespeare! Que personagem!

¹ A origem de uma lei romana que inocentou o pai de Virgínia quando este a matou para preservar-lhe a virgindade. Muitos sustentam que Lucrécia e Virgínia não passam de figuras mitológicas.

SATURNINUS

What hast thou done, unnatural and unkind?

TITUS ANDRONICUS

Kill’d her, for whom my tears have made me blind.

I am as woful as Virginius was,

And have a thousand times more cause than he

To do this outrage: and it now is done.

SATURNINUS

What, was she ravish’d? tell who did the deed.

TITUS ANDRONICUS

Will’t please you eat? will’t please your

highness feed?

TAMORA

Why hast thou slain thine only daughter thus?

TITUS ANDRONICUS

Not I; ‘twas Chiron and Demetrius:

They ravish’d her, and cut away her tongue;

And they, ‘twas they, that did her all this wrong.

SATURNINUS

Go fetch them hither to us presently.

TITUS ANDRONICUS

Why, there they are both, baked in that pie;

Whereof their mother daintily hath fed,

Eating the flesh that she herself hath bred.

Tis true, ‘tis true; witness my knife’s sharp point.

Kills TAMORA

SATURNINUS

Die, frantic wretch, for this accursed deed!

Kills TITUS

LUCIUS

Can the son’s eye behold his father bleed?

There’s meed for meed, death for a deadly deed!

Kills SATURNINUS. A great tumult. LUCIUS, MARCUS, and others go up into the balcony”

MARCUS ANDRONICUS

O, let me teach you how to knit again

This scatter’d corn into one mutual sheaf,

These broken limbs again into one body;

Lest Rome herself be bane unto herself,

And she whom mighty kingdoms court’sy to,

Like a forlorn and desperate castaway,

Do shameful execution on herself.

But if my frosty signs and chaps of age,

Grave witnesses of true experience,

Cannot induce you to attend my words,

To LUCIUS

Speak, Rome’s dear friend, as erst our ancestor,

When with his solemn tongue he did discourse

To love-sick Dido’s sad attending ear

The story of that baleful burning night

When subtle Greeks surprised King Priam’s Troy,

Tell us what Sinon hath bewitch’d our ears,¹

Or who hath brought the fatal engine in

That gives our Troy, our Rome, the civil wound.

But floods of tears will drown my oratory,

And break my utterance, even in the time

When it should move you to attend me most,

Lending your kind commiseration.

Here is a captain, let him tell the tale;

Your hearts will throb and weep to hear him speak.”

¹ Quem convence os troianos a abrirem o portão para receber a prenda do cavalo de madeira (Eneida).

Alas, you know I am no vaunter, I;

My scars can witness, dumb although they are,

That my report is just and full of truth.

But, soft! methinks I do digress too much,

Citing my worthless praise: O, pardon me;

For when no friends are by, men praise themselves.”

MARCUS ANDRONICUS

Now judge what cause had Titus to revenge

These wrongs, unspeakable, past patience,

Or more than any living man could bear.

Now you have heard the truth, what say you, Romans?

Have we done aught amiss,–show us wherein,

And, from the place where you behold us now,

The poor remainder of Andronici

Will, hand in hand, all headlong cast us down.

And on the ragged stones beat forth our brains,

And make a mutual closure of our house.

Speak, Romans, speak; and if you say we shall,

Lo, hand in hand, Lucius and I will fall.

AEMILIUS

Come, come, thou reverend man of Rome,

And bring our emperor gently in thy hand,

Lucius our emperor; for well I know

The common voice do cry it shall be so.

All

Lucius, all hail, Rome’s royal emperor!

MARCUS ANDRONICUS

Go, go into old Titus’ sorrowful house,

To Attendants

And hither hale that misbelieving Moor,

To be adjudged some direful slaughtering death,

As punishment for his most wicked life.”

O, take this warm kiss on thy pale cold lips,

Kissing TITUS

These sorrowful drops upon thy blood-stain’d face,

The last true duties of thy noble son!”

LUCIUS

Come hither, boy; come, come, and learn of us

To melt in showers: thy grandsire loved thee well:

Many a time he danced thee on his knee,

Sung thee asleep, his loving breast thy pillow:

Many a matter hath he told to thee,

Meet and agreeing with thine infancy;

In that respect, then, like a loving child,

Shed yet some small drops from thy tender spring,

Because kind nature doth require it so:

Friends should associate friends in grief and woe:

Bid him farewell; commit him to the grave;

Do him that kindness, and take leave of him.

Young LUCIUS

O grandsire, grandsire! even with all my heart

Would I were dead, so you did live again!

O Lord, I cannot speak to him for weeping;

My tears will choke me, if I ope my mouth.¹

Re-enter Attendants with AARON

AEMILIUS

You sad Andronici, have done with woes:

Give sentence on this execrable wretch,

That hath been breeder of these dire events.

LUCIUS

Set him breast-deep in earth, and famish him;

There let him stand, and rave, and cry for food;

If any one relieves or pities him,

For the offence he dies. This is our doom:

Some stay to see him fasten’d in the earth.”

¹ Sem dúvida não importa como intercalemos a leitura desta peça, ficamos exaustos ao final, tantas as lágrimas vertidas!

Ten thousand worse than ever yet I did

Would I perform, if I might have my will;

If one good deed in all my life I did,

I do repent it from my very soul.”

Que falastrão o Seu Arão! E gosta dos números 20 e 10 mil!

As for that heinous tiger, Tamora,

No funeral rite, nor man in mourning weeds,

No mournful bell shall ring her burial;

But throw her forth to beasts and birds of prey:

Her life was beast-like, and devoid of pity;

And, being so, shall have like want of pity.

See justice done on Aaron, that damn’d Moor,

By whom our heavy haps had their beginning:

Then, afterwards, to order well the State,

That like events may ne’er it ruinate.

Exeunt”

GLOSSÁRIO:

adder: víbora

blowse: mulher envergonhada, de face rubra

dainty doe: corça delicada

desert (em Shakespeare): “often deserts

Something that is deserved or merited, especially a punishment: They got their just deserts when the scheme was finally uncovered.” Punição ou mérito.

lark: cotovia

leer: olhar malicioso

maugre: obsoleto para guilty pleasure (prazer culposo, coisa má que defendo com todas as forças, embora talvez um pouco envergonhado, etc.)

peal: ribombar

shive: nesse contexto, rolha

spleenful: irritável(is)

stag: veado

stumps: toco, coto, cotoco

tadpole: girino

taper(s): nas três citações da peça, vela(s)

trull: prostituta, do alemão Trulle

MUCH ADO ABOUT NOTHING

SCENE I. Before LEONATO’S house.

there appears much joy in him (…) joy could not show itself modest enough without a badge of bitterness.”

LEONATO

How much better is it to weep at joy than to joy at weeping!”

BEATRICE

I pray you, how many hath he killed and eaten in these wars? But how many hath he killed? for indeed I promised to eat all of his killing.”

You had musty victual, and he hath holp to eat it”

Você tinha carne podre, e ele ajudou a comê-la”

LEONATO

You must not, sir, mistake my niece. There is a

kind of merry war betwixt Signior Benedick and her:

they never meet but there’s a skirmish of wit

between them.”

BEATRICE

Who is his companion now? He hath every month a new sworn brother.”

he wears his faith but as the fashion of his hat”

Messenger

I see, lady, the gentleman is not in your books.

BEATRICE

No; an he were, I would burn my study.”

LEONATO

You will never run mad, niece.

BEATRICE

No, not till a hot January.”

DON PEDRO

Good Signior Leonato, you are come to meet your

trouble: the fashion of the world is to avoid

cost, and you encounter it.

LEONATO

Never came trouble to my house in the likeness of

your grace: for trouble being gone, comfort should

remain; but when you depart from me, sorrow abides

and happiness takes his leave.

DON PEDRO

You embrace your charge too willingly. I think this

is your daughter.

LEONATO

Her mother hath many times told me so.”

BEATRICE

Is it possible disdain should die while she hath

such meet food to feed it as Signior Benedick?

Courtesy itself must convert to disdain, if you come

in her presence.”

But it is certain I am loved of all ladies, only you excepted: and I would I could find in my heart that I had not a hard heart; for, truly, I love none.”

I had rather hear my dog bark at a crow than a man swear he loves me.”

BENEDICK

God keep your ladyship still in that mind! so some

gentleman or other shall ‘scape a predestinate

scratched face.

BEATRICE

Scratching could not make it worse, an ‘twere such

a face as yours were.

BENEDICK

Well, you are a rare parrot-teacher.

BEATRICE

A bird of my tongue is better than a beast of yours.”

Exeunt all except BENEDICK and CLAUDIO

CLAUDIO

Benedick, didst thou note the daughter of Signior Leonato?

BENEDICK

I noted her not; but I looked on her.

CLAUDIO

Is she not a modest young lady?

BENEDICK

Do you question me, as an honest man should do, for

my simple true judgment; or would you have me speak

after my custom, as being a professed tyrant to their sex?

CLAUDIO

No; I pray thee speak in sober judgment.

BENEDICK

Why, i’ faith, methinks she’s too low for a high

praise, too brown for a fair praise and too little

for a great praise: only this commendation I can

afford her, that were she other than she is, she

were unhandsome; and being no other but as she is, I

do not like her.

CLAUDIO

Thou thinkest I am in sport: I pray thee tell me

truly how thou likest her.

BENEDICK

Would you buy her, that you inquire after her?

CLAUDIO

Can the world buy such a jewel?”

Come, in what key shall a man take you, to go in the song?”

In mine eye she is the sweetest lady that ever I looked on.”

BENEDICK

I can see yet without spectacles and I see no such

matter: there’s her cousin, an she were not

possessed with a fury, exceeds her as much in beauty

as the first of May doth the last of December. But I

hope you have no intent to turn husband, have you?

CLAUDIO

I would scarce trust myself, though I had sworn the

contrary, if Hero would be my wife.”

DON PEDRO

I charge thee on thy allegiance.

BENEDICK

You hear, Count Claudio: I can be secret as a dumb

man; I would have you think so; but, on my

allegiance, mark you this, on my allegiance. He is

in love. With who? now that is your grace’s part.

Mark how short his answer is;–With Hero, Leonato’s

short daughter.

CLAUDIO

If this were so, so were it uttered.”

CLAUDIO

If my passion change not shortly, God forbid it

should be otherwise.

DON PEDRO

Amen, if you love her; for the lady is very well worthy.”

Bateu os olhos e não encontrou obstáculos.

Bateu nela os olhos e sentiu dor, pois ela era muito pontuda.

Comenos o come-nos.

BENEDICK

That I neither feel how she should be loved nor

know how she should be worthy, is the opinion that

fire cannot melt out of me: I will die in it at the stake.”

BENEDICK

That a woman conceived me, I thank her; that she

brought me up, I likewise give her most humble

thanks: but that I will have a recheat winded in my

forehead, or hang my bugle in an invisible baldrick,

all women shall pardon me. Because I will not do

them the wrong to mistrust any, I will do myself the

right to trust none; and the fine is, for the which

I may go the finer, I will live a bachelor.

DON PEDRO

I shall see thee, ere I die, look pale with love.

BENEDICK

With anger, with sickness, or with hunger, my lord,

not with love: prove that ever I lose more blood

with love than I will get again with drinking, pick

out mine eyes with a ballad-maker’s pen and hang me

up at the door of a brothel-house for the sign of

blind Cupid.

DON PEDRO

Well, if ever thou dost fall from this faith, thou

wilt prove a notable argument.

BENEDICK

If I do, hang me in a bottle like a cat and shoot

at me; and he that hits me, let him be clapped on

the shoulder, and called Adam.

DON PEDRO

Well, as time shall try: ‘In time the savage bull

doth bear the yoke.’

BENEDICK

The savage bull may; but if ever the sensible

Benedick bear it, pluck off the bull’s horns and set

them in my forehead: and let me be vilely painted,

and in such great letters as they write ‘Here is

good horse to hire,’ let them signify under my sign

Here you may see Benedick the married man.’

CLAUDIO

If this should ever happen, thou wouldst be horn-mad.

DON PEDRO

Nay, if Cupid have not spent all his quiver in

Venice, thou wilt quake for this shortly.”

BENEDICK

Nay, mock not, mock not. The body of your

discourse is sometime guarded with fragments, and

the guards are but slightly basted on neither: ere

you flout old ends any further, examine your

conscience: and so I leave you.

Exit

CLAUDIO

Hath Leonato any son, my lord?

DON PEDRO

No child but Hero; she’s his only heir.

Dost thou affect her, Claudio?”

I liked her ere I went to wars.”

DON PEDRO

Thou wilt be like a lover presently

And tire the hearer with a book of words.

If thou dost love fair Hero, cherish it,

And I will break with her and with her father,

And thou shalt have her. Was’t not to this end

That thou began’st to twist so fine a story?”

DON PEDRO

What need the bridge much broader than the flood?

The fairest grant is the necessity.

Look, what will serve is fit: ‘tis once, thou lovest,

And I will fit thee with the remedy.

I know we shall have revelling to-night:

I will assume thy part in some disguise

And tell fair Hero I am Claudio,

And in her bosom I’ll unclasp my heart

And take her hearing prisoner with the force

And strong encounter of my amorous tale:

Then after to her father will I break;

And the conclusion is, she shall be thine.

In practise let us put it presently.

Exeunt

SCENE II. A room in LEONATO’s house.

ANTONIO

The prince and Count

Claudio, walking in a thick-pleached alley in mine

orchard, were thus much overheard by a man of mine:

the prince discovered to Claudio that he loved my

niece your daughter and meant to acknowledge it

this night in a dance: and if he found her

accordant, he meant to take the present time by the

top and instantly break with you of it.”

LEONATO

No, no; we will hold it as a dream till it appear

itself: but I will acquaint my daughter withal,

that she may be the better prepared for an answer,

if peradventure this be true. Go you and tell her of it.”

SCENE III. The same.

DON JOHN

I cannot hide

what I am: I must be sad when I have cause and smile

at no man’s jests, eat when I have stomach and wait

for no man’s leisure, sleep when I am drowsy and

tend on no man’s business, laugh when I am merry and

claw no man in his humour.”

“…If I had my

mouth, I would bite; if I had my liberty, I would do

my liking: in the meantime let me be that I am and

seek not to alter me.”

ACT 2

SCENE I. A hall in LEONATO’S house.

BEATRICE

How tartly that gentleman looks! I never can see

him but I am heart-burned an hour after.

HERO

He is of a very melancholy disposition.

BEATRICE

He were an excellent man that were made just in the

midway between him and Benedick: the one is too

like an image and says nothing, and the other too

like my lady’s eldest son, evermore tattling.

LEONATO

Then half Signior Benedick’s tongue in Count John’s

mouth, and half Count John’s melancholy in Signior

Benedick’s face,–

BEATRICE

With a good leg and a good foot, uncle, and money

enough in his purse, such a man would win any woman

in the world, if a’ could get her good-will.

LEONATO

By my troth, niece, thou wilt never get thee a

husband, if thou be so shrewd of thy tongue.

ANTONIO

In faith, she’s too curst.

BEATRICE

Too curst is more than curst: I shall lessen God’s

sending that way; for it is said, ‘God sends a curst

cow short horns;’ but to a cow too curst he sends none.”

“…Lord, I could not endure a husband with a beard on his face: I had rather lie in the woollen.”

He that hath a beard is more than a youth, and he that hath no beard is less than a man: and he that is more than a youth is not for me, and he that is less than a man, I am not for him: therefore, I will even take 6-pence in earnest of the bear-ward, [constelação vizinha da Ursa Maior] and lead his apes into hell.”

LEONATO

Well, then, go you into hell?

BEATRICE

No, but to the gate; and there will the devil meet

me, like an old cuckold, with horns on his head, and

say ‘Get you to heaven, Beatrice, get you to

heaven; here’s no place for you maids:’ so deliver

I up my apes, and away to Saint Peter for the

heavens; he shows me where the bachelors sit, and

there live we as merry as the day is long.

ANTONIO

[To HERO] Well, niece, I trust you will be ruled

by your father.”

BEATRICE

Not till God make men of some other metal than

earth. Would it not grieve a woman to be

overmastered with a pierce of valiant dust? to make

an account of her life to a clod of wayward marl?

No, uncle, I’ll none: Adam’s sons are my brethren;

and, truly, I hold it a sin to match in my kindred.”

For, hear me, Hero: wooing, wedding, and repenting, is as a Scotch jig, a measure, and a cinque pace: the first suit is hot and hasty, like a Scotch jig, and full as fantastical; the wedding, mannerly-modest, as a measure, full of state and ancientry; and then comes repentance and, with his bad legs, falls into the cinque pace faster and faster, till he sink into his grave.”

I have a good eye, uncle; I can see a church by daylight.”

All put on their masks

Enter DON PEDRO, CLAUDIO, BENEDICK, BALTHASAR, DON JOHN, BORACHIO, MARGARET, URSULA and others, masked”

BEATRICE

That I was disdainful, and that I had my good wit

out of the ‘Hundred Merry Tales:’–well this was

Signior Benedick that said so.

BENEDICK

What’s he?

BEATRICE

I am sure you know him well enough.

BENEDICK

Not I, believe me.

BEATRICE

Did he never make you laugh?

BENEDICK

I pray you, what is he?

BEATRICE

Why, he is the prince’s jester: a very dull fool;

only his gift is in devising impossible slanders:

none but libertines delight in him; and the

commendation is not in his wit, but in his villany;

for he both pleases men and angers them, and then

they laugh at him and beat him. I am sure he is in

the fleet: I would he had boarded me.

BENEDICK

When I know the gentleman, I’ll tell him what you say.”

DON JOHN

Sure my brother is amorous on Hero and hath

withdrawn her father to break with him about it.

The ladies follow her and but one visor remains.

BORACHIO

And that is Claudio: I know him by his bearing.

DON JOHN

Are not you Signior Benedick?

CLAUDIO

You know me well; I am he.”

CLAUDIO [solilóquio]

Thus answer I in the name of Benedick,

But hear these ill news with the ears of Claudio.

Tis certain so; the prince wooes for himself.

Friendship is constant in all other things

Save in the office and affairs of love:

Therefore, all hearts in love use their own tongues;

Let every eye negotiate for itself

And trust no agent; for beauty is a witch

Against whose charms faith melteth into blood.

This is an accident of hourly proof,

Which I mistrusted not. Farewell, therefore, Hero!”

DON PEDRO

I will but teach them to sing, and restore them to

the owner.

BENEDICK

If their singing answer your saying, by my faith,

you say honestly.”

She told me, not thinking I had been myself, that I was the prince’s jester, that I was duller than a great thaw; huddling jest upon jest with such impossible conveyance upon me that I stood like a man at a mark, with a whole army shooting at me. She speaks poniards, and every word stabs: if her breath were as terrible as her terminations, there were no living near her; she would infect to the north star. I would not marry her, though she were endowed with all that Adam had left him before he transgressed: she would have made Hercules have turned spit, yea, and have cleft his club to make the fire too.”

for certainly, while she is here, a man may live as quiet in hell as in a sanctuary; and people sin upon purpose, because they would go thither; so, indeed, all disquiet, horror and perturbation follows her.”

BENEDICK

Will your grace command me any service to the

world’s end? I will go on the slightest errand now

to the Antipodes that you can devise to send me on;

I will fetch you a tooth-picker now from the

furthest inch of Asia, bring you the length of

Prester John’s foot, fetch you a hair off the great

Cham’s beard, do you any embassage to the Pigmies,

rather than hold 3 words’ conference with this

harpy. You have no employment for me?”

DON PEDRO

None, but to desire your good company.

BENEDICK

O God, sir, here’s a dish I love not: I cannot

endure my Lady Tongue.

Exit

BEATRICE

The count is neither sad, nor sick, nor merry, nor

well; but civil count, civil as an orange, and

something of that jealous complexion.

DON PEDRO

I’ faith, lady, I think your blazon to be true;

though, I’ll be sworn, if he be so, his conceit is

false. Here, Claudio, I have wooed in thy name, and

fair Hero is won: I have broke with her father,

and his good will obtained: name the day of

marriage, and God give thee joy!

LEONATO

Count, take of me my daughter, and with her my

fortunes: his grace hath made the match, and an

grace say Amen to it.

BEATRICE

Speak, count, ‘tis your cue.

CLAUDIO

Silence is the perfectest herald of joy: I were

but little happy, if I could say how much. Lady, as

you are mine, I am yours: I give away myself for

you and dote upon the exchange.

BEATRICE

Speak, cousin; or, if you cannot, stop his mouth

with a kiss, and let not him speak neither.

DON PEDRO

In faith, lady, you have a merry heart.”

Thus goes every one to the world but I, and I am sunburnt; I may sit in a corner and cry heigh-ho for a husband!”

DON PEDRO

By my troth, a pleasant-spirited lady.

LEONATO

There’s little of the melancholy element in her, my

lord: she is never sad but when she sleeps, and

not ever sad then; for I have heard my daughter say,

she hath often dreamed of unhappiness and waked

herself with laughing.”

DON PEDRO

She were an excellent wife for Benedict.

LEONATO

O Lord, my lord, if they were but a week married,

they would talk themselves mad.”

DON PEDRO

(…) I will in the interim undertake one of Hercules’ labours; which is, to bring Signior Benedick and the Lady Beatrice into a mountain of affection the one with the other. I would fain have it a match, and I doubt not but to fashion it, if you 3 will but minister such assistance as I shall give you direction.

LEONATO

My lord, I am for you, though it cost me ten

nights’ watchings.

CLAUDIO

And I, my lord.

DON PEDRO

And you too, gentle Hero?

HERO

I will do any modest office, my lord, to help my

cousin to a good husband.”

“…If we can do this, Cupid is no longer an archer: his glory shall be ours, for we are the only love-gods. Go in with me, and I will tell you my drift.

Exeunt”

ACT 2

SCENE II. The same.

Enter DON JOHN and BORACHIO

DON JOHN

It is so; the Count Claudio shall marry the

daughter of Leonato.

BORACHIO

Yea, my lord; but I can cross it.

DON JOHN

Any bar, any cross, any impediment will be

medicinable to me: I am sick in displeasure to him,

and whatsoever comes athwart his affection ranges

evenly with mine. How canst thou cross this marriage?

BORACHIO

Not honestly, my lord; but so covertly that no

dishonesty shall appear in me.

DON JOHN

Show me briefly how.

BORACHIO

I think I told your lordship a year since, how much

I am in the favour of Margaret, the waiting

gentlewoman to Hero.”

I can, at any unseasonable instant of the night, appoint her to look out at her lady’s chamber window.”

The poison of that lies in you to temper. Go you to the prince your brother; spare not to tell him that he hath wronged his honour in marrying the renowned Claudio–whose estimation do you mightily hold up–to a contaminated stale, such a one as Hero.”

–for in the meantime I will so fashion the matter that Hero shall be absent,–and there shall appear such seeming truth of Hero’s disloyalty that jealousy shall be called assurance and all the preparation overthrown.”

[JOHN] …Be cunning in the working this, and thy fee is a thousand ducats.”

ACT 2

SCENE III. LEONATO’S orchard.

[Grande monólogo de BENEDICK]

I do much wonder that one man, seeing how much

another man is a fool when he dedicates his

behaviors to love, will, after he hath laughed at

such shallow follies in others, become the argument

of his own scorn by falling in love: and such a man

is Claudio. I have known when there was no music

with him but the drum and the fife; and now had he

rather hear the tabour and the pipe: I have known

when he would have walked 10 miles a-foot to see a

good armour; and now will he lie 10 nights awake,

carving the fashion of a new doublet. He was wont to

speak plain and to the purpose, like an honest man

and a soldier; and now is he turned orthography; his

words are a very fantastical banquet, just so many

strange dishes. May I be so converted and see with

these eyes? I cannot tell; I think not: I will not

be sworn, but love may transform me to an oyster; but

I’ll take my oath on it, till he have made an oyster

of me, he shall never make me such a fool. One woman

is fair, yet I am well; another is wise, yet I am

well; another virtuous, yet I am well; but till all

graces be in one woman, one woman shall not come in

my grace. Rich she shall be, that’s certain; wise,

or I’ll none; virtuous, or I’ll never cheapen her;

fair, or I’ll never look on her; mild, or come not

near me; noble, or not I for an angel; of good

discourse, an excellent musician, and her hair shall

be of what colour it please God. Ha! the prince and

Monsieur Love! I will hide me in the arbour.”

DON PEDRO

Come, Balthasar, we’ll hear that song again.

BALTHASAR

O, good my lord, tax not so bad a voice

To slander music any more than once.

DON PEDRO

It is the witness still of excellency

To put a strange face on his own perfection.

I pray thee, sing, and let me woo no more.”

Air

BENEDICK [Oculto na moita.]

Now, divine air! now is his soul ravished! Is it

not strange that sheeps’ guts should hale souls out

of men’s bodies? Well, a horn for my money, when

all’s done.”

Sigh no more, ladies, sigh no more,

Men were deceivers ever,

One foot in sea and one on shore,

To one thing constant never:

Then sigh not so, but let them go,

And be you blithe and bonny,

Converting all your sounds of woe

Into Hey nonny, nonny.

Sing no more ditties, sing no more,

Of dumps so dull and heavy;

The fraud of men was ever so,

Since summer first was leafy:

Then sigh not so, & c.”

DON PEDRO

By my troth, a good song.

BALTHASAR

And an ill singer, my lord.

DON PEDRO

Ha, no, no, faith; thou singest well enough for a shift.”

BENEDICK [à parte]

An he had been a dog that should have howled thus,

they would have hanged him: and I pray God his bad

voice bode no mischief. I had as lief have heard the

night-raven, come what plague could have come after

it.”

DON PEDRO

Do so: farewell.

Exit BALTHASAR

Come hither, Leonato. What was it you told me of

to-day, that your niece Beatrice was in love with

Signior Benedick?

CLAUDIO

O, ay: stalk on. stalk on; the fowl sits. I did

never think that lady would have loved any man.”

BENEDICK

Is’t possible? Sits the wind in that corner?”

DON PEDRO

May be she doth but counterfeit.

CLAUDIO

Faith, like enough.

LEONATO

O God, counterfeit! There was never counterfeit of

passion came so near the life of passion as she

discovers it.”

DON PEDRO

Hath she made her affection known to Benedick?

LEONATO

No; and swears she never will: that’s her torment.”

DON PEDRO

It were good that Benedick knew of it by some

other, if she will not discover it.

CLAUDIO

To what end? He would make but a sport of it and

torment the poor lady worse.”

LEONATO

O, my lord, wisdom and blood combating in so tender

a body, we have 10 proofs to 1 that blood hath

the victory. I am sorry for her, as I have just

cause, being her uncle and her guardian.”

CLAUDIO

Hero thinks surely she will die; for she says she

will die, if he love her not, and she will die, ere

she make her love known, and she will die, if he woo

her, rather than she will bate one breath of her

accustomed crossness.

DON PEDRO

She doth well: if she should make tender of her

love, ‘tis very possible he’ll scorn it; for the

man, as you know all, hath a contemptible spirit.

CLAUDIO

He is a very proper man.”

DON PEDRO

And so will he do; for the man doth fear God,

howsoever it seems not in him by some large jests

he will make. Well I am sorry for your niece. Shall

we go seek Benedick, and tell him of her love?

CLAUDIO

Never tell him, my lord: let her wear it out with

good counsel.”

They have the truth of this from Hero. They seem to pity the lady: it seems her affections have their full bent. Love me! why, it must be requited. I hear how I am censured: they say I will bear myself proudly, if I perceive the love come from her; they say too that she will rather die than give any sign of affection. I did never think to marry: I must not seem proud: happy are they that hear their detractions and can put them to mending. They say the lady is fair; ‘tis a truth, I can bear them witness; and virtuous; ‘tis so, I cannot reprove it; and wise, but for loving me; by my troth, it is no addition to her wit, nor no great argument of her folly, for I will be horribly in love with her. I may chance have some odd quirks and remnants of wit broken on me, because I have railed so long against marriage: but doth not the appetite alter? a man loves the meat in his youth that he cannot endure in his age. Shall quips and sentences and these paper bullets of the brain awe a man from the career of his humour? No, the world must be peopled. When I said I would die a bachelor, I did not think I should live till I were married. Here comes Beatrice. By this day! she’s a fair lady: I do spy some marks of love in her.

Enter BEATRICE

BEATRICE

Against my will I am sent to bid you come in to dinner.

BENEDICK

Fair Beatrice, I thank you for your pains.

BEATRICE

I took no more pains for those thanks than you take

pains to thank me: if it had been painful, I would

not have come.

BENEDICK

You take pleasure then in the message?

BEATRICE

Yea, just so much as you may take upon a knife’s

point and choke a daw withal. You have no stomach,

signior: fare you well.

Exit

BENEDICK

Ha! ‘Against my will I am sent to bid you come in

to dinner;’ there’s a double meaning in that ‘I took

no more pains for those thanks than you took pains

to thank me.’ that’s as much as to say, Any pains

that I take for you is as easy as thanks. If I do

not take pity of her, I am a villain; if I do not

love her, I am a Jew. I will go get her picture.

Exit”

ACT 3

SCENE I. LEONATO’S garden.

HERO

Good Margaret, run thee to the parlor;

There shalt thou find my cousin Beatrice

Proposing with the prince and Claudio:

Whisper her ear and tell her, I and Ursula

Walk in the orchard and our whole discourse

Is all of her; say that thou overheard’st us;

And bid her steal into the pleached bower,

Where honeysuckles, ripen’d by the sun,

Forbid the sun to enter, like favourites,

Made proud by princes, that advance their pride

Against that power that bred it: there will she hide her,

To listen our purpose. This is thy office;

Bear thee well in it and leave us alone.”

HERO

Now, Ursula, when Beatrice doth come,

As we do trace this alley up and down,

Our talk must only be of Benedick.

When I do name him, let it be thy part

To praise him more than ever man did merit:

My talk to thee must be how Benedick

Is sick in love with Beatrice. Of this matter

Is little Cupid’s crafty arrow made,

That only wounds by hearsay.

Enter BEATRICE, behind

Now begin;

For look where Beatrice, like a lapwing, runs

Close by the ground, to hear our conference.

URSULA

The pleasant’st angling is to see the fish

Cut with her golden oars the silver stream,

And greedily devour the treacherous bait:

So angle we for Beatrice; who even now

Is couched in the woodbine coverture.

Fear you not my part of the dialogue.

HERO

Then go we near her, that her ear lose nothing

Of the false sweet bait that we lay for it.

Approaching the bower

No, truly, Ursula, she is too disdainful;

I know her spirits are as coy and wild

As haggerds of the rock.

URSULA

But are you sure

That Benedick loves Beatrice so entirely?

HERO

So says the prince and my new-trothed lord.

URSULA

And did they bid you tell her of it, madam?

HERO

They did entreat me to acquaint her of it;

But I persuaded them, if they loved Benedick,

To wish him wrestle with affection,

And never to let Beatrice know of it.

URSULA

Why did you so? Doth not the gentleman

Deserve as full as fortunate a bed

As ever Beatrice shall couch upon?

HERO

O god of love! I know he doth deserve

As much as may be yielded to a man:

But Nature never framed a woman’s heart

Of prouder stuff than that of Beatrice;

Disdain and scorn ride sparkling in her eyes,

Misprising what they look on, and her wit

Values itself so highly that to her

All matter else seems weak: she cannot love,

Nor take no shape nor project of affection,

She is so self-endeared.

URSULA

Sure, I think so;

And therefore certainly it were not good

She knew his love, lest she make sport at it.

HERO

Why, you speak truth. I never yet saw man,

How wise, how noble, young, how rarely featured,

But she would spell him backward: if fair-faced,

She would swear the gentleman should be her sister;

If black, why, Nature, drawing of an antique,

Made a foul blot; if tall, a lance ill-headed;

If low, an agate very vilely cut;

If speaking, why, a vane blown with all winds;

If silent, why, a block moved with none.

So turns she every man the wrong side out

And never gives to truth and virtue that

Which simpleness and merit purchaseth.

URSULA

Sure, sure, such carping is not commendable.

HERO

No, not to be so odd and from all fashions

As Beatrice is, cannot be commendable:

But who dare tell her so? If I should speak,

She would mock me into air; O, she would laugh me

Out of myself, press me to death with wit.

Therefore let Benedick, like cover’d fire,

Consume away in sighs, waste inwardly:

It were a better death than die with mocks,

Which is as bad as die with tickling.

URSULA

Yet tell her of it: hear what she will say.

HERO

No; rather I will go to Benedick

And counsel him to fight against his passion.

And, truly, I’ll devise some honest slanders

To stain my cousin with: one doth not know

How much an ill word may empoison liking.

URSULA

O, do not do your cousin such a wrong.

She cannot be so much without true judgment–

Having so swift and excellent a wit

As she is prized to have–as to refuse

So rare a gentleman as Signior Benedick.

HERO

He is the only man of Italy.

Always excepted my dear Claudio.

URSULA

I pray you, be not angry with me, madam,

Speaking my fancy: Signior Benedick,

For shape, for bearing, argument and valour,

Goes foremost in report through Italy.

HERO

Indeed, he hath an excellent good name.

URSULA

His excellence did earn it, ere he had it.

When are you married, madam?

HERO

Why, every day, to-morrow. Come, go in:

I’ll show thee some attires, and have thy counsel

Which is the best to furnish me to-morrow.

URSULA

She’s limed, I warrant you: we have caught her, madam.

HERO

If it proves so, then loving goes by haps:

Some Cupid kills with arrows, some with traps.

Exeunt HERO and URSULA

BEATRICE

[Coming forward]

What fire is in mine ears? Can this be true?

Stand I condemn’d for pride and scorn so much?

Contempt, farewell! and maiden pride, adieu!

No glory lives behind the back of such.

And, Benedick, love on; I will requite thee,

Taming my wild heart to thy loving hand:

If thou dost love, my kindness shall incite thee

To bind our loves up in a holy band;

For others say thou dost deserve, and I

Believe it better than reportingly.

Exit”

Até para a pena frenética de Shakespeare isso foi muito mais rápido do que eu pensava!

ACT 3

SCENE II. A room in LEONATO’S house

he hath a heart as sound as a bell and his tongue is the clapper, for what his heart thinks his tongue speaks.”

BENEDICK

Gallants, I am not as I have been.

LEONATO

So say I methinks you are sadder.

CLAUDIO

I hope he be in love.

DON PEDRO

Hang him, truant! there’s no true drop of blood in

him, to be truly touched with love: if he be sad,

he wants money.

BENEDICK

I have the toothache.

DON PEDRO

Draw it.

BENEDICK

Hang it!

CLAUDIO

You must hang it first, and draw it afterwards.

DON PEDRO

What! sigh for the toothache?

LEONATO

Where is but a humour or a worm.

BENEDICK

Well, every one can master a grief but he that has

it.”

LEONATO

Indeed, he looks younger than he did, by the loss of a beard.

DON PEDRO

Nay, a’ rubs himself with civet [fragrâncias, perfume africano ou oriental]: can you smell him

out by that?

CLAUDIO

That’s as much as to say, the sweet youth’s in love.”

BENEDICK

Yet is this no charm for the toothache. Old

signior, walk aside with me: I have studied 8

or 9 wise words to speak to you, which these

hobby-horses must not hear.

Exeunt BENEDICK and LEONATO”

the two bears will not bite one another when they meet.”

CLAUDIO

Who, Hero?

DON PEDRO

Even she; Leonato’s Hero, your Hero, every man’s Hero:

CLAUDIO

Disloyal?”

DON PEDRO

O day untowardly turned!

CLAUDIO

O mischief strangely thwarting!

DON JOHN [Don Juan]

O plague right well prevented! so will you say when

you have seen the sequel.

Exeunt”

ACT 3

SCENE III. A street.

DOGBERRY

Come hither, neighbour Seacole. God hath blessed

you with a good name: to be a well-favoured man is

the gift of fortune; but to write and read comes by nature.”

DOGBERRY

True, and they are to meddle with none but the

prince’s subjects. You shall also make no noise in

the streets; for, for the watch to babble and to

talk is most [in?]tolerable and not to be endured.

Watchman

We will rather sleep than talk: we know what

belongs to a watch.

DOGBERRY

Why, you speak like an ancient and most quiet

watchman; for I cannot see how sleeping should

offend: only, have a care that your bills be not

stolen. Well, you are to call at all the

ale-houses, and bid those that are drunk get them to bed.”

Watchman

If we know him to be a thief, shall we not lay

hands on him?

DOGBERRY

Truly, by your office, you may; but I think they

that touch pitch will be defiled: the most peaceable

way for you, if you do take a thief, is to let him

show himself what he is and steal out of your company.

VERGES

You have been always called a merciful man, partner.

DOGBERRY

Truly, I would not hang a dog by my will, much more

a man who hath any honesty in him.

VERGES

If you hear a child cry in the night, you must call

to the nurse and bid her still it.

Watchman

How if the nurse be asleep and will not hear us?

DOGBERRY

Why, then, depart in peace, and let the child wake

her with crying; for the ewe that will not hear her

lamb when it baes will never answer a calf when he bleats.

DOGBERRY

One word more, honest neighbours. I pray you watch

about Signior Leonato’s door; for the wedding being

there to-morrow, there is a great coil to-night.

Adieu: be vigilant, I beseech you.

Exeunt DOGBERRY and VERGES

Enter BORACHIO and CONRADE”

BORACHIO

Stand thee close, then, under this pent-house, for

it drizzles rain; and I will, like a true drunkard,

utter all to thee.

Watchman

[Aside] Some treason, masters: yet stand close.

BORACHIO

Therefore know I have earned of Don John 1,000 ducats.

CONRADE

Is it possible that any villany should be so dear?

BORACHIO

Thou shouldst rather ask if it were possible any

villany should be so rich; for when rich villains

have need of poor ones, poor ones may make what

price they will.”

CONRADE

Yes, it is apparel.

BORACHIO

I mean, the fashion.

CONRADE

Yes, the fashion is the fashion.

BORACHIO

Tush! I may as well say the fool’s the fool. But

seest thou not what a deformed thief this fashion

is?”

BORACHIO

Seest thou not, I say, what a deformed thief this

fashion is? how giddily a’ turns about all the hot

bloods between 14 and five-and-thirty?

sometimes fashioning them like Pharaoh’s soldiers

in the reeky painting, sometime like god Bel’s

priests in the old church-window, sometime like the

shaven Hercules in the smirched worm-eaten tapestry,

where his codpiece seems as massy as his club?”

CONRADE

And thought they Margaret was Hero?

BORACHIO

Two of them did, the prince and Claudio; but the

devil my master knew she was Margaret; and partly

by his oaths, which first possessed them, partly by

the dark night, which did deceive them, but chiefly

by my villany, which did confirm any slander that

Don John had made, away went Claudio enraged; swore

he would meet her, as he was appointed, next morning

at the temple, and there, before the whole

congregation, shame her with what he saw o’er night

and send her home again without a husband.”

First Watchman

We charge you, in the prince’s name, stand!

Second Watchman

Call up the right master constable. We have here

recovered the most dangerous piece of lechery that

ever was known in the commonwealth.

First Watchman

And one Deformed is one of them: I know him; a’

wears a lock.

CONRADE

Masters, masters,–

Second Watchman

You’ll be made bring Deformed forth, I warrant you.

CONRADE

Masters,–

First Watchman

Never speak: we charge you let us obey you to go with us.

BORACHIO

We are like to prove a goodly commodity, being taken

up of these men’s bills.

CONRADE

A commodity in question, I warrant you. Come, we’ll obey you.

Exeunt”

ACT 3

SCENE IV. HERO’s apartment.

MARGARET

By my troth, ‘s not so good; and I warrant your

cousin will say so.

HERO

My cousin’s a fool, and thou art another: I’ll wear

none but this.”

MARGARET

Of what, lady? of speaking honourably? Is not

marriage honourable in a beggar? Is not your lord

honourable without marriage? I think you would have

me say, ‘saving your reverence, a husband:’ and bad

thinking do not wrest true speaking, I’ll offend

nobody: is there any harm in ‘the heavier for a

husband’? None, I think, and it be the right husband

and the right wife; otherwise ‘tis light, and not

heavy: ask my Lady Beatrice else; here she comes.

Enter BEATRICE”

HERO

Why how now? do you speak in the sick tune?

BEATRICE

I am out of all other tune, methinks.”

BEATRICE

Ye light o’ love, with your heels! then, if your

husband have stables enough, you’ll see he shall

lack no barns.

MARGARET

O illegitimate construction! I scorn that with my heels.”

“…By my troth, I am exceeding ill: heigh-ho!

MARGARET

For a hawk, a horse, or a husband?

BEATRICE

For the letter that begins them all, H.

MARGARET

Well, and you be not turned Turk, there’s no more

sailing by the star.

BEATRICE

What means the fool, trow?

MARGARET

Nothing I; but God send every one their heart’s desire!”

BEATRICE

I am stuffed, cousin; I cannot smell.

MARGARET

A maid, and stuffed! There’s goodly catching of cold.

BEATRICE

O, God help me! God help me! how long have you

professed apprehension?”

ACT 3

SCENE V. Another room in LEONATO’S house.

DOGBERRY

A good old man, sir; he will be talking: as they

say, when the age is in, the wit is out: God help

us! it is a world to see. Well said, i’ faith,

neighbour Verges: well, God’s a good man; an 2 men

ride of a horse, one must ride behind. An honest

soul, i’ faith, sir; by my troth he is, as ever

broke bread; but God is to be worshipped; all men

are not alike; alas, good neighbour!

LEONATO

Indeed, neighbour, he comes too short of you.

DOGBERRY

Gifts that God gives.

LEONATO

I must leave you.

DOGBERRY

One word, sir: our watch, sir, have indeed

comprehended 2 auspicious persons, and we would

have them this morning examined before your worship.

LEONATO

Take their examination yourself and bring it me: I

am now in great haste, as it may appear unto you.

DOGBERRY

It shall be suffigance.”

LEONATO

I’ll wait upon them: I am ready.

Exeunt LEONATO and Messenger

DOGBERRY

Go, good partner, go, get you to Francis Seacole;

bid him bring his pen and inkhorn to the gaol: we

are now to examination these men.”

ACT 4

SCENE I. A church. [na íntegra]

LEONATO

Come, Friar Francis, be brief; only to the plain

form of marriage, and you shall recount their

particular duties afterwards.

FRIAR FRANCIS

You come hither, my lord, to marry this lady.

CLAUDIO

No.

LEONATO

To be married to her: friar, you come to marry her.

FRIAR FRANCIS

Lady, you come hither to be married to this count.

HERO

I do.

FRIAR FRANCIS

If either of you know any inward impediment why you

should not be conjoined, charge you, on your souls,

to utter it.

CLAUDIO

Know you any, Hero?

HERO

None, my lord.

FRIAR FRANCIS

Know you any, count?

LEONATO

I dare make his answer, none.

CLAUDIO

O, what men dare do! what men may do! what men daily

do, not knowing what they do!

BENEDICK

How now! interjections? Why, then, some be of

laughing, as, ah, ha, he!

CLAUDIO

Stand thee by, friar. Father, by your leave:

Will you with free and unconstrained soul

Give me this maid, your daughter?

LEONATO

As freely, son, as God did give her me.

CLAUDIO

And what have I to give you back, whose worth

May counterpoise this rich and precious gift?

DON PEDRO

Nothing, unless you render her again.

CLAUDIO

Sweet prince, you learn me noble thankfulness.

There, Leonato, take her back again:

Give not this rotten orange to your friend;

She’s but the sign and semblance of her honour.

Behold how like a maid she blushes here!

O, what authority and show of truth

Can cunning sin cover itself withal!

Comes not that blood as modest evidence

To witness simple virtue? Would you not swear,

All you that see her, that she were a maid,

By these exterior shows? But she is none:

She knows the heat of a luxurious bed;

Her blush is guiltiness, not modesty.

LEONATO

What do you mean, my lord?

CLAUDIO

Not to be married,

Not to knit my soul to an approved wanton.

LEONATO

Dear my lord, if you, in your own proof,

Have vanquish’d the resistance of her youth,

And made defeat of her virginity,–

CLAUDIO

I know what you would say: if I have known her,

You will say she did embrace me as a husband,

And so extenuate the ‘forehand sin:

No, Leonato,

I never tempted her with word too large;

But, as a brother to his sister, show’d

Bashful sincerity and comely love.

HERO

And seem’d I ever otherwise to you?

CLAUDIO

Out on thee! Seeming! I will write against it:

You seem to me as Dian in her orb,

As chaste as is the bud ere it be blown;

But you are more intemperate in your blood

Than Venus, or those pamper’d animals

That rage in savage sensuality.

HERO

Is my lord well, that he doth speak so wide?

LEONATO

Sweet prince, why speak not you?

DON PEDRO

What should I speak?

I stand dishonour’d, that have gone about

To link my dear friend to a common stale.

LEONATO

Are these things spoken, or do I but dream?

DON JOHN

Sir, they are spoken, and these things are true.

BENEDICK

This looks not like a nuptial.

HERO

True! O God!

CLAUDIO

Leonato, stand I here?

Is this the prince? is this the prince’s brother?

Is this face Hero’s? are our eyes our own?

LEONATO

All this is so: but what of this, my lord?

CLAUDIO

Let me but move one question to your daughter;

And, by that fatherly and kindly power

That you have in her, bid her answer truly.

LEONATO

I charge thee do so, as thou art my child.

HERO

O, God defend me! how am I beset!

What kind of catechising call you this?

CLAUDIO

To make you answer truly to your name.

HERO

Is it not Hero? Who can blot that name

With any just reproach?

CLAUDIO

Marry, that can Hero;

Hero itself can blot out Hero’s virtue.

What man was he talk’d with you yesternight

Out at your window betwixt 12 and 1?

Now, if you are a maid, answer to this.

HERO

I talk’d with no man at that hour, my lord.

DON PEDRO

Why, then are you no maiden. Leonato,

I am sorry you must hear: upon mine honour,

Myself, my brother and this grieved count

Did see her, hear her, at that hour last night

Talk with a ruffian at her chamber-window

Who hath indeed, most like a liberal villain,

Confess’d the vile encounters they have had

A thousand times in secret.

DON JOHN

Fie, fie! they are not to be named, my lord,

Not to be spoke of;

There is not chastity enough in language

Without offence to utter them. Thus, pretty lady,

I am sorry for thy much misgovernment.

CLAUDIO

O Hero, what a Hero hadst thou been,

If half thy outward graces had been placed

About thy thoughts and counsels of thy heart!

But fare thee well, most foul, most fair! farewell,

Thou pure impiety and impious purity!

For thee I’ll lock up all the gates of love,

And on my eyelids shall conjecture hang,

To turn all beauty into thoughts of harm,

And never shall it more be gracious.

LEONATO

Hath no man’s dagger here a point for me?

HERO swoons

BEATRICE

Why, how now, cousin! wherefore sink you down?

DON JOHN

Come, let us go. These things, come thus to light,

Smother her spirits up.

Exeunt DON PEDRO, DON JOHN, and CLAUDIO

BENEDICK

How doth the lady?

BEATRICE

Dead, I think. Help, uncle!

Hero! why, Hero! Uncle! Signior Benedick! Friar!

LEONATO

O Fate! take not away thy heavy hand.

Death is the fairest cover for her shame

That may be wish’d for.

BEATRICE

How now, cousin Hero!

FRIAR FRANCIS

Have comfort, lady.

LEONATO

Dost thou look up?

FRIAR FRANCIS

Yea, wherefore should she not?

LEONATO

Wherefore! Why, doth not every earthly thing

Cry shame upon her? Could she here deny

The story that is printed in her blood?

Do not live, Hero; do not ope thine eyes:

For, did I think thou wouldst not quickly die,

Thought I thy spirits were stronger than thy shames,

Myself would, on the rearward of reproaches,

Strike at thy life. Grieved I, I had but one?

Chid I for that at frugal nature’s frame?

O, one too much by thee! Why had I one?

Why ever wast thou lovely in my eyes?

Why had I not with charitable hand

Took up a beggar’s issue at my gates,

Who smirch’d thus and mired with infamy,

I might have said ‘No part of it is mine;

This shame derives itself from unknown loins’?

But mine and mine I loved and mine I praised

And mine that I was proud on, mine so much

That I myself was to myself not mine,

Valuing of her,–why, she, O, she is fallen

Into a pit of ink, that the wide sea

Hath drops too few to wash her clean again

And salt too little which may season give

To her foul-tainted flesh!

BENEDICK

Sir, sir, be patient.

For my part, I am so attired in wonder,

I know not what to say.

BEATRICE

O, on my soul, my cousin is belied!

BENEDICK

Lady, were you her bedfellow last night?

BEATRICE

No, truly not; although, until last night,

I have this 12-month been her bedfellow.

LEONATO

Confirm’d, confirm’d! O, that is stronger made

Which was before barr’d up with ribs of iron!

Would the 2 princes lie, and Claudio lie,

Who loved her so, that, speaking of her foulness,

Wash’d it with tears? Hence from her! let her die.

FRIAR FRANCIS

Hear me a little;

For I have only been silent so long

And given way unto this course of fortune…

By noting of the lady I have mark’d

A thousand blushing apparitions

To start into her face, a thousand innocent shames

In angel whiteness beat away those blushes;

And in her eye there hath appear’d a fire,

To burn the errors that these princes hold

Against her maiden truth. Call me a fool;

Trust not my reading nor my observations,

Which with experimental seal doth warrant

The tenor of my book; trust not my age,

My reverence, calling, nor divinity,

If this sweet lady lie not guiltless here

Under some biting error.

LEONATO

Friar, it cannot be.

Thou seest that all the grace that she hath left

Is that she will not add to her damnation

A sin of perjury; she not denies it:

Why seek’st thou then to cover with excuse

That which appears in proper nakedness?

FRIAR FRANCIS

Lady, what man is he you are accused of?

HERO

They know that do accuse me; I know none:

If I know more of any man alive

Than that which maiden modesty doth warrant,

Let all my sins lack mercy! O my father,

Prove you that any man with me conversed

At hours unmeet, or that I yesternight

Maintain’d the change of words with any creature,

Refuse me, hate me, torture me to death!

FRIAR FRANCIS

There is some strange misprision in the princes.

BENEDICK

Two of them have the very bent of honour;

And if their wisdoms be misled in this,

The practise of it lives in John the bastard,

Whose spirits toil in frame of villanies.

LEONATO

I know not. If they speak but truth of her,

These hands shall tear her; if they wrong her honour,

The proudest of them shall well hear of it.

Time hath not yet so dried this blood of mine,

Nor age so eat up my invention,

Nor fortune made such havoc of my means,

Nor my bad life reft me so much of friends,

But they shall find, awaked in such a kind,

Both strength of limb and policy of mind,

Ability in means and choice of friends,

To quit me of them throughly.

FRIAR FRANCIS

Pause awhile,

And let my counsel sway you in this case.

Your daughter here the princes left for dead:

Let her awhile be secretly kept in,

And publish it that she is dead indeed;

Maintain a mourning ostentation

And on your family’s old monument

Hang mournful epitaphs and do all rites

That appertain unto a burial.

LEONATO

What shall become of this? what will this do?

FRIAR FRANCIS

Marry, this well carried shall on her behalf

Change slander to remorse; that is some good:

But not for that dream I on this strange course,

But on this travail look for greater birth.

She dying, as it must so be maintain’d,

Upon the instant that she was accused,

Shall be lamented, pitied and excused

Of every hearer: for it so falls out

That what we have we prize not to the worth

Whiles we enjoy it, but being lack’d and lost,

Why, then we rack the value, then we find

The virtue that possession would not show us

Whiles it was ours. So will it fare with Claudio:

When he shall hear she died upon his words,

The idea of her life shall sweetly creep

Into his study of imagination,

And every lovely organ of her life

Shall come apparell’d in more precious habit,

More moving-delicate and full of life,

Into the eye and prospect of his soul,

Than when she lived indeed; then shall he mourn,

If ever love had interest in his liver,

And wish he had not so accused her,

No, though he thought his accusation true.

Let this be so, and doubt not but success

Will fashion the event in better shape

Than I can lay it down in likelihood.

But if all aim but this be levell’d false,

The supposition of the lady’s death

Will quench the wonder of her infamy:

And if it sort not well, you may conceal her,

As best befits her wounded reputation,

In some reclusive and religious life,

Out of all eyes, tongues, minds and injuries.

BENEDICK

Signior Leonato, let the friar advise you:

And though you know my inwardness and love

Is very much unto the prince and Claudio,

Yet, by mine honour, I will deal in this

As secretly and justly as your soul

Should with your body.

LEONATO

Being that I flow in grief,

The smallest twine may lead me.

FRIAR FRANCIS

Tis well consented: presently away;

For to strange sores strangely they strain the cure.

Come, lady, die to live: this wedding-day

Perhaps is but prolong’d: have patience and endure.

Exeunt all but BENEDICK and BEATRICE

BENEDICK

Lady Beatrice, have you wept all this while?

BEATRICE

Yea, and I will weep a while longer.

BENEDICK

I will not desire that.

BEATRICE

You have no reason; I do it freely.

BENEDICK

Surely I do believe your fair cousin is wronged.

BEATRICE

Ah, how much might the man deserve of me that would right her!

BENEDICK

Is there any way to show such friendship?

BEATRICE

A very even way, but no such friend.

BENEDICK

May a man do it?

BEATRICE

It is a man’s office, but not yours.

BENEDICK

I do love nothing in the world so well as you: is

not that strange?

BEATRICE

As strange as the thing I know not. It were as

possible for me to say I loved nothing so well as

you: but believe me not; and yet I lie not; I

confess nothing, nor I deny nothing. I am sorry for my cousin.

BENEDICK

By my sword, Beatrice, thou lovest me.

BEATRICE

Do not swear, and eat it.

BENEDICK

I will swear by it that you love me; and I will make

him eat it that says I love not you.

BEATRICE

Will you not eat your word?

BENEDICK

With no sauce that can be devised to it. I protest

I love thee.

BEATRICE

Why, then, God forgive me!

BENEDICK

What offence, sweet Beatrice?

BEATRICE

You have stayed me in a happy hour: I was about to

protest I loved you.

BENEDICK

And do it with all thy heart.

BEATRICE

I love you with so much of my heart that none is

left to protest.

BENEDICK

Come, bid me do any thing for thee.

BEATRICE

Kill Claudio.

BENEDICK

Ha! not for the wide world.

BEATRICE

You kill me to deny it. Farewell.

BENEDICK

Tarry, sweet Beatrice.

BEATRICE

I am gone, though I am here: there is no love in

you: nay, I pray you, let me go.

BENEDICK

Beatrice,–

BEATRICE

In faith, I will go.

BENEDICK

We’ll be friends first.

BEATRICE

You dare easier be friends with me than fight with mine enemy.

BENEDICK

Is Claudio thine enemy?

BEATRICE

Is he not approved in the height a villain, that

hath slandered, scorned, dishonoured my kinswoman? O

that I were a man! What, bear her in hand until they

come to take hands; and then, with public

accusation, uncovered slander, unmitigated rancour,

–O God, that I were a man! I would eat his heart

in the market-place.

BENEDICK

Hear me, Beatrice,–

BEATRICE

Talk with a man out at a window! A proper saying!

BENEDICK

Nay, but, Beatrice,–

BEATRICE

Sweet Hero! She is wronged, she is slandered, she is undone.

BENEDICK

Beat–

BEATRICE

Princes and counties! Surely, a princely testimony,

a goodly count, Count Comfect; a sweet gallant,

surely! O that I were a man for his sake! or that I

had any friend would be a man for my sake! But

manhood is melted into courtesies, valour into

compliment, and men are only turned into tongue, and

trim ones too: he is now as valiant as Hercules

that only tells a lie and swears it. I cannot be a

man with wishing, therefore I will die a woman with grieving.

BENEDICK

Tarry, good Beatrice. By this hand, I love thee.

BEATRICE

Use it for my love some other way than swearing by it.

BENEDICK

Think you in your soul the Count Claudio hath wronged Hero?

BEATRICE

Yea, as sure as I have a thought or a soul.

BENEDICK

Enough, I am engaged; I will challenge him. I will

kiss your hand, and so I leave you. By this hand,

Claudio shall render me a dear account. As you

hear of me, so think of me. Go, comfort your

cousin: I must say she is dead: and so, farewell.

Exeunt”

ACT 4

SCENE II. A prison.

DOGBERRY

Write down, that they hope they serve God: and

write God first; for God defend but God should go

before such villains! Masters, it is proved already

that you are little better than false knaves; and it

will go near to be thought so shortly. How answer

you for yourselves?

CONRADE

Marry, sir, we say we are none.

DOGBERRY

A marvellous witty fellow, I assure you: but I

will go about with him. Come you hither, sirrah; a

word in your ear: sir, I say to you, it is thought

you are false knaves.

BORACHIO

Sir, I say to you we are none.”

First Watchman

This man said, sir, that Don John, the prince’s

brother, was a villain.

DOGBERRY

Write down Prince John a villain. Why, this is flat

perjury, to call a prince’s brother villain.

BORACHIO

Master constable,–

DOGBERRY

Pray thee, fellow, peace: I do not like thy look,

I promise thee.

Sexton [o tocador do sino numa côrte de justiça ou assembléia]

What heard you him say else?

Second Watchman

Marry, that he had received a thousand ducats of

Don John for accusing the Lady Hero wrongfully.”

Sexton

What else, fellow?

First Watchman

And that Count Claudio did mean, upon his words, to

disgrace Hero before the whole assembly. and not marry her.

DOGBERRY

O villain! thou wilt be condemned into everlasting

redemption for this.

Sexton

What else?

Watchman

This is all.

Sexton

And this is more, masters, than you can deny.

Prince John is this morning secretly stolen away;

Hero was in this manner accused, in this very manner

refused, and upon the grief of this suddenly died.

Master constable, let these men be bound, and

brought to Leonato’s: I will go before and show

him their examination.

Exit”

ACT 5

SCENE I. Before LEONATO’S house.

Bring me a father that so loved his child,

Whose joy of her is overwhelm’d like mine,

And bid him speak of patience;

Measure his woe the length and breadth of mine

And let it answer every strain for strain,

As thus for thus and such a grief for such,

In every lineament, branch, shape, and form:

If such a one will smile and stroke his beard,

Bid sorrow wag, cry ‘hem!’ when he should groan,

Patch grief with proverbs, make misfortune drunk

With candle-wasters; bring him yet to me,

And I of him will gather patience.

But there is no such man: for, brother, men

Can counsel and speak comfort to that grief

Which they themselves not feel; but, tasting it,

Their counsel turns to passion, which before

Would give preceptial medicine to rage,

Fetter strong madness in a silken thread,

Charm ache with air and agony with words:

No, no; ‘tis all men’s office to speak patience

To those that wring under the load of sorrow,

But no man’s virtue nor sufficiency

To be so moral when he shall endure

The like himself. Therefore give me no counsel:

My griefs cry louder than advertisement.”

I pray thee, peace. I will be flesh and blood;

For there was never yet philosopher

That could endure the toothache patiently,

However they have writ the style of gods

And made a push at chance and sufferance.”

My soul doth tell me Hero is belied;

And that shall Claudio know; so shall the prince

And all of them that thus dishonour her.”

DON PEDRO

Nay, do not quarrel with us, good old man.

ANTONIO

If he could right himself with quarreling,

Some of us would lie low.”

Nay, never lay thy hand upon thy sword;

I fear thee not.”

Tush, tush, man; never fleer and jest at me:

I speak not like a dotard nor a fool,

As under privilege of age to brag

What I have done being young, or what would do

Were I not old. Know, Claudio, to thy head,

Thou hast so wrong’d mine innocent child and me

That I am forced to lay my reverence by

And, with grey hairs and bruise of many days,

Do challenge thee to trial of a man.

I say thou hast belied mine innocent child;

Thy slander hath gone through and through her heart,

And she lies buried with her ancestors;

O, in a tomb where never scandal slept,

Save this of hers, framed by thy villany!”

My lord, my lord,

I’ll prove it on his body, if he dare,

Despite his nice fence and his active practise,

His May of youth and bloom of lustihood.”

Canst thou so daff me? Thou hast kill’d my child:

If thou kill’st me, boy, thou shalt kill a man.”

ANTONIO

He shall kill 2 of us, and men indeed:

But that’s no matter; let him kill one first;

Win me and wear me; let him answer me.

Come, follow me, boy; come, sir boy, come, follow me:

Sir boy, I’ll whip you from your foining [pontuda] fence;

Nay, as I am a gentleman, I will.”

Content yourself. God knows I loved my niece;

And she is dead, slander’d to death by villains,

That dare as well answer a man indeed

As I dare take a serpent by the tongue:

Boys, apes, braggarts, Jacks, milksops!”

Hold you content. What, man! I know them, yea,

And what they weigh, even to the utmost scruple,–

Scrambling, out-facing, fashion-monging boys,

That lie and cog and flout, deprave and slander,

Go anticly, show outward hideousness,

And speak off half a dozen dangerous words,

How they might hurt their enemies, if they durst;

And this is all.”

DON PEDRO

Gentlemen both, we will not wake your patience.

My heart is sorry for your daughter’s death:

But, on my honour, she was charged with nothing

But what was true and very full of proof.

LEONATO

My lord, my lord,–

DON PEDRO

I will not hear you.”

DON PEDRO

Leonato and his brother. What thinkest thou? Had

we fought, I doubt we should have been too young for them.

BENEDICK

In a false quarrel there is no true valour. I came

to seek you both.”

DON PEDRO

As I am an honest man, he looks pale. Art thou

sick, or angry?

CLAUDIO

What, courage, man! What though care killed a cat,

thou hast mettle enough in thee to kill care.

BENEDICK

Sir, I shall meet your wit in the career, and you

charge it against me. I pray you choose another subject.”

BENEDICK

Shall I speak a word in your ear?

CLAUDIO

God bless me from a challenge!

BENEDICK

[Aside to CLAUDIO] You are a villain; I jest not:

I will make it good how you dare, with what you

dare, and when you dare. Do me right, or I will

protest your cowardice. You have killed a sweet

lady, and her death shall fall heavy on you. Let me

hear from you.

CLAUDIO

Well, I will meet you, so I may have good cheer.

DON PEDRO

What, a feast, a feast?

CLAUDIO

I’ faith, I thank him; he hath bid me to a calf’s

head and a capon; the which if I do not carve most

curiously, say my knife’s naught. Shall I not find

a woodcock too?”

DON PEDRO

But when shall we set the savage bull’s horns on

the sensible Benedick’s head?

CLAUDIO

Yea, and text underneath, ‘Here dwells Benedick the

married man’?”

I must discontinue your company: your brother the bastard is fled from Messina: you have among you killed a sweet and innocent lady. For my Lord Lackbeard there, he and I shall meet: and, till then, peace be with him.

Exit”

CLAUDIO

He is then a giant to an ape; but then is an ape a

doctor to such a man.”

DON PEDRO

Did he not say, my brother was fled?

Enter DOGBERRY, VERGES, and the Watch, with CONRADE and BORACHIO”

DOGBERRY

Marry, sir, they have committed false report;

moreover, they have spoken untruths; secondarily,

they are slanders; sixth and lastly, they have

belied a lady; thirdly, they have verified unjust

things; and, to conclude, they are lying knaves.

DON PEDRO

First, I ask thee what they have done; thirdly, I

ask thee what’s their offence; sixth and lastly, why

they are committed; and, to conclude, what you lay

to their charge.”

I have deceived even your very eyes: what your wisdoms could not discover, these shallow fools have brought to light: who in the night overheard me confessing to this man how Don John your brother incensed me to slander the Lady Hero, how you were brought into the orchard and saw me court Margaret in Hero’s garments, how you disgraced her, when you should marry her: my villany they have upon record; which I had rather seal with my death than repeat over to my shame. The lady is dead upon mine and my master’s false accusation; and, briefly, I desire nothing but the reward of a villain.”

DON PEDRO

Runs not this speech like iron through your blood?

CLAUDIO

I have drunk poison whiles he utter’d it.

DON PEDRO

But did my brother set thee on to this?

BORACHIO

Yea, and paid me richly for the practise of it.”

CLAUDIO

Sweet Hero! now thy image doth appear

In the rare semblance that I loved it first.

DOGBERRY

Come, bring away the plaintiffs: by this time our

sexton hath reformed Signior Leonato of the matter:

and, masters, do not forget to specify, when time

and place shall serve, that I am an ass.

VERGES

Here, here comes master Signior Leonato, and the

Sexton too.

Re-enter LEONATO and ANTONIO, with the Sexton”

LEONATO

Art thou the slave that with thy breath hast kill’d

Mine innocent child?

BORACHIO

Yea, even I alone.”

Yet I must speak. Choose your revenge yourself;

Impose me to what penance your invention

Can lay upon my sin: yet sinn’d I not

But in mistaking.”

LEONATO

I cannot bid you bid my daughter live;

That were impossible: but, I pray you both,

Possess the people in Messina here

How innocent she died; and if your love

Can labour ought in sad invention,

Hang her an epitaph upon her tomb

And sing it to her bones, sing it to-night:

To-morrow morning come you to my house,

And since you could not be my son-in-law,

Be yet my nephew: my brother hath a daughter,

Almost the copy of my child that’s dead,

And she alone is heir to both of us:

Give her the right you should have given her cousin,

And so dies my revenge.”

DOGBERRY

Moreover, sir, which indeed is not under white and

black, this plaintiff here, the offender, did call

me ass: I beseech you, let it be remembered in his

punishment. And also, the watch heard them talk of

one Deformed: they say he wears a key in his ear and

a lock hanging by it, and borrows money in God’s

name, the which he hath used so long and never paid

that now men grow hard-hearted and will lend nothing

for God’s sake: pray you, examine him upon that point.”

LEONATO

[To the Watch] Bring you these fellows on. We’ll

talk with Margaret,

How her acquaintance grew with this lewd fellow.

Exeunt, severally”

ACT 5

SCENE II. LEONATO’S garden.

BENEDICK

Pray thee, sweet Mistress Margaret, deserve well at

my hands by helping me to the speech of Beatrice.

MARGARET

Will you then write me a sonnet in praise of my beauty?

BENEDICK

In so high a style, Margaret, that no man living

shall come over it; for, in most comely truth, thou

deservest it.

MARGARET

To have no man come over me! why, shall I always

keep below stairs?

BENEDICK

Thy wit is as quick as the greyhound’s mouth; it catches.

MARGARET

And yours as blunt as the fencer’s foils, which hit,

but hurt not.

BENEDICK

A most manly wit, Margaret; it will not hurt a

woman: and so, I pray thee, call Beatrice: I give

thee the bucklers.

MARGARET

Give us the swords; we have bucklers of our own.

BENEDICK

If you use them, Margaret, you must put in the

pikes with a vice; and they are dangerous weapons for maids.”

Sings

The god of love,

That sits above,

And knows me, and knows me,

How pitiful I deserve,–

I mean in singing; but in loving, Leander the good

swimmer, Troilus the first employer of panders, and

a whole bookful of these quondam carpet-mangers,

whose names yet run smoothly in the even road of a

blank verse, why, they were never so truly turned

over and over as my poor self in love. Marry, I

cannot show it in rhyme; I have tried: I can find

out no rhyme to ‘lady’ but ‘baby,’ an innocent

rhyme; for ‘scorn,’ ‘horn,’ a hard rhyme; for,

school,’ ‘fool,’ a babbling rhyme; very ominous

endings: no, I was not born under a rhyming planet,

nor I cannot woo in festival terms.

Enter BEATRICE”

BENEDICK

O, stay but till then!

BEATRICE

Then’ is spoken; fare you well now: and yet, ere

I go, let me go with that I came; which is, with

knowing what hath passed between you and Claudio.

BENEDICK

Only foul words; and thereupon I will kiss thee.

BEATRICE

Foul words is but foul wind, and foul wind is but

foul breath, and foul breath is noisome; therefore I

will depart unkissed.

BENEDICK

Thou hast frighted the word out of his right sense,

so forcible is thy wit. But I must tell thee

plainly, Claudio undergoes my challenge; and either

I must shortly hear from him, or I will subscribe

him a coward. And, I pray thee now, tell me for

which of my bad parts didst thou first fall in love with me?

BEATRICE

For them all together; which maintained so politic

a state of evil that they will not admit any good

part to intermingle with them. But for which of my

good parts did you first suffer love for me?

BENEDICK

Suffer love! a good epithet! I do suffer love

indeed, for I love thee against my will.

BEATRICE

In spite of your heart, I think; alas, poor heart!

If you spite it for my sake, I will spite it for

yours; for I will never love that which my friend hates.

BENEDICK

Thou and I are too wise to woo peaceably.

BEATRICE

It appears not in this confession: there’s not one

wise man among 20 that will praise himself.”

If a man do not erect in this age his own tomb ere he dies, he shall live no longer in monument than the bell rings and the widow weeps.”

BEATRICE

And how long is that, think you?

BENEDICK

Question: why, an hour in clamour and a quarter in

rheum: therefore is it most expedient for the

wise, if Don Worm, his conscience, find no

impediment to the contrary, to be the trumpet of his

own virtues, as I am to myself. So much for

praising myself, who, I myself will bear witness, is

praiseworthy: and now tell me, how doth your cousin?

BEATRICE

Very ill.

BENEDICK

And how do you?

BEATRICE

Very ill too.”

URSULA

Madam, you must come to your uncle. Yonder’s old

coil at home: it is proved my Lady Hero hath been

falsely accused, the prince and Claudio mightily

abused; and Don John is the author of all, who is

fed and gone. Will you come presently?

BEATRICE

Will you go hear this news, signior?

BENEDICK

I will live in thy heart, die in thy lap, and be

buried in thy eyes; and moreover I will go with

thee to thy uncle’s.

Exeunt”

ACT 5

SCENE III. A church.

CLAUDIO

Now, unto thy bones good night!

Yearly will I do this rite.

ACT 5

SCENE IV. A room in LEONATO’S house. [final]

Enter LEONATO, ANTONIO, BENEDICK, BEATRICE, MARGARET, URSULA, FRIAR FRANCIS, and HERO.”

FRIAR FRANCIS

Did I not tell you she was innocent?

LEONATO

So are the prince and Claudio, who accused her

Upon the error that you heard debated:

But Margaret was in some fault for this,

Although against her will, as it appears

In the true course of all the question.

ANTONIO

Well, I am glad that all things sort so well.

BENEDICK

And so am I, being else by faith enforced

To call young Claudio to a reckoning for it.

LEONATO

Well, daughter, and you gentle-women all,

Withdraw into a chamber by yourselves,

And when I send for you, come hither mask’d.

Exeunt Ladies

The prince and Claudio promised by this hour

To visit me. You know your office, brother:

You must be father to your brother’s daughter

And give her to young Claudio.”

BENEDICK

Friar, I must entreat your pains, I think.

FRIAR FRANCIS

To do what, signior?

BENEDICK

To bind me, or undo me; one of them.

Signior Leonato, truth it is, good signior,

Your niece regards me with an eye of favour.

LEONATO

That eye my daughter lent her: ‘tis most true.

BENEDICK

And I do with an eye of love requite her.

LEONATO

The sight whereof I think you had from me,

From Claudio and the prince: but what’s your will?

BENEDICK

Your answer, sir, is enigmatical:

But, for my will, my will is your good will

May stand with ours, this day to be conjoin’d

In the state of honourable marriage:

In which, good friar, I shall desire your help.”

Enter DON PEDRO and CLAUDIO, and two or three others.”

LEONATO

Good morrow, prince; good morrow, Claudio:

We here attend you. Are you yet determined

To-day to marry with my brother’s daughter?

CLAUDIO

I’ll hold my mind, were she an Ethiope.”


DON PEDRO

Good morrow, Benedick. Why, what’s the matter,

That you have such a February face,

So full of frost, of storm and cloudiness?

CLAUDIO

I think he thinks upon the savage bull.

Tush, fear not, man; we’ll tip thy horns with gold

And all Europa shall rejoice at thee,

As once Europa did at lusty Jove,

When he would play the noble beast in love.

BENEDICK

Bull Jove, sir, had an amiable low;

And some such strange bull leap’d your father’s cow,

And got a calf in that same noble feat

Much like to you, for you have just his bleat.”

CLAUDIO

Re-enter ANTONIO, with the Ladies masked

Which is the lady I must seize upon?

ANTONIO

This same is she, and I do give you her.

CLAUDIO

Why, then she’s mine. Sweet, let me see your face.

LEONATO

No, that you shall not, till you take her hand

Before this friar and swear to marry her.

CLAUDIO

Give me your hand: before this holy friar,

I am your husband, if you like of me.

HERO

And when I lived, I was your other wife:

Unmasking

And when you loved, you were my other husband.

CLAUDIO

Another Hero!

HERO

Nothing certainer:

One Hero died defiled, but I do live,

And surely as I live, I am a maid.”

LEONATO

She died, my lord, but whiles her slander lived.

FRIAR FRANCIS

All this amazement can I qualify:

When after that the holy rites are ended,

I’ll tell you largely of fair Hero’s death:

Meantime let wonder seem familiar,

And to the chapel let us presently.

BENEDICK

Soft and fair, friar. Which is Beatrice?

BEATRICE

[Unmasking] I answer to that name. What is your will?

BENEDICK

Do not you love me?

BEATRICE

Why, no; no more than reason.

BENEDICK

Why, then your uncle and the prince and Claudio

Have been deceived; they swore you did.

BEATRICE

Do not you love me?

BENEDICK

Troth, no; no more than reason.

BEATRICE

Why, then my cousin Margaret and Ursula

Are much deceived; for they did swear you did.

BENEDICK

They swore that you were almost sick for me.

BEATRICE

They swore that you were well-nigh dead for me.

BENEDICK

Tis no such matter. Then you do not love me?

BEATRICE

No, truly, but in friendly recompense.

LEONATO

Come, cousin, I am sure you love the gentleman.

CLAUDIO

And I’ll be sworn upon’t that he loves her;

For here’s a paper written in his hand,

A halting sonnet of his own pure brain,

Fashion’d to Beatrice.

HERO

And here’s another

Writ in my cousin’s hand, stolen from her pocket,

Containing her affection unto Benedick.

BENEDICK

A miracle! here’s our own hands against our hearts.

Come, I will have thee; but, by this light, I take

thee for pity.

BEATRICE

I would not deny you; but, by this good day, I yield

upon great persuasion; and partly to save your life,

for I was told you were in a consumption.

BENEDICK

Peace! I will stop your mouth.

Kissing her

DON PEDRO

How dost thou, Benedick, the married man?

BENEDICK

I’ll tell thee what, prince; a college of

wit-crackers cannot flout me out of my humour. Dost

thou think I care for a satire or an epigram? No:

if a man will be beaten with brains, a’ shall wear

nothing handsome about him. In brief, since I do

purpose to marry, I will think nothing to any

purpose that the world can say against it; and

therefore never flout at me for what I have said

against it; for man is a giddy thing, and this is my

conclusion. For thy part, Claudio, I did think to

have beaten thee, but in that thou art like to be my

kinsman, live unbruised and love my cousin.

CLAUDIO

I had well hoped thou wouldst have denied Beatrice,

that I might have cudgelled thee out of thy single

life, to make thee a double-dealer; which, out of

question, thou wilt be, if my cousin do not look

exceedingly narrowly to thee.”

BENEDICK

First, of my word; therefore play, music. Prince,

thou art sad; get thee a wife, get thee a wife:

there is no staff more reverend than one tipped with horn.

Enter a Messenger

Messenger

My lord, your brother John is ta’en in flight,

And brought with armed men back to Messina.

BENEDICK

Think not on him till to-morrow:

I’ll devise thee brave punishments for him.

Strike up, pipers.

Dance

Exeunt”

GLOSSÁRIO:

bleat: balido

buckler: escudo

capon: galo capado

codpiece: braguilha

ewe: ovelha fêmewa

foining: espetar; arma afiada

gaol: jail, gaiola

racemes: “An inflorescence having stalked flowers arranged singly along an elongated unbranched axis, with the flowers at the bottom opening first.” = CACHO, aproximadamente.

sea cole: “1. perennial of coastal sands and shingles of northern Europe and Baltic and Black Seas having racemes of small white flowers and large fleshy blue-green leaves often used as potherbs

Crambe maritima, sea kale

2. Crambe, genus Crambeannual or perennial herbs with large leaves that resemble the leaves of cabbages

3. herb, herbaceous plant – a plant lacking a permanent woody stem; many are flowering garden plants or potherbs; some having medicinal properties; some are pests”

shingles: “An acute viral infection characterized by inflammation of the sensory ganglia of certain spinal or cranial nerves and the eruption of vesicles along the affected nerve path. It usually strikes only one side of the body and is often accompanied by severe neuralgia. Also called herpes zoster.”

tartly: amargo

trow: “A trow was a type of cargo boat found in the past on the rivers Severn and Wye in Great Britain and used to transport goods.” encyclopedia.thefreedictionary.com

ALICES‘ ABENTEUER IM WUNDERLAND – trad. Antoine Zimmermann

Alice no País das Maravilhas revertido ao Português a partir da tradução alemã e (levemente) modificado a gosto. – Apenas as melhores passagens. Com as atualizações para este século espero não ofender a memória de Carroll!

E de que valem os livros”, concluiu Alice, “sem figuras e diálogos?”

Em meio à queda ela pegou, de um dos quadros, um potinho com os dizeres: “LARANJAS EM CONSERVA”, porém, para imenso pesar seu, ele estava vazio.

Ah!“ disse Alice de si para si, “depois de tamanha queda nunca vou conseguir subir de volta ainda que me depare com uma escada! Quão longe de casa ela já não estaria! Já falei tanto em voz alta desde que comecei a cair que acho que falei mais do que em toda a minha vida anterior!” (O que muito provavelmente era verdade.) “Gostaria de falar menos, pois significa que cairia menos!”

Pra baixo, pra baixo, pra baixo! Esse precipício não quer acabar nunca? „Quantos kilômetros será que eu ainda vou cair?“ Continuou a menina em voz alta. „Eu devo estar lá pela metade do trajeto! Deixa ver… isso deve dar uns 1350 kilômetros, segundo os meus cal–“(é bom que se saiba: Alice só tinha aprendido uma ou outra coisa na escola, e embora essa não fosse uma ocasião tão oportuna para exibir seus conhecimentos, até porque ninguém a ouvia, talvez ela não estivesse tão longe de acertar, chutando como o Messi) – “É, mais ou menos por aí; mas em que latitude e longitude seria isso?” (Alice não ligava o mínimo para o conceito de latitude e longitude; ela só queria mesmo era usar substantivos bonitos.)

Logo ela estaria batendo na mesma tecla. “Ah, como eu queria cair de uma vez no chão! Que engraçadas não devem ser, lá embaixo, as pessoas andando de ponta-cabeça! Como eles se chamam mesmo? Os Antipáticos, eu acho.” (Dessa vez ela no fundo agradecia de todo coração ninguém poder ouvir, pois a palavra estava muito mal-empregada.) “Claro que assim que chegar eu devo perguntar como é que se chama o país. Por gentileza, senhora, essa é a Nova Zelândia ou a Austrália? (E ela tentou se ajoelhar – para fazer a mímica de quem agradece a informação, mas é meio difícil fazer isso em queda livre! Poderia ela conseguir com muito esforço?) „Mas ela me tomaria por uma menininha muito tola, ao ouvir essa pergunta! Não, não é pergunta que se faça! Quem sabe eu consiga ler em alguma placa.”

DINÁ com certeza vai sentir minha falta à noite!” (Dinah era a gata.) “Tomara que não esqueçam de colocar leite no pires dela na hora do chá. Diná! Bichinha! eu queria que você estivesse aqui embaixo comigo. Só o que me preocupa é que não tem nenhum rato no espaço; mas tenho certeza que ela acharia um papagaio. Aposto que ela ia adorar esse salto infinito! E gatos caçam papagaios?” . . . “Será que gatos gostam de caçar papagaios? Gostam gostam gostam? Gostam papagaios de caçar gatos?“

A primeira idéia de Alice foi que essa chave deveria ser a de uma das portas do corredor. Porém, todas as chaves ou eram demasiado grandes, ou demasiado pequenas; logo, ela estava de volta ao início. Quando ela repassava pelos mesmos lugares, deparou-se com cortinas baixinhas que não havia percebido na primeira volta. Afastou-as e viu que detrás havia uma portinhola, de coisa de uns 40 centímetros, no máximo. Ela testou a chavinha dourada no trinco na fechadura, e, para euforia sua, a tranca deu um click.

Ao abrir a porta Alice se achou no meio de um corredor pequenito, não muito maior que uma casa de rato.

Dessa vez ela encontrou uma garrafinha. “Isso com certeza não estava aqui antes”, disse Alice; e do gargalo do objeto pendia uma etiqueta, escrito “BEBA-ME!” em belas e garrafais (sem trocadilhos!) letras, digo, fontes, nada úmidas. Na verdade, minto: estava escrito “Beba-me”, em caixa baixa. É que a sede e o desespero nos fazem ver tudo maior, e com pontos de exclamação! Mas a precoce Alice, parecendo uma adulta, não queria se resolver tão rápido a cumprir ordens alheias, pois quem é adulta não adula. “Não nos precipitemos! Vai que é um veneno – melhor prevenir!”

e aquilo cheirava muito bem (era uma mistura de torta de cereja com chantilly, abacaxi, peru assado e rabanada), então ela não resistiu e bebeu tudo, glut-glut!

agora Alice tinha 25 centímetros de altura, e seu rosto demonstrava satisfação com a própria genialidade, posto que ela passava a ter o tamanho certo para atravessar a porta e ir ao belo jardim!

COMA-ME!“, estava escrito numa bela letrinha. “Ótimo, vou comê-lo com gosto”, disse Alice, “e quando eu ficar maior vou alcançar o molho de chaves; depois que encolher uma segunda vez vou poder rastejar pelo buraco da porta. No fim das contas vou chegar ao jardim – então dá tudo na mesma!

Ela mastigou um pedacinho, e falou intrigada para si mesma: “Pra cima ou pra baixo?” Ela encostou a mão na cabeça e ficou estupefata: como estava grande! Claro que ela já contava com isso; é que tudo estava dando tão certo que ela não podia deixar de se maravilhar com cada coisa!

Ela não hesitou e comeu o bolo todinho.

Ai, meus pobres pezinhos! quando vou poder calçar umas meias e sapatos em vocês, meus queridinhos? … vou presenteá-los todo Natal com um par de botas novo!”

Pobre Alice! de súbito, antes de que se pudesse aperceber, ela já estava na ponta dos sapatos, com um olho espionando o jardim; mas logo o que se passaria lhe daria muito o que pensar. Ela se sentou e se segurou para não recomeçar a chorar.

Era o coelho branco, que vinha exuberantemente bem-vestido e com brilhantina no penteado, com um par de luvas numa mão e um leque na outra. Ele aloprava em grandes passadas enquanto deixava escapar: “Ó! a duquesa, a duquesa! logo ela vai sair, e eu deixando-a esperar!” … O coelho a seguia, deixando o par de luvas brancas e o leque cair, arranjando-se noite adentro, como podia.

Eu certamente não sou Ida“, dizia ela, “pois ela possui longos cachos, ao passo que meu cabelo não é nada cacheado; e na melhor das hipóteses Clara eu também não sou, pois que eu sou tão clarinha, e ela, ah, ela de clara não tem nada! Além do mais, ela é ela mesma, e eu sou eu, e, ah, como tudo é tão confuso! … Deixe-me ver: 4 vezes 5 é 12, e 4 vezes 6 é 13, e 4 vezes 7 é – ai ai! nessa arte do cálculo não sei passar do 20! Ah, mas a tabuada também não vai a tanto… Agora vamos de Geografia. Rondônia é a capital de Porto Velho, e Roráima é a capital de Cegueira, e Romaria––não, eu acho que tudo isso está errado! Eu preciso ser como a Clara!…”

…quando Clara eu for, gostaria de aqui embaixo ficar!…”

mas tão pequenina eu sou como nunca se viu, não, nunquinha! E devo dizer que isso é deveras horrível, ah se é!”

* * *

Ô rato, sabe o que é? desde que pulamos nesse lodo todo estou cansadíssima de nadar, ô rato!” (Alice meditou com que idioma devia dirigir-se a um rato falante; Alice não tinha certeza de todo, mas sua memória tão prodigiosa recordava que na gramática teutônica de seu irmão lia-se “Eine Maus – einer Maus – einer Maus – eine Maus – Maus!”)

Talvez ele não seja civilizado”, pensou Alice, “quem sabe é um selvático, aquele que acompanhava Guilherme o King Kongquistador” (apesar do conhecimento anedótico de Alice em História, ela não tinha muita noção de quanto tempo havia passado desde cada evento que podia evocar, e andava misturando as lições com videogames e filmes do Tarzan). Ela conseguiu se lembrar de uma coisa das suas aulas de Espanhol: “donde queda mi gatita?”. Na verdade era a primeira frase do seu livro-texto de conversação. O rato aumentou o ímpeto de suas patinhadas n’água, revelando pavor no tremor.

Não gosto de gatos!”, gritou o rato, todo eriçado, com uma voz fora de si.

Você ia gostar de gatos, se estivesse no meu lugar?”

Não, nunquinha”, Alice respondeu num tom displicente: “não seja mais mau! Se você se comportar não te vou mostrar nossa gata Diná…”

…e ela é uma caçadora de ratos tão famosa –– ó, eu peço perdão!” repetiu Alice, se contendo para não amedrontar ainda mais o pobre rato; ela realmente não podia evitar, mas não fazia por mal. “Prometo que não volto a tocar no assunto enquanto você não quiser!”

Então o rato nadou rápido como nunca, superando em muito a agilidade de Alice, evadindo o grande lodaçal num átimo.

lá estavam um pato e um dodô, um papagaio de penas vermelhas e uma jovem águia, e ainda uma variedade de criaturas exóticas. Alice meteu-se de penetra nesta distinguida sociedade assim que chegou à margem do grande lago-poça.

* * *

A primeira questão foi, para tentar resumir: … Uma grande diatribe com o papagaio, tipo ranzinza, que gostava de ficar repetindo: “eu sou mais velho que você e portanto devo ser mais sábio”; Alice não deixava por menos e questionava a idade da ave teimosa, mas isso o papagaio não sabia ou não queria esclarecer. No fim nada ficou decidido, ninguém levou a melhor na discussão desarrazoada. Esse papagaio gostava de repetir o argumento!

…Guilherme o Kongquistador do Chic-eiro, que exigiu privilégios da Peppa, foi muito querido pelos selvagens, e logo se tornou o líder que eles tanto procuravam; não custaria muito para Guilherme usurpar e conquistar o Cacho de Bananas. Edviges e Hog-Verrugartz, Grafeno de Mércia e Niobitumba“

AAAH!“, bocejou o papagaio.

Foi o que me pareceu“, disse o rato – “Vou mais longe: Edviges e Hog-Verrugartz, Grafeno de de Mércia e Niobitumba, esclareceu em adição; o próprio Stigândhi, o patriota arcebispo de Canterbury achou melhor—„

Achou O QUÊ?“ perguntou a formiga.

ACHOU“, redarguiu o rato já um tanto fora de si: “você quer saber mais do o narrador o que cada palavra significa…”

Eu sei muito bem o que PALAVRAS significam, quando EU as acho”, continuou a formiga: “De praxe o que se acha é um sapo ou um verme. A pergunta é: o que achou o arcebispo?”

O rato fingiu que não ouviu a pergunta, e deu prosseguimento: “…achou melhor, acompanhado de Edu Moscóvis, recusar a coroa a Guilherme. Guilherme apesar de muito ponderado, cedeu ao seu temperamento primata insolente, não é mesmo, minha querida?”, foi se voltando para Alice conforme discorria.

Nem tanto ao mar nem tanto à terra”, foi cortando Alice: “não ponha palavras na minha boca.”

Nesse caso”, disse o dodô, todo solene: “eu proponho que a assembléia entre em recesso até que possamos efetivamente esmiuçar os novos fatos e…”

Fale direito!”, respondeu a águia. “Eu não distingo o sentido de suas longas palavras, e nem pretendo!”, terminou de dizer contraindo o pescoço, e se esforçando para ocultar um risinho de canto. Todas as outras aves começaram a piar em visível aprovação.

O que se queria dizer”, falou o dodô, em tom exaltado, “era que o melhor meio para nos decidirmos seria organizar uma corrida eleitoral.”

O que é uma corrida eleitoral?” perguntou Alice, sem muita vontade de saber, na verdade; mas o dodô seguia seu raciocínio, como se não ouvira a pergunta; e nenhum outro animal se dispôs a respondê-la.

Então”, emendou o dodô, “a melhor arte, aquela que esclarece, é o jogo.”

Antes do “um, dois, três, já!” ela já partiu em disparada, queimando a largada, vendo-se logo que isso não era algo fácil de organizar, pois nem mesmo se havia decidido ainda qual seria a linha de chegada (e haveria quantos turnos?). Decorria cerca de meia hora desde que o corre-corre tinha começado quando o dodô aclamou de súbito: “A corrida terminou!”, e ninguém queria mesmo continuar a correr (votar!), com dor nos dedos. E todos se perguntaram ao mesmo tempo: “E quem diabos ganhou?”

Essa dúvida o dodô não respondeu sem muita prévia reflexão, de modo que ele se sentou com um dedo apoiando a testa (a mesma postura de Shakespeare em um de seus retratos), enquanto a multidão conservava o silêncio, na expectativa. Finalmente disse o dodô: “Cada um ganhou, e todos devem receber o prêmio, pois isto é uma democracia!”

Mas quem deve DAR o prêmio?” perguntou todo um coro uníssono de vozes.

Obviamente que ela!”, disse o dodô, com a pata a apontar Alice. E assim todos daquele círculo se dirigiram a Alice, gritando: “Prêmio, prêmio!”

Alice não fazia a menor idéia do que fazer; em seu desespero, meteu a mão no bolso e achou um pacotinho de doces (afortunadamente fechado, não estragado pela água salgada); o que ela ofereceu como recompensa. Ela distribuiu um quitute para cada.

Contudo, saibam vocês que a menina também deve receber um prêmio”, interveio o rato.

É justo”, respondeu com equanimidade o dodô. “O que tem você ainda no bolso?”

Só um dedal”, respondeu Alice, desolada.

Para mim, é bom o bastante”, continuou o dodô, embora o presente não fôra para ele. Todos estavam em círculo ao redor de Alice, no momento em que o dodô se apossava cerimoniosamente do dedal para examiná-lo com mais cuidado, e também para fazer o papel de presenteador, e logo encetava outro discurso com ar grandiloqüente: “Solicitamos que a menina aceite gentilmente esse elegante dedal, o qual eu do-dou, comparável a deliciosas ba-bagas de nossa pra-praça!”; e ao encerrar dis-discurso um tanto efêmero e pouco espetaculoso para tanta cerimônia, receberam, tanto o orador como a presenteada pelo seu próprio dedal, o aplauso geral. Tudo bem quando termina bem.

Alice achou tudo aquilo muitíssimo tolo; mas essa assembléia dos animais parecia se levar tão a sério e ser tão compenetrada no que fazia que ela não se permitiu rir em voz alta, preferindo, em vez disso, e na falta do que falar, inclinar-se em agradecimento em gesto simples, estendendo as mãos depois a fim de receber seu dedal de volta por graça dos animais. Foi uma performance bastante respeitável.

Você me prometeu contar sua história“, disse Alice – „e donde vem isso de você desdenhar os kás e agás?“

Ah“, suspirou o ratinho, „você decreto não ia querer conhecer minha história; pois é uma história muito longa e muito hemorrágica.“

Com isso, foi o ratinho que fez perguntas a Alice.

O seu rabo não te deixa mentir? Será possível? Deve ser verdade!“

Alice via com admiração como a rabicha do ratinho se encolhia toda por entre suas patas traseiras; „mas como, hemorrágica? Que mágica faz você então?

…Vamos, coragem, não se esquive tanto! eu tenho de te fazer perguntas, senão não terei com o que passar os próximos dois dias.“

…caro Senhor, sem juiz, sem testemunhas, nada disso é necessário!“

Eu sou testemunha, eu sou juiz“, falou, com uma careta astuta e cortante, „A pergunta me convém e condena-o à morte!“

Não passe da medida!“, pronunciou o rato, se sentindo enforcado pelas palavras de Alice. „O que é que você está pensando?!“

Peço perdão“, respondeu Alice, muito contristada: „mas é que você mudou de assunto umas 50 vezes, eu acho, mudou mais que de mão o bilhete premiado…“

Pré…miado!!“, exclamou o rato, resoluto e já fora de si.

Premiado!“, exclamou Alice, que gostava tanto de fazer novos amigos, e via no rato mais um. „Ó, mas e agora, quer mudar de assunto quando o papo eu engato??“

En…gato!!“, contestou o rato por reflexo, começando, incomodado, a se mexer do lugar. „Já não posso mais escutar uma palavra quando você brinca com essas coisas!“

Eu não fiz por mal!“, se desculpou outra vez a pobre Alice. „Ah, mas você é tão, tão sensível!”

O rato só resmungou em resposta.

Por favor, volte, e conte-me sua história direito!“, insistiu Alice num berro; e os demais, todos em coro: „Isso, por favor, vai, conta!“ – mas o ratinho se tremeu todo, de medo ou de raiva, balançou a cabeça e seguiu adiante a passos rápidos.

e uma velha sapa aproveitou o ensejo para confidenciar a sua filha: „Sim, sim, minha criança! aproveite essa lição, nunca deixe o mau humor prevalecer! „Ó, cale esta língua grande, mamãe!“, respondeu a jovem sapa malcriada.

Eu queria muito que Diná estivesse aqui, ah, como eu queria!“, exclamou Alice em voz alta, mas sem se dirigir a ninguém em específico. „Diná iria atrás dele com toda certeza!“

E quem é Diná, se posso lhe perguntar?“, ousou o papagaio.

Alice respondeu com firmeza e comoção, com aquela firmeza e comoção de quem fala do coração: „Diná é nossa gata, e o passatempo dela é caçar ratos, caça tão bem que vocês nem imaginam! E, ah!, ela já persegue pássaros também! Uma vez ela comeu uma avezinha que foi uma beleza! Ela fica com uma careta tão assustadora nessas horas!“

Essa confidência deu azo a uma bagunça muito maior que a da corrida eleitoral de agora há pouco. Num piscar de olhos os bichos que voavam haveriam de dar o fora: uma pega-rabuda velhinha, coitada, se encolheu toda; antes de pronunciar: „Eu tenho mesmo de ir para casa! Esse sereno não é nada bom para minha garganta!“ e um canário pipilou para seus filhotes: „Vamos, vamos, criançada! Já está na hora de dormir, vamos para a cama, vamos!“ Com essas convincentes desculpas e fórmulas protocolares foram-se afastando todos, deixando Alice completamente sozinha no meio da sede daquela grande assembléia, agora deserta.

* * *

a duquesa! a duquesa! Ah, minhas patas tão molengas! ah, minha pelugem e minha barba! Ela vai me tosar e enforcar, tão certo como furões são furões! Ah, onde elas podem ter caído no caminho? Eu não entendo!“

Que é que você faz aqui, Mariana? Vá neste instante a sua casa e me arranje um par de luvas e um leque! Depressa!

Entrementes, chegou Alice a um quartinho bem arrumadinho, com mesa que dava para uma janela e, lá fora (como Alice já esperava) um leque e dois ou três parzinhos de luvas de tafetá … Dessa vez, nada de bilhetes nem recados como „BEBA-ME“. Mesmo assim, embebida em confiança, se me permitem a expressão, Alice puxou a tampa e botou a garrafa entre os lábios.

Mas“, disse Alice, „quer dizer que não fiquei mais alta? Bem, isso é um alívio! – não ser uma mulher altona… – se bem que… meninas altas não têm de fazer dever de casa nem ir pra escola! Ah, ISSO eu não queria ter de fazer!“

Ah, simplória Alice!“, disparou ela para si mesma. „Como poderia você estudar por aqui? Olhe ao redor, por um acaso você está vendo algo parecido com uma escola? Nem muito menos um livro-texto eu vi, desde que cheguei!“

…Aqui, Abelagarto! o senhor exclamou: você tem de trepar pela chaminé!“

Primeiro ouviu um coro geral: „Lá está o Abel a voar!“, depois a voz do coelho, solo: „Na queda, entalou o seu traseiro!“, e em seguida um grande silêncio. Por último, de novo uma confusão de vozes:

– Não, prendeu foi a cabeça!

– Mais aguardente!

– Não o sufoquem!

– Como vai, meu velho? que foi que lhe aconteceu? conte-nos a todos!

Eu mesmo não sei – Mas estou bem, obrigado! Estou muito melhor – mas ainda estou muito irritado para contar“

Chovia muitíssimo, mas Alice conseguiu correr logo para debaixo duma mata bem espessa.

O principal a fazer agora“, disse Alice consigo, enquanto aguardava debaixo do arvoredo, „é esperar juntinho do maior tronco dessa floresta; e, em segundo lugar, achar a estrada para aquele jardim tão lindo. É, não tem plano melhor!”

Soou mesmo como um plano primoroso, bem-feito, como se de há muito pensado e repensado. O único problema era que ela podia até ser boa para planejar, mas era péssima para executar!

* * *

O bom conselho da lagartixa.

A lagartixa e Alice se entreolharam longamente. Finalmente, a lagartixa agarrou seu hookah e o levou à boca, aproveitando, enlanguescida, cada parcela da fumaça. Sua voz saiu toda lerda e anestesiada: „Quem é você?“

Não foi um começo de conversa promissor. Alice respondeu: „Eu – eu não sei bem, agora – talvez eu soubesse quem eu era hoje quando acordei; mas tanta coisa aconteceu e me transformei tantas vezes que agora estou confusa!“

Que quer dizer?“, respondeu a lagarta, insolente. „Me esclareça!“

Receio que eu não possa esclarecer nada, lagartixa, porque eu não sou eu, a senhora vê agora?“

Eu não vejo, não.“

Eu não consigo mesmo explicar…“, emendou Alice, muito polida: „…o que eu não consigo entender. Quando alguém encolhe e aumenta tantas vezes num só dia, fica todo atrapalhado!“

Não, não fica, não!“

Talvez você não tenha percebido, mas é que quando você está no casulo se metamorfoseia, fica mais curta ou mais longa, quer dizer, os dois, porque umas partes suas encolhem e até somem, outras encompridam, até nascem! E aí vira uma borboleta, não é engraçado isso?“

De modo algum.“

Você muda muito, muito mesmo, parece outra! até onde EU sei isso é uma coisa muito curiosa de ver!“

VOCÊ!“, a lagarta respondeu com desprezo. „Quem é você então?“

E aqui estávamos de volta ao começo do diálogo outra vez! Alice já estava irritada com a situação, porque falava muito, com cortesia e afeto, e recebia respostas curtas e grossas. Parecia que não ia dar liga! Ela atirou a cabeça pra trás e falou, muito convencida, mudando de estratégia: „Eu ACHO que VOCÊ devia me falar PRIMEIRO QUEM É VOCÊ?!“

POR QUÊ?“

Ai, outra pergunta difícil. E Alice estava quase sem chão ou meios de se desembaraçar. Alice decidiu que não ia conseguir nada ficando ali e tentando seu melhor, então já estava prestes a seguir o seu caminho.

Venha cá!“, disse inesperadamente a lagartixa, „eu tenho algo importante a dizer!“

Alice, por mais brava que estivesse, achava difícil de resistir à curiosidade. Deu meia-volta e, fingindo relutância, aproximou-se.

Não seja desconfiada!“, observou a esperta lagartixa.

Isso é tudo?“, perguntou Alice, incrédula e decepcionada demais para tentar se comportar diante da estranha interlocutora.

Não…“

Alice pensou: quer saber? Vou esperar e ter paciência, não tenho mesmo nada melhor que fazer! Talvez, quem sabe, essa daí desembucha e fala alguma coisa de útil. Vale o esforço, já que já estou aqui! Alguns minutos depois, exalou fumaça a lagartixa, sem a menor pressa; até que, por fim, tirou o hookah da boca e pronunciou: Você está dizendo, mocinha,… que t a m b é m se t r a n s f o r m a ?!“

Eu não consigo, lagartixa, passar dez minutos simplesmente vendo as coisas gigantescas ou minúsculas… Estou sempre tendo que trocar tudo!“

Não consegue ver as coisas só dum jeito?“

É isso que eu estava tentando dizer esse tempo todo! Como se eu fosse uma estranha pro meu próprio corpo, entende? Mas não posso evitar!“, finalmente pôs tudo para fora a borocoxô Alice.

E dizia: Você é velho, Pai Martinho“, disse a lagartixa.

Alice cruzou as mãos sobre o peito e começou a recitar:

Você é velho, Pai Martinho“, assim dizia Juca Troll,

E suas cãs tão compridas;

Mesmo assim você fica o tempo todo de ponta-cabeça;

Como é que você nem transpira?”

Quando eu era jovem,“ o Pai Martinho respondia,

Exclamava: Ai, para o cérebro esse frio não é bom!

Foi aí que descobri que eu não tinha nada a perder

Então encarei com coragem a questão,

Aquecendo meu cérebro no chão!“

Você é velho“, dizia o rapaz, „e é tão gordo!

Não tinha como dar cambalhotas para trás na sua idade sem tombar!

Cruzes vezes mil! Como é que você dá conta?“

Quando eu era jovem“, respondia o velho ao jovem tão confuso,

Eu me machuquei e caí no chão, que estorvo!

Aí passei essa pomada, que me deixou tão elástico

Como dois de você, sua anta!“

Você é velho“, dizia o rapaz, „e todo desdentado,

Como é que pode conseguir a carne dura mastigar?

Seu segredo você me contará!“

Ah, eu muito discuti na vida porque era magistrado,

Sobretudo com minha querida mulher, dona do lar;

Nessa arte fiquei tão refinado,

Que minha boca até aço tritura se deixar!“

Você é velho“, dizia o rapaz, „e nem era assim tão graçola;

Agora fica aí todo-prosa

Igual artista de circo! Até uma enguia

Equilibra – na ponta do nariz!

Me explica todo esse dom!“

Três respostas tiveste tu, ó besta, e já basta!

Ou vou te ensinar uma lição (das boas),

No quadro-negro e de giz

Para ver se esta tua cabeça quente esfria!“

Tem algo errado“, disse a lagartixa.

É, tem uns errinhos na canção, eu acho“, disse Alice, acanhada; „Eu sou boa em trocar umas palavras pelas outras sem querer…“

Não é isso: está errado do começo ao fim“, disse a lagartixa toda empertigada. Seguiu-se um silêncio comprido de um minuto.

A lagartixa foi quem voltou a falar primeiro: „Quão grande você QUER ficar?“.

Ah, não é ficar desse ou daquele tamanho que eu acho ruim, é só ficar toda hora trocando de tamanho que não é lá muito agradável, concorda?”, respondeu Alice com vivacidade.

Não, não concordo, não!“

Alice nem respondeu. Nunca na vida ela se sentiu tão contrariada por alguém! Ou essa lagartixa não prestava ou, ela pensou, estava ficando muito suscetível à opinião alheia!

Você está satisfeita agora?“, deu corda de novo à conversa a lagartixa.

Eu queria ficar, na verdade, um pouquinho mais alta, senhora lagartixa, se me fosse permitido escolher… três polegadas e meia não é um tamanho muito bom!“

Pelo contrário, isso é ser bastante alto, a altura ideal, eu acho“, rebateu a exasperada lagartixa, que não admitia contrariedades. Para acompanhar a fala, se estirou toda como estava em cima da folha, para parecer mais impávida, o que a deixava com 3 polegadas de altura.

Mas é que eu não estou habituada!“, lançou a modo de escusa a pobre menina, não sem muita manha na voz. E neste momento ela pensava: „Eu queria poder pegar numa mão todas essas criaturas atrevidas cheias de más-línguas!“

Pois com o tempo todo mundo se acostuma“, disse a lagartixa sonolenta antes de voltar a fumar seu hookah, toda apascentada.

Dessa vez Alice aguardou pacientemente, pois queria muito pedir um favor à senhora lagartixa. Depois de dois ou três minutos com o hookah na boca, e depois de dois arrastados bocejos, a conversa podia reiniciar.

A lagartixa voltou com muitos cogumelos, rastejando sob o peso de tantos. Ao fim da trilha dividiu os cogumelos em dois montes, na grama: „Os deste lado a aumentam; os do outro lado a encolhem“.

Deste, do outro? Qual é qual?“

Dos cogumelos!“, e de repente tinha sumido do campo de visão de Alice.

Finalmente, para saber quais cogumelos faziam o quê, os do bolso esquerdo e os do bolso direito, que ela tomou o cuidado de manter separados, ela colocou na palma das mãos uma pequena amostra de cada bolsinho e se dispôs a experimentá-los, mordicando-os.

Agora vejamos, qual é o efeito dos pedaços de cogumelo da mão direita?“ Hora de provar o efeito: num piscar de olhos ela sentiu imensa dor no queixo, pois ele se chocou com os seus pés!

Ela se assustou com sua rápida transformação, mas não havia tempo a perder agora que ela sabia que comer do bolso direito fá-la-ia cada vez mais anã. Logo ela se pôs a mordiscar da mão esquerda. Foi trabalhoso, já que seu queixo estava tão perto dos pés que quase não havia como abrir a boca e fazer passar um pedacinho de cogumelo.

Ah, por fim minha cabeça está livre!“, exclamou Alice, com bastante entusasimo, o que não a impediu de, num piscar de olhos, se encontrar novamente angustiada, ao perceber que seus ombros não podiam ser vistos em lugar algum: tudo o que ela podia enxergar, olhando para baixo, era seu monstruoso pescoço, que começava num pontinho lá embaixo e chegava até sua cabeça agora elevada aos céus. Era como uma vareta ou um mastro muito fino estendido por sobre um mar verde.

O que será que é toda essa coisa verde?“, pensou Alice. „E cadê meus ombrinhos, pra onde eles foram? Mesmo minhas pobres mãozinhas, não consigo nelas reparar! Só sei que ainda tenho olhos porque vejo – não os olhos, é claro…“ Mas evidente que ela ainda sentia seus membros, então experimentou tocar as coisas. Nada ela alcançava, mas ainda sentia seus pezinhos sobre a grama. No entanto nada se produziu em sua visão: tudo era menos do que um ponto escuro lá no chão.

Pelo visto e pelo não visto, ela era incapaz de alcançar seu rosto com suas mãozinhas. Ela teve então a idéia de baixar sua cabeça, comprimindo seu enorme pescoço. Para arroubo seu, ao flexionar este membro, ele obedecia seus comandos como se fôra o corpo de um animal invertebrado, uma serpente mesmo. Alice então serpenteou pelo ar, de forma um tanto circense e risível, um zigue-zague após o outro. Naturalmente que foi-se dirigindo cada vez para mais perto do mar verde, curiosa. Agora que podia ver de mais perto, notou que os tons mais escuros nada mais eram que as folhas das copas das árvores mais elevadas do grande jardim! Assim que ela se embrenhou por ali todos os galhos começaram a farfalhar, que confusão! Uma pomba, incomodada com a intrusão, apareceu diante dos olhos da serpente-Alice, e cutucou sua carita com acintosas chicotadas das asas.

Olha a cobra!!“, guinchou a valente pomba.

Eu não sou uma cobra!“, defendeu-se imediatamente Alice, indignada pela ofensa, aliás. „Me deixe em paz!“

É cobra sim, senhora!“, repetiu a pomba, mas com um pouco mais de receio, chiando em vez de guinchando. „E o pior é que nenhuma cobra deixa de ser má e traiçoeira!“, completou a pomba, já soluçando, a muito custo, tanto era seu medo instintivo da criatura superior.”

Eu não sei do que você está falando!“, foi a resposta de Alice.

Nas raízes das árvores eu procurei, no riacho eu procurei, na sebe eu procurei…”, sem reparar na aflição de Alice; “…mas essas cobras! Nenhuma que conheci era boa!“

Alice quase não entendia a situação em que se metera; cogitou, contudo, que era inútil continuar arrazoando com a pomba e que o melhor era dar no pé (no pescoço, propriamente) dali.

Você não sabe o trabalho que é até chocarem esses ovos“, arremeteu a pomba. „vigiar dia e noite para que bichos como cobras não se banqueteiem com meus próprios filhotes ainda nem nascidos! Não prego o olho há três semanas, imagine!“

Ó, lamento muitíssimo, parece que você teve muitos dissabores na vida“, disse Alice, que não via outro jeito de entabular conversa que não expressando sua sincera opinião.

…e então foi que eu procurei outra árvore dessa floresta, um galho bem alto, onde não pudesse chegar nenhuma cobra“, continuou a pomba, ainda cheia de desconfiança. „Eu realmente não esperava que uma cobra me caísse do céu perto do meu ninho!! Xôôô, cobrona!“

Mas eu já disse que não sou nenhuma cobra! Eu sou uma – eu sou uma–“

…É uma o quê, então? Já vi tudo: você quer é me passar a perna, sua cobra-raposa! A mim você não engana!“

Eu – eu sou uma menininha“, prosseguiu Alice, quase gaga, com cara de coitada. Depois de tantas transformações no mesmo dia, e de comer as migalhas que o cão amassou, a jovem se sentia em verdadeira crise de identidade, não muito diferente das adolescentes com o dobro de sua idade.

Um papinho muito bonito, realmente!“, atalhou a pomba, com profundo desdém. „Eu passei penas e penúrias toda a minha vida, muito mais que uma menininha com certeza já passou, e vi muita coisa, viu, mas nunca uma pessoa com um pescoço de coooobra…! Não, não! Você é uma cobra safada e mentirosa! Você não pode esconder os fatos! Nem vem que não tem, hoje você não come UM ovinho no que depender de mim!“ Um discurso digno de uma fábula de La Fontaine!

Eu comi ovos hoje, mais cedo“, não resistiu a confessar Alice, com a melhor das intenções. „Mas é que menininhas comem ovos igualzinho as cobras!“

Eu acho que não!“, retrucou a pomba, alerta: „Porque quem faz uma atrocidade dessas só pode ser uma serpente muito da esperta, mas não mais esperta do que eu!“

Toda essa linha de raciocínio era tão nova para Alice que ela parou um par de minutos a refletir, em silêncio. A pomba interrompeu sua meditação com a seguinte estocada: „O que você quer são ovos, isso eu sei bem demais, mais do que gostaria de saber, na verdade; só que pouco me importa se você é uma menininha comedora de ovos ou uma serpente, o que me importa é que não vai parar ovo nenhum na sua barriga, está me entendendo?!?“

Pra você pouco importa, mas pra mim importa muito! E além do mais eu não estou querendo ovo nenhum e, quando eu quiser comer, não vou comer dos seus. Eu não como ovo cru!“

Então vá embora de uma vez, ora ovas!“, disse a pomba, no auge da irritação, enquanto sentou empertigada em seus ovos. Alice foi baixando a cabeça o melhor que podia pelo emaranhado de galhos e troncos. Mas, como se pode imaginar, como uma criança faz um nó cego no seu cadarço que mal aprendera a amarrar, não duraria até Alice se enroscar no próprio pescoço e entre as árvores! „Ai, ai, quantos ramos, socorro!“ Como uma aprendiz de costureira, ela teve de retroceder várias vezes e desfazer o que tinha feito. Nisso um bocado de tempo já havia passado. Finalmente ela alcançou com a cabeça as mãozinhas, com pedacinhos de cogumelo à espera. Dessa vez ela tomou muito mais cuidado, mordiscando porções bem pequenininhas, ora duma mão, ora da outra, para não ter mais surpresas desagradáveis. Depois de mil transformações para mais e para menos, ela finalmente ficou grandinha do jeitinho que queria.

E o que ela queria era voltar ao seu „tamanho original“, se é que é possível uma criança de 7 anos assim pensar e fazer sentido. Mas o fato é que Alice voltava a ter o tamanho de uma menininha de sua idade, poucos centímetros a mais ou a menos, que importa! No começo ela se sentiu muito engraçada, desacostumada que estava com o mais prosaico dos normais. Mas logo voltou a seu costume de falar alto consigo mesma, da forma mais lúcida que as circunstâncias permitiam: „Ótimo, meu plano deu certo! Nunca pensei que fosse tão confuso crescer e diminuir! Depois de mudar tanto, não sei o que pode me acontecer no momento seguinte! Agora sou da altura correta: mas quem me garante que daqui a uns minutos não vou estar do tamanho deste capim, ou gigante como aquela árvore? Bom, estou do tamanho certo para passear no jardim!“ Enquanto falava, ela caminhava, e veio a deparar com uma clareira com uma edícula ao centro. Ela tinha a altura de algumas polegadas. „Quem eu sou agora não me permite entrar aí, pois sou enorme para quem quer que habite nesta casa! Fora que eu ia deixar quem quer que esteja aí muito assustado, se me olhasse pela janela!“ E lá foi a esperta Alice mordiscar de leve do cogumelo que a diminuía… Isto é, ela mordiscou uma porçãozita da mão direita. E diminuindo ora demais até para a portinha, outrora aumentando demais para caber ali dentro, finalmente ela chegou às dimensões certas para bater e entrar. Alguém abriria?

* * *

Por que seu gato ri assim?“

É um gato amarelo, porque o sorriso do gato é amarelo!“

Eu não sabia que os gatos riam tanto, muito menos amarelo; aliás eu não sabia que esses animais PODIAM rir!“

Vê-se que você não sabe muito…“, disse a duquesa, „…pois é assim como lhe digo.“

Eu só queria varrer a entrada da minha casa“, deu um rouco rosnar a dequesa. „o mundo vai continuar girando como sempre – e ninguém devia falar da vida alheia!“

24 horas, penso eu; ou seriam 12? Eu–“

Repreenda teus jovens pra lá,

E dê-lhes uma sova se alguém espirrar;

Ah, tudo são cachos e cores

Quem é que se irrita com esses dissabores?“

CORO

(a cozinheira e o bebê completaram.)

Au! au! au!“

Eu dou uma bronca no meu moleque,

E dou-lhe uma sova quando espirra;

Ora, eu sei que pimenta irrita

Quando cai nas suas narinas!

CORO

Au! au! au!“

* * *

Não tem assento! Não tem assento!“, gritaram, assim que Alice se aproximou. „Pra mim tem lugar o bastante, sim, vejo cadeiras vazias!“, disse Alice, relutante diante da má vontade geral, sentando-se na grande cadeira com braços ao final da mesa.

Cai-lhe bem um vinho?“, ouviu-se da lebre-de-março, como que coagindo ao perguntar.

Eu não gostaria, esta é SUA mesa; não é para mais de três pessoas.“

Seu cabelo deve ocupar o resto“, disse o Chapeleiro.

Como vê, você não pode afirmar que ‘eu vejo porque eu como’ no lugar de ‘eu como porque eu vejo’.”

Sim, você também não pode afirmar…”, contemporizou a lebre, “…‘eu quero porque eu posso‘ no lugar de ‘eu posso porque eu quero‘!“

“’Eu respiro quando eu durmo‘ nunca vai querer dizer ‚eu durmo quando eu respiro‘!“

O que mais temos pra hoje?“ … ele tinha seu relógio colocado sobre a mesa, e ficava muito nervoso e angustiado, sempre consultando-o, e quando não observava os ponteiros se punha intrigado, chacoalhava o dispositivo e punha-o na orelha para ver se não teria parado. Alice caiu em si e então respondeu: „É o quarto.“

Dois! Dia errado!“, pareceu se rejubilar o Chapeleiro. „Eu lhe disse que a manteiga estragaria!“, pronunciou, sentando-se e olhando com repulsa para a lebre.

Era a melhor manteiga“, respondeu ela, cabisbaixa.

Sim, mas agora temos que comer torrada sem acompanhamento“, resmungou o Chapeleiro. „Aqui essa faca não serve para nada, pois não temos no que passar!“

A lebre pegou o relógio e o observou, taciturna; em seguida molhou-o em sua xícara de chá e olhou-o de novo, mas em vão! “Era mesmo a melhor manteiga…“

Esse relógio é muito engraçado!“, observou – com a boca – Alice. „Ele mostra o dia, não as horas!“

E não deveria?“, resmungou a lebre; „Que mostrasse as horas, ainda vai… mas onde mostraria o ano?“

Em lugar nenhum, é lógico…“, respondeu a esperta Alice, „…porque não é preciso relógio para indicar algo tão longo!“

Pois é este o propósito do MEU relógio“, respondeu o Chapeleiro.

Mas qual é a resposta?“, perguntou a menina.

Ora, não faço a menor idéia“, respondeu o Chapeleiro.

Nem eu!“, respondeu a lebre.

Alice suspirou, irritada. “Eu acho que vocês não sabem usar o tempo, se propõem charadas das quais não sabem a resposta!”

Se você soubesse usar o tempo tão bem quanto eu…“, arremeteu o Chapeleiro, “…você não diria isso, porque nós sim é que sabemos usar o tempo!“

Eu não sei o que você quis dizer.“

É claro que você não pode saber, nem sabe poder!“, respondeu o Chapeleiro, meneando a cabeça depreciativamente, e depois olhando a menina do alto. “Você não faz a mínima idéia da noção de tempo!“

Eu acho que não“, respondeu Alice com cautela. “Mas ontem mamãe me disse que eu devia passar o tempo com minha irmã mais velha.“

É? Ela devia estar de muito mau humor para lhe dizer algo assim; pois o tempo não é alguém com quem outr’alguém consiga fazer alguma coisa, muito menos passar! Quando alguém quer ser firme com o tempo, usa um relógio. Por exemplo, uma certa vez eram 9 da manhã. Não adianta fazer nada, por mais rápido que seja, sequer dar bom dia, que depois já não são mais 9 da manhã! Porque o tempo a usou, não foi você que usou o tempo! Faça a experiência, e quando você acabar, vai ter de escrever outra coisa no relógio! Bobeou e… Uma e meia da tarde–é assim que é o tempo!”

Ah, isso seria esplêndido!“, disse Alice, pensativa, “mas então eu não estaria faminta quando desse a hora, não é verdade?“

De início talvez não…“, respondeu o Chapeleiro, “…mas até uma e meia com certeza estaria!”

Mas então, o que é que todos vocês fazem aqui, estão comemorando alguma coisa, ou tomam chá aqui todos os dias?“

O Chapeleiro não pôde evitar baixar a cabeça. “Eu não venho aqui todos os dias! Nós tínhamos nos reunido a última vez na última Páscoa…”

Ah, papagaio, ah, papagaio!

Quão verde é sua pena!,

Será que você conhece essa música?”

Eu acho que já ouvi algo parecido!“

E continua assim“, foi puxando o Chapeleiro, mais empolgado:

Você não verdeja só na calmaria,

mas até quando chove e quando neva!

Ah, papagaio, ah, papagaio!“

Aqui se juntou a capivara para cantar, sonolento: “Ah, papagaio, ah, mamagaia, ah, papagaio, ah, mamagaia!“

Obrigado, eu tinha me esquecido de que a rainha declamara: ‘Abominável aquele que mata o tempo com algazarras. Este deve ser decapitado!’“

Ó, que horror! que desalmada!“, exclamou Alice.

E pra mim, depois disso, é como se não existisse o tempo! Agora são sempre seis horas!”

Isso fez Alice ter de concluir, de forma inteligente: “Por isso é que tem tantas xícaras de chá na mesa?”

Exato. Sempre é hora de servir o chá, e não temos tempo nem de lavar as xícaras.”

Então vocês estão sempre sentados aqui? O tempo todo?”

Assim o é. Enquanto as xícaras servirem.”

Mas e quando vocês precisarem começar do início uma nova rodada de chá?”

Ora, quando o assunto acabar nós iniciamos outro. A pequena dama pode por exemplo contar uma estória.”, bocejou verbalmente a capivara.

Ah, no momento não consigo pensar em nada!”, disse Alice, preocupada em acabar cometendo algum desaforo.

Então deixe a capivara falar!”, pronunciaram os outros dois. “Vamos, capizzzzara, acorda!” E deram-lhe, de cada lado, um beliscão caprichado.

A capivara foi despertando e abrindo seus olhos vermelhos lentamente. “Eu nem dormi”, falando com voz de sono: “Eu ouvi cada palavra dessa última conversa.”

Conte-nos uma estória!”, pediu a lebre.

Era uma vez três irmãzinhas…”, começou a capivara. “Chamavam-se Maria, Lúcia e Aparecida, e viviam juntas num poço–”

Como viviam assim?”, perguntou Alice, parecendo excessivamente interessada. Queria saber como faziam para beber e comer, na verdade.

Elas viviam de xarope”, explicou a capivara, depois de pensar um minuto inteiro.

Mas isso seria impossível; elas iam ficar doentes rapidinho!”

Elas eram isso mesmo, as três eram muito, muito doentinhas.”

Mas POR QUE elas viviam logo no fundo do poço?”

Não quer mais um pouco de chá?”, perguntou a lebre a Alice com muita pompa.

Um pouco mais? Eu não cheguei a beber nem uma gota! Se não bebi nada, não posso beber mais.”

Você quis dizer que não pode beber menos”, interveio o Chapeleiro. “É muito fácil beber mais do que nada.”

Ninguém pediu a sua opinião!“

Por que elas viviam num poço?, anda!”

A capivara piscou lentamente e em seguida respondeu, repetindo o que já havia dito: “Era um poço de xarope.”

Era nada!“, disse Alice, furiosa. Mas o Chapeleiro e a lebre responderam juntos: “Xxxxxhhh!”. E a capivara resmungou:

Quem é mal-educado não pode ouvir estórias!”

Não ligue! Continue sua estória!”, disse Alice, apaziguadora. “Não vou mais interrompê-la. Vou ser toda ouvidos!”

As três irmãzinhas também – aprendem a criar coisas, saiba você!”

O que elas criaram?”, perguntou Alice, interrompendo, antes que se esquecesse do que queria perguntar.

Xarope”, disse a capivara sem pensar, mas com as pálpebras a pesar.

Eu preciso de xícara limpa”, atalhou o Chapeleiro, “nós precisamos de mais espaço aqui!”

O Chapeleiro foi o único que tirou vantagem da troca, e Alice continuou com tanto chá quanto antes (zero mililitros), como a lebre teve de se contentar em lamber o prato raso, pois a leiteira estava quase vazia. Na tentativa de beber o pouquinho de leite ainda disponível, derrubou tudo.

Mas não entendo. Como elas conseguiram fazer o xarope?”

Ora, não é necessária nenhuma técnica em especial para fazer qualquer xarope”, contemporizou o Chapeleiro. “Você nunca viu como é fácil fazer um xarope de qualidade, de muita qualidade, da melhor qualidade? Ai ai, sua cabeça de vento!…”

…então elas fizeram uma mistura – de tudo que começasse com X.”

Por que com X?” perguntou Alice, cheia de inocência.

E por que não?”, contestou a lebre.

Alice permaneceu calada.

…tudo o que começa com X, como xícara de chá, xampu do Xenofonte, xixi de rato, xarrua do Xá, xérox de uma foto da lua, xô!, xeiro e até algumas vezes o ‘x’ do tesouro!”

Ora, não me xame de Xuxa“, disse o Chapeleiro.

Isso foi o estopim, indelicado demais para a menina Alice: ela ficou muito, muito magoada, se levantou e se afastou. A capivara continuava piscando como se fôra cair dormindo a qualquer instante, e os outros dois nem repararam em sua saída, muito embora ela tenha olhado para trás ainda umas duas vezes, na esperança infantil de que eles pudessem se desculpar e de que ela voltaria a se sentar com eles. Da útima vez que ela olhou para trás viu a capivara desmaiada com a cara metida no bule de chá.

Essa foi a companhia para tomar chá mais XATA que XÁ encontrei, na minha vidinha toda inteira!”

Ela passou um bom tempo caminhando e contemplando aquele jardim maravilhoso, passando por debaixo das flores do canteiro e das tão cheirosas e frescas filhas primaveris da mãe-natureza.

* * *

Atenção, Cinco! Vê se não respinga tinta em mim!”

Sete resvalou no meu cotovelo!”

Isso não TE ajuda em nada, Dois”, falou o Sete.

Suas cabeças! Suas cabeças—”

Disparate!”, respondeu Alice, bem alto e segura de si, e a rainha se conservou em silêncio, mas por bem pouco.

O rei levou a mão ao seu braço e disse brandamente: “Espere, querida, não passa de uma criança!”

A rainha olhou para o rei com cara de poucos amigos um só instante, depois fingiu que se esqueceu do marido e da garota e falou aos valetes de copas deitados de bruço: “Levantem daí!”

Vocês não precisam morrer!“, disse Alice, metendo as cartas num vaso de flores das proximidades. Os três soldados foram daqui para ali, atrás dela, e depois os trancaram com placidez.

Suas cabeças caíram?”, berrou a rainha.

Suas cabeças já eram, conforme as ordens de vossa majestade!”, bradaram os soldados em resposta.

Isso é bom!”, berrou a rainha. “Você sabe jogar croquet?”

Os soldados seguiram quietos, observando a reação que a pergunta produziria em Alice.

Sim!”, berrou Alice.

Então junte-se a nós!“, bramiu a rainha, e Alice se juntou aos jogadores, com cara de enxerida.

Est… está um dia lindo!”, pronunciou uma voz acanhada perto de si. Ela se aproximou do coelho branco, que ao contrário das palavras que dizia manifestava intensa preocupação no olhar.

Demais! Cadê a duquesa?”

Sh, shhh!“, chiou o coelho, bem baixinho, com o dedo indicador encostando na boca. Seu nervosismo aumentou. Avhegou-se ao pé do ouvido de Alice e confidenciou: “Ela foi condenada à morte.”

Por quê?”

Você quis dizer: que tragédia?”, perguntou o coelho.

Não, não, não foi isso que eu quis dizer. Eu não acho nada, não acho que é uma tragédia! Eu perguntei: POR QUÊ?”

Ela deu uma bofetada na rainha”, esclareceu o coelho. Alice riu alto. “Shhh, quieta!”, sussurrou o coelho cada vez mais baixo. “A rainha vai ouvi-la!” Com efeito, nesse mesmo instante a rainha se aproximava, gritando: “Vamos, todos em seus lugares!”

O terreno era todo sulcado, cheio de subidas e descidas, montículos e buracos. A bola era na verdade um ouriço, e cada taco um flamingo, que os soldados eram obrigados a carregar no colo e manipular.

Como vai você?“, disse o gato, que na verdade era só um sorriso de gato.

Alice esperou os olhos aparecerem para assentir com a cabeça. “Mas não adianta nada conversar com você”, disse a menina, “até suas orelhas aparecerem, pelo menos”. Enfim surgiu a grande cabeça, em sua totalidade. Ali estava Alice com seu flamingo-taco; contou-lhe tudo que transcorrera até agora no jogo, finalmente certa de que o gato, com suas orelhas, podia ouvir cada palavrinha.

Como lhe pareceu a rainha?” perguntou o gato, num sussurro prudente.

À vezes acho muitas coisas, às vezes nada. Tenho muito o que falar sobre isso…”

Vendo que a rainha se aproximava, não continuou sua fala, à espera de que ela se aproximasse mais. A rainha ia exortando todos que encontrava pelo caminho a não ficarem à toa no campo, ordenando que cada atleta se esforçasse por demonstrar seu valor, e relembrando que o ócio era contra a lei.

Quando chegou perto o bastante de Alice, esboçou um sorriso e perguntou com quem ela conversava. Fitou aquela cabeça aérea do gato com muita curiosidade sem esperar resposta.

É um amigo meu – um gato-sorridente. Permiti Vossa Majestade que que vo-lo apresente.”

Sua aparência não me agrada“, disse a rainha. “Ele deve beijar minha mão agora, em sinal de devoção.”

Ó, preferiria não!”

Ora, não seja impertinente! E pare de me olhar assim!” A cabeça do gato se deslocou para trás de Alice enquanto ouvia essas queixas da rainha.

O gato olha para a rainha, a rainha olha para o gato”, disse Alice. “Li isso em algum lugar, só não lembro onde!”

O carrasco afirmou que não era possível decapitar uma cabeça que não tinha nenhum corpo. Que nunca vira coisa semelhante. E que mesmo quando se é avançado em idade é ainda possível aprender algo de novo.

A rainha objetou, por seu lado, que todos que tivessem uma cabeça deviam poder ser decapitados, e que isso sequer merecia virar tema de discussão.

* * *

Alice não estava gostando de várias coisas em seu aspecto: em primeiro lugar, que a duquesa fosse tão feia; em segundo, que fosse tão gorda; e terceiro, que seu queixo pontudo chegasse quase a espetar o ombro da menina. Com um queixo tão afiado, era como estar refém de uma espada!

Você por um acaso chegou a ver o FALSO CÁGADO?”

Não”, respondeu Alice. “Eu nem sei o que é um FALSO CÁGADO!”

É um cágado que vira uma falsa sopa de cágado”, explicou a rainha.

Eu nunca vi até hoje, nem nunca ouvi falar de uma coisa assim.”

Venha já; ela deve contar-lhe a história.”

Logo ela chegou perto de um grifo, que dormitava ao sol. [Se não sabe o que é um grifo, olhe o desenho, fazendo o favor – não, não olhe, pensando bem, porque aqui não tem (o desenho)!]

Venha aqui, vá acolá, faça isso, façaquilo… Nunca em toda a minha vida fui tão mandada pelos outros!”

Por que chamam-na Mamãe Broncaqui?”, perguntou Alice.

Ela RALHA AQUI ou ralha ali o dia todo”, disse o falso cágado, emburrado. “Você é realmente estúpida.”

Ah, então você nunca freqüentou boas escolas…”, condescendeu o falso cágado, achando-se, aliás, muito generoso por isso. “Em nossa escola as contas sempre vêm ao final – depois de Francês, aula de Piano, aula de costura. Essas são mais importantes.”

Muito importante, tanto a nova como a velha, Marografia. A aula de Fonte – o professor de Fonte e Esguicho era um velho bacalhau, que costumava ensinar sua disciplina semanalmente. Ele ensinava a Fricção de Nadadeira e Manias, Fonte Oceânica, Cintilação Oceânica e Impressão Oceânica!”

E quantas horas durava a classe?”, quis saber Alice, ou na verdade pronunciou essas palavras, querendo muito mesmo era mudar de assunto.

Dez no primeiro dia”, respondeu o falso cágado, “nove no seguinte, e assim por diante.”

Que escola mais gozada essa!”

Esta é a razão de ser de um professor.”

Então no décimo primeiro dia todos estão livres?”

Naturalmente!”

E o que acontece no décimo segundo dia então?”, perguntou Alice, excepcionalmente entusiasmada em termos de assuntos escolares.

É o suficiente por ora”, interrompeu o grifo, no melhor dos intentos: “Conte agora você sobre o jogo.”

* * *

O balé das lagostas.

Reparem se ela não tem ossos no pescoço!”

Talvez você nunca tenha vivido debaixo d‘água”—(“Não”, respondeu Alice)— “e talvez você não tenha familiaridade com as lagostas”—(Alice queria ter dito “eu já provei uma vez”, mas se apercebeu a tempo da gafe e, no lugar, disse, simplesmente: “Não, nunquinha!”—“você não faz idéia de quão emocionante o balé das lagostas é.”

Não, realmente não, que tipo de dança é?”

Antes”, respondeu o grifo, “façam uma fila na praia—”

Deve ser uma dança muito bonita”, disse Alice, ansiosa.

Então você não vem

você não vem

você não vem dançar comigo?

Não, eu não quero, não posso,

não irei dançar contigo!

Você sabe por que esse peixe se chama lixa?”

Não tenho a menor idéia. Por quê?”

É porque”, respondeu o grifo, com uma voz solene e profunda, “o homem SE LIXA para conhecê-lo bem. Dessa forma você já tem uma coisa interessante para contar sobre suas aventuras!”

…Veja minha terra e minhas marés verdes…”

Essa é a coisa mais abstrusa que já ouvi!“.

É, também acho, mmas é melhor ouvir até o fim”, aconselhou o grifo. E Alice continuou na escuta.

Ma – ravilhosa so – pa!

Ma – ravilhosa so – pa!

Ra – inha das so – pas,

Mara-maravilhosa Sô! Pá!

* * *

No centro do tribunal havia uma mesa com uma torta tamanho família. Parecia tão apetitosa que uma mera espreitada na sobremesa deixava Alice morta de fome.

O juiz era na verdade o rei, que trazia a coroa em cima da peruca, e toda hora ele rodava a coroa, de modo que o frontispício ora estava na testa, ora na nuca; decerto que ele se sentia muito incomodado e pouco à vontade na posição.

E aqueles 12 animaizinhos lá na frente, aposto que são os jurados”, pensou Alice.

Ela se repetiu essa palavra duas ou três vezes, porque parecia muito briosa aprendendo coisas assim difíceis. Depois ela pensou, com razão, que muitas menininhas de sua idade se sentiriam assaz invejosas por não saberem tudo isso que ela agora sabia.

Mas que coisa mais tola!”, pensou alto Alice. De todo modo o coelho foi o próximo a falar: “Silêncio no salão!”. O rei sentou com seu monóculo e começou a espiar os arredores, para ver quem tinha aberto a boca.

Alice pôde ver com exatidão como todos os jurados anotavam “Mas que coisa mais tola!” em seus quadros, e reparou também que um deles não sabia como a frase se escrevia, de modo que teve de consultar o seu vizinho. “Ai, ai! o quadro dele vai estar uma maravilha quando o interrogatório terminar!”, pensou Alice.

Todos os jurados têm uma pena de escrever, então por que não eu?”, guinchou aquele que não sabia escrever direito. Isso foi demais para nossa menina Alice; ela levantou e foi ao outro lado da sala, conseguiu se enfiar entre toda aquela aglomeração do tribunal e logo achou um ensejo de furtar a pena. E ela foi tão serelepe que o pobrezinho do jurado ia demorar trezentos anos para se dar conta de quem fôra o responsável pelo sumiço da pena.

Arauto, anuncie a promotoria!“

Rainha Amada, ela assa o bolo,

Valete de Copas, meu caro, vem com o bolo na mão.

Onde está ele agora? Ai!”

Que entrem as últimas testemunhas!“

Sou um pobre homem, Vossa Majestade”, começou o timorato Chapeleiro, com a voz trêmula, “e preciso primeiro tomar o meu chá – não demora mais que uma palavrinha –, afora a rala fatia de pão com manteiga – e veja, basta uma xicrinha, um pratinho, um bulinho.”

E que é que tem um prato e um bule?”, perguntou despeitada a rainha.

Precisam estar quando tomo o chá”, emendou o Chapeleiro.

Naturalmente que um serviço de chá requer prato e bule. Tem-me por uma besta por um acaso? Quero lhe ouvir!”

Eu sou um pobre homem“, seguiu sem avançar o Chapeleiro, “e desde então não tenho mais como tomar meu chá – a lebre é testemunha!”

Mas O QUÊ disse a capivara?”, perguntou um dos jurados.

E-eu esqueci!”

Mas é preciso que lembre”, disse a rainha, “…senão corto-lhe a cabeça!”

O infeliz Chapeleiro deixou a xícara e o pão mirrado caírem e deixou-se, também, cair, parando de joelhos diante da autoridade. “Eu sou um homem miserável, muito, muito reles, Vossa Majestade!”, era só o que ele sabia dizer.

Você é um orador miserável!”, não perdeu a brecha a rainha.

Eu gostaria muito de voltar ao meu chá”, respondeu o Chapeleiro com um olhar perplexo e desesperado dirigido em súplica à rainha, como desde o início do interrogatório, como um velho cantor pobre de repertório que só sabe repetir o mesmo estribilho.

Você pode ir“, disse a rainha, ao que o Chapeleiro se dirigiu apressado para fora do tribunal, só que tão apressado que um de seus sapatos ficou pelo caminho.

Pimenta, principalmente“, disse a cozinheira.

Xarope“, respondeu uma vozinha sonolenta detrás de si.

Prendam essa capivara!“, exclamou a rainha, voz esganiçada. “DeCAPIvarem essa CAPIta! Expulsem essa capivara do tribunal! Suprimam-na! Belisquem-na! Arramquem-lhe o bigode!”

O coelho branco retirou os óculos. “Como ordena Vossa Majestade; por onde devo começar?”

Comece do começo”, disse o rei, como quem explica um problema matemático. “E chegue ao final, passando pelo meio.”

Esses eram os versos, igual o coelho branco os cantou:

O que escutei de você,

me deixou com inveja;

Ela dizia que comigo se embevecia

quando eu só nadar podia!

Eles escreveram que eu não ia

(Era só o que sabíamos):

Quando eles nada fazem,

O que será de nós?

Eu lhe dava um, ela lhe dava dois,

Eles me davam três vezes quatro;

Mas ela está aqui, ela está ao meu lado;

Todos estão comigo!

Talvez eu e ela

Um dia nos desencontremos,

Mas ela sempre vai

Esperar eu voltar!

Eu pensava muito nos meus erros,

E ela dava muitos faniquitos,

Eu esperava o fim de tudo aquilo,

Enquanto isso ofendido.

Não tem preço, eles dirão,

O amor de alguém;

Não há alma nesse mundo

Que a conheça tão bem!”

Essa é a maior revelação que ouvimos até agora!”, disse o rei, esfregando as mãos. “Deixem os jurados trabalharem.”

Se é que alguém consegue entender alguma coisa que eles fazem”, disse Alice (ela estava tão por fora do que acontecia nestes últimos minutos que já não tinha coragem sequer de perguntar o significado de nada a ninguém, e essa foi a vez que ela passou mais tempo calada). “Dessa missa não acredito na metade! E digo mais, não enxergo nisso nenhum sentido!”

Os jurados escreveram tudo em suas pranchetas: “Ela acha que não há nenhum sentido nisso”, mas nenhum deles pensava no sentido daquelas palavras.

Quando não faz sentido,” disse o rei, esclarecedor, “isso nos poupa um grande volume de trabalho! Quer dizer que não temos que nos preocupar com nada! Só sei que nada sei.”

Mas aí vem alguém e diz: ‘E elas ainda estão aqui’”, disse Alice.

De fato, eles ainda estão! ela segue aqui!”, disse o rei, triunfante, ao tempo em que colocava uma fatia de torta em cima da mesa, perto do valete de copas. “Nada pode ser mais claro! De novo: ‘Ah, lá vem o chilique!’”.

(Os pobres jurados, perdidos, ouviram e começaram a escrever a mesma coisa em suas lousas: não faz nenhum sentido. E eles copiavam tudo como ouviam nos menores pingos, a ponto de terem de mergulhar a pena no tinteiro diversas vezes sem parar.)

Então não foi culpa sua!”, disse o rei, e dei um risinho, olhando de par em par para todo o júri. Todos pareciam ter levado uma pi(c)ada letal de escorpião. Ficaram paralisados, e com semblante pesado.

Ora, foi uma pi(c)ada!”, saiu-se com essa o rei, demonstrando nervosismo – foi então que após segundos muito tensos sem se ouvir um farfalhar de papel nem mesmo ruído de cadeiras atritando contra o solo, todos soltaram o ar de seus pulmões e gargalharam sonoramente.

Ai, que idiotice!”, falou Alice, em voz alta, sem conseguir se conter. “Se a decisão é só a opinião dela!”

Cale a boca!”, disse a rainha, enquanto sua cara se tornava violeta.

Eu não quero!”

Cortem-lhe a cabeça!“, bradou a rainha o mais alto que podia. Mas as cartas não saíram de seus postos.

Quem perguntou algo a vocês?”, ousou Alice, no cúmulo de seu justificado despeito. “Vocês não são nada além de um baralhinho inofensivo!”

Com essas palavras, ergueu-se todo o carteado no ar, circundando a menina. Ela soltou um grito, meio de susto, meio de ira, instintivamente soergueu os braços, sentindo-se cercada, dos pés à cabeça, isto é, dos cabelos aos sapatos. Cada uma daquelas cartas parecia se mover conforme flutuam as folhas secas de uma árvore ao capricho dos ventos numa refrescada tarde outonal! Significa que elas podem até demorar, mas vão, então, finalmente cair no chão, indefesas?! Ela ouvia agora, de repente, a tranqüilizadora voz de sua irmã mais velha, que a segurava em seu regaço:

Calma, Alicinha! Foi só um pesadelo!”

Mas sua irmã ali continuava, perfeitamente sentada e tranqüila, com a cabeça apoiada numa das mãos, enquanto a outra folheava o grande livro, ambas debaixo da sombra da copa da árvore, naquela linda tarde nublada. E a pequena Alice sonhava, a sua distinta maneira, com maravilhosas aventuras, e só agora percebia: foi tudo um longo, longo sonho inocente!

Espera, não é possível! Ela estava no País das Maravilhas, e talvez eu também conheça este lugar!” E tentou fechar os olhos e abri-los de novo, para ver se mudava de lugar. Mas ao reabri-los olhava em volta e via a realidade, o pomar de sua casa, na Inglaterra, não em outra terra, se maravilhosa era! Aquela graminha verde não deixava ninguém mentir, ela bem a conhecia. E aquele velho e familiar farfalhar calmo da brisa gentil… Sim, tudo aquilo era muito conhecido da irmã de Alice. Até o mesmo laguinho, à margem do qual, ouvindo aquelas ondinhas diminutas, ela estava acostumada a perder os sentidos e embalar no sono, outrora…

GLOSSÁRIO

Adler: águia

angenehm: agradável

Apfelsine: laranja = ORANGE

Atem: fôlego

bescheiden: contrito, modesto

Brett: quadro

Dachspitze: sótão, abóbada

durchkriechen: rastejar

eilig(e): com pressa, apessado(a)

einmachen: conservar

Ende: pato

entweder: equivalente ao either inglês

Entzücken: arroubo

Faselhase: ??? “[Brasil] Zoologia. Tipo de esquilo (Sciurus aestuans) que, sendo encontrado na Amazônia e em certas partes do litoral brasileiro, possui aproximadamente 20 centímetros de comprimento, de pelagem marrom-oliácea e possuidor de uma longa cauda.” A tradução mais difícil foi a desse personagem. Vemos que em cada tradução o autor escolhe um novo animal, apesar de o esquilo ser o protótipo ideal (ainda que a ilustração nada tenha de esquilo, a ser franco!), então eu fiz o mesmo e parti para a inovação, optando por uma brasileiríssima capivara!

gewiss: decerto

Gipfel: copa, topo (como duma árvore)

Herzogin: duquesa

indem: enquanto

Kaninchenbau: toca do coelho

knabbern: mordiscar

Mäuseloch: casa de rato (hoje sem o trema)

mutig: corajoso, valente, brioso

nützen: ajudar

Rätsel: charada

rieseln: escorrer

schnur: fio

stolpern: deparar-se com

Tat: delito (jurídico)

Todtenkopf: veneno

Töpf: pote

Trost: alívio

übel: mau

Übrigen: restante

Ufer: margem

Verdruss: descontentamento, desprazer, irritação, decepção

vertreiben: expulsar; sentido de ‘passar’ quando usado com o tempo como objeto.

Verzweiflung: desespero

Vorbeifallen: ??? (vorbei: prévio, passado; Fallen: queda)

vorsichtig: cautelosamente

Zuckerplätzschen: docinhos

TROCADILHOS INTERESSANTES OU NEM TANTO

Mausoleum: Mouse ao léu. Um rato vivíssimo, mas tão folgado e preguiçoso que parecia estar morto!

TIMON OF ATHENS

ACT I

SCENE I. Athens. A hall in Timon’s house.

You see how all conditions, how all minds,

As well of glib and slippery creatures as

Of grave and austere quality, tender down

Their services to Lord Timon: his large fortune

Upon his good and gracious nature hanging

Subdues and properties to his love and tendance

All sorts of hearts; yea, from the glass-faced flatterer

To Apemantus, that few things loves better

Than to abhor himself: even he drops down

The knee before him, and returns in peace

Most rich in Timon’s nod.”

When Fortune in her shift and change of mood

Spurns down her late beloved, all his dependants

Which labour’d after him to the mountain’s top

Even on their knees and hands, let him slip down,

Not one accompanying his declining foot.”

TIMON

Painting is welcome.

The painting is almost the natural man;

or since dishonour traffics with man’s nature,

He is but outside: these pencill’d figures are

Even such as they give out. I like your work;

And you shall find I like it: wait attendance

Till you hear further from me.”

Painter

You’re a dog.

APEMANTUS

Thy mother’s of my generation: what’s she, if I be a dog?

TIMON

Wilt dine with me, Apemantus?

APEMANTUS

No; I eat not lords.

TIMON

An thou shouldst, thou ‘ldst anger ladies.

APEMANTUS

O, they eat lords; so they come by great bellies.

TIMON

That’s a lascivious apprehension.

APEMANTUS

So thou apprehendest it: take it for thy labour.

TIMON

How dost thou like this jewel, Apemantus?

APEMANTUS

Not so well as plain-dealing, which will not cost a

man a doit.

TIMON

What dost thou think ‘tis worth?

APEMANTUS

Not worth my thinking. How now, poet!

Poet

How now, philosopher!

APEMANTUS

Thou liest.

Poet

Art not one?

APEMANTUS

Yes.

Poet

Then I lie not.

APEMANTUS

Art not a poet?

Poet

Yes.

APEMANTUS

Then thou liest: look in thy last work, where thou

hast feigned him a worthy fellow.

Poet

That’s not feigned; he is so.

APEMANTUS

Yes, he is worthy of thee, and to pay thee for thy

labour: he that loves to be flattered is worthy o’

the flatterer. Heavens, that I were a lord!

TIMON

What wouldst do then, Apemantus?

APEMANTUS

E’en as Apemantus does now; hate a lord with my heart.

TIMON

What, thyself?

APEMANTUS

Ay.

TIMON

Wherefore?

APEMANTUS

That I had no angry wit to be a lord.

Art not thou a merchant?

Merchant

Ay, Apemantus.

APEMANTUS

Traffic confound thee, if the gods will not!

Merchant

If traffic do it, the gods do it.

APEMANTUS

Traffic’s thy god; and thy god confound thee!”

Enter ALCIBIADES, with the rest

Most welcome, sir!”

First Lord

What time o’ day is’t, Apemantus?

APEMANTUS

Time to be honest.

First Lord

That time serves still.

APEMANTUS

The more accursed thou, that still omitt’st it.

Second Lord

Thou art going to Lord Timon’s feast?

APEMANTUS

Ay, to see meat fill knaves and wine heat fools.

Second Lord

Fare thee well, fare thee well.

APEMANTUS

Thou art a fool to bid me farewell twice.

Second Lord

Why, Apemantus?

APEMANTUS

Shouldst have kept one to thyself, for I mean to

give thee none.

First Lord

Hang thyself!

APEMANTUS

No, I will do nothing at thy bidding: make thy

requests to thy friend.

Second Lord

Away, unpeaceable dog, or I’ll spurn thee hence!

APEMANTUS

I will fly, like a dog, the heels o’ the ass.

Exit

First Lord

He’s opposite to humanity. Come, shall we in,

And taste Lord Timon’s bounty? he outgoes

The very heart of kindness.

SCENE II. A banqueting-room in Timon’s house.

VENTIDIUS

Most honour’d Timon,

It hath pleased the gods to remember my father’s age,

And call him to long peace.

He is gone happy, and has left me rich:

Then, as in grateful virtue I am bound

To your free heart, I do return those talents,

Doubled with thanks and service, from whose help

I derived liberty.

TIMON

O, by no means,

Honest Ventidius; you mistake my love:

I gave it freely ever; and there’s none

Can truly say he gives, if he receives:

If our betters play at that game, we must not dare

To imitate them; faults that are rich are fair.

VENTIDIUS

A noble spirit!”

TIMON

O, Apemantus, you are welcome.

APEMANTUS

No;

You shall not make me welcome:

I come to have thee thrust me out of doors.

TIMON

Fie, thou’rt a churl; ye’ve got a humour there

Does not become a man: ‘tis much to blame.

They say, my lords, ‘ira furor brevis est;’ but yond

man is ever angry. Go, let him have a table by

himself, for he does neither affect company, nor is

he fit for’t, indeed.

APEMANTUS

Let me stay at thine apperil, Timon: I come to

observe; I give thee warning on’t.

TIMON

I take no heed of thee; thou’rt an Athenian,

therefore welcome: I myself would have no power;

prithee, let my meat make thee silent.

APEMANTUS

I scorn thy meat; ‘twould choke me, for I should

ne’er flatter thee. O you gods, what a number of

men eat Timon, and he sees ‘em not! It grieves me

to see so many dip their meat in one man’s blood;

and all the madness is, he cheers them up too.

I wonder men dare trust themselves with men:

Methinks they should invite them without knives;

Good for their meat, and safer for their lives.

There’s much example for’t; the fellow that sits

next him now, parts bread with him, pledges the

breath of him in a divided draught, is the readiest

man to kill him: ‘t has been proved. If I were a

huge man, I should fear to drink at meals;

Lest they should spy my windpipe’s dangerous notes:

Great men should drink with harness on their throats.

This and my food are equals; there’s no odds:

Feasts are too proud to give thanks to the gods.

Apemantus’ grace.

Immortal gods, I crave no pelf;

I pray for no man but myself:

Grant I may never prove so fond,

To trust man on his oath or bond;

Or a harlot, for her weeping;

Or a dog, that seems a-sleeping:

Or a keeper with my freedom;

Or my friends, if I should need ‘em.

Amen. So fall to’t:

Rich men sin, and I eat root.”

TIMON

Captain Alcibiades, your heart’s in the field now.

ALCIBIADES

My heart is ever at your service, my lord.

TIMON

You had rather be at a breakfast of enemies than a

dinner of friends.

ALCIBIADES

So the were bleeding-new, my lord, there’s no meat

like ‘em: I could wish my best friend at such a feast.

APEMANTUS

Would all those fatterers were thine enemies then,

that then thou mightst kill ‘em and bid me to ‘em!”

Enter Cupid

Cupid

Hail to thee, worthy Timon, and to all

That of his bounties taste! The five best senses

Acknowledge thee their patron; and come freely

To gratulate thy plenteous bosom: th’ ear,

Taste, touch and smell, pleased from thy tale rise;

They only now come but to feast thine eyes.”

Music. Re-enter Cupid with a mask of Ladies as Amazons, with lutes in their hands, dancing and playing

APEMANTUS

Hoy-day, what a sweep of vanity comes this way!

They dance! they are mad women.

Like madness is the glory of this life.

As this pomp shows to a little oil and root.

We make ourselves fools, to disport ourselves;

And spend our flatteries, to drink those men

Upon whose age we void it up again,

With poisonous spite and envy.

Who lives that’s not depraved or depraves?

Who dies, that bears not one spurn to their graves

Of their friends’ gift?

I should fear those that dance before me now

Would one day stamp upon me: ‘t has been done;

Men shut their doors against a setting sun.”

FLAVIUS

(…)

‘Tis pity bounty had not eyes behind,

That man might ne’er be wretched for his mind.”

Servant

My lord, there are certain nobles of the senate

Newly alighted, and come to visit you.

TIMON

They are fairly welcome.

FLAVIUS

I beseech your honour,

Vouchsafe me a word; it does concern you near.

TIMON

Near! why then, another time I’ll hear thee:

I prithee, let’s be provided to show them

entertainment.

FLAVIUS

[Aside] I scarce know how.”

How now! what news?

Third Servant

Please you, my lord, that honourable

gentleman, Lord Lucullus, entreats your company

to-morrow to hunt with him, and has sent your honour

two brace of greyhounds.

TIMON

I’ll hunt with him; and let them be received,

Not without fair reward.”

FLAVIUS

[Aside] What will this come to?

He commands us to provide, and give great gifts,

And all out of an empty coffer:

Nor will he know his purse, or yield me this,

To show him what a beggar his heart is,

Being of no power to make his wishes good:

His promises fly so beyond his state

That what he speaks is all in debt; he owes

For every word: he is so kind that he now

Pays interest for ‘t; his land’s put to their books.

Well, would I were gently put out of office

Before I were forced out!

Happier is he that has no friend to feed

Than such that do e’en enemies exceed.

I bleed inwardly for my lord.”

TIMON

I take all and your several visitations

So kind to heart, ‘tis not enough to give;

Methinks, I could deal kingdoms to my friends,

And ne’er be weary. Alcibiades,

Thou art a soldier, therefore seldom rich;

It comes in charity to thee: for all thy living

Is ‘mongst the dead, and all the lands thou hast

Lie in a pitch’d field.

ALCIBIADES

Ay, defiled land, my lord.”

Exeunt all but APEMANTUS and TIMON

APEMANTUS

What a coil’s here!

Serving of becks and jutting-out of bums!

I doubt whether their legs be worth the sums

That are given for ‘em. Friendship’s full of dregs:

Methinks, false hearts should never have sound legs,

Thus honest fools lay out their wealth on court’sies.

TIMON

Now, Apemantus, if thou wert not sullen, I would be

good to thee.

APEMANTUS

No, I’ll nothing: for if I should be bribed too,

there would be none left to rail upon thee, and then

thou wouldst sin the faster. Thou givest so long,

Timon, I fear me thou wilt give away thyself in

paper shortly: what need these feasts, pomps and

vain-glories?

TIMON

Nay, an you begin to rail on society once, I am

sworn not to give regard to you. Farewell; and come

with better music.”

O, that men’s ears should be

To counsel deaf, but not to flattery!”

ACT II

SCENE I. A Senator’s house.

Senator

(…)

If I want gold, steal but a beggar’s dog,

And give it Timon, why, the dog coins gold.

If I would sell my horse, and buy twenty more

Better than he, why, give my horse to Timon,

Ask nothing, give it him, it foals me, straight,

And able horses. No porter at his gate,

But rather one that smiles and still invites”

Senator

(…) I love and honour him,

But must not break my back to heal his finger;

Immediate are my needs, and my relief

Must not be toss’d and turn’d to me in words,

But find supply immediate. Get you gone:

Put on a most importunate aspect,

A visage of demand; for, I do fear,

When every feather sticks in his own wing,

Lord Timon will be left a naked gull,

Which flashes now a phoenix. Get you gone.

CAPHIS

I go, sir.”

SCENE II. The same. A hall in Timon’s house.

All Servants

What are we, Apemantus?

APEMANTUS

Asses.

All Servants

Why?

APEMANTUS

That you ask me what you are, and do not know

yourselves. Speak to ‘em, fool.

Fool

How do you, gentlemen?

All Servants

Gramercies, good fool: how does your mistress?

Fool

She’s e’en setting on water to scald such chickens

as you are. Would we could see you at Corinth!

APEMANTUS

Good! gramercy.”

Fool

I think no usurer but has a fool to his servant: my

mistress is one, and I am her fool. When men come

to borrow of your masters, they approach sadly, and

go away merry; but they enter my mistress’ house

merrily, and go away sadly: the reason of this?”

TIMON

You make me marvel: wherefore ere this time

Had you not fully laid my state before me,

That I might so have rated my expense,

As I had leave of means?

FLAVIUS

You would not hear me,

At many leisures I proposed.

TIMON

Go to:

Perchance some single vantages you took.

When my indisposition put you back:

And that unaptness made your minister,

Thus to excuse yourself.”

TIMON

To Lacedaemon did my land extend.

FLAVIUS

O my good lord, the world is but a word:

Were it all yours to give it in a breath,

How quickly were it gone!”

What heart, head, sword, force, means, but is

Lord Timon’s?

Great Timon, noble, worthy, royal Timon!

Ah, when the means are gone that buy this praise,

The breath is gone whereof this praise is made:

Feast-won, fast-lost; one cloud of winter showers,

These flies are couch’d.

TIMON

Come, sermon me no further:

No villanous bounty yet hath pass’d my heart;

Unwisely, not ignobly, have I given.

Why dost thou weep? Canst thou the conscience lack,

To think I shall lack friends? Secure thy heart;

If I would broach the vessels of my love,

And try the argument of hearts by borrowing,

Men and men’s fortunes could I frankly use

As I can bid thee speak.”

TIMON

And, in some sort, these wants of mine are crown’d,

That I account them blessings; for by these

Shall I try friends: you shall perceive how you

Mistake my fortunes; I am wealthy in my friends.

Within there! Flaminius! Servilius!”

That had, give’t these fellows

To whom ‘tis instant due. Ne’er speak, or think,

That Timon’s fortunes ‘mong his friends can sink.

FLAVIUS

I would I could not think it: that thought is

bounty’s foe;

Being free itself, it thinks all others so.

Exeunt”

ACT III

SCENE I. A room in Lucullus’ house.

Draw nearer, honest Flaminius. Thy lord’s a

bountiful gentleman: but thou art wise; and thou

knowest well enough, although thou comest to me,

that this is no time to lend money, especially upon

bare friendship, without security. Here’s three

solidares for thee: good boy, wink at me, and say

thou sawest me not. Fare thee well.

FLAMINIUS

Is’t possible the world should so much differ,

And we alive that lived? Fly, damned baseness,

To him that worships thee!

Throwing the money back

LUCULLUS

Ha! now I see thou art a fool, and fit for thy master.

Exit”

Has friendship such a faint and milky heart,

It turns in less than two nights? O you gods,

I feel master’s passion!”

SCENE II. A public place.

First Stranger

We know him for no less, though we are but strangers

to him. But I can tell you one thing, my lord, and

which I hear from common rumours: now Lord Timon’s

happy hours are done and past, and his estate

shrinks from him.”

LUCILIUS

What a strange case was that! now, before the gods,

I am ashamed on’t. Denied that honourable man!

there was very little honour showed in’t. For my own

part, I must needs confess, I have received some

small kindnesses from him, as money, plate, jewels

and such-like trifles, nothing comparing to his;

yet, had he mistook him and sent to me, I should

ne’er have denied his occasion so many talents.”

SERVILIUS

Has only sent his present occasion now, my lord;

requesting your lordship to supply his instant use

with so many talents.

LUCILIUS

I know his lordship is but merry with me;

He cannot want fifty five hundred talents.”

Commend me bountifully to his good lordship; and I

hope his honour will conceive the fairest of me,

because I have no power to be kind: and tell him

this from me, I count it one of my greatest

afflictions, say, that I cannot pleasure such an

honourable gentleman. Good Servilius, will you

befriend me so far, as to use mine own words to him?”

True as you said, Timon is shrunk indeed;

And he that’s once denied will hardly speed.”

First Stranger

Do you observe this, Hostilius?

Second Stranger

Ay, too well.

First Stranger

Why, this is the world’s soul; and just of the

same piece

Is every flatterer’s spirit. Who can call him

His friend that dips in the same dish? for, in

My knowing, Timon has been this lord’s father,

And kept his credit with his purse,

Supported his estate; nay, Timon’s money

Has paid his men their wages: he ne’er drinks,

But Timon’s silver treads upon his lip;

And yet–O, see the monstrousness of man

When he looks out in an ungrateful shape!–

He does deny him, in respect of his,

What charitable men afford to beggars.”

SCENE III. A room in Sempronius’ house.

SEMPRONIUS

Must he needs trouble me in ‘t,–hum!–‘bove

all others?

He might have tried Lord Lucius or Lucullus;

And now Ventidius is wealthy too,

Whom he redeem’d from prison: all these

Owe their estates unto him.

Servant

My lord,

They have all been touch’d and found base metal, for

They have all denied him.”

Must I be his last refuge! His friends, like

physicians,

Thrive, give him over: must I take the cure upon me?

Has much disgraced me in’t; I’m angry at him,

That might have known my place: I see no sense for’t,

But his occasion might have woo’d me first;

For, in my conscience, I was the first man

That e’er received gift from him:

And does he think so backwardly of me now,

That I’ll requite its last? No:

So it may prove an argument of laughter

To the rest, and ‘mongst lords I be thought a fool.

I’ld rather than the worth of thrice the sum,

Had sent to me first, but for my mind’s sake;

I’d such a courage to do him good. But now return,

And with their faint reply this answer join;

Who bates mine honour shall not know my coin.

Exit”

The devil knew not what he did when he made man politic; he crossed himself by ‘t: and I cannot think but, in the end, the villainies of man will set him clear.”

This was my lord’s best hope; now all are fled,

Save only the gods: now his friends are dead,

Doors, that were ne’er acquainted with their wards

Many a bounteous year must be employ’d

Now to guard sure their master.

And this is all a liberal course allows;

Who cannot keep his wealth must keep his house.”

SCENE IV. The same. A hall in Timon’s house.

PHILOTUS

(…)

You must consider that a prodigal course

Is like the sun’s; but not, like his, recoverable.

I fear ‘tis deepest winter in Lord Timon’s purse;

That is one may reach deep enough, and yet

Find little.”

HORTENSIUS

I’m weary of this charge, the gods can witness:

I know my lord hath spent of Timon’s wealth,

And now ingratitude makes it worse than stealth.

Varro’s First Servant

Yes, mine’s three thousand crowns: what’s yours?

Lucilius’ Servant

Five thousand mine.

Varro’s First Servant

‘Tis much deep: and it should seem by the sun,

Your master’s confidence was above mine;

Else, surely, his had equall’d.”

FLAVIUS

Ay,

If money were as certain as your waiting,

‘Twere sure enough.

Why then preferr’d you not your sums and bills,

When your false masters eat of my lord’s meat?

Then they could smile and fawn upon his debts

And take down the interest into their

gluttonous maws.

You do yourselves but wrong to stir me up;

Let me pass quietly:

Believe ‘t, my lord and I have made an end;

I have no more to reckon, he to spend.

Lucilius’ Servant

Ay, but this answer will not serve.

FLAVIUS

If ‘twill not serve,’tis not so base as you;

For you serve knaves.

Exit”

Second Servant

No matter what; he’s poor, and that’s revenge

enough. Who can speak broader than he that has no

house to put his head in? such may rail against

great buildings.”

FLAVIUS

O my lord,

You only speak from your distracted soul;

There is not so much left, to furnish out

A moderate table.

TIMON

Be’t not in thy care; go,

I charge thee, invite them all: let in the tide

Of knaves once more; my cook and I’ll provide.

Exeunt”

SCENE V. The same. The senate-house. The Senate sitting.

ALCIBIADES

(…)

Who cannot condemn rashness in cold blood?

To kill, I grant, is sin’s extremest gust;

But, in defence, by mercy, ‘tis most just.

To be in anger is impiety;

But who is man that is not angry?

Weigh but the crime with this.”

ALCIBIADES

I say, my lords, he has done fair service,

And slain in fight many of your enemies:

How full of valour did he bear himself

In the last conflict, and made plenteous wounds!”

ALCIBIADES

Hard fate! he might have died in war.

My lords, if not for any parts in him–

Though his right arm might purchase his own time

And be in debt to none–yet, more to move you,

Take my deserts to his, and join ‘em both:

And, for I know your reverend ages love

Security, I’ll pawn my victories, all

My honours to you, upon his good returns.

If by this crime he owes the law his life,

Why, let the war receive ‘t in valiant gore

For law is strict, and war is nothing more.

First Senator

We are for law: he dies; urge it no more,

On height of our displeasure: friend or brother,

He forfeits his own blood that spills another.”

ALCIBIADES

Banish me!

Banish your dotage; banish usury,

That makes the senate ugly.

First Senator

If, after two days’ shine, Athens contain thee,

Attend our weightier judgment. And, not to swell

our spirit,

He shall be executed presently.

Exeunt Senators”

“…Banishment!

It comes not ill; I hate not to be banish’d;

It is a cause worthy my spleen and fury,

That I may strike at Athens. I’ll cheer up

My discontented troops, and lay for hearts.

‘Tis honour with most lands to be at odds;

Soldiers should brook as little wrongs as gods.

Exit”

SCENE VI. The same. A banqueting-room in Timon’s house.

Enter TIMON and Attendants

TIMON

With all my heart, gentlemen both; and how fare you?

First Lord

Ever at the best, hearing well of your lordship.”

“…Gentlemen, our dinner will not

recompense this long stay: feast your ears with the

music awhile, if they will fare so harshly o’ the

trumpet’s sound; we shall to ‘t presently.”

Second Lord

My most honourable lord, I am e’en sick of shame,

that, when your lordship this other day sent to me,

I was so unfortunate a beggar.

TIMON

Think not on ‘t, sir.

Second Lord

If you had sent but two hours before,–

TIMON

Let it not cumber your better remembrance.

The banquet brought in”

Third Lord

Alcibiades is banished: hear you of it?

First Lord, Second Lord

Alcibiades banished!

Third Lord

‘Tis so, be sure of it.

First Lord

How! how!

Second Lord

I pray you, upon what?

TIMON

My worthy friends, will you draw near?

Third Lord

I’ll tell you more anon. Here’s a noble feast toward.

Second Lord

This is the old man still.

Third Lord

Will ‘t hold? will ‘t hold?

Second Lord

It does: but time will–and so–

Third Lord

I do conceive.

TIMON

Each man to his stool, with that spur as he would to

the lip of his mistress: your diet shall be in all

places alike. Make not a city feast of it, to let

the meat cool ere we can agree upon the first place:

sit, sit. The gods require our thanks.

You great benefactors, sprinkle our society with

thankfulness. For your own gifts, make yourselves

praised: but reserve still to give, lest your

deities be despised. Lend to each man enough, that

one need not lend to another; for, were your

godheads to borrow of men, men would forsake the

gods. Make the meat be beloved more than the man

that gives it. Let no assembly of twenty be without

a score of villains: if there sit twelve women at

the table, let a dozen of them be–as they are. The

rest of your fees, O gods–the senators of Athens,

together with the common lag of people–what is

amiss in them, you gods, make suitable for

destruction. For these my present friends, as they

are to me nothing, so in nothing bless them, and to

nothing are they welcome.

Uncover, dogs, and lap.

The dishes are uncovered and seen to be full of warm water”

Some Speak

What does his lordship mean?

Some Others

I know not.

TIMON

May you a better feast never behold,

You knot of mouth-friends I smoke and lukewarm water

Is your perfection. This is Timon’s last;

Who, stuck and spangled with your flatteries,

Washes it off, and sprinkles in your faces

Your reeking villany.

Throwing the water in their faces

Live loathed and long,

Most smiling, smooth, detested parasites,

Courteous destroyers, affable wolves, meek bears,

You fools of fortune, trencher-friends, time’s flies,

Cap and knee slaves, vapours, and minute-jacks!

Of man and beast the infinite malady

Crust you quite o’er! What, dost thou go?

Soft! take thy physic first–thou too–and thou;–

Stay, I will lend thee money, borrow none.

Throws the dishes at them, and drives them out

What, all in motion? Henceforth be no feast,

Whereat a villain’s not a welcome guest.

Burn, house! sink, Athens! henceforth hated be

Of Timon man and all humanity!

Exit”

First Lord

He’s but a mad lord, and nought but humour sways him.

He gave me a jewel th’ other day, and now he has

beat it out of my hat: did you see my jewel?

Third Lord

Did you see my cap?

Second Lord

Here ‘tis.

Fourth Lord

Here lies my gown.

First Lord

Let’s make no stay.

Second Lord

Lord Timon’s mad.

Third Lord

I feel ‘t upon my bones.

Fourth Lord

One day he gives us diamonds, next day stones.

Exeunt”

ACT IV

SCENE I. Without the walls of Athens.

Enter TIMON

TIMON

Let me look back upon thee. O thou wall,

That girdlest in those wolves, dive in the earth,

And fence not Athens! Matrons, turn incontinent!

Obedience fail in children! slaves and fools,

Pluck the grave wrinkled senate from the bench,

And minister in their steads! to general filths

Convert o’ the instant, green virginity,

Do ‘t in your parents’ eyes! bankrupts, hold fast;

Rather than render back, out with your knives,

And cut your trusters’ throats! bound servants, steal!

Large-handed robbers your grave masters are,

And pill by law. Maid, to thy master’s bed;

Thy mistress is o’ the brothel! Son of sixteen,

pluck the lined crutch from thy old limping sire,

With it beat out his brains! Piety, and fear,

Religion to the gods, peace, justice, truth,

Domestic awe, night-rest, and neighbourhood,

Instruction, manners, mysteries, and trades,

Degrees, observances, customs, and laws,

Decline to your confounding contraries,

And let confusion live! Plagues, incident to men,

Your potent and infectious fevers heap

On Athens, ripe for stroke! Thou cold sciatica,

Cripple our senators, that their limbs may halt

As lamely as their manners. Lust and liberty

Creep in the minds and marrows of our youth,

That ‘gainst the stream of virtue they may strive,

And drown themselves in riot! Itches, blains,

Sow all the Athenian bosoms; and their crop

Be general leprosy! Breath infect breath,

at their society, as their friendship, may

merely poison! Nothing I’ll bear from thee,

But nakedness, thou detestable town!

Take thou that too, with multiplying bans!

Timon will to the woods; where he shall find

The unkindest beast more kinder than mankind.

The gods confound–hear me, you good gods all–

The Athenians both within and out that wall!

And grant, as Timon grows, his hate may grow

To the whole race of mankind, high and low! Amen.”

SCENE II. Athens. A room in Timon’s house.

First Servant

Hear you, master steward, where’s our master?

Are we undone? cast off? nothing remaining?

FLAVIUS

Alack, my fellows, what should I say to you?

Let me be recorded by the righteous gods,

I am as poor as you.”

Enter other Servants

FLAVIUS

All broken implements of a ruin’d house.

Third Servant

Yet do our hearts wear Timon’s livery;

That see I by our faces; we are fellows still,

Serving alike in sorrow: leak’d is our bark,

And we, poor mates, stand on the dying deck,

Hearing the surges threat: we must all part

Into this sea of air.”

O, the fierce wretchedness that glory brings us!

Who would not wish to be from wealth exempt,

Since riches point to misery and contempt?

Who would be so mock’d with glory? or to live

But in a dream of friendship?

To have his pomp and all what state compounds

But only painted, like his varnish’d friends?

(…)

I’ll follow and inquire him out:

I’ll ever serve his mind with my best will;

Whilst I have gold, I’ll be his steward still.”

SCENE III. Woods and cave, near the seashore.

The senator shall bear contempt hereditary,

The beggar native honour.

It is the pasture lards the rother’s sides,

The want that makes him lean. Who dares, who dares,

In purity of manhood stand upright,

And say ‘This man’s a flatterer?’ if one be,

So are they all; for every grise of fortune

Is smooth’d by that below: the learned pate

Ducks to the golden fool: all is oblique;

There’s nothing level in our cursed natures,

But direct villany. Therefore, be abhorr’d

All feasts, societies, and throngs of men!”

Ha, you gods! why this? what this, you gods? Why, this

Will lug your priests and servants from your sides,

Pluck stout men’s pillows from below their heads:

This yellow slave

Will knit and break religions, bless the accursed,

Make the hoar leprosy adored, place thieves

And give them title, knee and approbation

With senators on the bench: this is it

That makes the wappen’d widow wed again;

She, whom the spital-house and ulcerous sores

Would cast the gorge at, this embalms and spices

To the April day again. Come, damned earth,

Thou common whore of mankind, that put’st odds

Among the route of nations, I will make thee

Do thy right nature.”

ALCIBIADES

What art thou there? speak.

TIMON

A beast, as thou art. The canker gnaw thy heart,

For showing me again the eyes of man!

ALCIBIADES

What is thy name? Is man so hateful to thee,

That art thyself a man?

TIMON

I am Misanthropos, and hate mankind.

For thy part, I do wish thou wert a dog,

That I might love thee something.”

Religious canons, civil laws are cruel;

Then what should war be? This fell whore of thine

Hath in her more destruction than thy sword,

For all her cherubim look.

PHRYNIA

Thy lips rot off!

TIMON

I will not kiss thee; then the rot returns

To thine own lips again.

ALCIBIADES

How came the noble Timon to this change?

TIMON

As the moon does, by wanting light to give:

But then renew I could not, like the moon;

There were no suns to borrow of.

ALCIBIADES

Noble Timon,

What friendship may I do thee?

TIMON

None, but to

Maintain my opinion.

ALCIBIADES

What is it, Timon?

TIMON

Promise me friendship, but perform none: if thou

wilt not promise, the gods plague thee, for thou art

a man! if thou dost perform, confound thee, for

thou art a man!

ALCIBIADES

I have heard in some sort of thy miseries.

TIMON

Thou saw’st them, when I had prosperity.

ALCIBIADES

I see them now; then was a blessed time.

TIMON

As thine is now, held with a brace of harlots.

TIMANDRA

Is this the Athenian minion, whom the world

Voiced so regardfully?

TIMON

Art thou Timandra?

TIMANDRA

Yes.

TIMON

Be a whore still: they love thee not that use thee;

Give them diseases, leaving with thee their lust.

Make use of thy salt hours: season the slaves

For tubs and baths; bring down rose-cheeked youth

To the tub-fast and the diet.”

TIMON

I prithee, beat thy drum, and get thee gone.

ALCIBIADES

I am thy friend, and pity thee, dear Timon.

TIMON

How dost thou pity him whom thou dost trouble?

I had rather be alone.

ALCIBIADES

Why, fare thee well:

Here is some gold for thee.

TIMON

Keep it, I cannot eat it.

ALCIBIADES

When I have laid proud Athens on a heap,–

TIMON

Warr’st thou ‘gainst Athens?

ALCIBIADES

Ay, Timon, and have cause.

TIMON

The gods confound them all in thy conquest;

And thee after, when thou hast conquer’d!

ALCIBIADES

Why me, Timon?

TIMON

That, by killing of villains,

Thou wast born to conquer my country.

Put up thy gold: go on,–here’s gold,–go on;

Be as a planetary plague, when Jove

Will o’er some high-viced city hang his poison

In the sick air: let not thy sword skip one:

Pity not honour’d age for his white beard;

He is an usurer: strike me the counterfeit matron;

It is her habit only that is honest,

Herself’s a bawd: let not the virgin’s cheek

Make soft thy trenchant sword; for those milk-paps,

That through the window-bars bore at men’s eyes,

Are not within the leaf of pity writ,

But set them down horrible traitors: spare not the babe,

Whose dimpled smiles from fools exhaust their mercy;

Think it a bastard, whom the oracle

Hath doubtfully pronounced thy throat shall cut,

And mince it sans remorse: swear against objects;

Put armour on thine ears and on thine eyes;

Whose proof, nor yells of mothers, maids, nor babes,

Nor sight of priests in holy vestments bleeding,

Shall pierce a jot. There’s gold to pay soldiers:

Make large confusion; and, thy fury spent,

Confounded be thyself! Speak not, be gone.

ALCIBIADES

Hast thou gold yet? I’ll take the gold thou

givest me,

Not all thy counsel.

TIMON

Dost thou, or dost thou not, heaven’s curse

upon thee!

PHRYNIA TIMANDRA

Give us some gold, good Timon: hast thou more?”

“…Hold up, you sluts,

Your aprons mountant: you are not oathable,

Although, I know, you ‘ll swear, terribly swear

Into strong shudders and to heavenly agues

The immortal gods that hear you,–spare your oaths,

I’ll trust to your conditions: be whores still;

And he whose pious breath seeks to convert you,

Be strong in whore, allure him, burn him up;

Let your close fire predominate his smoke,

And be no turncoats: yet may your pains, six months,

Be quite contrary: and thatch your poor thin roofs

With burthens of the dead;–some that were hang’d,

No matter:–wear them, betray with them: whore still;

Paint till a horse may mire upon your face,

A pox of wrinkles!”

“…Crack the lawyer’s voice,

That he may never more false title plead,

Nor sound his quillets shrilly: hoar the flamen,

That scolds against the quality of flesh,

And not believes himself: down with the nose,

Down with it flat; take the bridge quite away

Of him that, his particular to foresee,

Smells from the general weal: make curl’d-pate

ruffians bald”

That your activity may defeat and quell

The source of all erection. There’s more gold:

Do you damn others, and let this damn you,

And ditches grave you all!

PHRYNIA, TIMANDRA

More counsel with more money, bounteous Timon.

TIMON

More whore, more mischief first; I have given you earnest.”

ALCIBIADES

(…)

If I thrive well, I’ll visit thee again.

TIMON

If I hope well, I’ll never see thee more.

ALCIBIADES

I never did thee harm.

TIMON

Yes, thou spokest well of me.

ALCIBIADES

Call’st thou that harm?

TIMON

Men daily find it. Get thee away, and take

Thy beagles with thee.

ALCIBIADES

We but offend him. Strike!”

Go great with tigers, dragons, wolves, and bears;

Teem with new monsters, whom thy upward face

Hath to the marbled mansion all above

Never presented!–O, a root,–dear thanks!–

Dry up thy marrows, vines, and plough-torn leas;

Whereof ungrateful man, with liquorish draughts

And morsels unctuous, greases his pure mind,

That from it all consideration slips!

Enter APEMANTUS

More man? plague, plague!

APEMANTUS

I was directed hither: men report

Thou dost affect my manners, and dost use them.

TIMON

‘Tis, then, because thou dost not keep a dog,

Whom I would imitate: consumption catch thee!”

Thy flatterers yet wear silk, drink wine, lie soft;

Hug their diseased perfumes, and have forgot

That ever Timon was. Shame not these woods,

By putting on the cunning of a carper.

Be thou a flatterer now, and seek to thrive

By that which has undone thee: hinge thy knee,

And let his very breath, whom thou’lt observe,

Blow off thy cap; praise his most vicious strain,

And call it excellent: thou wast told thus;

Thou gavest thine ears like tapsters that bid welcome

To knaves and all approachers: ‘tis most just

That thou turn rascal; hadst thou wealth again,

Rascals should have ‘t. Do not assume my likeness.”

A madman so long, now a fool. What, think’st

That the bleak air, thy boisterous chamberlain,

Will put thy shirt on warm? will these moss’d trees,

That have outlived the eagle, page thy heels,

And skip where thou point’st out? will the

cold brook,

Candied with ice, caudle thy morning taste,

To cure thy o’er-night’s surfeit? Call the creatures

Whose naked natures live in an the spite

Of wreakful heaven, whose bare unhoused trunks,

To the conflicting elements exposed,

Answer mere nature; bid them flatter thee;

O, thou shalt find–

TIMON

A fool of thee: depart.

APEMANTUS

I love thee better now than e’er I did.

TIMON

I hate thee worse.

APEMANTUS

Why?

TIMON

Thou flatter’st misery.

APEMANTUS

I flatter not; but say thou art a caitiff.

TIMON

Why dost thou seek me out?

APEMANTUS

To vex thee.

TIMON

Always a villain’s office or a fool’s.

Dost please thyself in’t?

APEMANTUS

Ay.

TIMON

What! a knave too?

APEMANTUS

If thou didst put this sour-cold habit on

To castigate thy pride, ‘twere well: but thou

Dost it enforcedly; thou’ldst courtier be again,

Wert thou not beggar. Willing misery

Outlives encertain pomp, is crown’d before:

The one is filling still, never complete;

The other, at high wish: best state, contentless,

Hath a distracted and most wretched being,

Worse than the worst, content.

Thou shouldst desire to die, being miserable.”

“…But myself,

Who had the world as my confectionary,

The mouths, the tongues, the eyes and hearts of men

At duty, more than I could frame employment,

That numberless upon me stuck as leaves

Do on the oak, hive with one winter’s brush

Fell from their boughs and left me open, bare

For every storm that blows: I, to bear this,

That never knew but better, is some burden:

Thy nature did commence in sufferance, time

Hath made thee hard in’t. Why shouldst thou hate men?

They never flatter’d thee: what hast thou given?

If thou wilt curse, thy father, that poor rag,

Must be thy subject, who in spite put stuff

To some she beggar and compounded thee

Poor rogue hereditary. Hence, be gone!

If thou hadst not been born the worst of men,

Thou hadst been a knave and flatterer.”

That the whole life of Athens were in this!

Thus would I eat it.

Eating a root”

APEMANTUS

What wouldst thou have to Athens?

TIMON

Thee thither in a whirlwind. If thou wilt,

Tell them there I have gold; look, so I have.

APEMANTUS

Here is no use for gold.

TIMON

The best and truest;

For here it sleeps, and does no hired harm.

APEMANTUS

Where liest o’ nights, Timon?

TIMON

Under that’s above me.

Where feed’st thou o’ days, Apemantus?

APEMANTUS

Where my stomach finds meat; or, rather, where I eat

it.

TIMON

Would poison were obedient and knew my mind!

APEMANTUS

Where wouldst thou send it?

TIMON

To sauce thy dishes.

APEMANTUS

The middle of humanity thou never knewest, but the

extremity of both ends: when thou wast in thy gilt

and thy perfume, they mocked thee for too much

curiosity; in thy rags thou knowest none, but art

despised for the contrary. There’s a medlar for

thee, eat it.

TIMON

On what I hate I feed not.

APEMANTUS

Dost hate a medlar?

TIMON

Ay, though it look like thee.

APEMANTUS

An thou hadst hated meddlers sooner, thou shouldst

have loved thyself better now. What man didst thou

ever know unthrift that was beloved after his means?”

APEMANTUS

What things in the world canst thou nearest compare

to thy flatterers?

TIMON

Women nearest; but men, men are the things

themselves. What wouldst thou do with the world,

Apemantus, if it lay in thy power?

APEMANTUS

Give it the beasts, to be rid of the men.”

TIMON

A beastly ambition, which the gods grant thee t’

attain to! If thou wert the lion, the fox would

beguile thee; if thou wert the lamb, the fox would

eat three: if thou wert the fox, the lion would

suspect thee, when peradventure thou wert accused by

the ass: if thou wert the ass, thy dulness would

torment thee, and still thou livedst but as a

breakfast to the wolf: if thou wert the wolf, thy

greediness would afflict thee, and oft thou shouldst

hazard thy life for thy dinner: wert thou the

unicorn, pride and wrath would confound thee and

make thine own self the conquest of thy fury: wert

thou a bear, thou wouldst be killed by the horse:

wert thou a horse, thou wouldst be seized by the

leopard: wert thou a leopard, thou wert german to

the lion and the spots of thy kindred were jurors on

thy life: all thy safety were remotion and thy

defence absence. What beast couldst thou be, that

were not subject to a beast? and what a beast art

thou already, that seest not thy loss in

transformation!

APEMANTUS

If thou couldst please me with speaking to me, thou

mightst have hit upon it here: the commonwealth of

Athens is become a forest of beasts.

TIMON

How has the ass broke the wall, that thou art out of the city?

APEMANTUS

Yonder comes a poet and a painter: the plague of

company light upon thee! I will fear to catch it

and give way: when I know not what else to do, I’ll

see thee again.

TIMON

When there is nothing living but thee, thou shalt be

welcome. I had rather be a beggar’s dog than Apemantus.”

TIMON

Would thou wert clean enough to spit upon!

APEMANTUS

A plague on thee! thou art too bad to curse.

TIMON

All villains that do stand by thee are pure.

APEMANTUS

There is no leprosy but what thou speak’st.

TIMON

If I name thee.

I’ll beat thee, but I should infect my hands.

APEMANTUS

I would my tongue could rot them off!

TIMON

Away, thou issue of a mangy dog!

Choler does kill me that thou art alive;

I swound to see thee.

APEMANTUS

Would thou wouldst burst!

TIMON

Away,

Thou tedious rogue! I am sorry I shall lose

A stone by thee.

Throws a stone at him

APEMANTUS

Beast!

TIMON

Slave!

APEMANTUS

Toad!

TIMON

Rogue, rogue, rogue!

I am sick of this false world, and will love nought

But even the mere necessities upon ‘t.

Then, Timon, presently prepare thy grave;

Lie where the light foam the sea may beat

Thy grave-stone daily: make thine epitaph,

That death in me at others’ lives may laugh.”

APEMANTUS

Live, and love thy misery.

TIMON

Long live so, and so die.

Exit APEMANTUS

I am quit.

Moe things like men! Eat, Timon, and abhor them.

Enter Banditti

First Bandit

Where should he have this gold? It is some poor

fragment, some slender sort of his remainder: the

mere want of gold, and the falling-from of his

friends, drove him into this melancholy.”

Banditti

Save thee, Timon.

TIMON

Now, thieves?

Banditti

Soldiers, not thieves.

TIMON

Both too; and women’s sons.

Banditti

We are not thieves, but men that much do want.”

First Bandit

We cannot live on grass, on berries, water,

As beasts and birds and fishes.

TIMON

Nor on the beasts themselves, the birds, and fishes;

You must eat men. Yet thanks I must you con

That you are thieves profess’d, that you work not

In holier shapes: for there is boundless theft

In limited professions. Rascal thieves,

Here’s gold. Go, suck the subtle blood o’ the grape,

Till the high fever seethe your blood to froth,

And so ‘scape hanging: trust not the physician;

His antidotes are poison, and he slays

Moe than you rob: take wealth and lives together;

Do villany, do, since you protest to do’t,

Like workmen. I’ll example you with thievery.

The sun’s a thief, and with his great attraction

Robs the vast sea: the moon’s an arrant thief,

And her pale fire she snatches from the sun:

The sea’s a thief, whose liquid surge resolves

The moon into salt tears: the earth’s a thief,

That feeds and breeds by a composture stolen

From general excrement: each thing’s a thief:

The laws, your curb and whip, in their rough power

Have uncheque’d theft. Love not yourselves: away,

Rob one another. There’s more gold. Cut throats:

All that you meet are thieves: to Athens go,

Break open shops; nothing can you steal,

But thieves do lose it: steal no less for this

I give you; and gold confound you howsoe’er! Amen.”

What an alteration of honour

Has desperate want made!

What viler thing upon the earth than friends

Who can bring noblest minds to basest ends!

How rarely does it meet with this time’s guise,

When man was wish’d to love his enemies!

Grant I may ever love, and rather woo

Those that would mischief me than those that do!

Has caught me in his eye: I will present

My honest grief unto him; and, as my lord,

Still serve him with my life. My dearest master!

TIMON

Away! what art thou?

FLAVIUS

Have you forgot me, sir?”

I never had honest man about me, I; all

I kept were knaves, to serve in meat to villains.

FLAVIUS

The gods are witness,

Ne’er did poor steward wear a truer grief

For his undone lord than mine eyes for you.”

TIMON

What, dost thou weep? Come nearer. Then I

love thee,

Because thou art a woman, and disclaim’st

Flinty mankind; whose eyes do never give

But thorough lust and laughter. Pity’s sleeping:

Strange times, that weep with laughing, not with weeping!”

TIMON

Had I a steward

So true, so just, and now so comfortable?

It almost turns my dangerous nature mild.

Let me behold thy face. Surely, this man

Was born of woman.

Forgive my general and exceptless rashness,

You perpetual-sober gods! I do proclaim

One honest man–mistake me not–but one;

No more, I pray,–and he’s a steward.

How fain would I have hated all mankind!

And thou redeem’st thyself: but all, save thee,

I fell with curses.

Methinks thou art more honest now than wise;

For, by oppressing and betraying me,

Thou mightst have sooner got another service:

For many so arrive at second masters,

Upon their first lord’s neck. But tell me true–

For I must ever doubt, though ne’er so sure–

Is not thy kindness subtle, covetous,

If not a usuring kindness, and, as rich men deal gifts,

Expecting in return twenty for one?”

That which I show, heaven knows, is merely love,

Duty and zeal to your unmatched mind,

Care of your food and living; and, believe it,

My most honour’d lord,

For any benefit that points to me,

Either in hope or present, I’ld exchange

For this one wish, that you had power and wealth

To requite me, by making rich yourself.

TIMON

Look thee, ‘tis so! Thou singly honest man,

Here, take: the gods out of my misery

Have sent thee treasure. Go, live rich and happy;

But thus condition’d: thou shalt build from men;

Hate all, curse all, show charity to none,

But let the famish’d flesh slide from the bone,

Ere thou relieve the beggar; give to dogs

What thou deny’st to men; let prisons swallow ‘em,

Debts wither ‘em to nothing; be men like

blasted woods,

And may diseases lick up their false bloods!

And so farewell and thrive.”

ACT V

SCENE I. The woods. Before Timon’s cave.

Painter

Good as the best. Promising is the very air o’ the

time: it opens the eyes of expectation:

performance is ever the duller for his act; and,

but in the plainer and simpler kind of people, the

deed of saying is quite out of use. To promise is

most courtly and fashionable: performance is a kind

of will or testament which argues a great sickness

in his judgment that makes it.”

First Senator

O, forget

What we are sorry for ourselves in thee.

The senators with one consent of love

Entreat thee back to Athens; who have thought

On special dignities, which vacant lie

For thy best use and wearing.

Second Senator

They confess

Toward thee forgetfulness too general, gross:

Which now the public body, which doth seldom

Play the recanter, feeling in itself

A lack of Timon’s aid, hath sense withal

Of its own fail, restraining aid to Timon;

And send forth us, to make their sorrow’d render,

Together with a recompense more fruitful

Than their offence can weigh down by the dram;

Ay, even such heaps and sums of love and wealth

As shall to thee blot out what wrongs were theirs

And write in thee the figures of their love,

Ever to read them thine.”

TIMON

Well, sir, I will; therefore, I will, sir; thus:

If Alcibiades kill my countrymen,

Let Alcibiades know this of Timon,

That Timon cares not. But if be sack fair Athens,

And take our goodly aged men by the beards,

Giving our holy virgins to the stain

Of contumelious, beastly, mad-brain’d war,

Then let him know, and tell him Timon speaks it,

In pity of our aged and our youth,

I cannot choose but tell him, that I care not,

And let him take’t at worst; for their knives care not,

While you have throats to answer: for myself,

There’s not a whittle in the unruly camp

But I do prize it at my love before

The reverend’st throat in Athens. So I leave you

To the protection of the prosperous gods,

As thieves to keepers.

FLAVIUS

Stay not, all’s in vain.”

TIMON

I have a tree, which grows here in my close,

That mine own use invites me to cut down,

And shortly must I fell it: tell my friends,

Tell Athens, in the sequence of degree

From high to low throughout, that whoso please

To stop affliction, let him take his haste,

Come hither, ere my tree hath felt the axe,

And hang himself. I pray you, do my greeting.”

TIMON

Come not to me again: but say to Athens,

Timon hath made his everlasting mansion

Upon the beached verge of the salt flood;

Who once a day with his embossed froth

The turbulent surge shall cover: thither come,

And let my grave-stone be your oracle.

Lips, let sour words go by and language end:

What is amiss plague and infection mend!

Graves only be men’s works and death their gain!

Sun, hide thy beams! Timon hath done his reign.

Retires to his cave”

SCENE II. Before the walls of Athens.

.

.

.

SCENE III. The woods. Timon’s cave, and a rude tomb seen.

Soldier

(…)

Timon is dead, who hath outstretch’d his span:

Some beast rear’d this; there does not live a man.

Dead, sure; and this his grave. What’s on this tomb

I cannot read; the character I’ll take with wax:

Our captain hath in every figure skill,

An aged interpreter, though young in days:

Before proud Athens he’s set down by this,

Whose fall the mark of his ambition is.

Exit”

SCENE IV. Before the walls of Athens.

First Senator

All have not offended;

For those that were, it is not square to take

On those that are, revenges: crimes, like lands,

Are not inherited. Then, dear countryman,

Bring in thy ranks, but leave without thy rage:

Spare thy Athenian cradle and those kin

Which in the bluster of thy wrath must fall

With those that have offended: like a shepherd,

Approach the fold and cull the infected forth,

But kill not all together.”

Second Senator

Throw thy glove,

Or any token of thine honour else,

That thou wilt use the wars as thy redress

And not as our confusion, all thy powers

Shall make their harbour in our town, till we

Have seal’d thy full desire.

ALCIBIADES

Then there’s my glove;

Descend, and open your uncharged ports:

Those enemies of Timon’s and mine own

Whom you yourselves shall set out for reproof

Fall and no more: and, to atone your fears

With my more noble meaning, not a man

Shall pass his quarter, or offend the stream

Of regular justice in your city’s bounds,

But shall be render’d to your public laws

At heaviest answer.

Both

‘Tis most nobly spoken.

ALCIBIADES

Descend, and keep your words.

The Senators descend, and open the gates

Enter Soldier

Soldier

My noble general, Timon is dead;

Entomb’d upon the very hem o’ the sea;

And on his grave-stone this insculpture, which

With wax I brought away, whose soft impression

Interprets for my poor ignorance.

ALCIBIADES

[Reads the epitaph] ‘Here lies a

wretched corse, of wretched soul bereft:

Seek not my name: a plague consume you wicked

caitiffs left!

Here lie I, Timon; who, alive, all living men did hate:

Pass by and curse thy fill, but pass and stay

not here thy gait.’

(…) Dead

Is noble Timon: of whose memory

Hereafter more. Bring me into your city,

And I will use the olive with my sword,

Make war breed peace, make peace stint war, make each

Prescribe to other as each other’s leech.

Let our drums strike.

Exeunt

The End”

PERICLES, PRINCE OF TYRE

Enter GOWER

Before the palace of Antioch

To sing a song that old was sung,

From ashes ancient Gower is come;

Assuming man’s infirmities,

To glad your ear, and please your eyes.”

Et bonum quo antiquius, eo melius.

If you, born in these latter times,

When wit’s more ripe, accept my rhymes.”

This Antioch, then, Antiochus the Great

Built up, this city, for his chiefest seat:

The fairest in all Syria,

I tell you what mine authors say:

This king unto him took a fere,

Who died and left a female heir,

So buxom, blithe, and full of face,

As heaven had lent her all his grace;

With whom the father liking took,

And her to incest did provoke:

Bad child; worse father! to entice his own

To evil should be done by none:

But custom what they did begin

Was with long use account no sin.

The beauty of this sinful dame

Made many princes thither frame,

To seek her as a bed-fellow,

In marriage-pleasures play-fellow:

Which to prevent he made a law,

To keep her still, and men in awe,

That whoso ask’d her for his wife,

His riddle told not, lost his life:

So for her many a wight did die,

As yon grim looks do testify.”

ANTIOCHUS

Young prince of Tyre, you have at large received

The danger of the task you undertake.

PERICLES

I have, Antiochus, and, with a soul

Embolden’d with the glory of her praise,

Think death no hazard in this enterprise.

ANTIOCHUS

Bring in our daughter, clothed like a bride,

For the embracements even of Jove himself;

At whose conception, till Lucina reign’d,

Nature this dowry gave, to glad her presence,

The senate-house of planets all did sit,

To knit in her their best perfections.”

ANTIOCHUS

Prince Pericles,–

PERICLES

That would be son to great Antiochus.”

Yon sometimes famous princes, like thyself,

Drawn by report, adventurous by desire,

Tell thee, with speechless tongues and semblance pale,

That without covering, save yon field of stars,

Here they stand martyrs, slain in Cupid’s wars;

And with dead cheeks advise thee to desist

For going on death’s net, whom none resist.”

For death remember’d should be like a mirror,

Who tells us life’s but breath, to trust it error.”

am no viper, yet I feed

On mother’s flesh which did me breed.

I sought a husband, in which labour

I found that kindness in a father:

He’s father, son, and husband mild;

I mother, wife, and yet his child.

How they may be, and yet in two,

As you will live, resolve it you.

Sharp physic is the last: but, O you powers

That give heaven countless eyes to view men’s acts,

Why cloud they not their sights perpetually,

If this be true, which makes me pale to read it?

Fair glass of light, I loved you, and could still,

Takes hold of the hand of the Daughter of ANTIOCHUS”

“…Your time’s expired:

Either expound now, or receive your sentence.”

PERICLES

Great king,

Few love to hear the sins they love to act;

‘Twould braid yourself too near for me to tell it.

Who has a book of all that monarchs do,

He’s more secure to keep it shut than shown:

For vice repeated is like the wandering wind.

Blows dust in other’s eyes, to spread itself;

And yet the end of all is bought thus dear,

The breath is gone, and the sore eyes see clear:

To stop the air would hurt them. The blind mole casts

Copp’d hills towards heaven, to tell the earth is throng’d

By man’s oppression; and the poor worm doth die for’t.

Kings are earth’s gods; in vice their law’s

their will;

And if Jove stray, who dares say Jove doth ill?

It is enough you know; and it is fit,

What being more known grows worse, to smother it.

All love the womb that their first being bred,

Then give my tongue like leave to love my head.”

Forty days longer we do respite you;

If by which time our secret be undone,

This mercy shows we’ll joy in such a son:

And until then your entertain shall be

As doth befit our honour and your worth.”

PERICLES

How courtesy would seem to cover sin,

When what is done is like an hypocrite,

The which is good in nothing but in sight!

If it be true that I interpret false,

Then were it certain you were not so bad

As with foul incest to abuse your soul;

Where now you’re both a father and a son,

By your untimely claspings with your child,

Which pleasure fits an husband, not a father;

And she an eater of her mother’s flesh,

By the defiling of her parent’s bed;

And both like serpents are, who though they feed

On sweetest flowers, yet they poison breed.

Antioch, farewell! for wisdom sees, those men

Blush not in actions blacker than the night,

Will shun no course to keep them from the light.

One sin, I know, another doth provoke;

Murder’s as near to lust as flame to smoke:

Poison and treason are the hands of sin,

Ay, and the targets, to put off the shame:

Then, lest my lie be cropp’d to keep you clear,

By flight I’ll shun the danger which I fear.

Exit

Re-enter ANTIOCHUS

ANTIOCHUS

He hath found the meaning, for which we mean

To have his head.

He must not live to trumpet forth my infamy,

Nor tell the world Antiochus doth sin

In such a loathed manner;

And therefore instantly this prince must die:

For by his fall my honour must keep high.

Who attends us there?”

ANTIOCHUS

Thaliard,

You are of our chamber, and our mind partakes

Her private actions to your secrecy;

And for your faithfulness we will advance you.

Thaliard, behold, here’s poison, and here’s gold;

We hate the prince of Tyre, and thou must kill him:

It fits thee not to ask the reason why,

Because we bid it. Say, is it done?

THALIARD

My lord,

‘Tis done.”

Messenger

My lord, prince Pericles is fled.

Exit

ANTIOCHUS

As thou

Wilt live, fly after: and like an arrow shot

From a well-experienced archer hits the mark

His eye doth level at, so thou ne’er return

Unless thou say <Prince Pericles is dead.>”

Till Pericles be dead,

My heart can lend no succor to my head.”

Then it is thus: the passions of the mind,

That have their first conception by mis-dread,

Have after-nourishment and life by care;

And what was first but fear what might be done,

Grows elder now and cares it be not done.

And so with me: the great Antiochus,

‘Gainst whom I am too little to contend,

Since he’s so great can make his will his act,

Will think me speaking, though I swear to silence;

Nor boots it me to say I honour him.

If he suspect I may dishonour him:

And what may make him blush in being known,

He’ll stop the course by which it might be known;

With hostile forces he’ll o’erspread the land,

And with the ostent of war will look so huge,

Amazement shall drive courage from the state;

Our men be vanquish’d ere they do resist,

And subjects punish’d that ne’er thought offence:

Which care of them, not pity of myself,

Who am no more but as the tops of trees,

Which fence the roots they grow by and defend them,

Makes both my body pine and soul to languish,

And punish that before that he would punish.”

When Signior Sooth here does proclaim a peace,

He flatters you, makes war upon your life.

Prince, pardon me, or strike me, if you please;

I cannot be much lower than my knees.”

HELICANUS

How dare the plants look up to heaven, from whence

They have their nourishment?

PERICLES

Thou know’st I have power

To take thy life from thee.

HELICANUS

[Kneeling]

I have ground the axe myself;

Do you but strike the blow.

PERICLES

Rise, prithee, rise.

Sit down: thou art no flatterer:

I thank thee for it; and heaven forbid

That kings should let their ears hear their

faults hid!

Fit counsellor and servant for a prince,

Who by thy wisdom makest a prince thy servant,

What wouldst thou have me do?”

Her face was to mine eye beyond all wonder;

The rest–hark in thine ear–as black as incest:

Which by my knowledge found, the sinful father

Seem’d not to strike, but smooth: but thou

know’st this,

‘Tis time to fear when tyrants seem to kiss.”

“…and tyrants’ fears

Decrease not, but grow faster than the years”

Therefore, my lord, go travel for a while,

Till that his rage and anger be forgot,

Or till the Destinies do cut his thread of life.

Your rule direct to any; if to me.

Day serves not light more faithful than I’ll be.”

PERICLES

Tyre, I now look from thee then, and to Tarsus

Intend my travel, where I’ll hear from thee;

And by whose letters I’ll dispose myself.”

CLEON

Thou speak’st like him’s untutor’d to repeat:

Who makes the fairest show means most deceit.

But bring they what they will and what they can,

What need we fear?

The ground’s the lowest, and we are half way there.

Go tell their general we attend him here,

To know for what he comes, and whence he comes,

And what he craves.

(…)

CLEON

Welcome is peace, if he on peace consist;

If wars, we are unable to resist.”

PERICLES

(…)

We have heard your miseries as far as Tyre,

And seen the desolation of your streets:

Nor come we to add sorrow to your tears,

But to relieve them of their heavy load;

And these our ships, you happily may think

Are like the Trojan horse was stuff’d within

With bloody veins, expecting overthrow,

Are stored with corn to make your needy bread,

And give them life whom hunger starved half dead.

All

The gods of Greece protect you!

And we’ll pray for you.”

Enter PERICLES, wet

PERICLES

Yet cease your ire, you angry stars of heaven!

Wind, rain, and thunder, remember, earthly man

Is but a substance that must yield to you;

And I, as fits my nature, do obey you:

Alas, the sea hath cast me on the rocks,

Wash’d me from shore to shore, and left me breath

Nothing to think on but ensuing death:

Let it suffice the greatness of your powers

To have bereft a prince of all his fortunes;

And having thrown him from your watery grave,

Here to have death in peace is all he’ll crave.”

Third Fisherman

Master, I

marvel how the fishes live in the sea.

First Fisherman

Why, as men do a-land; the great ones eat up the

little ones: I can compare our rich misers to

nothing so fitly as to a whale; a’ plays and

tumbles, driving the poor fry before him, and at

last devours them all at a mouthful: such whales

have I heard on o’ the land, who never leave gaping

till they’ve swallowed the whole parish, church,

steeple, bells, and all.”

PERICLES

[Aside] How from the finny subject of the sea

These fishers tell the infirmities of men;

And from their watery empire recollect

All that may men approve or men detect!

Peace be at your labour, honest fishermen.”

Second Fisherman

What a drunken knave was the sea to cast thee in our

way!

PERICLES

A man whom both the waters and the wind,

In that vast tennis-court, have made the ball

For them to play upon, entreats you pity him:

He asks of you, that never used to beg.”

First Fisherman

Here’s them in our

country Greece gets more with begging than we can do

with working.”

First Fisherman

Why, I’ll tell you: this is called Pentapolis, and

our king the good Simonides.

PERICLES

The good King Simonides, do you call him.

First Fisherman

Ay, sir; and he deserves so to be called for his

peaceable reign and good government.

PERICLES

He is a happy king, since he gains from his subjects

the name of good by his government. How far is his

court distant from this shore?

First Fisherman

Marry, sir, half a day’s journey: and I’ll tell

you, he hath a fair daughter, and to-morrow is her

birth-day; and there are princes and knights come

from all parts of the world to just and tourney for her love.

PERICLES

Were my fortunes equal to my desires, I could wish

to make one there.

First Fisherman

O, sir, things must be as they may; and what a man

cannot get, he may lawfully deal for–his wife’s soul.”

PERICLES

To beg of you, kind friends, this coat of worth,

For it was sometime target to a king;

I know it by this mark. He loved me dearly,

And for his sake I wish the having of it;

And that you’ld guide me to your sovereign’s court,

Where with it I may appear a gentleman;

And if that ever my low fortune’s better,

I’ll pay your bounties; till then rest your debtor.

First Fisherman

Why, wilt thou tourney for the lady?

PERICLES

I’ll show the virtue I have borne in arms.

First Fisherman

Why, do ‘e take it, and the gods give thee good on’t!”

SIMONIDES

Who is the first that doth prefer himself?

THAISA

A knight of Sparta, my renowned father;

And the device he bears upon his shield

Is a black Ethiope reaching at the sun

The word, ‘Lux tua vita mihi.’

Who is the second that presents himself?

THAISA

A prince of Macedon, my royal father;

And the device he bears upon his shield

Is an arm’d knight that’s conquer’d by a lady;

The motto thus, in Spanish, ‘Piu por dulzura que por fuerza.’

SIMONIDES

And what’s the third?

THAISA

The third of Antioch;

And his device, a wreath of chivalry;

The word, ‘Me pompae provexit apex.’

SIMONIDES

What is the fourth?

THAISA

A burning torch that’s turned upside down;

The word, ‘Quod me alit, me extinguit.’

SIMONIDES

Which shows that beauty hath his power and will,

Which can as well inflame as it can kill.”

The Fifth Knight passes over

THAISA

The fifth, an hand environed with clouds,

Holding out gold that’s by the touchstone tried;

The motto thus, ‘Sic spectanda fides.’

The Sixth Knight, PERICLES, passes over

SIMONIDES

And what’s

The sixth and last, the which the knight himself

With such a graceful courtesy deliver’d?

THAISA

He seems to be a stranger; but his present is

A wither’d branch, that’s only green at top;

The motto, ‘In hac spe vivo.’

SIMONIDES

A pretty moral;

From the dejected state wherein he is,

He hopes by you his fortunes yet may flourish.”

First Lord

For by his rusty outside he appears

To have practised more the whipstock than the lance.”

Second Lord

He well may be a stranger, for he comes

To an honour’d triumph strangely furnished.

Third Lord

And on set purpose let his armour rust

Until this day, to scour it in the dust.

SIMONIDES

Opinion’s but a fool, that makes us scan

The outward habit by the inward man.

But stay, the knights are coming: we will withdraw

Into the gallery.”

PERICLES

‘Tis more by fortune, lady, than by merit.

SIMONIDES

Call it by what you will, the day is yours;

And here, I hope, is none that envies it.

In framing an artist, art hath thus decreed,

To make some good, but others to exceed;

And you are her labour’d scholar. Come, queen o’

the feast,–

For, daughter, so you are,–here take your place:

Marshal the rest, as they deserve their grace.”

THAISA

By Juno, that is queen of marriage,

All viands that I eat do seem unsavoury.

Wishing him my meat. Sure, he’s a gallant gentleman.

SIMONIDES

He’s but a country gentleman;

Has done no more than other knights have done;

Has broken a staff or so; so let it pass.”

Whereby I see that Time’s the king of men,

He’s both their parent, and he is their grave,

And gives them what he will, not what they crave.”

SIMONIDES

Yet pause awhile:

Yon knight doth sit too melancholy,

As if the entertainment in our court

Had not a show might countervail his worth.

Note it not you, Thaisa?”

Loud music is too harsh for ladies’ heads,

Since they love men in arms as well as beds.

The Knights dance”

SIMONIDES

Princes, it is too late to talk of love;

And that’s the mark I know you level at:

Therefore each one betake him to his rest;

To-morrow all for speeding do their best.

Exeunt”

HELICANUS

For honour’s cause, forbear your suffrages:

If that you love Prince Pericles, forbear.

Take I your wish, I leap into the seas,

Where’s hourly trouble for a minute’s ease.

A twelvemonth longer, let me entreat you to

Forbear the absence of your king:

If in which time expired, he not return,

I shall with aged patience bear your yoke.

But if I cannot win you to this love,

Go search like nobles, like noble subjects,

And in your search spend your adventurous worth;

Whom if you find, and win unto return,

You shall like diamonds sit about his crown.”

Enter SIMONIDES, reading a letter, at one door: the Knights meet him

First Knight

Good morrow to the good Simonides.

SIMONIDES

Knights, from my daughter this I let you know,

That for this twelvemonth she’ll not undertake

A married life.

Her reason to herself is only known,

Which yet from her by no means can I get.

Second Knight

May we not get access to her, my lord?

SIMONIDES

‘Faith, by no means; she has so strictly tied

Her to her chamber, that ‘tis impossible.

One twelve moons more she’ll wear Diana’s livery;

This by the eye of Cynthia hath she vow’d

And on her virgin honour will not break it.

Third Knight

Loath to bid farewell, we take our leaves.

Exeunt Knights

SIMONIDES

So,

They are well dispatch’d; now to my daughter’s letter:

She tells me here, she’d wed the stranger knight,

Or never more to view nor day nor light.

‘Tis well, mistress; your choice agrees with mine;

I like that well: nay, how absolute she’s in’t,

Not minding whether I dislike or no!

Well, I do commend her choice;

And will no longer have it be delay’d.

Soft! here he comes: I must dissemble it.

Enter PERICLES”

SIMONIDES

Sir, you are music’s master.

PERICLES

The worst of all her scholars, my good lord.

SIMONIDES

Let me ask you one thing:

What do you think of my daughter, sir?

PERICLES

A most virtuous princess.

SIMONIDES

And she is fair too, is she not?

PERICLES

As a fair day in summer, wondrous fair.

SIMONIDES

Sir, my daughter thinks very well of you;

Ay, so well, that you must be her master,

And she will be your scholar: therefore look to it.”

SIMONIDES

She thinks not so; peruse this writing else.

PERICLES

[Aside] What’s here?

A letter, that she loves the knight of Tyre!

‘Tis the king’s subtlety to have my life.

O, seek not to entrap me, gracious lord,

A stranger and distressed gentleman,

That never aim’d so high to love your daughter,

But bent all offices to honour her.

SIMONIDES

Thou hast bewitch’d my daughter, and thou art

A villain.”

SIMONIDES

Traitor, thou liest.

PERICLES

Traitor!

SIMONIDES

Ay, traitor.

PERICLES

Even in his throat–unless it be the king–

That calls me traitor, I return the lie.

SIMONIDES

[Aside] Now, by the gods, I do applaud his courage.”

I am glad on’t with all my heart.–

I’ll tame you; I’ll bring you in subjection.

Will you, not having my consent,

Bestow your love and your affections

Upon a stranger?”

SIMONIDES

It pleaseth me so well, that I will see you wed;

And then with what haste you can get you to bed.

Exeunt”

Estranho Simonides…

GOWER

Hymen hath brought the bride to bed.

Where, by the loss of maidenhead,

A babe is moulded. Be attent,

And time that is so briefly spent

With your fine fancies quaintly eche:

What’s dumb in show I’ll plain with speech.

DUMB SHOW.

[Provavelmente um espetáculo de bobos no teatro.]

Enter, PERICLES and SIMONIDES at one door, with Attendants; a Messenger meets them, kneels, and gives PERICLES a letter: PERICLES shows it SIMONIDES; the Lords kneel to him. Then enter THAISA with child, with LYCHORIDA a nurse. The KING shows her the letter; she rejoices: she and PERICLES takes leave of her father, and depart with LYCHORIDA and their Attendants. Then exeunt SIMONIDES and the rest

At last from Tyre,

Fame answering the most strange inquire,

To the court of King Simonides

Are letters brought, the tenor these:

Antiochus and his daughter dead;

The men of Tyrus on the head

Of Helicanus would set on

The crown of Tyre, but he will none:

The mutiny he there hastes t’ oppress;

Says to ‘em, if King Pericles

Come not home in twice six moons,

He, obedient to their dooms,

Will take the crown. The sum of this,

Brought hither to Pentapolis,

Y-ravished the regions round,

And every one with claps can sound,

‘Our heir-apparent is a king!

Who dream’d, who thought of such a thing?’

Brief, he must hence depart to Tyre:

His queen with child makes her desire–

Which who shall cross?–along to go:

Omit we all their dole and woe:

Lychorida, her nurse, she takes,

And so to sea. Their vessel shakes

On Neptune’s billow; half the flood

Hath their keel cut: but fortune’s mood

Varies again; the grisly north

Disgorges such a tempest forth,

That, as a duck for life that dives,

So up and down the poor ship drives:

The lady shrieks, and well-a-near

Does fall in travail with her fear:

And what ensues in this fell storm

Shall for itself itself perform.

I nill relate, action may

Conveniently the rest convey;

Which might not what by me is told.

In your imagination hold

This stage the ship, upon whose deck

The sea-tost Pericles appears to speak.

Exit”

PERICLES

Thou god of this great vast, rebuke these surges,

Which wash both heaven and hell; and thou, that hast

Upon the winds command, bind them in brass,

Having call’d them from the deep! O, still

Thy deafening, dreadful thunders; gently quench

Thy nimble, sulphurous flashes! O, how, Lychorida,

How does my queen? Thou stormest venomously;

Wilt thou spit all thyself? The seaman’s whistle

Is as a whisper in the ears of death,

Unheard. Lychorida!–Lucina, O

Divinest patroness, and midwife gentle

To those that cry by night, convey thy deity

Aboard our dancing boat; make swift the pangs

Of my queen’s travails!”

LYCHORIDA

Patience, good sir; do not assist the storm.

Here’s all that is left living of your queen,

A little daughter: for the sake of it,

Be manly, and take comfort.

PERICLES

O you gods!

Why do you make us love your goodly gifts,

And snatch them straight away? We here below

Recall not what we give, and therein may

Use honour with you.”

PERICLES

Now, mild may be thy life!

For a more blustrous birth had never babe:

Quiet and gentle thy conditions! for

Thou art the rudeliest welcome to this world

That ever was prince’s child. Happy what follows!

Thou hast as chiding a nativity

As fire, air, water, earth, and heaven can make,

To herald thee from the womb: even at the first

Thy loss is more than can thy portage quit,

With all thou canst find here. Now, the good gods

Throw their best eyes upon’t!”

PERICLES

A terrible childbed hast thou had, my dear;

No light, no fire: the unfriendly elements

Forgot thee utterly: nor have I time

To give thee hallow’d to thy grave, but straight

Must cast thee, scarcely coffin’d, in the ooze;

Where, for a monument upon thy bones,

And e’er-remaining lamps, the belching whale

And humming water must o’erwhelm thy corpse,

Lying with simple shells. O Lychorida,

Bid Nestor bring me spices, ink and paper,

My casket and my jewels; and bid Nicander

Bring me the satin coffer: lay the babe

Upon the pillow: hie thee, whiles I say

A priestly farewell to her: suddenly, woman.

Exit LYCHORIDA”

PERICLES

I thank thee. Mariner, say what coast is this?

Second Sailor

We are near Tarsus.

PERICLES

Thither, gentle mariner.

Alter thy course for Tyre. When canst thou reach it?

Second Sailor

By break of day, if the wind cease.

PERICLES

O, make for Tarsus!

There will I visit Cleon, for the babe

Cannot hold out to Tyrus: there I’ll leave it

At careful nursing. Go thy ways, good mariner:

I’ll bring the body presently.

Exeunt”

PHILEMON

Doth my lord call?

CERIMON

Get fire and meat for these poor men:

‘T has been a turbulent and stormy night.

Servant

I have been in many; but such a night as this,

Till now, I ne’er endured.

CERIMON

Your master will be dead ere you return;

There’s nothing can be minister’d to nature

That can recover him.”

CERIMON

I hold it ever,

Virtue and cunning were endowments greater

Than nobleness and riches: careless heirs

May the two latter darken and expend;

But immortality attends the former.

Making a man a god. ‘Tis known, I ever

Have studied physic, through which secret art,

By turning o’er authorities, I have,

Together with my practise, made familiar

To me and to my aid the blest infusions

That dwell in vegetives, in metals, stones;

And I can speak of the disturbances

That nature works, and of her cures; which doth give me

A more content in course of true delight

Than to be thirsty after tottering honour,

Or tie my treasure up in silken bags,

To please the fool and death.

Second Gentleman

Your honour has through Ephesus pour’d forth

Your charity, and hundreds call themselves

Your creatures, who by you have been restored:

And not your knowledge, your personal pain, but even

Your purse, still open, hath built Lord Cerimon

Such strong renown as time shall ne’er decay.”

CERIMON

Whate’er it be,

‘Tis wondrous heavy. Wrench it open straight:

If the sea’s stomach be o’ercharged with gold,

‘Tis a good constraint of fortune it belches upon us.

Second Gentleman

‘Tis so, my lord.

CERIMON

How close ‘tis caulk’d and bitumed!

Did the sea cast it up?

First Servant

I never saw so huge a billow, sir,

As toss’d it upon shore.

CERIMON

Wrench it open;

Soft! it smells most sweetly in my sense.

Second Gentleman

A delicate odour.

CERIMON

As ever hit my nostril. So, up with it.

O you most potent gods! what’s here? a corse!

First Gentleman

Most strange!

CERIMON

Shrouded in cloth of state; balm’d and entreasured

With full bags of spices! A passport too!

Apollo, perfect me in the characters!

Reads from a scroll

‘Here I give to understand,

If e’er this coffin drive a-land,

I, King Pericles, have lost

This queen, worth all our mundane cost.

Who finds her, give her burying;

She was the daughter of a king:

Besides this treasure for a fee,

The gods requite his charity!’

If thou livest, Pericles, thou hast a heart

That even cracks for woe! This chanced tonight.

Second Gentleman

Most likely, sir.

CERIMON

Nay, certainly to-night;

For look how fresh she looks! They were too rough

That threw her in the sea. Make a fire within:

Fetch hither all my boxes in my closet.”

Exit a Servant

Death may usurp on nature many hours,

And yet the fire of life kindle again

The o’erpress’d spirits. I heard of an Egyptian

That had nine hours lien dead,

Who was by good appliance recovered.

Re-enter a Servant, with boxes, napkins, and fire

Well said, well said; the fire and cloths.

The rough and woeful music that we have,

Cause it to sound, beseech you.

The viol once more: how thou stirr’st, thou block!

The music there!–I pray you, give her air.

Gentlemen.

This queen will live: nature awakes; a warmth

Breathes out of her: she hath not been entranced

Above five hours: see how she gins to blow

Into life’s flower again!”

CERIMON

She is alive; behold,

Her eyelids, cases to those heavenly jewels

Which Pericles hath lost,

Begin to part their fringes of bright gold;

The diamonds of a most praised water

Do appear, to make the world twice rich. Live,

And make us weep to hear your fate, fair creature,

Rare as you seem to be.

She moves

THAISA

O dear Diana,

Where am I? Where’s my lord? What world is this?”

Enter PERICLES, CLEON, DIONYZA, and LYCHORIDA with MARINA in her arms

PERICLES

Most honour’d Cleon, I must needs be gone;

My twelve months are expired, and Tyrus stands

In a litigious peace. You, and your lady,

Take from my heart all thankfulness! The gods

Make up the rest upon you!”

PERICLES

We cannot but obey

The powers above us. Could I rage and roar

As doth the sea she lies in, yet the end

Must be as ‘tis. My gentle babe Marina, whom,

For she was born at sea, I have named so, here

I charge your charity withal, leaving her

The infant of your care; beseeching you

To give her princely training, that she may be

Manner’d as she is born.”

Without your vows. Till she be married, madam,

By bright Diana, whom we honour, all

Unscissor’d shall this hair of mine remain,

Though I show ill in’t. So I take my leave.

Good madam, make me blessed in your care

In bringing up my child.”

CERIMON

Madam, this letter, and some certain jewels,

Lay with you in your coffer: which are now

At your command. Know you the character?

THAISA

It is my lord’s.

That I was shipp’d at sea, I well remember,

Even on my eaning time; but whether there

Deliver’d, by the holy gods,

I cannot rightly say. But since King Pericles,

My wedded lord, I ne’er shall see again,

A vestal livery will I take me to,

And never more have joy.

CERIMON

Madam, if this you purpose as ye speak,

Diana’s temple is not distant far,

Where you may abide till your date expire.

Moreover, if you please, a niece of mine

Shall there attend you.

THAISA

My recompense is thanks, that’s all;

Yet my good will is great, though the gift small.

Exeunt”

“…But, alack,

That monster envy, oft the wrack

Of earned praise, Marina’s life

Seeks to take off by treason’s knife.

And in this kind hath our Cleon

One daughter, and a wench full grown,

Even ripe for marriage-rite; this maid

Hight Philoten: and it is said

For certain in our story, she

Would ever with Marina be:

Be’t when she weaved the sleided silk

With fingers long, small, white as milk;

Or when she would with sharp needle wound

The cambric, which she made more sound

By hurting it; or when to the lute

She sung, and made the night-bird mute,

That still records with moan; or when

She would with rich and constant pen

Vail to her mistress Dian; still

This Philoten contends in skill

With absolute Marina: so

With the dove of Paphos might the crow

Vie feathers white. Marina gets

All praises, which are paid as debts,

And not as given. This so darks

In Philoten all graceful marks,

That Cleon’s wife, with envy rare,

A present murderer does prepare

For good Marina, that her daughter

Might stand peerless by this slaughter.

The sooner her vile thoughts to stead,

Lychorida, our nurse, is dead:

And cursed Dionyza hath

The pregnant instrument of wrath

Prest for this blow. The unborn event

I do commend to your content:

Only I carry winged time

Post on the lame feet of my rhyme;

Which never could I so convey,

Unless your thoughts went on my way.

Dionyza does appear,

With Leonine, a murderer.

Exit”

Enter DIONYZA and LEONINE

DIONYZA

Thy oath remember; thou hast sworn to do’t:

‘Tis but a blow, which never shall be known.

Thou canst not do a thing in the world so soon,

To yield thee so much profit. Let not conscience,

Which is but cold, inflaming love i’ thy bosom,

Inflame too nicely; nor let pity, which

Even women have cast off, melt thee, but be

A soldier to thy purpose.

LEONINE

I will do’t; but yet she is a goodly creature.

DIONYZA

The fitter, then, the gods should have her. Here

she comes weeping for her only mistress’ death.

Thou art resolved?

LEONINE

I am resolved.”

MARINA

When I was born:

Never was waves nor wind more violent;

And from the ladder-tackle washes off

A canvas-climber. ‘Ha!’ says one, ‘wilt out?’

And with a dropping industry they skip

From stem to stern: the boatswain whistles, and

The master calls, and trebles their confusion.

LEONINE

Come, say your prayers.

MARINA

What mean you?

LEONINE

If you require a little space for prayer,

I grant it: pray; but be not tedious,

For the gods are quick of ear, and I am sworn

To do my work with haste.

MARINA

Why will you kill me?

LEONINE

To satisfy my lady.

MARINA

Why would she have me kill’d?

Now, as I can remember, by my troth,

I never did her hurt in all my life:

I never spake bad word, nor did ill turn

To any living creature: believe me, la,

I never kill’d a mouse, nor hurt a fly:

I trod upon a worm against my will,

But I wept for it. How have I offended,

Wherein my death might yield her any profit,

Or my life imply her any danger?

LEONINE

My commission

Is not to reason of the deed, but do it.

MARINA

You will not do’t for all the world, I hope.

You are well favour’d, and your looks foreshow

You have a gentle heart. I saw you lately,

When you caught hurt in parting two that fought:

Good sooth, it show’d well in you: do so now:

Your lady seeks my life; come you between,

And save poor me, the weaker.

LEONINE

I am sworn,

And will dispatch.

He seizes her

Enter Pirates

First Pirate

Hold, villain!

LEONINE runs away

Second Pirate

A prize! a prize!

Third Pirate

Half-part, mates, half-part.

Come, let’s have her aboard suddenly.

Exeunt Pirates with MARINA

Re-enter LEONINE

LEONINE

These roguing thieves serve the great pirate Valdes;

And they have seized Marina. Let her go:

There’s no hope she will return. I’ll swear

she’s dead,

And thrown into the sea. But I’ll see further:

Perhaps they will but please themselves upon her,

Not carry her aboard. If she remain,

Whom they have ravish’d must by me be slain.

Exit”

[Num bordel, longe dali…]

Pandar

Therefore let’s have fresh ones, whate’er we pay for

them. If there be not a conscience to be used in

every trade, we shall never prosper.

Bawd [Cafetina]

Thou sayest true: ‘tis not our bringing up of poor

bastards,–as, I think, I have brought up some eleven–

BOULT

Ay, to eleven; and brought them down again. But

shall I search the market?

Bawd

What else, man? The stuff we have, a strong wind

will blow it to pieces, they are so pitifully sodden.

Pandar

Thou sayest true; they’re too unwholesome, o’

conscience. The poor Transylvanian is dead, that

lay with the little baggage.

BOULT

Ay, she quickly pooped him; she made him roast-meat

for worms. But I’ll go search the market.”

Bawd

Come, other sorts offend as well as we.

Pandar

As well as we! ay, and better too; we offend worse.

Neither is our profession any trade; it’s no

calling. But here comes Boult.

Re-enter BOULT, with the Pirates and MARINA

BOULT

[To MARINA] Come your ways. My masters, you say

she’s a virgin?

First Pirate

O, sir, we doubt it not.

BOULT

Master, I have gone through for this piece, you see:

if you like her, so; if not, I have lost my earnest.

Bawd

Boult, has she any qualities?

BOULT

She has a good face, speaks well, and has excellent

good clothes: there’s no further necessity of

qualities can make her be refused.

Bawd

What’s her price, Boult?

BOULT

I cannot be bated one doit of a thousand pieces.

Pandar

Well, follow me, my masters, you shall have your

money presently. Wife, take her in; instruct her

what she has to do, that she may not be raw in her

entertainment.

Exeunt Pandar and Pirates

Bawd

Boult, take you the marks of her, the colour of her

hair, complexion, height, age, with warrant of her

virginity; and cry ‘He that will give most shall

have her first.’ Such a maidenhead were no cheap

thing, if men were as they have been. Get this done

as I command you.

BOULT

Performance shall follow.

Exit

MARINA

Alack that Leonine was so slack, so slow!

He should have struck, not spoke; or that these pirates,

Not enough barbarous, had not o’erboard thrown me

For to seek my mother!

Bawd

Why lament you, pretty one?

MARINA

That I am pretty.

Bawd

Come, the gods have done their part in you.

MARINA

I accuse them not.”

Bawd

Ay, and you shall live in pleasure.

MARINA

No.

Bawd

Yes, indeed shall you, and taste gentlemen of all

fashions: you shall fare well; you shall have the

difference of all complexions. What! do you stop your ears?

MARINA

Are you a woman?

Bawd

What would you have me be, an I be not a woman?

MARINA

An honest woman, or not a woman.

Bawd

Marry, whip thee, gosling: I think I shall have

something to do with you. Come, you’re a young

foolish sapling, and must be bowed as I would have

you.

MARINA

The gods defend me!

Bawd

If it please the gods to defend you by men, then men

must comfort you, men must feed you, men must stir

you up. Boult’s returned.”

BOULT

‘Faith, they listened to me as they would have

hearkened to their father’s testament. There was a

Spaniard’s mouth so watered, that he went to bed to

her very description.

Bawd

We shall have him here to-morrow with his best ruff on.

BOULT

To-night, to-night. But, mistress, do you know the

French knight that cowers i’ the hams?

Bawd

Who, Monsieur Veroles?

BOULT

Ay, he: he offered to cut a caper at the

proclamation; but he made a groan at it, and swore

he would see her to-morrow.

Bawd

Well, well; as for him, he brought his disease

hither: here he does but repair it. I know he will

come in our shadow, to scatter his crowns in the

sun.

BOULT

Well, if we had of every nation a traveller, we

should lodge them with this sign.”

“…

To weep that you live as ye do makes pity in your

lovers: seldom but that pity begets you a good

opinion, and that opinion a mere profit.

MARINA

I understand you not.

BOULT

O, take her home, mistress, take her home: these

blushes of hers must be quenched with some present practise.

Bawd

Thou sayest true, i’ faith, so they must; for your

bride goes to that with shame which is her way to go

with warrant.”

MARINA

If fires be hot, knives sharp, or waters deep,

Untied I still my virgin knot will keep.

Diana, aid my purpose!

Bawd

What have we to do with Diana? Pray you, will you go with us?

Exeunt”

DIONYZA

I think

You’ll turn a child again.

CLEON

Were I chief lord of all this spacious world,

I’ld give it to undo the deed. O lady,

Much less in blood than virtue, yet a princess

To equal any single crown o’ the earth

I’ the justice of compare! O villain Leonine!

Whom thou hast poison’d too:

If thou hadst drunk to him, ‘t had been a kindness

Becoming well thy fact: what canst thou say

When noble Pericles shall demand his child?

DIONYZA

That she is dead. Nurses are not the fates,

To foster it, nor ever to preserve.

She died at night; I’ll say so. Who can cross it?

Unless you play the pious innocent,

And for an honest attribute cry out

‘She died by foul play.’

CLEON

O, go to. Well, well,

Of all the faults beneath the heavens, the gods

Do like this worst.

DIONYZA

Be one of those that think

The petty wrens of Tarsus will fly hence,

And open this to Pericles. I do shame

To think of what a noble strain you are,

And of how coward a spirit.

CLEON

To such proceeding

Who ever but his approbation added,

Though not his prime consent, he did not flow

From honourable sources.”

CLEON

Thou art like the harpy,

Which, to betray, dost, with thine angel’s face,

Seize with thine eagle’s talons.”

By you being pardon’d, we commit no crime

To use one language in each several clime

Where our scenes seem to live. I do beseech you

To learn of me, who stand i’ the gaps to teach you,

The stages of our story. Pericles

Is now again thwarting the wayward seas,

Attended on by many a lord and knight.

To see his daughter, all his life’s delight.

Old Escanes, whom Helicanus late

Advanced in time to great and high estate,

Is left to govern. Bear you it in mind,

Old Helicanus goes along behind.

Well-sailing ships and bounteous winds have brought

This king to Tarsus,–think his pilot thought;

So with his steerage shall your thoughts grow on,–

To fetch his daughter home, who first is gone.

Like motes and shadows see them move awhile;

Your ears unto your eyes I’ll reconcile.

DUMB SHOW.

Enter PERICLES, at one door, with all his train; CLEON and DIONYZA, at the other. CLEON shows PERICLES the tomb; whereat PERICLES makes lamentation, puts on sackcloth, and in a mighty passion departs. Then exeunt CLEON and DIONYZA

See how belief may suffer by foul show!

This borrow’d passion stands for true old woe;

And Pericles, in sorrow all devour’d,

With sighs shot through, and biggest tears

o’ershower’d,

Leaves Tarsus and again embarks. He swears

Never to wash his face, nor cut his hairs:

He puts on sackcloth, and to sea. He bears

A tempest, which his mortal vessel tears,

And yet he rides it out. Now please you wit.

The epitaph is for Marina writ

By wicked Dionyza.”

Let Pericles believe his daughter’s dead,

And bear his courses to be ordered

By Lady Fortune; while our scene must play

His daughter’s woe and heavy well-a-day

In her unholy service. Patience, then,

And think you now are all in Mytilene.”

Bawd

Fie, fie upon her! she’s able to freeze the god

Priapus, and undo a whole generation. We must

either get her ravished, or be rid of her. When she

should do for clients her fitment, and do me the

kindness of our profession, she has me her quirks,

her reasons, her master reasons, her prayers, her

knees; that she would make a puritan of the devil,

if he should cheapen a kiss of her.

BOULT

‘Faith, I must ravish her, or she’ll disfurnish us

of all our cavaliers, and make our swearers priests.”

LYSIMACHUS

Now, pretty one, how long have you been at this trade?

MARINA

What trade, sir?

LYSIMACHUS

Why, I cannot name’t but I shall offend.

MARINA

I cannot be offended with my trade. Please you to name it.

LYSIMACHUS

How long have you been of this profession?

MARINA

E’er since I can remember.

LYSIMACHUS

Did you go to ‘t so young? Were you a gamester at

five or at seven?

MARINA

Earlier too, sir, if now I be one.

LYSIMACHUS

Why, the house you dwell in proclaims you to be a

creature of sale.

MARINA

Do you know this house to be a place of such resort,

and will come into ‘t? I hear say you are of

honourable parts, and are the governor of this place.

LYSIMACHUS

Why, hath your principal made known unto you who I am?

MARINA

Who is my principal?

LYSIMACHUS

Why, your herb-woman; she that sets seeds and roots

of shame and iniquity. O, you have heard something

of my power, and so stand aloof for more serious

wooing. But I protest to thee, pretty one, my

authority shall not see thee, or else look friendly

upon thee. Come, bring me to some private place:

come, come.

MARINA

If you were born to honour, show it now;

If put upon you, make the judgment good

That thought you worthy of it.

LYSIMACHUS

How’s this? how’s this? Some more; be sage.

MARINA

For me,

That am a maid, though most ungentle fortune

Have placed me in this sty, where, since I came,

Diseases have been sold dearer than physic,

O, that the gods

Would set me free from this unhallow’d place,

Though they did change me to the meanest bird

That flies i’ the purer air!

LYSIMACHUS

I did not think

Thou couldst have spoke so well; ne’er dream’d thou couldst.

Had I brought hither a corrupted mind,

Thy speech had alter’d it. Hold, here’s gold for thee:

Persever in that clear way thou goest,

And the gods strengthen thee!

MARINA

The good gods preserve you!

LYSIMACHUS

For me, be you thoughten

That I came with no ill intent; for to me

The very doors and windows savour vilely.

Fare thee well. Thou art a piece of virtue, and

I doubt not but thy training hath been noble.

Hold, here’s more gold for thee.

A curse upon him, die he like a thief,

That robs thee of thy goodness! If thou dost

Hear from me, it shall be for thy good.”

BOULT

I must have your maidenhead taken off, or the common

hangman shall execute it. Come your ways. We’ll

have no more gentlemen driven away. Come your ways, I say.”

BOULT

The nobleman would have dealt with her like a

nobleman, and she sent him away as cold as a

snowball; saying his prayers too.

Bawd

Boult, take her away; use her at thy pleasure:

crack the glass of her virginity, and make the rest malleable.

BOULT

An if she were a thornier piece of ground than she

is, she shall be ploughed.

MARINA

Hark, hark, you gods!”

MARINA

Neither of these are so bad as thou art,

Since they do better thee in their command.

Thou hold’st a place, for which the pained’st fiend

Of hell would not in reputation change:

Thou art the damned doorkeeper to every

Coistrel that comes inquiring for his Tib;

To the choleric fisting of every rogue

Thy ear is liable; thy food is such

As hath been belch’d on by infected lungs.

BOULT

What would you have me do? go to the wars, would

you? where a man may serve seven years for the loss

of a leg, and have not money enough in the end to

buy him a wooden one?”

For what thou professest, a baboon, could he speak,

Would own a name too dear. O, that the gods

Would safely deliver me from this place!

Here, here’s gold for thee.

If that thy master would gain by thee,

Proclaim that I can sing, weave, sew, and dance,

With other virtues, which I’ll keep from boast:

And I will undertake all these to teach.

I doubt not but this populous city will

Yield many scholars.”

BOULT

‘Faith, my acquaintance lies little amongst them.

But since my master and mistress have bought you,

there’s no going but by their consent: therefore I

will make them acquainted with your purpose, and I

doubt not but I shall find them tractable enough.

Come, I’ll do for thee what I can; come your ways.

Exeunt”

Diana boa de lábia

O ÚLTIMO ATO

GOWER

Marina thus the brothel ‘scapes, and chances

Into an honest house, our story says.

She sings like one immortal, and she dances

As goddess-like to her admired lays;

Deep clerks she dumbs; and with her needle composes

Nature’s own shape, of bud, bird, branch, or berry,

That even her art sisters the natural roses;

Her inkle, silk, twin with the rubied cherry:

That pupils lacks she none of noble race,

Who pour their bounty on her; and her gain

She gives the cursed bawd. Here we her place;

And to her father turn our thoughts again,

Where we left him, on the sea. We there him lost;

Whence, driven before the winds, he is arrived

Here where his daughter dwells; and on this coast

Suppose him now at anchor. The city strived

God Neptune’s annual feast to keep: from whence

Lysimachus our Tyrian ship espies,

His banners sable, trimm’d with rich expense;

And to him in his barge with fervor hies.

In your supposing once more put your sight

Of heavy Pericles; think this his bark:

Where what is done in action, more, if might,

Shall be discover’d; please you, sit and hark.

Exit”

First Lord

Sir,

We have a maid in Mytilene, I durst wager,

Would win some words of him.

LYSIMACHUS

‘Tis well bethought.

She questionless with her sweet harmony

And other chosen attractions, would allure,

And make a battery through his deafen’d parts,

Which now are midway stopp’d:

She is all happy as the fairest of all,

And, with her fellow maids is now upon

The leafy shelter that abuts against

The island’s side.”

HELICANUS

Sure, all’s effectless; yet nothing we’ll omit

That bears recovery’s name. But, since your kindness

We have stretch’d thus far, let us beseech you

That for our gold we may provision have,

Wherein we are not destitute for want,

But weary for the staleness.

LYSIMACHUS

O, sir, a courtesy

Which if we should deny, the most just gods

For every graff would send a caterpillar,

And so afflict our province. Yet once more

Let me entreat to know at large the cause

Of your king’s sorrow.”

Re-enter, from the barge, Lord, with MARINA, and a young Lady

LYSIMACHUS

O, here is

The lady that I sent for. Welcome, fair one!

Is’t not a goodly presence?

HELICANUS

She’s a gallant lady.”

MARINA

Sir, I will use

My utmost skill in his recovery, Provided

That none but I and my companion maid

Be suffer’d to come near him.

LYSIMACHUS

Come, let us leave her;

And the gods make her prosperous!

MARINA sings”

MARINA

Hail, sir! my lord, lend ear.

PERICLES

Hum, ha!

MARINA

I am a maid,

My lord, that ne’er before invited eyes,

But have been gazed on like a comet: she speaks,

My lord, that, may be, hath endured a grief

Might equal yours, if both were justly weigh’d.

Though wayward fortune did malign my state,

My derivation was from ancestors

Who stood equivalent with mighty kings:

But time hath rooted out my parentage,

And to the world and awkward casualties

Bound me in servitude.

Aside

I will desist;

But there is something glows upon my cheek,

And whispers in mine ear, ‘Go not till he speak.’”

Hum ha!

MARINA

I said, my lord, if you did know my parentage,

You would not do me violence.

PERICLES

I do think so. Pray you, turn your eyes upon me.

You are like something that–What country-woman?

Here of these shores?

MARINA

No, nor of any shores:

Yet I was mortally brought forth, and am

No other than I appear.

PERICLES

I am great with woe, and shall deliver weeping.

My dearest wife was like this maid, and such a one

My daughter might have been: my queen’s square brows;

Her stature to an inch; as wand-like straight;

As silver-voiced; her eyes as jewel-like

And cased as richly; in pace another Juno;

Who starves the ears she feeds, and makes them hungry,

The more she gives them speech. Where do you live?

MARINA

Where I am but a stranger: from the deck

You may discern the place.

PERICLES

Where were you bred?

And how achieved you these endowments, which

You make more rich to owe?

MARINA

If I should tell my history, it would seem

Like lies disdain’d in the reporting.

PERICLES

Prithee, speak:

Falseness cannot come from thee; for thou look’st

Modest as Justice, and thou seem’st a palace

For the crown’d Truth to dwell in: I will

believe thee,

And make my senses credit thy relation

To points that seem impossible; for thou look’st

Like one I loved indeed. What were thy friends?

Didst thou not say, when I did push thee back–

Which was when I perceived thee–that thou camest

From good descending?

MARINA

So indeed I did.

PERICLES

Report thy parentage. I think thou said’st

Thou hadst been toss’d from wrong to injury,

And that thou thought’st thy griefs might equal mine,

If both were open’d.

MARINA

Some such thing

I said, and said no more but what my thoughts

Did warrant me was likely.

PERICLES

Tell thy story;

If thine consider’d prove the thousandth part

Of my endurance, thou art a man, and I

Have suffer’d like a girl: yet thou dost look

Like Patience gazing on kings’ graves, and smiling

Extremity out of act. What were thy friends?

How lost thou them? Thy name, my most kind virgin?

Recount, I do beseech thee: come, sit by me.

MARINA

My name is Marina.

PERICLES

O, I am mock’d,

And thou by some incensed god sent hither

To make the world to laugh at me.

MARINA

Patience, good sir,

Or here I’ll cease.

PERICLES

Nay, I’ll be patient.

Thou little know’st how thou dost startle me,

To call thyself Marina.

MARINA

The name

Was given me by one that had some power,

My father, and a king.

PERICLES

How! a king’s daughter?

And call’d Marina?

MARINA

You said you would believe me;

But, not to be a troubler of your peace,

I will end here.

PERICLES

But are you flesh and blood?

Have you a working pulse? and are no fairy?

Motion! Well; speak on. Where were you born?

And wherefore call’d Marina?

MARINA

Call’d Marina

For I was born at sea.

PERICLES

At sea! what mother?

MARINA

My mother was the daughter of a king;

Who died the minute I was born,

As my good nurse Lychorida hath oft

Deliver’d weeping.

PERICLES

O, stop there a little!

Aside

This is the rarest dream that e’er dull sleep

Did mock sad fools withal: this cannot be:

My daughter’s buried. Well: where were you bred?

I’ll hear you more, to the bottom of your story,

And never interrupt you.

MARINA

You scorn: believe me, ‘twere best I did give o’er.

PERICLES

I will believe you by the syllable

Of what you shall deliver. Yet, give me leave:

How came you in these parts? where were you bred?

MARINA

The king my father did in Tarsus leave me;

Till cruel Cleon, with his wicked wife,

Did seek to murder me: and having woo’d

A villain to attempt it, who having drawn to do’t,

A crew of pirates came and rescued me;

Brought me to Mytilene. But, good sir,

Whither will you have me? Why do you weep?

It may be,

You think me an impostor: no, good faith;

I am the daughter to King Pericles,

If good King Pericles be.

PERICLES

Ho, Helicanus!

HELICANUS

Calls my lord?

PERICLES

Thou art a grave and noble counsellor,

Most wise in general: tell me, if thou canst,

What this maid is, or what is like to be,

That thus hath made me weep?

HELICANUS

I know not; but

Here is the regent, sir, of Mytilene

Speaks nobly of her.

LYSIMACHUS

She would never tell

Her parentage; being demanded that,

She would sit still and weep.

PERICLES

O Helicanus, strike me, honour’d sir;

Give me a gash, put me to present pain;

Lest this great sea of joys rushing upon me

O’erbear the shores of my mortality,

And drown me with their sweetness. O, come hither,

Thou that beget’st him that did thee beget;

Thou that wast born at sea, buried at Tarsus,

And found at sea again! O Helicanus,

Down on thy knees, thank the holy gods as loud

As thunder threatens us: this is Marina.

What was thy mother’s name? tell me but that,

For truth can never be confirm’d enough,

Though doubts did ever sleep.

MARINA

First, sir, I pray,

What is your title?

PERICLES

I am Pericles of Tyre: but tell me now

My drown’d queen’s name, as in the rest you said

Thou hast been godlike perfect,

The heir of kingdoms and another like

To Pericles thy father.

MARINA

Is it no more to be your daughter than

To say my mother’s name was Thaisa?

Thaisa was my mother, who did end

The minute I began.

PERICLES

Now, blessing on thee! rise; thou art my child.

Give me fresh garments. Mine own, Helicanus;

She is not dead at Tarsus, as she should have been,

By savage Cleon: she shall tell thee all;

When thou shalt kneel, and justify in knowledge

She is thy very princess. Who is this?

HELICANUS

Sir, ‘tis the governor of Mytilene,

Who, hearing of your melancholy state,

Did come to see you.

PERICLES

I embrace you.

Give me my robes. I am wild in my beholding.

O heavens bless my girl! But, hark, what music?

Tell Helicanus, my Marina, tell him

O’er, point by point, for yet he seems to doubt,

How sure you are my daughter. But, what music?

HELICANUS

My lord, I hear none.

PERICLES

None!

The music of the spheres! List, my Marina.

LYSIMACHUS

It is not good to cross him; give him way.

PERICLES

Rarest sounds! Do ye not hear?

LYSIMACHUS

My lord, I hear.

Music”

DIANA appears to PERICLES as in a vision

DIANA

My temple stands in Ephesus: hie thee thither,

And do upon mine altar sacrifice.

There, when my maiden priests are met together,

Before the people all,

Reveal how thou at sea didst lose thy wife:

To mourn thy crosses, with thy daughter’s, call

And give them repetition to the life.

Or perform my bidding, or thou livest in woe;

Do it, and happy; by my silver bow!

Awake, and tell thy dream.

Disappears

PERICLES

Celestial Dian, goddess argentine,

I will obey thee. Helicanus!”

GOWER

Now our sands are almost run;

More a little, and then dumb.

This, my last boon, give me,

For such kindness must relieve me,

That you aptly will suppose

What pageantry, what feats, what shows,

What minstrelsy, and pretty din,

The regent made in Mytilene

To greet the king. So he thrived,

That he is promised to be wived

To fair Marina; but in no wise

Till he had done his sacrifice,

As Dian bade: whereto being bound,

The interim, pray you, all confound.

In feather’d briefness sails are fill’d,

And wishes fall out as they’re will’d.

At Ephesus, the temple see,

Our king and all his company.

That he can hither come so soon,

Is by your fancy’s thankful doom.

Exit

SCENE III. The temple of Diana at Ephesus; THAISA standing near the altar, as high priestess; a number of Virgins on each side; CERIMON and other Inhabitants of Ephesus attending. Enter PERICLES, with his train; LYSIMACHUS, HELICANUS, MARINA, and a Lady

PERICLES

Hail, Dian! to perform thy just command,

I here confess myself the king of Tyre;

Who, frighted from my country, did wed

At Pentapolis the fair Thaisa.

At sea in childbed died she, but brought forth

A maid-child call’d Marina; who, O goddess,

Wears yet thy silver livery. She at Tarsus

Was nursed with Cleon; who at fourteen years

He sought to murder: but her better stars

Brought her to Mytilene; ‘gainst whose shore

Riding, her fortunes brought the maid aboard us,

Where, by her own most clear remembrance, she

Made known herself my daughter.

THAISA

Voice and favour!

You are, you are–O royal Pericles!

Faints

PERICLES

What means the nun? she dies! help, gentlemen!

CERIMON

Noble sir,

If you have told Diana’s altar true,

This is your wife.

PERICLES

Reverend appearer, no;

I threw her overboard with these very arms.

CERIMON

Upon this coast, I warrant you.

PERICLES

‘Tis most certain.

CERIMON

Look to the lady; O, she’s but o’erjoy’d.

Early in blustering morn this lady was

Thrown upon this shore. I oped the coffin,

Found there rich jewels; recover’d her, and placed her

Here in Diana’s temple.”

Are you not Pericles? Like him you spake,

Like him you are: did you not name a tempest,

A birth, and death?

PERICLES

The voice of dead Thaisa!

THAISA

That Thaisa am I, supposed dead

And drown’d.

PERICLES

Immortal Dian!

THAISA

Now I know you better.

When we with tears parted Pentapolis,

The king my father gave you such a ring.

Shows a ring

PERICLES

This, this: no more, you gods! your present kindness

Makes my past miseries sports: you shall do well,

That on the touching of her lips I may

Melt and no more be seen. O, come, be buried

A second time within these arms.”

PERICLES

Reverend sir,

The gods can have no mortal officer

More like a god than you. Will you deliver

How this dead queen re-lives?

CERIMON

I will, my lord.

Beseech you, first go with me to my house,

Where shall be shown you all was found with her;

How she came placed here in the temple;

No needful thing omitted.”

GOWER

In Antiochus and his daughter you have heard

Of monstrous lust the due and just reward:

In Pericles, his queen and daughter, seen,

Although assail’d with fortune fierce and keen,

Virtue preserved from fell destruction’s blast,

Led on by heaven, and crown’d with joy at last:

In Helicanus may you well descry

A figure of truth, of faith, of loyalty:

In reverend Cerimon there well appears

The worth that learned charity aye wears:

For wicked Cleon and his wife, when fame

Had spread their cursed deed, and honour’d name

Of Pericles, to rage the city turn,

That him and his they in his palace burn;

The gods for murder seemed so content

To punish them; although not done, but meant.

So, on your patience evermore attending,

New joy wait on you! Here our play has ending.

Exit”

GULLIVER’S TRAVELS INTO SEVERAL REMOTE NATIONS OF THE WORLD – Trechos traduzidos por Rafael Aguiar

AS VIAGENS DE GULLIVER A VÁRIAS NAÇÕES REMOTAS DO MUNDO

Jonathan Swift, deão de São Patrício em Dublin, primeiro publicado no verão 1726-7 e agora finalmente trazido para os modernos conhecedores do Idioma Português, nesta pandemia de 2020!

PARTE I – VIAGEM A LILLIPUT

“Meu pai tinha algumas poucas posses em Nottinghamshire: eu era o terceiro de 5 filhos.” (Incrível semelhança com Robinson Crusoe! – https://seclusao.art.blog/2018/06/06/a-vida-e-as-aventuras-de-robinson-crusoe-em-291-293-paragrafos-traducao-inedita-para-o-portugues-com-a-adicao-de-comentarios-e-notas-de-rafael-a-aguiar/)

“Meu pai costumava me remeter esporadicamente algumas somas de dinheiro que bastavam para minhas módicas despesas; eu as aplicava aprendendo a Náutica, bem como outros segmentos da Matemática úteis àqueles que desejam empregar seus dias viajando. Algo me dizia que, quer queira, quer não, mais cedo ou mais tarde, eu estaria destinado a este ofício! (…) Estudei Física 2 anos e 7 meses, conhecendo sua utilidade ao percorrer longos trajetos.”

“aconselhado a abandonar o celibato, casei-me com a senhorita Mary Burton, segunda filha do senhor Edmund Burton, tecelão e dono de armazém na rua de Newgate, de quem recebi, como dote,  8 mil xelins.”

“Fui cirurgião em dois navios subsecutivamente, vindo a fazer diversas viagens ao longo de 6 anos, às Índias Orientais e Ocidentais, excursões que também acresceram minha fortuna. Minhas horas de ócio eu empregava lendo os melhores autores, antigos ou modernos, nunca me encontrando nalgum lugar sem uma penca de livros; a bordo, ao poder observar os hábitos e os costumes de outros povos, aprendia sobre sua cultura, aproveitando para aprender também sua língua. Creio que eu nasci predisposto a esse tipo de aprendizado, pois minha prodigiosa memória me poupava dos mais ásperos esforços.”

“Acabei por aceitar uma proposta muito vantajosa do capitão William Prichard, regente do navio Antílope, que excursionaria em breve rumo aos mares do Sul. Partimos de Bristol dia 4 de maio de 1699, e posso dizer que no começo nossa jornada foi bastante próspera.”

“Na medição, encontrávamo-nos na latitude de 30 graus e 2 minutos sul. Doze de nossos tripulantes já haviam morrido de excesso de fadiga e escassez de víveres.”

“Nadei a esmo, conforme a fortuna me ditou, e de algum modo avancei graças ao vento e à maré. Constantemente deixava minhas pernas caírem, e não era capaz de sentir nenhum fundo. Mas, quando já não podia me agüentar, percebi que estava incrivelmente perto da praia, a uma profundidade propícia para um homem atravessar andando. Nesse momento a tempestade já havia enfraquecido deveras. O declive do solo neste litoral era tão pequeno que caminhei, ainda com as pernas submersas, mais de um quilômetro até me achar finalmente em terra seca. Calculei que devia ser umas 8 da noite.”

“Dentro em pouco senti algo vivo se movendo pela minha perna esquerda, deslizando e subindo suavemente, escalando até meu peito, e depois quase alcançando uma de minhas bochechas. Ao baixar minha vista para resolver o mistério – que será? –, vejo uma criatura humana de 6 polegadas, armada de arco-e-flecha, com uma aljava às costas. Não tive tempo de raciocinar antes que sentisse mais umas 40 criaturinhas semelhantes formigando por minha cútis! Claro, estão seguindo a primeira, conjeturei. Meu espanto carecia de expressão”

Hekinahdegul!, os outros repetiram as mesmas palavras diversas vezes, e nesse ponto da estória eu não sabia o que isso queria dizer.”

“Tolgophonac”

“Langrodehulsan”

“Peplomselan”

“Essas pessoinhas são exímios matemáticos, e atingiram a perfeição em engenharia, muito devido à industriosidade e empenho do imperador, um grande mecenas do conhecimento, se me é permitido o trocadilho.”

“Passei algumas horas bastante premido pelas necessidades da natureza; é de admirar que eu tenha agüentado tanto, já que fazia já 2 dias que eu não evacuava. Meu caso era grave: ao mesmo tempo que se insinuava essa emergência corporal, meu sentimento de decência me refreava. A melhor solução que encontrei, enfim, foi enfiar-me o mais fundo que pudesse no que me deram como moradia; segui, portanto, até a corrente que me prendia não me permitir ir mais longe, e detrás de bem-fechados portões descarreguei aquele excesso desconfortável de dentro de mim. Mas juro que essa foi a única ocasião em minha vida que me tornei culpável por uma ação tão abjeta!”

“Deste dia em diante, meu hábito passou a ser, assim que acordava, praticar ‘o ato’ a céu aberto, no limite do alcance de minha corrente. Além disso, graças a minha prevenção e também ao susto do incidente anterior, todo o cuidado era tomado pelo governo para que, antes de qualquer trânsito de pessoas pela rua, dois servos especialmente designados removessem a matéria ofensiva com a ajuda de carrinhos de mão. Eu não perderia tanto tempo da narrativa com detalhes tão escatológicos, à primeira vista absolutamente inoportunos, se não cresse imprescindível justificar minha conduta, meu asseio e minha higiene perante a boa sociedade”

“Ele era pelo menos uma unha (minha) mais alto que todo o restante da côrte, o que, por si só, é de saltar às vistas, naquele mundinho em miniatura!” “Ele já estava na metade descendente da vida, nos seus 28 anos e 9 meses, dos quais ele reinou por 7 na mais plena tranqüilidade e prosperidade.” “Seus trajes eram simples, diria que a moda de seu povo se situava entre a asiática e a européia; porém, à cabeça usava um portentoso elmo dourado, todo cravado de jóias, encimado por uma pluma.”

“tentava me comunicar com eles em quantas línguas eu sabia e em quantas eu não sabia (qualquer palavra decorada já me servia de auxílio), as quais eu enumeraria como as seguintes: o Holandês erudito e o vulgar, Latim, Francês, Espanhol, Italiano e a língua franca; mas não se espantem quando eu disser que nada dessa minha poliglotia servia para eu me fazer entender.”

“Eles perceberam o quanto seria oneroso eu ser mantido pela tribo. Que minha dieta custar-lhes-ia o suor de muitos e muitos homúnculos, eventualmente causando até fome e miséria em seu país. Então a dado ponto eles me submeteram praticamente a uma greve de fome ou jejum compulsório. Mas não era uma solução definitiva. Então um dia me flecharam na face e nas mãos com setas envenenadas, esperando, senão matar-me (porque o veneno seria reduzido comparado a meu volume relativo de rios de sangue), ao menos livrarem-se de mim (esperando que eu fugisse). Na verdade só posso considerar este como o plano desde o início, ao pensar melhor, pois a própria possibilidade da minha morte e da transformação do meu corpo em cadáver seria o bastante para desencadear uma grave crise: uma porção imensurável de carne putrefata, um odor pestífero que logo se alastraria, e que talvez iniciasse uma epidemia capaz de dizimar aquela civilização na micro-metrópole de Lilliput! O melhor para eles é que eu me fosse embora, voluntariamente.”

“Foi ordenada uma comissão de 6 habitantes, que ganhariam salários, para serem meus domésticos; foram-lhes erguidas moradias equidistantes e ao redor da minha própria<casa>. Foi também estipulado que 300 alfaiates se encarregariam de me confeccionar alguns vestuários conforme a moda local”

“em cerca de 3 semanas eu fiz grandes progressos no aprendizado da língua nativa”

Imprimis: no bolso direito da jaqueta do grande homem-montanha (pelo menos é assim que eu decifro a expressão quinbusflestrin), após a mais meticulosa busca, nada encontramos além de uma flanela gigante, gigante o bastante para servir de carpete da maior sala do palácio real. (…) Obrigamo-lo então a revelar o que se encontrava no extremo da corrente; pareceu-nos uma espécie de globo. Meio-prata e meio-translúcido, embora esta segunda parte também fosse de um material metálico; nessa metade transparente constatamos algumas estranhas figuras desenhadas em círculo; muito embora fôssemos capazes de <tocá-las>, era apenas uma ilusão de perspectiva, pois o tato nos revelava que tocávamos com os dedos apenas a superfície transparente do hemisfério do globo, e não os desenhos inscritos por debaixo daquele domo. Ele aproximou este globo de nossos tímpanos, queria que verificássemos uma coisa – o estranho mecanismo não parava de emitir um certo som como o de um moinho de vento, a intervalos regulares! Conjeturamos: será um animal desconhecido? Ou o deus que o homem-montanha venera? Achamos mais provável esta última opção, pois ele mesmo nos afiançou (se compreendemo-lo bem, pois ele não domina nossa língua e o conceito parecia um tanto abstrato) que rara era a ocasião em que ele fazia qualquer coisa sem consultar seu objeto ou talismã primeiro. Ele o chamou de <seu oráculo>, e declarou que tal globo ou entidade era o responsável por indicar-lhe precisamente o tempo destinado a cada ação do seu ciclo de existência.”

“a pólvora eu havia deixado amarrada, impermeável, dentro da algibeira, precaução de todo bom marinheiro quando infelizmente tem de se jogar no mar”

“Ele ficou espantado diante do barulho contínuo que o cilindro produzia, e também do rastro da bala no ar, que ele podia claramente discernir (a vista dos liliputianos é muito mais perfeita que a nossa)”

“Minha cimitarra, minhas pistolas e algibeira foram todas estocadas em carruagens nos depósitos de sua majestade; o resto dos meus pertences, ao menos, foi-me devolvido.

Eu tinha um bolso bem escondido em minhas vestes, que escapou a toda inspeção minuciosa deste povo singular. Nele eu guardava um par de óculos (porque algumas vezes eu tinha fraqueza nos olhos), um monóculo portátil e outras bagatelas que, não sendo de maior consequência para o imperador, bem julguei que não valesse a pena revelar-lhe a existência. Além do quê, cogitei que, de tanto manusearem esses instrumentos delicados, podiam acabar quebrando alguma lente.”

“Algumas vezes eu me deitava, de mãos espalmadas, e deixava que 5 ou 6 liliputianos dançassem sobre elas; com o passar do tempo, foram-se acostumando a mim e até os garotos e garotas da vila se aventuravam a conhecer-me de perto e tocar-me. As crianças gostavam de jogar esconde-esconde em minha cabeleira.”

“essa gente excelia qualquer nação que eu jamais conhecera em destreza e magnificência.”

“Quando um cargo de relevo fica vago, por morte ou desgraça (e desgraças acontecem), 5 ou 6 candidatos pleiteavam ao imperador sua posse na função renomada, através de um teste bem fora do comum: sua majestade e o restante da côrte deviam testemunhar uma dança sobre a corda!” “Não raro os próprios ministros em atividade eram convocados a demonstrar sua perícia equilibrista, a fim de convencer o imperador de que ainda possuíam a mesma habilidade que os levara ao cargo no passado.”

“Mas não pense que esses espetáculos nunca terminassem em acidentes fatais – isso era o mais comum, inclusive. Os documentos do governo registraram uma infinidade desses casos. Eu vi pessoalmente 2 ou 3 dos candidatos fraturarem algum membro. Mas o maior perigo se apresenta, mesmo, nas danças dos ministros; ciosos de superar os pretendentes aos novos cargos e de superarem a própria reputação já auferida, e buscando sobressair-se em relação a todos os demais funcionários, eles se aplicam até os limites de seus talentos corporais; nessa situação, raríssimo era o ministro que durante toda sua vida não sofria nenhuma queda da corda; está certo que nem todas as quedas matavam ou deixavam aleijado, pois vi muitos homens com a saúde perfeita que relatavam já haver tombado 2 ou 3 vezes…”

“Golbasto Momarem Evlame Gurdilo Shefin Mully Ully Gue, Todo-Poderoso Imperador de Lilliput, júbilo e terror supremos do universo, cujos domínios se estendem por 5 mil blustrugs (eu diria que coisa de 10km de raio), até os extremos do globo; monarca dos monarcas, mais alto que os filhos dos homens; cujo pé empurra para baixo e submete tudo com a gravidade, até o mais fundo; cuja cabeça altiva ameaça até o sol.

(…)

Art. 6º. Que ele deverá ser nosso aliado contra os inimigos da ilha de Blefuscu, e devotar-se ao máximo a fim de dizimar sua frota, que agora se organiza para invadir-nos.

(…)

Art. 8º.  Que o supracitado homem-montanha deverá, dentro de no máximo 2 luas a contar da promulgação desta Lei, fornecer uma medição precisa da circunferência de nossos domínios mediante o cômputo dos seus passos como unidade de medida, circunscrevendo a costa.

Último artigo. O homem-montanha prestará juramento solene de que observará todos os artigos desta constituição. Sua retribuição por seus serviços será uma ração diária de carne e bebida o suficiente para nutrirem 1.724 (hum mil setecentos e vinte e quatro) liliputianos médios, com livre acesso à presença de nossa pessoa real, bem como outros privilégios e distinções.

Redigida em nosso palácio de Belfaborac, ao décimo segundo dia da 91ª lua de nosso reino.”

“O leitor talvez queira observar que, no último artigo da constituição que regulamenta a retomada de minha liberdade, o imperador estipula uma quantidade de carne e de bebida para minha pessoa equivalente à que seria destinada a alimentar 1724 indivíduos liliputianos. Algum tempo depois, perguntando a um de meus amigos da côrte como foi que eles chegaram a esta medição tão exata, fui relatado que os matemáticos a serviço de sua majestade, utilizando minha altura como parâmetro e com o auxílio do quadrante, chegaram à conclusão de que eles próprios estavam em proporção a mim como o número 1 está para o número 12; e, havendo analogia orgânica e estrutural entre nossos corpos, intuíram que o meu deveria possuir uma massa de 1724 homenzinhos e, conseqüentemente, meu metabolismo deveria queimar energia nas mesmas bases.”

“Eu ultrapassei o grande portão ocidental e avancei bastante sutilmente, esgueirando-me por entre as duas principais vias, não vestindo mais do que meu colete, um tanto justo, por medo de danificar, se usasse um tecido mais longo, os telhados e esquinas das casas.”

“nós lutamos contra dois grandes males: uma violenta facção em nosso lar e a constante ameaça do invasor do lado de fora, inimigo este que nos é superior militarmente. Quanto ao primeiro mal, vós deveis compreender que, há já 70 luas nesta nação há dois partidos que racham a unidade do império, sob as alcunhas de Tramecksan e Slamecksan, distinguindo-se os partidários dum e doutro conforme calçam cano-alto ou sapatos rasos. Alega-se que os de cano-alto ou coturno são a facção mais agradável posto que fiel às nossas maiores tradições e leis mais arcaicas; seja como for, sua majestade determinou compor seu quadro apenas dos sapatos-comuns, ficando a facção mais ortodoxa como mera expectadora dos eventos da Coroa. (…) (drurr é uma unidade de medida correspondente mais ou menos a 1/14 de uma polegada) (…) Os Tramecksan ou canos-altos são de fato a maioria; mas nós concentramos o poder. (…) Quanto ao que afirmas, que há outros reinos e Estados neste mundo, habitados por seres humanos tão grandes quanto tu, nossos filósofos estão muito céticos; sua opinião é de que caíste da lua, ou de uma das estrelas; porque, com certeza, se 100 mortais tão grandes quanto tu existissem, todos os víveres, toda a fauna de sua majestade extinguir-se-iam num piscar de olhos. Ademais, nossa História de 6 mil luas de idade não faz menção de nenhuma outra região para além dos impérios de Lilliput e Blefuscu. (…) A contenda principal é: o modo primitivo de quebrar os ovos, antes de comê-los, é pelo lado mais largo; mas quando o avô da majestade vigente, em sua infância, prestes a comer um ovo, e quebrando-o conforme o costume antigo, cortou um de seus dedos, seu pai, isto é, o bisavô de sua majestade vigente, decretou, prevendo pesadas punições para os infratores, que os ovos deviam, doravante, ser quebrados pelo seu lado mais estreito. O povo ficou descontente com os novos usos, tendo havido 6 rebeliões originadas pela promulgação desta lei; como resultado, um rei perdeu sua vida, e outro sua coroa. Essas comoções civis foram fomentadas muito visivelmente pela nobreza de Blefuscu, que não vacilou uma só vez em receber todos os refugiados e hereges de Lilliput, para reforçar seus exércitos. Foram computados 11 mil mortos, que preferiram a punição a quebrar os ovos pela parte mais estreita. Centenas de calhamaços foram então publicados na matéria. Os livros dos ‘coturnos’ ou ‘larguistas’, foram completamente proibidos, e os partidários desta crença foram declarados inaptos para a assunção de cargos. Durante todas essas instabilidades os imperadores de Blefuscu sempre maquinaram mediante seus embaixadores, acusando-nos de cisma religioso, alegando grave ofensa a uma doutrina fundamental do grande profeta Lustrog, exposta no capítulo XLIV do Blundecral (que é o Alcorão dos liliputianos). Mas esses versos parecem estar corrompidos ou sujeitos no mínimo a uma má-interpretação, uma vez que as palavras são estas: <todo verdadeiro crente deverá quebrar seus ovos do lado conveniente.>. E qual seria esse lado conveniente? Na minha humilde opinião, este problema deveria ser deixado à consciência de cada cidadão, ou pelo menos dos magistrados, que têm toda a competência para eleger um lado favorito.”

“O império de Blefuscu é uma ilha a nordeste de Lilliput, do qual jaz separado por um canal que não ultrapassa as 800 jardas.”

“Tão triviais são todos os serviços prestados a um príncipe, quando no outro prato da balança ele situa aquela única ocasião em que nos recusamos a satisfazer um capricho seu!”

Burglum! Burglum! Burglum! O palácio real estava em chamas e fui acordado no meio da noite. (…) Por puro golpe do destino, na noite anterior aconteceu de eu ter tomado uma generosa quantidade de um deliciosíssimo vinho chamado por nós de glimigrim, e pelos blefuscudianos de flunec, do qual porém nos orgulhávamos de cultivar as melhores safras e os melhores vinhedos. Bebida muito diurética, esta! O acaso mais feliz é que eu não havia, até o momento, despejado nenhuma gota desta substância pelo meu canal uretral, até ser chamado pelos meus desesperados convivas a ajudar no combate ao incêndio. E o vívido contato com o calor daquelas chamas, após o fatigante trabalho de carregar tonéis de água que pudessem debelar o mal (para mim tais tonéis não passavam de tampas), finalmente acendeu em mim a vontade de desopilar! Dei vazão a meus instintos: urinei em tal quantidade, em tal abundância, e apliquei o jato tão adequadamente nos focos do incêndio, que em 3 minutos o fogo estava completamente extinto, e o resto dos escombros reais, que levaram tantas luas para serem erguidos, foram preservados da destruição.”

“Havia, sem embargo, uma questão: era interdito a qualquer pessoa, de qualquer condição, sangue-azul ou plebeu, aliviar-se nas dependências do palácio. Nisto, fiquei apreensivo: seria eu condenado à morte por tal blasfêmia sem tamanho? Mas sua majestade me tranqüilizou com o recado de que daria pessoalmente ordem ao grande-inquisidor para me anistiar formalmente por qualquer ofensa ao código neste caso tão excepcional.”

“Assim como a estatura média dos habitantes é ligeiramente inferior a 6 polegadas, também cada animal e planta existe em miniatura e nas mesmas proporções que em nosso mundo.”

“Sua maneira de escrever é um tanto peculiar, não sendo nem da esquerda para a direita, como com os europeus, nem da direita para esquerda, como os árabes fazem, nem de cima para baixo, como é o caso dos chineses, mas obliquamente, duma diagonal à outra, cruzando o papel, como as madames na Inglaterra.

Eles enterram seus mortos de ponta-cabeça, na vertical, porque eles acreditam que em 11 mil luas todos os mortos reviverão, e neste dia a terra (que eles crêem ser plana) virará do avesso, e por esse método eles procuram que, à ressurreição, os liliputianos acordem já sobre seus pés, prontos para caminharem para fora de suas tumbas. É verdade que os mais eruditos dentre os liliputianos confessam a absurdez dessa doutrina; mas a prática remanesce, havendo complacência com a sabedoria popular.”

“o símbolo da Justiça, presente nas côrtes de judicatura, é uma figura de 6 olhos, 2 à frente, 2 às costas e mais 1 de cada lado, significando circunspecção; com um saco de ouro aberto em sua mão direita, e uma espada embainhada à sinistra, o símbolo quereria dizer com isso que seu papel é mais recompensar do que punir.”

“não é concebível, entre os liliputianos, que uma criança esteja obrigada a obedecer ao pai biológico pelo simples fato de trazê-la ao mundo, tampouco à mãe (…) sua opinião é que os pais são os menos confiáveis para decidir sobre a educação da criança”

“As crianças são vestidas pelos adultos até os 4 anos; depois disso devem se vestir sozinhas, não importa se é um menino ou menina da aristocracia; as atendentes do sexo feminino, cuja idade é mais ou menos, proporcionalmente, a de 50 para nossos anos solares, só executam algumas tarefas consideradas mais vis, muito limitadas em número.”

“Os pais só podem ver seus filhos duas vezes ao ano; cada visita deve durar uma hora; pode-se dar um beijo à chegada e outro beijo à saída; mas um guardião do Estado, que deverá testemunhar esses encontros, não permitirá cochichos nem expressões de ternura exageradas e afetadas, nem troca de presentes, brinquedos espalhafatosos, guloseimas e que-tais.”

“Se for percebido que alguma dessas babás se atreve a entreter ou assustar as mocinhas com estórias tolas ou aberrantes, ou qualquer tipo de tolice, como as que soem praticar pela Inglaterra, a culpada será açoitada em praça pública, não só numa mas em três sessões separadas, em diferentes pontos da cidade, além de encarcerada por um ano, ao fim do qual é devolvida à liberdade, conquanto banida da sociedade para viver nas partes mais remotas. Esse sistema faz das donzelas tão ou mais embaraçadas diante de demonstrações de covardia e asneirice que os próprios homens, de modo que também detestam ornamentos corporais, indecentes e contrários ao asseio: com efeito, crescer homem ou mulher em Lilliput é absolutamente idêntico, a não ser, talvez, por uma suavização tênue nos exercícios físicos das mulheres (…) a esposa deve ser companhia prudente e agradável, já que nem sempre será jovem. Aos 12 anos as garotas atingem à maioridade (lembrando que sua escala de tempo é diferente da nossa); seus pais ou guardiães trazem-na para casa, demonstrando gratidão aos professores (um dos quais é o guardião estatal a que me referi nos reencontros semestrais entre pais e filhos durante a infância destes), mas sem choro de mulheres e coisas assim.”

“Como Sua Majestade é excepcionalmente benévola, e em consideração a teus incomensuráveis serviços à Coroa, ela está decidida a poupar-te a vida, sendo o bastante que arranquemos ambos os teus olhos, humilde punição que te quitará com a lei. (…) Claro que a extração de tuas córneas não fará de ti um homem fraco; mesmo um cego como tu, posto que gigante, poderá ser de utilidade para Sua Alteza. Aquele que, mesmo cego, serve ao rei demonstra redobrada valentia, e cremos mesmo que a falta de visão seja uma vantagem, por acrescer certa valentia interna ao ser; o medo que tiveste de que acontecesse algo a teus olhos foi a maior dificuldade que tivemos para capturar a frota rival. Ademais, para ti está de bom tamanho que vejas pelos olhos dos ministros, pois sabemos que assim são os príncipes (em metáfora, é claro).”

“O rei tem boas razões para crer que és um larguista no fundo de teu coração. E, como a traição principia no coração, antes de manifestar-se nos atos, sua majestade acusou-te como traidor da pátria com fundamento sólido, e insistiu em condenar-te à morte.”

“Foi decidido meticulosa e rigorosamente que o projeto de matar-te por inanição gradual permanecesse um segredo de Estado”

“Foi um costume introduzido pelo monarca atual e seu ministério (que contrasta vivamente com o uso dos antigos) que, após a côrte pronunciar qualquer sentença capital, fosse para bajular o ressentimento do rei ou excitar a malícia de um ou outro cortesão favorito, o imperador deveria proceder a um discurso perante seu conselho, expressando hipocritamente sua misericórdia e ternura infinitas, qualidades altamente reputadas e veneradas em todo o mundo. E este discurso era, posteriormente à transcrição do escriba, publicado em todo o reino; e nada amedrontava tanto as pessoas quanto esses encômios autodirigidos à benevolência de Sua Majestade! Quanto mais pomposas eram estas palavras, verificava-se a cada execução, mais inumana e cruel se mostrava a punição, e não raras eram as vezes em que o réu não passava de um inocente. Confesso, não havendo nascido para a côrte, nem sido educado para compor a mesma, ser tão mau juiz e árbitro das coisas que não encontrei em canto algum da sentença essa leniência e esse favor tão aventados! Considerei então (talvez erroneamente) que havia nesta peça mais rigor que gentileza!”

“Ruminava sobre meu futuro, e estava propenso a resistir a minha punição, uma vez que, de fato, não estando eu despojado do movimento em meus membros, minha força era suficiente para derrubar todo esse império. Bastaria arremessar algumas pedras e a capital estaria completamente arruinada. Mas meu remorso começou a crescer dia a dia e desisti desta resolução inicial, relembrando meu juramento para com o imperador, e todas as honras que dele recebi, incluindo meu título de nardac (o mais nobre da nação).”

“Devo admitir que a preservação de meus olhos – e minha conseqüente liberdade – deveu-se a meu caráter um tanto afoito e minha completa falta de experiência. Porque se eu conhecesse bem, àquela altura, a natureza de príncipes e ministros, que hoje eu posso me jactar de conhecer após visitar muitas outras côrtes, seus métodos de tratar criminosos menos detestáveis do que eu, ah, se de tudo isso fizesse idéiaentão!…creio mesmo que, cheio de alacridade e circunspecção, resignar-me-ia a minha dura sentença.”

“e o embaixador declarou que, a fim de manter a paz e a amizade entre os dois impérios, o imperador de Lilliput esperava que seu irmão de Blefuscu ordenasse minha extradição de volta ao país liliputiano, de pernas e braços bem-amarrados, para ser devidamente punido pela minha traição.”

“o acaso, bom ou mau isso eu não sei, atirou em minha direção um barco, em que eu não hesitaria em embarcar, oceano adentro. Não quis continuar a ser um objeto de disputas entre dois ilustres monarcas! O mesmo imperador que me mantinha como hóspede não se mostrou de todo insatisfeito com minha decisão. Na verdade, por acidente, acabei por apurar que ele estava, ao contrário, muito contente, assim como a maioria absoluta de seus ministros.

Essa descoberta me fez apressar minha partida. A côrte, já manifestamente impaciente pela minha ida, muito me auxiliou na empreitada. Quinhentos operários foram designados para confeccionar velas para meu barco, seguindo minhas meticulosas instruções; cada vela era o produto de 13 dobraduras do seu linho mais forte e resistente!

“Um mês depois do começo dos trabalhos, com tudo ajeitado, comuniquei oficialmente a Sua Majestade de Blefuscu minha partida imediata. (…) O monarca me regalou com 40 bolsas contendo 200 sprugs – a moeda blefuscudiana – cada, com um quadro enorme (para seus padrões) seu, o qual eu pus dentro de uma de minhas luvas para manter seco.”

“Abasteci a embarcação com carcaças de 100 bois e 300 ovelhas, além da mesma proporção em pão e bebida, quantidade que um blefuscudiano demoraria 400 refeições normais para consumir. Fiz questão de levar, ainda, 6 vacas e 2 touros vivos, bem como os mesmos números em ovelhas e carneiros, respectivamente, com o fito de exibi-los em minha terra natal e, quem sabe, proceder à criação desta micro-espécie. Para alimentá-los enquanto estivessem a bordo trouxe comigo um bom naco de feno, e uma saca de milho.”

“Lancei-me ao mar em 24 de setembro de 1701.”

“Meu propósito era atingir, se possível, uma das ilhas que, eu cria, se localizavam a nordeste da Terra de Van Diemen.¹ Mas não me deparei com terra nesse dia; no próximo, contudo, lá pelas 3 da tarde, após, pelos meus cálculos, navegar 24 ligas marítimas desde Blefuscu, avistei velas a sudeste (eu seguia sentido oeste-leste).”

¹ Cujo nome foi mudado para Ilha da Tasmânia na década de 1850. Fica próxima da Austrália.

“Era um navio mercante de minha terra, regressando do Japão pelos mares setentrional e meridional. O capitão, Senhor John Biddel, de Deptford, era bastante cortês e excepcional marinheiro.

Estávamos agora a 30 graus sul de latitude; havia 50 homens no navio. Aqui encontrei um velho camarada, Peter Williams, o que só aumentou minha estima pelo capitão John. Este camarada me tratou com a maior consideração. Ele logo desejou saber de que lugar eu vinha, e se fôra feito prisioneiro; eu não hesitei em resumi-lo minhas aventuras em breves palavras, mas ele obviamente pensou que eu delirava. Natural que um marinheiro perceba num discurso incrível sintomas de alguém que passou pelas piores atribulações em alto-mar, e não dê crédito. Porém, para comprovar tudo, retirei do bolso meu gado e rebanho, o que, por fim, após um grande espanto e turbação causados ao camarada, serviram para convencê-lo da autenticidade do meu relato.” “Dei-lhe duas bolsas de 200 sprugs. Afiancei-lhe que, chegados à Inglaterra, dar-lhe-ia também uma de minhas vaquinhas e uma de minhas ovelhinhas adultas, junto com as crias, quando já as tivessem.”

“Ancoramos em Downs dia 13 de abril de 1702. Minha única infelicidade foi que os ratos do navio levaram uma de minhas ovelhas.”

“Durante minha curta nova estada em meu lar, lucrei algum dinheiro exibindo meu gado-miniatura a pessoas distintas. Antes que começasse minha segunda viagem, consegui vendê-los, por fim, a 600 libras. Ao regressar mais tarde eu contemplaria o crescimento exponencial dos espécimes, especialmente dos carneiros, o que, penso eu, contribuirá muito para o progresso da manufatura de lã do país, dado que realmente a lã destas micro-ovelhas é de altíssima procedência!

Para resumir, fiquei parado apenas por mais 2 meses, ao lado de esposa e família, pois meu insaciável desejo de conhecer novos povos não me permitiria continuar por mais tempo. Deixei 1500 libras nas mãos de minha mulher, comprando também uma casa para todos se instalarem com conforto em Redriff. O resto de meu dinheiro levei comigo, parte em espécie, parte em bens, com o intento de voltar a multiplicar minha fortuna. Meu tio mais velho, John, morrera e deixara, em herança, terras nas proximidades de Epping, que geravam um lucro de aproximadamente 30 libras ao ano. (…) Meu filho Johnny, batizado em homenagem a esse tio, estava no primário, mas eu já podia ver o quanto o menino era adiantado. Minha filha Betty (hoje, enquanto escrevo, uma mulher casada e com filhos) começava a desempenhar seu ofício de costureira. Despedi-me, então, de minha esposa, da garota e do garoto, com lágrimas nos olhos, de ambas as partes, e embarquei para novas aventuras, num navio mercante de 300 toneladas, com destino ao Surat, grande entreposto comercial das Índias Ocidentais, capitaneado por John Nicholas, de Liverpool.”

* * *

PARTE II – VIAGEM A BROBDINGNAG

“Tivemos ventos muito favoráveis até chegarmos ao Cabo da Boa Esperança, onde desembarcamos para coletar água doce; porém, descobrindo um vazamento, desembarcamos também todos os nossos pertences e a carga e acampamos por ali; com o capitão padecendo de febre, não pudemos seguir nosso curso até o fim de março.”

“Nossa trajetória era leste-nordeste, o vento seguia o rumo sudoeste-nordeste.”

“fomos levados, pelos meus cálculos, 500 ligas além da conta para leste, desorientados a ponto de o marinheiro mais experiente a bordo nada saber de nosso paradeiro. Nossas provisões ainda estavam em boa quantidade, nosso navio seguia firme e inabalado, a tripulação compartilhava um bom estado, mas o problema foi que a água se tornou terrivelmente escassa. Preferimos seguir no mesmo curso, ao invés de dirigirmo-nos mais para o norte, o que podia nos levar à costa noroeste da Grande Tartária, ou quem sabe ao mar congelado. No dia 16 de junho de 1703, o garoto no topo do mastro avistou terra.

“Quando aportamos em terra não vimos água corrente nem nenhuma fonte, muito menos sinais de povoação.”

“para mim era impossível escalar esse lance de escadas, porque cada degrau tinha quase 2m de altura e o topo da pedra estava lá pelo sexto metro de altura do chão.”

“avistei um dos habitantes, nas planícies das proximidades, avançando em nossa direção, do mesmo tamanho do colosso que flagrei perseguindo nosso barco! Ele tinha a altura dum campanário gótico e sua passada percorria 5m, pelo menos! Meu espanto não tinha dimensões, de modo que corri até o pé-de-milho mais próximo para me esconder. O gigante se ergueu sobre aquela enorme montanha de pedra, para nós, que para ele não passava de um escabelo ou plataforma, mirando ao longe, nos campos do lado oposto, com a mão direita em concha sobre os olhos. Eu ouvi seu chamado numa voz muitas e muitas vezes mais elevada que uma trombeta militar; o som ecoou de modo tão grave e assustador pelo ar que demorei a entender que não se tratava de um trovão. Imediatamente, 7 monstros da sua estatura se aproximaram portando gadanhas, o gancho de cada uma tão largo quanto 6 foices humanas inteiras!”

“Eu chorei minha viúva desolada e meus filhos órfãos de pai. Lamentei profundamente minha loucura e meu capricho, depois de tantos apuros arriscando-me numa segunda viagem, contra o conselho de meus mais próximos. Nessa terrível agitação, podia menos ainda suportar lembrar de Lilliput, onde os nativos me olhavam como o maior prodígio aparecido naquele mundo; lá eu mesmo podia encerrar toda a tropa imperial em minhas mãos, afora inúmeras outras ações que estarão para sempre gravadas nas crônicas daquela civilização de milhares de luares de duração, a ponto de provavelmente haver no futuro discussões entre as velhas e as novas gerações – porque decerto que uns chamarão todos os relatos historiográficos oficiais de mitologia e contos de fadas impressionáveis, mas outra corrente sempre acreditará em sua realidade efetiva!”

“Considerando a criatura humana mais selvagem e mais cruel em proporção a seu tamanho, o que poderia eu esperar senão tornar-me o pão do dia de um desses enormes bárbaros, o primeiro que me avistasse e me apanhasse? Pela primeira vez acreditei de corpo e alma nos filósofos, que dizem: nada é grande ou pequeno, a não ser relativamente. A natureza sabia o que fazia quando colocou liliputianos e blefuscudianos como vizinhos – imagine se os micro-homens tivessem de se haver com estes gigantes, gigantes para o único <gigante> que eles mesmos conheceram! E não duvido que um dia pudessem encontrar, os liliputianos, outros liliputianos deles mesmos: uma civilização menor ainda, que meu olho demasiado humano sequer pudesse distinguir em meio à relva! Mas o que me parecia mais estranho era que, houvesse gigantes para estes gigantes, não sei que continente terrestre poderia abrigá-los!… Sem dúvida o mundo era uma vastidão ainda longe de ser completamente conhecida pelo gênero humano, de qualquer tamanho ou espécie, pensei eu — tudo isso eu pensei, não organizada nem pachorrentamente, como aparece agora no papel, num curto intervalo de tempo, em meio aos temores mais macabros e à maior incerteza sobre os próximos eventos!”

“O gigante agiu com cautela, a mesma do caçador que não ignora que um animal, ainda que pequeno, pode vir a arranhá-lo ou mordê-lo. Na Inglaterra eu sabia caçar doninhas como poucos! Por fim, o homem-montanha me espreitou pelas costas, e envolveu meu tão largo lombo suavemente, entre seu indicador e polegar, depositando-me depois a cerca de 3m de seus olhos, para estudar minha fisionomia com mais precisão.”

“Ele <falava> bastante comigo; mas o som de sua voz feria meus tímpanos, chacoalhava meu organismo como se fôra todo o núcleo de um engenho ou moinho trabalhando a todo vapor. Apesar de tudo, eu conseguia distinguir as sílabas que ele emitia. Eu respondia o mais alto que conseguia, tentando em várias línguas, no que meu dono aproximava sua orelha de mim menos de 2m, o que para ele devia ser quase contato epidérmico; mas sempre em vão, porque não parecíamos dois seres inteligíveis. Parecíamos dois animais incapazes da comunicação entre nós.”

“Ele chamou sua mulher, e me exibiu a ela. Ela gritou e correu para longe, como a dona de casa inglesa ao ver um sapo ou uma aranha. Porém, depois de contemplar meu comportamento por algum tempo, e como eu parecia entender a reagir aos sinais de seu marido, ela passou a se acostumar a mim gradualmente, até considerar-me com bastante afeto, eu diria.”

“Eu segurei com bastante dificuldade o vaso com as duas mãos, e demonstrando grande respeito bebi à saúde da senhora, pronunciando o mais alto que pude as palavras em Inglês, o que fez todos os presentes rirem do fundo do coração. E essas gargalhadas quase me ensurdeceram. Esse licor tinha gosto de sidra, e estava longe de ser ruim.”

“lembrando quão naturalmente malvadas são nossas crianças com papagaios, coelhos, gatinhos e cães ainda filhotes, prostrei-me de joelhos e, apontando para o garoto, fiz com que meu mestre entendesse, tão bem quanto podia, que eu perdoava a ação de seu filho. O pai entendeu e concordou, e o garoto pôde se sentar à mesa novamente”

“como sempre me contaram, e por experiência própria confirmei em minhas viagens, fugir ou demonstrar medo diante dum animal feroz sempre o faz persegui-lo e ter mais motivos para atacá-lo, resolvi, então, nessa hora crítica, dissimular indiferença.”

“Tive muito menos apreensão dos cachorros, que se atulhavam na sala, como é usual em chácaras, em 3 ou 4; um era um mastim, que para mim tinha o tamanho de uns quatro elefantes, e havia também um galgo, algo mais alto que o mastim, mas muito mais esbelto.

Quando o jantar estava por terminar, a babá apareceu com um bebê de um ano de idade, que imediatamente me espiou e começou a guinchar e lamuriar na típica linguagem da idade duma forma que tenho certeza ouvir-se-ia da ponte de Londres a Chelsea, tal era seu desejo de brincar comigo.”

“Devo confessar que nada me causava mais horror que a vista de seus monstruosos seios, que não sei no momento com o quê comparar a fim de transmitir ao leitor curioso a correta proporção de seu vulto, de sua forma e de sua cor. Cada um era da altura de um homem da nossa civilização, e em circunferência creio que beirava os 5 metros. O mamilo era metade da minha cabeça, e sua cor, como a dos demais detalhes da teta, com pintas, cravos e sardas monstruosos, eram-me nauseantes. (…) Isso me fez refletir acerca da maciez da pele de nossas senhoras inglesas, que tão belas nos parecem, mas, no fim das contas, só porque estão adaptadas ao nosso próprio tamanho! Os defeitos da nossa mulher só poderiam ser assim apreciados com a ajuda de lentes de aumento.”

“Lembro de, em Lilliput, ter considerado a compleição daqueles micro-habitantes talvez a coisa mais linda sob o sol. Ao falar sobre isso com um sábio da nação, com quem estabeleci amizade, ele me disse que meu rosto parecia muito mais bonito e jovem quando me observava desde o solo, e que eu já não parecia o mesmo quando se me observava em close, nas vezes em que eu pegava meu interlocutor pela palma da mão a fim de aproximá-lo dos meus ouvidos. Ele confessou, com sinceridade, que se espantara quando vira meu rosto de perto pela primeira vez. Ele percebia enormes buracos, e dizia que cada fio de minha barba parecia mais rígido que as cerdas de um javali, e minha compleição, composta de um sem-número de cores, era um caleidoscópio doloroso aos olhos e, enfim, repulsivo. Devo dizer ao leitor que, na Inglaterra, eu sou dono de uma beleza mediana quando o assunto é o meu sexo, e que minha pele tem poucas imperfeições e queimaduras de sol, a despeito de tantas andanças e viagens!”

“A filha de meu dono se afeiçoou muito a mim, e me confeccionou 7 camisas e algumas outras roupas de linho, dos melhores tecidos disponíveis, que para o meu tato eram mais ásperos que roupas de juta. (…) Ela também foi minha professora do idioma local. (…) Eu fui batizado por ela de Grildrig, o que a família acolheu de forma voluntariosa. Em pouco tempo eu seria conhecido por todo o reino. Essa palavra carrega o mesmo significado do latim nanunculus, italiano homunceletino, inglês mannikin, isto é, <pigmeu>. Se não fosse essa mulher creio que pereceria em minha estada nesse país. Ela sempre me mantinha consigo e a salvo em suas peregrinações – eu a chamava de minha Glumdalclitch, ou <pequena babá>.”

“A vizinhança já andava dizendo que meu dono havia encontrado um estranho animal no mato, do tamanho de um splacnuck, embora constituído em toda sua compleição como um ser humano (como um ser-montanha!). E não escapava às observações que em tudo eu me comportava humanamente também, fosse inerentemente ou por imitação. E notaram que eu tinha uma linguagem totalmente própria e que me alfabetizava rapidamente na língua deles, andava ereto sobre duas pernas, era educado e gentil, aparecia quando era chamado, obedecia qualquer instrução, tinha membros muito hábeis e elegantes, e que meu pequeno rosto era mais formoso que o de qualquer menina aristocrata de três anos de idade.”

“Minha mestra me considerava humilíssimo, não desprovido de honra e amor-próprio, e que era-me degradante ser exposto no mercado por dinheiro para os tipos mais vulgares. Ela me afiançou que conseguiu de seu papai e de sua mamãe a promessa de que Grildrig seria dela e só dela; mas em breve ela percebeu que queriam fazer como fizeram com seu carneirinho do ano passado. De início seu mascote, ele foi engordado e logo vendido para o açougueiro.”

“o cavalo avançava mais de 10 metros a cada passo e trotava tão alto que a sensação não era outra senão a de ver-se solto num navio na mais agitada das tempestades. Nossa jornada era algo mais extensa do que seria o percurso de Londres a Saint Alban.”

“quase não me deixavam descansar nesse tempo, a não ser às quartas-feiras, que eram o Sabbath nessa região.”

“Cruzamos 6 ou 7 rios, no mínimo muito mais profundos e largos que o Nilo e o Ganges. Devo admitir que raramente havia regaço menor que o Tâmisa, nosso rio de pouco menos de 400km de comprimento. Já havia 10 semanas que estávamos nessa jornada; eu fui exibido em 18 grandes cidades do império, afora cidadezinhas e vilarejos ou famílias campesinas à parte. Em 26 de outubro chegamos à capital, chamada Lorbrulgrud, <Orgulho do Universo>.”

“Eu já era basicamente um usuário fluente da língua, podendo entender cada palavra dos interlocutores.”

“Minha ama trazia consigo um livrinho de bolso, não muito maior que um átlas de Sanson. Tratava-se de um manual muito disseminado entre as jovenzinhas desta nação, uma espécie de sinopse dos preceitos e da história da religião ali adotada. Ela utilizou este volume para alfabetizar-me.”

“Eles concluíram pela análise minuciosa de meus dentes que eu era um animal carnívoro. Mas, ao mesmo tempo, eles não podiam imaginar como eu podia me sustentar, uma vez que mesmo os quadrúpedes mais inofensivos e menores, como ratos, eram demasiado perigosos para minha acanhada existência. Cogitaram se eu não tinha de recorrer a lesmas e demais insetos.”

“Eles jamais se dignariam a classificar-me como um de seus iguais, um exemplar de sua espécie que teve sua maturação interrompida precocemente, i.e., um anão, porque minha pequenez estava muito abaixo de qualquer grau de aceitação do que devia ser um anão para eles. O menor indivíduo de todo o reino, o bobo favorito da rainha, tinha, ao que me parece, 9,14m. Após muitos debates, eles chegaram portanto a um consenso, o de que eu era um mero relplumscalcath, literalmente um lusus naturae conforme à moderna filosofia européia, definição vazia que não deixa de ser apenas um arremedo dos escolásticos aristotélicos para disfarçar sua extrema ignorância das coisas: queriam dizer, em suma, que eu era uma dessas aberrações de circo, e nada mais.”

“a rainha (mulher de estômago fraco!) se serviu, duma garfada, dum monte de comida equivalente à massa que uma dúzia de fazendeiros ingleses poderiam consumir num banquete suntuoso. Depois de ver essa cena, confesso que a cada nova lembrança voltava a me sentir enjoado como na ocasião. Isso se repetiria ainda por muitos dias”

“Confesso que, após falar copiosamente de minha terra-natal Grã-Bretanha, de descrever nossos comércios e guerras através de tantos mares e terras, e como os negócios de Estado estavam divididos em partidos assim e assado, de nossos cismas religiosos, dos preconceitos pedagógicos, etc., etc., Sua Alteza, não resistindo ao charme da crônica, fez-me subir a sua destra espalmada e me transportou, muito delicadamente, até bem perto de seu rosto real. Então, afetuosamente me afagando às costas e à cabeça como se fosse seu cachorrinho, e após uma sincera gargalhada, perguntou-me: Tu és um whig ou um tory?

“Quão desprezível não é a grandeza humana, capaz de ser emulada em todos os seus ínfimos detalhes por insetos diminutos como tu e teus semelhantes! Imagino que vós levais bem a sério a questão das distinções honoríficas. E tal como em nosso reino vós construís casas e cidades, que para nós não seriam mais que uma toca de coelho! Aposto que a aristocracia se admira ao espelho com vestimentas aprumadas e adornos mil; ama e peleja; contende, trai, engana, vilipendia!”

“E o rei continuava, enquanto eu, desconfortável, ora empalidecia, ora ruborizava, fosse de vexação ou pura indignação. Não era fácil ouvir falar assim tão galhofeiramente do nosso nobre país, da nossa invencível marinha e de nossa perícia e indústria sem iguais. Segundo a visão deste homem, a França era ainda mais digna de pena, quando lhe disse que nossa rival era apenas a segunda dentre as nações; e para ele a Europa não passava de um amontoado de arbitrariedades sem propósito. O que poderiam significar, nesse contexto tão irrelevante, virtude, piedade, honra, verdade, altivez e a ambição de conquistar o mundo inteiro? Nosso ridículo papel no jogo do universo era manifesto, e eu não fui poupado de ouvi-lo com todas as sílabas.”

“Nada me mortificava e me indignava tanto quanto este anão da rainha. Como eu disse, ele tinha <apenas> 9,14m, ou seja, era com toda a certeza o campeão dentre os pigmeus do reino – ninguém de sua própria espécie conseguia ser mais baixo do que ele. E parece que à minha vista ele também se sentia terrivelmente mortificado, interpretava minha existência como um insulto – uma ofensa direta à sorte que lhe cabia de ser o primeiro em alguma coisa. Sua inveja e ciúmes se tornaram evidentes. Pois eu duvido que vocês encontrem um bobo da côrte mais presumido do que este em todos os mundos nos quais pisarem!”

“ela costumava me perguntar se as pessoas do meu país eram tão covardes quanto eu.”

“A totalidade da extensão dos domínios do príncipe girava em torno dos 9500km em longitude e dos 4800km aos 8000km (especulava-se, sem muita certeza) em latitude. Isso me leva a crer que os geógrafos europeus encontram-se muito equivocados em seus cálculos ao supor que nada há entre o Japão e a Califórnia senão o oceano! Eu, particularmente, sempre acreditei que devia haver uma quantidade de terra equivalente para compensar, nas coordenadas opostas do globo, os desertos da Tartária. Proponho, doravante, uma reformulação dos mapas e cartas atuais, acrescentando este vasto continente dos gigantes na circunvizinhança da porção noroeste da América. Ofereço meus préstimos para o que se fizer necessário.”

“desnecessário dizer que essa gente se encontra excluída de todo comércio com qualquer outra nação do mundo.”

“a natureza, ao produzir as plantas e animais deste espaço, de dimensões tão extraordinárias, formou um ecossistema perfeitamente fechado, limitado a este continente, mantendo outras zonas terráqueas sem qualquer interferência ou comunicação com este espaço que padece de gigantismo. Parece que isso ocorre em benefício tanto desta terra dos gigantes quanto do resto do mundo, de forma que nenhuma das fisionomias da natureza sai prejudicada. Se há uma moral por trás destes fatos, deixo para os filósofos descobrirem.”

“As madames da côrte amiúde convidavam Glumdalclitch a seus apartamentos, e encorajavam-na a levar-me consigo, a fim de me contemplar e me tocar. Essas mulheres se compraziam em deixar-me pelado e inserir-me por inteiro entre os seus dois seios; eu tinha tremenda repulsa dessa gracinha, até porque o cheiro da pele das gigantes me era nauseabundo. Não digo isso para depreciar a honra dessas – no demais – prestigiosas damas, mas, como já deixei claro em minha narrativa, o fato de eu ser muito menor que elas me fazia exageradamente sensível para estas coisas. Qualquer cheiro, aparência ou som inexistentes ou desprezíveis para esta raça me eram muito notáveis e chamativos; numa palavra, ofensivos. Essas ilustres pessoas não deviam ser menos agradáveis para seus pares do que as melhores cortesãs inglesas, mas eu não podia participar deste encanto. Além do mais, qualquer aroma natural era menos traumatizante do que perfumes e loções, que estas aristocratas usavam em abundância e que me davam alergia ou simplesmente me faziam perder a consciência.”

“A mais adorável de todas estas damas da côrte, uma espirituosa adolescente de 16 anos, costumava me deixar sentado sobre um de seus mamilos, e cada vez inventava uma nova brincadeira ou um jeito inusitado de se entreter as minhas custas – estripulias dessas de moças, sem maiores conseqüências… mas que o leitor me escusará de eu não publicar neste recatado tratado. Estas coisas me deixavam tão inquieto e apreensivo que um certo dia pedi a Glumdalclitch que me arranjasse uma desculpa que me desobrigasse dali em diante de comparecer a essas <reuniões íntimas de comadres> de uma vez por todas.”

“Certa vez, um dos servos, cuja atribuição era encher-me o cantil com água fresca a cada 3 dias, se distraiu e deixou que um sapo enorme pulasse no balde e lá ficasse, sem de nada se dar conta. Ele abasteceu meu cantil derramando o bebê junto com a água, quer dizer, derramando o sapo junto com minha água, aposto, sem olhar o que estava fazendo, e se retirou. Eu tinha um barco próprio para velejar em uma banheira que este povo gentilmente construiu-me, como se se tratasse de um veleiro de brinquedo. Velejar consistia num dos meus melhores passatempos. O sapo adentrou a banheira, subiu ao barco, e eu só fui percebê-lo quando comecei a navegar. O sapo, com seu peso descomunal comparado ao do barco, fê-lo se inclinar em excesso para um dos lados, no que fui forçado a servir de contrapeso na parte oposta. Depois o sapo saltou até o meio do navio e, em seguida, sobre minha cabeça, e não parou de saltitar para frente e para trás, emporcalhando minha cara e minhas vestes com um lodo odioso. A largura horizontal deste bicho só o fez parecer, para mim, àquela altura, o animal mais deformado que podia existir. Mas, orgulhoso, mesmo Glumdalclitch tendo notado meu apuro, pedi para cuidar disso sozinho. Eu peguei um dos meus remos e dei-lhe umas boas pancadas, até ele finalmente achar melhor saltar de meu barquinho.”

“o macaco, sendo muito ágil e olhando em todas as direções, ótimo para detectar movimentos e encontrar meu paradeiro, deixou-me em tal estado de aflição que eu tirei sabe-se lá daonde firmeza de espírito e força mental para me esconder debaixo da cama e não dar um sinal de vida. Fato é que, depois de espreitar irrequieto uns instantes, urrando e fazendo caretas, ele conseguiu detectar minha presença. E enfiando uma de suas mãos pela porta da minha casa-miniatura, como um gato faria ao brincar com um rato, embora eu tentasse ludibriá-lo mudando de lugar rapidamente, ele por fim agarrou-me pelo cordão do capuz do meu casaco e me arrancou da casa de brinquedo.”

“Eu creio piamente que ele me tomou por um filhote de sua própria espécie, sempre acariciando simiescamente minha cara com sua outra mãozorra.”

“o macaco foi avistado por centenas na côrte, sentado num telhado, segurando-me como se fôra seu bebê, me alimentando, inserindo em minha boca certos víveres que ele havia amassado após retirá-lo das provisões que um dos macacos de seu bando carregava. Ele me fazia carinho e exortações se eu me recusava a comer. Os gigantes lá embaixo começaram a rir da cena. E não posso culpá-los: a cena deve ter parecido das mais ridículas e engraçadas, menos para mim mesmo, é claro. Seja como for, alguns jogaram pedras, esperando com isso fazer o macaco descer. Mas outros logo proibiram que se fizesse isso, porque se uma só dessas pedras me acertasse, era provável que meu próprio cérebro virasse uma papinha.”

“Eu quase morri engasgado com a comida amassada que o macaco insistia em enfiar minha goela abaixo. Minha querida <pequena babá> usou uma agulha para tirar tudo do fundo de minha garganta, no que comecei a vomitar, o que muito me aliviou. Mas eu me encontrava tão fraco a essa altura, e tão machucado nas costelas, de tanto ser abraçado pelo símio, que fiquei de cama umas boas duas semanas.”

“O macaco que me seqüestrou foi executado, e uma ordem expedida de que nenhum animal da espécie deveria ser deixado circulando nas dependências do palácio.”

“O rei me perguntou: O que tu te punhas a pensar enquanto no colo do macaco? Agradou-te a comida? Como ele fez para alimentar-te? O ar fresco dos cimos do telhado causou-te algum tipo de alteração no estômago? O que tu terias feito se isto te tivesse acontecido em teu próprio país? Sobre essa última pergunta, eu contei a Sua Majestade, com simplicidade, que na Europa quase não tínhamos macacos, só mesmo aqueles trazidos por curiosidade de outros países distantes, mas que estes eram tão pequenos que eu sozinho poderia lidar sem problemas com uma dúzia deles.”

“O fato é que a cada dia que passava eu alimentava a côrte com mais uma história burlesca e ridícula. Glumdalclitch, muito embora se afeiçoasse muito a mim, maliciosamente informava à rainha cada uma dessas ocorrências – porque ela não podia perder a oportunidade de tanto agradar a realeza.”

“Tinha um cocô de vaca no caminho, e eu tive de exercer minhas faculdades atléticas tentando saltá-lo. Peguei muito impulso, mas infelizmente o salto saiu fraco e eu afundei até os joelhos na substância. Eu percorri aquele monte de esterco como se fôra um terrível mangue, e um dos soldados me limpou tão bem quanto pôde com seu lenço. Deve-se imaginar o meu estado. Glumdalclitch me confinou a minha caixa até que voltássemos para casa. Obviamente a rainha foi logo informada do ocorrido, e o próprio soldado que me limpou espalhou o conto jocosamente por todo o reino. Todas as gargalhadas da cidade foram tiradas as minhas expensas por uma sucessão de dias.”

“Um dia o rei me posicionou para ouvir uma execução da banda real, mas eu duvido que todas as baterias e trombetas da Inglaterra poderiam ter feito um som tão ofensivo a meus ouvidos.”

“Quando criança eu aprendi a tocar a espineta. Glumdalclitch tinha uma em seu quarto e recebia aulas de um professor da aristocracia duas vezes por semana. Bom, pelo menos eu chamava o instrumento de espineta, porque me lembrava uma. Uma idéia surgiu em minha mente: de que eu pudesse entreter o rei e a rainha com uma canção inglesa com a ajuda deste instrumento. Mas, pensando bem, não passava de devaneio: a espineta tinha pelo menos uns 20m.”

“Um dia, talvez imprudentemente, tomei a liberdade de dizer ao rei que o desprezo com o qual ele aprendeu a imaginar a Europa, além do resto do mundo, é claro, não parecia condizente com toda sua sabedoria e caráter virtuoso; que a razão não aumenta com o tamanho do corpo; que, ao contrário, na Europa os mais altos eram geralmente os mais desprovidos de inteligência. Que, dentre os animais, os mais distintos por sua indústria e sagacidade eram as abelhas e formigas. E que, por mais que ele me tivesse em conta como um mero bobo da côrte, eu esperava poder viver para honrá-lo com algum serviço extraordinário. O rei me ouviu atentamente e começou a conceber uma opinião muito melhor de minha pessoa. Ele me pediu então uma minuciosa descrição do governo britânico, a mais minuciosa que eu pudesse fornecer. Acredito que, por mais orgulhosos de seu próprio reino, todos os príncipes gostam de ouvir sobre costumes de outras terras, para ver o que se pode melhorar na sua própria.

O leitor pode imaginar vivamente como eu desejava, nestas horas, ter o talento oratório de um Demóstenes ou Cícero, que me daria a chance de celebrar minha querida terra natal e exaltá-la ao grau máximo, num estilo condizente com seus méritos e sua prosperidade.

Seja como for, iniciei meu longo colóquio informando Sua Majestade da geografia da Inglaterra: disse que nosso país eram duas ilhas, que em seu todo constituíam 3 importantes reinados, unificados, porém, sob um só monarca; isso sem falar de nossas colônias na distante América. (…) Discorri então sobre a constituição inglesa e o funcionamento do nosso parlamento; detalhei portanto nosso ilustre corpo da Câmara dos Lordes, onde só exerciam mando os mais distinguidos dentre os sangue-azul, os mais tradicionais de berço e as famílias com mais patrimônio. Descrevi nosso sistema educacional e nossa imensa preocupação em incutir nos jovens o ensino das artes, da técnica e do combate militar. Apenas os melhores podiam se tornar conselheiros do rei. E demonstrei que se tornar legislador ou juiz era uma das maiores honras que se podia almejar. Enfim, esses eram os heróis de nossa pátria.”

“Outras pessoas, consideradas sagradas, também compunham aquela assembléia, os bispos, cujo ofício era zelar pela religião, bem como por todos os de hierarquia inferior no corpo eclesiástico. O rei e os mais sábios conselheiros se encarregavam de nomear os bispos dentre os mais compenetrados e santos dentre os padres. Os padres eram os mais espirituais do povo e da nação, o sustentáculo do clero.

A outra parte do parlamento era composta pela Câmera dos Comuns, gentis-homens livremente escolhidos pelas próprias pessoas do povo, baseadas principalmente na habilidade e no patriotismo de seus principais cidadãos. Contei então que a Câmara dos Comuns junta da Câmara dos Lordes constituíam a mais augusta assembléia de toda a Europa; este, que era o parlamento, em conjunção com o rei, decidia todos os mais importantes negócios de Estado e vigiava a aplicação da Lei.

Falei também das nossas côrtes de justiça, presididas pelos mais doutos e eruditos conhecedores do Direito, árbitros dos litígios civis, penais, morais… Relatei como era prudente e meticulosa nossa administração contábil e orçamentária. Estimei o valor e as glórias de nossas forças, da marinha e da infantaria. Fiz um censo tão bem quanto me lembrava de nossa população, quantos milhões se declaravam de uma confissão ou de outra, quantos se declaravam conservadores ou liberais. Não omiti sequer nossos desportes e passatempos favoritos, nem nenhuma outra particularidade que julguei que aumentaria a estima deste rei pelo meu país. Finalizei esses meus discursos com uma história resumida da Inglaterra nos últimos 100 anos.

Foram ao todo 5 audiências, cada uma delas de várias horas. O rei raramente me interrompia e parecia hipnotizado e concentrado em minha narrativa; às vezes ele se punha a anotar certas coisas; bem como anotava perguntas para me lançar no dia subseqüente.”

“Quais métodos são usados para aperfeiçoar as mentes e corpos de vossa jovem nobreza? Em que tipo de negócios os rebentos desta casta despendem seu tempo, seja na primeira infância ou na juventude mesma? Quando uma família da aristocracia se extingue, que medida é tomada e como se seleciona uma nova família para a Câmara dos Lordes? Qualé o pré-requisito para ser nomeado Lorde: conquistar a confiança do príncipe? Uma soma de dinheiro, talvez? Ou demonstrar engenhosidade e estrategismo políticos? As inovações, procurando sempre melhorar os costumes, chegam a causar algum tipo de perturbação ou ameaça de revolução? O interesse público é o último fim visado pelo monarca, ou há outros mais importantes? Quanto um lorde médio sabe sobre as Leis, e como vem a saber o que porventura sabe? Como um juiz faz para saber o que decidir numa questão vital sobre as propriedades de alguém em litígio? Está tua sociedade livre de vícios como a avareza, o partidarismo, a miséria? Poderia ser que a aristocracia esteja sujeita a se corromper por subornos, negociatas ou qualquer tática suja do ser humano sedicioso? Os bispos, eles são sempre nomeados com base na autenticidade de sua reputação e a honestidade de suas vidas, na extensão de seus conhecimentos em religião? Nunca houve um só que se tornasse um conspirador depois de ascender ao topo, mesmo que tivesse sido um bom padre? A fé é forte em todos os padres? As idéias são prostituídas entre aqueles que não querem perder suas ligações com a aristocracia, ou impera a sinceridade acima de tudo? Como são escolhidos os tais ‘comuns’? Um forasteiro eventualmente muito rico poderia vir a comprar votos ou exercer influência sobre a população? Por que todos estão inclinados a fazer parte desta assembléia, se é um trabalho tão duro e encerra tantas responsabilidades,e mesmo sem receber pensões ou salários, correndo o risco de levar a própria família à ruína?!? Os nobres estão sempre dispostos a tirar de seu próprio bolso a fim de auxiliar os outros? Mesmo se for um príncipe cheio de vícios e de pulso fraco?”

Enfim, eu senti que sua majestade duvidava do exaltado patamar de virtude e do espírito de abnegação de meu povo! Ele não cessava de multiplicar suas perguntas. Cada resposta gerava novas perguntas, e eu não sabia mais de onde peneirar tantas respostas! Suas objeções eram tamanhas, e tão impudentes, que me reservo ao direito de não incluí-las todas neste relato!”

“Quanto tempo leva para determinar o que é justo e o que é injusto? Quanto esforço, dinheiro e tudo o mais é gasto nesta operação? Advogados e oradores têm liberdade irrestrita de expressão ainda em casos de notórios assassinos ou maus-exemplos, cujos réus sejam indignos ou cuja defesa comprometa sua própria honra? (…) Quais são as possibilidades de reformar as Leis já instituídas? E como evitar que um juiz interprete uma Lei a seu bel prazer?”

“Quem são os credores dos ingleses? De onde tirais vós os recursos para pagá-los? – ele queria muito me ouvir falar dessas tais caríssimas e pesadas guerras. Deveis ser supinamente belicosos, ou então estais acostumados a viver em meio a inúmeros vizinhos de nações guerreiras e de mau temperamento! Não posso imaginar que vossos generais não sejam mais ricos ainda que vossos reis! … E que tipo de comércio ou empresa vós executais fora de suas ilhas, ademais dos naturalíssimos escambos e escoltas marítimas de rotina para manter-vos em paz?”

“Se nós fôssemos governados por nosso próprio consentimento, i.e., se meu povo fosse livre e o soberano de si mesmo, que elege seus próprios representantes, acho que nada nem ninguém teríamos, e não concebo do que os ingleses possam ter medo! E afinal de onde vêm todos esses inimigos de que falas?! Uma simples residência, não é ela muito mais bem-defendida pelo seu dono, seus filhos e família, enfim, que por meia dúzia de patifes recrutados nas ruas a baixos soldos, que lucrariam 100x mais cortando as próprias gargantas?”

“E essa coisa chamada jogo de cartas, a que idade começa-se a praticá-lo? E quando se pára? Quanto tempo é dedicado a isso a cada semana?! Essas apostas são perigosas – interferem no tamanho da fortuna de uma família?! Pessoas de caráter duvidoso podem se aproveitar de seu talento no jogo para amontoar riquezas? O título de nobre é comprável? Os vossos aristocratas conseguem viver em meio a rufiões ou não suportam essa perspectiva?”

“Teu último século e o de teu país, ó inglesinho, não passou de uma seqüência vertiginosa de conspirações, rebeliões, assassinatos a sangue frio, massacres, revoluções, exílios e banimentos, uma seleção das piores conseqüências dos mais graves vícios tais quais a avareza, a sedição, a hipocrisia, a perfídia, a crueldade, a fúria, a loucura, o ressentimento, a inveja, a luxúria, a malícia, a ambição!”

“Meu pequeno amigo Grildrig, fizeste um excelente panegírico de teu país. Provaste-me que a ignorância, a preguiça, o vício são os ingredientes mais aptos para formar os legisladores! Que as leis são mais bem-explicadas, interpretadas e aplicadas por aqueles cujos interesses e habilidades estão em perverter, confundir, enganar. Vejo em vós as linhas de uma instituição que, em sua origem, pode ter beirado o tolerável, mas que agora, metade apagada, em suas melhores partes, está agora infectada pela corrupção!”

“E quanto a ti, Grildrig, que passaste a maior parte de tua vida viajando, tenho muitas esperanças de que tu mesmo não cultivas muitos destes abomináveis vícios de tua nação!”

“Não posso concluir outra coisa senão que a grande maioria de teus conterrâneos é constituinte da raça mais perniciosa de pequenos e odientos vermes que a natureza jamais deu-se ao trabalho de perpetrar sobre a superfície da terra!”

“este monarca se mostrou tão cioso e inquisitivo em conhecer cada particular de minha vida e de meu povo que algumas informações e demandas não poderiam soar mais do que como ingratidão e descortesia, seja da parte dele ou da minha, ao me negar a responder ou dar satisfação de alguns detalhes. Às vezes não era por discrição: eu simplesmente desconhecia a resposta.”

“Se bem que devemos ser tolerantes com um rei que vive tão secluso do resto de todas as nações, e portanto nada deve saber em termos de maneiras e costumes ordinários para estrangeiros: nunca seu preconceito será aniquilado uma vez que há essa ignorância, e será sempre natural qualquer estreiteza conceitual, mais ou menos grave conforme o contexto. Creio que nós e o restante da Europa estamos, pelo menos, isentos deste defeito. Seria realmente bizarro se os padrões de vícios e virtudes adotados por um príncipe tão remoto e isolado tivessem utilidade universal!”

“Ele ficara abismado como um inseto rastejante tão impotente como eu (aqui uso suas expressões, literalmente) podia dar vazão a idéias tão desumanas, ainda mais sem o menor pudor na forma de dizê-lo, parecendo alheio a tantas cenas de violência e desolação que eu mesmo pintara como as conseqüências evidentes do uso dessas máquinas destrutivas. Algum gênio mau deve ter invadido vossa civilização, ele disse. Quanto a ele próprio, declarou que, embora poucas coisas o comovessem tanto quanto novas descobertas na arte e na natureza, ele preferiria perder metade de seu reino que ficar a par desses segredos sórdidos. E me recomendou dali em diante jamais voltar a esse assunto. Estranho caráter, estreitos princípios e visão tão limitada!”

“Eu tenho para mim que assim é essa gente porque ela não chegou ainda ao estágio em que se reduz a política a uma ciência. Uma vez eu lhe disse que <há dezenas de milhares de livros sobre a arte do governo entre nós>, o que, ao contrário do que eu projetava, gerou-lhe grande repulsa, uma péssima opinião de nós e muitos mal-entendidos!”

“A educação dos gigantes é muito precária, pois considera apenas a ética, a história, a poesia e a matemática, na qual, por sinal, eles são como que obrigados a exceler. Só que toda essa matemática é aplicada apenas em coisas práticas da vida cotidiana, p.ex., o aperfeiçoamento da agricultura e de outras artes mecânicas ou que chamaríamos de artesanato. Dentre nós creio que esta educação teria valor zero. Nunca vira povo tão pouco filosófico: idéias, entidades, abstrações e qualquer noção que fosse de transcendência eram-lhes particularmente impossíveis!”

“Desde épocas imemoriais eles já haviam descoberto a imprensa, como os chineses fizeram entre nós. Mas suas bibliotecas são até hoje acanhadíssimas. Mesmo a do rei, que é tida como a mais suntuosa, não possui mais do que mil volumes, distribuídos por uma galeria da coisa de uns 350 metros de extensão. Ganhei permissão real para pegar emprestado o livro que eu quisesse.”

“nada é mais alvejado pelos autores deste país que evitar qualquer palavra desnecessária ao discurso, ou mesmo a criação de sinônimos, porque se uma palavra comunica algo, essa palavra basta e eis tudo. Eu peregrinei minhas vistas por inúmeros de seus livros, principalmente os de história e moral.”

“seria bem razoável imaginar, homenzinho, que as espécies de hominídeos eram originalmente muito maiores, mas que pessoas do nosso tamanho e também da tua diminuta estatura sempre existiram em paralelo. Não só a tradição e os mitos nos falam de gigantes incomparáveis, não só alguma parcela de nossa história escrita, mas também provas fósseis, casualmente escavadas em diferentes porções de nosso reino; falo de esqueletos muito maiores que os dos homens atuais, que tu chamas de homens-montanhas.”

“Um cavaleiro montado num belo corcel chegava aos 30 metros de altura.”

“Eu estava bastante curioso para saber como esse príncipe, cujos domínios eram praticamente inacessíveis para qualquer outro país, sem falar que seriam inexpugnáveis por quaisquer de nossas forças armadas<diminutas>, avaliava os exércitos ou a falta de um, isto é, se ele estaria propenso, caso a necessidade se apresentasse, a ser um competente general de guerra ou se não passava de um rematado pacifista, desses que jamais veríamos dentre os líderes das nossas nações conhecidas.Será que ele ensinava a seus súditos a disciplina das batalhas e as treinava para enfrentar emergências?Essa minha ânsia, afinal, não durou muito, haja vista eu ter sido informado, tanto pelos livros de História quanto por alguns interlocutores, que, no decorrer das eras, houve na terra dos gigantes muitas pestes e doenças contagiosas, como essas que ajudaram a conter, assolar e subjugar aspopulaçõesna Europa, não muito tempo atrás. Também fiquei sabendo que – exatamente como em nosso Velho Continente – a nobreza dos gigantes vivia sempre sediciosa e ávida por mais poder ou por manter seus privilégios, enquanto que as massas contendiam o tempo todo arriscando a vida pela própria liberdade, e o rei, à parte, pelo domínio absoluto e nada mais.”

“O navio em que embarquei foi o primeiro jamais visto naquela costa, e o rei deu ordens estritas de que, a qualquer tempo que uma nova nau fosse contemplada no horizonte, outras embarcações dali em diante fossem capturadas e trazidas à terra firme, com todos os passageiros e tripulação intactos, que deviam ser transportados a Lorbrulgrud em carroças de duas rodas. O rei estava muito convencido nos últimos tempos da idéia de providenciar-me uma fêmea de meu tamanho, a fim de propagar minha nanica espécie – mas, sinceramente, de minha parte, preferia morrer que ser forçado a perpetuar uma espécie que passaria sua existência confinada em gaiolas como canários adestrados e, com o tempo, provavelmente vendida nos mercados para consumidores curiosos. Eu fui tratado com toda a deferência no reino; era o cortesão favorito do rei e da rainha, o deleite de uma côrte inteira. Mas considero isso um simples acaso individual, e a raça humana que de mim derivasse, creio, não teria a mesma sorte.”

“Já fazia 2 anos que estava entre os gigantes. Certa feita eu e Glumdalclitch fomos convocados a comparecer a uma audiência diante do rei e da rainha.”

“Eu olhava através das minhas janelas, mas nada podia ver além das nuvens e do céu. (…) alguma águia agarrou a argola de minha gaiola pelo bico, com o provável intento de deixá-la se quebrar numa rocha, como faria quando captura uma tartaruga, a fim de quebrar seu casco. E aí essa ave coletaria meu cadáver dos destroços, ou antes o devoraria sem pestanejar ali mesmo! A esperteza e o olfato desse animal permitem-no descobrir comida a centenas ou milhares de metros de distância, muito embora eu mesmo estivesse oculto ao olhar também muito agudo da criatura, por estar confinado nesta gaiola, que às vezes eu também chamava simplesmente de <minha caixa> ou <minha casa>; enfim, eu estava tão invisível para esse predador do mundo dos gigantes quanto estaria um homúnculo ou inseto bem-escondido num compartimento de 5cm³.”

“Percebi então que havia caído em alto-mar.”

“Ah, quantas vezes não desejei voltar a estar ao lado de minha querida Glumdalclitch! E pensar que cada hora separado desta minha babá era uma eternidade durante minha estada neste país! E além da situação lamentável em que estava não pude deixar de me entristecer também por Glumdalclitch, pensando o que ela estaria sentindo e pensando naqueles exatos instantes, de que forma ela lidaria com o luto de minha perda, o pesar da rainha, essas circunstâncias todas…”

“Ou, se eu escapasse desses perigos por um ou dois dias, o que sobraria para mim a não ser a morte mais miserável de frio e fome? Meu estresse máximo e perigo real de morrer a qualquer instante duraram 4 horas; eu esperava, não, eu desejava que cada segundo fosse literalmente o meu último.”

“Se há qualquer corpo aí embaixo, deixem que fale.”

“Alguns deles, ouvindo-me gritar tão selvagemente, pensaram logo que eu estava louco; outros ainda puseram-se a rir; de fato, a ficha demorou a cair: eu estava agora com pessoas da minha própria estatura e do mesmo nível de força que o meu!”

“Os marinheiros estavam todos admirados, me fazendo mil perguntas, às quais, para ser sincero, eu não desejava responder. Eu estava confuso à vista de tantos pigmeus ao mesmo tempo, porque era só o que pensava que eles poderiam ser: pigmeus da terra dos gigantes! Meus olhos estavam desacostumados com objetos e corpos pequenos.”

“Um deles disse:

– Eu distingui 3 águias voando rumo ao norte; mas confesso que não reparei se eram gigantescas ou do tamanho normal. Isso nem veio a minha mente.

Imagino que isso se deva à grande altura nas quais as águias se encontravam. Mas duvido que este homem entendesse as razões para minha pergunta.”

“como grandes criminosos, noutras nações, haviam sido forçados a embarcar em barcos pouco confiáveis e com provisão alimentícia muito minguada… Embora o capitão estivesse tão pesaroso da situação de racionar os bens, também se compadecia da miséria deste homem desgraçado e doente que caíra em seu navio, e prometia cumprir sua palavra e me levar a salvo para terra firme, nem que fosse no primeiro porto que tivesse a oportunidade de atracar, nem que fosse muito distante da Inglaterra, ou mesmo da Europa.”

“serão os olhos deste homem maiores que sua barriga? Não sei, meus caros, não sei, e não vejo mal nisso, ainda que fossem, porque este homem passou um dia inteiro sem comer!”

“Eu propus deixar todos os meus pertences como fiança de todos os favores de que me proveram. Porém o capitão se recusava a aceitar um tostão furado.¹ Despedimo-nos amavelmente, e fi-lo prometer que me visitaria em Redriff. Contratei um cavalo e um cocheiro por 5 xelins, que tomei emprestado do capitão.

Na estrada, observando a pequeneza das casas, das árvores, do gado e mesmo das pessoas, alucinei que estava ainda em Lilliput. Tinha verdadeiro receio de tropeçar e machucar qualquer viajante que encontrava, e não-raro gritava para que eles me dessem licença, como se falasse com pigmeus. Não menos de duas vezes quiseram quebrar minha cabeça pela minha atitude impertinente.”

¹ Outra situação idêntica a uma das cenas de Robinson Crusoe!

“Admoestei minha esposa dizendo que ela fôra frugal demais nos gastos, a ponto de pôr a si e a nossa filha quase em estado de penúria. Mas eu parecia tão fora de mim mesmo que elas opinaram omesmo que o capitão assim que me resgatara: achavam que eu tinha ficado louco. Digo isso porque o hábito e o preconceito parecem exercer uma extraordinária impressão sobre nós!”

“Minha esposa me aconselhou a jamais embarcar novamente, muito embora meu destino não estivesse alinhado com este plano de vida. Mas disso o leitor será informado a seu tempo!”

* * *

PARTE III – VIAGEM A LAPUTA, BALNIBARBI, LUGGNAGG, GLUBBDUBDRIB E AO JAPÃO

“Não pude recusar essa proposta. Minha ânsia por conhecer o mundo, a despeito de meus infortúnios passados, continuava violenta como sempre.”

“Tripulando a chalupa de 14 homens, 3 deles ingleses, ele me nomeou capitão da expedição”

“Ao décimo dia fomos perseguidos por dois piratas, que logo nos alcançaram; minha chalupa estava tão pesada com suprimentos que não conseguia velejar a contento; tampouco tínhamos aparato militar para defendermo-nos.”

“Lamento encontrar mais misericórdia num pagão que num irmão em Cristo, eu confessei ao holandês.”

“Considerei quão impraticável seria preservar minha vida num lugar tão desolado, e quão miseráveis não seriam meus últimos dias”

“O leitor jamais há de conceber meu espanto ao descobrir uma ilha flutuante, habitada por homens, que eram capazes (ao que parece) de levitar e afundar de novo sua ilha-nave e movê-la como bem desejassem”

“nunca na vida eu contemplara uma tal sorte de mortais, seres absolutamente singulares em suas formas, hábitos e tabus. Suas cabeças eram totalmente reclinadas, fosse para a direita, fosse para a esquerda; um de seus olhos apontava para dentro, isto é, para a parte de baixo do corpo e para o chão, e o outro para o zênite (o cume do firmamento)! Era um costume muito assíduo que a aristocracia do lugar conservasse sempre junto a si, em caráter imprescindível para a comunicação com o <mundo externo>, dois servos ou escravos, empregados faz-tudo.”

“Enquanto ascendíamos, inúmeras vezes perdiam o fio da conversação, de modo que eu tinha de relembrá-los. Às vezes de nada adiantava, e eu tinha de esperar que eles voltassem a si sozinhos. Mesmo diante de uma raça alienígena (o que eu era para eles), não podiam manifestar nada além da mais completa indiferença. Eu podia notar que lidava com indivíduos da aristocracia desse país, porque outros da mesma espécie, que eu chamaria de plebeus ou gente vulgar, tinham pensamentos mais ansiosos e contínuos, e viviam a gritar, mas os primeiros não lhes davam qualquer atenção.”

“Sua Majestade sequer pareceu me notar, ou a comitiva inteira, mesmo que nossa entrada tenha sido algo barulhenta. Ele estava ensimesmado num problema: como conseqüência, tivemos de esperar uma hora pelo seu <retorno>. De cada lado do rei havia um pajem ou servo; quando eles percebiam que o rei estava <de volta ao mundo real>, voltavam a se comunicar com ele. Um dos pajens servia-lhe de boca, o outro de ouvido. Assim ele se comunicava com o mundo exterior. Quando o rei percebeu nossa chegada, teve um sobressalto.”

“O rei me direcionou uma série de perguntas, de modo que eu (não pela primeira, nem pela última vez) tentei dar-lhe satisfação em várias línguas que conhecia. (…) esse rei era especialmente distinguido, reputado acima de seus predecessores no trono como excelente anfitrião de estrangeiros.”

“Tivemos duas refeições, de três pratos cada. Na primeira, havia uma paleta de cordeiro cortada em formato de triângulo equilátero, um pedaço de bife em rombóide (paralelogramo), e um pudim em ciclóide. A segunda refeição consistia em patos amarrados em forma de violino; salsichas e pudim idênticos a flautas e oboés, afora um peito de vitela imitando uma harpa”

“Em poucos minutos aprendi, na língua deles, a pedir pão e algo para beber, ou alguns outros petiscos.”

“Ele me trouxe pena, tinta e papel, além de 3 ou 4 livros, dando a entender pela linguagem de sinais que fôra enviado para ensinar-me as letras. Ficamos em labuta por 4 horas, tempo que me foi o bastante para redigir uma imensidão de palavras em colunas, com as respectivas traduções; também me esforcei para aprender as principais expressões curtas de uso cotidiano; meu tutor me ensinou como dar ordens aos meus serventes, tais quais pegar isso ou aquilo, ir embora, se apresentar, fazer reverência, sentar-se, erguer-se, andar, etc.

“Em poucos dias, com a ajuda de uma memória em que podia depositar minha inteira confiança, podia me expressar razoavelmente bem neste idioma.”

Lap, na antiga língua obsoleta, significa alto; e untuh, governador; daí é que dizem ter derivado o nome Laputa, antes Lapuntuh. Terra alta ou terra da altura, mais-alto-governo, como queiram.”

“O rei deu instruções para a locomoção leste-nordeste, rumo ao ponto vertical acima de Lagado, a metrópole de todo este alto-reino, localizada mais abaixo. Isso era a 145km de distância de onde estávamos; nossa viagem durou 4 dias e meio.”

“Ele me confidenciou que os residentes da ilha tinham os ouvidos adaptados para ouvir <a música das esferas, que toca inelutavelmente de período em período, de modo que a côrte está agora preparada para realizar sua parte, cada qual no instrumento em que mais excele>.”

“A facilidade que eu tinha com matemática me capacitou a absorver um pouco de sua fraseologia altamente avançada, que, por assim dizer, tinha a aritmética e a geometria como bases sólidas; a música também. (…) Suas idéias sempre percorrem figuras geométricas ou linhas cartesianas. Para elogiar, p.ex., a beleza de uma mulher, ou de algum animal, descrevem-na em losangos, círculos, trapézios, elipses e qualquer termo de especialista afim. Quando figuras imagéticas não são o suficiente, recorrem a metáforas musicais.”

“Suas casas não são nada bem-construídas; as paredes são sinuosas, nenhuma forma um ângulo reto ou simular ao das outras quinas em cômodo algum! Isso deriva do extremo desprezo desse povo pela geometria prática, que consideram coisa vulgar e de operário ou gente bruta, arte mecânica, enfim. Suas instruções, portanto, de engenheiros e arquitetos, abstratas e refinadas demais para os simples pedreiros, acarretam inúmeras falhas. Tanto quanto eles são destros e habilidosos num pedaço de papel, com o lápis, o compasso e os esquadros, são incompetentes e lassos no trato social, na ação concreta, no bê-á-bá da vida. Jamais vira nem veria dali em diante um povo tão estranho, anti-social e destrambelhado. Qualquer conceito estranho a sua sabedoria milenar consolidada deixava-os perplexos e sem reação. Se não fosse matemática ou música, era melhor que esquecêssemos!Eles são muito fáceis de contrariar, suscetíveis e teimosos, conservando o bom senso apenas quando têm a razão de seu lado; e numa discussão eles nunca cedem, então o melhor a fazer para se poupar é sempre dizer que eles têm razão. Eles desconhecem imaginação criativa, devaneio, invenção! Sequer pode-se nomear tais coisas em sua língua.”

“Mas, para não exagerar na crítica desse povo, o que mais me admirou neles foi sua forte disposição para novidades em política, sempre preocupados com o bem-estar social e os negócios da ilha; cada cidadão possuía suas opiniões e juízos particulares sobre negócios de Estado, e havia muitas facções que apreciavam o debate apaixonado. Na realidade já observara a mesma inclinação entre os matemáticos que conhecera na Europa, embora jamais atinasse com qualquer analogia entre as exatas e a ciência política! A não ser que essas pessoas imaginem que, como os menores círculos possuem tantos graus quanto os maiores, a regulação e a administração do mundo inteiro não requeiram nem menos nem mais habilidade que pôr um globo terrestre em movimento!”

“Essas pessoas se encontram perpetuamente angustiadas, jamais atingindo a tranqüilidade de espírito por mais do que alguns minutos. Suas perturbações derivam de causas que quase não afetam a vida do restante dos mortais. Suas apreensões despertam à causa de inúmeras mudanças dos corpos celestes que elas observam e temem. Por exemplo: temem que a Terra, devido à contínua aproximação do sol, seja, ao longo do tempo, absorvida ou engolida; que o disco solar vá gradativamente desmilingüindo por conta do próprio calor produzido em seu núcleo, até apagar-se por completo; e contam assustados como a Terra, que há pouco escapou, de forma miraculosa, de uma colisão fatal com o último cometa que adentrou o sistema solar,pode virar cinzas siderais à próxima visita de um desses corpos celestes de movimento inopinado! Não inopinado a ponto de escapar a seus meticulosos cálculos, é claro:afirma-se que em exatos 31 anos terrestres um novo cometa nos destruirá irrevogavelmente.”

“o sol, gastando diariamente seus nutrientes emitindo raios, sem reposição alguma, será inapelavelmente consumido e aniquilado (…) enfim, não queria ser tão repetitivo, mas estes meus novos amigos vivem tão alarmados e apreensivos sobre essas coisas tão distantes e remotas, senão improváveis, afora muitas outras calamidades sequer citadas, que são todos uns insones que não aproveitam os pequenos prazeres da vida. Quando cumprimentam um conhecido pela manhã, a primeira pergunta é sobre o estado do sol, como ele parecia estar ao se pôr no dia de ontem e se houve percepção de mudança no seu nascer hoje, e quão esperançosos podem ser os habitantes da ilha de evitar a catástrofe iminente! Esse tipo de diálogo é levado a cabo com a mesma desenvoltura de dois garotos que compartilham contos de terror, estórias de fantasmas e duendes. Como no caso dos garotos, eles se comprazem imensamente durante a conversa e manifestam extrema curiosidade – mas depois se arrependem e não conseguem dormir no escuro ou ir à cozinha de madrugada beber água.

As mulheres da ilha, verdadeiras Xantipas!, são muito, muito vivazes: não param de brigar com seus maridos e se afeiçoam facilmente a forasteiros, sendo esta ocasião tudo menos rara, pois muitas vezes a ilha pousa nos continentes telúricos. E muitas vezes visitantes são autorizados a subir a bordo e visitar a côrte, como eu. Não só issomas visitam as cidades e corporações sob os menores pretextos. Se bem que, coletivamente, são todos desprezados, por parecerem sempre querer o mesmo tipo de coisa – são utilitaristas, não há dúvida!”

ah, mas os maridos… os maridos estão sempre tão absortos em especulações que a mulher e seu amante podem se dar ao luxo de proceder às maiores amabilidades e familiaridades inclusive no mesmo cômodo, bem debaixo de seus narizes, contanto que eles estejam com papel, caneta e livros ao alcance das mãos, i.e., devidamente distraídos – e desacompanhados de seus dedicados servos, é claro!

As esposas e filhas sem dúvida lamentam muito seu confinamento à ilha, embora eu, particularmente, julgue-a o pedaço de terra mais magnífico do planeta! Embora vivam aqui em meio à maior abundância e magnificência, e com permissão para circular sem restrições pelo habitat flutuante, elas anseiam ver o mundo lá de baixo e conhecer o tipo de entretenimento presente em Lagado, a capital baixa do império (…) me relataram que uma senhora distinta da côrte, repleta de filhos, desceu a Lagado sob o pretexto de tratar da saúde, mas que lá viveu ocultamente vários e vários meses.” “Essa senhora, mesmo com marido tão gentil e abnegado, e por mais que ele a tenha recebido de volta sem o menor indício de reprovação, pouco tempo depois conseguiu empreender nova fuga, com todas as suas jóias, e foi viver com o mesmo indivíduo, e dessa vez nunca mais voltou — seu paradeiro segue desconhecido na côrte.

Imagino que essa história toda pareça uma alegoria para retratar as famílias britânicas desestruturadas, o que seria mais fácil imaginar – que eu sou um autor de ficção, que não precisaria ter viajado a um país tão remoto para redigir esse tipo de coisa! Mas ao leitor que assim pensar eu alerto: o sexo feminino não difere em clima ou nação algum, consistindo num espécime muito mais uniforme do que se pode esperar!”

“Sua majestade não tinha o menor interesse em indagar sobre as leis, o governo, a história, a religião, os costumes dos países em que estive; suas perguntas se resumiam ao estado em que se encontrava nossa Matemática, mas mesmo assim minha resposta era recebida com desprezo e indiferença”

“A ilha flutuante, creio ser desnecessário até mencionar, é perfeitamente circular, possui um diâmetro de 7,166153km, possuindo, portanto, uma superfície de 10 mil acres.”

“É jurisdição do monarca elevar a ilha acima da região das nuvens e vapores, garantindo assim que só haja orvalho ou chuva quando ele bem entender.”

“Quando a pedra é posicionada paralela ao horizonte, a ilha fica estacionária; suas extremidades ficando a uma altitude isonômica da terra, a força gravitacional age em equivalência com a força normal, anulando qualquer possibilidade de aceleração.

Essa preciosa pedra, espécie de ímã-volante de toda a ilha, leme tão excepcional, é guardada por certos astrônomos que, de tempos em tempos, mudam sua posição conforme as prescrições do monarca. Estes especialistas passam a maior parte da vida observando os corpos celestes, assistidos por lentes telescópicas ‘n’ vezes mais avançadas que as européias!”

“Em seus catálogos científicos constam 10 mil estrelas fixas, enquanto que nossos mais vastos registros não contabilizam 1/3 deste número. Eles também descobriram duas estrelas-menores, ou satélites, rodopiando Marte; o que traslada mais próximo do planeta vermelho está distante de seu centro geométrico cerca de 3x a extensão de seu próprio diâmetro; o satélite externo, 5x.” “Eles conhecem 93 cometas e sabem seus períodos de passagem pelo nosso sistema com grandíssima exatidão.”

“Este rei seria o rei dos reis do universo, se ele pudesse unicamente reunir homens de igual capacidade em seus ministérios! Mas eu ousaria dizer que não há na ilha ninguém como este homem, nem que chegue perto do intelecto e da visão deste homem; os segundos certamente estão em nossa terra, em nossa altitude habitual, e eu duvido que um rei precavido aceitasse jamais como subordinados tão poderosos e influentes pessoas estranhas, arriscando a escravidão de seu país!”

“o rei, quando se põe animoso e, portanto, decidido a exterminar uma de suas cidades, ordena com fleuma a descida da ilha, dissimulando uma visita benevolente aos cidadãos do lugar escolhido para extermínio; mas tudo isso é por medo de quebrar o fundo da ilha, adamantino, duro como o diamante.”

“Diz a lei do lugar que nem o rei, nem ninguém do reino, nem qualquer de seus dois filhos mais velhos, estão permitidos a sair da ilha. Nem a rainha, até o término de sua infância.”

“Após conhecer todas as singularidades da ilha, eu desejava muito partir. Essas pessoas se tornaram muito cansativas para mim. Eram excelentes em duas ciências pelas quais nutro grande estima, e nas quais confesso ser algo versado; mas, ao mesmo tempo, eram consciências tão abstratas e especulativas, que com o passar do tempo creio que não poderia encontrar companhias mais desalentadoras! Passei a conversar apenas com as mulheres, com comerciantes, servos e pajens. Assim foram meus últimos 2 meses. Não podendo mais ocultar meu desprezo por tal gente, passei a me conduzir de forma impertinente, mas minha mudança só podia ser detectada por essas mesmas pessoas em quem eu ainda encontrava qualquer tipo de aprovação ou reciprocidade!”

“Ele me ouviu com bastante atenção e remeteu-me diversas observações sapientes, relacionadas ao meu discurso. Ele possuía, como sempre nesta classe, 2 servos, mas quase nunca os utilizava – só mesmo em visitas à côrte e em cerimônias. Quando estávamos a sós, ele apenas comandava que se retirassem do aposento.”

“Dia 16 de fevereiro eu me despedi de Sua Majestade e da côrte. O rei me presenteou com o que eu converteria para 200 libras esterlinas, sendo que meu protetor e seus apaniguados também me deram somas em dinheiro, que remontavam mais ou menos ao mesmo valor na somatória. Também levaria comigo uma carta de recomendação para um seu amigo em Lagado, a referida metrópole do reino, mais mundana. A ilha revolvendo cada vez mais baixo e em torno de duas montanhas, uns 3km mais abaixo, fui conduzido ao mundo telúrico da mesma forma como me fizeram subir da primeira vez.” “Encontrei rapidamente a casa da pessoa a quem fui recomendado na carta, e fui recebido, claro, devido à chancela real, com as maiores honrarias.”

“À manhã seguinte ele me levou em passeio de charrete para conhecer a capital, que seria, diria, metade de Londres em tamanho. As casas são esquisitíssimas, e maioria necessitando reparos urgentes! As pessoas nas ruas andam rápido, parecem bárbaras, olhos fixos, geralmente maltrapilhas. Atravessamos um dos portões da cidade e avançamos coisa de 5km campo adentro, onde testemunhei o trabalho de vários camponeses utilizando um sem-fim de utensílios, embora não tenha entendido a função de um deles sequer.”

“não podia atinar com tantas cabeças, mãos e rostos ocupados, no campo ou na cidade! Não entendia o conceito de produtividade dessa nação. Para falar a verdade, nunca vira um solo mais mal-cultivado, casas tão precárias e degradadas, nem pessoas de aspecto mais miserável e necessitado.

O senhor Munodi era um aristocrata, ex-governante de Lagado, mas soube que devido a uma insurreição dos ministros fôra demitido por alegada incompetência. Ainda assim, o rei o recebia com muita ternura e gentileza, como um homem benfazejo, cujo único defeito era a falta de entendimento.”

“Em nossa jornada ele me mostrou diversos métodos empregados por fazendeiros na administração de suas terras, os quais para mim eram todos imprestáveis; raro era o terreno em que eu distinguia um pé de milho ou pedaço de grama. Em 3h de viagem, entretanto, o cenário mudou completamente: chegamos a um meio rural muito bonito, a casas camponesas, umas próximas das outras, todas muito bem-erigidas, os campos compactos e repletos de vinhas e de milharais, além de campos para pastagem. Na verdade nunca vira uma paisagem tal na Inglaterra! (…) os camponeses de Lagado desprezavam e ridicularizavam o jeito do senhor Munodi fazer as coisas em suas propriedades, crendo-o um péssimo exemplo para o reino. Esse tipo de contra-exemplo (a produtividade no campo!) era também seguido por umas raras exceções, reputadas como os excêntricos, velhacos, teimosos, velhos rabugentos e fracos de espírito do lugar.

Chegamos enfim a seu lar, uma mansão bastante nobre e brilhantemente estruturada. Encontro nas leis deste projeto arquitetônico o que de melhor os antigos nos deixaram. As fontes, os jardins, as passarelas, avenidas e pomares eram distribuídos de forma justa e regular e sem dúvida havia bom gosto em sua disposição.”

“ele me contou com um ar melancólico que até consideraria seriamente a idéia de derrubar suas edificações e restaurá-las ao gosto dos atuais cidadãos de Lagado; de destruir todas as suas plantations e adotar as <modernizações> em voga, para seu próprio prejuízo, mas temia que tudo isto não fosse apreendido pelos demais senão como orgulho, afetação, ignorância e capricho, manchando ainda mais sua reputação em relação a Sua Majestade.”

“Cerca de 40 anos atrás, muitos subiram a Laputa, ou a negócio ou a lazer, e, depois de 5 meses de estada, voltaram cheios de novas concepções e invencionices matemáticas, o que na verdade eu chamo de preconcepções absurdas e desconhecimento – essas pessoas se tornaram muito voláteis, provavelmente em virtude de haverem respirado o ar rarefeito e elevado demais daquela região. Foi aí que os habitantes de Lagado começaram a tomar gosto pela falta total de administração de seus negócios, i.e., passaram a desprezar toda e qualquer coisa <material> e <mundana>. Tudo em que pensavam era na reforma imediata das técnicas, artes, ciências e linguagens. Eles providenciaram uma patente real a fim de erigir em Lagado uma academia de projetistas (mal consigo usar a palavra <engenheiros>). As idiossincrasias prevalecem em tal medida nessa gente extravagante da capital que não há, na atualidade, uma só província que não tenha sucumbido a seu amalucado exemplo. Nessas novas escolas os professores ensinam regras e métodos inauditos em agricultura e engenharia civil, concebem novos instrumentos e ferramentas para todos os negócios e manufaturas; dizem eles que assim, devido à revolução que acabarão por promover, um homem trabalhará por 10, um palácio será erguido numa semana, e será feito de materiais tão duráveis que jamais carecerá de reparos. Que todos os frutos da terra chegarão à maturidade em qualquer estação e terão dimensões 100x maiores que as atuais. Isso e muito mais eles prometem. O único inconveniente é que nenhum desses projetos jamais chegou à perfeição ou a qualquer resultado satisfatório. E enquanto esse dia não chega, o país vive na miséria e desperdiça seu potencial, as casas permanecem ruinosas e as pessoas sem quase o que comer ou vestir. Mas isso, ao invés de desencorajá-las, torna-as 50x mais agressivas e obstinadas. Não sei o que mais as move, se a esperança ou o desespero. Quanto a mim, senhor Gulliver, sou despido desse tal ‘novo espírito de empreender’! Hei de viver como vivi desde que nasci, como meus antepassados viveram, e não pretendo mudar. Mas a verdade é que os poucos de nós contrários às inovações são vistos como inimigos do povo, das artes, uns plebeus ignorantes! O que dizem de nós é que somos preguiçosos que preferem se ater a envelhecidas fórmulas de sucesso e que nos falta o ímpeto do sacrifício coletivo!”

“A um quilômetro de sua casa esse homem tinha um engenho movido pela correnteza de um grande rio que por ali passava. Essa construção atendia as suas necessidades, as de sua família e as de muitos outros amigos. Mas há exatos 7 anos os tais projetistas acadêmicos o procuraram com propostas de destruir o moinho e construir um outro na região montanhosa, em que pretendiam erguer um grande canal bem no meio dos desfiladeiros, enchendo-os com água, abastecendo-os de motores, sistemas condutores e certas engenhocas.Alegavam que os ventos e o ar, a grandes alturas, agitavam a água e, quanto mais ela pudesse ser movimentada, e de quão mais alto ela viesse, mais energia seria produzida. Munodi, não vendo saída, em desprestígio com a coroa e pressionado por muitos de seus vizinhos, cedeu. Apesar de terem aplicado 100 homens no projeto ao longo de 2 anos, o trabalho descarrilhou, tudo deu errado e os projetistas foram-se embora, culpando o próprio Munodi! Agora esses acadêmicos andam por aí procurando outras almas como o benévolo Munodi, a fim de engabelá-las por seu turno, prometendo sempre os melhores resultados e as mais altas probabilidades de êxito, com o mínimo esforço. Mas, na prática, tudo acontece ao revés.”

“Essa academia não se resume a um simples prédio, mas é mais como um condomínio ou um campus, com prédios dos dois lados de uma rua que, barata e desvalorizada, foi comprada para servir de sede aos projetistas.”

“O primeiro homem que vi era um senhor muito raquítico, de cara e mãos muito sujas; seu cabelo e barba eram compridos, esfrangalhados e chamuscados em vários lugares. Suas roupas, sua camisa e sua cara, enfim, eram para mim da mesmíssima cor. Ele se encontrava há 8 anos entretido num só projeto: extrair a luz solar de pepinos, os quais eram inseridos em frascos hermeticamente selados, e depositados ao ar livre em pleno verão, debaixo do sol mais inclemente. Ele me contou que, sem dúvida, em no máximo mais uns 8 anos, já terá podido iluminar todos os jardins do governador, e isso a custos irrisórios.”

“O projetista dessa cela era o estudante mais antigo da academia. Seu rosto e barba eram de um amarelo pálido, suas mãos e roupas eram recobertas por uma camada de poeira. Quando fomos apresentados ele me deu um entusiástico abraço, um cumprimento que em outra ocasião eu bem poderia ter desculpado! Desde sua entrada na academia, ele estava envolvido numa operação a fim de reduzir os excrementos humanos à comida original, separando as partes, removendo a tintura emprestada às fezes pela bile, dissipando o mau cheiro e drenando o suco gástrico. Ele contava com parcos recursos da sociedade de cientistas, dentre eles uma remessa semanal de um recipiente abastecido de bosta, mais ou menos das dimensões de um barril de chope de Bristol.

Também vi um professor tentando calcinar o gelo até virar pólvora; este último me mostrou um tratado que redigira, sobre a maleabilidade do fogo, o qual ainda não se encontrava publicado.

Havia um arquiteto dos mais engenhosos, que descobrira um novo método de construir casas, começando pelo teto e descendo progressivamente à base. Sua justificativa? Ele me contou que devíamos copiar os insetos peritos em construção, isto é, as abelhas e as aranhas!”

“ora, empregando aranhas o trabalho de tingir a seda será todo poupado.”

“Ele me exibiu uma vasta quantidade de moscas das cores mais belas, com as quais alimentava suas aranhas, garantindo que as teias sairiam com a mesma tintura das moscas. Como ele tinha um repertório de todas as cores de moscas, ele esperava assim conquistar a aprovação universal, ao menos a partir do momento em que encontrasse alimento apropriado para todas as variedades de moscas, constituído de certas gomas, óleos e matérias viscosas, a fim de dar a consistência e a força necessárias aos fios.”

“Eu me queixava no momento de uma pequena crise de cólica, quando meu guia me conduziu à sala de um renomado físico, que conseguia curar essa inconveniência através de operações contrárias de um mesmo instrumento. Havia um par de berrantes enormes, com o bocal muito alongado e estreito feito de marfim. Ele inseria essa parte (de uns 20cm!) no ânus do paciente. Fazendo ventar para aquelas partes, ele garantia poder tornar o intestino tão murcho e isento de gases quanto uma bexiga depois de estourada! O problema era que quando o mal era mais crônico e violento ele precisava retirar os berrantes várias vezes para repetir o procedimento de ventilação. Nesse intervalo em que retirava o berrante para reintroduzi-lo, o doutor precisava tapar o orifício do reto do paciente com seu dedo polegar, para não deixar nada escapar; depois que isso era feito 3 ou 4 vezes, no mais grave dos casos, o <vento adventício> podia finalmente ser liberado com todos os gases (funcionava exatamente como uma bomba d’água). O paciente recebia alta. Eu vi este homem fazer o experimento com um cão, mas não pude perceber qualquer resultado na primeira aplicação do berrante. Com a repetição da operação, vendo que o caso era grave, o doutor aplicou tanto vento no animal,e logo ele peidou tão feio, que foi impossível permanecer na sala… O cachorro morreu no ato! – mas o doutor iria tentar a ressuscitação do animal aplicando a mesma técnica… eu não fiquei para ver o resultado e segui adiante em minha visita…

Com efeito eu visitei muitos outros apartamentos de projetistas-especialistas, mas não vou desperdiçar o tempo do meu leitor com as curiosidades que acabei por observar, preferindo um relato mais breve da aventura.”

“A invenção mais brilhante que encontrei foi um dispositivo que pretendia reunir todo o conhecimento universal da humanidade mediante o registro de todas as palavras concebíveis e de sua repetição na mesma proporção em que ocorrem nos livros conforme sua classe gramatical (advérbios, preposições, conjunções, verbos, adjetivos, substantivos…), e tudo isso de uma forma dinâmica, um aparato gigantesco operado por muitos auxiliares. Achei meu colega, o inventor deste mecanismo (veja a imagem), tão aplicado e original que prometi que, se um dia eu voltasse ao Velho Continente, tornaria público o fato de que ele, e somente ele, era o inventor genuíno desta grandiosa máquina revolucionária. E eu disse a ele, encorajando-o: <Embora seja o costume do europeu o furtar, por assim dizer, invenções uns dos outros, nosso sistema tem, ao menos, essa vantagem: sempre fica dúbio, no final, quem fôra o descobridor do Ovo de Colombo…>, mas – complementei –<…agirei com tanta precaução que você pode estar certo de ficar como detentor derradeiro dos direitos sobre sua invenção, sem um rival sequer!>

“A seguir nós nos dirigimos à faculdade de letras, onde 3 professores estavam em debate, cujo tema era: como aperfeiçoar o idioma natal? O primeiro projeto proposto foi o de diminuir o discurso, cortando polissílabos, e eliminando verbos e particípios, uma vez que coisas imaginadas não são senão normas. O segundo projeto era um esquema extremista em que se aboliam de vez todas as palavras; argumentou-se que seria uma ação altamente valiosa tanto no campo da saúde quanto no da objetividade científica. E para isso evidenciou-se que cada palavra que pronunciamos representa uma ligeira diminuição de nossa capacidade pulmonar por corrosão e que, por extensão, a língua contribui para o encurtamento da vida humana. Pregou-se uma solução: <Uma vez que as palavras são apenas nomes para as coisas, seria mais conveniente que cada homem carregasse consigo todas as coisas necessárias a fim de expressar idéias particulares.> Essa invenção, alegou-se, já teria sido possível e já seria uma realidade, se as mulheres e a gente vulgar e iletrada não ameaçasse, sempre, rebelião quando esta era a pauta do dia. Aquilo que nossos avós e pais faziam, é-nos muito difícil de abdicar. São esta gente os inimigos maiores do fazer-ciência. (…) Entrando em mais detalhes sobre esta curiosa proposta, à objeção levantada de um homem cuja profissão fosse muito abrangente, abarcando muitos tipos de objetos, este homem teria, proporcionalmente aos campos que domina, numa lei de igualdade compensatória, de carregar mais coisas nas costas, a não ser que fosse rico o bastante para ter um ou dois servos que o ajudassem nesse tocante. Eu vi dois dos sábios defensores desta proposta quase que afundando sob o solo dado o enorme peso de sua bagagem, como os nossos mascates. Aí, então, a pessoa que carregasse todos os objetos de que necessita para <falar>, quando encontrasse um conhecido seu na rua, depositaria sua sacola no chão, retiraria seus objetos e poderia, assim, dialogar mudamente por cerca de uma hora! A ajuda de terceiros com implementos ou o camaradismo a fim de que todos e cada um lograssem carregar sem maiores dificuldades toda sua <mercadoria de fala> em peso (com o perdão do trocadilho!) seriam aspectos indispensáveis desse novo e promissor modo de vida. (…) Como seria de se imaginar, a casa ou escritório de alguém nesta sociedade seria atulhado de coisas para que diálogos fossem sempre possíveis. Essa operação não é coisa simples: a habilidade no rápido e coordenado manejo de objetos sendo essencial, diria que é uma verdadeira ARTE da conversação!

Mas mais uma vantagem aludida com o emprego dessa nova técnica seria que finalmente cumpriríamos os desígnios de Babel: teríamos atingido a língua universal! Em nenhuma nação que adotasse esse método qualquer forasteiro que jamais estudou os costumes locais deixaria de ser plenamente compreendido! (…) Embaixadores tratariam com quantas autoridades internacionais pudesse haver, sem maiores inconvenientes.”

“nada há de tão extravagante e irracional que alguns filósofos não tenham proclamado como verdadeiro.”

“Propôs então o doutor: <Na assembléia do senado, alguns médicos deveriam comparecer nos seus três primeiros dias, e, à hora da saída, medir o pulso de cada um dos debatedores. Após o quê, considerando com sabedoria e consultando sobre os sintomas das mais variadas doenças, bem como seus métodos de cura, ao quarto dia, retornariam em companhia de seus apotecários munidos dos medicamentos adequados. Antes mesmo desta quarta reunião, eles administrariam todos os lenitivos, aperitivos, abstergentes, abrasivos, corrosivos, restringentes, detergentes, paliativos, laxativos, analgésicos, anti-cefalóides, anti-ictéricos, anti-apopléticos, acústicos, etc., na dosagem e na qualidade que o quadro de saúde de cada paciente demandasse. Conforme esses remédios sanassem ou não a doença, e em que grau, os médicos e farmacêuticos regressariam, ainda, para repetir, alterar ou omitir o tratamento.>

“Como sucede de os favoritos do príncipe sofrerem, em geral, de curta e péssima memória, o mesmo doutor ainda prescrevera: <Quem quer que se encontre com o primeiro-ministro, após relatar o assunto, da forma mais lacônica e simples possível, deveria, no instante de despedir-se, dar um beliscão no nariz do sumo ouvinte, ou senão um chute no estômago, ou dar-lhe um pisão, ou puxar ambas as suas orelhas por no mínimo três vezes, ou então enfiar-lhe uma agulha no traseiro, ou deixar hematomas no seu braço, tudo pela melhor das causas: prevenir seu esquecimento. E, se se tratar de uma sucessão de muitos encontros, deveria repetir a operação a cada um deles, até que o negócio esteja fechado, i.e., que o primeiro-ministro dê, enfim, seu sim ou seu não e conclua a questão.>

“O mesmo médico propôs uma bela medida contra as dissensões agudas e violentas entre os partidos. O método de fazer a reconciliação era o seguinte: reúnem-se 100 líderes de cada partido; eles são dispostos dois a dois entre aqueles com cabeças de tamanho mais próximo; dois cirurgiões qualificados serram o occipúcio de cada par da dupla simultaneamente. Os occipúcios extraídos são intercambiados, vindo a pertencer agora à cabeça de um antigo rival. Parece absolutamente um trabalho que exige a mais milimétrica precisão ou algo pode dar muito errado! Porém, o médico-cirurgião afiançou que <se a dupla-cirurgia for realizada com êxito, a cura é inescapável. Com as duas metades antagônicas de um cérebro pós-cirúrgico deixadas à vontade para debater o tema em questão, dentro do mesmo crânio, não poderiam deixar de se entender logo, porquanto não há outra saída, e produziriam nos pacientes assim operados aquela moderação e regularidade de pensamento, justo neles, que, previamente à intervenção da medicina, julgavam que sua existência neste mundo decorria tão-somente do eterno movimento praticado pelos corpos celestes e que por isso julgavam que seus defeitos eram predestinados e que não valia a pena esforçarem-se por minorá-los!>.”

“O método mais justo seria impor um imposto sobre os vícios e tolices; a soma fixada para cada homem seria estabelecida de forma eqüitativa por um júri composto de seus vizinhos.”

“As mulheres deveriam ser taxadas segundo sua beleza e destreza no vestirem-se, no que elas deveriam ter os mesmos privilégios que o homem, em valores a ser determinados por seu próprio juízo. Mas a constância, a castidade, o bom-senso e a gentileza não poderiam ser mensurados, porque daria muito trabalho e ademais os impostos seriam tão altos que quebrariam a economia.”

“Outro professor mostrou-me um artigo muito extenso com instruções para descobrir intrigas e conspirações contra o governo. Seu aconselhamento era, em síntese, o de que o governante devia prestar atenção na dieta dos suspeitos; as horas das refeições; em que posição dormiam; com qual das duas mãos coçavam o traseiro; analisar detidamente seus excrementos, de modo a retirar opiniões conclusivas de sua cor, odor, gosto, consistência, nível avançado ou inicial da digestão, enfim, tudo o que, segundo este nobre autor, permite que leiamos nas entrelinhas os pensamentos e intenções mais profundos daqueles que conspiram; é de fato sabido por todas as civilizações (que possuem vaso sanitário) que um homem nunca se põe tão sério, grave e deliberativo como quando está no trono. Após longos experimentos, este doutor conseguiu descobrir que aqueles que se punham a pensar, enquanto defecavam, na melhor maneira de matar o rei tinham as fezes esverdeadas; porém, se o caso fosse apenas o de levantar uma insurreição ou incendiar a metrópole, aí então as cores resultavam bem díspares, etc.”

“Pois saiba o senhor que na Tribnia,¹ dentre os nativos chamados Langdon,² na qual habitei muitos de meus anos em meio a minhas intermináveis viagens, o grosso da população consiste, no fim das contas, em grandes descobridores, inventores, investigadores, testemunhas, informantes, acusadores, procuradores, provadores, conjuradores, incitadores, sempre no uso de seus instrumentos subalternos, i.e., outros langdoninos. E todos, sem exceção, estão sempre, quaisquer que sejam sua índole e conduta, submetidos à vontade dos ministros de Estado e aos congressistas, senão outras marionetes ou avatares destes primeiros. As intrigas, nesse reino, são obra daqueles que querem se tornar proeminentes e marcar a história como grandes personalidades, o velho desejo de ser um GRANDE POLÍTICO. Se não é isso que os conspiradores querem, só posso cogitar alguns outros motivos: revigorar uma administração que se tornara louca? sufocar ou dividir minorias de descontentes (ou seja, conspirar apenas como isca para apanhar conspiradores)? encher seus cofres? piorar ou melhorar a imagem do império em face das outras nações (aquele dos dois que for mais vantajoso no momento para a fortuna individual)? E não duvide de que as coisas são tão bem encenadas na Tribnia que muitos até decidem mutuamente seus papéis antes da peça: talvez tirem no palitinho ou dalguma outra forma quem serão os bodes expiatórios da vez, aqueles que serão acusados e condenados pelo poder público; medidas formais são tomadas para confiscar seus pertences e rastrear suas cartas e correspondências; e, enfim, se os prende. Os papéis encontrados que sirvam de prova da conspiração são distribuídos para uma caterva de artistas, muito hábeis em decifrar significados misteriosos em palavras esdrúxulas e quase arbitrárias, prestando entonação às menores sílabas. Há uma interpretação de tudo quanto for informação num sentido bem elaborado – p.ex.: uma referência a uma latrina fechada numa carta de comadres pode ser o símbolo para conselho privado; uma revoada de gansos, símbolo do senado; um cachorro furibundo, um invasor; a peste, um exército à espreita; um abutre, o primeiro-ministro; a gota, o sumo-pontífice; o patíbulo, o secretário de Estado; uma retrete, um comitê de especialistas; uma peneira, uma dama da côrte; uma vassoura, a revolução; uma ratoeira, uma estratégia; um abismo sem fundo, o Tesouro; um naufrágio ou escolhos, a própria côrte; um chapéu de bobo com sinos nas pontas, um favorito; uma cana quebrada, a côrte de justiça; um tonel oco, o general; uma ferida aberta, a própria administração.(*)

(*) Este parágrafo é a versão revisada do dr. Hawksworth (1766); na edição original de 1726, a introdução era: Pois saiba o senhor que, vivesse eu num país em perpétua crise e rebuliço…Portanto, não havia ainda este código dual Tribnia-Langdon nem tampouco a figura do vaso sanitário fechado na enumeração simbólico-irônica que vem a seguir.”

¹ Forma velada de o autor se referir à Bretanha.

² Os londrinos – referência aos habitantes da capital Londres ou London no original.

“Se falhar esse jogo de associações na interpretação da linguagem empregada entre os comparsas, há nesta terra ainda dois métodos efetivos que os mais versados possuem de desbaratar conspirações: os acrósticos e os anagramas. Quanto ao primeiro método: todas as iniciais podem conter sentidos políticos. N pode querer dizer uma trama;¹ B, aludir à cavalaria; L, uma esquadra no mar… Quanto ao segundo método: transpondo as letras do alfabeto em qualquer <documento suspeito>, as verdades mais ocultas e impensadas podem vir à tona, principalmente o descontentamento do partido vencido. Então, p.ex., se eu dissesse, numa carta, a um amigo, em tom de desabafo, <O FLAGELO FERIDO TEM UM PESO!>, um decifrador competente poderia deslindar a seguinte sentença subjacente na primeira: <O REI SEM LEGADO É MOFO, PLUFT!>,² o que parece insinuar que quereriam assassinar ou desaparecer com o rei, que julgavam nada estar deixando para a glória futura do país, sendo mera relíquia de um passado desinteressante.”

¹ Não é nenhuma palavra com “n” em inglês; aqui, Swift escreve plot, deliberadamente para o efeito cômico da explicação, e assim nos dois próximos exemplos nonsense.

² “Our brother Tom has just got the piles” e “Resist—, a plot is brought home – The Thour” no original.

“O professor me agradeceu muitíssimo meu relato detalhado, e garantiu que na versão final de seu artigo eu ganharia diversas citações.

A verdade é que nada vi nesse país que me convencesse a uma estadia longa, então comecei a planejar meu retorno à Inglaterra.”

“O continente, do qual esse reino ocupa apenas uma parte, se estende, pelo menos creio, a oriente, até aquela obscura borda da América conhecida como costa oeste ou Califórnia. Ao norte, o limite de seus domínios é o Oceano Pacífico, que não dista mais de 250km da capital Lagado no centro. Nesta costa setentrional há um grande porto e bastante comércio com a grande ilha de Luggnagg, mais ou menos a noroeste de onde eu me encontrava então, aos 29° de latitude e aos 140° de longitude. Essa ilha chamada Luggnagg situa-se, portanto, a sudeste do Japão, mais ou menos a 800km. Há uma aliança restrita entre o imperador japonês e o rei de Luggnagg; com isso, viagens entre ambos os arquipélagos se tornam mais fáceis. Foi assim que decidi tomar meu rumo para a Europa por esta via.”

“Dessa vez, por incrível que pareça, minha jornada não contou com acidentes ou aventuras extraordinários que valham a pena narrar. Chegando ao porto de Maldonada nenhum navio estava ancorado na parte reservada para as embarcações de Luggnagg, nem havia qualquer aparência de que esperavam a chegada de alguma nau. Esta cidade em que desembarquei era mais ou menos do tamanho de Portsmouth. (…) Um gentleman me disse: <Como navios para Luggnagg não sairão no próximo mês, seria uma honra, se o senhor concordar, ser o guia do senhor numa excursão pelo pequeno arquipélago de Glubbdubdrib, que dista daqui não mais que 5 ligas marítimas a sudoeste.>

“Glubbdubdrib, tanto quanto eu posso interpretar, significa ‘Ilha dos magos e feiticeiros’. Tem mais ou menos um terço do tamanho da ilha de Wight,¹ é de vegetação bastante frutífera e de prospectos excepcionais, governada por uma tribo inteiramente composta de magos. Nessa tribo todos os casamentos são endógamos, sendo que a sucessão cabe ao filho mais velho. Seu palácio mais seus jardins dão uma área de 3 mil acres,² toda cercada de uma muralha de pedra polida de 6 metros de altura.”

¹ Ou seja, tem por volta de 127km².

² O acre vale um número diferente em metros quadrados em cada notação, e são diversas as existentes. Não deve ser a mais comum delas, em que 1 acre = 4km², pois sendo assim 3 mil acres x 4km² dariam 12 mil km², o que seria o mesmo que dizer que o próprio palácio do rei da ilha e adjacências são CERCA DE 100X MAIORES QUE A PRÓPRIA ILHA (nota 1)! Ou a notação é uma que me é inacessível ou trata-se de um imenso efeito cômico (burlesco, aliás) do autor!

“Mestre da necromancia, o governante deste lugar pode chamar dentre os mortos qualquer um que desejar, contanto que os serviços do finado não durem mais do que 24h. Também há a limitação de não se poder chamar a mesma pessoa de novo num espaço de 3 meses, a não ser em circunstâncias extraordinárias.”

“Este rei entendia a língua de Balnibarbi, embora não fosse o idioma desta ilha. Ele me solicitou, portanto, relatos de minhas viagens e, para provar-me que eu seria tratado sem cerimônia nem etiqueta excessivas, dispensou todos os atendentes da côrte num simples voltear de seu dedo. Ao concretizar esse gesto – não falo por metáforas! – todos os seus súditos sumiram, escafederam, como vapor ou imagens oníricas, num só instante! (…) Sentindo-me encorajado, comecei uma breve narração que incluía uma seleção de minhas melhores aventuras até então. (…) Logo me pus tão familiar à aparição de espíritos que, depois da terceira ou quarta vez já não me sobressaltava com os visitantes! Mesmo que um ou outro me parecesse ainda assustador em um aspecto ou outro, minha curiosidade ultrapassava em muito esse ligeiro mal-estar. Sua alteza determinou, então, que eu tinha inteira liberdade para fazê-lo convocar qualquer personalidade morta que eu quisesse, e aliás que eu continuasse a fazê-lo até me contentar de todo, não importasse o número daqueles que eu gostaria de entrevistar nesta minha curta estada por tão poderosa côrte! Podia ser qualquer nome, desde o início dos tempos até os dias atuais, e eu teria liberdade irrestrita no interrogatório. Mas ele me fez observar que as perguntas que eu dirigisse deveriam estar confinadas ao tempo de existência do sujeito, sob pena de não obter nenhuma resposta que fizesse sentido. Além disso, o rei me assegurou: <Tu ouvirás a verdade e nada menos que a verdade, posto que mentir não é talento que possua qualquer valor no submundo>.”

“O primeiro que decidi convocar foi Alexandre o Grande, encabeçando seu exército da batalha de Arbela:¹ após um leve volver de dedo no ar pelo governante, este excelso imperador imediatamente se materializou, em meio a uma vasta planície, visível através da janela que se abria a nossa frente. Alexandre foi chamado a sentar-se diante de nós. Foi com muita dificuldade que compreendi seu grego, e eu mesmo não falo mais do que o básico neste idioma. Ele me jurou: <Não fui envenenado, morri de febre decorrente do excesso de bebedeira.>

¹ Que terminou com a derrota de Dario III e representou a conquista dos persas pelo mundo helênico, tentada desde a formação da nação grega. Alexandre tinha muito menos soldados que seu adversário.

“Em seguida eu vi Aníbal cruzando os Alpes, dizendo: <Eu não tenho uma gota sequer de vinagre em meus campos>.¹”

¹ Uma anedota popular diz que o conquistador Aníbal conseguiu desintegrar enormes rochas que bloqueavam o caminho de suas tropas usando fogo e vinagre (ou azeite) como catalisador das chamas. Ou seja: entrevistando as personalidades históricas, Gulliver sempre se depara com desmentidos.

“Vi (não fui, ele que veio; nem venci, mas afianço que eu vi!) César e Pompeu na dianteira de suas tropas, prontos para qualquer assalto. O primeiro deles estava na forma física de seu último grande triunfo. Eu desejava também a convocação do senado romano para diante de nós. E num amplo salão eu pude ver todas as ilustres figuras daquele senado republicano, além de, ao seu lado, uma assembléia dos tempos mais recentes de Roma, do Império corrompido. Os componentes do primeiro salão pareciam heróis, semi-deuses; a outra turba parecia um amontoado de mascates, batedores de carteira, andarilhos e fanfarrões!

O rei necromante, a minha instância, fez sinal para que César e Bruto se adiantassem. Fui presa de verdadeira veneração ao contemplar este homem Bruto! Pude distinguir nele a mais resoluta das virtudes, um caráter intrépido e uma mente firme, um sincero amor pela sua nação e grande humanidade e benevolência em cada gesto seu. E percebi também que ambos se davam muito bem. César me confessou: <As maiores ações que perpetrei nem sequer igualam, em vários graus, a glória de quem as suprimiu deste mundo!>. Instado por esse comentário, conversei bastante com Bruto. E dele ouvi: <Meu ancestral Junius, Sócrates, Epaminondas, Cato o Jovem, Thomas More e eu andamos sempre juntos no Hades>. Um sextunvirato, decerto, a que nenhuma idade poderia acrescentar um sétimo elemento!

Mas seria tedioso fazer o leitor repassar por todos os meus encontros e conversações daquela ocasião, que foram saciando minha sede por ver e conhecer as pessoas mais renomadas dos séculos dos antigos! Também não poupei meus olhos da vista dos maiores destruidores e tiranos e usurpadores de nossa História; bem como surgiram diante de mim grandes restauradores da liberdade e da paz a nações antes subjugadas…”

“Propus então que aparecessem Homero e Aristóteles, seguidos de sua horda de comentadores. Mas os comentadores eram tão numerosos que algumas centenas tiveram de se pôr em fila, fora das dependências do palácio, aguardando sua vez. Assim que o bando apareceu, de longe, já podia distinguir Homero e Aristóteles dos demais, e até mesmo entre um e outro. Homero era mais alto e cavalheiresco, andava muito ereto para um velho, e seus olhos, ao contrário da crença comum, eram alguns dos mais perspicazes e fulminantes de que já se teve notícia! Aristóteles andava muito encurvado, necessitando do auxílio de um cajado. Sua vista era débil e cansada, seu cabelo ralo e fino, sua voz minguada. Percebi num átimo o quanto cada um deles era desconhecido pela própria turba de comentadores que os seguiam! E também percebi que nem no além estes dois travaram contato com quaisquer daqueles. Recebi um cochicho no ouvido de um fantasma, cuja identidade preservarei: <Acontece que estes comentadores ficam o mais distantes possível dos seus mestres, tamanha a vergonha e a culpa que carregam – enfim se deram conta de quão mal interpretaram seus ensinamentos e distorceram tudo quanto estes homens nos legaram, prejudicando incontáveis gerações de novos homens!>. Introduzi, destarte, Dídimo¹ e Eustácio a Homero, e consegui que ele os tratasse, quiçá, melhor do que mereciam. Homero, muito atento, logo percebeu que estes coitados não tinham gênio de poeta! Já Aristóteles não foi tão benevolente nem contido: pôs-se furioso quando contei-lhe sobre Scotus² e Ramus,³ ao mesmo tempo que lhe apresentava seus espectros, emanando daquela multidão. Aristóteles, sem meias-palavras, indagou se todos os demais eram tão asnáticos quanto aqueles dois!”

¹ Há muitos Dídimos na História, nenhum especialmente vinculado apenas à obra de Homero, então é difícil dizer a qual deles Swift se refere. O mesmo vale para Eustácio.

² Duns Scotus, frade franciscano do XIII. Um dos poucos filósofos da idade média ainda relevantes e talvez a única figura de destaque destes séculos que sirva como contraponto metafísico a Tomás de Aquino, foi um dos prefiguradores isolados e muito prematuros do existencialismo, cf. Heidegger. Beatificado em 1993.

³ Lógico francês do XVI. Na sua época inovou sobre Aristóteles e foi moda, mas logo caiu em esquecimento e suas teses foram consideradas esdrúxulas.

“Neste ponto, solicitei ao rei que trouxesse Descartes e Gassendi das trevas. Com Aristóteles ainda presente, pus-me como intermediário para explicar seus sistemas ao Peripatético. Diante do que ouviu, Aristóteles, cheio de humildade, reconheceu seus erros e imperfeições em filosofia natural, e que isto não lhe era nem um pouco degradante, pois em muitos pontos ele raciocinou por conjeturas. Ele também disse, implacável e austero, que a ética de Gassendi, que parecia um epicurista de primeira linha, e os vórtices de Descartes, por exemplo, um dia seriam também completamente refutados pelos filósofos da posteridade. Ele deu o mesmo diagnóstico para a lei da atração, que os eruditos da contemporaneidade defendem com todo o zelo. Em suas próprias palavras, Aristóteles deixou bem claro: <Novos sistemas da natureza são como novas modas, sendo que cada idade tem a sua; mesmo aqueles que alegam poder demonstrar suas teorias por axiomas matemáticos não prevalecem mais que por uma porção de tempo determinada, brevíssima considerando a infinita sucessão dos homens>.

Eu passei 5 dias inteiros conversando com muitos outros sábios antigos. Vi a maioria dos primeiros imperadores de Roma. Pedi ao necromante que nos mandasse servir um jantar feito pelos cozinheiros de Heliogábalo, o imperador mais hedonista de todos os tempos. Porém, seus dotes culinários não ficaram atestados, porque nas dependências do palácio não havia tantos ingredientes quanto eles desejavam. Um hilota (escravo espartano) de Agesilau nos preparou, também, um ensopado, mas, urgh!, não consegui dar uma segunda colherada.

Os dois gentlemen que me acompanhavam na visita à ilhota tinham necessidade, por razões particulares, de regressar dentro de mais 3 dias, após esses primeiros 5, então eu decidi empregar o tempo que ainda me restava com a idade moderna, o que ainda não tinha feito. Decidi me limitar a nossa Europa de 300 anos para cá. Sendo um conhecedor e admirador das famílias mais tradicionais, pedi logo que se apresentassem uma ou duas dúzias de reis, acompanhadas de seus ancestrais até a oitava ou nona geração, se possível. Minha decepção foi imensa e aterradora. Ao invés de semblantes superiores com diademas reais, o que vi foi, numa família, rabequistas, dândis afetados, prelados (profissão muito comum entre os italianos); noutra, barbeiros, um abade, dois cardeais, e assim por diante. Não conseguia suportar essa frustração histórica, haja vista minha mais alta reverência por cabeças coroadas. Quanto a condes, marqueses, duques, barões e que-tais, não fui tão escrupuloso, e confesso que me locupletei com a baixeza de suas árvores genealógicas! Percebi, após analisar muitos traços, de que famílias alguns dos meus contemporâneos descendem com mais probabilidade. E até conseguia fazer a mesma analogia e adivinhar mais ou menos de que raças de antigos e de que personalidades específicas estes nobres de algumas gerações passadas devem ter descendido.”

Nec vir fortis, necfoemina casta [Nem homem viril, nem mulher casta] (Virgílio); é incrível como a crueldade, a covardia e a falsidade se tornaram tão evidentes que são praticamente sinônimas das características mais enraizadas duma família, dizendo muito mais que seus escudos e brasões. Era fácil ver como um celerado, um tratante, vinha como a sífilis e logo contaminava toda uma nobre casa, cujos descendentes não passavam de escrofulosos tumoríferos!”

“Me preocupava muito com os destinos de nossa história moderna. Analisando todos os rostos dos grandes das côrtes, percebi como o mundo foi tirado dos eixos por escritores venais, prostitutos bajuladores, que teciam loas a grandes espoliadores, amantes da guerra e covardes! Percebi logo como fui enganado pelos nossos historiadores a respeito de tantos tolos pintados como sábios, tantos mentirosos pintados como almas pias; vi até que a tal virtude romana não passava de traição da pátria. A piedade decerto não se encontrava nestes ateus que diziam pregá-la acima de tudo! A castidade era defendida na minha frente pelos mais desabridos sodomitas! A verdade era espezinhada na boca de alguns fofoqueiros. Ó, quantos indivíduos de excelência e perfeitamente inocentes não foram condenados à morte ou ao exílio perpétuo pela prática corrupta de juizecos e pela malícia de intermináveis facções!”

“Com que baixa opinião eu não saí a respeito da suposta ‘sabedoria humana’, da integridade, disso e daquilo, quando me dei conta da raiz e das motivações vis por trás de tão robustas e tão nobres empresas e revoluções registradas em nossos anais! É realmente miserável de se ver como as melhores coisas, maioria das vezes, se produziam da forma mais aleatória e acidental, em meio a um sem-fim de patifaria!

Sobretudo, veio-me um asco por todos aqueles que adoram escrever anedotas com um fundo moral, isto é, os vilões que imaginam escrever a ‘história secreta’ dos povos. Quanta trapaça e ignorância não há em suas sentenças! Poder-se-iam empilhar os reis enterrados por envenenamento… E esses escrevinhadores se comprazem nesses relatos mórbidos; replicam falas exatas e riquíssimas de príncipes e ministros sem que sequer tenha havido qualquer testemunho dessas frases; desvendam como que por mágica os pensamentos e procederes de embaixadores e secretários de Estado que nunca soubemos, nem mediante seus diários íntimos! Ah, sim, quem faz e quem escreve a história está sempre e invariavelmente incorrendo em erro! Descobri a causa de muitos eventos que pareceram surpreendentes quando grassaram no mundo: como uma puta governou por trás das cortinas um conselho inteiro; como generais conseguiram vitórias principalmente devido a seu caráter acanhado e às decisões mais estapafúrdias! (…) todos estes homens mais ‘elevados’ me mostraram da forma mais crua como é impossível um homem ocupar um trono real sem estar infectado de corrupção até a medula, porque o caráter reflexivo, sóbrio, confiante e otimista não combina em nada com os negócios públicos; inclusive poder-se-ia dizer que o bom caráter do monarca seria a principal pedra no sapato e empecilho do ‘comezinho transcorrer das coisas’!… O rei incita o irrealismo.”

“Minha nova viagem durou um mês. Sofremos numa violenta tempestade, de modo que foi preciso seguir o rumo oeste a fim de pegar ventos propícios. Por 60 ligas marítimas esse vento embalaria nossa embarcação. Em 21 de abril de 1708, chegamos ao rio de Clumegnig, uma cidade-porto, a sudeste de Luggnagg.”

“Senti-me premido a ocultar minha procedência e sustentei ser holandês. Como minha intenção era seguir posteriormente ao Japão, esse era o certo a fazer, uma vez que os Países Baixos são a única nação européia com permissão para visitar este império.”

“Toda minha ‘comitiva’ era esse pobre rapaz como intérprete, que persuadi a me acompanhar de forma remunerada; ganhamos cada qual uma mula para a cavalgada.”

“Há um costume que não posso aprovar: quando dá na veneta do rei condenar um de seus nobres à morte, e de maneira indulgente, manda que o chão seja espargido com determinado pó amarronzado, venenoso, que, ao ser lambido, mata infalivelmente em 24 horas. Contudo, para fazer jus à imensa clemência do príncipe regente, bem como à prestatividade deste para com a vida de seus súditos (no que devia, aliás, ser emulado pelos monarcas europeus), devo mencionar, honradamente, que ordens estritas são emitidas para que as partes infectadas do chão sejam bem-lavadas ao término de cada execução, coisa que, se seus domésticos negligenciam, pode resultar na pena de morte ou algum castigo mais brando para todos os encarregados da limpeza. Eu vi pessoalmente como sua majestade mandou chicotear um pajem que estava em sua vez de lavar o chão, mas que, maliciosamente, após uma execução, omitiu seus deveres! Devido a sua indolência, um jovem barão muito promissor, visitando o palácio para uma audiência, foi sem querer envenenado, por mais benquisto fosse pelo rei! Vê-se, porém, como era benevolente o príncipe, ao perdoar tão gritante falta de seu servo, desde que ele prometesse nunca mais agir assim.”

“Inckpling gloffthrobb squut serummblhiop mlashnalt zwin tnodbalkuffh slhiophad gurdlubh asht. Esses são os cumprimentos, expostos na lei local, devidos a qualquer pessoa admitida à presença do rei. Seria mais ou menos o seguinte em inglês: <Que Vossa Alteza Celestial sobreviva ao Sol, onze luas e meia!> A essa fórmula de etiqueta o rei respondia alguma outra coisa ritual, que não pude entender, havendo aprendido apenas a recitar minha parte. Então eu devia proceder à tréplica (não sei o significado – apenas decorei as sílabas): Fluft drin yalerick dwuldom prastrad mir push. Eu disse que não sei o significado porque eu não sei interpretar o que quer dizer, embora saiba traduzir: <Minha língua está na boca de meu amigo>. Mas acho que isso tinha alguma coisa a ver com chamar meu intérprete para junto da conversa, para assim podermos proceder à conversação! Com a ajuda do rapaz que contratei, pude responder todas as perguntas que Sua Alteza me dirigiu, o que durou mais de hora. Eu falei na língua balnibarbiana; meu guia convertia tudo no idioma luggnagguês.”

“Permaneci 3 meses ali. O rei adquiriu muita simpatia por mim, fazendo-me diversas propostas de cargos na côrte. Eu, porém, julguei mais prudente e justo passar o restante de meus dias em companhia de minha esposa e família.”

“Um dia, num círculo da aristocracia, fui questionado por um dos nobres:

– Você já viu um de nossos struldbugs ou imortais?

– Nunca; mas muito anseio por que me expliquem o que é isso que designam por esta apelação, que decerto é aplicada a uma criatura mortal como todos nós!

– Às vezes, por muito raro que seja, uma criança nasce, numa família aleatória, com um sinal vermelho na testa, logo acima da sobrancelha esquerda, uma marca infalível de que aquele ser jamais morrerá. Esse sinal tem estas dimensões [ele fez um gesto com os dedos, e pude compreender que se tratava mais ou menos do tamanho de uma moeda de prata de 3 pêni¹] quando a criança acaba de nascer. Com o tempo, ele vai ficando maior, e inclusive mudando de cor. Até os 12 anos, já se tornou verde. Aos 25 se torna azul escuro. Aos 45, preto-carvão, e já grande assim [ele fez com os dedos uma mímica que eu aproximo ao xelim]. A partir desse ponto, porém, o sinal não muda sua coloração nem seu tamanho. Amigo, estes seres são tão raros que se houver mais de 1100 struldbrugs (contando homens e mulheres), isso muito me surpreenderá! Creio que uns 50 vivam na metrópole. Fora da capital, houve a notícia de um último struldbrug nascido 3 anos atrás, do sexo feminino. Não há qualquer chance de um struldbrug ser mais freqüente em umas famílias que em outras, não há qualquer correlação! Tampouco qualquer struldbrug, ao ter filhos, teve filhos que fossem iguais a si mesmo…”

¹ Pense numa moeda de 50 centavos, tanto com referência ao tamanho quanto com o valor aproximado de 3 pêni ou threepence àquela altura.

“Nação ditosa, em que toda criança tem pelo menos uma chance ínfima de ser imortal!”

“Dizia ainda ele que Sua Majestade, sendo tão judiciosa, jamais deixaria de escolher, dentre os struldbrugs, um bom número para compor seu conselho. Se bem que uma côrte é algo tão mundano, impuro e estulto para a alta sabedoria de um struldbrug envelhecido que se nenhum é visto por lá atualmente, isso não é culpa do rei. Comecei a mudar de idéia quanto aos planos de ficar ou não neste país. Me parecia um futuro promissor poder gastar meus anos conversando com sábios struldbrugs!”

“Após um breve silêncio, o mesmo interlocutor deu prosseguimento:

– Mas é impressionante! Nunca vi alguém com seu otimismo com respeito à vida eterna! Diga-me no que consistiria sua vida, caso você tivesse tido o privilégio de nascer um struldbrug?”

“Ora, se eu fosse bem-aventurado para tanto, assim que soubesse, pelos meus conterrâneos, ser um imortal, isto é, aprendendo a diferença entre a vida e a morte, a primeira coisa que procuraria seria me tornar rico. Sendo econômico e previdente, creio que em cerca de 200 anos eu já teria atingido a meta de ser o homem mais rico da nação. Em segundo lugar, desde minha juventude me aplicaria ao estudo das artes e ciências, o que me garantiria ser o número 1 em cada uma após algum cultivo. Em terceiro e último lugar, tomaria o cuidado de registrar todas as minhas ações e eventos biográficos de conseqüência num diário, sem deixar, evidentemente, de redigir uma história a mais imparcial possível dos meus próprios reis e ministros, com notas e opiniões pessoais a cada ponto. Não deixaria de catalogar todas as mudanças culturais, lingüísticas, dietéticas, estéticas e variedades tais. Seria eu um tesouro vivo de conhecimento e sabedoria acumulados, e certamente me fariam exercer o cargo de oráculo do país!

Depois dos 60, creio que não voltaria a me casar, vivendo de maneira celibatária, mas não reclusa. Me comprazeria muito ser o mentor de jovens mentes brilhantes, convencendo-os, de acordo com minha vasta experiência, a ser virtuosos na vida pessoal e na vida pública. Meus amigos íntimos, entretanto, seriam unicamente outros de minha raça e condição; e mesmo dentre eles eu seria seletivo: procuraria me acercar apenas da dúzia mais anciã de todas, e dificilmente procuraria contato com os struldbrugs mais jovens que eu mesmo.”

“Como um homem mortal se distrai contemplando a sucessão anual das rosas e tulipas de seu jardim, sem nunca lamentar pelas rosas e tulipas mortas da estação passada, assim eu viveria!”

“rios famosos que com o tempo se tornam modestos córregos; o oceano, que em seu perpétuo movimento acaba por recuar e aumentar uma de suas margens, só para engolir completamente uma outra; a descoberta de muitos países até agora ignorados; a barbárie avançando e ultrapassando as nações mais eruditas e cultivadas; a arte de medir, o moto perpétuo, a medicina universal, e muitas outras invenções e ciências eu veria chegarem à perfeição!

Quantas belíssimas coisas não descobriríamos na astronomia, só pelo fato de sobrevivermos até podermos confirmar nossas predições? Observando o progresso e o retorno dos cometas, as mudanças de movimento do sol, da lua e das estrelas, ah!…

Incorri numa infinidade de outros tópicos, todos a que o desejo natural pela vida eterna e pela felicidade sublunar poderia me incitar. Quando terminei meu discurso, e o essencial do que eu disse foi devidamente transcodificado e retransmitido pelo meu intérprete a todos os ouvintes, houve uns bons minutos de discussão entre os pares na língua do país; sem entender uma palavra, me era possível, entretanto, ver que eu me passava por ridículo, porque era evidente que riam as minhas expensas! Enfim aquele que havia sido meu intérprete fez o favor de explicar-me tudo que se havia conversado. Toda essa gente desejava, em suma, retificar alguns erros crassos acerca da idéia que eu fazia da imortalidade terrena. Não que fosse culpa minha, por assim dizer, mas da imbecilidade universal da espécie humana, que não tem como perceber o erro de seus raciocínios abstratos a menos que seja confrontada com a dura realidade. Tendo essa nação convivido com imortais por muitos séculos, estas pessoas se sentiam no direito de censurar-me, uma vez que tinham muito mais experiência no assunto em questão. Os struldbrugs, ao que tudo indica, são exclusivos deste recanto do mundo, e nenhum outro povo conhece as peculiaridades desta condição. Nem em Balnibarbi nem no Japão, vizinhos que às vezes recebiam struldbrugs como embaixadores, tinha-se uma perspectiva acertada a esse respeito. Na verdade, poucos criam na possibilidade mesma de que estivessem tratando com imortais, julgando que fosse uma espécie de mito, lenda ou que se desejava pregar uma boa peça. E julgaram que eu não me portei diferentemente, pois notaram como a princípio eu acolhi com muito espanto e ressalvas a possibilidade de alguém viver anos infindáveis; e que se agora eu acreditava na existência dos struldbrugs, sem dúvida isso se devia a minha credulidade incomum. E assim seria com todas as nações que não conhecem indivíduos da raça imortal, pelo menos não tão bem, isto é, em toda sua vida, mas apenas, quando muito, como embaixadores que não residem muito tempo no exterior, logo se aposentando de suas funções: todos os povos compostos apenas por mortais manifestam um grande anseio pela imortalidade. Toda pessoa velha, decrépita, com um pé na cova, dentre as nações desprovidas de struldbrugs, teme a morte, e não hesita em fugir da morte, tentando inutilmente afastar o outro pé, aquele que ainda não está na cova, diante do destino inevitável de todo ser vivo que não recebeu a marca da imortalidade na testa logo que nasceu. Dizem que os velhos, por mais doentes e senis, nunca deixam de nutrir as esperanças de dias melhores, e sempre querer viver um dia a mais, não importando o dia de hoje. Para os mortais, a morte é o maior mal, e por mais que ela seja inerente à natureza é um fato horroroso. Só na ilha de Luggnagg, lugar privilegiado, esse apetite insaciável pela infinidade dos anos havia sido abolido, pelo menos nas mentes de todos que bem conheciam histórias de struldbrugs.

Alegaram que meu sistema de vida eterna era injusto e irracional, pois supunha, em primeiro lugar, uma juventude eterna, uma saúde sem-fim, um vigor inacabável, o que não passa de quimera e tolice. E me corrigiram, dizendo que a questão não era se seria desejável viver para sempre na flor dos anos e na primavera da vida, próspero e feliz. Mas sim como é que seria desejável para qualquer um viver para sempre, com todas as inconveniências naturais do envelhecimento. Os luggnagguianos confessaram, enfim, que nunca viram alguém partir desta vida de bom grado em Balnibarbi ou no Japão, exceto aqueles que já estivessem à mercê das mais cruentas misérias ou vivendo sob tortura. O intérprete me perguntou, já certo da resposta, se, nos países que eu já havia visitado, assim como na minha terra natal, os homens se comportavam de maneira diferente ou análoga.

Depois deste longo prefácio, ele finalmente me relatou como é verdadeiramente a vida de um struldbrug. Ele disse que um struldbrug vive como qualquer mortal até seus 30 anos de idade; aos poucos, porém, eles se tornam cada vez mais melancólicos e apáticos. Progridem até os 80 anos num ritmo constante, isto é, cada vez mais melancólicos e apáticos conforme a idade. Isso era conhecido não só por observação mas da boca dos próprios struldbrugs. Claro que, nunca havendo, numa só geração de mortais, mais do que 2 ou 3 struldbrugs, seria difícil generalizar e chegar a conclusões confiáveis para todos os struldbrugs de todos os tempos. Mas, o que é mais espantoso, assim que um struldbrug supera seus 80 anos, que é mais ou menos reconhecido como o termo da vida do homem mortal, marca além da qual poucos chegam,ainda mais provido de lucidez, percebe-se que, independentemente do dom recebido da imortalidade, este ser sofre de todas as doenças e abastardamento mental comuns à terceira idade. Não só isso, mas um struldbrug, justamente por saber-se eterno, parece sofrer ainda mais que qualquer mortal de idade avançada que sabe que um dia irá morrer. Os que ainda se comunicam tornam-se obstinados e recalcitrantes, rabugentos, invejosos, indolentes, vãos, tagarelas, maus ouvintes, incapazes de cultivar a amizade. Logo, pelo menos metaforicamente, mortos às afeições humanas, tornam-se incapazes de sentir ternura por qualquer descendente seu mais jovem que seus próprios netos ou bisnetos. Tornam-se apenas vultos, por assim dizer, fontes que emanam unicamente desejos e paixões impotentes. E as duas coisas que eles mais passam a odiar são os vícios comuns à juventude e a morte dos velhos. Vendo como vivem os mais jovens, eles se vêem alijados de há muito dos prazeres da existência; e sempre que ocorre um funeral, lamentam profundamente que alguém tenha ido para um lugar de repouso e sossego, enquanto eles ali continuam. E é curioso observar que eles não guardam memória das coisas que acontecem em seu tempo de velhice; eles teimam em recordar apenas aquilo que viveram durante a juventude e a meia-idade. Se bem que cada vez menos, quanto mais envelhecem. Sendo que ninguém mais confia no juízo de um struldbrug muito ancião, preferindo dar crédito às tradições, ao ouvir-dizer popular, do que a qualquer entrevista que se possa ter com um struldbrug milenar. Os menos desagradáveis dos struldbrugs são os que atingem um estado de perfeita senilidade e se recolhem em si mesmos, perdendo qualquer lembrança ou sociabilidade; estes, confessava meu intérprete, ainda são vistos com piedade e condescendência pelos mortais, porque, afinal, não incomodam ninguém.

Mas se um struldbrug, por exemplo, casa com outro struldbrug, a lei do país, muito sensata, dissolve o casamento, assim que o mais jovem do casal completa seus 80. Porque a lei entende que um struldbrug é o que é, e não tem culpa de ter nascido sem poder morrer. E seria crueldade aumentar o peso dessa velhice eterna, se se permitisse que um imortal, ainda por cima, tivesse sempre um cônjuge!

Como já se vislumbrou, um struldbrug de 80 anos é só um pária não mais contemplado pela lei. Seus herdeiros passam a ter desde então direito à herança; é claro que a caridade ainda é fomentada, e eles continuam de posse de um naco de seus bens, que lhes permita seguir vivendo comodamente; mas tudo o que seria supérfluo é-lhes imediatamente retirado. Os struldbrugs que porventura cheguem pobres aos 80 anos são custeados por pensões estatais. A essa idade, ninguém lhes confia emprego algum, pelo menos não um trabalho útil. Proíbe-se-lhes comprar ou arrendar terras; ser testemunha nos tribunais – seja a causa cível ou criminal –, etc. A verdade é que nem como jurados de pequenas causas eles seriam de qualquer proveito.

Aos 90, eles já perderam todos os dentes e fios de cabelo da cabeça. Já não têm paladar, se bem que comem e bebem indiscriminadamente o que lhes puserem à mesa, sem gula nem muito menos satisfação. As doenças de que padeciam de há muito não os abandonam, mas chegam a um ‘equilíbrio’, e param de se agravar. Começam a esquecer os nomes mais óbvios, os nomes das pessoas, mesmo dos antigos melhores amigos ou chegados. E, por isso, ler não é mais um hábito que faça sentido para eles, porque sua memória já não pode conduzi-los do início ao fim de uma frase sem que eles exclamem:<O quê? Nada compreendo disso!>. Nessa amnésia eterna, portanto, eles perdem a capacidade de se engajar em qualquer distração construtiva.

Como é sabido, em todos os lugares e inclusive em Luggnagg, a língua, como os costumes, vai mudando com o tempo, de modo que um struldbrug, ainda que pudesse dialogar com outro struldbrug muito mais velho ou mais novo, não poderia entendê-lo, nem fazer-se entender, porque cada qual aprendeu um idioma um tanto diferente. Aliás, a menor e mais banal conversação se torna materialmente impossível aos 200 anos. É verdade que eles ainda podem balbuciar palavras soltas, como bebês fariam. É assim que, embora sustentados pelo Estado, eles passam a viver como estrangeiros em seu próprio lar.

Foi isso que me contaram desta raça dos struldbrugs!Depois desse extenso relato tive a oportunidade de conhecer pessoalmente 5 ou 6 destes seres, o caçula ainda não bicentenário. Como eu fiz muitos amigos na ilha, eles sempre viajavam com struldbrugs para trazê-los a mim. Muito embora dissessem aos struldbrugs trazidos que eu era um grande viajante que viu inumeráveis partes do globo, eles naturalmente não demonstravam a mínima curiosidade nem me dirigiam perguntas; só o que pediam era um pouco de slumskudask, i.e., uma lembrancinha do estrangeiro. Na verdade não se enganem: nem esse ato era desinteressado, e descobri que essa era uma forma de burlar a lei e pedir esmolas, o que era diretamente proibido. Como eu disse, struldbrugs, quando envelhecem, são mantidos pelo Estado, e sua pensão não é lá muito elevada…

Eles são, em suma, desprezados e mesmo odiados por todos os tipos de habitantes locais. Quando um nasce, já recai sobre todos a certeza de um acontecimento ominoso, em nenhum grau mais evitável pelo fato de que seria uma desgraça sentida somente a longo prazo. Por isso é que eles registram nos cartórios com muito esmero a data de nascimento de um struldbrug, para que qualquer cidadão possa descobrir a idade de um só de olhar nos registros: quanto mais velho um struldbrug, mais longe dele se deve passar! Esse registro é arcano, mas a prática não retrocede a mais de 1000 anos ou, até onde pude entender, registros mais antigos que um milênio de idade já haviam sido destruídos ou tornados ilegíveis por intempéries climáticas, alguma catástrofe natural ou simples desorganização administrativa. Tirante esse registro do parto, há também uma forma mais simples e informal de se inteirar da idade de um struldbrug: pergunta-se-lhes de que reis ou grandes nomes da História ele se lembra; naturalmente que, muitas vezes, é necessário seguir essa entrevista de uma consulta aos livros de História. É um dogma que o último monarca lembrado por um struldbrug subira ao trono invariavelmente antes de seu octogésimo aniversário, prestando grande confiabilidade a esse método.

Honestamente, os struldbrugs foram a visão mais mortificante que tive em minha vida. E a mulher era sempre mais horrenda que o homem. Além das deformidades verificáveis em qualquer idoso mortal, havia uma aura infecta indefinível que envolvia cada struldbrug, mais e mais, conforme o avanço etário. Isso era tão palpável, embora tão difícil de descrever, que, batendo o olho,eu conseguia descobrir, sem hesitação, qual era o mais velho dos seis que eu vim a conhecer. E digo isso ressaltando que entre este e o segundo mais idoso não havia uma diferença espetacular, mas coisa de entre 100 e 200 anos!

O leitor facilmente adivinhará que, diante de tudo que aprendi e vi com meus próprios olhos, minha ânsia pela imortalidade terrena sofreu o mais duro golpe. Desde então, nunca deixei de guardar uma profunda vergonha dos antigos pensamentos fantásticos que eu nutria a respeito dessa possibilidade quimérica!”

“O rei soube de tudo que se passara comigo e meus recém-amigados, além de toda minha obsessão inicial pela imortalidade e sua súbita conversão em repulsa e desalento. De forma espirituosa ele me disse que desejava que eu levasse comigo, na volta, 2 ou 3 exemplares de struldbrugs para exibição em minha terra natal. Ele disse que assim toda minha nação seria devidamente ensinada a jamais temer a morte. Mas o rei só estava brincando: eu soube que, segundo as severas leis do reino, era interdita a exportação de struldbrugs. E esta era uma cláusula pétrea de sua avançada constituição. Confesso que, não fôra isso, a repelência (e as despesas!) de tê-los por perto durante uma longa viagem por mar seria vencida pelo meu altruísmo educador, e eu mostraria os struldbrugs de bom grado aos ingleses!”

“Sendo a avareza inseparável amiga da velhice, creio que, no tempo devido, dando-se-lhes o direito, os imortais chegariam a ser os grandes proprietários de toda a nação, depauperando os poderes civis em igual proporção. Por isso, concordo em absoluto com a lei que considera os struldbrugs avançados em idade meros párias.”

“Em seis dias encontrei um navio apto a zarpar comigo para o Japão, viagem que durou 15 dias.” “No porto, mostrei aos oficiais da alfândega a carta do rei de Luggnagg endereçada à Sua Majestade Imperial. Eles estavam habituados àquele selo; era, para falar a verdade, uma insígnia do tamanho da minha mão. Uma inscrição acompanhava o símbolo, dizendo: Um Rei que ergue um mendigo ignoto da terra. O magistrado daquela cidade costeira, ao ficar sabendo de meu documento real, recebeu-me como um verdadeiro ministro de Estado. Deram-me carruagens e servos para minha expedição, e encarregaram-se também de expedir minha bagagem para Edo. Em Edo fui convidado a uma audiência pública e ali me devolveram a carta do rei. Abriram-na de uma forma imensamente ritualística e cerimoniosa; trataram de explicar seu conteúdo ao Imperador via intérprete, e ele finalmente se dignou a me receber. Assim pronunciou: <Peça o que quiser e será atendido, em nome de Seu Real Irmão de Luggnagg!> – é claro que diz-se<Irmão> não por consangüinidade, mas pelo vínculo de suprema autoridade entre as duas nações vizinhas.”

<Você é o primeiro holandês escrupuloso quanto a isso; você é mesmo um holandês?! Você não se porta como um destes, como é que se diz?, protestantes…>De qualquer maneira, ele não quis me interrogar mais seriamente – acredito que por consideração a Seu Amigo-Rei. Na verdade, o que pedi era muito incomum naquela côrte, mas o Rei é Soberano Absoluto, e muito Misericordioso e Benevolente! Ele ressalvou:<Se essa informação se torna pública entre os holandeses, esteja prevenido, nenhuma amizade entre nações evitará que cortem-lhe a garganta ainda no meio da sua viagem!>

“Em 9 de junho de 1709 cheguei a Nagasaki; a viagem não foi breve nem muito menos sossegada. Aconteceu de eu estabelecer relações com alguns marinheiros de uma robusta embarcação de 450 toneladas, que eram justamente holandeses,de Amboyna, Amsterdã. Vivi muitos anos nos Países Baixos, estudando em Leyden, e meu Holandês não era menos que impecável, então consegui disfarçar minha identidade de súdito da rainha da Inglaterra. Seja como for, estes homens foram logo informados de que eu era um viajante crônico, e se mostraram muito curiosos sobre que aventuras eu vivi. Condensei os detalhes o mais que pude e ocultei o essencial, i.e., a maior parte dos acontecimentos. Eu conhecia muitos indivíduos holandeses. Podia facilmente inventar nomes de família para meus pais, que, alegava eu, eram gente simples da província de Gelderland. Eu pagaria de bom grado o exigido pelo meu traslado pelo capitão do navio (um tal Theodorus Vangrult, a propósito); porém, descobrindo que eu era cirurgião, este homem aceitou baixar a taxa pela metade, desde que eu servisse como médico. O fato é que nos dias de preparativos para incursão em alto-mar fui incessantemente interrogado pela tripulação sobre se eu ‘participara da cerimônia ou não’, pergunta que, dependendo da resposta, podia custar minha vida…Que cerimônia? Aquela em que se pede algo de todo súdito que deseja atestar Sua Lealdade Absoluta exceto no caso do simples comerciante holandês: lamber o piso da sala do Imperador do Japão!

“Ah, nada aconteceu durante esta viagem que mereça ser citado. O vento foi favorável até o Cabo da Boa Esperança, onde paramos só para nos guarnecer de mais água potável. Em 10 de abril de 1710 chegamos sãos e salvos a Amsterdã, tendo perdido apenas 3 homens de doença, e um quarto que caíra do mastro nas águas, mais ou menos próximo da costa da Guiné. De Amsterdã foi um pulo para voltar à Inglaterra, num barco menor, saído daquela mesma cidade.

Dia 16 de abril lá estava eu de volta a Downs. Eu estive ausente de minha terrinha por 5 anos e 6 meses. Fui incontinenti a Redriff, lá chegando em 17 de abril, às 2 da tarde, e me reencontrei com minha esposa e família, todos na mais perfeita saúde.”

PARTE IV – VIAGEM AO PAÍS DOS HOUYHNHNMS

“Por mais 5 meses incompletos segui em casa, ao lado de mulher e filhos,feliz, devo dizer, e não sairia desse estado se já tivesse aprendido a lição, i.e.,sabido desde já no que consiste realmente a felicidade. Porque aí então no fim deste curto período eu deixei mais uma vez minha mulher, com a barriga bem visível,esperando mais um descendente meu, tendo eu resolvido aceitar uma oferta, que eu julgava aliás irrecusável, do capitão do Adventurer, um grande navio mercante de 350 toneladas. Bom navegante, e muito mais experiente agora, além de enjoado de exercer a medicina, que, se me desse na telha, eu poderia voltar a predicar por breves instantes, levei conosco um colega médico, Robert Purefoy, para ser o responsável pela saúde dos meus homens – eu ia, portanto, apenas como mercador e a fim de lucrar e de desvendar o desconhecido!¹ Desancoramos de Portsmouth no 7º dia de setembro de 1710; dia 14 cruzamos com o Capitão Pocock, de Bristol, no Teneriffe, cujo destino era a baía de Campechy, onde iriam atrás de madeira. Dois dias depois, acabamos nos separando por conta de uma tempestade. Dali a muito tempo, quando retornarianovamente ao lar, fiquei sabendo, afinal, que sua embarcação naufragara, e só um garoto, pajem, sobrevivera. É, o Capitão Pocock era um homem honesto, e bom capitão, mas um pouco otimista demais e obstinado em seguir uma rota sem nunca improvisar, mesmo diante de circunstâncias ruins. Foi isso que precipitara sua morte e a de quase toda sua tripulação, o que não foi a primeira nem será a última vez nos sete mares! Se ele tivesse seguido meu conselho, estaria hoje confortavelmente instalado diante da lareira de sua sala de estar, ao ladodos parentes, tão bem quanto eu – tão bem quanto eu chegaria a estar um dia–, mas agora não é a hora!

[¹ As semelhanças com Robinson Crusoe não param!]

Quanto a minha viagem, muitos colegas morreram da febre dos trópicos, ocasionada pela insolação; isso me levou, como capitão de meu próprio navio, a decidir nossa sorte, para o bem ou para o mal, recrutando gente de Barbados e das Ilhas Leeward, onde afinal desembarquei. Eu depressa me arrependeria de minha escolha: muitos destes sujeitos já haviam sido piratas e não eram confiáveis. Havia 50 mãos a bordo. Minhas ordens eram: comerciar com autóctones dos mares austraise coletar o máximo de informações. Bem, esses mercenários que contratei corromperam meus marujos fiéis e todos, ensandecidos, conspiraram para tomar o navio. E assim se deu:uma bela manhã, arrombaram a porta de minha cabine e completarem seus planos com facilidade; começaram por imobilizar meus pés e mãos atando-os.”

“Eles me davam, como um favor!, das minhas próprias carnes, e goles das minhas bebidas, enquanto lá fora se tornavam os donos do navio e deles mesmos. Seu objetivo era voltar ao ofício de piratas e render um navio espanhol.Para realizar esta façanha, porém, eles ainda precisavam recrutar mais homens.”

“Eles velejaramsemanas a fio. Negociaram com indígenas. Eu, contudo, ignorava quais podiam ser as coordenadas, tendo sido mantido prisioneiro em minha cabine, sem maiores expectativas além de ser morto a qualquer momento, já que ameaças não faltavam.

A 9 de maio de 1711, um James Welch baixou ao meu calabouço e relatou que tinha ordens do ‘capitão’ para me deixar na costa. Eu tentei barganhar com eles um destino melhor, mas sem sucesso. Ele nem mesmo aceitou revelar o nome do novo capitão do navio, o líder da rebelião. Me forçaram a subir no barco, concedendo-me ao menos o direito de vestir minhas melhores roupas, que eram de fato como se fossem novas, além de levar comigo um novelo de linho; porém, nada de armas, exceto um gancho de cabide. Não nego que tivessem alguma honra: não revistaram meus bolsos, onde por acaso eu guardara todo o dinheiro que levava na viagem, junto de alguns pequenos itens de sobrevivência. O barco seguiu por uma liga marítima, até que estivesse raso o bastante para eu descer à praia. Eu ainda supliquei para que me dissessem que lugar era aquele; mas a resposta que obtive foi <não sabemos mais do que você>. Completaram: <O capitão estava resolvido, após a venda da carga, a livrar-se de mim ao aparecimento da primeira terra firme>.”

“Após me hidratar e espairecer, comecei a explorar o sítio, decidido a entregar-me aos primeiros selvagens que surgissem. Quem sabe eu não conseguisse comprar minha vida com alguns braceletes, anéis de vidro ou outros desses itens insignificantes, que os grandes navegantes sempre levavam, expressamente para o escambo com os mui admirados nativos de países remotos…”

“Eu cheguei a uma estrada batida, onde percebivárias pegadas humanas, e também bovinas mas, sobretudo, eqüinas, a maioria delas. Foi então que contemplei diversos animais num campo mais aberto, e sempre um ou dois do bandoassentados em cada árvore. Suas formas eram muito singulares e deformadas, o que me desconcertou a princípio, e me fez, por prudência, conservar distância e seguir observando pordetrás da moita.”

“Sua cabeça e busto eram cobertos por uma espessa pelugem, alguns a tinham cacheada, outros lisa. Eles possuíam barbas como bodes, e uma espécie de crina muito avantajada descendo lombo abaixo, além de pêlos nas pernas e nos pés; mas o restante de seus corpos era nu e deixava transparecer uma pele de um marrom lustroso, quase cáqui. Eles subiam nas árvores com a agilidade de esquilos, e pude notar que possuíam garras muito compridas nas quatro patas, pontiagudas, em forma de gancho. Eles saltavam com agilidade igualmente prodigiosa. As fêmeas eram menores. Levavam compridas cabeleiras escorridas, embora sem nenhum pêlo facial, e sem pêlos noutras partes que eram peludas nos machos, exceto nas pudendas e no ânus. Suas tetas ficavam dependuradas entre suas patas dianteiras e ficavam rentes ao solo,enquanto caminhavam de quatro! Os pêlos de ambos os sexos, ao contrário da uniformidade da cor da pele, eram multicoloridos, podiam ser castanhos, mas também ruivos, negros ou loiros. Eu jamais vira, em todas as minhas andanças, animal tão repelente, ou não exatamente repelente, mas capaz de me inspirar a mais arraigada e preconcebida antipatia e aversão! Tanto que, julgando que játinha visto o bastante, imerso em nojo e desprezo, ergui-me e retornei à estrada batida, na esperança de chegar a alguma cabana com seres humanos. Eu não tinha caminhado muito quando uma dessas criaturas se encontrou frente a frente comigo, e se aproximou parecendo reconhecer-me, sem desviar o olhar. O monstro horrendo, ao ver-me melhor, entretanto, contorceu suas feições, diria que todos os músculos da face, e sua vista petrificou, como que de súbito, tanto elese espantara diante de algo que provavelmente nunca vira. Movendo-se novamente, chegando mais e mais perto, ergueu uma de suas patas, ou em ato de inocente curiosidade ou em sinal de animosidade, não sei dizer ao certo. Eu imediatamente saquei meu cabide-gancho e com o lado não-perfurante dei-lhe uma boa bordoada. Quem sabe de quem seria esse animal? Eu não ousava feri-lo gravemente. Quando a besta sentiu a pancada, recuou, mas grunhiu tão alto que quarenta membros de sua manada vieram acudi-lo, parecendo que uivavam, instigando-me com suascaretas medonhas. Eu corri até o tronco de uma árvore, nele apoiei as costas e mantive os quadrúpedes à distância empunhando e balançando meu gancho no ar. Alguns dessa horda demoníaca se apoiaram nos galhos da árvore e a escalaram facilmente, no que –verticalmente alinhados comigo –, começaram a expelir seus excrementos em minha cabeça! Eu minimizei os danos procurando ficar o mais rente possível ao caule; o problema é que aquele odor e material pestilentos foram me sufocando, pois em poucos segundos eu fiquei conspurcado de fezes…

Em meio a este pandemônio, notei todavia que muitos deles partiram em disparadao mais depressa que puderam, no que me aproveitei para abandonar a vizinhançadaquela árvore e correr estrada afora, enquanto tentava refletir no quê é que poderia tê-los assustado tanto. Ao perceber um vulto à esquerda, voltei-me e contemplei um cavalo que caminhava sossegadamente pelo campo. Percebi bem rápido que era dele que os outros haviam corrido. O cavalo hesitou, espantado, diante da minha figura. Aproximando-se, no entanto, parecendo manifestar muito mais auto-controle e prenda que o meu horrendo rival de ainda há pouco, fitou-me fundo nos olhos com sinais de admiração no focinho. Ele dirigiu a vista para minhas mãos e pés, rodeou-me para investigar melhor – e não escassas vezes! Eu seguiria viagem, evidentemente, mas ele fez questão de bloquear a estrada, embora parecesse sereno e nada ameaçador. Seguimos nos fitando um bom naco. Criando coragem, levei minhas mãos à altura do pescoço do animal a fim de afagá-lo, como fazem os jóqueis quando estabelecem um primeiro contato com sua montaria. O animal pareceu receber meu gesto com um infinito desdém, afastou a cabeça e como que franziu o sobrolho – se tivesse sobrolho! –, erguendo – suavemente – a pata dianteira direita a fim deapartar meu braço. Ele relinchou 3 ou 4 vezes, mas numa cadência tão única que eu comecei a delirar que ele falava comigo numa língua de cavalo!

Enquanto essa bizarra cena transcorria, outro cavalo se achegou. Dirigindo-se ao primeiro em postura que julguei um tanto formal, ambos tocaram-se mutuamente pela sola de seus cascos da pata posterior direita, relinchando em seqüências estranhas, e um se alternando com o outro! Eu mais uma vez testemunhei a diferença na modulação dos sons, que pareciam sílabas. Esses animais articulam a fala?! Eles se afastaram de mim alguns passos, como se fosse para conferenciarem mais à vontade (eu não podia dar crédito a minhas alucinações, aquilo era demais para mim!). Eles seguiram trotando a passos apascentados, um ao lado do outro, como se fossem dois seres humanos deliberando algo deveras importante! E às vezes voltavam a cabeça e me espiavam, como se estivessem a me vigiar. Eu não acreditava nessas ações provindas de tais bestas, animais brutos e silvestres! Comecei a refletir: se os habitantes deste lugar forem proporcionalmente tão inteligentes quanto seus animais, creio que cheguei ao povo mais sábio da Terra, é isto! Essa conclusão me tranqüilizou de tal maneira que eu decidi juntar-me a eles na caminhada, até que vislumbrasse alguma casinha ou vilarejo nohorizonte. Onde estão os humanos deste lugar?! Na verdade não era minha intenção seguir de perfil com os cavalos –deixai cada qual com seu cada qual, eu iria apressar o passo e fazê-los comer a poeira de meus passos. Mas foi aí que o primeiro cavalo, de um cinza sarapintado, muito atento aos meus movimentos, relinchou de forma tão expressiva que eu tive a nítida sensação de que ele me chamava!”

“A perplexidade em torno de meus sapatos, meias e calças era extraordinária; eles não paravam de relinchar uns aos outros toda vez que dirigiam o olhar para os meus acessórios. Eles também usavam linguagem gestual, e diria que em nada ficavam a dever ao filósofo europeu, quando este se punha concentrado a fim de resolver um problema elaborado!

No geral, o comportamento destes animais era tão ordeiro e racional, tão sensível e judicioso, que por fim concluí que eles deviam ser magos, que se autometamorfosearam por alguma razão e, encontrando um estranho enquanto assim permaneciam, resolveram dar lastro à brincadeira por mais algum tempo. Ou, talvez, estes animais estivessem apenas imensamente maravilhados com um homem da civilização como eu, com minhas roupas e feições e posturas mais delicadas que as de qualquer nativo vivendo num habitat tão remoto! Cada vez mais convicto de uma dessas hipóteses, resolvi, portanto, dirigir-me a eles da seguinte maneira:

– Respeitáveis gentlemen, se fordes feiticeiros, no que tenho motivos para acreditar, podeis então entender minha língua! Destarte eu exorto sua senhoria a reconhecer minha proveniência: eu sou um pobre e desgraçado homem das Ilhas Britânicas, dirigido por suas desventuras a este porto remoto. Eu solicito, mui educadamente, portanto, que um dentre vós me deixe cavalgar em suas costas, como se fôra cavalo de verdade, até que eu encontre alguma vila povoada neste país, onde possa encontrar abrigo e sustento. Se concordardes, presentear-vos-ei com esta faca e bracelete…,

no que logo os tirei de meu bolso. As duas criaturas daquela primeira cena após o tumulto na árvore ficaram paralisadas ouvindo todo o meu discurso, com parecença de ouvir e sorver cada sílaba do que eu dizia. Quando terminei, eles não pararam de ‘conversar em cavalês entre si’, como eu agora o chamo, cansado de comparar seus relinchos hiper-delicados com os dos cavalos ingleses. O debate parecia muito sério. Eu não pude deixar de notar que sua linguagem averbal e no entanto melodiosa expressava as paixões com bastante precisão; eu poderia, me dedicando por mais tempo, decerto, catalogar os diferentes fonemas e até registrar o alfabeto destes seres curiosos! Acho até que seria mais fácil que aprender chinês…

Prova disso é que toda hora eu distinguia a palavra Yahoosaindo de suas bocas dentuças, pronunciada por cada um da companhia, e sem parcimônia. Embora fosse vão tentar conjeturar sobre seu significado, enquanto os dois primeiros cavalos conferenciavam em particular, eu comecei então, para testar sua reação, a articular esta mesma palavra. Assim que se calaram eu pronunciei Yahoo forte e claramente, não sem tentar imitar, não nego, o mais que podia, o ‘sotaque’ de meus convivas, isto é, gritei relinchando! Nisso eles ficaram ainda mais sobressaltados. O cinza repetiu a mesma palavra duas vezes, como se quisesse ‘aperfeiçoar meu acento’. Eu cavalheirescamente anuí, tentando melhorar a pronúncia, o que julgo ter realizado, inclusive melhor e melhor à medida que tentava de novo e de novo. Mas reconheço que não poderia, mesmo depois de alguma prática, ser acusticamente confundido com um cavalo, ainda. O exemplar loiro jogou uma segunda palavra para eu tentar efetuar o mesmo. Essa era mais difícil. Transcrevendo-a para a ortografia inglesa, creio que equivalesse a Houyhnhnm. Minha competência foi menor, mas depois de algumas teimosas tentativas, creio que finalmente ‘os agradei’. Os dois estavam simplesmente maravilhados.

Depois de mais debate entre eles, que só podia se referir a mim, os dois amigos deram sinais de partir um em relação ao outro, da mesma forma que se haviam cumprimentado momentos antes: tocando-se os cascos. O cinza fez sinais de que queria que eu o seguisse, ou que o conduzisse, deveria dizer, posto que eu sou o mestre e ele a montaria! Bom, a mim não restava alternativa até finalmente encontrar o que eu desejava. Quando eu afrouxei meu passo, de fadiga, ele gritou hhuunhhuun.”

“um povo que podia civilizar animais brutos desta maneira esplêndida só podia exceler em todos os campos e ser a nação mais sábia e próspera desta terra! O cinza se pôs à frente e indicou que não toleraria comportamentos abusivos para comigo. Ele relinchou bastante em público, parecendo ter grande autoridade sobre os cavalos dessa cidade-estrebaria, e era correspondido com assentimentos subservientes e timoratos.”

“Comecei a achar que essa casa devia pertencer a alguém muito importante, porque havia grande cerimônia antes de eu poder entrar. Mas, enfim, que um homem pudesse ser inteiramente atendido e hospedado por cavalos, isso escapava completamente de minha concepção. Começava a temer que meu cérebro era o pivô da história toda: tão maltratado pelas agruras da viagem, começava a interpretar mal todas as percepções dos sentidos! Eu me recompus, portanto, e comecei a examinar os objetos do cômodo em que me haviam hospedado, sozinho: este estava mobilhado como o primeiro, apenas que mais elegantemente. Eu esfreguei os olhos muitas vezes, mas não podia ser miragem por desidratação ou cansaço! Belisquei meus braços e meus flancos, quem sabe assim eu acordaria… E nada.”

“Percebi que logo eu morreria de fome, a menos que encontrasse urgentemente alguém de minha própria espécie. Porque quanto a esses imundos Yahooscom que deparara antes no campo, embora houvesse, creio, àquela altura, no mundo inteiro, poucos que amassem a humanidade tanto quanto eu a amava, confesso que jamais vira um ser vivo senciente mais abominável em todos os aspectos! De algo que remetesse aos seres humanos, mais que os Houyhnhnms, pelo menos, isso era evidente, eles só tinham a capa, pois quanto mais eu me aproximava de um Yahoo, e quanto mais de perto eu os analisava, e quanto mais aprendia sobre eles, mais detestável essa raça se me tornava! Tal sensação nunca me abandonou de todo enquanto estive neste país. Isso o mestre-cavalo apreendeu quase instantaneamente, no meu primeiro encontro com estes bichos após ter sido conduzido à vila, graças aminhas atitudesum tanto enérgicas e minha incapacidade de disfarçar tamanha aversão. Ao notar que eu não os suportava de modo algum, e que seus hábitos alimentares me repugnavam ao extremo, ao contrário do que ele esperara inicialmente,o mestre-cavalo mandou os Yahoos de volta para o canil e, então, levou seu casco dianteiro à boca, o que muito me estupidificou, dada a imensa naturalidade com que ele desempenhou essa operação!Ele parecia querer se comunicar comigo, tentando entender que tipo de alimento mais me aprazaria. Porém, nada do que eu dissesse ou gesticulasse fazia-o entender o que é que eu queria comer. E mesmo que ele compreendesse, duvido muito que isso me ajudaria nalguma coisa, porque o problema era justamente achar os gêneros alimentícios de que eu tinha tanta precisão! Íamos nessa toada, eu inconsolável, ele sem entender, quando avistei uma vaca pastando ao longe, no que apontei para ela e demonstrei meu intenso desejo de beber de seu leite. Finalmente isso produziu seu efeito: o mestre-cavalo me conduziu de volta para seu estábulo e relinchou a uma serva-égua algo como <Abra o depósito!>, no que um cômodo foi aberto pela súdita e eu vi quehavia ali muitos vasos de barro e de madeira repletos de leite! Pareceu-me um aposento demasiado limpo e organizado, devo admitir. A serva-égua deu-me uma tigela cheia, e eu sorvi o líquido sem cerimônia. Finalmenteme refresquei um pouco desde o momento em que pisei nesta ilha!”

“Mandaram-me reproduzir as poucas palavras do vernáculo eqüino que eu já havia sido capaz de assimilar. Enquanto todos pastavam – isto é, jantavam – o mestre-cavalo me ensinou nomes para aveia, leite, fogo, água e alguns outros substantivos básicos, o que eu mui rapidamente pude sair repetindo, copiando sua pronúncia. Como já disse várias vezes, eu tenho um talento nato para aprender idiomas!”

“Aveia entre eles chama-se hlunnh. Pronunciei-o duas ou três vezes. Apesar de ter recusado os grãos de aveia quando primeiro mos ofereceram, logo mudei de opinião, considerando que isso podia servir-me de substituto para o pão, por ora. Com aveias, portanto, mais o leite, eu poderia manter minha saúde até achar um jeito de escapar deste lugar”

“Às vezes eu me embrenhava na mata atrás de uma lebre ou de um pássaro. Eu usava elásticos feitos de cabelo de Yahoo para compor minhas armadilhas. Também aprendi a apanhar as ervas mais benignas, que eu fervia e comia com a aveia, à guisa de salada. Aqui e acolá conseguia fazer minha própria manteiga e bebia seu soro. No começo sofri muito pela falta de sal, mas não há nada como o costume e a repetição para o paladar! Hoje, creio que a frequência com que comemos sal na Europa é um hábito caprichoso de nababo, do qual se perdeu a origem: imagino que a intenção dos primeiros que serviam sal nos repastos fosse somente a de provocar a sede, a menos que falemos da função de conservação da carne em longas viagens!”

“Mas o leitor já teve detalhes suficientes sobre minha dieta entre os Houyhnhnms. Uma coisa que detesto nos livros de viagem é quantas páginas os autores desperdiçam narrando seus hábitos culinários, como se quem lê se importasse realmente se quem escreve passa bem ou passa mal! Mas foi necessário fornecer essas descrições, ou nossas nações civilizadas achariam pouco crível que eu tenha conseguido me manter por 3 longos anos nestes confins, ao ladode companhia tão atípica, e vivendo quase só de vegetais!”

“Meus maiores esforços consistiram em aprender de uma vez esse idioma, que meu mestre (de agora em diante vou me referir a ele sem o uso do <cavalo>) e seus filhos, e todos os servos da casa, aliás, se mostravam desejosos de ensinar-me. Eles nunca deixaram de considerar uma espécie de prodígio que um animal selvagem como eu pudesse dar tantos sinais de racionalidade! Eu apontava todo e qualquer objeto, e perguntava qual era seu nome, que eu redigia em meu diário de navegador assim que  me punha só. E eu corrigia meu sotaque solicitando que todos os membros daquela família pronunciassem as palavras.”

“Eles falavam pelas narinas e pela garganta, e sua língua é mais aparentada ao Alto-Holandês e ao Alemão do que aos outros idiomas europeus – mas um tanto mais gracioso e expressivo, devo dizer. O imperador Carlos V, por sinal, fez a mesma observação, certa feita: <Se fosse para conversar com meu cavalo, certamente falaríamos em Alto-Holandês>.

A curiosidade e a impaciência de meu mestre eram tamanhas que ele dispendia várias horas de seu dia para me instruir.”

“O que mais o deixava perplexo eram minhas roupas. Creio que ele mesmo não entendia se elas eram ou não parte do meu corpo, isso porque eu jamais as retirava antes de ir para a cama, e já as vestia antes do café da manhã. Meu mestre me perguntou várias coisas: de onde eu vinha, como eu cheguei a desenvolver esses lampejos de quase-razão que eu demonstrava em minhas ações, e ele queria sobretudo ouvir minha biografia de minha própria boca, o que ele estava esperançoso de conseguir em pouco tempo, dada minha enorme proficiência no aprendizado do idioma houyhnhnmês. A fim de auxiliar minha memória, compilei tudo que aprendi no alfabeto britânicocom sua tradução logo ao lado. Em dado momento, passei a fazer isso não só no meu quarto, mas na frente do meu mestre. Me deu muito trabalho explicar que diabos eu estava fazendo. Creio ser desnecessário explicar que os habitantes deste lugar não conheciam livros nem Literatura.

Em dez semanas eu já entendia quase todas as suas perguntas. Em 3 meses, dava respostas satisfatórias para várias de suas perguntas. Uma das coisas que ele queria muito saber era de que parte do país eu procedia, e quem me ensinou a imitar os Houyhnhnms. Porque, segundo ele, os Yahoos (que tinham a mesma cabeça e mãos que eu – e outras partes do corpo ele não poderia saber, porque eu as ocultava com minhas roupas) eram criaturas cheias de malícia, mal-dispostas, e impróprias para domesticar. Eu respondi que eu vim d’além-mar, de um lugar remoto, onde havia muitos como eu, transportado por um <vaso oco> (eles não tinham palavra para navio) feito do tronco das árvores; e que meus próprios companheiros me forçaram a desembarcar nesta praia, abandonado a mim mesmo.”

“Ele redargüiu que sem dúvida eu cometia um engano, isto é, que eu falava a coisa que não era. Acontece que eles não têm palavra para indicar mentira, falsidade ou erro. Ele alegava ser impossívelhaver um país além-mar (que isso era a coisa que não havia), ou que animais brutos, fossem quantos fossem, pudessem mover um vaso de madeira por onde quisessem sobre as águas. Ele tinha certeza que nenhum Houyhnhnm vivo seria capaz de construir tal meio de transporte, e com muito maior razão nenhum Yahoo seria capaz de pilotá-lo.

A palavra Houyhnhnm significa cavalo e, na etimologia local, perfeição de natureza. Eu disse ao meu mestre que <me falta a forma de me exprimir, mas melhorarei depressa e espero, num dia não tão distante, contar-lhe as maiores maravilhas>. Ele instava sua fêmea, seu potro e sua potra e todos os servos, de boa vontade, a ajudar na aceleração do meu aprendizado. Desnecessário dizer que, por 2 ou 3 horas, todos os dias, ele mesmo se encarregava da tarefa. Não só isso, mas muitos garanhões e éguas da vizinhança visitavam a residência de meu mestre, curiosos com <o grande Yahoo que podia até falar como um Houyhnhnm e que aparentava, em suas palavras e atos, poder chegar até a alguns vislumbres da razão!>. Estes residentes locais tinham um imenso prazer em conversar comigo e, não menos que meu mestre, me dirigiam pergunta atrás de pergunta. Eu não conseguia responder tudo, mas boa parte sim. Com todo esse convívio, fui fazendo progressos ainda mais notáveis. Em 5 meses, já escutava como um nativo e já falava como quem está um pouco aquém disso.”

“Já narrei ao leitor que, toda noite, uma vez que todos estivessem deitados, era meu costume desnudar-me e usar minhas roupas como coberta. Aconteceu, certa manhã bem cedo, de meu mestre mandar o pangaré acastanhado, um alazão mordomo da família, vir me ver. Quando o mordomo entrou eu ainda estava dormindo, e por um acaso minhas roupas tinham caído para o lado. Acordei com o relincho que este mordomo produziu, e escutei como ele voltou para contar ao mestre o que viu, todo atabalhoado. Vesti-me rapidamente e fui à sala. Meu mestre perguntou qual era o significado do que seu vassalo acabara de contar-lhe, i.e., que eu não era a mesma coisa quando eu dormia do que eu era quando estava acordado. O mordomo relatou-lhe assombrado que uma parte do meu corpo era branca, outra amarela, ou ao menos um pouco menos branca, e algumas partes marrons.

Eu vinha até ali guardando segredo sobre ‘isso das minhas vestes’, a fim de distinguir-me o mais possível dos aberrantes Yahoos. Mas vira que doravante este cuidado se tornara vão.”

“De onde eu vim, todos da minha espécie recobrem seus corpos com as peles de alguns animais, preparadas expressamente para isso por determinadas técnicas, tanto para fins de decência quanto para evitar as inclemências do ar.”

“ele simplesmente não podia entender por que a natureza deveria ensinar-nos a ocultar o que a natureza mesma nos deu”

“Meu mestre não deixou de me observar com o olhar mais atento. Seu rosto expressava grande curiosidade e admiração. Ele apanhou toda a minha roupa em sua quartela, peça por peça, para examinar com diligência. Então ele apalpou muito delicadamente meu corpo nu, e rodeou-me, embasbacado, umas tantas vezes. A primeira coisa que ele disse, após esse intervalo de exame silencioso, foi que sem dúvida alguma eu era um Yahoo. Mas que eu me distinguia, com efeito, de minha espécie, pois minha carne era mais macia, branca e minha pele bem mais branda. E que, além disso, ao contrário dos outros eu não tinha pêlos em muitas porções de meu corpo e que o formato de minhas garras era diferente, e elas eram menores. Que eu era o único exemplar que tinha essa afetação de caminhar continuamente sobre minhas duas patas traseiras. E que ele já tinha saciado sua curiosidade, dando-me permissão para voltar a vestir-me, uma vez que, ele bem observou, eu estava tremendo de frio.

Eu desabafei que me sentia desconfortável em ser comparado sempre a um Yahoo, animal odioso, que eu desprezava do fundo da minha alma: eu implorei que ele restringisse essa apelação somente aos demais, e que estendesse esse meu rogo a todos os seus entes e amigos que ele permitia que o visitassem. Também solicitei que meu segredo, o de levar uma cobertura falsa sobre meu corpo, não fosse compartilhado com mais ninguém, ao menos enquanto minhas roupas durassem. Expus que, pelo comportamento do seu valete, seria prudente de sua parte fazê-lo.

Meu mestre, muito consciencioso, logo anuiu a minha proposta. O segredo manteve-se guardado até que o tecido começou a se desfazer. Como alternativa para meus trapos, fui obrigado a usar de alguns expedientes, que mais tarde narrarei. Então ele me encorajou a continuar a aprender seu idioma, porque ele achava muito mais espantoso o fato de eu saber falar e raciocinar do que o aspecto do meu corpo, trajado ou nu.”

“Seria tedioso continuar entrando em detalhes sobre meu progresso no idioma. Reproduzirei, apenas, o relato mais completo que pude dar de mim mesmo nesta terra:

<Vim de um país muito distante, com uns 50 de minha própria espécie. Viajávamos sobre os mares dentro de um grande vaso oco feito de madeira, maior que sua casa. Descrevi-lhe então o navio da melhor forma que me coube, com a ajuda de meu lenço, para mostrar como a embarcação era impelida pelo vento. Numa briga entre nós eu fui deixado no litoral deste país, comecei a explorar o continente, sem nada dele conhecer, até você me encontrar e me livrar da perseguição daqueles execráveis Yahoos.>

Ele quis saber quem fez o navio e como era possível que os Houyhnhnms de minha nação legassem aos brutos tal empresa. Eu respondi:

<Só continuarei se você me der sua palavra de que não se sentirá ofendido. Se você der sua palavra, poderei contar todas as maravilhas que prometi!>

Ele empenhou sua palavra. Eu prossegui:

<O navio foi feito por criaturas como eu. Por todos os países aos quais já viajei, exatamente como em minha terra natal, seres a minha imagem e semelhança são os únicos animais racionais. Ao chegar a este país, fiquei tão espantado em ver Houyhnhnms agindo como homens dotados de razão quanto você mesmo e seus amigos ficaram ao ver-me e constatar minhas ações, sendo eu parecidocom um Yahoo. Mesmo que minha aparência seja a de um Yahoo, eu não enxergo homens quando olho para eles, só degenerescência e bruteza. Se a fortuna me agraciar com a volta a minha terra, quando relatar minhas aventuras, o que eu quero fazer, todos os animais racionais de lá dirão que eu disse a coisa que não era, que eu inventei tudo. Nenhum inglês diria que era a coisa (acreditaria possível) que um Houyhnhnm fosse o mestre de outro país, enquanto os Yahoos não passavam de selvagens.>”

“duvidar ou simplesmente não-acreditar são tão desconhecidos neste país que os habitantes não sabem como se portar em circunstâncias como as que eu suscitei entre eles.”

“O uso da língua é a mútua compreensão, receber a informação dos fatos. Se alguém diz a coisa que não é, a língua não tem uso. Quem escuta quem fala a coisa que não é não entendequem fala a coisa que não é! Porque o entendimento da coisa que não é é coisa que não é! Receber a coisa que não é é mais distante de receber uma informação doque permanecer em ignorância. Eu acreditaria uma coisa ser preta, quando a coisa é branca, e pequena, quando é grande.”

“Há Houyhnhnms entre vocês? Qual papel eles desempenham em sociedade?”

“Um grande número. No verão eles pastam nos campos, e no inverno são guardados nas estrebarias com muito feno e aveia, onde Yahoos servos dos donos dos Houyhnhnms devem escová-los, cuidar de seus cascos, servir-lhes comida, preparar seus leitos…”

“Entendo. Está evidente, segundo seu discurso, que qualquer chispa de razão que os Yahoos aparentam possuir não oculta o fato de os Houyhnhnms serem os verdadeiros mestres em sua sociedade. Eu desejaria de coração que nossos Yahoos fossem tão dóceis!”

“Mestre, se você deseja que eu continue o relato terá de escusar minhas palavras, que decerto o ofenderão.”

“Eu insisto, amigo, e escuso-o – eu quero saber o pior e o melhor de sua sociedade.”

“Não tenho escolha senão obedecê-lo. Os Houyhnhnms de minha sociedade, chamados cavalos, são dos animais mais formosos e afáveis que conhecemos. São também excepcionais em força e agilidade. Quando pertencem a pessoas de qualidade, são empregados em viagens, corridas ou para levar carruagens. São tratados com a maior ternura e o maior cuidado, até adoecerem fatalmente ou tornarem-se irreversivelmente mancos e inválidos. Ainda assim, os seus donos vendem os cavalos já doentes ou aleijados, que desempenham todo tipo de lide para seus novos donos, até a morte. Depois de morrer, um cavalo ainda oferece sua pele, que é esfolada e vendida para diversos fins. O cadáver é deixado para cães e aves de rapina. Falo dos cavalos mais nobres. A maioria dos cavalos não tem tanta sorte. São os cavalos dos camponeses e carroceiros, ou de outro cidadão de baixa extração qualquer. Estes não são poupados dos mais árduos serviços, e são mal-alimentados.”

“Não deixei de descrever, tão bem quanto pude, a arte da equitação; tudo sobre as rédeas, a sela, a espora, o chicote, o arreio e as rodas. Acrescentei: <Amarramos placas de uma substância rígida chamada ferro debaixo de suas patas a fim de resguardar seus cascos contra o atrito com os caminhos pedregosos de hábito percorridos.>

“Como pode ser uma coisa que é, montar às costas de um Houyhnhnm! Tenho certeza que o servo mais débil de minha casa tem força o bastante para derrubar de seu corpo o Yahoo mais forte de todos. Se se jogasse no chão, este meu servo poderia rolar sobre si mesmo e matar qualquer ser primata!”

“Nossos cavalos são treinados, desde os 3 ou 4 anos de idade, para se acostumarem aos maiores suplícios e às condições mais severas, de modo que não se rebelem em relação ao trabalho que lhes está destinado. Se um cavalo se mostra intoleravelmente arredio ainda na infância acabam sendo empregados em carruagens, sendo severamente fustigados a cada má conduta. Os machos, geralmente usados para simples cavalgadas ou a coisa que é luta entre seres que são (meu jeito de dizer ‘fins militares’), são castrados logo aos 2 anos, para que seu espírito de garanhão se torne submisso, dócil e adestrável. Os cavalos são inteligentes e aprendem após ser recompensados ou castigados. Porém, mestre, saiba que os cavalos, de onde eu venho, não demonstram tinturas de razão, não mais do que os Yahoos de sua terra!”

“Era penoso explicar essas noções ao meu mestre, de modo que eu adentrava em circunlóquios em houyhnhnmês. Se suas carências são menores, suponho que sua linguagem terá menos vocábulos.”

“Se a coisa que é é um país no mundo com Yahoos inteligentes, só e somente só os Yahoos dentre todos os animais, é natural que Yahoos sejam os mestres. A sutileza da razão, aliada ao tempo e seus efeitos consolidadores, falará sempre mais alto que a força bruta. Mas o físico yahoo, especialmente do Yahoo de sua sociedade, se você for bom exemplo, é o pior físico de coisa que é para viver a vida que é.”

“Nasci de bons pais numa ilha chamada Inglaterra. A distância da Inglaterra para este país, em dias de jornada de um Houyhnhnm forte e saudável que trotasse do raiar ou pôr-do-sol na mesma direção, é, mais ou menos, um ano. Eu me eduquei cirurgião, profissão dos que curam feridas e machucados no corpo, decorrentes de acidentes ou violência. Meu país é governado por um Yahoo-fêmea, que denominamos rainha. Eu o evadi para conquistar riquezas, com as quais pudesse manter minha família e eu por muitos anos, ao meu retorno. Em minha última viagem eu era comandante do navio, chefiando cerca de 4 dúzias de Yahoos, muitos dos quais morreram afogados ou desidratados ou adoentados. Eu fui obrigado a reabastecer a tripulação com marujos de outras nações nas quais desembarcamos no caminho. Duas vezes quase naufragamos. A primeira vez por culpa de uma feroz tempestade; a segunda, em virtude da colisão com um penhasco.”

“Durante meu discurso meu mestre não se fez de rogado e me interrompeu inúmeras vezes. Necessitei gastar muitas palavras e frases até descrever de modo minimamente concebível a natureza dos crimes dos tripulantes que recrutei que haviam sido exilados de seus países de origem. Na verdade, só o consegui a duras penas, após dias e dias de conversação. Mas meu mestre finalmente me compreendeu. Era-lhe imensamente complicado captar qual seria a utilidade de agir de forma viciosa. Só pude fazê-lo conceber tal imagem dando muitos exemplos de cobiças e ambições dentre nós; fornecendo ilustrações das terríveis conseqüências da luxúria, intemperança, malícia e inveja (nomes que evidentemente não existem no vocabulário houyhnhnm. Foi praticamente o trabalho de um filósofo que conceitua estas coisas pela primeira vez, hipostasiando casos concretos e enfileirando suposições.” “Poder, governo, administração, guerra, lei, punição, castigo e mil outras coisas também tinham de ser expressas pela primeira vez no vernáculo.”

“O que me deixa aflito é que eu jamais poderei fazer justiça, em meras palavras, aos argumentos e raciocínios de meu mestre, pois minha incapacidade intelectiva forçosamente empobrece sua descrição. Nem falar de uma tradução ao nosso bárbaro Inglês, que vilipendia e muito o idioma original!”

“Obedecendo ao meu mestre, relatei-lhe a Revolução durante o Principado de Orange, a longa guerra com a França, iniciada pelo próprio Príncipe de Orange, continuada por seu sucessor ao trono, a rainha atual, não sem o consentimento dos maiores poderes da Cristandade, de modo que a guerra subsistia até o momento.A sua instância, enumerei: <Estima-se em mais de 1 milhão os Yahoos mortos no decorrer de todo este conflito; mais de uma centena de cidades foi sitiada e no mínimo 500 embarcações foram incendiadas ou afundaram.>

“Divergências de opinião espoliaram milhões de vidas. P.ex., se carne é pão ou se pão é carne; se o suco de um dado fruto é sangue ou vinho; se assoviar é vício ou virtude; se é melhor beijar uma carta ou queimá-la; qual a melhor cor para uma casaca – preto, branco, vermelho, cinza…?; qual é o melhor comprimento e forma para ela – longa, curta, justa, folgada; e quanto à condição – suja ou limpa? E muitas questões mais!”

“Às vezes o desentendimento entre dois príncipes acarreta a deposição de um terceiro alheio à questão – na verdade quando acaba assim, o vencedor sempre espolia um príncipe vizinho mais fraco, mas diz que foi pela força das circunstâncias, pois não é seu direito natural o fazê-lo. Algumas vezes um príncipe só entra em guerra com outro por medo de que o outro entre em guerra consigo. Às vezes uma guerra é iniciada porque o inimigo é muito forte; às vezes, porque ele é muito fraco. (…) É um pretexto legítimo para a guerra invadir um país depois de sua população ter sido reduzida à miséria, destruída pela peste ou rachada em facções. É igualmente justificável entrar em guerra contra nosso mais valioso aliado, se acharmos que uma de suas cidades é altamente conveniente para nós; cidade, sim, mas pode ser também um território maior; por exemplo, se esse pedaço nos der acesso à faixa litorânea ou a estradas de comércio importantes. É um direito de um povo ter um território completo. Se um rei manda atacar uma nação de gentalha pobre e ignorante, não é ilegítimo matar metade desses pobres coitados nem escravizar a metade que sobrou. A razão disso é o imperativo de civilizar e educar os povos, e reduzir o grau de barbárie da face da terra. É não só permitido como é uma prática assaz honorável quando um rei deseja o auxílio de outro a fim de proteger-se melhor de um invasor; e que este ajudante, em consequência de ter expulsado o inimigo, tome para si todo o governo da nação amiga que salvou, podendo prender ou exilar o primeiro príncipe, afinal passou a ter crédito! A aliança de sangue, ou o que chamamos de casamento, é uma causa freqüente de guerras entre príncipes; quão mais próximos forem os laços familiares, mais encarniçado será o confronto. As nações mais pobres são famélicas, as ricas são altivas; e o orgulho e a fome estarão sempre se digladiando e alterando humores. E é por isso que a profissão de soldado é tida como a mais honrosa de todas. Um soldado é basicamente um Yahoo contratado para matar, a sangue frio, o máximo de outros Yahoos que ele nunca viu na vida.

Há uma certa quantidade de príncipes mendicantes na Europa, destes que não têm recursos para fazer a guerra eles próprios, mas que ao menos tem pequenos exércitos que lhes podem ser úteis. O que eles fazem é alugar seus homens para as nações ricas que estão a pelejar, normalmente estipulando um salário por dia por cada cabeça. Desta quantia recebidaa título de aluguel, o que não vai para o bolso destes soldados, que chamamos de ‘mercenários’, por empréstimo – assumindo que algum soldado consiga voltar para casa são (ou mesmo não são!) e salvo –, ¾ ficam para eles próprios (os monarcas que cederam mercenários), e digo que estes príncipes mendicantes subsistem das guerras alheias! Muitas nações assim há na parte norte da Europa.”

“Afortunadamente a vergonha ainda é maior que o perigo entre vocês Yahoos estrangeiros! Assim a natureza obrou para que vocês não causassem ainda mais desgraças. Suas bocas sendo planas e vocês não tendo focinho, é mais difícil que vocês se agridam com mordidas. Quanto às garras de suas patas traseiras e dianteiras, estas são tão diminutas e inofensivas que um só Yahoo de nossa terra derrubaria uma dúzia dos seus!”

“Sendo de certa forma um especialista na arte da guerra, eu me ri da ignorância do meu mestre nestes assuntos. Então eu forneci-lhe uma descrição algo exata de nossos artifícios bélicos: canhões, colubrinas, mosquetes, carabinas, pistolas, balas, pólvora, espadas, baionetas, formações de batalhas, o que são os cercos, fugas e recuadas, ofensivas de manual, a tática de estender o conflito num aparente empate estagnado até esgotar os suprimentos dos rivais, o contra-ataque a este tipo de tática, bombardeios remotos, batalhas navais, navios que mesmo com uma tripulação de 4 casas (mil homens) são inclementemente destroçados, batalhas em que 20 mil morrem facilmente de cada lado, os terríveis gemidos e uivos de dor dos que caem sem salvação no campo, membros e outras partes do corpo cortando o ar, fumaça, poeira, todos os barulhos infernais, a confusão, aqueles que morrem esmagados por cavalos descontrolados, já disse fugas?, perseguições, extermínios e vitórias!”

“Eu entraria de bom grado em mais particulares, mas meu mestre me pediu silêncio. Ele disse:

<Quem quer que entenda a natureza yahoo pode conceber até onde chega a vileza de um tal animal, i.e., provado que sua astúcia e sua força igualem sua malícia.>

Como, porém, meu discurso só repugnou-o ainda mais acerca de minha espécie, ele se sentiu terrivelmente perturbado e precisava de tempo para absorver todos estes horrores. Ele pensou sinceramente que se seus tímpanos continuassem expostos a estas palavras abomináveis num ritmo tal, logo, logo ele as admitiria com menos repulsa. E completou que, embora odiasse os Yahoos de seu país, ele não mais os culparia por suas qualidades inferiores, tanto quanto pudesse, comparando-os agora a meros gnnayh (uma ave de rapina), animal também cruel, ou então a uma simples pedra pontiaguda que calha de ferir-lhe o casco.”

“Meu mestre afirmou resolutamente que em detrimento de razão, nós éramos movidos ou possuídos por alguma qualidade inerente que expandia mais e mais nossos vícios naturais e garantia nossa sobrevivência. E que, como tudo que é distorcido e ruim em pequena escala, nossa civilização só podia ser uma ampliação defeituosa da natureza individual do Yahoo.”

“ele muito refletiu mas nunca chegou a uma opinião segura sobre a razão de que a lei, que foi feita para a preservação de todos e de cada um, devesse conduzir tantos indivíduos à ruína.”

“Há uma sociedade de homens entre nós criada desde a mocidade para convencer das coisas que não são, pela palavra. Estes homens conseguem fazer os outros verem que o branco é preto, e o preto é branco, tanto melhor quanto mais bem-pagos eles são! A esse tipo de sociedade dentro da sociedade os outros homens são escravos. Por exemplo: se meu vizinho cobiça minha vaca, ele contrata um destes, um advogado, para arrancar minha vaca de mim! Eu tenho, então, de contratar um outro advogado, para defender meu direito de continuar com minha vaca. É contra todo o Direito estabelecido (contra todo o fundamento de todas as leis) que qualquer homem advogue em causa própria. Continuando neste exemplo, eu, que sou o legítimo proprietário da vaca, estou em uma dupla desvantagem: primeiro, meu advogado, sendo treinado praticamente desde o berço a santificar a falsidade, não se sente confortável de ter de defender um cliente justo, o que é anômalo em seu campo do saber. Advogados que se submetem a essa tarefa fora de sua rotina diária acabam fazendo o serviço mal-feito ou de má-fé! A segunda desvantagem, meu mestre, é que meu advogado deve agir com muita cautela, ou será vítima de reprimendas pelos juízes, sendo malvisto por todos os seus colegas como um advogado que avilta os cânones de sua profissão. Sendo assim, eu fico com apenas 2 métodos de preservar minha vaca: o primeiro é pagando ao advogado de meu acusador uma taxa acima do que é publicamente a norma, fazendo-o trair seu próprio cliente ao insinuar, por meio de minha tática astuciosa, que a justiça estava do lado deste cliente que o procurou! A segunda maneira de vencer a causa é se meu advogado conseguir dar a meu pleito a aparência mais injusta possível; p.ex., concedendo que a vaca na verdade seria do meu vizinho. Se isso for adequadamente executado, é óbvio que o juiz ficará convencido do meu lado da história!”

“É uma máxima entre os advogados que o que já foi feito antes pode ser feito legalmente outra vez: então, a coisa que eles mais fazem é registrar todas as decisões anteriormente proferidas contra o bom senso da espécie humana. Sob o nome de <precedentes>, eles mostram tais provas às autoridades competentes e justificam, assim, as opiniões mais iníquas. Os juízes jamais deixarão de acatar estas novas verdades, uma vez que se tratam de provas, que são inquestionáveis.”

“É de se observar que esta sociedade cultiva um jargão peculiar, i.e., um jeito próprio de dizer as coisas, que nenhum outro mortal é capaz de compreender. Sob estas regras é que todas as suas leis são escritas. No estágio em que se encontram as leis hoje, depois de muitas gerações desta prática, falsidade e verdade ficaram tão embaralhadas que nem o mais sábio e honesto dos homens poderia dizer a diferença. É comum que leve 30 anos para se decidir se o pedaço de terra que ganhei de herança e que meus pais e avós por sua vez também ganharam de herança, ascendendo à sexta geração dos meus ancestrais, pertencem de fato a mim ou a algum estranho que vive a 500 quilômetros de distância!”

“Os advogados e juristas, em tudo aquilo que não se refere a suas próprias tratativas, são dos mais ignorantes e estúpidos dentre nós Yahoos europeus. Os mais fúteis em conversações, inimigos jurados do conhecimento, da sabedoria e da educação, e tão estultos quanto perversos quando o assunto é insultar e deformar a razão humana milenar, num esforço contínuo por destruir a obra de tantas gerações das outras classes de Yahoos com quem convivem.”

“eu não sei como consegui descrevê-lo o uso do dinheiro…” “o rico se apropria do fruto do trabalho dos pobres, sendo que estes últimos, em verdade, existem numa proporção de 1000 para cada rico”

“meu mestre insistia que todos os animais tinham direito a sua parte na distribuição dos produtos da terra”

“…toda esta vasta planície, digo, o triplo disto, deve ser devastado para que nossa melhor Yahoo-fêmea tenha seu excelente café-da-manhã, além dos utensílios de mesa necessários para consumi-lo.”

“Desta forma, deve haver países muito pobres que não têm condições de alimentar seus habitantes! Mas me diga uma coisa: como porções tão gigantescas de seu continente não possuem um só vaso de água fresca, sendo preciso enviar Yahoos pelos mares só para acharem de que beber?!”

“A Inglaterra em particular, segundo nossos cálculos, produz três vezes a quantidade de comida que seus habitantes são capazes de consumir; bem como muito licor extraído de grãos ou prensado das frutas de algumas árvores, que dão beberagens das mais deliciosas, e na mesma proporção superabundante. Diria que tudo ali, não só comida e bebida, é produzido muito acima da necessidade da população. Mas, para alimentar a luxúria e a intemperança das Yahoos-fêmeas, exportamos uma vasta proporção desses bens para outras nações, ainda que isso deixe parte de nossos habitantescarente, para, em troca, recebermos fontes de doenças, tolices mil, vícios sem conta, que distribuímos igualitariamente entre todos nós!!”

“O vinho não é importado para suplantar a sede nem para substituir alguma outra bebida, mestre. Este é um líquido especial que nos produz certo contentamento ao nos fazer evadir de nós mesmos, privando-nos de nossos sentidos por um tempo. Toda a melancolia que sentimos é temporariamente deixada de lado, e cedemos às mais caprichosas e extravagantes fantasias alojadas no cérebro, de repente não somos nada temerários, temos esperança ilimitada no amanhã, durante esse período não precisamos trabalhar, e, alterados até perder o império sobre nossas próprias pernas, acabamos, assim, ficando entorpecidos, até dormirmos profundamente. O lado ruim é que acordamos sempre doentes após tais ocasiões, fatigados e inclinados ao ócio. E é verdade, outrossim, que o uso desse licor, em abundância e a longo prazo, torna nossa vida cada vez mais desconfortável e repleta de enfermidades, quando não encurta esta mesma vida de forma anti-natural.”

“Nossa dieta engloba milhares de alimentos que são contraditórios entre si. Além disso, comemos quando não estamos com fome e bebemos sem sede. Sentamos e bebemos licores fortíssimos a noite inteira, sem nem mesmo forrar o estômago, o que nos predispõe à preguiça e a contrair diversas inflamações, precipitando ou arruinando a digestão. Yahoos-fêmeas prostituídas transmitem certa doença, capaz de apodrecer os ossos do Yahoo-macho que aceitaro seuabraço. Mas essa infecção e muitas outras são propagadas mui naturalmente de pai para filho. Muitos já nascem desfigurados e defeituosos. Seria interminável catalogar todas as doenças que nos afligem, mestre. Eu creio que esse número ultrapassa as 500 ou 600. Não há junta ou membro que não tenha seu mau estado particular.”

“A pretensão desses que chamamos de médicos – curandeiros em seu vernáculo – é a de que todas as doenças vêm da repleção (barriga cheia). Daí concluírem que uma grande evacuação do corpo é necessária, seja pela passagem natural ou pelo caminho de onde veio (a boca). Esses médicos conhecem inúmeras ervas, minerais, gomas, óleos, cascas, sais, sucos, algas, excrementos, extratos de cascas de árvore, serpentes, sapos, carne e ossos de homens mortos, pássaros, animais selvagens, peixes, etc., que utilizam para produzir os medicamentos de cheiro e gosto mais atrozes, abomináveis, nauseantes de que se tem notícia, tipo de composição que o estômago imediatamente ejetará – isso se chama vômito. Vindos do mesmo lugar, que chamamos de farmácia, além de outros venenos, os médicos nos prescrevem mais substâncias para engolir ou inserir pelo orifício traseiro (dependerá do humor do médico saber por qual buraco ele quer que entre a medicação), remédios esses não mais nem menos daninhos que os anteriores. Nossas entranhas se abalam da mesma forma com estes laxativos. Produzindo um relaxamento artificial dos músculos do nosso sistema digestório, levam junto, como faz a forte correnteza de um rio, tudo que pode estar impedindo o bom funcionamento do organismo. Isso os médicos chamam de purgação ou clister. Tendo a natureza prescrito somente o orifício superior para a intromissão de sólidos e líquidos, e o inferior para ejeções, fazia-se necessária uma arte engenhosa como a deles para agir conforme a doença – isto é, espelhar o mau funcionamento que ela provoca no organismo: ao forçarmos sólidos e líquidos pelo ânus e evacuar pela boca, podemos restabelecer o equilíbrio corporal.”

“Em política, um mau sinal é quando você passa a receber promessas, especialmente essas que demandam um juramento formal. Deste dia em diante o Yahoo mais inteligente sabe que está perdido.

Há 3 métodos de um homem chegar a ser chefe de Estado. O primeiro é o caminho da prudência, formando uma família, constituindo casamento, tendo uma filha, ou pelo menos uma irmã apta ao casório – a família é a base de tudo em nossa civilização! O segundo jeito é traindo e superando o predecessor no cargo. O terceiro modo é, com um zelo furioso, nas assembléias, engajar-se contra a corrupção generalizada da côrte. Um príncipe competente prefere, sem dúvida, empregar este terceiro tipo de homem. Este tipo de homem zeloso é quase sempre também o mais obsequioso e subserviente à vontade e aos caprichos de seu patrono.

Seja como for, esses ministros de Estado, portanto, tendo toda a máquina da nação a seu dispor, têm todas as condições necessárias para se conservarem no poder, chantageando ou aliciando maiorias no senado ou nos conselhos ou ainda empregando o expediente a que chamam de anistia(que expliquei-lhe em detalhes). Dessa forma eles se previnem contra atos de ressentimento ou vingança e auferem de sua carreira pública as maiores riquezas.

O palácio do chefe de Estado é um seminário para criação de lacaios: pajens, mordomos, porteiros, que macaqueiam seu superior em tudo que podem, se é que desejam, por sua vez,se elegerem delegados em seus distritos de origem. Esses vocacionados para a vida política devem exceler em 3 categorias: insolência, mentira e chantagem. Cada um deles, quando bem-sucedido ou bem-sucedida, terá uma côrte inteira a ele ou ela devotada, composta pelas pessoas de mais refinada linhagem. Algum desses lacaios (sub-prefeitos, prefeitos, ministro disso ou ministro daquilo) pode, a depender da sorte, da destreza pessoal e mesmo do seu nível de impudência, chegar a atingir o posto máximo na carreira e vir a ser o sucessor do próprio chefe de Estado que uma vez tanto bajulou!”

“Entre os nossos Houyhnhnms, o branco, o castanho-alaranjado e o cinzento não são tão bem-constituídos quanto o castanho-rubro, o cinza sarapintado e o negro, nem exibem os mesmos talentos ou inteligência, nem parecem melhores para se adestrar. Sendo assim, aqueles quase sempre são empregados nos ofícios subalternos, sem qualquerexpectativa de que excedam o destinomédio de sua própria raça. Essa hierarquia das raças eqüinas baseada na aparência exterior que se vêem toda a Europa seria considerada monstruosa e anômala aqui em seu país, meu mestre!”

“Quanto a mim, mestre, por mais que você me enalteça quanto ao que esperava de meu biótipo, a verdade é que sou de origens mais para humildes que para nobres, tendo sido eu criado por um par de europeus modestos porém mui dignos, cujo esforço e perseverança me proporcionaram uma educação tolerável, i.e., quase acima das expectativas para gente da minha condição. Mas ‘nobreza’ entre nós significa outra coisa que para um Houyhnhnm, posso assegurar-lhe. Prova disso é que os nobres são acostumados desde a mais tenra idade ao ócio e ao luxo, tornando-se moles e cansados com a idade e cheios de doenças venéreas que contraem com fêmeas promíscuas. E quando suas antigas fortunas são dissipadas, casam-se com uma mulherzinha de árvore genealógica qualquer, de um caráter qualquer, falto de inteligência ademais de incompatível com o próprio caráter, tudo pensando-se só no dinheiro. Como resultado, os casais se odeiam e desprezam. O produto de tais uniões? A escrófula, o raquitismo, a deformidade – em forma de novos seres! Dessa forma a família, vê-se bem, muito raramente chega aos netos (à terceira geração); a não ser que uma das filhas consiga um mui bom partido, i.e., um macho saudável para procriar fora do matrimônio, dentre seus vizinhos e serviçais, o que garantirá a continuação sem piora ou até mesmo a melhora da raça. (…) uma fisionomia saudável e robusta é tão inconveniente num homem de berço aristocrata que não resta remédio ao mundo diante de um tipo desses senão considerar que se trata de um bastardo, filho de cavalariço ou cocheiro.”

“Não havia passado um ano dentre os Houyhnhnms e já contraíra tal amor e veneração pelo seu povo que cheguei a tomar a resolução de nunca expatriar-me, na contemplação e na prática de todas as virtudes, nesta terra onde eu não tinha qualquer exemplo ou incitação ao vício. Mas o destino, ah, o destino!, esse meu inimigo mortal, determinaria a impossibilidade desse final feliz.”

“Os Yahoos são conhecidos por odiar-se uns aos outros, até mais do que odeiam as outras espécies. A razão para isso é que o caráter odiento de sua forma, que se pode contemplar nos outros indivíduos como se fôra um outro eu, torna cada Yahoo indisposto para com seu próximo. Eu duvido que cada indivíduo, egoísta como é, não se ache, em realidade, diferente dos demais.”

“De acordo com o que dissera meu mestre, ele havia achado excelente o costume dos Yahoos europeus de vestirem-se. Dessa forma ocultavam muitas de suas deformidades, de um e de todos, o que seria insuportável às vistas gerais. Porém, meu mestre reconheceu que dissera então a coisa que não era, porque cotejando meu relato dos Yahoos com o comportamento dos Yahoos locais, ele concluiu que a causa primeira da dissensão entre irmãos Yahoos, tanto num caso como noutro, devia ser a condição natural do Yahoo, tal qual ele aprendeu de minha boca. <Porque se você dá a 5 Yahoos comida que bastaria para 50, em vez de comerem em paz eles se pegarão pelas orelhas, cada um desejando tudo somente para si.>

“Havia uma espécie de raiz, muito suculenta, mas algo rara e escondida, de que os Yahoos muito gostavam e que, quando a encontravam, chupavam-na sem moderação. Essa raiz produzia-lhes os mesmos efeitos do vinho no europeu. Algumas vezes isso os levava a se abraçarem e se amigarem, mas podia com a mesma facilidade metê-los em ranhenta discórdia. Eles uivavam, gargalhavam, se punham barulhentos, perdiam o equilíbrio, tropeçavam e rolavam pelo chão e terminavam adormecidos na lama.

Observei também que os Yahoos eram a única espécie animal deste país sujeita a doenças, conquanto esta ocorrência fosse bem mais rara entre eles que entre nossos cavalos, p.ex. A causa não era maus-tratos pelos Houyhnhnms, mas a própria sordidez daquele bicho. Em hoyuhnhnmês só havia uma mesma palavra para falar de todo o conjunto de enfermidades, hnea-yahoo, isto é, <mal de Yahoo>. A cura prescrita pelos pseudo-curandeiros Yahoos para eles próprios, segundo me pareceu, era uma mistura de cocô e xixi, forçada goela abaixo do doente. Não se trata de um gracejo, pois eu observei que o doente realmente fica bom logo depois. Eu recomendaria sem restrições essa mesma receita para meus conterrâneos, portanto, visando ao bem coletivo. Toda disenteria de comermos demais, todos os banquetes que nos empanturram, deixariam de ser problemáticos.”

“os machos brigam com as fêmeas com tanta brutalidade como a que usariam entre si.”

“Eles sabem nadar de nascença, igual girinos, podem passar muito tempo debaixo d’água, e utilizam essa vantagem para caçar peixes; as fêmeas levem o produto da caçada submarina para os filhotes.”

“quando explicava ao meu mestre alguns de nossos sistemas de filosofia natural, ele sempre ria e dizia algo como: <Uma criatura que se presume arrazoada avaliar-se a si mesma sobre o conhecimento fundado na conjetura de outras pessoas, e usar essa avaliação em coisas nas quais, por mais que este conhecimento fosse seguro, não há a menor utilidade!>.Meu mestre mostrou simpatizar com a personalidade do Sócrates platônico. Nada poderia honrar mais o príncipe dos filósofos. Não pude deixar de refletir desde então que destruição essa doutrina, se bem-compreendida, não poderia produzir nas bibliotecas de toda a Europa! Quantos caminhos fáceis dos homens eruditos não seriam para sempre interditados quando compreendessem Platão!”

“Em seus casamentos, os Houyhnhnms escolhem pela cor, para que nenhuma mistura desagradável se produza na prole. A força é o atributo mais valorizado no macho, e o decoro na fêmea. Não contraem matrimônio por amor, mas pensando no futuro da raça. Se a fêmea excede em força, seu consorte geralmente é o macho mais decoroso.”

“A violação da fidelidade conjugal, ou qualquer outra demonstração de promiscuidade, nunca existiu no país dos Houyhnhnms. O par unido passa o resto de suas existências em constante amizade e benevolência recíproca, que por sinal é a mesma camaradagem, guardadas as devidas proporções, que todo Houyhnhnm tem com outros Houyhnhnms. Não há inveja, ciúme, empáfia, fofoca, altercações nem descontentamentos.”

“Uma das questões polêmicas neste lugar é se dever-se-ia proceder ao extermínio dos Yahoos. Um dos favoráveis demonstrou argumentos de muito valor, como <Não bastasse serem os mais sujos, barulhentos e deformados animais que a natureza já produziu, os Yahoos são, ainda, rebeldes, intratáveis, indomesticáveis, astuciosos e malignos. Aqueles que conseguem mamam os úberes das vacas leiteiras dos Houyhnhnms escondido, matam e devoram gatos, esmagam e pisoteiam as plantações de aveia e o capim destinado ao pasto ao menor sinal de fraqueza na vigilância. As maldades e extravagâncias que eles são capazes de cometer é sem fim.> Ele ainda observou sagazmente uma peculiaridade sobre as origens dos Yahoos, a de que <eles não existem desde o sempre neste país; muitas idades atrás, dois desses inclassificáveis apareceram sobre uma montanha. Se eles nasceram devido ao sol inclemente sobre a lama e o calor daí decorrente ou do lodo podre, ou devido à estranha interação do lodo do continente com a escuma marítima, ou de qualquer outra forma, isso jamais saberemos. Mas esse casal de Yahoos engendrou novas vidas; e em pouco tempo sua espécie se tornou tão populosa que infestou a nação inteira. Para se livrarem das más conseqüências, os Houyhnhnms antepassados aprisionaram dois bebês Yahoos num canil, tratando de domesticá-los ao máximo. Este máximo não é de todo satisfatório, mas ao menos os bichos originais e todos os seus descendentes servem para ajudar nos serviços mais pesados>. Este Houyhnhnm garantiu que havia muita plausibilidade nessa tradição oral do seu povo sobre a gênese dos Yahoos e que acreditava piamente que eles não eram animais autóctones (yinhniamshy em houyhnhnmês), principalmente pelo ódio manifesto e inato aos Houyhnhnms. Além disso, todos os outros animais da ilha aborrecem a convivência com Yahoos. Embora suas disposições malignas provoquem naturalmente a repulsa, seria impossível que essa repelência de todos os outros animais do país a eles chegasse a tais extremos se eles fossem oriundos de lá, é o que se argumentava com muita lógica. Fosse isso verdade, seria como dizer que a natureza falhou nesta região, e esta raça já estaria extinta, pois geraria um imenso desequilíbrio na fauna. Seja como for, graças à misteriosa existência dessas excrescências odiosas diante das próprias criações da natureza, os Houyhnhnms puderam dispensar os serviços das mulas e outros indivíduos estéreis, que afinal são animais muito tratáveis e dignos! Mas, disse também este nobre Houyhnhnm, chegaria o dia em que seria mais vantajoso voltar a criar mulas, que são dóceis e boas serviçais, e higiênicas, do que continuar confiando trabalhos importantes do cotidiano a uma raça tão degenerada! Mulas e burros não fedem, são mais fortes, só um pouco menos ágeis que os Yahoos, fora que o zurro de um burro é ‘n’ vezes menos desagradável que o horrífico urro yahoo!”

“a andorinha (ou ao menos é assim que eu traduzo lyhannh, embora seja uma variedade de andorinha gigante se comparada às da Europa)”

“Eles mensuram o ano pelas revoluções do sol e da lua, mas não empregam subdivisões hebdomadárias. Eles têm um perfeito conhecimento astronômico destes dois corpos, conhecendo o fenômeno do eclipse. Eu diria que a isto se limita sua astronomia.

Na poesia, creio que superam todos os outros mortais do mundo; seja pela justeza de suas analogias, o caráter apropriado e exato de suas descrições, enfim, digo que a poesia houyhnhnmiana é inimitável. Seus versos o mais das vezes exaltam o valor da amizade e da benevolência comum e fazem odes aos ganhadores de competições de corrida e outros exercícios que soem praticar.”

“Os Houyhnhnms usam o intervalo entre a quartela e o casco de suas pernas dianteiras como mãos, e com destreza inimaginável para qualquer homem branco. Eu vi uma égua branca de nossa família costurar com uma agulha (que eu a emprestei de propósito) perfeitamente. Eles são perfeitamente capazes de ordenhar, colher aveia e, enfim, desempenhar qualquer trabalho cotidiano que entre nós requeira o uso das mãos. Eles foram capazes de fabricar uma espécie de pederneira que, atritada com outras pedras, constrói todo tipo de utensílio, equivalente às nossas cunhas, machados, martelos, etc. Assim eles conseguem instrumentos afiados para cortar o feno, apanhar a aveia, cultivar qualquer plantação que a natureza lhes permite. Os Yahoos transportam os feixes carpidos conduzindo carruagens, bem como os cavalos mais humildes amontoam a colheita em espécies de choupanas, onde o grão é extraído e levado aos depósitos. Como eu já disse, eles dominam o artesanato rústico da madeira e a olaria, sabendo coser vasos ao sol.”

“A expectativa de vida de um Houyhnhnm é de 70 a 75, mas alguns atingem os 80 anos.”

“A essa altura não sei se seria redundante observar: os Houyhnhnms não possuem palavra em seu idioma para expressar o <mal> nem nada que a ele se relacione. Na verdade, quando querem falar de algo de qualidade ruim, tomam de empréstimo as qualidades que enxergam nos Yahoos. Dessa maneira, a estupidez de um servo, a omissão de uma criança, uma pedra que fira seus cascos, um clima obstinadamente fechado e ruim para a agricultura, tudo isso são yahooíces, por assim dizer. Quando traduzo seus discursos com palavras como <maligno> ou <pérfido>, estou apenas retomando nosso léxico. Ou seja, se algo é mau ou ruim neste país, é hhnm Yahoo, mwhnaholm Yahoo, ynlhmndwihlma Yahoo… Uma casa mal-construída seria uma ynholmhnmrohlnw Yahoo.

Não me seria incômodo enumerar mais e mais dos costumes e virtudes desse excelente povo. Mas, almejando publicar brevemente um volume com minhas aventuras neste continente, não este aqui, mas um especialmente para descrever a civilização Houyhnhnm em sua completude, devo me interditar este enorme prazer e encaminhar o leitor interessado a esta outra publicação.¹ Nas páginas que me restam, doravante, nada me resta a não ser narrar minha própria tragédia.”

¹ Tudo indica que nosso amado Gulliver não cumpriu esta promessa – que pena!

“Era hábito meu pegar mel do oco das árvores, que eu misturava com a água ou comia no meu pão. Nenhum homem mais que eu mesmo podia atestar a verdade dessas duas máximas: A natureza se satisfaz com bem pouco; A necessidade é a mãe da invenção. Nesse tempo eu gozava de saúde perfeita e serenidade mental. Nem mesmo o caráter traiçoeiro e inconstante de um amigo me eram sensíveis nesta ilha. Quanto mais as injúrias de um inimigo tácito ou manifesto! Não havia a menor ocasião para desavença, lisonja ou mexerico. Não havia personalidades de renome que agradar ou assecla que temer. Não era necessário se precaver contra a fraude ou a opressão. (…) Nada de chacota, polêmica, censura, reproches, vendetas, parasitas, aproveitadores de meia-tigela, incendiários, inconvenientes, advogados, prostitutas, bufões, viciados, bêbados, políticos, vigaristas, velhos ranzinzas, tagarelas enfadonhos, jornalistas, brutamontes, assassinos, ladrõezinhos, eruditos, convencidos, moralistas; nenhum líder, nem seguidores, nenhum partido, nem facções; nem encorajadores de vícios, bons retóricos ou maus exemplos; nada de prisões, armas brancas, ou pólvora, algemas, pelourinho ou cadafalso; nada de mercados e feiras, nem regateios ou engabelações; nada de orgulho, vaidade ou afetação; nada de dândis efeminados nem valentões; vadiagem; a sífilis; esposas, gastadeiras, temperamentais e lascivas! nada de pedantes tão altivos quanto estúpidos! nenhuma importunação, atrito insuportável, barulho, muvuca, companheiro cheio de palavras e modos e sem nada na cabeça; zero canalhas exaltados pelo que têm de pior! nenhuma nobreza que dita as regras de etiqueta que ela mesma inventou; nenhum senhor, falsificador, grande proprietário, juiz, rabequista, professor de dança, mestre de esgrima!… Não, não, nada disso!!!”

“Eu não falava se não fôra perguntado; e quando o fazia, respondia com pesar, porque parecia que eu prejudicava a harmonia destes habitantes no vão intuito de me melhorarem. Mas eu era todo ouvidos nas conversas entre Houyhnhnms. Nenhuma sílaba era inútil ou profana, toda comunicação era sucinta e pragmática, nenhuma palavra supérflua ou desgastada! (…) ninguém falava a contragosto ou em tom de reclamação, todos eram fonte de prazer para seus companheiros (…) Eles têm uma noção de que quando pessoas estão reunidas, um pouco de silêncio ocasional é muito mais saudável a fim de melhorar o nível da conversação do que um falatório constante. Isso eu provei na pele, e entendi que, nesses interstícios, evocava com naturalidade idéias frescas e altamente propícias para a continuidade do discurso!”

“Sem falsa modéstia, devo acrescentar que tão-só minha presença já era um estimulante para inúmeras conversas. Meu mestre sempre inteirava seus convivas dos detalhes de minha história que ele havia recentemente aprendido, e relatava as coisas que aprendera sobre minha terra natal. Todos se compraziam em discorrer sobre esse mar de novidades, necessariamente com resultados pouco lisonjeiros para a Europa. Serei pudico o bastante para não reproduzir aqui essas conversas.”

“Quando sucedia de eu fitar meu reflexo na superfície dum lago ou duma fonte, virava o rosto por reflexo, enojado, detestando meu próprio aspecto. Por outro lado, isso foi me fazendo tolerar um pouco mais o aspecto dos Yahoos da ilha. De tanto conversar com os Houyhnhnms e apreciá-los com os olhos, admirado de sua nobreza e superioridade, fui adquirindo seus maneirismos. Primeiro era simples emulação, depois se cristalizou em hábito. Meus amigos me dizem, hoje em dia, de forma bastante áspera, Você trota como um cavalo!, o que eu, no entanto, tomo como elogio. Tampouco desminto que ocasionalmente, no meio da fala, emito de repente sons guturais de Houyhnhnms, sem dar por mim. Os Yahoos europeus me ridicularizam, mas isso em nada me mortifica.”

“na última assembléia geral, quando o assunto dos Yahoos foi abordado, você estando ausente por motivos óbvios, os representantes do plano de extermínio Yahoo se expressaram ofendidos de que eu criasse um Yahoo em meio à própria família, e aliás, mais como Houyhnhnm que como um animal selvagem. Disseram que eu era sempre visto dialogando com você, o que aos olhos dos locais parecia significar que eu extraía prazer e edificação dessas conversações. Que, enfim, sua companhia me era extremamente agradável. Reiteraram que essa prática é inaceitável de acordo com a razão e a natureza, nem fôra jamais ouvida de antanho. A assembléia, sendo assim, exortou-me a ou tratá-lo como os demais de sua espécie, ou providenciar para que você fosse mandado embora, nadando, de volta ao lugar de onde veio. O assunto foi votado entre todos. O primeiro expediente foi rejeitado de pronto por todos os Houyhnhnms que já o viram em minha casa e que com você trataram durante esse tempo. A rejeição se baseava nestas razões elementares: como Yahoo capaz de demonstrar uma proto-razão, você me distinguia nitidamente dos outros Yahoos, depravados inatos; misturá-los seria correr o risco de que você os seduzisse com seus talentos para constituir uma nação isolada entre os bosques e montanhas da ilha, e, preparando um exército, invadisse e pilhasse nosso vilarejo durante a madrugada. Porque é óbvio que uma raça que abomina o trabalho preferiria roubar nossos rebanhos que se dar trabalho de criar algum. Meu mestre acrescentou: Sou constantemente cobrado por meus concidadãos e vizinhos, portanto, para cumprir o segundo desígnio daquela reunião. Infelizmente não posso procrastinar mais esta partida, meu amigo! Creio que, como você mesmo explicou, é-lhe impossível nadar até outro país. Por isso, é razoável iniciar os preparativos para construir-se um veículo capaz de fazê-lo singrar pelas águas até sua terra! Você já descreveu como se faz um navio, então nós podemos fazer isso!”

“Enorme tristeza e pesar recaíram sobre mim ao terminar de ouvir o discurso de meu mestre. Incapaz de suportar este sofrimento, desabei sobre seus pés. Quando readquiri consciência dos meus atos, ele continuou: Eu pensei que você havia morrido. Isso porque nenhum Houyhnhnm está sujeito a esses surtos de imbecilidade. Respondi, ainda com voz embargada: Ó, preferira mesmo a morte! Não posso culpar os habitantes do lugar nem a votação da assembléia, nem a disposição solícita de todos os nossos amigos mais próximos. Não obstante, no meu corrupto e débil juízo, considero que seria mais razoável ter havido menos rigor nesta sentença. Pois é de conhecimento de todos que eu não conseguiria nadar nem sequer 10km, sendo que o pedaço de terra habitado mais próximo deve distar mais do cêntuplo desta distância. Além disso, muitos dos materiais necessários para construir um barco (navio pequeno) estão simplesmente em falta neste país! Ainda assim, em obediência e gratidão a você, mestre, e a sua hospitalidade, eu irei tentar, até o fim, esta construção – embora tema ser a coisa que não era, não é e nem será! Por isso, mestre, não me considere ainda mais vil se lhe parecer que eu me comporto como alguém já condenado à destruição!”

“em 6 semanas, com a ajuda do servo acastanhado, que para ser franco executou as partes mais árduas, eu concluí o que posso chamar de uma vertente indiana de canoa, embora maior do que qualquer uma que eu tenha conhecido, tendo feito um teto de peles de Yahoo, firmemente amarradas com fios de cânhamo que eu mesmo extraí da vegetação e preparei.”

“quando me dispus a prostrar-me, para beijar seu casco, ele gentilmente ergueu sua pata alguns centímetros até minha boca. Eu não ignoro quão gravemente fui censurado entre meus colegas Yahoos europeus por citar essa parte de minhas viagens. Digam o que disserem os detratores, que é improvável tudo isso, i.e., que tão ilustre indivíduo, autêntico garanhão, tenha se prestado a rebaixar-se ao meu nível, não se incomodando de ser visto numa posição humilhante com uma criatura inferior, etc., etc.! Eu mesmo já li muita literatura de viagem: sei o quanto os viajantes adoram se jactar de enormes favores que receberam de estrangeiros!”

“Comecei minha desalentada viagem dia 15 de fevereiro de 1714, ou teria sido 1715? 9AM.”

“Eu ouvi, ainda, de alguma distância, o serviçal acastanhado, que nutria por mim uma grande estima, e que gritava: Hnuyillanyha, majah Yahoo! (Cuide-se, o nobre Yahoo!).

Meu intuito, agora que estava em alto-mar, era, se possível, descobrir qualquer ilhota desabitada mas que fôra propícia para, com meu suor, me servir de abrigo para as necessidades mais básicas da vida. Àquele momento eu acharia este módico fim muito mais feliz do que me tornar primeiro-ministro na nação mais culta. Na verdade eu estava com pavor de voltar aos homens, i.e., aos Yahoos organizados!”

“Baseado em nada além de conjeturas, deu em mim de rumar para leste, imaginando poder assim atingir as ilhas da costa sudoeste da Nova Holanda¹”

¹ Nada mais, nada menos que o então recém-descoberto continente australiano!

“Em 8 horas eu havia chegado ao litoral sudeste da Nova Holanda. Isso confirmou minhas já antigas suspeitas de que mapas e cartas geográficas situam este país ao menos 3 graus mais a leste do que ele realmente está localizado; eu já comuniquei este pensamento há muitos anos para meu grande amigo o Senhor Herman Moll,¹ dando justificativas plausíveis, muito embora este emérito estudioso tenha optado por outro viés baseado em outros autores.”

¹ Cartógrafo do XVII e XVIII. Sua data de nascimento e nacionalidade não estão bem-consolidados, mas seria holandês (radicado em Londres). Nessa época o oceano Atlântico ainda era chamado de “Mar do Império Britânico”. Um mapa de Moll serviu de pretexto para os franceses alegarem possessão de uma certa colônia, contra os ingleses, argumento que foi refutado pelas expedições de James Cook. Defoe (o autor mais parecido com Swift que existe!) era amigo pessoal de Moll. Outro detalhe curioso: no séc. XIX (ou seja, muito depois de Swift), um homônimo Herman Moll, alemão, foi preso e condenado a passar seus dias numa penitenciária na… AUSTRÁLIA! Esse degredo, ao contrário do que poderia parecer, não teve a ver com homicídio, mas apenas com questões de contravenção comercial (roubou dinheiro do patrão, comerciante de tabaco). Cumprido apenas ¼ da pena de 10 anos, ele foi solto e pôde lecionar em York.

Um globo terrestre fabricado e comercializado por Herman Moll.

“Não encontrei moradores na costa. Sem carregar nenhuma arma, tive receio de explorar o interior. Encontrei alguns crustáceos na areia e os comi crus, pois se acendesse fogo podia ser que nativos hostis me detectassem. Prossegui por 3 dias me alimentando de ostras e lapas ou outro molusco qualquer. Dessa forma eu não gastava minhas próprias provisões do barco. Encontrei uma excelente fonte de água doce, o que muito me reconfortou!

No quarto dia, me arriscando de manhãzinha um pouco imprudentemente, divisei de 20 a 30 aborígenes a não mais do que meio quilômetro de distância. Eram índios completamente nus, havia homens, mulheres e crianças no bando, estavam em volta duma fogueira; não vi fogo, mas vi fumaça. Um deles, incontinente, reparou em mim e logo avisou seus amigos. Cinco vieram correndo em minha direção, deixando as mulheres e crianças para trás. Eu também corri para salvar minha vida. Pulei na canoa e parti. Os selvagens, notando que não daria tempo de me alcançarem, atiraram flechas; uma me atingiu profundamente na parte interna do joelho esquerdo: tenho a cicatriz até hoje. Temendo o pior – que a flecha ainda por cima tivesse sido embebida em curare –, remei intensamente até fugir do alcance de qualquer projétil (era um lindo dia, o mar estava calmo). Quando me senti fora de perigo imediato, comecei a chupar a ferida para tirar o eventual veneno, e tratar a hemorragia com o que tinha em mãos.”

“Entre todos os meus impulsos, meu ódio pelos Yahoos foi o que falou mais alto: virei minha canoa e velejei e remei no rumo sul, atingindo o mesmo córrego que atravessara pela manhã, calculando que seria menos pior lidar com esses selvagens do que viver entre os europeus mais uma vez.”

“Os marinheiros, quando aportaram, notaram na minha canoa e, inspecionando-a, conjeturaram logo de cara que o dono não podia estar muito longe. Quatro deles, bem-armados, começaram a busca, revirando qualquer fenda ou buraco que achassem. Me encontraram totalmente vulnerável atrás da rocha. A primeira reação deles foi de espanto, com meus trajes tão bárbaros. Meu casaco era de peles, as solas dos meus sapatos de madeira, minha calça de pêlos. Eles, porém, adivinharam rapidamente que eu não era um nativo, pois que todos ali viviam pelados. Um dos homens da tripulação, um português, mandou que eu me erguesse e perguntou quem era eu. Eu compreendia seu idioma, então obedeci e comecei: Sou um pobre Yahoo banido de entre os Houyhnhnms. Por favor, deixai-me partir! Eles ficaram ainda mais atônitos ouvindo minha resposta em português fluente e, estudando melhor minhas feições, também arrazoaram que eu era um europeu como eles. Porém, não podiam compreender nada disso de Yahoos e Houyhnhnms. Caíram na risada, não nego, diante do meu acento um tanto… gutural. Disseram na minha cara que eu parecia um cavalo relinchando! Na hora eu senti grande indignação misturada com medo, e pus-me a tremer. Eu pedi novamente para ser deixado em paz e abandonado, e sem esperar resposta fui tranqüilamente caminhando para minha canoa. Eles me impediram e perguntaram: De que país vens tu? Na verdade eles perguntaram muitas coisas que eu não posso me lembrar. Eu disse que nascera na Inglaterra, de onde saíra 5 anos atrás – naquele ano Portugal e os ingleses se entendiam muito bem. Então eu voltei a demonstrar confiança e a esperar a concórdia que existe entre pessoas de duas nações civilizadas, desejando ir embora. Em minha pressa eu expliquei que era um Yahoo miserável procurando qualquer lugar desolado para passar o resto de minha desafortunada vida.

Quando eles começaram a discutir entre si eu senti que nada do que eu escutava ou contemplava podia ser mais anti-natural. Para mim era como ver cachorros raciocinando e falando! Vacas falando inglês, Yahoos inteligentes no País dos Houyhnhnms!”

“Eles tinham certeza que o capitão aceitaria levar-me de graça (como dizem em Português) para Lisboa, de onde eu poderia me virar e voltar sozinho à Inglaterra. Informaram que 2 da companhia voltariam agora ao navio para relatar do achado ao capitão e saber de sua decisão. Nesse meio-tempo, a menos que eu jurasse solenemente que não fugiria, disseram que iam me manter sob custódia. Eu achei melhor ceder a estes apelos. Eles estavam bastante curiosos para saber toda minha história, mas eu não pude satisfazê-los. Creio que isso os fez pensar que eu sofri alguma desgraça que comprometeu o meu juízo.”

“O cheiro deles quase me fazia desmaiar. Por fim, não mais agüentando de fome, eu pedi licença para apanhar algo de minha própria canoa. Mas o capitão, querendo ser gentil, ordenou que me trouxessem galinha e um bom vinho, além de preparar uma cama para mim numa cabine asseada. Eu não queria de maneira alguma tirar meus trajos, nem quando estava só. Enrolei-me na coberta, portanto, e em meia hora, imaginando que a tripulação estivesse comendo, saí de minha cabine – planejava pular no mar, por uma das laterais do navio, e nadar de volta para a ilha. Qualquer coisa a viver entre Yahoos! No entanto, tive a infelicidade de que um dos marinheiros detectou-me e preveniu meu ato. Informando o capitão, foi acorrentado na cabine.

Depois do jantar, Dom Pedro veio a mim, desejando saber a razão do meu desespero, capaz de conceber um plano tão absurdo. Ele garantiu que só queria meu bem e fazer por mim o que estivesse a seu alcance nessa situação. Ele se expressou de uma forma tão terna que me comoveu, a ponto de eu conseguir tratá-lo, a partir desse momento, como um animal capaz de alguma faísca de razão! Eu elaborei um resumo conciso de minha última aventura. Contei da conspiração de meus homens a bordo. Do país misterioso em que me deixaram e dos meus 5 anos de vida ali. Mas ele reagiu como se eu não tivesse narrado mais do que um delírio ou sonho. Não pude esconder minha reprovação. Pois estava agora fora de minha natureza o dom de mentir, tão peculiar aos Yahoos! Não importa a nação, um Yahoo nunca muda sua conduta – eles estão sempre resguardados contra o discurso dos outros, sabendo que, como eles próprios, outros Yahoos são bem capazes de mentir por qualquer coisa. Eu perguntei a Dom Pedro: É costume, em Portugal, falar a coisa que não é? Isso de que qualificas minha história é algo que tenho de refletir muito para lembrar que existe, falsidade, conto, falácia, ilusão!… Se eu tivesse vivido mil anos no País dos Houyhnhnms ainda assim não teria escutado uma só mentira do mais estropiado dos serviçais! Eu não dou valor ao fato de ser acreditado ou não; tu estás me ajudando muito, então não concederei qualquer importância à corrupção de tua natureza interior. Me prontifico a responder qualquer questionamento teu! A verdade existe para quem queira compreendê-la!

O capitão Dom Pedro, homem vivido, depois de muito me testar e confrontar minhas respostas a diferentes perguntas, típico procedimento para apanhar alguém na mentira, começou, enfim, depois de um tempo, a considerar que minha veracidade fosse-lhe plausível. Já que tu dizes que tens um apego inviolável pela verdade, tu deves dar-me palavra, Gulliver, palavra de honra, palavra de homem, de que me farás companhia nessa viagem, até o final, sem atentar, outra vez, contra tua própria vida; porque se tu fizeres o que fizeste de novo, e fores apanhado, ou se não concordares com meus termos, passarás todo o trajeto até Lisboa confinado, tratado como prisioneiro. Eu prometi que seguiria com ele até o fim da viagem, embora protestando e antecipando meu futuro: Sofrerei as mais amargas inclemências, para mim está bem! Mas não volto a viver entre Yahoos!

Nossa viagem transcorreu sem nenhum imprevisto. Em gratidão ao capitão pela simpatia que demonstrou para comigo, por mais que achasse repelente lidar com Yahoos, sentei ao seu lado e tentei ser sociável. Mas às vezes eu não podia esconder que aquilo tudo ofendia meu ser. Mas ele, eu via bem, fingia que não notava. Além do mais, a maior parte do dia eu ficava sozinho na cabine. Eu não gostava de ver Yahoos o tempo todo. O capitão tentou me convencer por diversas vezes a tirar minhas roupas rústicas e ofereceu as melhores roupas que tinha no armário. Eu jamais cederia. Sinceramente, me causava nojo pensar em revestir meu corpo com algo que já foi vestido por um Yahoo! Eu na verdade, devido à insistência do capitão, tolerei apenas que me arranjasse duas peças limpas, nunca usadas, as mais simples. Ou, se não fosse possível, ao menos que houvessem sido lavadas. Pensei que isso não denegriria, apesar de não ser o ideal. Toda noite eu retirava a roupa usada ao longo do dia e me encarregava eu mesmo de lavá-la cuidadosamente.

Chegamos em Lisboa em 5 de novembro de 1715. Quando desembarcamos, o capitão obrigou-me a colocar sua capa por cima de minha roupa andrajosa, para evitar aglomerações e rebuliço. Ele me alojou em sua própria casa. Ao meu próprio pedido, deixou-me ficar no cômodo mais afastado, no sótão e nos fundos. Eu implorei que ele ocultasse de todos os demais Yahoos tudo que confiei-lhe a respeito dos Houyhnhnms. Imaginei que qualquer detalhe dessa história causasse um sem-número de Yahoos vindo atrás de mim, além de ser uma coisa tão difícil para as mentes limitadas dos Yahoos compreenderem que com certeza eu poderia ser acusado de ir contra a moral e ser preso, se é que não queimado pela Inquisição! O capitão assentiu e me convenceu, por seu turno, a aceitar vestes limpas e novas. Eu cedi, mas não aceitei que o costureiro tomasse minhas medidas. Dom Pedro, sendo por acaso aproximadamente da mesma altura e peso que eu, não obstante, as roupas ficaram ótimas em mim. Ele providenciou tudo que melhorasse minha condição; mas eu não aceitava entrar em contato com nenhum objeto antes que ele se desempesteasse dos germes yahoos após pelo menos 24h ao ar livre!

O capitão não era casado, nem tinha mais do que 3 discretos empregados. Eu roguei que nenhum deles fosse visto durante nossas refeições. Devo confessar que a postura do capitão foi tão digna e honrada, sua camaradagem tão desinteressada e rara, seu entendimento humano tão elevado, que eu comecei a tolerar sua companhia, de verdade, não apenas por obrigação! Ele foi me conquistando e me socializando de tal maneira que eu já começava a olhar pela janela do meu cubículo. Gradativamente fui passando para outros quartos e, tomando coragem, depois de muito observar alguns pedestres, dei os primeiros passos na rua. Meu pavor estava bem diminuído. Mas meu desprezo e descontentamento pelo Yahoo em geral, esses creio que jamais se embotarão. E quanto mais nos engajamos em interações sociais, digo-vos, mais tende a aumentar esse ódio! Enfim, eu aceitava dar passeios, sempre em sua companhia. Mas o que mais ofendia minha sensibilidade continuava a ser o cheiro horrível dessas criaturas, de modo que eu precisava deixar meu olfato insensível com arruda ou até mesmo tabaco antes dessas ocasiões!

Depois de dez dias, Dom Pedro, a quem também prestei algumas informações sobre minha vida européia prévia, deu sua palavra que não se sentiria de consciência leve enquanto eu não retornasse a meu próprio país e vivesse em meu lar com minha esposa e meus filhos. Ele me relatou que havia um navio mercante inglês no porto, prestes a seguir viagem, e que ele me daria tudo que fosse necessário para empreender essa pequena viagem. Ah, seria tedioso repetir item por item todos os seus argumentos, e todas as minhas objeções, uma e a uma! Dom Pedro disse: É inviável achar uma ilha tão deserta e remota como este lugar em que tu desejas te confinar! Mas usa tua prudência e sabedoria, confina-te em tua própria casa, passa teu tempo de maneira reclusa como mais te aprouver!

Sem remédio, tive de aceitar sua proposta. Deixei Lisboa dia 24 de novembro, no navio mercante britânico. Nunca perguntei quem era o capitão da embarcação. Dom Pedro me acompanhou até a nave e me emprestou 20 libras. Se despediu muito cortesmente e até me abraçou, o que tolerei tão bem quanto pude. Nesta última viagem eu não travei contato nem com capitão nem com contra-mestre. Simulando estar doente, enclausurei-me na cabine. No quinto dia de dezembro de 1715, ancoramos em Downs, às 9 da manhã, aproximadamente. Às 3 da tarde eu estava no umbral de minha própria casa em Rotherhith.(*)

(*) A edição original e a de Hawkworth trazem este nome. Como o leitor pôde perceber, entretanto, Redriff era a casa de Gulliver na estória, de modo que pode ser uma simples omissão do autor.

Minha mulher e meus filhos me receberam com a mais cândida surpresa e euforia – eles imaginavam, e com razão, que eu já estava sete palmos sob a terra. Devo confessar, contudo, que à primeira vista eu senti esse contato com eles como repelente, quando muito indiferente. Embora eu tivesse jurado e me obrigado, desde que abandonei os Houyhnhnms, a ser tolerante e condescendente com os defeitos yahoos, tendo ademais resolvido honrar a promessa que fiz a Dom Pedro de Mendez, minha memória e imaginação estará perpetuamente embebida na virtude e nos elevados conceitos houyhnhnmianos. Vencendo essa minha resistência pouco a pouco, acabei por copular com outro de minha degradante raça yahoo (isto é, com minha esposa) e dei origem a novos espécimes, já na metade declinante da vida. Ainda hoje, quando paro para pensar, me encho de vergonha, confusão e um certo horror atenuado por ajudar a propagar essa espécie…

Voltando ao momento em que adentrei meu lar após tanto tempo, minha esposa me abraçou, beijou, etc., e eu, não estando acostumado ao toque desse animal odioso, como que desfaleci, e meus parentes foram me reanimando aos poucos ao longo de cerca de uma hora. Neste momento em que escrevo, já faz 5 anos que voltei. Durante o primeiro desses anos, não suportava a constante presença de minha esposa e das crianças. Seu cheiro era pestilento! Muito menos comer no mesmo aposento que eles!! Até hoje, devido a minhas interdições daquela época, eles mal ousam tocar o meu pão, ou beber do meu copo. Ainda é muito difícil pegar na mão de qualquer pessoa que seja.

Na minha nova vida, a primeira coisa em que gastei dinheiro foi num par de cavalos de raça que criei muito confortavelmente num estábulo próximo de casa. Depois do aroma destes dois animais, o cheiro que mais me agrada é o do meu cocheiro. Sinto que remoço com o cheiro que aquele estábulo exala e deixa em quem passa muito tempo ali!

Meus cavalos me entendem. Eu converso com eles 4 horas por dia. Eles nunca viram rédeas nem sela. Vivem em grande companheirismo comigo mesmo, e em intensa harmonia um com o outro.”

“Caro leitor, confiei-lhe a mais verídica história possível de um viajante nato, que dedicou 16 anos e 7 meses de sua módica existência a explorar novos recantos do globo. Meu estilo é tão rústico quanto a verdade o exige: minha intenção é comunicar um sentimento, não ornar palavras vãs! Ao contrário dos autores deste gênero literário tão questionável, eu poderia lançar mão de recursos narrativos fabulosos para cativar a atenção do público, coisa que não fiz. Narrei com simplicidade apenas os fatos, da forma mais direta que me coube, num estilo sem afetação. A informação, a meu ver, tem de vir antes do entretenimento.”

“Eu desejaria a promulgação de uma lei que estabelecesse que o viajante, antes de poder publicar suas memórias ou diário de viagem, seria obrigado a jurar, diante da Suprema Côrte, que tudo aquilo que ele manda imprimir é a absoluta verdade ou pelo menos aquilo que há de mais veemente e sincero partindo de seu coração e de seu conhecimento e experiência. Uma medida simples e que deixaria o mundo um lugar muito menos traiçoeiro. Muitos escritores, com fins populistas, impõem as piores malversações e forjas de fatos que sempre engabelam o tipo do leitor desatento. Com muito desgosto, fucei de cabo a rabo inúmeros livros de viagem antes de escrever minha obra. Confesso que, quando nem tinha isso em mente, esses volumes me causavam prazer – à minha juventude, plena de tolice. Tendo eu mesmo conhecido de perto quase todo país e quase todos os costumes, tendo tido o privilégio de contradizer pessoalmente muitas das fábulas que chegara a ler, posso afirmar minha autoridade e minha distância destes autores. Não poderia indicar um só, além de mim mesmo, que não me desperte aversão e que não se apoie impudentemente na incrível credulidade humana.”

“Nec si miserum Fortuna Sinonem

Finxit, vanumetiam,

mendacemque improba finget.¹

Sei muito bem quão vil a longo prazo é a reputação de quem escreve sem gênio ou erudição, sem nem, aliás, talento algum, exceto uma boa memória ou uma precisão de publicista ou de capitão de navio. Também sei que escritores de viagem, como autores de dicionários, acabam chafurdando sob o peso dos inúmeros novos exemplares que são preparados todos os anos neste mesmo ramo, sendo o sucesso de uns o mesmo que o esquecimento de tantos outros. Sei o quanto tudo isso são correntes e modas passageiras. É até bastante provável, inclusive, que os viajantes que venham a visitar os mesmos locais por que passei e descrevi, detectando erros e omissões minhas (se houver), e complementando com novas descobertas de autoria própria, obliterem minha fama deste mundo, tornando-me no mínimo dispensável, no máximo completamente ignoto. Mas essa ‘mortificação’ seria o melhor dos mundos para mim, se eu escrevesse apenas por vaidade: mas quem escreve pelo bem coletivo não poderá reclamar de ser ultrapassado no futuro após dar sua parcela de contribuição! (…) Não vou preencher uma linha com os costumes dos Yahoos dessas nações remotas e corrompidas – diria que os menos corrompidos de todos são os brobdingnaguianos. As máximas que coletei em meio a este povo, em moral e política, sobrepassam tudo que se vê na Europa.”

¹ Mesmo se a Fortuna fez Sinona miserável, Ela não o tornou mendaz e improbo.

a Teve papel ativo na invasão, pelos gregos, da cidade de Tróia.

“Foi-me solicitado, assim que minha fama se espalhou, após meu retorno, como cidadão inglês, o relato preciso, a um secretário de Estado, de minhas expedições. A principal alegação para esta abordagem formal é que <se o primeiro que travou contato com estas civilizações é um inglês, então é justa a reivindicação da posse destas terras pela Coroa>. Porém, sem medo de ser censurado, declaro que tenho minhas dúvidas acerca de se a colonização dos lugares que visitei pode trazer qualquer progresso ou mesmo se ela é possível. Nem todos são índios americanos e nem todos são Fernando Cortez! Os liliputianos, para começo de conversa, mal pagariam o investimento: uma esquadra para submetê-los seria uma inútil despesa para o Tesouro. Já quanto aos brobdingnaguianos, minha pergunta é se qualquer tentativa nesse sentido é minimamente prudente ou segura! Além disso, será a marinha inglesa páreo para as Ilhas Flutuantes sobre nossas cabeças?! Não sentiríamos vertigens mesmo que <os conquistássemos>? Os Houyhnhnms me parecem os menos preparados para se defender militarmente. No entanto, fosse eu ministro de Estado, jamais aconselharia uma tal expedição – invadi-los!!! Sua prudência, consenso interno, coesão social e adaptação ao meio, despojo das preocupações fúteis e falta de temor, seu amor pátrio, seriam talvez substitutos mais do que perfeitos para a inocência na arte militar. Imaginem 20 mil deles colidindo de frente com uma armada britânica! Furando nossas fileiras, capotando nossas carruagens, esmagando os crânios de nossos infantes com seus sólidos cascos até serem transformados em papa! De fato penso que os Houyhnhnms merecem o adágio atribuído a Augusto César: Recalcitrat undique tutus (Recalcitrância onipresente é segurança).

Ao invés de propostas insolentes de colonização deste paraíso na terra, eu desejaria a inclinação da Coroa por enviar uma delegação diplomática solicitando que os Houyhnhnms, quem sabe, se dispusessem a perder alguns de seus indivíduos mais pacientes para nos ensinar e nos civilizar, para transformar a Europa e ensiná-la, finalmente, pela primeira vez, as bases da honra, justiça, verdade, temperança, espírito público, resiliência, bravura, castidade, amizade, benevolência e fidelidade. Todas as virtudes que nomeamos em todas as nossas línguas que se podem encontrar na literatura moderna ou também na antiga, em todas essas os Houyhnhnms se sobressaem. Com minha parca erudição, é o que posso com certeza afirmar.”

“eles matam duas ou três dúzias de nativos, trazem outras tantas nos navios, obviamente na base da violência, como amostra grátis; ao voltar para casa são perdoados. E a colônia conquistada ganha a bênção e o direito divino. Naves são novamente despachadas à primeira oportunidade. Os autóctones são, então, conduzidos à destruição inexorável. Seus monarcas são torturados até revelarem a localização de seu ouro; o monopólio sobre as riquezas daquela extinta nação é imediatamente concedido para que nos banhemos no sangue de inocentes, lição de crueldade e luxúria incomparável!”

“Mesmo assim, a descrição desse processo escravizador e desumano não parece afetar a auto-estima britânica, que deveria ser o exemplo do mundo em termos de sabedoria, delicadeza e imparcialidade ao implantar Colônias! Seus dons liberais no avanço da religião e da educação; seus devotos cabeças na propagação da cristandade; sua precaução em habitar a terra de vidas pacatas e tementes a Deus. Enfim, deveria partir deste Reino, deste Império-Mãe da humanidade, a iniciativa no emprego da justiça e na exportação de um modelo de administração civil impecável para todas as colônias incivilizadas do globo terrestre, sem se deixar conspurcar ou corromper pelos barbarismos estrangeiros. Para corar, por assim dizer, oportunamente, todo este estado de coisas, a Grã-Bretanha deveria delegar aos homens mais judiciosos de todos, interessados exclusivamente na felicidade geral, a missão de ser os representantes da Rainha e do Rei nestas paragens remotas, nestes recantos tão distantes da metrópole!”

“E no entanto, se aqueles que realmente cuidam destes assuntos julgarem que cometo uma irresponsabilidade, estou disposto a me render, baixar a cabeça e sofrer o jugo de sua Lei. Mas jamais direi uma mentira: nenhum europeu pisou nestes países antes de mim. Se os habitantes de cada um destes reinos tiver voz, eles confirmarão o que digo. Claro que essa primazia quiçá possa ser também atribuída aos dois Yahoos lendários que foram vistos no topo de uma montanha no País dos Houyhnhnms. Eis a única exceção que eu admito.”

“Semana passada comecei a autorizar minha mulher a sentar comigo para jantar, mas na outra ponta da mesa, por enquanto. E dei-lhe a devida vênia para responder (com concisão) as perguntas que eu a dirigir, se estiver no humor.”

DO EDITOR AO PÚBLICO (POSFÁCIO: Problemas de família!) (tal qual na 1ª edição da obra)

“O autor destas Viagens, o Senhor Lemuel Gulliver, é meu mais antigo e íntimo amigo. Há algum parentesco entre nós do lado materno, inclusive. Cerca de 3 anos atrás, o Senhor Gulliver, cansado de receber curiosos em sua habitação, em Redriff, comprou um pequeno naco de terra, com uma casa não-luxuosa, mas confortável, nas proximidades de Newark, Nottinghamshire, seu condado de nascença. Agora o Senhor Lemuel vive mais afastado dos homens do que nunca, pelo menos enquanto não esteve em suas viagens. Apesar desse retraimento social, meu primo algo distante não é por isso menos querido pelos seus vizinhos.”

“Antes de deixar Redriff, ele deixou-me em posse dos referidos papéis, um relato de suas viagens pelo mundo, dando-me a liberdade para fazer com eles o que eu bem entendesse. Eu li suas memórias com esmero, três vezes.” “Há um indistinto ar de verdade por toda a obra. O próprio autor foi tão reconhecido por seus iguais como sendo uma pessoa veraz que se tornara uma espécie de provérbio entre seus vizinhos de Redriff, quando qualquer um afirmava alguma coisa, que tal coisa era tão verdadeira como se o Senhor Gulliver a tivesse dito.”

“Esse volume seria pelo menos duas vezes maior, se eu não tivesse tomado a iniciativa de suprimir trechos inteiros, inúmeras passagens, diria eu, referentes a ventos e marés e todas essas coisas chatas… Ninguém quer saber que clima fazia durante o trajeto, ou qual o ângulo do navio em relação a não sei que objeto! Como nos diários de bordo dos capitães, redigiu-se, nos manuscritos originais, com precisão milimétrica, cada procedimento, como o que se faz diante da ocorrência de uma tempestade, naquele linguajar técnico dos navegadores. Longitudes, latitudes, graus isso, graus aquilo, abundam. Temo que o Senhor Gulliver possa ter se arrependido de conceder-me liberdade para mexer em sua papelada, mas, enfim, sigo minha consciência.”

“Se minha ignorância em assuntos marítimos pode ter me levado a cometer erros e omissões, digo, pois, que me responsabilizo abertamente por essas deficiências. Se qualquer viajante vier a apresentar a curiosidade pela versão integral desses relatos, como haviam sido deixados pela pena do escritor, sem minha intervenção, eu terei a bondade de atender essas pessoas.”

Richard Sympson

CARTA DO CAPITÃO GULLIVER A SEU “PRIMO” SYMPSON

“Espero que você esteja pronto para admitir publicamente, quando de oportunidade, que por seu imenso e assíduo sentimento de urgência você me convenceu a publicar um relato muito vago e impreciso de minhas viagens, com, entretanto, a promessa de que minha falta de estilo seria consertada por jovens senhores acadêmicos, assim como fizera meu outro primo Dampier, após aconselhamento meu, em sua obra intitulada Viagem ao redor do mundo.¹ Porém, diferente do que você diz no começo do posfácio, não lembro de ter-lhe dado poder total para omitir trechos de minha narrativa, e muito menos para fazer interpolações. Sendo assim, quanto às últimas, eu abdico formalmente mediante esta comunicação de qualquer responsabilidade de autoria nos casos em que foi o editor quem escreveu pela minha pena! Devo citar, ilustrativamente, um parágrafo inteiro sobre sua majestade, a Rainha Ana, cujo nome é sinônimo da mais pia glória: embora a reverencie e a estime mais do que qualquer ser humano, vejo que o editor se excedeu ao enaltecer tanto um bípede, em cotejo ao meu mestre Houyhnhnm. (…) Sendo assim, você me fez falar a coisa que não era. E também faço referência à academia dos projetistas, e a inúmeras outras passagens – parece que no último quarto do livro é pior! – dos meus diálogos com o mestre Houyhnhnm. Ou você omitiu circunstâncias materiais importantes ou fez questão de mutilar meus pensamentos ou desfigurá-los de tal forma que o desiderato tornou-se irreconhecível até para mim mesmo.”

¹ Mais um exemplo do que poderíamos chamar de proto-derrubadas da quarta parede promovidas por Swift, ao trazer fatos do mundo real para prestar ainda mais realismo a sua prosa: Dampier completou a circunavegação do globo pelo menos 3x e realmente registrou seus achados numa obra com este título.

“Você poderia fazer o favor de explicar como uma coisa que eu disse, tantos anos atrás, a cerca de 5 mil ligas de distância, em outro reino, poderia se aplicar livremente a qualquer dos Yahoos, que, diz-se, em seu conjunto governam o rebanho. Tanto mais que, àquela ocasião, eu mal temia ou mal pensava na possibilidade infeliz de voltar a estar entre eles! Não tenho eu muitas razões de queixa, quando vejo esses mesmos Yahoos sendo puxados por Houyhnhnms em veículos, como se estes não passassem de brutos, e aqueles chegassem a criaturas racionais? Para evitar visão tão monstruosa e mesquinha, entre outros motivos, é que eu decidi me recolher ao campo!”

“Favor considerar, tanto quanto eu já lhe pedi que considerasse, em prol, como você mesmo diz, do <bem comum>, que os Yahoos não passam de uma espécie de animais completamente incapazes de reabilitação ou de aperfeiçoamento via preceitos morais: assim está provado. Porque vê-se que, em vez de um brusco cessar de todos os abusos e corrupções, ao menos nesta pequena Ilha, como eu teria meus motivos para suspeitar, vê-se, dizia eu, após 6 meses do escândalo que foi a publicização do meu livro, que nada mudou; não veio ao meu conhecimento uma só notícia de <efeito favorável> após a divulgação de minhas boas intenções. Como estou retirado no campo, portanto, peço-lhe que me envie, por carta, o informe do fim dos partidos e facções, da justiça imparcial dos juízes, da modéstia e honestidade dos advogados – com tinturas de bom senso –, da transformação desse sórdido bairro londrino chamado Smithfield numa praça para piqueniques, com muitas árvores e uma biblioteca cheia de livros de boas leis em detrimento do pelourinho de execuções hipocritamente ladeado por igrejas góticas, que é o que lá se encontra hoje, da verdadeira nobreza na formação de nossos nobres sem-caráter, do banimento dos atuais médicos, da virtude, honra, sinceridade e bom senso das Yahoos-fêmeas, das côrtes daninhas e torrentes de ministros varridos para sempre, da inteligência, presença de espírito e mérito finalmente recompensados da forma que merecem, da condenação à morte por inanição de todos esses espalhadores de desgraças em prosa chamados jornalistas (mande-lhes comer seu próprio algodão se estiverem famintos! mande-lhes secar seus potes de tinta, se estiverem com sede!);  deixe-me saber de todas essas coisas, se um dia elas vierem a ocorrer!… (…) 7 meses, creio eu, seria tempo mais que suficiente para corrigir todo vício e tolice a que os Yahoos são sujeitos, se, e somente se, sua natureza fosse de fato minimamente capaz de aprendizado e inclinada à sabedoria!”

“Leio, ainda, que sou acusado de refletir sobre pessoas de altos cargos sobre quem eu não teria nada a dizer; acusado de degradar a natureza humana! – que natureza humana?, sou aqui obrigado a contestar –, e de difamar o sexo frágil!! Conquanto essas críticas não me venham em uníssono, afinal o bando dos escritores é sempre desunido e cheio de desavenças de opinião, e alguns deles, em vez de me atacarem por dizer o que digo, preferem se negar a acreditar que este livro é de minha pena, i.e., que eu tenha sido o autor de minhas próprias viagens! Para estes, eu achei ou roubei estes escritos de alguém ou algum outro lugar. Mas, de acordo com uns terceiros, eu não só escrevi As Viagens de Lemuel Gulliver como eu escrevi uma outra horda de livros, que eles inclusive se dão ao trabalho de elencar!

Digo que seu tipógrafo foi tão negligente que confundiu a cronologia, havendo trocado as datas de muitas das minhas partidas e regressos! Às vezes nem sequer o ano ele imprimiu corretamente, quem dirá o mês. Seria pedir demais que ele acertasse O DIA! Ouvi dizer que o manuscrito original foi, infelizmente, destruído e que desde a publicação da primeira tiragem não temos mais acesso a seu conteúdo veraz. Eu não me dei ao trabalho de produzir uma cópia antes de enviar-lhe este manuscrito, e portanto ele era o único no mundo. Sem embargo, ainda diante de tamanhos desconsolos, eu lhe enviei uma variedade de correções, as mais importantes, para que você gentilmente insira nos lugares corretos – se, é claro, vier a existir uma segunda edição!”

“Nas minhas primeiras viagens, enquanto ainda jovem, fui ensinado pelos mais experientes marinheiros, e portanto aprendi a redigir como eles. Desde então, contudo, verifiquei que os Yahoos marítimos da nova geração são tão aptos quanto os telúricos para inventar gírias e maneirismos de linguagem, de forma que as expressões que eles empregam mudam de ano a ano.”

“Se a censura dos Yahoos pudesse afetar-me em algum grau, teria eu imensas razões para reclamar. Alguns são tão convencidos e opiniosos que consideram meu livro de viagens como mera ficção ou delírio mental, e foram longe o bastante a ponto de teorizar que os Houyhnhnms e os Yahoos são tão ‘reais’ quanto os habitantes da ilha de Utopia de Thomas More!

Quanto aos povos de Lilliput, de BrobdingRag (como é a correta grafia da palavra, e não Brobdingnag como consta da 1ª edição!) e de Laputa, confesso que nunca me deparei com um Yahoo presunçoso a ponto de questionar suas existências, nem as informações sobre suas culturas que eu tornei públicas. Isso, claro, porque a veracidade tem um poder de convencimento imediato sobre o leitor. Quanto ao meu relato dos Houyhnhnms e Yahoos, se há menos plausibilidade, a culpa não é minha: vejo milhões neste mesmo continente desta última espécie! Nossas diferenças para com os Yahoos do país dos Houyhnhnms podem se resumir a duas: uma é que os urros que eles utilizam à guisa de linguagem soam estranhos a nossos ouvidos; a outra é que não andamos pelados (ou será que eles é que não andam pelados, já que a pelugem deles recobre todo o corpo, enquanto nós precisamos de tecidos para esse mesmo fim?). Eu escrevi sobre os povos que conheci, e sobretudo sobre os Yahoos, para emendar os nossos Yahoos, e não para bajulá-los! Enaltecer com palavras inócuas toda nossa espécie seria mais inconseqüente, para mim, do que os relinchos dos dois Houyhnhnms ‘degenerados’ que eu crio em meu estábulo. Porque estes, a despeito de decaídos em relação aos seus ancestrais, eu ainda consigo educar e corrigir-lhes os vícios até um certo ponto!”

“Concluo que eu jamais deveria ter concebido um projeto tão absurdo como o da reforma da raça Yahoo deste reino. Mas deixe estar, isso era coisa de meu eu idealista de outrora: já deixei estes esquemas visionários para trás, em definitivo.

2 de Abril de 1727.”