[ARQUIVO] TURNING POINT PARTE II

Originalmente publicado em 8 de fevereiro de 2010.

Me sinto potente para recomeçar! Demorou para me sentir assim – de novo… A novela da sucessão de erros culminando no ulterior sublime se re-representa… Uma pulsão, momentos e novos planos, ilusórios e hipotéticos, eu sei, mas jogados aqui, encenados aqui, encarnados neste frigorífico aqui! Energia bela e forte o suficiente para justificar e apagar… A borracha da primeira vez tinha sido aniquilada pelo ferro-velho sentimental da segunda onda de rancor. Quando eu fechei aquela ferida horrenda… ou melhor, quando a competente médica a suturou… esqueci-me da injustiça do pior ano da minha vida, me redimi e me considerei merecedor e renovado.

Então essa mesma criatura arrancou os pontos, e se fosse na barriga eu diria: as tripas pularam todas para fora! Só que o ferido de guerra nunca sabe que o último inimigo de pé e as caixas de primeiros socorros estão tão próximos! Cada brisa, cada baque, cada comando conspira a favor – CUIDADOS CHEGARÃO A TEMPO! Quando já se tornava contraproducente ao soldado lembrar a remoer seus tempos abortados de quartel – é como se antes o peso da lista de preocupações tivesse de dobrar, porque o espírito queria recordar todas as dores juntas… e aí as características da reconfortante amnésia das chagas foram dando seus sinais, um a um. Já não tenho que responder pelo que foi quase hoje! Já estou esquecendo, me despedindo de, o que me levou a essa reincidente paragem. É verdade que febres – e textos (e letras ruins!) – fecham ciclos? Na Fortaleza eu quis queimar etapas mas eu ERGUI mais etapas…

Mão amiga, logo ali, porque aprendi a confiar; até naqueles sobre quem deveríamos permanecer mais céticos! A espuma, o ciclone, vai passar? Preciso de um terceiro olho, me deslocar! O horizonte é belo, rumo à próxima ilha. Desencane, dessa vez não serei enganado… com noções de paraíso. A vida é como um rio. Eu me rio.

Estou um caco, que devo fazer? Insista! Há coisas que não são como copos d’água, que é o que menos vicia: apenas mais para cativar, para se domar! Estou procurando essa mulher nada aquosa: aquela que dá por si só a sede!

[ARQUIVO] RAPOSA

Originalmente publicado em 28 de janeiro de 2010.


Rainha

de mão-dupla

por que me manejas

com tanta destreza?

Santa, diabólica

sempre na moda

Invisível, chamativa

discrição de um mulherão

Futebol ou desenho animado

Desfile na passarela apenas fotografado

ou

espetáculo que é jogado

Com muito peso ou muito amor

Tão minha vizinha

que posso sentir o seu bafo

Mas ele é tão gelado!

Tão distante

porém nunca pense em obstáculos

que amedrontem um Orfeu

Assim careta ou destilada

Serelepe, quem sabe alta

Risonha, mais calada?

Tão ocupada em seu desleixo

tão desleixada em seus romances

de que secretamente

eu me queixo

Todas as delongas e brevidades

significam que te tenho

mas para sempre

abdico de ti?

Resolva-me o paradoxo,

Criatura única!

Falta de fome, excesso de sede

até quando posso dissecar minha própria sublevação

ou desolação

dessa paixão

duplamente – e por isso nunca –

correspondida?

Porque mesmo que nessa matemática 2 valesse 1 + 1

seria D+ pra qualquer um!

Sinto vontade de viver

sem lógicas e bê-á-bás… –

Bá!

Sotaque gaúcho não vai me ajudar

…dor, torpor, piranha, mordida, ferida

TREvas e relâmpagos e fé

moleca-mulher

tomar a iniciativa?

És de fato muito ativa

Será dessa categoria que precisas?

Por outro lado

quão galante

é uma garo(t)a

Paulista

Sereia do mar

faltam praias!

e redes sem furos!

Amiga, amiga

elegia

Fim da aristocracia!

SILVIA Y BRUNO – Lewis Carroll, Ou o Ovídio moderno. (trad. esp. Axel Alonso Valle)

¿Cuántos aficionados a la lectura (no digamos ya un ciudadano tristemente típico de los que únicamente lee la prensa deportiva o las revistas «del corazón») son capaces de mencionar hoy en día algún otro libro de Carroll aparte de las dos «Alicias»? Muy pocos. Y de esos pocos, la gran mayoría nombraría su otra obra magna, el extenso poema precursor de la literatura del absurdo La caza del snark. No obstante, como en el caso de todos los autores referidos, y de cualquier otro escritor que merezca ser calificado como tal, la producción de Carroll fue muchísimo más abundante.

Podríamos hablar de las decenas de miles de cartas que escribió a lo largo de su vida, muchas de ellas a los cientos de «amiguitas» cuya amistad siempre se esforzó por ganar y cultivar, y que constituían la mayor alegría de su, en ocasiones solitaria, existencia de soltero. (…) una selección de ellas ha merecido publicación en diversas ocasiones. También debemos mencionar sus obras matemáticas, la mayoría de ellas firmadas con su nombre real, Charles Lutwidge Dodgson. (Este siempre deseó mantener separado su alter ego literario de su yo real frente a los desconocidos, pues temía que su faceta de autor de libros infantiles le restara crédito cuando quisiera tratar temas más serios….) Al margen de sus escritos puramente especializados, dirigidos a colegas de profesión y expertos, compuso otros tantos en los que insertaba los problemas matemáticos en relatos o escenas noveladas, mediante los cuales buscaba acercar y popularizar estas materias entre el gran público, mostrar lo divertidas e interesantes que podían llegar a ser si se les daba una presentación lúdica.”

No obstante, como poeta «puro» o serio, Carroll nunca pasó de la segunda fila. Admirador de Blake, Coleridge, Wordsworth o el «poeta laureado» Tennyson, trató de plasmar sus preocupaciones e inquietudes emocionales y espirituales a la manera de estos, pero nunca logró estar a su altura en este ámbito.”

Los dos libros de Silvia y Bruno supusieron el mayor fracaso comercial y de crítica de su autor, pero con la perspectiva que dan los más de 100 años transcurridos desde que viesen la luz, resulta posible valorarlos en su contexto social y temporal, y atendiendo a la influencia que tendrían en escritores posteriores.

Silvia y Bruno y La conclusión de Silvia y Bruno fueron publicados en 1889 y 1893 respectivamente, y se gestaron durante más de 20 años partiendo de un relato breve escrito en 1867 para la revista Aunt Judy’s Magazine, «La venganza de Bruno», en el que el autor conoce a un par de hadas (los hermanos que posteriormente cederían sus nombres para el título de los libros) mientras da un paseo por un bosque en un día muy caluroso.”

Curiosamente, según cuenta el ilustrador de La caza del snark, Henry Holiday, en su

artículo «The Snark’s Significance» [La relevancia del snark], el famoso poema iba en un principio a figurar en Silvia y Bruno, [perfeito paralelo com Jabberwocky] pero la extensión que finalmente alcanzó la composición hizo cambiar de idea a Carroll y que este lo publicase de manera independiente.”

«¡Usted me crea una serie de problemas adicionales al ignorar tanto el texto! He tenido que reescribir varios pasajes, para que esté de acuerdo con la ilustración…», decía Carroll en una de sus cartas.”

De hecho, la imagen de la pequeña Silvia fue una de las cuestiones que más preocupó a Carroll, y que motivó las primeras discusiones. Harry Furniss, en su autobiografía Confessions of a caricaturist [Confesiones de un caricaturista], publicada en 1902, afirmaba haber recibido por carta instrucciones como estas por parte del escritor:

[Silvia y Bruno] no son hadas a lo largo de todo el libro, sino niños. Todas estas condiciones hacen que su vestimenta constituya hasta cierto punto un rompecabezas. No deben tener alas; eso está claro. Y ha de tratarse de ropa completamente normal para la vida londinense. Debería ser lo más extravagante posible, al límite de lo que se considera presentable en sociedad. Tal vez las amistades pudieran decir: «¡Qué ropa más rara llevan estos niños!», pero no deberían poder afirmar: «¡No son humanos!»…”

Ojalá me atreviera a prescindir de toda ropa: los niños desnudos resultan tan perfectamente puros y adorables, pero la Sra. Grundy(*) se pondría furiosa; no es una opción. Entonces la pregunta es: ¿qué cantidad mínima de ropa le satisfaría? (…) Detesto de un modo tan absoluto esa moda monstruosa de los tacones altos (y, de hecho, he planeado atacarla en este mismo libro), que me resultaría seguramente imposible permitir que mi dulce y pequeña heroína fuera víctima de ella.”

(*) Personaje de ficción de la obra Speed the plough («Ara más rápido», 1798) del dramaturgo inglés Thomas Morton (1764-1838), que desde su aparición pasó al imaginario colectivo anglosajón como encarnación del decoro.

¿Podría eliminar esas hombreras de sus mangas? ¿Por qué deberíamos observar deferencia alguna a una moda espantosa que quedará extinta de aquí a un año? Después de la fealdad sin parangón de la «crinolina», pienso que esas mangas de hombros altos son la peor cosa inventada para las damas en nuestra época. ¡Imagínese lo horrorizadas que estarían si una de sus hijas tuviera realmente esa forma!” “también creo que podríamos arriesgarnos a hacer su vestido de hada transparente. ¿No le parece que podríamos enfrentarnos a la Sra. Grundy hasta ese punto?”

Cada una de sus dos partes se abre con un poema acróstico dedicado a una de sus amiguitas; en el tono nostálgico y sombrío de ambos se puede percibir nítidamente el pesar que le produce al escritor verse viejo y solitario, abandonado una y otra vez por sus amiguitas a medida que estas crecían y se casaban, frustrados ya sin solución los anhelos de un lejano en el tiempo ‘mediodía de ensueño’

El primero de los poemas está dedicado a Isa Bowman, quien fuera una de las amiguitas favoritas de Carroll de cualquier época. La conoció en 1886 durante los ensayos del primer musical que se hizo de Alicia en el País de las Maravillas, obra en la que tenía un pequeño papel. Por aquel entonces ella contaba 12 años, y era la mayor de varias hermanas actrices. Carroll quedó muy impresionado por la niña, pero no comenzó a entablar amistad con ella, llevarla de excursión y recibirla como invitada hasta septiembre de 1887. Durante los 8 años siguientes mantuvieron una estrecha relación, por carta y en diversas y frecuentes visitas. Gracias a su intermediación, Isa logró el papel protagonista en la primera reposición del musical de Alicia en 1888, y el escritor consiguió del mismo modo muchos otros trabajos para ella y sus hermanas. Su feliz amistad terminó en 1895 cuando Isa le anunció sus planes de boda, a lo cual él respondió de manera ofendida y agresiva, destrozando unas rosas que la joven, ya veinteañera, llevaba en el cinturón. Aunque Carroll se disculparía enseguida, no tardarían en romper el contacto. El poema que le dedicó en Silvia y Bruno es un doble acróstico: su nombre puede formarse uniendo la primera letra de cada uno de sus nueve versos, agrupados en tercetos monorrimos, o las tres primeras letras de cada uno de estos últimos; una muestra más del desbordante ingenio creativo del autor.”

El segundo poema, el que introduce La conclusión de Silvia y Bruno, es asimismo un acróstico, aunque mucho más sutil: uniendo la tercera letra de cada verso se forma el nombre de Enid Stevens, a la que conoció en 1891 en la casa familiar de esta en Oxford. Enid era la «bella hermana» de 8 años de una de sus alumnas de lógica en la Oxford High School, también amiguita suya. Cohen [mau biógrafo] nos cuenta en su biografía de Carroll: «Su amistad con Enid se fue afianzando poco a poco. La ‘pidió prestada’ a menudo, la llevó a pasear, imprimió tarjetas de visita para ella, la recibió en sus habitaciones, sola o con su madre, para tomar el té, y consiguió que Gertrude Thomson pintase un retrato de ella, que colgó encima de la repisa de su chimenea». Carroll dedicó mucho tiempo y esfuerzo a su amistad con la pequeña Enid, y esta siempre recordó con alegría los años que compartieron entre juegos, meriendas y excursiones. Fue una de sus últimas amiguitas: durante los años finales de vida, invirtió cada vez más tiempo en trabajar y menos en sus relaciones sociales, obsesionado con escribir antes de morir una lista de trabajos que tenía en mente (algunos de los cuales menciona en el prefacio de Silvia y Bruno).”

uno de los poemas, la divertida y descabellada «Canción del jardinero», se extiende a lo largo de todo el libro (con 8 estrofas en el primer volumen, y una última en el segundo). Los críticos coinciden en señalar que esta es posiblemente la composición más conseguida de la obra.”

Hablemos ahora del argumento y los personajes: Silvia y Bruno son una pareja de jóvenes hermanos, de unos 10 y 5 años aproximadamente, hijos del rector o gobernante de Exotilandia, un país fantástico habitado por duendes y vecino de Hadalandia, el país de las hadas, cuyos soberanos son los Titania y Oberón shakespearianos (el propio Bruno, que junto con su hermana experimentará una transformación en hada durante el relato, posee una personalidad traviesa y bulliciosa muy similar a la del Puck de El sueño de una noche de verano).”

el subrector ha urdido una conspiración con el lord canciller para sustituir a su hermano como dirigente vitalicio de Exotilandia aprovechando una ausencia de éste en un viaje al extranjero. Mediante argucias consiguen que el rector firme antes de partir un edicto que nombra a Sibimet emperador de Exotilandia, consiguiendo así su propósito.”

La trama de los pequeños Silvia y Bruno se entrelaza desde el principio con otra que se desarrolla de manera paralela en el mundo real del autor, la Inglaterra del siglo XIX, al cual pertenece el propio narrador de la historia, un anciano heptagenario que, salvo por la diferencia de edad, podría ser perfectamente el propio Carroll.”

Por esta razón, una primera lectura de la obra suele resultar muy confusa, dado que la narración salta frecuentemente de Exotilandia a Inglaterra sin previo aviso –muchas veces en un simple cambio de párrafo, o incluso dentro de uno– con las entradas y salidas en trance del narrador. La historia comienza, por ejemplo, en mitad de una frase y sin poner en situación al lector, lo cual resulta tremendamente desconcertante: el narrador acaba de experimentar bruscamente su primer «viaje astral» a Exotilandia y está observando lo que allí sucede sin que nadie repare en su presencia. Pero no es hasta el segundo capítulo cuando averiguamos que en realidad se encuentra en el interior de un vagón de tren camino a Elveston. Dada la naturaleza «narcoléptica» del narrador, capaz de quedarse «dormido» (esto es, de entrar en trance) en mitad de cualquier conversación, el lector se verá acompañándolo en sus constantes escapadas extracorporales a Exotilandia a lo largo de buena parte del relato, mas debido a la brusquedad de dichas excursiones a veces se sentirá un tanto desubicado.”

Aparte de estos claros paralelismos entre los personajes de uno y otro mundo, sus propios nombres remiten al mundo campestre en que viven duendes y hadas: Silvia, para empezar, significa «habitante del bosque» en su latín originario; el apellido de lady Muriel, Orme, es «olmo» en francés; el de Arthur, Forester, deriva claramente del inglés forest («bosque»); y el de Eric Lindon se parece sospechosamente al también inglés linden («tilo»). El pueblo de pescadores en el que se desarrolla la trama amorosa de Muriel, Eric y Arthur se llama además Elveston, que suena curiosamente parecido a elves-town, «pueblo de los elfos».”

La lengua de trapo de Bruno puede llegar a resultar cargante (¡díganselo a este traductor!), y el exceso de almíbar hace desear en algunos momentos que aparezca en escena la Reina de Corazones gritando «¡que les corten la cabeza!» para ponerle un poco de emoción al asunto.”

Silvia y Bruno, además, constituye la obra de Carroll que mejor nos permite conocer a la persona, Charles L. Dodgson, que hay detrás de la máscara del pseudónimo: sus preocupaciones, anhelos, frustraciones y debilidades. Este libro no es seguramente el más idóneo para alguien que nunca haya pisado el País de las Maravillas, o viajado a bordo del barco que persigue al snark, pero para los que ya se hallan irremediablemente fascinados por ese mundo fantástico y desean conocer en lo más íntimo a su creador (llevándose de propina una buena ración de su genio), Silvia y Bruno es una obra imprescindible.”

Las composiciones originales de Carroll son siempre muy musicales, con una métrica estricta y una rima muy marcada precisamente a tal objeto.”

BLUNO OU BDUNO: “Por último, quisiera explicar brevemente cómo he decidido adaptar el lenguaje infantil de Bruno, cuyas características en inglés no pueden trasladarse directamente a nuestro idioma. En líneas generales, se expresa como una persona adulta, pero he adjudicado a su forma de hablar una serie de particularidades que espero transmitan la sensación de que se trata de un niño de unos cuatro o cinco años: primero, un defecto de rotacismo (dificultad para pronunciar el fonema /r/ –la «r fuerte»–, el cual sustituye continuamente por los fonemas /d/ o /ſ/ –la «r suave»–), muy habitual en los niños que están aprendiendo a hablar; segundo, una tendencia a regularizar formas verbales irregulares y a inventar palabras extrapolando ciertas reglas lingüísticas generales, como las que rigen la formación de los distintos grados del adjetivo, incurriendo en ocasiones en sobrecorrección; tercero, simplificación de grupos consonánticos complejos; y cuarto, desórdenes y otros errores de pronunciación en palabras largas, complicadas o poco comunes. Para facilitar la comprensión de la manera de expresarse del personaje, he señalado en cursiva todas las palabras «alteradas» según el criterio anterior, [mas não tive a paciência de replicá-lo aquí; conquanto é bem óbvio quando acontece!] de manera que el lector pueda localizarlas e interpretarlas con facilidad. Soy consciente de que esto quizá dé gráficamente una impresión de recargamiento al texto, pero he querido destacar la claridad del diálogo por encima de consideraciones estéticas.”

Axel Alonso Valle

* * *

Encorvados con amarga aflicción

o divertidos por alguna escena,

revoloteamos de sol a sol.

La jornada bebemos con sed fiera

y, desde su mediodía de ensueño,

ignoramos el fin que nos espera.”

Y así fue que al final me vi en posesión de una indigesta ensalada de papeles –si el lector tiene la bondad de disculpar el doble sentido– que solamente necesitaba un hilvanado, sobre el hilo conductor de una historia ordenada, para constituir el libro que esperaba escribir. ¡Solamente! La tarea, al principio, parecía completamente irrealizable, y me dio una idea, mucho más clara de lo que nunca había tenido, del significado de la palabra «caos»; y creo que debieron de transcurrir 10 años, o más, antes de que lograra organizar lo suficiente dichos retazos como para ver a qué tipo de historia apuntaban, ya que esta tenía que surgir de los episodios, y no al revés. § No cuento todo esto por un ánimo egotista, sino porque creo de veras que algunos de mis lectores estarán interesados en estos detalles de la «génesis» de un libro, cuestión que, una vez finalizada, parece tan simple y directa que podrían suponer que fue escrito de corrido, página a página, como uno escribiría una carta, comenzando por el principio y terminando por el final.”

No sé si Alicia en el País de las Maravillas era una historia original –yo, al menos, no fui un imitador consciente al escribirla–, mas lo que sí sé es que, desde su publicación, han aparecido alrededor de una docena de libros de cuentos similares, cortados exactamente por el mismo patrón. El camino que yo exploré de forma tímida –creyendo ser «el primero que se había adentrado en ese océano silente»– es ahora una calzada más que transitada: hace tiempo que todas las flores de sus márgenes fueron pisoteadas hasta enterrarlas en el polvo; y estaría exponiéndome al desastre si hiciera una nueva tentativa en ese estilo.”

En primer lugar, una Biblia para niños. Esta obra tendría como única base verdaderamente fundamental pasajes y dibujos cuidadosamente escogidos, apropiados para la lectura de un niño. Un principio de selección, que yo adoptaría, sería que la religión se presentara al niño como una revelación de amor, sin que exista necesidad de angustiar y confundir su mente juvenil con la historia del crimen y el castigo. (Sobre dicho principio omitiría, por ejemplo, la historia del Diluvio Universal.)“El libro debería poseer un tamaño manejable, una cubierta bastante vistosa, un tipo de letra claro y legible y, sobre todo, ¡gran cantidad de dibujos, dibujos y más dibujos!” Por crer que este livro é para adultos… talvez eu seja um adulto que conseguiu ainda conservar ser criança (o mais difícil dos milagres).

Los pensamientos más tristes de todos deben de haber pertenecido a aquellos que imaginaban realmente una existencia de ultratumba, pero una mucho más terrible que la aniquilación: una existencia como espectros vaporosos, intangibles, prácticamente invisibles, errantes, durante interminables eras, en un mundo de sombras, sin nada que hacer, nada por lo que tener esperanza, ¡nada que amar!¹ En mitad de los alegres versos de Horacio, ese genial bon vivant, destaca una pavorosa palabra cuya tristeza absoluta le llega a uno al corazón. Es la palabra exilium en el famoso pasaje:

[¹ Não compreendeu o helenismo!]

Omnes eodem cogimur, omnium

Versatur urna serius ocius

Sors exitura et nos in aeternum

Exilium impositura cymbae.”

Y muchos en estos días, me temo, aun cuando creen en una existencia tras la muerte mucho más real que la que Horacio jamás soñó, la ven pese a todo como una especie de «exilio» de todos los placeres de la vida, por lo que adoptan la teoría de Horacio, y dicen: «comamos y bebamos, pues mañana moriremos».

Asistimos a espectáculos, como el teatro –y digo «asistimos» porque yo también voy a representaciones, siempre que tengo oportunidad de ver una realmente buena–, y mantenemos alejado, si nos es posible, el pensamiento de que quizá no regresemos vivos. ¿Pero cómo sabe usted –querido amigo, cuya paciencia le ha ayudado a soportar este prolijo prefacio– que no será quizá su suerte, cuando la dicha se halle en su punto más álgido, experimentar la afilada punzada, o el mortífero desvanecimiento, que anuncia la crisis final; ver, con vago asombro, a amigos que se inclinan con inquietud sobre usted; escuchar sus susurros cargados de preocupación; tal vez formular usted mismo, con labios temblorosos, la pregunta: «¿Es grave?», y que le digan: «Sí, el fin está cerca» (y ¡oh, qué distinta parecerá la vida cuando se pronuncien esas palabras!)?; ¿cómo sabe usted, digo, que todo eso no le sucederá acaso esta misma noche?”

¡Mañana, y mañana, y mañana!”

Si la idea de una muerte súbita se le presenta, a usted, como algo especialmente aterrador al imaginar que le sucediera en un teatro, entonces no le quepa la menor duda de que este último es pernicioso para usted, por muy inofensivo que pueda ser para otros, y que está corriendo un peligro mortal al ir. Tenga la certeza de que la regla más segura es que no deberíamos atrevernos a vivir en ningún sitio en que no nos atrevamos a morir.” Não morrer na CAPES.

Pero no puedo sino contemplar con profundo asombro y pesar al cazador que, de manera completamente cómoda y segura, puede hallar placer en algo que supone, para una criatura indefensa, un terror extremo y una muerte agónica; más profundo aún, si el cazador es alguien que ha jurado predicar a los hombres la Religión del Amor universal; y más profundo que nada, si resulta ser uno de esos seres «sensibles y delicados», cuyo mismo nombre sirve como símbolo del Amor –«tu amor hacia mí fue maravilloso, superior al de las mujeres»–, ¡y cuya misión en este mundo es sin duda ayudar y consolar a todos los afligidos!

¡Adiós, adiós, invitado!

Mas escucha mis palabras:

plegarias eleva a Dios

quien a hombre y bestia ama.

Más se elevan si se ama

al ratón como al león,

pues nuestro Dios bienamado

ama toda la creación(*).

(*) Los versos pertenecen al final de The rime of the ancient mariner

* * *

algunos vociferaban «¡Pan!» y otros «¡Impuestos!», mas nadie parecía saber

qué era lo que querían en realidad.”

Nunca antes había oído tal clamor… ¡y a esta hora de la mañana, además! ¡Y tan unánime! ¿No le parece algo realmente sorprendente?

Yo apunté, de manera discreta, que mi impresión era que pedían distintas cosas, pero el canciller no escuchó ni por un segundo mi sugerencia.”

¿Es que no puedes mantenerlos juntos? El rector llegará enseguida. ¡Dales la señal para que comiencen la marcha! –Se suponía obviamente que yo no debía oír todo aquello, pero apenas pude evitarlo, teniendo en cuenta que mi barbilla se hallaba prácticamente sobre el hombro del canciller.”

¡Hurra! ¡Abajo! ¡La! ¡Consti! ¡Tución! ¡Menos! ¡Pan! ¡Más! ¡Impuestos!”

¡Buenos días! –saludó el muchachito, dirigiéndose, de un modo más o menos general, al canciller y los camareros–. ¿Sabéis dónde está Silvia? ¡La estoy buscando!

¡Está con el rector, según creo, æ’l! –contestó el canciller con una profunda reverencia. [earl?]

¿Ha venido también el otdo pdofesod? –preguntó Bruno con voz temerosa.

Sí, llegaron juntos. El otro profesor es… bueno, es posible que él no os caiga tan bien. Es algo más «soñador», ¿sabéis?

Ojalá Silvia fuera algo más soñadora –comentó Bruno.

¿A qué te refieres, Bruno? –dijo Silvia.

Dice que no puede, ¿sabes? Pero yo cdeo que no es que no pueda, es que no quiere.

¡Que no puede soñar! –repitió el perplejo rector.

Eso dice –insistió Bruno–. Cuando le digo: «¡Dejemos ya las leciones!», ella dice: «Oh, ¡eso ni soñadlo!».

Siempre quiere dejar las lecciones –explicó Silvia– a los 5 minutos de haber empezado.

¡Cinco minutos de lecciones al día! –dijo el rector–. ¡A ese ritmo no aprenderás mucho, jovencito!

Eso es justo lo que dice Silvia –replicó Bruno–. Dice que no quiero apdended mis leciones. Y yo le digo, una y otda vez, que no puedo hacedlo. ¿Y qué cdees que dice ella? Dice: «No es que no puedas, ¡es que no quieres!».

Vayamos a ver al profesor –dijo el rector, evitando sabiamente continuar con la discusión. Los niños se bajaron de sus rodillas, cada uno de ellos agarró una mano, y el feliz trío echó a andar hacia la biblioteca, conmigo detrás. Para entonces, yo había llegado ya a la conclusión de que nadie (a excepción, durante unos breves momentos, del lord canciller) era capaz en absoluto de verme.

¿Y qué le pasa? –preguntó Silvia, caminando de manera un poco más tranquila de lo normal, con idea de servir de ejemplo a Bruno, el cual no paraba de brincar al otro lado.

Lo que le pasaba, aunque espero que ya esté recuperado, era lumbago, reumatismo y esa clase de cosas. Ha estado tratándose a sí mismo, ¿sabéis?: es un doctor muy sabio. De hecho, ha inventado 3 nuevas enfermedades, ¡además de una nueva forma de romperse la clavícula!

Un hombre regordete y de aspecto jovial, ataviado con una toga floreada y con un libro de gran tamaño debajo de cada brazo, entró con paso presto por el extremo contrario de la sala, y empezó a cruzarla en línea recta sin reparar en los niños.

Estoy buscando el tercer volumen –dijo–. ¿Por un casual no lo habrá visto?”

¡Es a mis hijos a quienes no está viendo usted, profesor! –exclamó el rector, agarrándolo por los hombros y dándole la vuelta para que los mirara.

El profesor se carcajeó con fuerza: después los observó atentamente a través de sus grandes anteojos, durante unos instantes, sin decir nada.

Finalmente, se dirigió a Bruno:

Espero que hayas pasado una buena noche, hijo.

Bruno puso cara de desconcierto.

He pasado la misma noche que usted –contestó–. ¡Sólo ha habido una desde ayed!

¿Son pupilos de alguien? –preguntó.

No, no lo somos –saltó Bruno, el cual creía estar perfectamente capacitado para responder aquella pregunta él mismo.

El profesor meneó la cabeza apenado.

¿Ni siquiera a media jornada?

¿Pod qué íbamos a sedlo a media jodnada? –repuso Bruno–. ¡No somos ojos!

Ah, ¿y en qué dirección? –contestó el rector, añadiendo hacia los niños–: Tampoco es que me importe. Lo que pasa es que él cree que afecta al tiempo. Es un hombre maravillosamente listo, ¿sabéis? A veces dice cosas que sólo es capaz de entender el otro profesor. ¡Y a veces dice cosas que nadie es capaz de entender! ¿Cuál es la dirección, profesor? ¿Arriba o abajo?

¡Ninguna de las dos! –dijo el profesor, dando una suave palmada–. Se está poniendo de lado, si es que puede expresarse así.

¿Y qué clase de tiempo produce eso? –indagó el rector–. ¡Atended, niños! ¡Vais a oír algo que vale la pena saber!

Tiempo horizontal –señaló el profesor, y luego salió directo hacia la puerta, de tal modo que a puntísimo estuvo de pasarle por encima a Bruno, el cual logró apartarse de su camino por los pelos.

¿Verdad que es sabio? –dijo el rector, siguiéndolo con la mirada, una llena de admiración–. Decididamente, ¡su nivel de conocimientos resulta arrollador!

¿Pero de qué sirve llevar paraguas alrededor de las rodillas?

Con lluvia normal –admitió el profesor– no servirían de mucho. Pero si alguna vez lloviera en horizontal, no tendrían precio, ¿sabéis?… ¡sencillamente no tendrían precio!

Y esta es, por supuesto, la escena inicial del primer volumen. Ella es la heroína. Y yo soy uno de esos personajes secundarios que únicamente hacen acto de presencia cuando el desarrollo de su destino lo requiere, y cuya última aparición se da en el exterior de la iglesia, ¡mientras esperan para felicitar a la feliz pareja!.”

«¡… no podía presentárseme mejor ocasión para un experimento telepático! Imaginaré su rostro y luego compararé el retrato con el original»

Al principio, ningún resultado coronó mis esfuerzos, aunque «dividí mi ágil mente» por aquí y por allá, de un modo que estaba seguro habría hecho a Eneas ponerse verde de envidia: pero el óvalo vislumbrado seguía tan provocadoramente vacío como siempre; una simple elipse, como de algún diagrama matemático, sin ni siquiera los focos a los que podría habérseles asignado los papeles de nariz y boca.”

Con cada una de aquellas visiones fugaces, el rostro parecía tornarse más infantil e inocente y, cuando por fin logré eliminar por completo el velo con mi mente, se trataba, inconfundiblemente, ¡de la preciosa cara de la pequeña Silvia!

«¡De modo que, o bien he estado soñando con Silvia –me dije– y esta es la realidad, o he estado realmente con ella, y esto es un sueño! ¡Me pregunto si no será la propia vida un sueño!»

«¡Oh, la noche del viernes! ¡Cuán lejos queda aún!»

«Es un hombre demasiado sensible –pensé– para haberse vuelto un fatalista. ¿Mas qué otra cosa puede querer decir con eso?»

¿Crees en el destino?

La hermosa desconocida giró la cabeza enseguida ante la súbita pregunta.

¡No, no creo! –dijo sonriendo–. ¿Y usted?

¡No… no era mi intención hacerle esa pregunta! –tartamudeé, sorprendido por haber iniciado una conversación de un modo tan poco convencional.

La sonrisa de la dama mudó en risa: no una de burla, sino la risa de una niña feliz que se siente totalmente cómoda.

¿Ah, no? –dijo–. ¿Entonces ha sido un caso de lo que ustedes los médicos llaman «cerebración inconsciente»?

No soy médico –repuse–. ¿Acaso lo parezco? ¿O qué le hace pensar eso?

Ella señaló el libro que yo había estado leyendo, el cual descansaba de tal modo que su título, Enfermedades cardiacas, quedaba claramente a la vista.

¡Existe tanta ciencia escrita que nadie ha leído jamás; y hay tanta ciencia pensada que aún no ha sido escrita! Mas, si se refiere a toda la raza humana, entonces pienso que ganan las mentes: todo lo registrado en los libros debe haber estado antes en la mente de alguien, ya sabe.”

¡Me temo que algunos libros quedarían reducidos a papel en blanco! –observó.

Así es. La mayoría de las bibliotecas se verían terriblemente menguadas en volumen. ¡Pero considere tan sólo lo que ganarían en calidad!

* * *

Uggug, cielo, ¡ven y siéntate conmigo!”

¡El golfo siempre se las arregla para tirar su café!”

milady era la esposa del subrector (…) Uggug (un niño gordo y feísimo, aproximadamente de la misma edad que Silvia, con la expresión de un cerdo campeón de un concurso de peso) era el hijo de ambos. Silvia y Bruno, junto con el lord canciller, completaban un grupo de 7 personas.”

Se trata, de hecho, de un problema muy simple de hidrodinámica. (Lo cual quiere decir una combinación de agua y fuerzas.) Si consideramos una piscina, y un hombre de gran fuerza (como es mi caso) que se dispone a zambullirse en ella, tenemos un ejemplo perfecto de esta ciencia. He de admitir –continuó el profesor, en tono más bajo y con la mirada gacha– que necesitamos un hombre de fuerza excepcional. Debe ser capaz de elevarse desde el suelo de un salto hasta aproximadamente el doble de su propia altura, girando en el aire a medida que asciende, para así caer de cabeza.”

Supongamos –prosiguió, doblando su servilleta en un elegante festón– que esto representa lo que quizá sea la gran necesidad de nuestra era: la Piscina Portátil del Turista Activo. Uno puede referirse a ella de manera abreviada, si lo desea –añadió mirando al canciller–, mediante la sigla PPTA.”

Una gran ventaja de esta piscina –retomó el profesor su explicación– es que requiere solamente unos 2 litros de agua…

¡Yo no llamaría a eso piscina –observó su subexcelencia– a menos que su Turista Activo se sumerja por completo!

Y en ese instante la sala se vio invadida por un clamor áspero y confuso, en el que las únicas palabras audibles eran: «¡Menos… pan! ¡Más… impuestos!». El anciano estalló en carcajadas.” “Y esta vez las palabras se oyeron con absoluta claridad, y con la precisión del tictac de un reloj: «¡Más… pan! ¡Menos… impuestos!».”

— …Pero ¿qué quieren decir con «menos impuestos»? ¿Cómo pueden bajar más? ¡Abolí el último de ellos hace un mes!

¡Ha sido restablecido, æ’l, y por propia orden de su æ’l! –dicho lo cual, presentó otros edictos para que los examinara.

¡Todo está resuelto! –anunció el rector, sin perder el tiempo en preliminares–. La subrectoría ha sido suprimida, y mi hermano designado para actuar como vicerrector siempre que me halle ausente. De modo que, como voy a estar de viaje en el extranjero durante una temporada, asumirá sus nuevas funciones de inmediato.

Milady sonrió en aprobación de la opinión de su esposo, y continuó:

¿Soy entonces yo obicerrectora?

Si decides emplear ese título… –asintió el rector–, pero el tratamiento apropiado será «excelencia». Y confío en que «sus excelencias» respetarán el acuerdo que he preparado. La disposición que más me preocupa es la siguiente –desenrolló un pergamino de gran tamaño y leyó en voz alta–: «Ítem: que trataremos con amabilidad a los pobres». El canciller lo redactó por mí –añadió, mirando al alto funcionario–. Supongo que la palabra «ítem» tiene un profundo

significado legal, ¿no?”

¿No habría que leerlo antes en alto? –inquirió milady.

¡No hace falta, no hace falta! –exclamaron al mismo tiempo el subrector y el canciller, con febril entusiasmo.

En absoluto –convino el rector en tono suave–. Tu esposo y yo lo hemos revisado juntos. Establece que él ejercerá la total autoridad de rector, y que podrá disponer de la renta anual adscrita al cargo, hasta mi regreso o, de no producirse, hasta que Bruno alcance la mayoría de edad; y que entonces deberá ceder, a Bruno o a mí según sea el caso, la rectoría, la renta no gastada y el contenido del Tesoro, el cual ha de conservarse, intacto, bajo su cuidado.

Las despedidas, mejores cuanto más cortas –dijo el rector–. Todo está listo para mi viaje. Mis hijos están esperando abajo para decirme adiós. –Besó de forma solemne a milady, estrechó las manos de su hermano y del canciller, y se fue de la sala.

Los 3 aguardaron en silencio hasta que el sonido de unas ruedas anunció que el rector se encontraba ya lo suficientemente lejos; entonces, para mi sorpresa, empezaron a carcajearse de manera incontrolable.

¡Qué gran ardid, oh, qué gran ardid! –exclamó el canciller. Tras lo cual el vicerrector y él unieron sus manos y se pusieron a dar grandes brincos por la sala. Milady era demasiado digna para brincar, pero emitió una risa parecida al relincho de un caballo, y agitó su pañuelo sobre su cabeza: estaba claro para su muy limitado entendimiento que se había hecho algo muy inteligente, pero aún no sabía el qué.

Este es el que leyó pero no firmó, ¡y este el que firmó pero no leyó! Ya has visto que estaba todo tapado, salvo el espacio donde había que firmar…”

“…«Ítem: que ejercerá la autoridad de rector, en ausencia de este». ¡Oh!, eso ha sido cambiado a «que será gobernador vitalicio absoluto, con el título de emperador, si es elegido por el pueblo para tal cargo». ¿¡Qué!? ¿Eres emperador, cielo?”

Aún no, querida –contestó el vicerrector–. Por el momento, no basta con enseñar este papel. Todo a su debido tiempo.”

«Ítem: que trataremos con amabilidad a los pobres». ¡Eso se ha omitido por completo!

¡Pues claro! –dijo su esposo–. ¡No vamos a preocuparnos por los miserables!

Estupendo –contestó milady, con gran énfasis, y retomó de nuevo la lectura–: «Ítem: que el contenido del Tesoro sea conservado intacto». ¡Caramba, eso se ha cambiado a «estará a la absoluta disposición del vicerrector»! ¡Oh, Sibi, qué truco más astuto! ¡Sólo imagínatelo: todas las joyas! ¿Puedo ir a ponérmelas directamente?

Esto… todavía no, amorcito –repuso de manera incómoda su esposo–. Entiende que la opinión pública aún no está del todo lista para ello. Debemos ir con tiento. Por supuesto tendremos el carruaje para nosotros de inmediato. Y yo tomaré el título de emperador tan pronto como podamos celebrar elecciones. Pero será difícil que toleren que usemos las joyas mientras sepan que el rector sigue vivo. Debemos extender el rumor de que ha muerto. Una pequeña conspiración…

¡Una conspiración! –gritó contentísima la dama, dando palmas–. ¡Qué sorpresa, me encantan las conspiraciones! ¡Con lo interesantes que son!

¡Comed, y no lloréis! –fueron sus escuetas y sencillas órdenes, y los pobres niños se sentaron uno junto al otro, pero no parecían tener ganas de comer.”

¡Aquí tienes agua, bébetela! –bramó Uggug, vertiendo una jarra de agua sobre la cabeza del viejo.

¡Bien hecho, hijo! –gritó el vicerrector–. ¡Así es como hay que tratar a esa gente, para que aprenda!

¡Qué niño más listo! –convino la vicerrectora–. ¿Verdad que es muy alegre?

¡Que lo muelan a palos! –voceó el vicerrector, mientras el viejo pordiosero sacudía el agua de su capa raída y volvía a levantar la vista en actitud sumisa.

Por cierto, el viejo acuerdo decía algo sobre que Bruno heredaría la rectoría –recordó milady–. ¿Cómo queda eso en el nuevo? El canciller soltó una risita.

Exactamente igual, palabra por palabra –dijo–, con una salvedad, milady. En vez de «Bruno», me he tomado la libertad de poner… –bajó la voz hasta un susurro– ¡de poner «Uggug», ya sabe!

¡Uggug, cómo no! –exclamé, en un arranque de indignación que no pude seguir conteniendo. Pronunciar incluso aquella única palabra me resultó un esfuerzo titánico; mas, una vez proferido aquel grito, todo esfuerzo cesó de inmediato: la escena entera desapareció barrida por una ráfaga de viento y me vi incorporado en mi asiento, con la mirada fija en la joven dama del rincón opuesto del vagón, la cual se había levantado el velo del rostro, y me observaba con una expresión de divertida sorpresa.

Si hubiera tenido una novela de terror en las manos –continuó ella–, algo sobre fantasmas o dinamita, o asesinatos a medianoche, resultaría comprensible: esas historias no valen el chelín que cuestan a menos que le causen a uno pesadillas.

aparentaba ser, prácticamente, una chiquilla: imaginé que apenas habría cumplido los 20 años (…) «No obstante –cavilé–, en otros 10 años, Silvia tendrá su aspecto, y hablará como ella.»

“…Los fantasmas de tren corrientes… quiero decir, los fantasmas de la literatura de trenes corriente, son algo lamentable. Me siento inclinada a decir, con Alexander Selkirk(*): «¡Su mansedumbre resulta pasmosa!». Y nunca llevan a cabo ningún asesinato a medianoche. ¡No podrían «revolcarse en sangre» para salvar sus vidas!

(*) Marinero escocés (1676-1721) famoso por haber vivido solo durante 4 años y 4 meses (de 1704 a 1709) en una isla entonces deshabitada del archipiélago de Juan Férnandez, en Chile. Se cree que Daniel Defoe se inspiró en parte en su historia para la creación de su novela Robinson Crusoe. El verso mencionado por la dama no es en realidad de Selkirk, sino del poeta inglés William Cowper (1731-1800), autor de The solitude of Alexander Selkirk («La soledad de Alexander Selkirk»), obra también inspirada en las experiencias del marinero. [N. del T.]

«Revolcarse en sangre» es una frase muy expresiva, ciertamente. Me pregunto si es aplicable a cualquier fluido.

Creo que no –contestó enseguida la dama, como si ya hubiera reflexionado sobre ello, hacía largo tiempo–. Ha de ser algo espeso. Por ejemplo, podría revolcarse en salsa de pan. Esta, al ser blanca, resultaría más apropiada para un fantasma, ¡suponiendo que quisiera revolcarse!”

«¡Ser un septuagenario, calvo y con anteojos tiene sus ventajas después de todo! –me dije–. En vez de un joven tímido y una doncella, intercambiando monosílabos con voz entrecortada entre terribles silencios, nos encontramos aquí con un anciano y una chiquilla, totalmente a sus anchas, ¡charlando como si se conociesen desde hace años!»

¿Cree usted entonces –proseguí en voz alta– que en ocasiones deberíamos pedirle a un fantasma que se sentase? ¿Acaso poseemos autoridad alguna para ello? En Shakespeare, por ejemplo… ahí aparecen muchos… ¿hace Shakespeare alguna vez la acotación: «Cede una silla al fantasma»?

La dama adoptó una expresión intrigada y pensativa durante un instante: luego hizo un ademán de aplauso.

¡Sí, así es! –gritó–. Le hace decir a Hamlet: «¡Descansa, descansa, espíritu turbado!».”

calló entre risas argentinas.”

Shakespeare debió de viajar en tren, aunque fuera únicamente en sueños: «espíritu turbado» es una frase realmente acertada. —«Turbado» en referencia, sin duda –se reincorporó ella a la charla–, a los sensacionales libritos que suelen leerse principalmente en los trenes. El vapor, cuando menos, ¡ha servido para generar un tipo completamente nuevo de literatura inglesa!

Sin duda –repetí yo–. El verdadero origen de todos nuestros libros de medicina… y de cocina…

¡No, no! –interrumpió ella de manera jovial–. ¡No hablaba de nuestra literatura! Nosotros somos bastante atípicos. Pero las emocionantes novelitas románticas, en las que el asesinato aparece en la página 15, y la boda en la 40, se deben con seguridad al vapor, ¿no le parece?

Y cuando viajemos por medio de la electricidad, si me permite desarrollar su teoría, tendremos folletos en vez de libritos, y el asesinato y la boda se producirán en la misma página.

¡Un desarrollo digno de Darwin! –exclamó la dama con entusiasmo–. Sólo que usted invierte su teoría. En vez de convertir un ratón en un elefante, ¡usted haría lo contrario! –Mas entonces nos metimos en un túnel, y yo me retrepé en mi asiento y cerré los ojos por un momento, tratando de recordar algunos de los incidentes de mi reciente sueño.

Creyó ver un elefante

que alto un pífano tocaba;

mas luego advirtió que era,

de su esposa, una carta.

Por fin me doy cuenta –dijo–:

¡esta vida es bien amarga!

¡Y menudo personaje disparatado cantaba tales disparates! Parecía tratarse de un jardinero; aunque uno loco, sin duda, por el modo en que blandía su rastrillo; más loco, por cómo, de tanto en tanto, rompía a bailar con frenesí; ¡más loco que nadie, por el alarido con el que profirió los últimos versos de la estrofa!

Hasta cierto punto estaba describiéndose a sí mismo, pues tenía los pies de un elefante: pero el resto de él era piel y hueso; y las briznas de paja suelta que le sobresalían por todas partes parecían indicar que en un principio llevaba esta metida bajo la ropa, y que prácticamente toda ella se le había salido ya.

Silvia y Bruno esperaron pacientemente hasta el final de la primera estrofa. Entonces Silvia se aproximó sola (dado que a Bruno le había entrado una repentina vergüenza) y se presentó tímidamente diciendo:

Disculpe, ¡me llamo Silvia!

¿Y quién es esa otra cosa? –preguntó el jardinero.

¿Qué cosa? –dijo Silvia, girándose–. Oh, ese es Bruno. Es mi hermano.

¿Era tu hermano ayer? –inquirió el jardinero ansiosamente.

¡Pues claro! –exclamó Bruno, que se había acercado poquito a poco, y al que no le gustaba nada que se hablara de él sin tomar parte en la conversación.

¡Ah, bien! –dijo el jardinero con una especie de gruñido–. Aquí las cosas cambian así. ¡Cada vez que miro se ha transformado por fuerza en algo distinto! Pero a pesar de ello, ¡hago mi tarea! Me levanto a las 5 con el canto del gallo…”

¡Recuerda que pájaro durmiente, tarde hincha el vientre!”

“…A mí no me gustan nada los gusanos. ¡Siempde me quedo en la cama hasta que el gallo se los ha comido todos!

¡Qué cara tienes para contarme un cuento como ese! –exclamó el jardinero.

A lo cual Bruno contestó sabiamente:

No hace falta tened cara para contad un cuento: sólo boca.”

El viejo pordiosero debía de estar muy sordo, ya que hizo caso totalmente omiso a los vehementes gritos de Bruno, y continuó andando con gran esfuerzo y agotamiento, sin detenerse ni un instante hasta que los niños se colocaron delante de él y le ofrecieron el trozo de bizcocho. El pobre chiquillo estaba completamente sofocado, y sólo pudo articular la palabra: «¡Bicicocho!», no con la sombría decisión con la que la había pronunciado su excelencia de forma tan reciente, sino con una encantadora timidez infantil, levantando la vista hacia el rostro del anciano con ojos que amaban «al ratón como al león».

El anciano le quitó el bizcocho de las manos y lo devoró ansiosamente, como habría hecho una hambrienta bestia salvaje, mas no correspondió a su pequeño benefactor con ninguna palabra de agradecimiento; únicamente gruñó: «¡Más, más!», y clavó una mirada feroz en los niños, que se asustaron un poco.

¡No hay más! –dijo Silvia con lágrimas en los ojos–. Yo me he comido el mío. Fue vergonzoso dejar que lo echaran de ese modo. Lo siento mucho…

No escuché el resto de la frase, pues mis pensamientos habían regresado, con gran sorpresa, a lady Muriel Orme, quien había pronunciado hacía nada aquellas mismas palabras de Silvia; así es, y con la misma voz de esta, ¡y con sus ojos amables y suplicantes!”

Cuando el arbusto desapareció por completo de nuestra vista, se reveló una escalera de mármol que descendía en la negrura. El anciano abrió la marcha, y nosotros lo seguimos expectantes.” “un extraño resplandor argénteo, que parecía darse en el aire, ya que no había lámparas a la vista, y, cuando por fin llegamos a una zona de suelo llano, la sala en la que nos encontramos estaba iluminada casi como a plena luz del día.”

En otro lugar, tal vez, me habría maravillado ver frutas y flores creciendo juntas; allí, mi mayor asombro era que jamás había contemplado antes frutas o flores como aquellas. Por encima de ellas, cada muro albergaba una vidriera circular, y rematando todo había una cúpula que parecía estar cubierta por entero de joyas.

Con asombro escasamente menor, me giré hacia un lado y a otro, tratando de averiguar cómo habíamos logrado entrar en la sala, pues no había ninguna puerta y todas las paredes se hallaban cubiertas por las preciosas y tupidas enredaderas.”

¡Padre, padre! –repitió Bruno, y, mientras los felices niños recibían abrazos y besos, yo no pude hacer otra cosa que frotarme los ojos y decir: «¿Adónde han ido los harapos?», pues el anciano estaba vestido ahora con ropajes reales que centelleaban con joyas y bordados de oro, y llevaba ceñida en torno a la cabeza una corona del mismo metal precioso.

¿Dónde estamos, padre? –susurró Silvia, abrazando con fuerza el cuello del anciano, y con su mejilla sonrosada apretada afectuosamente contra la de él.

En Elfolandia, cariño. Es una de las provincias de Hadalandia.

Pero yo creía que Elfolandia estaba lejísimos de Exotilandia, ¡y hemos recorrido una distancia ridícula!

Vinisteis por el Camino Real, cielo. Sólo aquellos de sangre real pueden viajar por él, pero tú lo eres desde que me nombraron rey de Elfolandia, lo cual fue hace casi un mes. Enviaron 2 embajadores para asegurarse de que su invitación, para ser su nuevo soberano, me llegara. Uno era un príncipe, de modo que pudo venir por el Camino Real, y hacerlo sin que nadie salvo yo lo viera; el otro era un barón, así que tuvo que viajar por el camino normal, y me imagino que aún no ha llegado.

¿Entonces cuánto hemos viajado? –inquirió Silvia.

Sólo unas mil millas, cielo, desde que el jardinero os abrió la puerta.

¡Mil millas! –repitió Bruno–. ¿Puedo comedme una?

¿Comerte una milla, pequeño granuja?

No –corrigió Bruno–. Me defiero a si puedo comedme una de esas fdutas.

Bruno corrió entusiasmado a la pared y cogió una fruta cuya forma era similar a la de un plátano, pero que tenía el color de una fresa.

Se la comió con una sonrisa de felicidad que fue decayendo gradualmente, hasta convertirse, cuando se la hubo terminado, en un rostro verdaderamente apático.”

Lo son para vosotros, cariño, porque no pertenecéis a Elfolandia, todavía. Pero para mí son reales.

Bruno puso cara de extrañeza.

Yo mismo intenté coger unas cuantas, pero era como tratar de asir el aire, así que me rendí al poco tiempo y regresé junto a Silvia.”

un guardapelo en forma de corazón, tallado aparentemente a partir de una única gema, de un vivo color azul, con una fina cadenita de oro unida a él.”

Ahora, Silvia, mira esto. –Y le mostró, sobre la palma de su mano, un guardapelo de un intenso color carmesí, con la misma forma que el azul y, como este último, unido a una delicada cadenita de oro.”

¡Y este también tiene unas palabdas! –señaló Bruno–. Silvia… querá… a… todos.

Ahora ves la diferencia –dijo el anciano–: colores y palabras diferentes. Escoge uno de ellos, tesoro. Te daré el que más te guste.

Es muy agradable que te quieran –apuntó–, ¡pero más aún querer a otras personas! ¿Puedo quedarme el rojo, padre?

El anciano no respondió, pero pude ver que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando bajó la cabeza y apretó sus labios contra la frente de Silvia en un largo y cariñoso beso.

Me asaltó nuevamente una sensación de desconcierto respecto a cómo íbamos a lograr regresar –pues daba por sentado que adonde quiera que fueran los niños, yo los acompañaría–, pero por sus mentes no pareció pasar ni la más mínima sombra de duda, mientras abrazaban y besaban a su padre, susurrando, una y otra vez: «¡Adiós, querido padre!». Y entonces, de forma veloz y repentina, la oscuridad de la medianoche pareció caer sobre nosotros, y a través de ella resonó de manera estridente una extraña y alocada canción:

Creyó ver a la repisa

un búfalo encaramado:

mas luego advirtió que era

sobrina de su cuñado.

«¡Si no te largas ya –dijo–

la poli vendrá volando!»

¿Quiénes son tus allegados? –preguntó Bruno.

¡Pues sea quien sea el que ha llegado, por supuesto! –respondió el jardinero–. Ya podéis pasar, si queréis.

Pequeña, como ves, pero más que suficiente para los dos. Siéntate en el sillón, viejo amigo, ¡y deja que te eche otro vistazo! Pues, ciertamente, ¡sí se te ve un poco abatido! –dijo, y adoptó un solemne aire profesional–. Prescribo ozono, quantum sufficit; disipación social, fiant pilulae quam plurimae(*): ¡tómense, en banquetes, 3 veces al día!

(*) «háganse píldoras en abundancia».

* * *

¡Pero doctor! –protesté–. ¡La alta sociedad no «recibe» 3 veces al día!

¡Eso es lo que usted se cree! –contestó alegremente el joven médico–. En casa, tenis sobre hierba, 3 de la tarde. En casa, piscolabis, 5 de la tarde. En casa, música (en Elveston no se invita a cenar), 8 de la tarde. Carruajes a las 10. ¡Ahí lo tiene!

Sí… la conozco. –Y el serio doctor se ruborizó ligeramente al añadir–: Sí, coincido contigo. Es realmente hermosa.

¡Casi me enamoro perdidamente de ella! –Proseguí con picardía–. Hablamos…

¡Cena algo! –Interrumpió Arthur¹ con aire de alivio, cuando la criada entró con la bandeja. Y resistió firmemente todos mis intentos de volver al tema de lady Muriel hasta que la tarde prácticamente se hubo agotado. Entonces, cuando nos hallábamos sentados contemplando el fuego y la conversación derivaba en silencio, realizó una apresurada confesión.

No tenía intención de contarte nada sobre ella –dijo (sin dar ningún nombre, ¡como si no hubiera más que una «ella» en el mundo!)– hasta que la hubieras visto algo más y te hubieras formado una opinión propia; pero de algún modo me lo sonsacaste. Y no he dicho una palabra de esto a nadie más. ¡Pero a ti sí puedo confiarte un secreto, viejo amigo! ¡Así es! Lo que supongo dijiste en broma, ¡es cierto en mi caso!

¡No fue nada más que eso, créeme! –dije con sinceridad–. ¡Cielo santo, hombre, si le triplico la edad! Pero si es tu elegida, entonces no me cabe duda de que no hay persona más buena…

…ni dulce –continuó Arthur–, ni pura, ni abnegada, ni sincera, ni… –y calló bruscamente, como si no pudiera confiar en sí mismo para seguir hablando sobre una cuestión tan sagrada y preciosa.

¹ Curiosamente Arthur & Sylvia são os nomes dos pais do garoto (o terceiro de 5 filhos homens) que inspirou outro ícone das novelas infantis, ao lado das de Carroll: Peter Llewelyn Davies, depois transfigurado por James Barrie em Peter Pan (1904)! Outra coincidência: Peter Davies serviu – e foi condecorado – na I Guerra; já dois filhos de Alice Liddell, a “Alice do mundo real”, foram mortos no confronto – não que filhos de europeus famosos morrendo ou se destacando com bravura numa guerra européia em grande escala fosse uma ‘ocorrência rara’, mas só ao não serem plebeus já se torna algo pitoresco… Curiosamente, enquanto Alice Liddell nunca sofreu por ser protagonista de um livro (e, ademais, suas semelhanças com a heroína ficcional são esparsas), ao contrário, rendendo-lhe fama e dinheiro até o fim dos dias, Peter Davies terminou se suicidando por nunca conseguir se livrar da associação ao “menino que nunca amadurece” (os tablóides ingleses estamparam, no início dos 1960: Morre Peter Pan atropelado por um trem…)! Peter Davies, uma casa editorial, foi fundada por ele.

Me los imaginé paseando juntos, tranquila y amorosamente, bajo un dosel de árboles, en un precioso jardín de su propiedad, y recibiendo la bienvenida de su fiel jardinero, a su vuelta de alguna breve excursión.

Parecía bastante natural que este último se sintiera desbordado de gozo ante el regreso de un señor y una señora tan encantadores –¡y qué aspecto más extrañamente infantil tenían! Podría haberlos confundido con Silvia y Bruno–; ¡pero menos natural que lo expresara con bailes tan alocados y canciones tan delirantes!

Creyó ver una serpiente

que en griego lo interrogaba;

mas luego advirtió que era

un jueves de otra semana.

«¡Lo que sí lamento –dijo–

es que ahora ya no habla!»

…y menos natural que nada que el vicerrector y milady se encontraran a mi lado, hablando acerca de una carta abierta que el profesor, quien aguardaba en actitud dócil a pocos metros, acababa de entregarle.”

«…y por ello le rogamos gentilmente que acepte la corona, para la cual ha sido elegido de manera unánime por el Consejo de Elfolandia; y que permita que su hijo Bruno (cuya bondad, inteligencia y belleza han llegado a nuestros oídos) sea considerado príncipe heredero»

¡No seas tonta, y deja de decir sandeces! Nuestra única oportunidad es que no vea a esos 2 mocosos. Si eres capaz de lograrlo, puedes dejarme el resto a mí. Yo le haré creer que Uggug es un dechado de inteligencia y todo eso.

Está claro que tenemos que cambiarle el nombre por el de Bruno, ¿no? –aventuró milady.

El vicerrector se frotó la barbilla.

¡Hum! ¡No! –dijo cavilante–. No serviría. El niño es tan rematadamente idiota que jamás aprendería a contestar a él.

¡Cómo que idiota! –gritó milady–. ¡No es más idiota que yo!

Tienes razón, querida –contestó en tono sedante el vicerrector–. ¡Desde luego que no!

Milady se quedó contenta.

Su adiposidad el barón Doppelgeist.

¿Por qué se presenta con un nombre tan raro? –dijo milady.

Le fue imposible cambiárselo durante el viaje –respondió mansamente el profesor– porque venía cargado.

Ve tú a recibirlo –le indicó milady al vicerrector– y yo me ocuparé de los niños.

Bueno, así es –respondió, agachando modestamente la mirada–. Mis ancestros fueron todos célebres por su genio militar.

Milady sonrió gentilmente.

Se trata a menudo de algo hereditario –comentó–; igual que el amor por la repostería. [confeitaria]

El barón pareció ofenderse ligeramente, y el vicerrector cambió de tema de manera sutil.

La cena estará pronto lista –dijo–. ¿Me concede el honor de acompañar a su adiposidad a la habitación de invitados?

¡Desde luego, desde luego! –asintió con entusiasmo el barón–. ¡Nunca se debe hacer esperar a la cena! –Dicho lo cual, salió de la sala casi al trote siguiendo al vicerrector.

Cierto –asintió el barón–. El enemigo, como iba diciendo, nos superaba ampliamente en número, pero yo marché con mis hombres directamente al corazón de… ¿qué es eso? –exclamó el héroe bélico en tono agitado, colocándose detrás del vicerrector, cuando una extraña criatura se lanzó como loca hacia ellos, blandiendo una pala.

Sólo es el jardinero –respondió el vicerrector en tono alentador–. Es totalmente inofensivo, se lo aseguro. ¡Escuche, está cantando! Es su pasatiempo favorito. Y una vez más volvieron a oírse aquellas agudas notas discordantes:

Creyó ver bajar de un bus

a un empleado de banca;

mas luego advirtió que era

un hipopótamo: «¡Hala!

Si a cenar viniese –dijo–

¡no dejaría migaja!».

El barón pareció de nuevo ligeramente ofendido, pero el vicerrector se apresuró a explicar que la canción no se refería a él, y que, de hecho, no tenía ningún sentido.”

Permítame presentarle a mi hijo –dijo el vicerrector; añadiendo, en un susurro–, ¡uno de los muchachos más sobresalientes y listos que jamás ha habido! Trataré de que le demuestre parte de su inteligencia. Sabe todo lo que los demás muchachos desconocen, y en tiro con arco, pesca, pintura y música, sus dotes son… pero júzguelo usted mismo. ¿Ve aquella diana de allí? Va a dispararle una flecha. Querido muchacho —dijo a continuación en voz alta–, a su adiposidad le complacería verte disparar. ¡Traed el arco y las flechas de su alteza!

Uggug puso una cara de gran enfurruñamiento cuando le entregaron el arco y la flecha, y se preparó para el disparo. Nada más salir volando el proyectil, el vicerrector propinó un fuerte pisotón en la punta del pie al barón, que profirió un grito de dolor.

¡Sostenía el arco con tamaña torpeza que parecía imposible!–musitó. Pero no cabía ninguna duda: allí estaba la flecha, ¡justo en el centro de la diana!

El lago está ahí al lado –dijo a continuación el vicerrector–. ¡Traed la caña de pescar de su alteza! –Y Uggug sujetó la caña de malísima gana, y dejó colgando la mosca sobre el agua.

¡Tiene un escarabajo en el brazo! –chilló milady, pellizcando el brazo del pobre barón más fuerte que si 10 langostas se lo hubieran atenazado a la vez con sus pinzas–. Esa variedad es venenosa –explicó–. ¡Pero qué lástima! ¡Se ha perdido cómo sacaba el pez del agua!

Un enorme bacalao muerto yacía en la orilla, con el anzuelo en la boca.

Siempre había creído –comentó el barón entre titubeos– que los bacalaos eran peces de agua salada.

No en este país –señaló el vicerrector–. ¿Vamos adentro? Hágale alguna pregunta a mi hijo de camino… ¡sobre cualquier tema que guste! –Y el malhumorado muchacho recibió un violento empujón al frente para que caminara al lado del barón.

Podría decirme su alteza –empezó cautelosamente el barón– ¿cuál sería el total de 7 por 9?

¡Tuerza a la izquierda! –chilló el vicerrector, adelantándose con aspereza para indicar el camino, de forma tan brusca que chocó con su desafortunado invitado, el cual cayó pesadamente de bruces al suelo.

¡Cuánto lo lamento! –exclamó milady, mientras su esposo y ella lo ayudaban a ponerse de nuevo en pie–. ¡Mi hijo se disponía a decir «63» cuando se ha caído!

La cena se sirvió a su debida hora, y cada nuevo plato parecía acrecentar el buen humor del barón, mas todos los esfuerzos para que expresase su opinión sobre la inteligencia de Uggug fueron vanos, hasta que el interesante muchacho abandonó la sala, y se le vio por la ventana abierta rondando el jardín con un cestillo, el cual estaba llenando de ranas.”

Ug… quiero decir, ¡muchacho! Ven un segundo, ¡y trae al maestro de música contigo! Para pasarle las páginas de la partitura –agregó como explicación.”

¿Qué mútsica fa a quegueg?

La sonata que su alteza toca tan deliciosamente –dijo el vicerrector.

Tsu altesa no tiene… –empezó a decir el maestro de música, pero fue bruscamente interrumpido por el vicerrector.

¡Silencio, señor! Vaya a pasarle las hojas de la partitura a su alteza. Querida –a la vicerrectora–, ¿le mostrarás qué hacer? Y mientras tanto, barón, yo le enseñaré un mapa sumamente interesante que tenemos… ¡de Exotilandia, Hadalandia y ese tipo de cosas!

—…¡Come como un tiburón! ¡Que yo lo mencionara resultaría escasamente apropiado!

Su esposa captó la idea, y al momento empezó a soltar indirectas de lo más sutiles y delicadas.

¡Pero mire qué corta es la vuelta a Hadalandia! ¡Si saliera mañana por la mañana, llegaría allí en poco más de una semana!

Puede volver 5 veces en el tiempo que le llevó venir una sola… ¡si sale mañana por la mañana!

Mientras ocurría todo aquello, la sonata resonaba por la sala. El barón no pudo evitar admitir para sí que la interpretación estaba siendo magnífica, pero sus intentos de captar el más mínimo atisbo del joven músico fueron inútiles. Cada vez que estaba a punto de lograr verlo, el vicerrector o su esposa se colocaban inevitablemente en medio, señalando algún nuevo punto del mapa, y ensordeciéndolo con algún nuevo nombre.

En aquel momento la puerta se abrió: un rostro gordo y furioso se asomó por ella; una voz, ronca por la ira, bramó:

¡Mi habitación está llena de ranas; me marcho! –La puerta volvió a cerrarse.

Y la noble composición seguía todavía sonando en la sala, pero era la magistral ejecución de Arthur la que originaba los ecos y me conmovía la misma alma con la delicada música de la inmortal Sonata Pathetique;¹ y no fue hasta que hubo expirado la última nota que el cansado pero feliz viajero fue capaz de pronunciar las palabras «¡Buenas noches!» e ir en busca de su muy necesitada almohada.”

¹ Sonata nº 8 de Beethoven, Opus 13.

Al dar las 5, Arthur propuso –esta vez sin vergüenza alguna– que lo acompañara hasta el Hall a fin de que pudiera conocer al earl de Ainslie, quien lo había alquilado para pasar la estación, y me reencontrara con su hija lady Muriel.”

Advertí, no obstante, y lo hice con agrado, indicios de un sentimiento que iba mucho más allá de un mero aprecio cordial en su encuentro con Arthur –aunque esto sucedía, según colegí, prácticamente a diario–, y la conversación que mantuvieron, en la que el earl y yo participamos sólo de manera ocasional, tuvo lugar con una comodidad y una espontaneidad difícil de encontrar salvo entre amigos que han mantenido una relación muy larga”

No resulta difícil imaginar una situación –dijo Arthur– en la que las cosas necesariamente no tendrían peso, en relación unas con otras, aun manteniendo cada una de ellas su peso usual, si se la considerase de manera aislada.

¡Qué terrible paradoja! –exclamó el earl–. Díganos cómo sería posible. Nunca lo adivinaremos.

Bien, imagine esta casa, tal cual, situada a unos cuantos miles de millones de millas por encima de un planeta, y con ninguna otra cosa lo bastante cerca como para perturbarla; no hay duda de que cae hacia el planeta, ¿cierto?

El earl asintió con la cabeza.

Desde luego… aunque tardaría varios siglos en hacerlo.

¿Y habría té de las 5 mientras tanto? –dijo lady Muriel.

Eso y otras cosas –señaló Arthur–. Los ocupantes vivirían sus vidas, crecerían y morirían, ¡y la casa seguiría cayendo, cayendo, cayendo! Pero en cuanto al peso relativo de las cosas: nada puede ser pesado, ya saben, salvo si intenta caer, y algo se lo impide. ¿Están todos de acuerdo?

Todos lo estábamos.

Entonces, si cojo este libro y lo sostengo con el brazo extendido, está claro que siento su peso. Está tratando de caer y yo se lo impido. Y, si lo suelto, cae al suelo. Pero si estuviéramos todos cayendo a la vez, no podría tratar de caer más rápido, ¿comprenden?, ya que, si lo suelto, ¿qué otra cosa podría hacer sino caer? Y, como mi mano estaría cayendo también, a la misma velocidad, nunca la abandonaría, pues eso supondría adelantarla en la carrera. ¡Y jamás podría rebasar el suelo, también en caída!

Lo entiendo con claridad –dijo lady Muriel–, ¡pero resulta mareante pensar en cosas así! ¿Cómo puede obligarnos a ello?

Hay una idea más curiosa todavía –me atreví a decir–. Supongamos un cordel atado a la casa, desde abajo, y del que tira alguien en el planeta. Entonces, por supuesto, la propia casa va más deprisa que su ritmo natural de caída, pero los muebles, junto con nuestros nobles cuerpos, seguirían cayendo a su antigua velocidad, ¡por lo que se quedarían atrás!

Subiríamos hasta el techo, prácticamente –apuntó el earl–. Lo cual acarrearía de manera inevitable una conmoción cerebral.

Para evitar eso –dijo Arthur–, habría que fijar los muebles al suelo, y atarnos nosotros a ellos. Entonces el té de las cinco podría tener lugar tranquilamente.

¡Con un pequeño inconveniente! –interrumpió lady Muriel de modo alegre–. Tendríamos que agarrar las tazas para que bajaran con nosotros, pero ¿qué hay del té?

Me había olvidado del té –confesó Arthur–. Eso, sin duda, subiría hasta el techo… ¡a no ser que decidiera bebérselo en mitad de la ascensión!

E tudo isso o danado do Carroll imaginou antes de poder conhecer uma estação da Nasa!

La canción de los pescadores se escuchaba cada vez más cerca y clara, a medida que su barca se aproximaba a la playa, y habría bajado para verlos descargar su flete de pescado si el microcosmos a mis pies no hubiera excitado aún más mi curiosidad.

Un viejo cangrejo, que no cesaba de moverse frenéticamente de un lado a otro de la charca, me tenía particularmente fascinado: existía una cierta vacuidad en sus ojos fijos y una violencia sin sentido en su comportamiento que recordaba, de manera irresistible, al jardinero que se había hecho amigo de Silvia y Bruno; mientras lo miraba, llegaron a mis oídos las notas con que concluía la melodía de su alocada canción.

El silencio que se produjo a continuación se vio roto por la dulce voz de Silvia:

¿Podría dejarnos salir al camino, por favor?

¡¿Qué?! ¿Para ir otra vez tras ese viejo pordiosero? –gritó el jardinero, que se puso a cantar:

Creyó ver un gran canguro¹

que molía en molinillo:

mas luego advirtió que era

un tónico en comprimidos.

«Si lo tomara –saltó–

¡me pondría muy malito!»

¹ De caranguejo a canguru num átimo!

—…Así que, ¿sería tan amable de…?

¡Pues claro! –respondió de inmediato el jardinero–. Yo siempre soy amable. Nunca soy desagradable con nadie. ¡Ya está! –Y abrió la puerta de un tirón, dejándonos salir al polvoriento y amplio camino.

¿Qué era lo que teníamos que hacer con él, Bruno? ¡Se me ha olvidado por completo!

¡Bésalo! –era la invariable receta de Bruno en casos de duda y dificultad. Silvia lo besó, pero no dio ningún resultado–. Fdótalo al devés –fue su siguiente sugerencia.

“…varios árboles, en la ladera de la colina vecina, estaban subiendo lentamente por ella, en solemne procesión, al tiempo que un apacible arroyuelo, que había estado fluyendo a nuestros pies un momento antes, formando pequeñas ondas, comenzó a crecer, a espumar, a silbar y a burbujear, de un modo verdaderamente alarmante.

¡Fdótalo de otda manera! –chilló Bruno–. ¡Pdueba de ariba abajo! ¡Core!

Fue una feliz idea. Frotarlo de arriba a abajo surtió efecto, y el paisaje, que había estado mostrando signos de enajenación mental en diversas direcciones, regresó a su estado normal de sobriedad; a excepción de un ratoncillo de color pardoamarillento, que seguía correteando como loco por el camino, en una y otra dirección, meneando enérgicamente la cola como un pequeño león.”

El ratón se puso en el acto a trotar con un paso ceremonioso, cuyo ritmo podíamos seguir sin dificultad. El único fenómeno que me produjo un cierto desasosiego fue el rápido aumento de tamaño de la pequeña criatura que estábamos siguiendo, que se parecía más y más a un verdadero león a cada momento que pasaba.”

Ningún miedo pareció pasar por la mente de los niños, que le dieron suaves palmadas y lo acariciaron como si se tratase de un poni de las islas Shetland.

¡Ayúdame a subid! –gritó Bruno. Y un momento después Silvia lo levantó hasta el ancho lomo de la mansa bestia, y ella se sentó detrás de él, de lado. Bruno llenó ambas manos de melena y simuló guiar a aquel nuevo tipo de corcel–. ¡Are! –aquello pareció bastar a modo de indicación verbal: el león inició al instante un medio galope tranquilo y pronto nos vimos en el corazón del bosque. Y digo «nos vimos», pues tengo la seguridad de que yo los acompañaba, aunque me siento totalmente incapaz de explicar cómo me las arreglé para mantener el ritmo de un león a dicho aire. Pero ciertamente yo era parte del grupo cuando nos topamos con un viejo pordiosero que estaba cortando leña, y a cuyos pies el león hizo una profunda reverencia, momento en el cual los niños desmontaron y se lanzaron a los brazos de su padre.

¡De mal en peor! –dijo el anciano para sí en tono caviloso cuando los niños hubieron terminado su relato, algo confuso, de la visita del embajador, construido sin duda a partir del rumor general, pues ellos no lo habían visto en persona–. ¡De mal en peor! Ese es su destino. Lo veo, pero no puedo alterarlo. El egoísmo de un hombre mezquino y artero, de una mujer ambiciosa y necia, de un niño lleno de rencor y falto de amor… todos llevan en una dirección: ¡de mal en peor! Y vosotros, queridos míos, debéis sufrirlo por algún tiempo, me temo. Empero cuando las cosas estén peor que nunca, podéis acudir a mí. Es poco lo que puedo hacer de momento…”

Que el engaño, el rencor, la ambición

duerman en la noche de la razón,

¡hasta que la flaqueza sea fuerza;

las tinieblas, fulgor;

y todo mal se invierta!

La nube de polvo se extendió por el aire, como si estuviera viva, adoptando formas curiosas que cambiaban sin cesar.

¡Está fodmando letdas! ¡Y palabdas! –susurró Bruno, agarrándose, un poco asustado, a Silvia–. ¡Pero no consigo leedlas! ¡Hazlo tú, Silvia!”

—…Primero, ¿por qué me llamas Benjamín?

¡Es parte de la conspiración, amor! Uno debe tener un alias, ¿sabes?…

¡Oh, así que un alias! ¡Vaya! Y segundo, ¿con qué objeto compraste esta daga? Venga, ¡nada de evasivas! ¡No puedes engañarme!

¡Oh, no hables tú de conspiraciones! –la cortó violentamente su esposo, tirando la daga al interior del armario–. Sabes tanto de dirigir una conspiración como una gallina. Lo primero que hay que hacer es conseguir un disfraz. ¡Mira esto!

Y con comprensible orgullo se ciñó el gorro y los cascabeles, y el resto del disfraz de bufón, le guiñó un ojo a su esposa y preguntó con ironía:

¿Doy el pego o no?

Los ojos de milady brillaron con absoluto entusiasmo conspirativo.

¡Totalmente! –exclamó, dando palmadas–. ¡Tienes todo el aspecto de un payaso!

El «payaso» sonrió con recelo. No estaba completamente seguro de si aquello era un halago o no.

¿Quieres decir un bufón? Sí, esa era mi intención. ¿A que no te imaginas cuál es tu disfraz? –Y procedió a deshacer el paquete, mientras la dama lo observaba extasiada.

¡Oh, qué maravilla! –gritó, cuando el disfraz estuvo por fin extendido–. ¡Un disfraz espléndido! ¡De mujer esquimal!

¡Cómo que de esquimal! –bramó el otro–. Toma, póntelo, y mírate en el espejo. ¿Pero es que no ves que es un oso? –El vicerrector calló de repente, al oírse una áspera voz que aullaba:

«Mas luego advirtió, no obstante,

que era un oso sin cabeza».

Tendré que practicar un poco la forma de andar –dijo milady, mirando a través de la boca del oso–: ya sabes que al principio es imposible no comportarse un poco como un humano. Y por supuesto dirás: «¡Arriba, Bruin!»,¹ ¿a que sí?

¡Por supuesto que sí! –contestó el cuidador, agarrando la cadena que colgaba del collar del oso con una mano, mientras con la otra hacía restallar un pequeño látigo–. Ahora da una vuelta a la habitación bailando un poco. Muy bien, querida, muy bien. ¡Arriba, Bruin! ¡Arriba te digo!

[¹ Diz-se dos ursos marrons.]

¡Deja que te tome el pulso, hijo mío! –solicitó el preocupado padre–. Ahora saca la lengua. ¡Ah, lo que pensaba! Tiene un poco de fiebre, profesor, y ha sufrido una pesadilla. Métalo en la cama inmediatamente y dele un jarabe que le baje la temperatura.

El motivo por el que lo he mencionado, profesor, era pedirle que tuviera la amabilidad de presidir las elecciones. Como entenderá, ello conferiría respetabilidad al asunto para que no hubiera sospechas de nada turbio…

¡Me temo que no puedo, excelencia! –balbuceó el anciano–. ¿Y si el rector…?

¡Cierto, cierto! –interrumpió el vicerrector–. Su posición, como profesor de la corte, no lo vuelve oportuno, lo admito. ¡Pues nada! Entonces las elecciones se llevarán a cabo sin su intervención.

¡Es siempde tan desagadable! –añadió Bruno lastimeramente–. Ahora que padde ya no está, todos lo son con nosotdos. ¡El león se podtó mucho mejod!

Pero tenéis que hacer el favor de aclararme –contestó el profesor con gesto de preocupación– cuál es el león, y cuál el jardinero. Es sumamente importante no confundir 2 animales así uno con otro. Y en su caso, es muy probable que ocurra, dado que ambos tienen boca, ¿sabéis?…

¿Siempde confunde unos animales con otdos? –preguntó Bruno.

Bastante a menudo, me temo –confesó con franqueza el profesor–. Por ejemplo, están la conejera y el reloj del salón –señaló–.

Uno los confunde un poco… porque los dos tienen puertas, como sabéis. Ayer mismo, ¿os lo podéis creer?, metí unas lechugas en el reloj, ¡y traté de dar cuerda al conejo!

¿Y el conejo madchaba, después de habedle dado cuedda? –inquirió Bruno.

El profesor se llevó las manos a la cabeza, y gimió:

¿Que si marchaba? ¡Me parece que sí! ¡De hecho, se ha marchado! Y a dónde… ¡eso es lo que no puedo averiguar! Lo he intentado todo… me he leído entero el artículo «Conejo» en la enciclopedia…

Bueno, verá, la cifra lleva doblándose muchos años –respondió el sastre, de forma un poco desabrida– y creo que me gustaría que me pagara ya. ¡Son 2 mil libras!

¡Oh, eso no es nada! –observó el profesor con despreocupación, hurgando en su bolsillo, como si siempre llevara por lo menos dicha cantidad consigo–. ¿Pero no preferiría esperar 1 añito más y que pasen a ser 4 mil? ¡Piense tan sólo en lo rico que sería! ¡Podría ser rey, si quisiera!

No sé si querría ser rey –dijo el hombre, pensativo–. ¡Pero desde luego parece un buen montón de dinero! Está bien, creo que esperaré…

¡Claro que sí! –asintió el profesor–. Veo que es usted muy sensato. ¡Que tenga un buen día!

¿Tendrá algún día que pagarle esas 4 mil libras? –preguntó Silvia cuando la puerta se cerró tras el acreedor.

¡Nunca, mi niña! –contestó enfáticamente el profesor–. Seguirá doblándola, hasta que muera. ¡Entenderéis que siempre merece la pena esperar 1 año más para conseguir el doble de dinero! Y ahora, ¿qué os gustaría hacer, amiguitos míos? ¿Os parece bien que os lleve a ver al otro profesor? Es una ocasión excelente para una visita –dijo para sí, echando un vistazo a su reloj–: normalmente se toma un breve descanso, de 14 minutos y ½, sobre esta hora.

A CREATURE OF CHAOS: “iba descubriendo a cada momento nuevas habitaciones y corredores en aquel misterioso palacio, y con escasa frecuencia lograba encontrar de nuevo los ya visitados.”

¡Nos estás gastando una broma, anciano encantador! –dijo–. ¡Aquí no hay ninguna puerta!

La habitación no tiene puertas –explicó el profesor–. Tendremos que entrar por la ventana.

De modo que fuimos hasta el jardín y no tardamos en hallar la ventana de la habitación del otro profesor. Era una ventana en la planta baja, y se encontraba invitadoramente abierta; el profesor aupó primero a los 2 niños para que entraran, y después él y yo trepamos al alféizar para seguirlos.

El otro profesor estaba sentado frente a una mesa, con un gran libro abierto delante, sobre el cual tenía la frente apoyada; abrazaba el libro con ambos brazos, y roncaba con fuerza.

Lee así, por lo general –comentó el profesor–, cuando el libro es muy interesante, ¡y entonces a veces cuesta mucho conseguir que atienda!

¡Qué ensimismado está! –exclamó el profesor–. ¡Debe de haber llegado a una parte del libro interesantísima! –Y descargó una buena lluvia de golpes sobre la espalda del otro profesor, mientras gritaba sin parar–: ¡Eh! ¡Eh! –Luego le dijo a Bruno–: ¿No es asombroso que esté tan abstraído?

¡Eso es! –exclamó el profesor, encantado–. ¡Eso servirá, no hay duda! –Y cerró el libro con tanta brusquedad que pilló con fuerza la nariz del otro profesor entre las hojas.

Este se levantó al instante y llevó el libro al fondo de la habitación, donde lo devolvió a su sitio en la librería.

He estado leyendo 18 horas y ¾ –dijo–, y ahora me tomaré un descanso de 14min30. ¿La charla está lista?

—…La gente nunca disfruta de la ciencia abstracta, ya sabe, cuando le ruge el estómago. Y también está el baile de disfraces. ¡Oh, será de lo más entretenido!

¿En qué momento será el baile? –preguntó el otro profesor.

En mi opinión debería celebrarse al principio del banquete… viene muy bien para que la gente rompa el hielo, ya sabe.¹

Sí, ese es el orden correcto. Primero el conocer; luego el comer; y después el placer… ¡pues estoy seguro de que cualquier charla que imparta será un placer para nosotros! –dijo el otro profesor, el cual no había dejado de darnos la espalda en ningún momento, ocupado como estaba en sacar los libros, uno por uno, y colocarlos cabeza abajo. Un caballete, que sostenía una pizarra, se hallaba cerca de él, y, cada vez que le daba la vuelta a un libro, hacía una marca en el encerado con un trozo de tiza.

¹ Todos esses eventos demorarão centenas de páginas para acontecer!

Deje que lo intente –dijo el otro profesor, sentándose al pianoforte–. Supongamos, por ejemplo, que comienza en la bemol –añadió, tocando la nota en cuestión–. ¡La, la, la! Creo que estoy dentro de la octava. –Volvió a tocar la nota y apeló a Bruno, que se encontraba a su lado–: ¿La he cantado como es debido, hijo?

No, no lo ha hecho –respondió Bruno con gran decisión–. La ha cantado como bebido.

Había una vez un cerdo sentado a solas

junto a una fuente rota,

que día y noche se lamentaba;

a un corazón de piedra habría conmovido

verlo retorcerse las pezuñas y soltar gemidos

porque era incapaz de saltar.”¹

¹ Também esta música-estorieta demorará a concluir, na boca de Bruno, no epílogo!

Los extremos son siempre malos –comentó el profesor, con gran seriedad–. Por ejemplo, la sobriedad es algo muy bueno, cuando se practica con moderación: pero incluso esta, cuando se lleva al extremo, tiene desventajas.

«¿Qué desventajas?» fue la cuestión que me vino a la cabeza; y, como de costumbre, Bruno la formuló por mí:

¿Qué debe en cajas?

Esta es una de ellas –continuó el profesor–: cuando un hombre está achispado (ese es un extremo, sabéis), ve una sola cosa como si fueran 2. Pero cuando está extremadamente sobrio (ese es el otro extremo), ve 2 cosas como si fueran una sola. En ambos casos, se trata de algo igual de inconveniente.

¿Qué significa «inconviniente»? –susurró Bruno a Silvia.

La diferencia entre «conveniente» e «inconveniente» se ilustra mejor por medio de un ejemplo –dijo el otro profesor, que había oído la pregunta–. Si sencillamente piensas en cualquier poema que contenga las 2 palabras… como…

El profesor se tapó las orejas con las manos y adoptó una expresión consternada.

Si se le deja empezar un poema –informó a Silvia–, ¡no parará de recitar! ¡Nunca lo hace!

¿Alguna vez se ha puesto a recitar un poema y nunca ha parado? –indagó Silvia.

En 3 ocasiones –dijo el profesor.

Bruno se puso de puntillas hasta que sus labios estuvieron a la altura del oído de Silvia.

¿Y qué paso con esos tdes poemas? –susurró–. ¿Los está deciendo ahora?

¡Calla! –le instó Silvia–. ¡El otro profesor está hablando!

Adelante, entonces –dijo el profesor–. Lo que tiene que ser, será.

¡Recuerda eso! –le susurró Silvia a Bruno–. Es una regla muy buena para las veces en que te haces daño.

¡Y también para cuando hago duido! –contestó el descarado jovenzuelo–. ¡Así que decuéddelo usted también, señorita.

Sus palabras fueron bastante severas, pero soy de la opinión de que, cuando uno desea realmente despertar en el criminal una conciencia de su culpabilidad, no debería pronunciar la frase con los labios muy cerca de su mejilla, dado que concluirla con un beso, por muy accidental que sea, debilita terriblemente el efecto.”

«Pedro es pobre –dijo el noble Pablo–

mas su amigo fiel siempre yo he sido;

y, aunque mis medios son escasos,

ya que dar no, prestar me permito.

¡Qué pocos, salvo por interés,

ayudan al que lo necesita!

¡Pero a Pedro yo le prestaré,

pues sensible soy, 50 libras!».

¡Cuán inmenso fue el gozo de Pedro

al ver a su amigo tan solidario!

¡Con qué alegría firmó el acuerdo

por el cual quedaría endeudado!

Y dijo Pablo: «No está de más

que fijemos del retorno el día.

Siguiendo un buen consejo, será

de mayo el cuarto, al mediodía».

«¡Pero si ya es abril! Día uno,

si no me equivoco –dijo Pedro–.

Cinco semanas se irán al punto:

¡apenas duran un pestañeo!

Dame, para montar una empresa

y especular, al menos un año.»

«Es imposible cambiar la fecha.

Ha de pagarse el 4 de mayo.»

«¡Qué remedio! –suspiró el deudor–.

Me marcho: abóname el importe.

Ganaré 1 libra honesta o 2

con una sociedad por acciones.»

«Si parezco insensible, lo siento:

te haré el préstamo, naturalmente;

mas, por unas semanas, encuentro

que no será… en fin, conveniente.»

Cada semana, Pedro volvía,

para marcharse apesadumbrado;

la respuesta siempre era la misma:

«Hoy no te puedo dar lo que hablamos».

Y pasaron las lluvias de abril

cinco semanas, prácticamente–

y aún Pablo replicaba así:

«Por el momento, ¡no es conveniente!».

Llegó el 4, y Pablo, puntual,

se presentó allí con un letrado.

«Creí mejor venir a tu hogar,

y dejar ya todo esto zanjado.»

¡Qué desesperación la de Pedro!

Mechones se arrancaba frenético,

y muy pronto sus rubios cabellos

formaron en el suelo gran séquito.

El letrado quieto lo observaba

con lástima medio contenida:

una lágrima en su ojo temblaba;

su mano el acuerdo sostenía.

Pero cuando al fin la profesión

de nuevo en su corazón se impuso,

dijo: «La Ley no tiene señor;

si no pagas seguirá su curso».

Y habló Pablo: «¡Cómo me arrepiento

de mi visita aquel día aciago!

¡Considera lo que haces, Pedro!

¡No serás más rico al estar calvo!

¿Crees que arrancándote los rizos

lograrás que mengüen tus problemas?

Frena esta violencia, te lo pido:

¡pues sólo más disgusto me creas!».

«Nunca a sabiendas infligiría

en tan buen corazón –Pedro dijo–

innecesario dolor o herida.

Mas, ¿por qué tan estricto, ‘amigo’?

Por muy legal que a lo mejor sea

pagar un préstamo inexistente,

¡yo creo que resulta un sistema

en extremo grado inconveniente!

«¡Tanta nobleza en mi alma no existe

como en la de algunos de estos tiempos!

Pablo se sonrojó, pues humilde

era, y bajó la vista al suelo–.

¡La deuda me dejará pelado

y me atribulará para siempre!»

«¡No, no, Pedrito! –repuso Pablo–.

¡No te quejes así de tu suerte!

«No te falta en casa el alimento;

eres respetado en todo el mundo,

y en la barbería, según creo,

rizas tus patillas a menudo.

Aunque la nobleza nunca alcances

te quedarás corto, ni lo intentes–,

la vía honesta tienes delante

¡aunque sea muy inconveniente!»

«Cierto es –dijo Pedro–, vivo estoy;

el mundo todavía me admira,

y una vez a la semana voy

a rizar y aceitar mis patillas.

Pero un activo insignificante

e ingresos nulos son mi presente:

abusar del capital, ya sabes,

¡es en cualquier caso inconveniente!»

«¡Pero paga! –exclamó su amigo–.

Mi buen Pedrito, ¡paga tus deudas!

¿Qué importa si al completo tu ‘activo’

resulta devorado por ellas?

Ya tardas una hora en pagar;

aunque ser generoso procuro.

Me irrita, pero bueno, ¡da igual!

¡NO TE APLICARÉ INTERÉS NINGUNO!»

«¡Cuánta bondad! –gritó el pobre Pedro–.

Empero ¡deberé mi alfiler

de corbata, mi piano, mi cerdo

e incluso mi peluca vender!»

Al poco todo aquello echó alas,

y, con cada vuelo, diariamente,

él se veía (y suspiraba)

en situación menos conveniente.

Pasaron semanas, meses, años:

Pedro quedó hecho un saco de huesos.

Y una vez hasta rogó, llorando:

«¿Te acuerdas, Pablo, de aquel dinero…?».

El cual contestó: «¡Te prestaré,

cuando pueda, todos mis ahorros!

¡Ah, Pedro, qué dicha obra en tu haber!

¡Decir que te envidio es decir poco!

«Estoy engordando, como ves,

y mi salud no es del todo buena.

Ya no siento el júbilo de ayer

al oír la llamada a la cena.

Pero tu figura es leve y fina,

y retozas igual que un muchacho:

¡el rancho es una diaria alegría

para apetitos así, tan sanos!».

«De veras que sé –Pedro repuso–

en qué feliz estado me veo.

Mas podría prescindir con gusto

de parte de esos lujos que tengo.

Lo que tú llamas sano apetito

supone del hambre mordedura.

Y, cuando no hay qué llevarse al pico,

¡el toque a fagina es cruel tortura!

«Ni un espantapájaros querría

este abrigo, o botas así.

¡Ah, Pablo, 5 míseras libras

harían otro hombre de mí!»

«Pedrito, me llena de sorpresa

escucharte hablar en ese tono.

¡Temo que no eres consciente apenas

de tus muchos motivos de gozo!

«No corres riesgo de criar manteca;

resultas pintoresco en harapos;

te salvas de sufrir las jaquecas

que el dinero trae bajo el brazo.

Y tienes tiempo de cultivar

el contento, virtud muy decente,

en pro de lo cual tu estado actual

¡te será de lo más conveniente!»

«Aunque penetrar –contestó Pedro–

tus hondos pensamientos no pueda,

no obstante, en tu carácter encuentro

alguna pequeña inconsistencia.

Tomártelo pareces con calma

cuando una promesa has de cumplir;

pero ¡ay, si de cobrar se trata!:

¡persona tan puntual jamás vi!»

Su amigo: «Toda cautela es poca

en lo que concierne a soltar ‘plata’;

para los cobros, como bien notas,

soy la puntualidad encarnada.

Uno ha de reclamar lo que es suyo;

mas, al prestar dinero a la gente,

¡se le debe permitir –propugno–

escoger ocasión conveniente!».

Un cierto día, mientras roía

Pedro un mendrugo –su dieta usual–,

se presentó Pablo de visita

y estrechó su mano con afán.

«Tus frugales costumbres conozco:

como herir tu orgullo no quisiera

por entrar con extraños curiosos,

¡he dejado a mi abogado fuera!

«Bien recuerdas, no me cabe duda,

con qué desdén todos te miraban

cuando empezó a irse tu fortuna.

¡Yo nunca te puse mala cara!

Y cuando tus pocas posesiones

perdiste y te viste marginado,

no he de recordarte cómo entonces

de ti me apiadé cual un hermano.

«Así pues, te ofrecí mi consejo

rebosante de sabiduría,

a cambio de nada, aunque es cierto

¡que haber cobrado por él podría!

Pero me abstengo de mencionar

mis buenas acciones: larga estela.

Ya que alardear, como sabrás,

es una cosa que odio de veras.

«¡Qué extensa parece ser la lista

de todos los favores que he hecho,

desde aquellos vagos, mozos días,

al préstamo de abril el primero!

El cual secó mis escasos fondos,

aunque de ello no hubieses sospecha;

pero tengo un corazón de oro

¡Y VOY A PRESTARTE OTRAS CINCUENTA!»

«No será así –Pedro contestó,

lágrimas de gratitud llorando–.

Nadie recuerda, mejor que yo,

tus servicios en años pasados;

y he de admitir que esta nueva oferta

es generosísimo presente.

Con todo, hacer uso de ella

¡no me parece muy conveniente!»

…enseguida veréis la diferencia entre «conveniente» e «inconveniente». Ahora la entendéis del todo, ¿a que sí? –añadió, mirando con gesto amable a Bruno, el cual se encontraba sentado, junto a Silvia, en el suelo.

Sí –dijo Bruno, en voz muy baja. Una respuesta tan sucinta era algo muy inusual, tratándose de él, pero en aquel momento me pareció verlo un tanto agotado. De hecho, se subió al regazo de Silvia mientras hablaba, y apoyó la cabeza en su hombro–. ¡Cuántos vedsos tenía el poema! –susurró.”

El otro profesor observó a Bruno con cierta preocupación.

La criaturita debería irse a la cama de una vez –dijo con aire autoritario.

¿Por qué de una vez? –preguntó el profesor.

Porque no puede irse de dos veces –respondió el otro profesor.

El profesor aplaudió con suavidad.”

La acción de los nervios –empezó a decir con entusiasmo– es curiosamente lenta en algunas personas. Una vez, ¡tuve un amigo que tardaba años y años en sentir una quemadura hecha con un atizador al rojo!

¿Y si simplemente se le pellizcaba? –inquirió Silvia.

Entonces tardaría mucho más en sentirlo, naturalmente. De hecho, dudo que el hombre llegara a hacerlo jamás. Quizá sus nietos sí.

No me gustaría sed nieto de un abuelo al que habieran pellizcado, ¿y usted, hombde señod? –susurró Bruno–. ¡Podería llegadle justo cuando quisiera estad contento! [o etéreo professor idoso da realidade alternativa começa a interagir com as crianças élficas]

¿Pero es que acaso no quieres estar siempre contento, Bruno?

No siempde –dijo Bruno con aire pensativo–. A veces, cuando estoy demasiado contento, quiero estad un poquito tdiste. Entonces se lo cuento a Silvia, ¿sabe?, y ella me pone algunas leciones. Y todo se aregla.

Siento que no te gusten las lecciones –dije yo–. Deberías hacer como Silvia. ¡Ella siempre está ocupada a lo largo del día!

¡Yo también! –señaló Bruno.

¡No, no! –lo corrigió Silvia–. ¡Tú estás ocupado a lo corto del día!

¿Y cuál es la diferencia? –preguntó Bruno–. Hombde señod, ¿no es el día tan codto como ladgo? Quiero decid, ¿no dura siempde lo mismo?

Dado que nunca había considerado la cuestión desde ese punto de vista, sugerí que lo mejor era que le preguntaran al profesor, y al instante salieron corriendo para solicitar la ayuda de su anciano amigo. El profesor paró de limpiar sus anteojos para pensar sobre aquello.

Los niños volvieron, con paso lento y cavilante, para comunicar su respuesta.

¿A que es sabio? –preguntó Silvia en un reverente susurro–. Si yo fuera así de sabia, me dolería la cabeza el día entero, ¡estoy segura!

Parecéis estar hablando con alguien… que no está ahí –observó el profesor, girándose hacia los niños–. ¿Quién es?

Bruno puso cara de extrañeza.

¡Yo nunca hablo con nadie cuando no está aquí! –respondió–. No es de buena educación. ¡Uno debería siempde esperad a que llegue antes de hablad con él!

El profesor miró con inquietud en mi dirección, y dio la impresión de estar atravesándome una y otra vez con la mirada sin verme.

¿Con quién habláis entonces? –dijo–. Aquí no hay nadie, ¿sabéis?, excepto el otro profesor… ¡que tampoco está aquí! –agregó frenético, dando vueltas y vueltas sobre sí mismo como una perinola–. ¡Niños! ¡Ayudadme a buscarlo! ¡Rápido! ¡Se ha perdido otra vez! Los niños se pusieron en pie al momento.”

Bruno cogió un librito muy pequeño de la librería, y lo abrió y sacudió imitando al profesor.

Aquí no está –dijo.

¡Ahí no puede estar, Bruno! –señaló Silvia con indignación.

¡Pues claro que no! –contestó su hermano–. ¡Si estuviera aquí, se habdía caído del libdo al sacudidlo!

¿Ha llegado a perderse en alguna ocasión anterior? –inquirió Silvia, levantando una esquina de la alfombra frente a la chimenea y echando un vistazo debajo.

Lo hizo una vez –explicó el profesor–: se perdió en un bosque…

¿Es que no era capaz de encontdadse otda vez? –preguntó Bruno–. ¿Pod qué no gditó? Está claro que se habdía oído a sí mismo, podque no podía andad muy lejos, ¿sabéis?

Probemos a llamarlo a voces –propuso el profesor.

¿Y qué gritamos? –dijo Silvia.

Pensándolo bien, no lo hagáis –contestó el profesor–. El vicerrector podría oíros. ¡Se está volviendo terriblemente estricto!

Aquello recordó a los pobres niños todos los problemas que les habían hecho acudir a su viejo amigo. Bruno se sentó en el suelo y comenzó a llorar.

¡Es tan cduel! –sollozó–. ¡Y deja que Uggug me quite todos mis juguetes! ¡Y la comida es una podquedía!

¿Qué has tenido hoy para cenar? –preguntó el profesor.

Un tdocito de cuedvo muedto –fue la amarga contestación de Bruno.

Quiere decir pastel de grajo –explicó Silvia.”

¿No le parece una pedsona amable, hombde señod?

Desde luego que sí –dije yo. Pero el profesor no se percató de mi comentario. Se había puesto un bonito gorro con una larga borla, y se encontraba eligiendo uno de los bastones del otro profesor de una bastonera en una esquina de la habitación.

iniciará la conversación (no se puede beber una botella de vino sin abrirla antes)” Hoje na padaria (4/6/23) um garoto de 3 ou 4 anos recebeu uma água mineral de sua mãe na fila do caixa e pôs-se a virar a garrafa, entornada na boca… Para sua surpresa o líquido não desceu nem molhou sua garganta sedenta, pois a garrafa ainda estava fechada… Tem razão, como se há de beber o vinho sem sacar a rolha?! Parte tão importante quanto ficar bêbado!

Creyó ver volando en torno

a la lámpara un albatros:

mas luego advirtió que era

un sello postal barato.

«Mejor vete a casa –dijo–

¡o acabarás empapado!»

Para entonces habíamos llegado ya hasta el jardinero, quien se hallaba a la pata coja, como de costumbre, regando afanosamente un macizo de flores con una regadera vacía.

¡Pero si no tiene agua! –le explicó Bruno, tirándole de la manga para llamar su atención.

Así pesa menos –repuso el jardinero–. Si está muy llena, el brazo acaba doliendo. –Y siguió con su trabajo, al tiempo que canturreaba para sí:

¡O acabarás empapado!”

No me importaría dejarle salir a usted –dijo el jardinero–. Pero no debo abrir la puerta a los niños. ¿Se cree que desobedecería las reglas? ¡Ni por un chelín y medio!

El profesor extrajo cuidadosamente un par de chelines.

¡Con eso valdrá! –gritó el jardinero, mientras tiraba la regadera por encima del macizo de flores, y sacaba un puñado de llaves: una grande, y varias otras de menor tamaño.

He observado a menudo que una puerta se abre mucho mejor con su propia llave.

La llave grande resultó ser la correcta al primer intento; el jardinero abrió la puerta y extendió la mano para recibir el dinero.

El profesor meneó negativamente la cabeza.”

El jardinero puso cara de no entender nada, y permitió que saliésemos; pero mientras cerraba la puerta detrás de nosotros, lo oímos cantar para sí con aire meditabundo:

Creyó ver una cancela

que con una llave abría,

mas luego advirtió que eran

2 reglas de 3 seguidas.

«¡Y este gran misterio –dijo–

pa mí es claro como el día!»

¡Vaya, vaya! –dijo el bondadoso anciano–. Tal vez os siga, uno de estos días. Pero debo volver, ahora mismo. Veréis, dejé la lectura en una coma, ¡y es un fastidio no saber cómo acaba la frase! Además, el primer sitio por el que tenéis que pasar es Canilandia, y los perros siempre me han puesto un pelín nervioso. Pero viajar será muy sencillo en cuanto haya acabado mi nuevo invento: sirve para transportarse, ¿sabéis? Le falta únicamente un poquitín más de trabajo.

¿No será eso muy cansado, transportarse uno mismo? –inquirió Silvia.

Ah, no, mi niña. Verás, cualquier cansancio que uno sufra por transportar, ¡se lo ahorra siendo transportado! ¡Adiós, preciosos! ¡Adiós, señor! –añadió para mi gran sorpresa, y me estrechó la mano de manera afectuosa.

¡Adiós, profesor! –contesté, mas mi voz sonaba extraña y distante, y los niños no se percataron en lo más mínimo de nuestra despedida. Era evidente que ni me veían ni me oían cuando, abrazados tiernamente el uno al otro, continuaron la marcha con paso audaz.”

¡Ubuf, uof bufuofhau! –gruñó por fin–. ¡Guofbau hauguau ubuf! ¿Bou guaubau guofbufhau? ¿Bou guou? –interpeló a Bruno, con severidad.

Naturalmente Bruno entendió todo aquello, sin excesivos problemas. Todas las hadas entienden el perruno –esto es, la lengua de los perros–. Pero como puede que vosotros lo encontréis un poco difícil, sólo al principio, mejor será que os lo traduzca: «¡Humanos, en verdad lo creo! ¡Un par de humanos perdidos! ¿Qué perro es vuestro amo? ¿Qué queréis?».

Los cortesanos no se fijaron para nada en mí, pero Silvia y Bruno fueron el blanco de muchas miradas inquisitivas, y de numerosos comentarios susurrados, de los cuales sólo alcancé a oír con claridad uno –realizado por un perro salchicha a un amigo suyo–: «Bau guof guauhau uofbau ubuf, ¿au bau?» («Pues no es demasiado fea para ser una humana, ¿no crees?»)”

Ouvi rumores de que Barkhtin é o maior lingüista desta sociedade!

A continuación el centinela rascó violentamente la puerta y profirió un agudo y fuerte ladrido que hizo estremecerse a Bruno de la cabeza a los pies.

¡Uofhau guau! –dijo una voz profunda desde el interior. (Lo que significa «¡Adelante!» en perruno.)”

¿Bou guou? –fue lo primero que preguntó.

¡Cuando su majestad se dirija a vosotros –corrió a susurrarle el centinela a Bruno– deberíais levantar las orejas!

Bruno miró a Silvia con actitud vacilante.

Pdeferiría no hacedlo, pod favod –contestó–. Me dolería.

¡Pero si no duele nada! –dijo el centinela con cierta indignación–. ¡Mira! ¡Se hace así! –Y levantó las orejas como 2 señales ferroviarias.

¡Cuál fue el asombro –por no decir el horror– de todos los allí reunidos, cuando Silvia no hizo otra cosa que acariciarle la cabeza a su majestad, mientras Bruno le agarraba las largas orejas y simulaba atárselas bajo el mentón!

El centinela dejó escapar un fuerte gemido; un hermoso galgo –que al parecer era una de las damas de honor– sufrió un desvanecimiento, y el resto de los cortesanos se apartó a toda prisa, y dejó un amplio espacio para que el enorme terranova se abalanzara sobre los audaces extraños y los despedazara.

Sólo que… no lo hizo. Al contrario, su majestad incluso sonrió –hasta donde puede hacerlo un perro– y (los demás perros no dieron crédito a lo que vieron, pero así ocurrió, de todos modos) ¡meneó la cola!

¡Hau uof auguof! –(Esto es: «¡Jamás vi cosa igual!») fue el grito unánime.

Su majestad echó una mirada severa a su alrededor, y soltó un leve gruñido, que produjo un silencio instantáneo.

¡Conducid a mis amigos a la sala de banquetes! –ordenó, poniendo tanto énfasis en «mis amigos» que varios de los perros no pudieron evitar rodar sobre sus lomos y ponerse a lamer los pies de Bruno.”

Pero era obvio que los niños no tenían mucha práctica en modales palaciegos. Silvia únicamente estrechó la gran pata; Bruno se abrazó a ella; el maestro de ceremonias parecía estupefacto.”

Bueno, un sueñecito no le hará daño –dijo el maestro, que acto seguido se marchó. Apenas pude oír sus palabras, lo cual no es de extrañar: se encontraba apoyado en la borda de un navío, a muchas millas del muelle donde yo estaba. El barco se perdió tras el horizonte, y yo me hundí de nuevo en el sillón.

¡Es un modo de proceder tremendamente inusual, majestad! –exclamó el gruñidor mayor, a punto de ahogarse por el disgusto de ser dejado al margen, dado que se había puesto su mejor traje de gala, confeccionado enteramente con pieles de gato, para la ocasión.

Los escoltaré yo mismo –repitió su majestad, suave pero firmemente, despojándose de las vestiduras reales, y cambiando su corona por otra más pequeña–, y tú puedes permanecer en palacio.

¡Me alegdo! –le susurró Bruno a Silvia cuando estuvieron lo bastante lejos como para que el gruñidor no pudiera oírlos–. ¡Estaba muy enfadadísimo! –Y no sólo acarició a su escolta real, sino que incluso lo abrazó por el cuello exultante de gozo.

¡Es todo un alivio –dijo– alejarse del palacio de cuando en cuando! La realeza perruna lleva una vida insulsa, ¡os lo aseguro! ¿Te supondría…? –y esto se lo dijo a Silvia, en voz baja, y con aspecto de sentirse un poco tímido y avergonzado–. ¿Te supondría mucha molestia lanzar simplemente ese palo para que te lo traiga?

Silvia se quedó por un instante demasiado atónita como para hacer nada: le parecía una imposibilidad monstruosa que un rey quisiera correr detrás de un palo. Pero Bruno estaba a la altura de la ocasión, y con el alegre grito de «¡Venga! ¡Tdáelo, perito bueno!» lo arrojó por encima de un matorral. Un instante después el monarca de Canilandia había saltado las matas, recogido el palo y vuelto al galope con él en la boca a donde estaban los niños. Bruno se lo quitó de manera muy decidida.

¡Pero el trabajo es el trabajo! –dijo el rey canino por fin–. Y yo debo retornar al mío. No podría ir más lejos –agregó, consultando un reloj para perros que colgaba de una cadena alrededor de su cuello–, ¡ni aunque hubiera un gato a la vista!

Se despidieron afectuosamente de su majestad y continuaron adelante, con paso cansado.

¡Estoy casi segura de que son las puertas de Hadalandia! Sé que son totalmente doradas, padre me lo dijo, ¡y brillan tanto, tanto! –agregó en tono soñador.”

Yo sabía, por alguna extraña iluminación mental, que un gran cambio estaba produciéndose en mi dulce amiguita (pues tal me gustaba considerarla) y que estaba trascendiendo la simple condición de duende de Exotilandia para pasar a ser una verdadera hada.

El cambio tardó más en llegar en el caso de Bruno, pero se completó en ambos antes de su llegada a las puertas doradas, a través de las cuales sabía que me sería imposible seguirlos. No pude hacer otra cosa que permanecer fuera y echar una última mirada a los 2 encantadores niños antes de que desapareciesen en su interior y las puertas doradas se cerraran con un potente estruendo.

¡Y menudo estruendo!

¡Nunca se cerrará como una puerta de armario normal! –explicó Arthur–.”

¡Así que ahora debes irte realmente a la cama, anciano! No estás para nada más. Da fe oficial el Dr. Arthur Forester.”

“…La primera vez que te hablé de… –empezó a decir Arthur, tras un largo e incómodo silencio–, es decir, cuando hablamos por primera vez de ella, ya que creo que fuiste tú quien sacó el tema, mi propia situación en la vida me impedía cualquier otra cosa que no fuera adorarla a distancia, y me encontraba dándole vueltas al plan de dejar finalmente este lugar e instalarme en alguna otra parte lejos de cualquier posibilidad de reencontrarme con ella. Esto parecía ser lo único provechoso que podía hacer con mi vida.

¿Y crees que eso habría sido juicioso? –dije yo–. ¿No permitirte esperanza alguna?”

Lo que quería contarte es lo siguiente –continuó su relato–: Esta tarde me han llegado noticias de mi abogado. No puedo entrar en los detalles del asunto, pero el resultado es que mi fortuna material es mucho mayor de lo que pensaba, y me encuentro (o pronto me encontraré) en posición de ofrecerle matrimonio, sin que ello resulte imprudente, a cualquier dama, incluso en el caso de que esta no aportara nada. Y hablando de ella, dudo que lo hiciera: el earl es pobre, según creo. Pero yo dispondría de suficiente para los 2, incluso si nos fallase la salud.

Y en cuanto a… a lady Muriel, a pesar de mis esfuerzos, no logro adivinar sus sentimientos hacia mí. Si hay amor, ¡lo oculta! ¡No, debo esperar, debo esperar!”

Arthur me escribió 1 o 2 veces durante el mes, pero en ninguna de sus cartas había mención alguna a lady Muriel. No obstante, su silencio no era un mal augurio: a mi modo de ver se trataba del comportamiento natural de un enamorado, el cual, aun cuando su corazón estuviese cantando «Es mía», temía plasmar su felicidad en las frías frases de una carta, prefiriendo en cambio esperar a contarlo de palabra. «Sí –pensé–; ¡escucharé su canción victoriosa de sus propios labios!»

¡No esperes demasiado! –contesté en tono alegre–. ¡Un corazón apocado nunca conquistó mujer hermosa!

Quizá sea ese mi problema. Pero de verdad que todavía no me atrevo a decirle nada.

No –replicó Arthur con firmeza–. No ha entregado su corazón a nadie: eso lo sé. Dicho lo cual, si ama a alguien mejor que yo, ¡que así sea! No estropearé su felicidad. El secreto morirá conmigo. Pero ella es mi primer… ¡y mi único amor!

Teme excesivamente su destino

o posee un pequeño desierto,

quien no se atreve a saltar al vacío

aun pudiendo así ganar el cielo.(*)

(*) James Graham (1612-1650), primer marqués de Montrose [tradução adaptada].”

¡No me atrevo a preguntarle si hay otro! –dijo de forma apasionada–. ¡Saberlo me rompería el corazón!

¿Y te parece sensato vivir con la duda? ¡No debes desperdiciar tu vida por un «y si…»!

¡Te digo que no me atrevo!

¿Quieres que lo averigüe yo por ti? –pregunté, con la libertad de un viejo amigo.

¡No, no! –respondió con expresión afligida–. Te ruego que no digas nada. Mejor esperar.

Uno no puede mantener que las hadas nunca son codiciosas, ni egoístas, ni enfadadizas, ni embusteras, porque eso sería absurdo, ¿sabes? Por tanto, ¿no crees que a lo mejor no les vendría mal recibir alguna pequeña reprimenda y castigo de vez en cuando?

De verdad que no veo por qué no debería intentarse, y estoy prácticamente seguro de que, si tan sólo uno pudiese atrapar un hada, y ponerla contra el rincón, y tenerla a pan y agua durante un día o dos, ello descubriría un carácter totalmente mejorado; o le bajaría un poco los humos, en cualquier caso.

La siguiente cuestión es: ¿cuál es la mejor época para ver hadas? Creo que puedo contarte todo lo que hay que saber al respecto.

La primera regla es que debe tratarse de un día realmente caluroso, uno que podamos considerar estable, y tienes que sentirte un poquito somnoliento, pero no tanto como para no poder mantener los ojos abiertos, atención. Deberías sentirte además ligeramente… «feérico», podríamos llamarlo, o «inquieto»; los escoceses dicen eerie, y quizá sea una palabra más bonita; si no sabes lo que significa, me temo que me resulta prácticamente imposible de explicar; habrás de esperar a encontrarte con un hada, y entonces lo sabrás.

Y la última regla es que los grillos no deberían estar cantando. No puedo detenerme a explicarlo; tendrás que fiarte por el momento.

De modo que, si todas estas cosas se dan al mismo tiempo, tienes muchas posibilidades de ver un hada, o, al menos, bastantes más que si no fuera así.

Lo primero que advertí, mientras paseaba ociosamente por un claro en el bosque, fue que había un escarabajo de gran tamaño, tendido boca arriba en el suelo, que luchaba por darse la vuelta, y me agaché sobre una rodilla para ayudar a la pobre criatura. Con algunas cosas, ¿sabes?, uno nunca puede estar totalmente seguro de lo qué le gustaría a un insecto: por ejemplo, me vería incapaz de decidir, suponiendo que yo fuera una polilla, si preferiría que me mantuviesen apartado de la vela o que me dejaran volar directamente hasta ella y quemarme; (…) pero sí guardo la absoluta certeza de que si fuera un escarabajo y hubiese rodado sobre mi caparazón hasta quedar panza arriba, estaría siempre encantado de que me ayudasen a levantarme.”

Puedo decirte, además, que no tenía alas (no creo en las hadas aladas) y que poseía un abundante cabello largo y castaño y unos grandes y sinceros ojos del mismo color, y con esto he hecho todo lo que he podido para darte una idea de cómo era.

Silvia (averigüé su nombre más tarde) se había arrodillado, como estaba haciendo yo, para ayudar al escarabajo, pero a ella le hizo falta algo más que un palito para ponerlo de nuevo sobre sus patas; no pudo hacer otra cosa que, con ambos brazos, empujar al pesado insecto sobre su costado, y mientras lo hacía no paró de hablarle, medio regañándolo y medio consolándolo, como haría una niñera con un niño que se hubiese caído al suelo.”

Silvia miniatura

…¿Y de qué sirve tener 6 patas, querido, si cuando quedas panza arriba sólo puedes agitarlas en el aire? Las piernas están pensadas para caminar con ellas, ¿sabes? No empieces ya a sacar las alas; aún no he acabado. Ve a ver a la rana que vive detrás de ese ranúnculo y dale saludos de mi parte, de Silvia… ¿puedes decir «saludos»?

Y ahora tengo tiempo para hablarte de la regla sobre los grillos. Siempre cesan de cantar cuando pasa un hada, porque un hada es una especie de reina para ellos, supongo –en cualquier caso es un ser mucho más grande que un grillo–; así que siempre que estés dando un paseo y los grillos dejen repentinamente de cantar, puedes estar seguro de que están viendo un hada.”

“–soy todo un erudito en historia natural, ¿sabes? (por ejemplo, siempre puedo diferenciar a los gatos de los patos de un solo vistazo)–”

A la sazón, en un instante, un destello de luz interior pareció iluminar una parte de mi vida que prácticamente había quedado en el olvido: las extrañas visiones que había experimentado durante mi viaje a Elveston, y pensé, súbitamente dichoso: «¡Aquellas visiones están destinadas a tener relación con mi vida real!».

Para entonces, aquella sensación de «inquietud» había regresado, y de pronto observé que no había ningún grillo cantando, así que me entró la completa certeza de que «Bruno» andaba muy cerca, por alguna parte.

Y así era: tan cerca que a punto había estado de pisarlo sin darme cuenta; lo cual habría sido terrible, suponiendo claro está que resulte posible pisar un hada: mi creencia es que su naturaleza es similar a la de los fuegos fatuos, y a estos no hay forma de pisarlos.

Piensa en algún niño de gran hermosura que conozcas, con mejillas sonrosadas, grandes ojos oscuros y pelo castaño y revuelto, e imagina después que es lo bastante pequeño como para caber sin dificultad en una taza de café, y tendrás una imagen muy atinada de él.

¿Cómo te llamas, pequeño? –fue lo primero que dije, con voz tan suave como pude. Y, por cierto, ¿por qué razón iniciamos siempre las conversaciones con niños pequeños preguntándoles sus nombres? ¿Es porque pensamos que un nombre ayudará a hacerlos un poco mayores? Nunca se te ha ocurrido preguntárselo a un hombre adulto real, ¿eh?, ¿a que no? Empero fuese cual fuese el motivo, sentí la absoluta necesidad de saber su nombre; de modo que, como no respondió a mi pregunta, la repetí un poco más fuerte–: ¿Cómo te llamas, jovencito?

¿Y usted? –contestó, sin alzar la vista.

Le dije mi nombre con modales muy delicados, ya que era demasiado pequeño como para enfadarme con él.

¿Duque de Algo? –preguntó, mirándome durante sólo un instante, para luego seguir con lo que estaba haciendo.

De nada –dije, levemente avergonzado por tener que confesarlo.

Es usted lo bastante gdande para sed 2 duques –comentó la criaturita–. Supongo que entonces será sid algo, ¿no?

No –respondí, con creciente vergüenza–. No poseo ningún título.

(…)

Dime cómo te llamas, por favor.

Bduno –contestó en el acto el pequeñín–. ¿Pod qué no lo pdeguntó antes «pod favod»?

(…)

¿Eres una de las hadas que enseñan a los niños a ser buenos?

Bueno, a veces tenemos que hacedlo –dijo Bruno–, y es un fastidio enodme. –Al decir esto, partió salvajemente por la mitad un pensamiento silvestre y pisoteó los trozos.

¿Qué es lo que estás haciendo, Bruno? –pregunté.

Estdopead el jaddín de Silvia –fue su única respuesta en un principio. Pero a medida que seguía rompiendo las flores, refunfuñó para sí–: Esa gduñona mala… no quiso dejadme id a jugad esta mañana… dijo que tenía que acabad antes mis leciones… ¡cómo no! ¡Pero voy a chinchadla bien!

¡Oh, Bruno, no deberías hacer eso! –exclamé–. ¿No sabes que eso es vengarse? ¡Y la venganza es algo malvado, cruel y peligroso!

¿Ven-gansa? –dijo Bruno–. ¡Qué palabda más divedtida! Supongo que dice que es cduel y peligorosa podque si la gansa se acedcara demasiado, ¡podería acabad en la olla!

Se cayó –repitió Bruno, muy serio–, y si alguna vez viera a una oruga caedse, sabdía que es una cosa muy seriísima, y no estaría ahí sentado sondiendo… ¡y ya no le voy a contad nada más!

Tienes toda la razón, Bruno, he sonreído sin querer. ¿Ves?, ya vuelvo a estar totalmente serio.

Me lavo la cara de vez en cuando, ¿sabes, Bruno? La luna nunca lo hace.

¡Oh, ya lo sé! –exclamó Bruno, y se inclinó hacia delante y añadió en un susurro cargado de solemnidad–. La cara de la luna se ensucia más y más cada noche, hasta que se pone totalmente negda. Y entonces, cuando está sucia del todo, así –se pasó la mano por sus propias mejillas sonrosadas mientras hablaba–, se la lava.

Eres prácticamente la primera hada que he visto en mi vida. ¿Alguna vez has visto a otra persona aparte de mí?

¡Un montón! –dijo Bruno–. Las vemos cuando vamos andando pod el camino.

Pero ellas no pueden veros a vosotras. ¿Cómo es que nunca os pisan?

No pueden pisadnos –explicó Bruno, con cara de estar divirtiéndose con mi ignorancia–. Mire, imagínese que está caminando pod aquí… así –dijo haciendo unas pequeñas marcas en el suelo–, y que hay un hada, que soy yo, caminando pod aquí. Muy bien, entonces pone un pie aquí, y otdo pie aquí, así que no pisa al hada.

La explicación no parecía mala del todo, pero no me convenció.

¿Y por qué no iba a poner el pie donde está el hada?

No sé pod qué –contestó el pequeñajo en tono pensativo–, pero sí sé que no lo haría. Nunca nadie ha pisado un hada.

Me invitaron una vez, la semana pasada –asintió Bruno, con gran circunspección–. Fue para lavad las fuentes de sopa… digo, las fuentes de queso…. me hizo sentid bastante impodtante. Y sedví en la mesa. Y cometí apenas un solo fallo.

¿Cuál fue? –dije–. No te dé vergüenza contármelo.

Sólo que llevé unas tijeras para codtad la tednera –reveló Bruno con despreocupación–. Pero lo que me hizo sentid más impodtante fue que ¡le llevé al dey una vaso de sidda!

¡Qué importante! –exclamé, mordiéndome el labio para contener la risa.

¡A que sí! –añadió Bruno con mucha seriedad–. ¡No todo el mundo ha tenido un honod como ese!, ¿sabe?

Aquello hizo que me pusiera a pensar en las diversas excentricidades que calificamos de «un honor» en este mundo, pero que, después de todo, no poseen ni un ápice más de honor que del que disfrutó Bruno cuando le llevó al rey un vaso de sidra.

¿Qué hace con un zoro cuando lo tiene? –replicó Bruno–. Sé que vosotdos los gdandullones cazáis zoros.

Traté de pensar en alguna buena razón por la que los «grandullones» debiéramos cazar zorros y él no cazara caracoles, pero no se me ocurrió ninguna; de manera que dije, finalmente:

Bueno, supongo que tanto dan unos como otros. Iré a cazar caracoles algún día.

Cdeía que no sería tan tonto –soltó Bruno– como para id usted solo a cazad caracoles. Sin alguien que lo sujetase del otdo cuedno, ¡nunca conseguiría atdapad a uno!

Pues claro que no iré solo –contesté, totalmente serio–. Por cierto, ¿son los caracoles de ese tipo los mejores para la caza, o recomiendas los que no tienen concha?

Oh, no, nunca cazamos los que no tienen concha –explicó Bruno, estremeciéndose ligeramente ante la idea–. Siempde se enfadan un montón cuando lo haces y, además, si te caes encima, ¡están muy pejagosísimos!

Adelante –contesté yo–; me encantan las canciones.

¿Qué canción quiere? –inquirió Bruno, a la vez que tiraba del ratón hasta un sitio desde el que pudiera verme bien–. La más bonita es «Dan, dan». Era imposible resistirse a una indirecta tan clara como aquella; no obstante, fingí reflexionar durante un momento, y luego dije:

Pues esa es mi favorita.

Eso demuestda que entiende de música –comentó Bruno, con un gesto de agrado–. ¿Cuántas campanillas le gustaría escuchad? –Y se metió el pulgar en la boca para ayudarme a pensarlo.

Bduno” no “sofá-de-rato”

Nunca antes había escuchado música floral –no creo que resulte posible, a no ser que se esté en el estado de «inquietud»– y no sé muy bien de qué modo darte una idea de cómo era, salvo diciendo que sonaba como un repique de campanas a mil millas de distancia.”

¡Levanta! Muere el día.

Los búhos ululan, ¡dan, dan!

¡Despierta! En el lago,

los elfos ya tocan, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡cantan, tan, tan!”

El dey de las hadas es Oberón, y vive al otdo lado del lago, y a veces lo cduza en una pequeña badca, y nosotdos vamos a decibidlo; y entonces cantamos esta canción, ¿sabe?

¿Y luego cenáis con él? –dije yo, de manera pícara.

No debería hablad –replicó Bruno con irritación–; interumpe la canción.

Le dije que no volvería a hacerlo.

Yo nunca hablo cuando estoy cantando –continuó, muy serio–, así que usted tampoco debería. –Después afinó las campanillas una vez más, y entonó:

¡Escucha! Por aquí y allá

las notas convocan, ¡dan, dan!

En los rápidos alegres

las campanas doblan, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡trinan, nan, nan!

¡Contempla! En las ramas

qué faroles brillan, ¡dan, dan!

Son ojos de moscones

que la cena alumbran, ¡dan, dan!

Saludando a nuestro rey,

¡bailan, lan, lan!

¡Deprisa! Prueba y gusta

las viandas que esperan, ¡dan, dan!

La melaza se guarda…

¡Silencio, Bruno! –interrumpí con un susurro de alerta–. ¡Viene Silvia!

Aunque por qué estos dos niños que nunca antes habían sido tan felices debían estar llorando me resultaba un misterio.

Yo me encontraba muy feliz igualmente, pero naturalmente no lloré: los «grandullones» nunca lo hacen, ya sabes –les dejamos todo eso a las hadas–. Aunque creo que debía de estar lloviendo un poco justo en ese momento, pues descubrí unas pocas gotas sobre mis mejillas.”

Entonces se alejaron de allí juntos con paso tranquilo y en actitud cariñosa, internándose entre los ranúnculos, cada uno rodeando al otro con el brazo, susurrando y riendo por el camino, y sin volver la mirada hacia este pobre narrador ni una sola vez. Bueno sí, una: justo antes de que los perdiera totalmente de vista, Bruno giró un poco la cabeza y se despidió descaradamente con un leve movimiento de la misma. Y ese fue el único agradecimiento que recibí por las molestias que me había tomado. Lo último que vi de ellos fue esto: Silvia estaba inclinándose abrazada al cuello de su hermano, diciéndole al oído en tono persuasivo: «¿Sabes, Bruno? He olvidado por completo esa palabra tan difícil. Dila otra vez. ¡Vamos! ¡Sólo una vez, cariño!».

Pero Bruno no quiso volver a intentarlo.”

la «hora bruja» de las 5 ya había llegado, y sabía que los encontraría preparados para tomar una taza de té y charlar tranquilamente.

Lady Muriel y su padre me brindaron una bienvenida deliciosamente cálida. No eran del tipo de gente que lo recibe a uno en salones decorados a la última moda, que ocultan cualquier sentimiento de esa clase que por un casual pudieran albergar bajo la impenetrable máscara de una placidez convencional. El hombre de la máscara de hierro¹ era, no cabe duda, una rareza y una maravilla en su propia época: ¡en el Londres moderno nadie volvería la cabeza para cerciorarse de lo que había visto! No, estas eran personas auténticas. Cuando parecían estar contentos, era porque realmente lo estaban”

¹ Dumas

¡…y traiga con usted, si es posible, al doctor Forester! Estoy segura de que le sentaría bien un día en el campo. Me temo que estudia demasiado…

Tuve «en la punta de la lengua» el decirle: «¡La belleza de usted es su única materia de estudio!», pero me la mordí justo a tiempo, con una sensación similar a la de alguien que, al cruzar la calle, ha estado a punto de verse arrollado por un cabriolé.

…y pienso que lleva una vida muy solitaria –continuó diciendo ella, con una dulce seriedad que no permitía sospecha alguna de un doble sentido–. ¡Convénzalo para que venga! Y no olvide el día: el martes siguiente al que viene. Podemos llevarlos nosotros. Sería una pena que fueran en tren: ¡el paisaje del camino es tan bonito! Y en nuestro carruaje descubierto caben justamente 4 personas.

¡Oh, le convenceré! –dije con confianza, pensando que, en caso de querer evitar que fuera, ¡habría de recurrir a toda mi capacidad de persuasión!

El picnic tendría lugar en 10 días, y aunque Arthur aceptó de inmediato la invitación que le llevé, nada de lo que yo pudiera decirle lo animaría a hacer una visita –ni solo ni con mi compañía– al earl y su hija en el ínterin. No; temía «desgastar su hospitalidad», dijo; que ya «lo habían visto suficiente por el momento» y, cuando al fin llegó el día de la excursión, se encontraba tan puerilmente nervioso e incómodo que creí conveniente organizarnos de manera que fuésemos a la casa cada uno por nuestra cuenta, siendo mi intención llegar algo más tarde que él, con objeto de darle tiempo para recuperarse del encuentro.

«Y este claro –me dije– parece traer a mi memoria algo que no puedo recordar con claridad: ¡tiene que ser el lugar donde vi a aquellos niños-hada!»

Me faltan palabras para describir la belleza del pequeño grupo, acostado en una zona musgosa sobre el tronco del árbol caído, con el que tropezó mi mirada ansiosa: Silvia reclinada con el codo hundido en el musgo, y su carrillo sonrosado descansando sobre la palma de su mano, mientras Bruno yacía a sus pies con la cabeza en el regazo de su hermana.”

No es que les tenga manía –dijo Bruno en tono despreocupado–, pero pdefiero los animales dectos.

Pero bien que te gustan los perros cuando agitan la cola –lo interrumpió Silvia–. ¡No lo niegues, Bruno!

Un pero tiene más cosas, ¿veddad que sí, hombde señod? –recurrió Bruno a mí–. ¿A que no le gustaría tened un pero con sólo cabeza y cola?

Reconocí que un perro de ese tipo resultaría poco interesante.

No hay ningún perro así –apuntó Silvia con gesto pensativo.

¡Pero lo habdía –exclamó Bruno– si el pdofesod lo acodtara para nosotdos!

¿Acortarlo? –dije yo–. Eso es nuevo. ¿Cómo lo hace?

Tiene una curiosa máquina… –empezó a explicar Silvia.

Una máquina muy curiosísima –la cortó Bruno, que no estaba en absoluto dispuesto a dejar que le robaran la historia–, y si mete unacosaoloquesea pod un extdemo, ¿sabe?, y el pdofesod le da a la manivela, ¡sale supedcodto pod el otdo lado!

Y un día, cuando estábamos en Exotilandia, ¿sabe?, antes de venid a Hadalandia, Silvia y yo le llevamos un gdan cocoddilo. Y él lo acodtó para nosotdos. ¡Qué pinta más gdaciosa tenía! No dejaba de mirad a su aldededod, diciendo: «¿Adónde ha ido el desto de mí?». Y entonces puso unos ojos tdistes…

Los 2 ojos no –interrumpió Silvia.

¡Claro que no! –dijo el pequeñín–. Sólo el que no podía ved adónde había ido el desto de él. Pero el ojo que sí podía…

¿Cómo de corto era el cocodrilo? –pregunté, pues la historia se estaba enrevesando un poco.

La mitad que cuando lo cogimos; así –indicó Bruno, extendiendo sus brazos al máximo.

Traté de realizar el cálculo de cuánto era aquello, pero me resultaba demasiado difícil. ¡Por favor, querido y pequeño lector, hazlo tú por mí!

Pero no dejaríais a la pobre criatura así de corta, ¿no?

No. Silvia y yo lo hicimos pasad otda vez pod la máquina y lo estiramos hasta… hasta… ¿cuánto fue, Silvia?

Dos veces y media su longitud, y un poquitín más –señaló Silvia.

Imagino que no preferiría estar así a de la otra forma, ¿me equivoco?

¡Oh, sí que lo hacía! –interpuso Bruno–. ¡Estaba odgulloso de su nueva cola! ¡Jamás vio un cocoddilo más odgulloso! Era capaz de girad sobde sí mismo y subid andando pod su cola, y pod su lomo, ¡hasta llegad a su cabeza!

Hasta la misma cabeza no –dijo Silvia–. Eso es imposible, ¿sabes?

¡Oh, pero una vez lo hizo! –exclamó Bruno en tono triunfante–. Tú no lo viste, ¡pero yo sí! Caminaba de puntillas, para no despedtadse a sí mismo, podque cdeía que estaba dodmido. Y se subió con las 2 patas a su cola. Y andó y andó pod su lomo, y luego pod su fdente. ¡Y una pizquitina pod su nariz! ¡Ahí lo tienes!

Aquello era mucho peor que el rompecabezas anterior. ¡Por favor, querido niño, ayúdame otra vez!

¡Pues yo no me creo que ningún cocodrilo haya caminado nunca sobre su propia frente! –gritó Silvia, demasiado alterada por la controversia como para limitar el número de sus negaciones.

¡No sabes pod qué lo hizo! –replicó desdeñoso su hermano–. Tenía un muy buen motivo. Oí que dijo: «¿Qué me impide caminad sobde mi pdopia fdente?». Así que naturalmente lo hizo, ¿sabes?

Si ese es buen motivo, Bruno –tercié yo–, ¿qué te impide a ti trepar a ese árbol?

“…¡Es que 2 pedsonas no pueden hablad cómodamente, cuando una está tdepando a un ádbol, y la otda no!

A mí me parecía que una conversación difícilmente podía resultar «cómoda» en mitad de una escalada a un árbol, incluso si ambas personas estaban haciéndolo; pero oponerse a cualquier teoría de Bruno entrañaba un claro peligro, así que pensé que era mejor dejar pasar la cuestión, y pedir que me hablaran de la máquina que alargaba cosas.”

¡Escrito! –susurró Silvia.

Hum…, habíamos escdibidito una canción infantil, y el pdofesod la espachoró para nosotdos para que fuera más ladga. Decía: «Había un hombdecito, que tenía un tdabuquito, y las balas…».

Sé cómo sigue –interrumpí–. ¿Pero os importaría recitármela alargada?… quiero decir, tal como salió del rodillo.

Le pediremos al profesor que se la cante –dijo Silvia–. Recitársela sería estropearla.

Me gustaría conocer al profesor –apunté yo–. Y que todos vinierais conmigo para ver a unos amigos míos que viven cerca de aquí. ¿Os gustaría?

No creo que al profesor le apetezca –contestó Silvia–. Es muy tímido. Pero a nosotros nos encantaría. Aunque sería mejor que no fuésemos con este tamaño, ¿sabe?

La dificultad ya se me había pasado por la cabeza, y tenía la sensación de que quizá resultaría ligeramente embarazoso presentar en sociedad a 2 amigos tan diminutos.

¿Y qué tamaño tendréis? –inquirí.

Lo mejor es que vayamos como… niños normales –contestó Silvia con aire pensativo–. Es el tamaño más fácil de lograr.

¿Sería posible que vinieseis hoy? –dije, pensando: «¡Entonces podríais estar presentes en el picnic!».

Silvia lo meditó unos instantes.

Hoy no –contestó–. No hemos preparado las cosas. Iremos… el próximo martes, si quiere. Y ahora, Bruno, ya es hora de que vayas a estudiar tus lecciones.

¡Ah, pero eso ya lo has hecho! –exclamó Silvia de manera alegremente triunfante.

¡Pues entonces te «desbesaré»! –Y se colgó del cuello de su hermana con ambos brazos para esta novedosa, pero aparentemente no muy dolorosa, operación.

¡Se parece mucho a besar! –observó Silvia, tan pronto como sus labios se vieron otra vez libres para el habla.

¡No tienes ni idea! ¡Te he quitado un beso con otdo! –respondió Bruno de forma muy severa, mientras se alejaba.

Muy bien –asentí yo–, que sea el martes que viene. ¿Pero dónde está el profesor? ¿Fue con vosotros a Hadalandia?

No –dijo Silvia–. Pero prometió que vendría a vernos, algún día. Está preparando su charla. Así que tiene que quedarse en casa.

¿En casa? –repetí yo como si me hallara en un sueño, sin estar del todo seguro de qué había dicho ella.

Sí, señor. El lord y lady Muriel están en casa. Haga el favor de seguirme.

No hubo necesidad de que yo mantuviera viva la conversación. Lady Muriel y Arthur se hallaban claramente en ese estado sumamente placentero en el que uno no ha de ponderar cada pensamiento, al acudir este a los labios, con el miedo de que «esto no será bien recibido… esto ofenderá… esto dará una impresión demasiado seria… esto parecerá frívolo»; como amigos que se conociesen de toda la vida, en total sintonía, su charla se desgranaba sin interrupción.”

“—«¿Qué nos impide?» ¡Qué argumento más auténticamente femenino! –rio Arthur–. ¡Una dama nunca sabe sobre qué lado recae el onus probandi… la carga de la prueba!”

¿Por qué debería despojar a mi vecino

de sus bienes contra su voluntad?”

(*) “Isaac Watts (1674-1748): poeta, teólogo, pedagogo y lógico inglés, considerado el padre de la composición de himnos litúrgicos en su lengua. Los versos presentados forman parte de un grupo de canciones moralizantes dirigidas a niños, una de sus temáticas predilectas como escritor. Carroll parodió en Alicia en el País de las Maravillas uno de sus poemas más conocidos durante la era victoriana: «Contra la holgazanería y las pillerías». [N. del T.]

«Despojo a mi vecino de sus bienes porque los quiero para mí. ¡Y lo hago contra su voluntad porque no hay ninguna posibilidad de que consienta a ello!»

«¿Qué me impide caminar sobre mi propia frente?»

Quienquiera que fuese, ¡espero que lo conozcamos en el picnic! –dijo lady Muriel–. Es una cuestión mucho más interesante que: «¿No resultan pintorescas estas ruinas?», «¿No son adorables esos tonos otoñales?». ¡Tendré que responder a esas 2 preguntas 10 veces, como mínimo, esta tarde!

¡Ese es uno de los suplicios de la sociedad! –apuntó Arthur–. ¿Por qué no puede la gente dejarle a uno disfrutar de las maravillas de la naturaleza sin tener que decirlo a cada momento? ¿Por qué debería ser la vida un largo catecismo?

Culpa de los poetas!

Pues en una galería de arte resulta igual de horrible –observó el earl–. Visité la Real Academia de las Artes el pasado mayo, con un joven artista presuntuoso: ¡y a qué tormento me sometió! No me habría molestado que criticara los cuadros él solo, pero tenía que mostrarme de acuerdo con él… o de lo contrario haber discutido, ¡lo cual habría sido peor!

¿Es que alguna vez ha conocido a un hombre presuntuoso que alabara un cuadro? Aparte de pasar desapercibido, ¡lo que más teme es ver demostrada su falibilidad! Si elogias un cuadro una vez, tu reputación de infalible pende de un hilo. Supongamos que se trata de un cuadro figurativo y te atreves a decir que «dibuja bien». Alguien le toma las medidas y descubre que una de las proporciones es incorrecta en 3 milímetros. ¡Estás acabado como crítico! «¿No dijiste que dibujaba bien?», preguntan tus amigos con sarcasmo, mientras agachas la cabeza y te sonrojas. No. El único camino seguro, en caso de que alguien diga que «dibuja bien», es encogerse de hombros. «¿Que si dibuja bien?», repites con aire pensativo. «¡Ja!». ¡Esa es la manera de convertirse en un gran crítico!

El orador era un hombre corpulento, cuyo rostro amplio, chato y pálido quedaba delimitado al norte por un flequillito, al este y al oeste por unas patillitas, y al sur por una barbita, que en conjunto componían un halo uniforme de pequeñas cerdas color marrón claro. Sus facciones estaban tan desprovistas de expresión que no pude evitar decir para mis adentros –de manera irreprimible, como atrapado en una pesadilla–: «sólo están esbozadas, ¡aún no han recibido los toques finales!».

¡Oh, qué arquitecto más talentoso! –murmuró Arthur de forma inaudible, salvo para mí y lady Muriel–. ¡Capaz de predecir el efecto exacto que tendría su obra, una vez en ruinas, siglos después de su muerte!”

¡pero un fondo sin neblina, ya saben, resulta sencillamente burdo! Sí, ¡necesitamos la indefinición!”

PROGRAMA ESTÉTICO DE ÍNDIO

Desde su punto de vista, es una aserción correcta. Pero para cualquiera con alma para el arte, una visión así es ridícula. La naturaleza es una cosa. El arte, otra. La naturaleza nos muestra el mundo tal cual es. Pero el arte, como nos dice un autor latino… el arte, sabe usted… he olvidado las palabras…

Ars est celare Naturam –interpuso Arthur con deliciosa prontitud.

¡Qué ruinas más encantadoras! –dijo a voz en grito una joven dama con anteojos, la personificación misma del progreso de la razón, mirando a lady Muriel, como adecuada destinataria de todos los comentarios realmente originales–. ¿Y no le parecen admirables esos tonos otoñales de los árboles? ¡A mí sí, profundamente!

¿Y no es sorprendente –continuó la joven dama, pasando con asombrosa celeridad del sentimiento a la ciencia– que el simple impacto de ciertos rayos de colores en la retina nos proporcione un placer tan exquisito?

¿Ha estudiado usted entonces fisiología? –inquirió cortésmente cierto médico de joven edad.

Arthur esbozó una sonrisa.

Entonces, ¿nunca ha oído la teoría de que el cerebro también está invertido?

¡Desde luego que no! ¡Qué hecho más hermoso! ¿Pero cómo puede demostrarse?

Así –contestó Arthur, con toda la seriedad de 10 profesores fundidos en uno–: lo que llamamos «vértice» del cerebro es en realidad su «base», y viceversa; es una simple cuestión de nomenclatura. Este último polisílabo zanjó la cuestión.

Nos «servimos» nosotros mismos, ya que la bárbara costumbre moderna (que combina 2 cosas buenas de tal modo que asegura las incomodidades de ambas y las ventajas de ninguna) de ir de picnic con sirvientes que lo atiendan a uno, no había llegado aún a aquella apartada región, y naturalmente los caballeros ni siquiera ocuparon sus sitios hasta que las damas estuvieron debidamente provistas de todas las comodidades imaginables. Entonces me aprovisioné de un plato de algo sólido y un vaso de algo líquido y encontré un hueco para sentarme al lado de lady Muriel.

Lo habían dejado libre, al parecer, para Arthur, en su calidad de extraño distinguido, pero a este le había entrado la timidez y se había colocado junto a la joven dama con anteojos, cuya voz chirriante ya había desatado sobre la sociedad frases de tal ominosidad como «¡el hombre es un conjunto de rasgos de personalidad!» o «¡lo objetivo es alcanzable únicamente a través de lo subjetivo!», las cuales Arthur estaba soportando con coraje; pero varios de los rostros presentaban expresiones alarmantes, por lo que consideré que era hora de introducir algún tema menos metafísico.”

No hay nada que un niño bien regulado odie tanto como la regularidad. Pienso que un muchacho realmente sano disfrutaría enormemente de la gramática griega… ¡si tan sólo pudiera aprenderla cabeza abajo!”

«A cada uno sus sufrimientos, todos son hombres»

—…¡Imagínese, no gustarle una criatura tan adorable y tan persuasiva y asfixiantemente cariñosa como una serpiente!

¡Que no le gustan las serpientes! –exclamé–. ¿Acaso es algo así posible?

No, no le gustan –repitió con una fingida seriedad que realzaba su atractivo–. No les tiene miedo, ¿sabe? Pero no le gustan. ¡Dice que se agitan demasiado!

Me encontraba más sorprendido de lo que quería admitir. Había algo tan asombroso en este eco de las mismas palabras que había oído escasas horas antes de labios de aquel duendecillo del bosque, que sólo por medio de un gran esfuerzo logré decir, en tono despreocupado:

Muriel, que no era una de esas cantantes que consideran de rigueur negarse a cantar hasta que no se lo han pedido 3 o 4 veces, y han alegado falta de memoria, pérdida de voz y otras razones conclusivas para su silencio, comenzó de inmediato:

Tres tejones hay sobre un pedrusco musgoso

junto a una oscura vereda:

cada uno sueña que es un monarca en su trono,

por lo que no hay quien los mueva.

Aunque su viejo padre languidezca solo,

no hay forma de que se muevan.

Tres sardinas que rondan en torno a la roca

anhelan sentarse arriba:

cada una intenta plasmar en trémulas notas

su hallazgo, que endulzaría,

piensan, su vida. Así pues, con voces rotas,

gimen y se desgañitan.

«¡Tejón, sus hijos se han extraviado, me temo.

¡Y las mías me han dejado!»

«Pues sí –respondió aquel–; está usted en lo cierto.

Muy poco los vigilamos.»

Y así los pobres padres mataron el tiempo,

llorando desconsolados.

En ese momento, Bruno paró súbitamente de cantar. —La canción de las saddinas necesita otda melodía, Silvia –dijo–. Y yo no puedo cantadla ¡si no la tocas para mí!

Silvia se sentó al momento sobre un champiñón diminuto que crecía casualmente frente a una margarita, como si esta fuese el instrumento musical más corriente del mundo, y se puso a tocar los pétalos a la manera de teclas de órgano. ¡Y qué música tan deliciosa y diminuta producían!”

Y si, en una ocasión diferente

de escenario florido e intrascendente,

pudiera elegir qué quiero cenar,

«¡Pide por esa boca tu manjar!».

Oh, veo enseguida

qué vida tendría:

¡del pudin de Ipergis probar ración

con una copa de suave Acigón!

Ya puedes dejad de tocad, Silvia. Puedo haced la otda melodía mucho mejod sin acompasamiento.

Quiere decir «sin acompañamiento» –susurró Silvia, sonriendo ante mi cara de perplejidad; luego simuló cerrar los registros del órgano.

(y era su deseo): «¡Oh, las colas prenderles

con pincitas a montones!»

Debería mencionar que señaló los paréntesis, en el aire, con el dedo. Me pareció un plan estupendo. Ya sabes que no hay sonido que los represente, como tampoco lo hay para una pregunta.

Imagina que le has dicho a tu amigo: «Hoy estás mejor», y que quieres que entienda que le estás haciendo una pregunta; ¿qué puede ser más sencillo que dibujar simplemente un «?» en el aire con el dedo? ¡Te entendería enseguida

«¡Oh, sardinillas traviesas –gritó el menor–, con aletas vagabundas!»

Y los tejones trotaron hasta la playa

que bordeaba la bahía.

Cada uno en la boca una sardina llevaba

exultante de alegría,

cuyas voces sobre las olas resonaban:

«¡Hurra, hurra! ¡Viva, viva!».”

Y yo no pude evitar desear que existiese una regla tal en la sociedad que estableciera que, al finalizar una canción, el propio cantante debía decir lo que se esperaba y no dejárselo al público. Supongamos que una joven dama acaba de gorgoritear («con voces rotas») la exquisita letra de Shelley «I arise from dreams of thee»: ¡cuánto más agradable sería que, en vez de tener que decir uno «¡Oh, gracias, gracias!», que fuera la joven dama la que hiciese el comentario, mientras se pone los guantes y las apasionadas palabras «¡Oh, apriétalo contra el tuyo o terminará por romperse!» aún resuenan en los oídos!”

¡Sabía que pasaría! –añadió ella en voz baja, a la vez que yo daba un respingo por el repentino estrépito del cristal roto–. Ha estado usted el último minuto sujetando la copa de lado, ¡y dejando que se derramara todo el champán! ¿Se había dormido? ¡Siento muchísimo que mi canción haya tenido un efecto tan narcótico!

«Primero reunir un conjunto de hechos y después elaborar una teoría.» Ese, según creo, es el auténtico método científico. Me incorporé, froté mis ojos y empecé a reunir hechos.”

Y ahora, ¿qué teoría de profundo y largo alcance había de elaborar a partir de ellos? El investigador se sintió confundido. ¡Un momento! Un hecho había escapado a su atención. En tanto que todos los demás se encontraban en grupos de 2 y 3 personas, Arthur se hallaba solo; mientras todas las lenguas estaban hablando, la suya en cambio permanecía en silencio; todos los rostros mostraban alegría, pero el suyo estaba sombrío y apesadumbrado. ¡Eso sí que era un hecho! El investigador pensó que debía elaborarse una teoría sin demora.

Lady Muriel se había levantado y dejado el grupo hacía unos instantes. ¿Podía ser esa la causa de su abatimiento? La teoría apenas alcanzaba la categoría de hipótesis de trabajo. Claramente, se requerían más hechos.”

Pues lady Muriel había ido a recibir a un extraño caballero, apenas visible en la distancia; y luego regresó con él, hablando ambos de manera entregada y gozosa, como viejos amigos largo tiempo separados; y después fue de un grupo a otro, presentando al nuevo héroe del momento; y él, joven, alto y apuesto, se movía a su lado con gracia, y el porte erguido y el paso firme de un soldado. Ciertamente, ¡la teoría no auguraba nada bueno para Arthur! Su mirada se cruzó con la mía, y vino hasta donde me encontraba.

Es muy apuesto –opiné.

¡Odiosamente apuesto! –murmuró Arthur; luego sus propias palabras de amargura le hicieron sonreír–. ¡Suerte que sólo me has oído tú!

Doctor Forester –dijo lady Muriel, que acababa de unírsenos–, permita que le presente a mi primo Eric Lindon… el capitán Lindon, debería decir.

Arthur se deshizo de su malhumor de forma total e inmediata al levantarse para ofrecer su mano al joven soldado.

He oído hablar de usted –dijo–. Me alegro mucho de conocer al primo de lady Muriel.”

El semblante de Arthur volvió a ensombrecerse, y pude adivinar que fue únicamente para distraer sus pensamientos que ocupó de nuevo su sitio junto a la joven dama metafísica, y retomó su interrumpida conversación.”

Hablando de Herbert Spencer –empezó–, ¿de veras no encuentra ninguna dificultad lógica en considerar la naturaleza como un proceso de involución, que va de la homogeneidad coherente definida a la heterogeneidad incoherente indefinida?

«las cosas que son mayores que una misma cosa son mayores entre sí»(*)

(*) Carroll recoge aquí (según explica en el prefacio de La conclusión de Silvia y Bruno) una perversión estudiantil de la primera noción común o primer axioma de los Elementos de Euclides, que afirma que «las cosas que son iguales a una misma cosa son iguales entre sí». [N. del T.]

Pero otras mentes quizá necesiten algún no-sé-qué lógico… se me olvidan los términos técnicos.

Para un argumento lógico completo –empezó Arthur con admirable solemnidad–, necesitamos 2 prememas

(…)

¿Pero qué nombre recibe el argumento en su conjunto?

Un silogilismo.(*)

¡Ah, claro! Ya me acuerdo. Pero no necesito un silogilismo, sabe usted, para demostrar el axioma matemático que ha mencionado.

Ni para demostrar que «todos los ángulos son iguales», supongo.

¡Oh, por supuesto que no! ¡Una da una verdad sencilla como esa por sentada!

(*) “En su «explicación» de la estructura de un argumento lógico, el personaje de Arthur realiza varios juegos de palabras con la intención de tomar el pelo y poner en evidencia a su resabida interlocutora. «Prememas» (nótese el uso de la cursiva) sustituye a «premisas», «confusión» a «conclusión» y «silogilismo» a «silogismo». Naturalmente, los juegos de palabras eran distintos (y más claros, me temo) en el original inglés. [N. del T.]

Pasando igualmente desapercibido para la mujer, Arthur se encogió ligeramente de hombros y separó ampliamente las manos, como diciendo: «¿Qué más puedo decirle?», y se alejó de allí, dejando a la dama hablar de sus fresas por «involución», o como las prefiriera.”

el problema de cómo llevar a 5 personas a Elveston, con un carruaje en el que sólo cabían 4, debía ser resuelto de algún modo.”

La mejor alternativa, tal como yo lo veía, era que quien volviese andando a casa fuera yo, y así lo propuse sin tardanza.

¿Seguro que no le importa? –respondió el earl–. Me temo que no cabemos todos en el carruaje, y no quiero decirle a Eric que abandone a su prima tan pronto.

Lejos de importarme –aseguré–, lo preferiría. Así tendré tiempo de hacer un bosquejo de estas hermosas y antiguas ruinas.

Te haré compañía –interpuso de pronto Arthur. Y, en respuesta a lo que supongo fue una expresión de sorpresa por mi parte, agregó en voz baja–: De verdad que me parece una opción más apetecible. Estaría realmente de más en el carruaje.

Creo que yo también iré a pie –dijo el earl–. Tendrás que contentarte con Eric como escolta –añadió hacia lady Muriel, que se nos había unido mientras hablábamos.

Deberás ser tan entretenido como Cerbero: «tres caballeros en uno» –se dirigió lady Muriel a su acompañante–. ¡Será una gran hazaña militar!

¿Cuánto tardarás en hacer tu boceto? –preguntó Arthur.

Bueno –contesté–, me gustaría dedicarle una hora. ¿No consideráis mejor marchar sin mí? Regresaré en tren. Sé que pasa uno dentro de una hora más o menos.

De manera que dejaron que me las arreglara solo, y no tardé en hallar un sitio confortable donde sentarme, al pie de un árbol, desde el cual tenía una buena vista de las ruinas.”

He vuelto para recordarte –dijo Arthur– que pasa un tren cada 10 minutos…

¡Tonterías! –repuse–. ¡No es el metro de Londres!

¡Sí que lo es! –insistió el earl–. Esto forma parte de Kensington.

¿Por qué hablas con los ojos cerrados? –inquirió Arthur–. ¡Despierta!

Creo que es este calor el que me está dando sueño –aduje, con la esperanza, pero sin la seguridad completa, de estar diciendo algo con sentido–. ¿Estoy despierto ahora?

Me parece que no –dictó el earl–. ¿Qué piensa usted, doctor? ¡Sólo tiene un ojo abierto!

¡Y donca como un oso! –gritó Bruno–. ¡Despiedte, querido anciano! –Y Silvia y él se pusieron manos a la obra, girándole la pesada cabeza de un lado a otro, como si su unión con los hombros fuera algo carente de cualquier importancia.

El profesor abrió finalmente los ojos y se incorporó, parpadeando hacia nosotros con absoluta perplejidad. [dissociação]

¿Tendría la amabilidad de decir –se dirigió a mí con su acostumbrada y añeja cortesía– dónde nos encontramos ahora mismo… y quiénes somos, empezando por mí?

Creí conveniente empezar por los niños.

Esta es Silvia, señor, y este es Bruno.

¡Ah, sí! ¡A ellos los conozco muy bien! –murmuró el anciano–. Soy yo el que más preocupado me tiene. Y quizá tendría la bondad de mencionar, al mismo tiempo, cómo he llegado aquí.

Se me ocurre un problema más serio –me atreví a indicar–, y es cómo va a volver.

Visto como un problema ajeno, resulta de lo más interesante. Visto como una parte de la biografía de uno mismo, es, debo admitir, ¡muy angustioso!”

¡Cierto, cierto! –respondió el profesor–. (…) En cuanto a mí, creo que dijo que era…

¡Usted es el pdofesod! –chilló Bruno en su oído–. ¿No lo sabía?

¡Ha venido desde Exotilandia! ¡Y queda muy lejísimos de aquí! El profesor se puso en pie de un brinco con la agilidad de un muchacho.

Le preguntaré a ese inocente campesino, con ese par de cubos que contienen (aparentemente) agua, si sería tan amable de indicarnos el camino. ¡Inocente campesino! –continuó alzando la voz–. ¿Podría decirnos por dónde se va a Exotilandia?

El inocente campesino se giró con una sonrisa avergonzada.

¿Eh? –fue toda su respuesta.

¡Por-dónde-se-va-a-Exotilandia! –repitió el profesor.

El inocente campesino dejó sus cubos en el suelo y se puso a pensar.

Ah, yo no…

Debería mencionar –lo interrumpió precipitadamente el profesor– que cualquier cosa que diga podrá utilizarse como prueba en su contra.

El inocente campesino recogió al instante sus cubos.

¡Tonces no diré na! –contestó con brusquedad, y se alejó a paso rápido.

¡Camina muy deprisa! –comentó el profesor con un suspiro–. Pero sé que era lo que había que decir. He estudiado vuestras leyes inglesas. En cualquier caso, preguntémosle a ese otro hombre que viene. No es inocente, ni un campesino…, pero no sé si alguno de los 2 puntos posee una importancia vital.

Se trataba, de hecho, del honorable Eric Lindon, el cual, al parecer, había cumplido con su tarea de acompañar a lady Muriel a casa y se encontraba ahora paseando tranquilamente frente a esta última, subiendo y bajando por el camino, y disfrutando de un solitario cigarro.

As viagens estão ficando mais freqüentes e mais curtas, Desmond, cuidado!

Si no le es molestia, señor, ¿podría decirnos el camino más corto a Exotilandia? –Pese a su apariencia extravagante, el profesor era, por esa naturaleza esencial que ningún disfraz sería capaz de ocultar, un caballero de los pies a la cabeza.

El nombre no me suena –dijo–. No estoy seguro de poder ayudarle.

No está muy lejos de Hadalandia –indicó el profesor.

Las cejas de Eric Lindon se elevaron un poco al escuchar estas palabras, y una sonrisa divertida, que educadamente trató de reprimir, se dibujó fugazmente en su apuesto semblante.

¡Está un pelín chiflado! –murmuró para sí–. ¡Pero es un anciano bien alegre! –Después se volvió hacia los niños–: ¿Y no podéis ayudarle vosotros, pequeños? –dijo con un tono de amabilidad que pareció ganárselos en el acto–. ¡Seguro que vosotros lo sabéis!

¿A cuántas millas está Babilonia?

Tres veces veinte más diez.

¿Puedo llegar sin más luz que una vela?

Así es, ¡y hasta volver!(*)

(*) Los versos forman parte de una canción infantil popular en Inglaterra durante el s. XIX. [N. del T.]

A esas alturas estaba claro para mí que Eric Lindon no era consciente en absoluto de mi presencia. Incluso el profesor y los niños parecían haber dejado de verme, y yo permanecía en mitad del grupo, tranquilo como un fantasma, observando sin ser visto.

¡Qué perfectamente isócrono! –exclamó el profesor con entusiasmo. Tenía su reloj en la mano, y estaba contando con atención las oscilaciones de Bruno–. ¡Mide el tiempo de manera tan precisa como un péndulo!

Pero hasta los péndulos –apuntó el bondadoso y joven soldado, mientras liberaba su mano con cuidado del agarre de Bruno– ¡dejan de ser divertidos en algún momento! Vamos, ¡ya está bien, jovencito! La próxima vez que nos veamos, podrás repetir. Entretanto, más vale que llevéis a este anciano caballero a la calle Estrafalaria, número…

¡La encontdaremos! –gritó Bruno entusiásticamente, mientras se llevaban al profesor, tirando de él.

¡Cuarenta! –gritó de manera estentórea–. ¡Aunque no le he cantado las 40, sí se las he gritado! –agregó para sí–. ¡El mundo está loco, señores míos, loco de remate! –Encendió otro cigarro y siguió paseando hacia su hotel. [A resposta era 70.]

¿Quiere un cigarro?

Gracias, no fumo.

¿Hay algún manicomio en las inmediaciones?

No, que yo sepa.

Pensé que a lo mejor sí. Acabo de encontrarme con un lunático. ¡El viejo más estrafalario que jamás he visto!

Y así, charlando amistosamente, pusimos rumbo a casa y nos deseamos mutuamente «buenas noches» en la puerta de su hotel. Ya a solas, noté cómo la sensación de «inquietud» me asaltaba de nuevo, y vi, frente a la puerta del número 40, las 3 figuras que tan bien conocía.

¡No, no! Es la casa correcta –respondió de manera jovial el profesor–, pero es la calle equivocada. ¡Ahí es donde hemos cometido el fallo! Lo mejor ahora será…

Todo terminó. La calle se encontraba desierta. La vida ordinaria me rodeaba y la sensación de «inquietud» había desaparecido.

¿Nos acompaña a la iglesia? –pregunté.

No, gracias –repuso cortésmente–. No es… exactamente… lo mío, sabe usted. Es una institución magnífica… para los pobres. Cuando estoy con mi gente, voy; sólo por dar ejemplo. Pero aquí no me conocen, conque creo que me dispensaré de aguantar un sermón. ¡Los predicadores de los pueblos son siempre tan aburridos!

Cualquier devoto esteticista –o esteta religioso, ¿cómo he de llamarlo?– moderno habría calificado el servicio de burdo y frío; para mí, recién llegado de una iglesia londinense cada vez más cambiada bajo la batuta de un supuesto párroco «católico», fue indescriptiblemente refrescante.

No hubo ningún desfile teatral de recatados niños de coro esforzándose al máximo para no sonreír como bobos bajo la mirada admirada de la congregación; la parte de la gente en el servicio la realizó esta misma, sin ayuda, salvo por un puñado de buenas voces, situadas juiciosamente aquí y allá entre ellos, que evitaron que el canto se descarriara demasiado.

No se asesinó la noble música contenida en la Biblia y la liturgia, por medio de su recitación en un apagado tono monocorde, sin más expresividad que una muñeca parlante.

No, las oraciones se rezaron, las lecturas se leyeron y –lo mejor de todo– el sermón se hizo hablado; y me vi repitiendo, cuando salíamos de la iglesia, las palabras de Jacob cuando «despertó de su sueño»: «¡No hay duda de que el Señor se encuentra aquí! ‘Esta no es sino la casa del Señor, y esta la puerta del Cielo’».

Sí –asintió Arthur, aparentemente en respuesta a mis pensamientos–, esos servicios de la «Iglesia alta» se están convirtiendo rápidamente en puro formalismo. La gente está empezando a verlos cada vez más como «espectáculos», a los cuales únicamente «asisten» en el sentido francés. Y resulta especialmente perjudicial para los niños. Se sentirían mucho menos cohibidos disfrazados de hadas en un musical navideño. Con todas esas vestiduras y entradas y salidas a escena, y hallándose siempre en évidence, ¡no me sorprende que la vanidad consuma a esos petimetres descarados!”

(*) “William Paley (1743-1805), filósofo y teólogo utilitarista inglés. Es conocido sobre todo por su exposición del argumento teleológico de la existencia de Dios en su obra Natural Theology («Teología natural») [oximoro]. Fue un influyente defensor de la teoría del «diseño inteligente» del universo. La idea central de su pensamiento es que dicho diseño queda demostrado por la felicidad o bienestar general evidente en el orden físico y social de las cosas. [N. del T.]Teoria com que teve de lidar Darwin em suas contínuas autocensuras.

el modo de sacar a la luz los pensamientos más profundos de Arthur no era asentir ni disentir, sino simplemente escuchar.”

El Bien y el Mal habían sido transformados de alguna manera en Ganancia y Pérdida, y la religión se había convertido en una especie de transacción comercial. Demos gracias por que nuestros pastores estén empezando a adoptar una visión más noble de la vida.” Que bom que começaram, faltava terminar…

En el Antiguo Testamento, sin duda, se apela constantemente a recompensas y castigos como motivos para las acciones. Esa enseñanza funciona mejor con los niños, y los israelitas parecen haber sido, mentalmente, completos niños. Guiamos así a nuestros hijos, al principio, pero apelamos, lo antes posible, a su sentido innato del Bien y el Mal; y, cuando esa etapa ha quedado firmemente atrás, recurrimos al motivo más elevado de todos: el deseo de semejanza, y unión, con el Bien Supremo.”

Mirad la letra de los himnos litúrgicos. ¡Qué corrompida está, hasta la médula, por el egoísmo! ¡Pocas composiciones humanas hay más totalmente degradadas que algunos himnos modernos!

Yo cité la estrofa:

Cuanto te demos, Señor,

mil veces será recompensado.

¡Daremos pues siempre con agrado,

generoso Creador!(*)

(*) Este fragmento pertenece al himnario The holy year del religioso y literato inglés Christopher Wordsworth (1807-1885), sobrino del famoso poeta William Wordsworth. [N. del T.]

Tras dar muchas razones positivas para ser caritativo, el pastor concluyó con: «y, por todo lo que deis, ¡recibiréis una recompensa mil veces mayor!». Oh, que la absoluta mezquindad de un motivo tal sea expuesta ante hombres que conocen bien lo que es el autosacrificio, ¡que son capaces de apreciar la generosidad y el heroísmo!”

¿Acaso existe prueba más sólida de la Bondad Original que debe haber en esta nación que el hecho de que la religión nos haya sido predicada como una especulación comercial, durante un siglo, y que todavía creamos en Dios?”

Eso espero –contestó Arthur–, y, aunque no quiero ver legalizadas las «disputas en la iglesia», debo decir que nuestros pastores disfrutan de un enorme privilegio, que malamente merecen, y del cual abusan de manera terrible. Ponemos a nuestro hombre en un púlpito y prácticamente le decimos: «Ahora puedes hablarnos desde ahí durante media hora. ¡No abriremos la boca siquiera para interrumpirte! ¡Todo se hará a tu gusto!». ¿Y qué nos da él a cambio? Palabrería estúpida, que, de serte dirigida durante una cena, pensarías: «¿Es que me toma por idiota?».

Cuando me aproximaba al extremo del andén, del cual surgía una empinada e irregular escalera de madera que conducía al mundo superior, vi a dos pasajeros que, obviamente, habían llegado en el tren, pero en los cuales, por extraño que parezca, yo no había reparado en absoluto, a pesar del escaso número de viajeros que se habían apeado. Se trataba de una mujer joven y de una niña; la primera, hasta donde podía juzgarse por las apariencias, era una niñera, o posiblemente una niñera-institutriz, al cuidado de la chiquilla, cuyo rostro refinado, más aún que su vestido, la distinguía como de una clase superior a la de su acompañante.

El semblante de la niña mostraba finura, pero también agotamiento y tristeza, y contaba una historia (o eso fue lo que me pareció leer) de gran enfermedad y sufrimiento, sobrellevada con dulzura y paciencia. Portaba una pequeña muleta con la que ayudarse al andar; y ahora se encontraba plantada frente a larga escalera, mirándola con gesto taciturno, esperando aparentemente a poder reunir el coraje suficiente para emprender el penoso ascenso.”

(*) Lucus a non lucendo es una frase latina del gramático del siglo IV Mario Servio Honorato que afirma, con intención irónica, que la palabra «arboleda» en latín –lucus– procede del verbo lucere («resplandecer») supuestamente porque el ramaje de los árboles impide el paso de la luz del sol. La frase se usa generalmente como ilustración del peligro de emparentar etimológicamente dos palabras sólo porque se parecen. [N. del T.]

Cerrar los párpados, cuando algo parece volar hacia el ojo, es uno de tales actos, y decir: «¿Puedo ayudar a la niña a subir las escaleras?» constituyó otro. No fue que se me ocurriera pensamiento alguno de ofrecer ayuda, y que después hablara; el primer indicio que tuve de la probabilidad de dicho ofrecimiento fue el sonido de mi propia voz, y descubrir que había sido realizado. La criada calló por unos momentos, paseando dubitativamente su mirada de la niña a su cargo hasta mí, y luego de nuevo a ella.”

¡Por favor! –fue todo lo que dijo, mientras una leve sonrisa se dibujaba fugazmente en el cansado y pequeño rostro. La levanté con escrupuloso cuidado, y su bracito se aferró al instante de manera confiada alrededor de mi cuello.

La niña pesaba muy poco –tan poco, de hecho, que se me pasó por la cabeza la ridícula idea de que me estaba resultando bastante más fácil subir con ella en brazos que si no la llevase–, y, cuando alcanzamos el camino en lo alto, con sus surcos producidos por carros y sus piedras sueltas –obstáculos formidables todos ellos para una niña coja–, descubrí que de mis labios había salido: «Más vale que cargue con ella durante este tramo tan accidentado», antes de haber establecido ninguna conexión mental entre su escabrosidad y mi pequeña y mansa carga.

¡Ya se ha tomado demasiadas molestias, señor! –exclamó la criada–. Ella puede caminar perfectamente en llano. –Pero al oírse la sugerencia, el brazo ceñido a mi cuello se cerró apenas un poquitín más en torno a él, e hizo que me decidiera a contestar:

De veras que no pasa nada. La llevaré un poco más. Voy en su misma dirección.

La niñera no planteó más objeciones, y el siguiente en hablar fue un niño andrajoso, descalzo y con una escoba al hombro, que cruzó el camino y simuló barrerlo frente a nosotros, aunque se encontraba perfectamente seco:

¡Denos medio penique! –suplicó el golfillo, con una sonrisa de oreja a oreja en su sucia cara.

¡No se lo dé! –advirtió la damita en mis brazos. Las palabras parecían duras, pero su tono era la ternura personificada–. ¡Es un pequeño gandul! –Y emitió una dulce risa argentina que jamás había oído de otros labios que no fueran los de Silvia. Para mi asombro, el muchacho, de hecho, comenzó igualmente a reír, como si existiera una cierta complicidad sutil entre los 2, cuando echó a correr por el camino y desapareció por un agujero en el seto.

Pero regresó enseguida, tras haberse deshecho de la escoba y provisto de un exquisito buqué de flores de misterioso origen.

¡Compre un ramillete, compre un ramillete! ¡Sólo medio penique! –salmodió, arrastrando melancólicamente las palabras como un mendigo profesional.

¡No se lo compre! –fue el edicto de Su Majestad, mientras observaba la harapienta criatura a sus pies con una altanería que parecía curiosamente mezclada con un tierno interés por ella. Pero esta vez me rebelé, e ignoré el mandato real. No renunciaría a unas flores tan preciosas, y con unas formas tan completamente nuevas para mí, por orden de ninguna jovencita, por muy imperiosa que esta fuese. Compré el buqué, y el chiquillo, tras meterse el medio penique en la boca, hizo el pino, como si quisiera determinar si la boca humana está realmente adaptada para servir de hucha.

Con un asombro que crecía por momentos, dirigí mi atención a las flores, y las examiné una por una: no había ni una sola entre ellas que pudiese recordar haber visto con anterioridad. Finalmente me volví hacia la niñera.

¿Crecen estas flores por aquí de manera silvestre? Jamás he visto… –pero las palabras murieron en mis labios. ¡La niñera se había volatilizado!

Ya puede bajarme, si quiere –señaló Silvia suavemente.

Yo obedecí sin decir nada, y no pude hacer otra cosa que preguntarme: «¿Estoy soñando?», al descubrir a Silvia y Bruno caminando uno a cada lado de mí, cogidos de mis manos con la pronta confianza de la niñez.

¡Ahora sois más grandes que la última vez! –empecé por decir–. ¡Creo de veras que deberíamos presentarnos de nuevo! Hay mucho de vosotros que nunca he visto antes, ¿sabéis?

¡Está bien! –respondió alegremente Silvia–. Este es Bruno. No se tarda nada. ¡Sólo tiene un nombre!

¡Tengo otdo nombde! –protestó Bruno, con una mirada de reproche a la maestra de ceremonias–. Y es… ¡señod!

¿Habéis venido a verme a mí, niños? –pregunté yo.

Recuerde que le dijimos que vendríamos el martes –explicó Silvia–. ¿Tenemos el tamaño adecuado para ser niños normales?

Totalmente adecuado para ser niños –contesté, añadiendo mentalmente: «¡Aunque no seáis niños «normales», en modo alguno!»–. ¿Pero qué le ha pasado a la niñera?

¿Entonces no era sólida, como Silvia y tú?

No. No podería tocadla, ¿sabe? Si caminara hacia ella, ¡la atdavesaría!

De veras que pensé que se daría cuenta –dijo Silvia– cuando Bruno la hizo pasar accidentalmente por un poste de telégrafo. Acabó partida por la mitad. Pero usted estaba mirando en la dirección contraria.

Sentí que realmente había dejado pasar una oportunidad: ¡ser testigo de un acontecimiento como que una niñera acabe «partida por la mitad» no le ocurre a uno 2 veces en la vida!

Lo hizo Bruno –señaló Silvia–. Es lo que se llama un «flizz».

¿Y cómo haces un flizz, Bruno?

El pdofesod me enseñó –dijo este–. Pdimero coges mucho aire…

¡Oh, Bruno! –interpuso su hermana–. ¡El profesor dijo que no lo contaras!

¡Ya se ha tomado demasiadas molestias, señor! Ella puede caminar perfectamente en llano.

Bruno rio de forma jovial cuando me giré precipitadamente hacia un lado y otro, buscando por todas partes a quien había hablado.

¡Fui yo! –proclamó lleno de regocijo, con su propia voz.

Para entonces nos encontrábamos ya cerca del Hall.

Aquí es donde viven mis amigos –indiqué–. ¿Entraréis a tomar el té con ellos?

Bruno dio un pequeño brinco de júbilo, y Silvia dijo:

Sí, por favor. Te apetece un poco de té, ¿a que sí, Bruno? No lo ha probado – me explicó– desde que salimos de Exotilandia.

¡Y no era buen té! –añadió su hermano–. ¡Era muy flojísimo!”

La sonrisa de bienvenida de lady Muriel no logró disimular del todo la expresión de sorpresa con que contempló a mis nuevos acompañantes.

Los presenté como era debido.

Esta es Silvia, lady Muriel. Y este es Bruno.

¿Algún apellido? –inquirió ella, con ojos que chispeaban de diversión.

No –contesté yo con gravedad–. Ninguno.

Ella se rio, pensando obviamente que hablaba en broma, y se inclinó para besar a los niños; un saludo al que Bruno se sometió de manera reluctante; Silvia lo devolvió con creces.

Mientras Arthur (que había llegado antes que yo) y ella proporcionaban a los niños té y bizcocho, yo traté de entablar conversación con el earl; pero este se hallaba inquieto y distrait, por lo que apenas logramos avanzar. Al fin, con una súbita pregunta, reveló la causa de su intranquilidad.

¿Me permite echar un vistazo a esas flores que tiene en la mano?

¡Con mucho gusto! –dije, pasándole el buqué. Yo sabía que la botánica era una de sus disciplinas favoritas, y estas flores me eran tan completamente desconocidas y misteriosas que sentía genuina curiosidad por ver qué diría un botánico de ellas.

Las flores no disminuyeron su desasosiego. Por el contrario, se fue poniendo más y más nervioso a medida que las examinaba.

¡Estas son todas de la India central! –exclamó, dejando a un lado parte del buqué–. Son raras, incluso allí, y nunca las he visto en ningún otro punto del mundo. Estas 2 son mexicanas… Esta… –Se levantó apresuradamente y la llevó a la ventana para examinarla con más luz, mientras el rubor producido por la emoción se le subía hasta la misma frente–… es, estoy casi seguro… pero tengo aquí un libro de plantas de la India… –Cogió un volumen de la librería y se puso a pasar las páginas con dedos temblorosos–. ¡Sí! ¡Compárela con este dibujo! ¡Es idéntica! Esta es la flor del upas, un árbol que crece por lo general sólo en el corazón de la selva; y la flor se marchita tan rápido una vez cortada, ¡que resulta prácticamente imposible conservar su forma o color más allá siquiera de sus contornos! Y, aun así, ¡esta está en plena floración! ¿Dónde ha conseguido estas flores? –añadió con jadeante ansiedad.

Yo le eché una mirada a Silvia, quien, silenciosa y solemnemente, se llevó un dedo a los labios, y luego le hizo una seña a Bruno para que la siguiera, y corrió afuera al jardín; y me vi en la situación de un acusado en un juicio cuyos dos principales testigos han sido conducidos repentinamente fuera de la sala.

¡Permítame regalarle las flores! –balbuceé finalmente, sin idea alguna de cómo salir del atolladero–. ¡Usted sabe mucho más que yo sobre ellas!

¡Las acepto con sumo agradecimiento! Pero todavía no me ha dicho… –había comenzado a decir el earl, cuando fuimos interrumpidos, para mi gran alivio, por la llegada de Eric Lindon.”

El navío partió rumbo a occidente:

su albatros emprendió el vuelo;

una punzada en el pecho ella siente,

pues queda sola y en duelo.

Mas una reveladora sonrisa

se dibuja en su semblante:

«¡Pensará en mí… ¡oh, sí, pensará en mí

en tanto se halle distante!

»Aunque tú, océano, te interpones,

su unión dos vidas proclaman:

no hay distancia entre fieles corazones

que con tal pasión se aman.

Y confío en que mi buen marinero,

por siempre, y a cada instante,

pensará en mí… ¡oh, sí, pensará en mí

mientras se encuentre distante!».”

Con objeto de ahorrarle más sufrimiento a mi amigo, me levanté para marcharme justo en el momento en que el earl se disponía a repetir su particularmente embarazosa pregunta acerca de las flores.

Todavía no me ha…

¡Sí, ya he probado el té, gracias! –corrí a atajarlo–. Y ya es más que hora de que nos vayamos. ¡Buenas noches, lady Muriel!”

Sí, ya no hay remedio –terció Silvia–, ¡pero les dará lástima cuando descubran que han desaparecido!

¿Cómo van a desaparecer?

Bueno, el cómo, no lo sé. Pero se esfumarán. El ramillete no era más que un flizz, ¿sabe? Bruno lo creó.

El buqué se desvaneció, como Silvia había augurado, y 1 o 2 días después, al realizar Arthur y yo una nueva visita al Hall, encontramos al earl y a su hija, junto con la anciana ama de llaves, fuera en el jardín, examinando los cierres de la ventana del salón.

Estamos llevando a cabo una investigación –explicó lady Muriel, acercándose para recibirnos–, y los admitimos en ella, como inductores del suceso, para que nos cuenten todo lo que saben acerca de esas flores.”

—…Las flores han desaparecido durante la noche –continuó, volviéndose hacia Arthur–, y tenemos la completa seguridad de que nadie de la casa las ha tocado. Alguien ha debido de entrar por la ventana…

Pero los cierres no han sido forzados –informó el earl.

Tuvo que ser mientras usted se hallaba cenando, milady –dijo el ama de llaves.

Eso es –asintió el earl–. El ladrón debió de verle traer las flores –se dirigió a mí–, y advertiría que no las llevaba consigo al marcharse. Y debía de estar al tanto de su gran valor, ¡el cual es sencillamente inestimable! –exclamó, preso súbitamente de la excitación.

¡Y usted no llegó a decirnos cómo las consiguió! –afirmó lady Muriel.

Tal vez algún día –balbuceé yo– me sea posible decírselo. Pero por el momento, ¿me dispensarían de ello?

El earl puso cara de decepción, pero contestó de forma amable:

Está bien, no haremos preguntas.

Aunque le consideraremos un pésimo testigo de la acusación –añadió lady Muriel en tono pícaro, al tiempo que accedíamos al cenador–. Lo declaramos a usted cómplice del robo, y lo sentenciamos a reclusión en aislamiento y a ser alimentado con agua, pan y… mantequilla. ¿Quiere azúcar?

—…Si, al menos, las flores hubieran sido comestibles, uno podría haber sospechado de un ladrón de muy distinto tipo…

¿Se refiere a esa explicación universal para todas las desapariciones misteriosas: que el culpable fue el gato? –dijo Arthur.

Así es –respondió ella–. ¡Qué conveniente sería que todos los ladrones fueran del mismo tipo! ¡Resulta tan confuso que unos sean cuadrúpedos y otros bípedos!

A ARTE DA TELEOLOGIA OU A TELEOLOGIA DA ARTE: “¿Le vale así?: el último suceso es un efecto del primero, pero la necesidad de ese suceso es una causa de la necesidad del primero.”

ZERO PATHOS, INFINITAS PATAS…FÍSICAS: “Por ejemplo, la raza humana posee un tipo de forma: bípeda. Otro conjunto, que va del león al ratón, es cuadrúpedo. Baje 1 peldaño o 2 más y llegará a los insectos de 6 patas: hexápodos; un nombre precioso, ¿no es cierto? Pero la belleza, en nuestro sentido de la palabra, parece disminuir a medida que descendemos: la criatura se vuelve más… yo no calificaría de «fea» a ninguna de las criaturas de Dios… más tosca. Y, cuando cogemos el microscopio, y seguimos bajando, nos topamos con animálculos, terriblemente toscos, ¡y con un número de patas inmenso!”

“…las ranas y las arañas no nos son exactamente necesarias, ¿verdad, Muriel?

Lady Muriel se estremeció perceptiblemente: saltaba a la vista que era un tema desagradable.”

¡La grandiosidad del paisaje, cuál si no! Está claro que la grandiosidad de una montaña, según mi percepción, depende de su tamaño relativo con el mío. Doble la altura de la montaña, y naturalmente se vuelve 2 veces más grandiosa. Reduzca la mía a la mitad, y producirá el mismo efecto.

A solução está no advento dos pigmeus nesta hercúlea Terra, que uma vez já derrubou os desdenhosos gigantes!

Pero déjeme proseguir –pidió el earl–. Tendremos una 3ª raza de hombres, de 10 centímetros de altura; una 4ª, de 2 centímetros…

¡No podrían comer ternera y carnero normal, estoy segura! –interpuso lady Muriel.

Cierto, hija mía, se me olvidaba. Cada grupo debe tener sus propias vacas y ovejas.

Y su propia vegetación –añadí yo–. ¿Qué podría hacer una vaca de 2 centímetros de altura con una hierba que se mece con el viento muy por encima de su cabeza?

Es cierto. Hemos de contar con un pasto dentro del pasto, por así decirlo. La hierba corriente haría las veces de un verde palmeral para nuestras vacas de 2 centímetros, a la vez que en torno a la raíz de cada alto tallo se extendería una diminuta alfombra de hierba microscópica. Sí, creo que nuestro esquema funcionará relativamente bien. Y resultaría muy interesante entrar en contacto con las razas por debajo de nosotros. ¡Los bulldogs de 2 centímetros serían unas criaturitas preciosas! ¡Dudo que nadie pudiera echar a correr al verlos, ni siquiera Muriel!

¿No crees que deberíamos tener igualmente una serie in crescendo? –planteó lady Muriel–. ¡Imagínate medir 100 metros de alto! ¡Uno podría utilizar un elefante como pisapapeles y un cocodrilo como tijeras!

[Pero entonces la Inglaterra destruiría el mundo!]

¿Y haría usted que las razas de diferentes tamaños se comunicasen entre sí? –inquirí–. ¿Entrarían en guerra unas con otras, por ejemplo, o firmarían tratados?

Pienso que hemos de descartar la guerra. Cuando uno es capaz de aplastar una nación entera de un solo puñetazo, no puede llevar a cabo una guerra en igualdad de condiciones. Pero cualquier cosa que involucrara únicamente un choque de intelectos sería posible en nuestro mundo ideal, pues, naturalmente, debemos conceder capacidades mentales a todos, independientemente del tamaño. Quizá la regla más justa sería que, cuanto más pequeña fuese la raza, ¡mayor debería ser su desarrollo intelectual!

¿Estás diciendo –intervino lady Muriel– que esos hombrecillos de 2 centímetros discutirán conmigo?

¡Desde luego, desde luego! –afirmó el earl–. ¡La fuerza lógica de un argumento no depende del tamaño de la criatura que lo expone!

Ella sacudió la cabeza con indignación.

¡Yo no discutiría con ningún hombre que midiera menos de 15 centímetros! –exclamó–. ¡Lo pondría a trabajar!

¿En qué? –quiso saber Arthur, que escuchaba todos aquellos disparates con una sonrisa divertida.

¡Bordando! –respondió ella al instante–. ¡Qué bordados más bonitos haría!

No obstante, si hicieran un mal trabajo –apunté yo– no podrías discutir la cuestión. No sé por qué, pero convengo en que no podría hacerse.

La razón es –explicó lady Muriel– que uno no podría sacrificar hasta tal punto su dignidad.

¡Por supuesto que no! –se mostró Arthur inmediatamente de acuerdo–. Sería como discutir con una patata. Disculpen el juego de palabras, ¡pero eso enterraría por completo la propia dignidad!

Con Bduno no se discute!

el persistente zumbido de las abejas me confundía, y el aire transmitía una somnolencia que interrumpía y mandaba a la cama cada pensamiento antes de haber sido completamente formado; así que lo único que pude decir fue:

Eso depende por fuerza del peso de la patata.”

«¡Qué extraño! Estaba seguro de encontrarme hablando con lady Muriel. ¡Pero se trataba de Silvia desde el principio!». E hice otro gran esfuerzo por decir algo que tuviera algún sentido:

¿Es por la patata?”

Y puse todo mi empeño en dar unos pocos pasos, pero el suelo se deslizó hacia atrás, exactamente a la misma velocidad que yo era capaz de imprimir a mis piernas, de modo que no avancé ni un ápice. Silvia se echó a reír otra vez.”

¡Es usted un anciano adorable! –exclamó, poniéndose de puntillas para darle un beso, mientras él se inclinaba con solemnidad para recibir el saludo–. ¡Consigue dejarme perpleja! ¡Son varios los niños a los que no he estado chinchando!

El profesor regresó junto a su amigo, y en esta ocasión la voz dijo:

Dile que los traiga aquí… ¡a todos!

O mais provável é que no mundo exótico o professor se veja em terceira pessoa (como idoso) e esteja reencarnado espiritualmente como criança,¹ agora que a transformação em fada dos dois irmãos foi completada. (Assim foi, efetivamente, por um tempo.)

¹ Já essa teoria não pôde se confirmar.

Es Bruno quien llora, y es mi hermano, y, por favor, los 2 queremos irnos; él no puede caminar, ¿sabe?; está… soñando, ¿ve usted? –Esto lo dijo en un susurro, por miedo a herir mis sentimientos–. ¡Permítanos atravesar la Puerta de Marfil!”

Será que o professor se transformou no próprio Bruno? Sabemos quem é Sílvia no mundo real, mas não havia a contraparte “brunífera”. Deveria ser Arthur, conquanto… um casal romântico incestuoso não é recomendável para um romance infantil! No fim, Bruno não era ninguém…

Resultaba muy difícil estirar las piernas lo suficiente como para tocar el suelo, mientras Silvia me guiaba a través del estudio.”

Apenas tuve tiempo de echar una ojeada al otro profesor, el cual se encontraba sentado leyendo, de espaldas a nosotros, antes de que el profesor nos hiciera pasar por la puerta, y la cerrara después. Bruno se encontraba allí, cubriéndose el rostro con las manos y llorando amargamente.” A segunda hipótese foi descartada (observação já da 1ª leitura)!

¿Pod qué existen las pieddas? Hombde señod, ¿lo sabe usted?

Tienen una utilidad –dije yo–, aunque no sepamos cuál. ¿Para qué sirven los dientes de león, por ejemplo?

¡Bruno! –murmuró Silvia en tono reprobatorio–. ¡No debes decir «hombre» y «señor» a la vez! ¡Recuerda lo que te expliqué!

¡Nunca ha habido niño más impertinentísimo! –se exasperó Silvia, frunciendo el ceño hasta que sus resplandecientes ojos dejaron prácticamente de verse.

¡Y nunca ha habido niña más ignorantísima! –replicó Bruno–.

¿Pero por qué dices «dieleontes», Bruno? La palabra correcta es «dientes de león».

Es por ir dando tantos brincos –dijo Silvia, riendo.

Sí, así es –asintió Bruno–. Silvia me dice las palabdas, y entonces, cuando doy saltos, se baten todas en mi cabeza… ¡hasta que hacen espuma!

Entonces, ¿no encontró usted el camino de regreso a Exotilandia? –le pregunté al profesor.

¡Oh, sí que lo hice! –contestó–. No dimos con la calle Estrafalaria, pero hallé otro camino. He ido y vuelto varias veces desde entonces. Tenía que estar presente en las elecciones, ¿sabe?, como autor de la nueva Ley Monetaria. El emperador exhibió tal amabilidad que deseó que yo conservase el mérito de la misma. «¡Ocurra lo que ocurra (recuerdo perfectamente las palabras del discurso imperial), si resultara estar vivo el rector, vosotros daréis fe de que el cambio de moneda es obra del profesor, y no mía!» ¡Nunca antes en mi vida me habían ensalzado tanto! –Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas con el recuerdo, el cual al parecer no era agradable en su totalidad.

¿Se ha dado al rector por muerto?

Un bufón itinerante, que iba con un oso bailarín (los cuales se las arreglaron para entrar en palacio, un día), ha estado diciéndole a la gente que viene de Hadalandia, y que el rector murió allí. Yo quería que el vicerrector lo interrogara pero, por desgracia, milady y él siempre se encontraban fuera dando un paseo cuando aparecía el bufón. Sí, ¡se ha dado por muerto al rector! –Y las mejillas del anciano se vieron surcadas por más lágrimas.”

Quería hacer que todos los habitantes de Exotilandia fuesen el doble de ricos que antes para así aumentar la popularidad del nuevo Gobierno. El problema era que casi no había dinero en el tesoro público para hacerlo. De modo que yo sugerí que podía conseguirlo doblando el valor de cada moneda y billete de Exotilandia. Es la solución más sencilla posible. ¡Me extraña que a nadie se le ocurriese antes! Nunca se vio un alborozo tan generalizado. Las tiendas están repletas de gente de sol a sol. ¡Todo el mundo compra de todo!”

¿Cómo de lejos queda Exotilandia? –inquirí, para cambiar de tema.

A unos 5 días de marcha, pero uno debe regresar cada cierto tiempo. Como profesor de la corte, he de estar en todo momento con el príncipe Uggug, ¿comprende? La emperatriz se pondría furiosa si lo dejara solo, aunque fuera únicamente por una hora.

Pero, sin duda, cada vez que viene aquí se ausenta durante 10 días como mínimo, ¿no es cierto?

¡Oh, más aún! –exclamó el profesor–. Una quincena, en ocasiones. Pero, naturalmente, tomo nota de la hora exacta de mi salida ¡para poder hacer retroceder el tiempo de la corte a ese mismo instante!

Perdone –dije yo–. No comprendo.

Sin contestar, el profesor extrajo de su bolsillo un reloj de oro cuadrado, con 6 u 8 manecillas, y lo sostuvo en el aire para que yo lo inspeccionara.

Esto –empezó– es un reloj exotilandés…

Debí haberlo supuesto.

…que posee la peculiar propiedad de que, en vez de marchar con el tiempo, es este el que marcha con el reloj. Confío en que ahora me haya entendido.

Apenas –admití.

Permita que le explique. Si no se manipula, sigue su propio ritmo. El tiempo no le afecta.

He conocido relojes así –observé.

Hacerlo hacia delante, sobrepasando la hora real, es imposible, pero puedo moverlas hasta un mes para atrás: ese es el límite. Y entonces uno encuentra que todos los acontecimientos se repiten de nuevo, con cualquier alteración que la experiencia pueda sugerir.”

No lo pruebe ahora. Le prestaré el reloj unos cuantos días para que pueda divertirse haciendo experimentos.”

«¡Ángel adorable! –pensé–. ¿Cómo voy a conseguir que tu mente inocente comprenda la idea del ‘deporte’ de la caza?» Y mientras observábamos, cogidos de la mano, la liebre muerta, de pie frente a ella, traté de explicar el concepto con palabras que ella pudiese entender.”

Pero si a los hombres les gustan las liebres, ¿por qué… por qué…? –la voz le temblaba y sus preciosos ojos estaban inundados de lágrimas.

Mucho me temo que no les gustan, querida niña.

A todos los niños les encantan –señaló Silvia–. Y a todas las damas.

Siento decirlo, pero incluso algunas damas van en ocasiones de cacería.

Silvia se estremeció.

¡Oh, no, las damas no! –suplicó de corazón–. ¡Lady Muriel no!

No, ella nunca lo hace, estoy convencido… pero esta es una visión demasiado triste para ti, querida. Probemos a buscar alguna…

Pero Silvia aún no estaba satisfecha. En un tono solemne y apagado, con la cabeza inclinada y las manos unidas, formuló su pregunta final:

¿Ama Dios a las liebres?

¡Sí! –respondí yo–. ¡De eso no me cabe duda! Ama a todas las criaturas vivientes. Hasta a los hombres que cometen pecados. ¡Cómo no va a amar a los animales, que son incapaces de ello!

No sé qué significa «pecado» –declaró Silvia. Y yo no traté de explicárselo.

Ven, mi niña –dije, intentando alejarla de allí–. Dile adiós a la pobre liebre y vayamos a buscar moras.

En tal caso –observó Silvia–, creo que la patata tendría todo el derecho a preguntarle a usted su peso. ¡Puedo imaginarme sin problemas una patata Jersey Royal de calidad verdaderamente superior rehusando discutir con alguien que pese menos de 95 kilos!

Con un gran esfuerzo recuperé el hilo de mis pensamientos.

¡Qué rápido empezamos a desvariar! –observé.

«¡Y toda esa extraña aventura –pensé– ha ocupado el espacio de una sola coma en el discurso de lady Muriel! ¡Una única coma, para la cual los gramáticos nos dicen que ‘contemos uno’ (Tuve la certeza de que el profesor había hecho retroceder amablemente el tiempo para mí hasta el punto exacto en que me había quedado dormido.)

Cuando, unos minutos después, abandonamos la casa, el primer comentario de Arthur fue sin duda uno extraño.

Hemos pasado ahí sólo 20 minutos –señaló– y no he hecho otra cosa que escuchar tu conversación con lady Muriel, y sin embargo, de algún modo, ¡me siento exactamente como si hubiese estado hablando con ella durante por lo menos 1 hora!”

Pero tenía demasiado aprecio por mi propia reputación de persona cuerda como para atreverme a explicar lo que había sucedido.”

Llegará en el último tren –anunció en el tono de quien está continuando una conversación en vez de empezando otra.

¿Te refieres al capitán Lindon?

Sí, el capitán Lindon –asintió Arthur–. Obvié su nombre porque me pareció que estábamos hablando de él. El earl me dijo que llega esta noche, aunque mañana es el día en que sabrá si le conceden el ascenso que está esperando. Me extraña que no se quede un día más en la ciudad para enterarse del resultado, si es que realmente le preocupa tanto como piensa el earl.

Es un hombre magnífico –reconoció Arthur–, pero confieso que las noticias serían buenas, para mí, ¡si recibiera su ascenso y su orden de incorporación a filas al mismo tiempo! Le deseo toda la felicidad del mundo… con una excepción. ¡Buenas noches! –Habíamos llegado a casa para entonces–. Esta noche no soy una buena compañía… es mejor que esté solo.

¿Quiere unírsenos? –me propuso el earl, después de un intercambio de saludos con él, lady Muriel y el capitán Lindon–. Este joven inquieto está esperando un telegrama y vamos a la estación para recogerlo.

También hay una mujer inquieta implicada –añadió lady Muriel.

Eso se sobreentiende, hija mía –contestó su padre–. ¡Las mujeres nunca están tranquilas!

Para una generosa apreciación de las mejores cualidades de uno mismo –apuntó excelentemente la hija–, no hay nada como un padre, ¿no es cierto, Eric?

Los primos no participan en ello –comentó este, y entonces, de algún modo, la conversación pasó a dos «duólogos», tomando los jóvenes la delantera, con los 2 hombres de mayor edad siguiéndolos a un paso menos ansioso.

¿Y cuándo volveremos a ver a sus pequeños amigos? –preguntó el earl–. Son unos niños singularmente cautivadores.

Estaré encantado de traerlos, cuando pueda –respondí–. Pero yo mismo desconozco cuándo tendré ocasión de verlos otra vez.

No voy a interrogarle –declaró el earl–, pero no hay nada de malo en mencionar que ¡a Muriel sencillamente le atormenta la curiosidad! Conocemos a la mayor parte de la gente de los alrededores y ella ha estado tratando de adivinar sin éxito en qué casa podrían estar alojándose.

Tal vez algún día pueda arrojar un poco de luz al respecto, pero de momento…

Gracias. Tendrá que sobrellevarlo lo mejor que pueda. Le diré que es una gran oportunidad para practicar la paciencia. Pero le cuesta verlo desde ese punto de vista. ¡Vaya, ahí están los niños!

Sí que lo estaban; esperaban (-nos, al parecer) en unas escaleras que permitían salvar una cerca, lo cual no podían haber hecho más que escasos momentos antes, pues lady Muriel y su primo habían pasado por delante de ella sin verlos.

La visión que alberga inicialmente un niño de la vida –comentó el earl, con esa encantadora y triste sonrisa tan suya– es que es un periodo que ha de dedicarse a la acumulación de posesiones que puedan llevar encima. Esa visión se modifica con los años.

Pero el amable anciano no era alguien con quien un niño, ya fuera humano o feérico, pudiera estar cohibido durante mucho tiempo, y al poco ella ya había cambiado mi mano por la suya, permaneciendo únicamente Bruno fiel a su primer amigo. Alcanzamos a la otra pareja justo cuando llegaba a la estación, y tanto lady Muriel como Eric saludaron a los niños como si los conocieran de toda la vida, este último diciendo:

¿Así que llegasteis a Babilonia alumbrándoos sólo con velas, después de todo?”

¿Qué? ¿Los conoces, Eric? –exclamó–. ¡Este misterio crece cada día más!

Entonces debemos andar por el tercer acto –observó Eric–. No esperarás que el misterio se resuelva antes de que llegue el quinto, ¿no?

“…Escenario: un andén del ferrocarril. Se apagan las luces. Entra el príncipe (disfrazado, por supuesto) y su fiel criado. Este es el príncipe… –dijo cogiendo la mano de Bruno–. ¡Y aquí está su humilde sirviente! ¿Qué es lo que ordena a continuación su alteza real? –Y dedicó una reverencia de aires profundamente cortesanos a su desconcertado amiguito.

¡Tú no eres un sidviente! –exclamó Bruno desdeñoso–. ¡Eres un cabellero!”

¡Cuarto acto! –proclamó, con un repentino cambio de tono–. Se encienden las luces. Luces rojas y verdes. Se escucha un lejano retumbar. ¡Entra un tren de pasajeros!”

¿Alguna vez ha convertido la vida real en una obra dramática? –dijo el earl–. Pruebe a hacerlo ahora. A menudo me entretengo así. Considere este andén nuestro escenario. Hay buenas entradas y salidas a ambos lados, ¿ve? Un excelente decorado de fondo: una locomotora real que se desplaza arriba y abajo. Todo este bullicio, y la gente que va de acá para allá, ¡han tenido que requerir un cuidadoso ensayo! ¡Con qué naturalidad actúan! ¡Sin mirar ni un instante al público! Y los grupos son siempre totalmente nuevos, ¿se da cuenta? ¡Nada de repeticiones!

Tan pronto como empecé a asimilar aquel punto de vista, me pareció realmente admirable. Incluso un mozo que pasaba, con una carretilla llena de equipaje, daba tal impresión de realismo que uno sentía la tentación de aplaudir. Tras él apareció una madre enfadada, con el rostro encendido, arrastrando a 2 niños que chillaban, y llamando a alguien que iba detrás: «¡John! ¡Venga!». Entra John, muy sumiso, muy callado, y cargado de paquetes. Y detrás de él, a su vez, venía una asustada y joven niñera, la cual llevaba en brazos a un rechoncho bebé, que también chillaba. Todos los niños lo hacían.

¡Un estupendo detalle de la interpretación! –dijo el anciano en un aparte–. ¿Se ha percatado de la expresión aterrorizada de la niñera? ¡Era sencillamente perfecta!

Ha dado usted con un filón completamente nuevo –aseguré–. Para la mayoría de nosotros la vida y sus placeres se asemejan a una mina que se halla prácticamente agotada.

¡Ya lo ve! –exclamó el earl–. Para cualquiera con verdadero instinto dramático, ¡sólo ha acabado el preludio! Lo bueno aún está por venir. Uno va al teatro, paga los 10 chelines de una butaca, ¿y qué recibe por su dinero? Quizá se trate de un diálogo entre un par de granjeros, poco naturales con sus exageradamente caricaturescos atuendos de granjeros, menos naturales aún en sus forzados gestos y poses, y nada naturales en absoluto en sus intentos por transmitir jovialidad y espontaneidad al hablar. Vaya en cambio a sentarse a un vagón de tren de 3ª clase, ¡y tendrá el mismo diálogo, pero real como la vida misma! Asientos de 1ª fila, sin orquesta que obstruya la visión… ¡y gratis!

Me pregunto si Shakespeare tenía eso en mente –cavilé en voz alta– cuando escribió: «El mundo entero es un escenario».

La vida es, desde luego, un drama; uno con pocos bises… ¡y ningún buqué! –añadió en tono soñador–. ¡Nos pasamos media vida lamentándonos de las cosas que hicimos en la otra mitad!

»Y el secreto para disfrutar de ella –prosiguió, recuperando el tono alegre– ¡es la intensidad!

Pero no en el sentido esteticista moderno, imagino. Como esa joven dama, en Punch,¹ que abre una conversación diciendo:

«¿Es usted intenso?».”

¹ “Punch, or The London Charivari was a British weekly magazine of humour and satire established in 1841 by Henry Mayhew and wood-engraver Ebenezer Landells. Historically, it was most influential in the 1840s and 1850s, when it helped to coin the term “cartoon” in its modern sense as a humorous illustration. From 1850, John Tenniel [ilustrador de Alice no País…] was the chief cartoon artist at the magazine for over 50 years. § After the 1940s, when its circulation peaked, it went into a long decline, closing in 1992. It was revived in 1996, but closed again in 2002.” “the term ‘cartoon’ then meant a finished preliminary sketch on a large piece of cardboard, or cartone in Italian. Punch humorously appropriated the term to refer to its political cartoons, and the popularity of the Punch cartoons led to the term’s widespread use.” “Punch enjoyed an audience including Elizabeth Barrett, Robert Browning, Thomas Carlyle, Edward FitzGerald, Charlotte Brontë, Queen Victoria, Prince Albert, Ralph Waldo Emerson, Emily Dickinson, Herman Melville, Henry Wadsworth Longfellow, and James Russell Lowell.”

Supongamos que A y B están leyendo la misma novela mediocre, sacada de una biblioteca pública. A nunca se preocupa por comprender al cien por cien las relaciones entre los personajes, de las que tal vez dependa todo el interés de la historia; se «salta» todas las descripciones del escenario y todos los pasajes que le parecen relativamente aburridos; a los que sí lee, ni siquiera les dedica una atención somera; sigue con el libro –por el simple deseo de terminar y encontrar otra ocupación– horas después de cuando debería haberlo dejado; ¡y llega al «finis» en un estado de completo hastío y depresión! B se entrega en cuerpo y alma al acto, siguiendo el principio de que «cualquier cosa digna de hacerse, es digna de hacerse bien»; domina las genealogías; evoca imágenes en su mente al tiempo que lee sobre el escenario; lo mejor de todo, cierra con resolución el libro al final de algún capítulo, mientras su interés se halla aún en su punto álgido, y traslada su atención a otras cuestiones; de modo que, la próxima vez que se permite una hora de lectura, es como si un hombre hambriento se sentase a cenar; y, cuando acaba el libro, ¡regresa a su quehacer cotidiano como «un gigante renovado»!”

nunca descubre que es basura, sino que se deja llevar hasta el final, intentando creerse que está disfrutando. B cierra el libro con suavidad, tras haber leído una docena de páginas, se dirige a la biblioteca ¡y lo cambia por uno mejor! Dispongo aún de otra teoría para aumentar el goce vital… es decir, si no he agotado su paciencia. Temo que me considere una vieja cotorra.”

La teoría es que deberíamos experimentar nuestros placeres con rapidez, y nuestros dolores con lentitud.

Pero ¿por qué? Yo lo habría dicho al revés.

Al experimentar el dolor artificial, el cual puede ser tan banal como desee, de manera lenta, el resultado es que, cuando sobreviene un dolor real, por muy severo que este sea, lo único que necesita hacer es dejar que avance a su ritmo normal, ¡y cesará en un momento!

Muy cierto –convine–, pero ¿qué pasa con el placer?

Pues que, al experimentarlo rápidamente, puede introducir una cantidad mucho mayor en la vida. Se requieren 3 horas y media para escuchar y disfrutar de una ópera. Imagine que fuera capaz de asimilarla, y gozar de ella, en media hora. ¡Entonces puedo disfrutar de 7 óperas en el tiempo que usted tarda en escuchar una!

He oído tocar un aire –declaró–, en modo alguno corto, de principio a fin, con variaciones y todo, ¡en 3 segundos!

¿Cuándo? ¿Y cómo? –inquirí ansiosamente, con cierta sensación de estar soñando otra vez.

Lo hizo una pequeña caja de música –respondió con voz suave–. Tras haberle dado cuerda, el regulador, o alguna cosa, se rompió, y la canción entera sonó, como he dicho, en unos 3 segundos. ¡Pero tuvo necesariamente que tocar todas las notas, ya sabe!

¿Y le gustó? –pregunté, con toda la severidad de un abogado en el turno de repreguntas.

¡Pues no! –confesó de forma sincera–. ¡Pero en aquel momento, sabe usted, no tenía el oído educado para apreciar ese tipo de música!

un improvisado drama teatral creado especialmente para mí.”

Hasta donde uno podía tomar nota del tiempo en un momento de horror como aquel, disponía de unos 10 claros segundos, antes de que el expreso llegara a su altura, para cruzar las vías y coger a Bruno. Si lo logró o no, fue algo totalmente imposible de adivinar; lo siguiente que se supo fue que el expreso había pasado, y que, con resultado de vida o muerte, todo había acabado. Cuando la nube de polvo se hubo despejado, y la vía se aclaró de nuevo a nuestros ojos, vimos con el corazón agradecido que el niño y su salvador estaban ilesos.

¡Todo bien! –nos dijo Eric en voz alta y alegre, mientras cruzaba otra vez la vía–. ¡Está más asustado que lastimado!”

No había llegado ningún telegrama.”

¿No sería mejor que os devolviera el reloj del profesor? Cuando seáis hadas os resultará demasiado grande para cargar con él; ya sabéis.”

¡Oh, qué va! –dijo–. Cuando nos hagamos pequeños, ¡el deloj también lo hará!

E irá directamente a las manos del profesor –agregó Silvia– y usted ya no podrá usarlo más, así que más vale que lo haga ahora cuanto pueda. Debemos menguar cuando se ponga el sol. ¡Adiós!

¡Y sólo faltan 2 horas para el crepúsculo! –dije mientras reanudaba mi paseo–. ¡He de aprovechar el tiempo!

Y por fin se fue cada una por su lado. Esperé hasta que se hubieron alejado unos 20 metros la una de la otra, y entonces atrasé el reloj 1 minuto. El instantáneo cambio fue asombroso: las 2 figuras parecieron regresar al momento a donde se encontraban antes.”

y así el diálogo entero se repitió, y, cuando se separaron por 2ª vez, las dejé seguir sus diversos caminos, y continué con mi paseo por el pueblo.”

justo cuando el pensamiento me pasaba por la mente, el accidente que estaba imaginando se produjo. Había una pequeña carreta parada en la puerta del «Gran Almacén de Sombreros de Señora» de Elveston, cargada de cajas de cartón que el carretero estaba transportando al interior de la tienda, una a una. Una de las cajas se había caído al suelo, pero casi no parecía que mereciera la pena acercarse a recogerla, ya que el hombre regresaría en un momento. Sin embargo, en aquel instante, un joven montado en bicicleta dobló bruscamente la esquina de la calle y, al tratar de esquivar la caja, volcó su máquina, y resultó arrojado de cabeza contra la rueda de la carreta. El carretero corrió a socorrerlo, y él y yo levantamos al infortunado ciclista y lo llevamos adentro. Tenía un corte en la cabeza por el que sangraba, y una de sus rodillas parecía herida de gravedad; se decidió, pues, sin demora que lo mejor era trasladarlo de inmediato a la consulta del único traumatólogo del lugar. Ayudé a vaciar la carreta y a colocar en ella unas cuantas almohadas que sirvieran de lecho al herido, y fue únicamente cuando el carretero hubo subido a su asiento en el vehículo, y se disponía a salir para la consulta, que me acordé del extraño poder que poseía para deshacer todo aquel daño.

«¡Mi momento ha llegado!», me dije, mientras hacía retroceder la manecilla del reloj, y vi, casi sin sorprenderme esta vez, que todo regresaba al lugar que ocupaba en el instante crítico en que me percaté inicialmente de la caja caída.

Sin perder 1 segundo, salí a la calle, recogí la caja y la devolví a la carreta; un momento después la bicicleta había torcido la esquina, pasado la carreta sin impedimento ni obstáculo, y desaparecido al poco en la distancia, en una nube de polvo.

«¡El delicioso poder de la magia! –pensé–. ¡Qué cantidad de sufrimiento humano he… no sólo aliviado, sino aniquilado, en realidad!» Y me quedé observando la descarga de la carreta, con una agradable sensación de virtud consciente y el reloj mágico aún abierto en mi mano, pues albergaba curiosidad por saber qué pasaría cuando llegáramos nuevamente al momento exacto en que había hecho retroceder la manecilla.

El resultado fue uno que, de haber meditado la cuestión con detenimiento, podría haber previsto: al alcanzar la marca la manecilla del reloj, la carreta –que ya se había alejado y se encontraba para entonces a media calle de distancia– reapareció de nuevo frente a la puerta, y en el momento de echar a rodar, a la vez que –¡oh, desdichado sueño dorado de universal benevolencia que había deslumbrado mi fantasiosa imaginación!– el joven lesionado retornó a su abultado lecho de almohadas, con su pálida faz contraída en una rígida expresión que revelaba un dolor soportado con entereza.

«¡Oh, reloj mágico, te burlas de mí! –dije para mis adentros, en tanto salía del pueblo y enfilaba el camino hacia la costa que conducía a mi alojamiento–. El bien que creí poder hacer se ha desvanecido como un sueño; ¡el mal de este mundo problemático es la única realidad duradera!»”

Se preguntarían inicialmente quién era yo, después me verían, luego bajarían la cabeza y dejarían de pensar en mí. Y en cuanto a echarme de manera violenta, tal suceso habría de tener lugar necesariamente al principio, en este caso. «De modo que si al final logro entrar –me dije–, ¡todo riesgo de expulsión habrá desaparecido!»

El carlino se sentó sobre sus cuartos traseros, como medida de precaución, a mi paso; pero como no presté atención alguna al tesoro que estaba guardando, me dejó ir sin lanzar siquiera un ladrido de amonestación. «Quien se adueña de mi vida –parecía estar diciéndose, entre sibilantes resuellos– empuña la correa. ¡Pero quien se adueña del Daily Telegraph…!» Mas no me enfrenté a esta espantosa contingencia.” Jornal ainda em operação.

Los presentes en el salón –entré directamente, ¿entiendes?, sin llamar al timbre ni dar aviso alguno de mi acercamiento– eran 4 niñas sonrosadas y risueñas, de edades comprendidas entre los 14 y los 10 años, que aparentemente venían hacia la puerta (mas descubrí que, en realidad, estaban caminando hacia atrás), al tiempo que su madre, sentada junto al fuego con labores de aguja en el regazo, decía, justo en el momento de entrar yo en la habitación: «Ahora, niñas, podéis ir a abrigaros para salir de paseo».

Para mi total asombro –pues no me encontraba todavía acostumbrado a la acción del reloj– «todas las sonrisas cesaron» (utilizando las palabras de Browning) en las 4 bonitas caras, y las niñas sacaron piezas de labor, y se sentaron. Ninguna se percató en lo más mínimo de mi presencia, mientras yo acercaba una silla sin hacer ruido y me sentaba a observarlas.

Una vez desdobladas las costuras, y listas las 4 para empezar, su madre dijo: «¡Por fin habéis terminado! Podéis guardar vuestras labores, niñas». Pero estas hicieron caso omiso del comentario; por el contrario, se pusieron de inmediato a coser, si es que esa es la palabra apropiada para describir una operación que jamás antes había contemplado. Cada una de ellas enhebró su aguja con un corto cabo de hilo, unido a la labor, del que una fuerza invisible comenzó al instante a tirar, haciendo que atravesara la trama y arrastrara la aguja tras de sí; los hábiles dedos de la pequeña costurera cogieron esta en el otro lado, pero sólo para soltarla enseguida, una vez más.” As 4 Moiras & Penélope

Y de este modo procedió el trabajo, deshaciéndose a un ritmo constante, y con los vestiditos cuidadosamente cosidos, o lo que quiera que fuesen, apedazándose sin parar. De tanto en tanto, una de las niñas hacía un alto cuando el hilo recuperado se volvía incómodamente largo, lo enrollaba en un carrete y recomenzaba con otro pequeño cabo.

Finalmente la labor quedó reducida por completo a retazos, que guardaron, y la dama se dirigió en primer lugar a la habitación de al lado, caminando de espaldas, y haciendo el siguiente comentario descabellado: «Todavía no, queridas: primero debemos terminar con la costura».” Pero por que no hablaba al revés??

Tras lo cual, no me sorprendió ver a las niñas brincando de espaldas tras ella, a la vez que exclamaban: «¡Oh, madre, hace un día precioso para salir a pasear!».” Quadro lynchiano.

¿Has visto a gente comer tarta de cerezas, y dejar cada cierto tiempo de manera cuidadosa un hueso del fruto en los platos desde sus labios? Pues algo parecido tuvo lugar durante aquel terrorífico –¿o debería decir tal vez «fantasmagórico»?– banquete. Un tenedor vacío se eleva a los labios, donde recibe una pieza bien cortada de carnero, y rápidamente la lleva hasta el plato, donde se une en el acto y por sí sola a la carne que ya se encuentra allí. Al poco pasaron uno de los platos, provisto de una tajada entera de carnero y dos patatas, al caballero que presidía la mesa, que restituyó en silencio la tajada a la pata, y las patatas a la fuente.

Su conversación resultó ser, si es que ello era posible, más desconcertante que su forma de cenar. Comenzó cuando la muchacha más joven se dirigió, repentinamente y sin provocación previa, a su hermana mayor:

¡Oh, qué cuentista eres! –dijo.

Yo esperaba una contestación desabrida por parte de la hermana pero, en cambio, esta se giró riendo hacia su padre, y dijo, en un estentóreo susurro teatral:

¡Ser ella la novia!

El padre, para cumplir con su parte en una conversación que parecía propia únicamente de lunáticos, contestó:

Susúrramelo al oído, cariño.

Pero ella, en vez de susurrar (aquellas niñas no hacían nunca lo que se les decía), repuso, en voz muy alta:

¡Claro que no! ¡Todo el mundo sabe lo que quiere Dolly!

Y la pequeña Dolly se encogió de hombros, y dijo, terriblemente malhumorada:

¡Vamos, padre, no te metas conmigo! ¡Ya sabes que no quiero ser dama de honor de nadie!

Y la cuarta será Dolly –fue la estúpida respuesta de su padre.

Aquí metió baza la número tres:

¡Oh, pero ya lo han decidido, querida madre, en serio! Mary nos lo contó todo. Será 4 semanas después del próximo martes… y vendrán 3 de sus primas para hacer de damas de honor… y…

¡A ella no se le olvida, Minnie! –contestó la madre entre risas–. ¡Ojalá decidieran casarse de una vez! No me gustan los noviazgos largos.

Y Minnie cerró la conversación –si es que una serie tan caótica de comentarios merece tal nombre– con:

¡Imagínate! Esta mañana pasamos por delante de Cedars, justo cuando Mary Davenant se estaba despidiendo desde la verja del señor… no recuerdo su nombre. Nosotras por supuesto miramos hacia otro lado.

Para entonces me encontraba tan desesperadamente confuso que dejé de escuchar y seguí la cena hasta la cocina. ¿Pero qué necesidad, oh, lector hipercrítico, decidido a no creer ni un punto de esta rara aventura, hay de relatarte cómo el carnero se colocó en el asador, y se desasó lentamente; cómo las patatas se envolvieron en sus pieles, y se entregaron al jardinero para que las

enterrara; cómo, cuando el carnero llegó finalmente a estar crudo, el fuego, que había pasado gradualmente de un infierno al rojo a una simple llama, se extinguió tan bruscamente que el cocinero tuvo apenas el tiempo justo para atrapar su última chispa en el extremo de una cerilla; o cómo la criada, tras haber retirado el carnero del asador, se lo llevó (caminando de espaldas, por supuesto) fuera de la casa, al encuentro del carnicero, el cual venía (también de espaldas) por el camino?

Cuanto más vueltas le daba a aquella extraña aventura, más se enredaba sin solución el misterio, y supuso un verdadero alivio encontrar a Arthur en el camino y convencerlo de que me acompañara al Hall para averiguar qué noticias había traído el telégrafo.”

¡Entonces el telegrama ha llegado! –afirmé.

¿No lo sabía? Oh, lo había olvidado: llegó después de abandonar usted la estación. Sí, todo ha salido bien; Eric ha recibido su ascenso y, como ya ha hablado con Muriel de sus planes, tiene asuntos en la ciudad que debe atender sin demora.

He decidido aceptar un empleo en la India que me han ofrecido. Allí, en el extranjero, supongo que encontraré un motivo por el que vivir; ahora mismo soy incapaz de ver ninguno.”

¿Cuánto lo siente exactamente? –pregunté, con picardía.

Tdes cuadtos de metdo –respondió Bruno con absoluta solemnidad–. Y yo también lo sento un poquitín –agregó, cerrando los ojos para no ver su propia sonrisa.

No se dice «lo ponimos» –apuntó Silvia con gran seriedad.

Bueno, entonces «le ponimos» –saltó su hermano–. ¡Nunca logdo decoddad cuándo hay que usad «lo» y cuándo «le»!

Dejad que os ayude a buscarlo –me ofrecí. De modo que Silvia y yo iniciamos una «expedición» entre todas las flores, pero no dimos con ningún bebé.

¿Y qué tendrá lugar en el teatro? –indagué yo.

Primero celebran su banquete de cumpleaños –explicó Silvia–; después Bruno

representa unos fragmentos de Shakespeare, y luego les cuenta una historia.

No, sólo los interpretará –aclaró Silvia–. No se sabe prácticamente el texto de ninguno. Cuando veo cómo va vestido, tengo que decirles a las ranas de qué personaje se trata. ¡Siempre están impacientes por adivinarlo! ¿No oye cómo preguntan todas «¿Cuál? ¿Cuál?»? –Y así era: hasta que Silvia lo explicó, parecía que únicamente croaban, pero ahora era capaz de distinguir el «¿Cuad? ¿Cuad?» con total claridad.

¿Pero por qué tratan de adivinarlo antes de verlo?

No lo sé –confesó Silvia–, pero siempre lo hacen. ¡A veces empiezan a hacer conjeturas semanas y semanas antes del día!

O relógio do protagonista ainda estará invertendo o tempo?!

Y no tenía sentido, según Bruno, representar un «fragmento» de Shakespeare cuando no había nadie que lo viera (como ves, no me contó a mí como alguien).”

¡Hamlet! –anunció de pronto la voz clara y dulce que yo tan bien conocía. El croar cesó por completo y al instante, y yo me giré hacia el escenario, con cierta curiosidad por ver cuáles eran las ideas de Bruno respecto al comportamiento del personaje más importante de Shakespeare.

Según este eminente intérprete del drama, Hamlet vestía una corta capa negra (que empleaba principalmente para taparse el rostro, como si sufriera un fuerte dolor de muelas), y caminaba separando mucho hacia fuera las puntas de los pies.

¡Sed o no sed! –comentó Hamlet en tono alegre, y después hizo el pino varias veces, provocando la caída de la capa en plena actuación.

Me sentí un poco decepcionado; la concepción que tenía Bruno del papel me parecía falta de solemnidad.

¿No recitará más del soliloquio? –le susurré a Silvia.

Creo que no –me contestó esta de igual forma–. Suele hacer el pino cuando no se sabe más partes del texto.

Bruno había resuelto entretanto la cuestión desapareciendo del escenario, y las ranas se pusieron inmediatamente a preguntar el nombre del próximo personaje.

¡Lo sabréis cuando lo veáis! –gritó Silvia, al tiempo que recolocaba a 2 o 3 ranitas que se las habían arreglado para ponerse de espaldas al escenario–. ¡Macbeth! –añadió, al reaparecer Bruno.

Macbeth se había envuelto en algo que le pasaba por encima de un hombro y bajo el brazo contrario, y que se suponía que era, creo, un plaid(*) escocés. Sujetaba una espina de planta en la mano, con el brazo totalmente extendido, como si le diera un poco de miedo.

(*) Prenda tradicional escocesa, usada especialmente como uniforme de gala por militares y gaiteros, consistente en una pieza alargada de tartán que se envuelve alrededor del cuerpo. Se lleva por lo general en combinación con el conocido kilt, con el cual debe ir siempre a juego. [N. del T.]

¿Es esto una daga? –inquirió Macbeth, con tono de cierta perplejidad, y al momento las ranas elevaron un coro de respuesta: «¡No! ¡No!» (a esas alturas yo ya había aprendido a entender perfectamente su croar).

¡Es una daga! –proclamó Silvia con voz autoritaria–. ¡Callad! –El croar cesó en el acto.

Shakespeare no nos ha dicho, hasta donde yo sé, que Macbeth presentara en su vida privada ningún hábito de tal excentricidad como hacer el pino, pero Bruno lo consideraba claramente una parte absolutamente esencial del personaje, y abandonó el escenario realizando una serie de volteretas. No obstante, regresó otra vez momentos después, con el extremo de un mechón de lana (dejado probablemente en la espina por una oveja que pasaba) bajo el mentón, el cual constituía una magnífica barba, que le llegaba prácticamente hasta los pies.

¡Shylock! –anunció Silvia–. ¡No, disculpad! –rectificó a toda prisa–. ¡El rey Lear! No me había fijado en la corona. (Bruno se había provisto ingeniosamente de una, que le quedaba perfectamente, cortando la parte central de un diente de león a fin de dejar hueco para su cabeza.)

El rey Lear se cruzó de brazos (poniendo su barba en peligro inminente) y dijo, en un suave tono explicativo:

¡Sí, un dey de los pies a la cabeza! –Y a continuación calló, como si se hallara considerando cuál podía ser el mejor modo de demostrar esto. Y aquí, con todo el respeto posible a Bruno como crítico shakespeariano, debo expresar mi opinión de que no era intención del poeta que sus 3 grandes héroes trágicos tuviesen unos hábitos personales tan extrañamente parecidos; al igual que tampoco creo que hubiera aceptado la facultad de hacer el pino como prueba alguna de pertenencia a una casta real. Mas, al parecer, el rey Lear, tras una profunda reflexión, fue incapaz de dar con ningún otro argumento con el que probar su realeza, y, como aquel era el último de los «fragmentos» de Shakespeare («Nunca hacemos más de tres», explicó Silvia en susurros), Bruno ofreció al público una larguísima serie de piruetas antes de retirarse por fin, dejando a las extasiadas ranas en un clamor conjunto de «¡Otro! ¡Otro!» que supongo constituía su modo de pedir un bis. Pero Bruno no resurgió en escena hasta que llegó el momento de contar la historia.

Cuando al fin apareció caracterizado de sí mismo, noté un sensible cambio en su comportamiento. No ejecutó más volteretas. Obviamente opinaba que, por muy apropiado que pudiera ser el hábito de hacer el pino para don nadies como Hamlet y el rey Lear, Bruno jamás sacrificaría su dignidad hasta tal punto.

Había una vez un datón y un cocoddilo y un hombde y una cabda y un león. –Nunca antes había escuchado introducir el dramatis personae en una avalancha tan temerariamente atropellada, y esta me dejó sin aliento alguno. Hasta Silvia se quedó boquiabierta, y dejó que 3 de las ranas, que parecían haber empezado a cansarse del espectáculo, se metieran de un brinco en la zanja sin realizar ningún intento de detenerlas.

»Y el datón encontdó un zapato, y cdeyó que era una tdampa para datones. Así que se metió dentdo, y se quedó allí muchósimo tiempo. —¿Y por qué se quedó? –preguntó Silvia. Su función parecía ser muy similar a la del coro en una obra griega: tenía que espolear al orador, y hacerlo hablar mediante una serie de preguntas inteligentes.

Podque cdeía que no podía salid de allí –explicó Bruno–. Era un datón listo. ¡Sabía que no podía escapad de las tdampas!

Al parecer, tenían los niños su tamaño “normal” de hada en esta escena… Pues, ¿qué diente-de-león va a ser corona para una cabeza, no fuera una microcabeza, mismo la de un niñito?

Pero ¿por qué entró en un principio? –insistió Silvia.

…y saltó y saltó –continuó Bruno, ignorando la pregunta–, y pod fin logdó salid. Entonces miró la etiqueta del zapato. Y en ella aparecía el nombde del hombde, pod lo que supo que no era su zapato.

¿Había pensado que lo era? –atacó de nuevo Silvia.

¿No te he dicho ya que cdeía que era una tdampa para datones? –replicó el indignado orador–. Pod favod, hombde señod, ¿podería haced que Silvia pdestase atención? –Esto hizo callar a su hermana, que pasó a ser toda oídos; de hecho, ella y yo habíamos pasado a ser la práctica totalidad de la audiencia, pues las ranas no paraban de marcharse dando saltos, y apenas quedaban ya allí unas pocas.

»Así que el datón le dio al hombde su zapato. Y el hombde se puso a dad botes, podque sólo tenía uno, y tenía muchas ganas de encontdad el otdo.

En ese momento aventuré una pregunta:

¿Te refieres a botes de alegría o a que iba a la pata coja?

A las 2 cosas –dijo Bruno–. Y el hombde sacó a la cabda del saco. –«Pero no habías mencionado el saco antes», dije yo. «Ni lo volveré a haced», contestó Bruno–. Y le dijo a la cabda: «Te quedarás pod aquí hasta que yo vuelva». Y el hombde se fue y cayó en un pdofundo hoyo. Y la cabda dio vueltas y más vueltas. Y pasó bajo el ádbol. Y meneó la cola. Y levantó la vista hacia el ádbol. Y cantó una tdiste cancioncilla. ¡Nunca habéis oído una igual!

¿Puedes cantarla, Bruno? –le pedí.

Sí, puedo –respondió Bruno en el acto–. Pero no lo haré. Haría llorad a Silvia…

¡No es cierto! –lo cortó Silvia con gran indignación–. ¡Y no me creo para nada que la cabra la cantara!

¡Sí que lo hizo! –aseguró Bruno–. La cantó entera. Yo vi cómo la cantaba con su ladga badba…

No pudo cantarla con su barba –interpuse yo, esperando pillar al pequeñajo–: una barba no es una voz.

¡Pues entonces no poderías pasead con Silvia! –exclamó Bruno en tono triunfal–. ¡Ella no es un pie!

Decidí que lo mejor era seguir el ejemplo de Silvia y guardar silencio por un rato. Bruno era demasiado listo para nosotros.

Y cuando tedminó de cantad la canción, salió coriendo: en busca del hombde, ya sabéis. Y el cocoddilo fue detdás de ella, para moddedla, ¿entendéis? Y el datón siguió al cocoddilo.

¿No iba corriendo el cocodrilo? –inquirió Silvia, que luego se dirigió a mí–: Los cocodrilos corren, ¿no?

Yo sugerí que lo correcto era decir que «se arrastran».

No coría –aclaró Bruno– y no se arastdaba. Se movía con dificultad como un baúl de viaje. Y levantaba tantósimo la badbilla al caminad…

¿Por qué lo hacía? –lo interrumpió Silvia nuevamente.

¡Podque no le dolían las muelas! –espetó Bruno–. ¿Es que necesitas que lo esplique todo? Si le habieran dolido las muelas, naturalmente habdía ido con la cabeza baja, así, ¡y se la habdía envuelto en un montón de mantas calientes!

Si hubiera tenido alguna –arguyó Silvia.

¡Claro que tenía! –replicó su hermano–. ¿Acaso piensas que los cocoddilos salen a pasead sin mantas? Y fdunció el entdecejo. ¡Y a la cabda sus cejas le dieron muchósimo miedo!

Así que el hombde saltó, y saltó, y finalmente consiguió salid del hoyo.”

Silvia se quedó otra vez ligeramente boquiabierta por el asombro: aquel rápido salto de un personaje a otro de la historia la había dejado sin aliento.

Y salió coriendo… en busca de la cabda, ya sabéis. Y oyó gduñid al león…”

Los leones no gruñen –dijo Silvia.

Este sí –afirmó Bruno–. Y tenía la boca gdande como un admario. Y en ella cabían un montón de cosas. Y el león pedsiguió al hombde… para comédselo, ¿sabéis? Y el datón coría detdás del león.

Pero el ratón corría tras el cocodrilo –recordé yo–; ¡no podía perseguir a los dos!

Bruno dejó escapar un suspiro ante la falta de luces de su público, pero explicó de manera muy paciente:

Sí que pedseguía a los dos: ¡podque iban en la misma dirección! Cogió pdimero al cocoddilo, y después no alcanzó al león. Y cuando cogió al cocoddilo, como tenía unas tenazas en el bolsillo, ¿qué cdeéis que hizo?

No se me ocurre nada –reconoció Silvia.

¡Nadie podería adivinadlo! –gritó Bruno con gran regocijo–. ¡Pues que le sacó el diente al cocoddilo!

¿Qué diente? –me atreví a preguntar.

Pero no había manera de poner en apuros a Bruno.

¡El diente con el que iba a modded a la cabda, pod supuesto!

No podía estar seguro de que no lo iba a hacer –sostuve–, a no ser que le sacara todos los dientes.”

¡Le… sacó… todos… los dientes!

¿Y por qué se quedó esperando el cocodrilo a que se los sacaran? –planteó Silvia.

No le quedó más demedio –sentenció Bruno.

Yo aventuré otra pregunta:

¿Pero qué pasó con el hombre que dijo: «Puedes quedarte por aquí hasta que yo vuelva»?

No dijo «puedes quedadte» –explicó Bruno–. Dijo «te quedarás». Igual que me dice Silvia: «Estudiarás tus leciones hasta las 12». ¡Oh, ojalá –añadió con un leve suspiro– Silvia dijera: «Puedes estudiad tus leciones»!

¿Pero qué pasó con el hombre?

Bueno, el león se alabanzó sobde él. Pero taddó tanto en caed que estuvo tdes semanas en el aire…

¿Y se quedó el hombre esperando todo ese tiempo? –inquirí.

¡Claro que no! –repuso Bruno, deslizándose de cabeza por el tallo de la dedalera hasta el suelo, pues la historia se acercaba claramente a su fin–. Vendió su casa e hizo las maletas, mientdas el león caía. Y se mudó a otda ciudad. Así que el león se comió al hombde equivocado.

Aquello era obviamente la moraleja; de manera que Silvia realizó su último anuncio a las ranas:

¡La historia ha acabado! ¡Y de veras que no sé –agregó, en un aparte hacia mí– qué es lo que hemos de aprender de ella!

Yo tampoco lo tenía del todo claro, así que no sugerí nada, pero las ranas parecían bastante contentas, con moraleja o sin ella, y se limitaron a elevar en ronco coro «¡Adiós! ¡Adiós!» mientras se alejaban dando brincos.

Lady Muriel se encontraba absolutamente radiante de felicidad: a la luz de aquella sonrisa, la tristeza no podía existir, e incluso Arthur recobró el buen ánimo ante ella, y, cuando lady Muriel comentó: «Como ve, estoy regando mis flores, aun cuando hoy es el día del sabbat», su voz casi mostró el viejo tono de alegría en su respuesta:

Las obras piadosas se permiten incluso en sabbat. Pero hoy no lo es. El día del sabbat ya no existe.”

¿Entonces usted permitiría a los niños jugar en domingo?

Sin duda. ¿Por qué convertirlo en un día fastidioso para sus naturalezas inquietas?

«¡Los domingos no debo jugar con mi muñeca! ¡Los domingos no debo cavar en el jardín!». ¡Pobre niña! ¡Desde luego tenía abundantes motivos para odiar el domingo!”

Cuando, siendo niña, abría por primera vez los ojos en una mañana de domingo, una deprimente sensación de anticipación, que aparecía como muy tarde el viernes, culminaba. Sabía lo que me aguardaba, y mi deseo interior, por no decir expreso, era: «¡Ojalá fuera ya por la tarde!». No se trataba de un día de descanso, sino de lecturas, catecismos (el de Watts) y tratados sobre conversos, criadas piadosas y muertes edificantes de pecadores que salvaron su alma.

Desde primera hora debíamos aprender de memoria himnos y pasajes de las Escrituras hasta las 8 en punto, momento en que orábamos en familia, para después desayunar, de lo cual nunca me era posible disfrutar, en parte por el ayuno previo, y en parte por el terror a lo que aún me esperaba.

A las 9 comenzaba la escuela dominical, y me indignaba que me pusieran en clase con los niños del pueblo, además de preocuparme que, en caso de cometer alguna equivocación, me humillaran delante de ellos.

El servicio religioso era un verdadero desierto de Zin [Israel]. Yo deambulaba por él, e instalaba el tabernáculo de mis pensamientos en el forro del cuadrado banco de la familia, los revoltosos movimientos de mis hermanos pequeños y el horror de saber que, el lunes, tendría que escribir, de memoria, una recapitulación del improvisado e inconexo sermón, el cual podía tratar de cualquier cosa menos de lo que se le suponía, y que sería juzgada por el resultado.

A continuación teníamos un almuerzo frío a la 1 (los criados no trabajaban ese día), escuela dominical otra vez de 2 a 4, y oficio de tarde a las 6. Los tiempos muertos entre una cosa y otra eran quizá la prueba más dura de todas, debido a los esfuerzos que tenía que hacer para pecar menos de lo habitual, leyendo libros y sermones tan estériles como el mar Muerto. Tan sólo había un horizonte de esperanza durante todo el día, y ese era la «hora de dormir», ¡la cual nunca llegaba demasiado pronto!”

El de que toda la naturaleza sigue unas leyes inmutables y ordenadas… la ciencia lo ha demostrado. De modo que pedirle a Dios que haga cualquier cosa (excepto cuando rezamos por bendiciones espirituales, por supuesto) es esperar un milagro, y no tenemos ningún derecho a hacer eso.

Sí, pero ahí entra en juego el libre albedrío; puedo elegir esto o aquello, y Dios puede influir en mi decisión.

¿De modo que no es usted fatalista?

¡Oh, no! –exclamó ella con franqueza.

—…¿Está de acuerdo entonces con que puedo, por un acto de libre voluntad, mover esta taza –continuó, acompañando la palabra con la acción– en esta o esta otra dirección?

Así es.

Mi mano se mueve debido a que ciertas fuerzas (eléctricas, magnéticas o de cualquier tipo que la «fuerza nerviosa» pruebe ser) actúan sobre ella por medio de mi cerebro. El origen de esa fuerza nerviosa, almacenada en este órgano, podría atribuirse probablemente, en caso de que la ciencia estuviese completa, a fuerzas químicas con que la sangre provee al cerebro, y que en última instancia derivan de la comida que ingiero y del aire que respiro.

¿Pero no sería eso fatalismo? ¿Dónde participa ahí el libre albedrío?

En la elección de los nervios –contestó Arthur–. La fuerza nerviosa del cerebro puede fluir de forma igualmente natural por un nervio que por otro. Hace falta algo más que una ley natural inmutable para decidir qué nervio la transmitirá. Ese «algo» es el libre albedrío.

Los ojos de lady Muriel brillaron.

«¿Instruirá al Todopoderoso quien con Él contiende?». ¿Negaremos nosotros, «el enjambre que nació al sol del mediodía», sintiendo en nuestro interior el poder de dirigir, hacia un sitio u otro, las fuerzas de la naturaleza (de la cual constituimos una parte tan insignificante), negaremos, en nuestra arrogancia sin límites, ese poder al Anciano de los Días? Diciendo a nuestro creador: «No pases de ahí. Fuiste el creador, ¡pero no puedes gobernar!»?

«Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido?»

I Corintios 7,16

Oh, nunca una estrella

se perdió aquí: ¡se alzaba en la lejanía!

¡Mira al este, donde miles más habitan!

¿Qué avatar en su tierra Visnú tendría?”

Robert Browning

El oeste es la tumba apropiada para todo el pesar y los suspiros, para todos los errores y las insensateces del pasado; ¡para todas sus esperanzas marchitas y sus amores enterrados! ¡Del este llega una fuerza, una ambición, una esperanza, una vida y un amor renovados! ¡Mira al este! ¡Sí, mira al este!

Mira al este!

» ¡Que desaparezcan, con la noche, el recuerdo de un amor difunto, las hojas marchitas de una esperanza malograda y las enfermizas tribulaciones y los sombríos remordimientos que aturden las mejores energías del alma, y que surjan, creciendo, ascendiendo como una riada viviente, la determinación viril, la voluntad tenaz y la mirada a los cielos de la fe: el fundamento de toda esperanza, la evidencia de lo invisible! »

Sueños, que eluden la comprensión del soñador;

manos rígidas, sobre el pecho de una difunta

madre, que nunca más devolverán con amor

los abrazos, ni tornarán ante el llanto en cuna;

de tales formas es mi deseo presentar

el relato que aquí acaba. ¡Deliciosa hada

que velas por aquel que vive para chincharte;

que quieres de corazón, que de broma regañas

al alegre y revoltoso Bruno! ¿Quién, al verte,

puede no amarte, preciosa, como lo hago yo?

¡Mi dulce Silvia, debemos decirnos adiós!”

* * *

[¡] Prefacio [!]

Permítanme expresar aquí mi sincera gratitud hacia los muchos críticos que han reseñado, ya sea de manera favorable o desfavorable, el volumen anterior.” “Ambos han servido sin duda para que el libro fuese más conocido y han ayudado a que el público lector se formara sus opiniones de él. Permítanme asimismo asegurarles aquí que el que me haya abstenido prudentemente de leer cualquiera de sus críticas no se debe a que no sienta respeto alguno por ellas. Soy de la sólida opinión de que un autor haría muy bien en no leer recensiones de sus libros: las desfavorables casi con toda seguridad le harán enfadarse, y las favorables, engreírse; y ninguno de estos resultados es deseable.” El Dostoievski inglés!

Me han llegado críticas, no obstante, de fuentes privadas, y mi intención es dar contestación a algunas de ellas. Una de tales críticas protesta por la censura excesivamente severa que hace Arthur sobre la cuestión de los sermones y los niños de los coros. Déjenme decirles, en respuesta, que no me responsabilizo personalmente de ninguna de las opiniones vertidas por los personajes de mi libro. Son tan sólo opiniones que, a mi juicio, podrían probablemente sostener las personas en cuyas bocas las pongo, y que eran dignas de tomarse en consideración.”

Respecto a ca’n’t, no se discutirá que, en todas las demás palabras terminadas en «n’t», estas letras son una abreviación de not; ¡y resulta sin duda absurdo suponer que, en este caso aislado, not queda representado por «’t»! De hecho, can’t es la abreviación adecuada de can it, del mismo modo que is’t lo es de is it. De nuevo, en wo’n’t, el primer apóstrofo es necesario porque la palabra would queda acortada aquí a wo’; pero considero correcto escribir don’t con un solo apóstrofo, porque la palabra do está aquí completa. En cuanto a palabras como traveler, sostengo que el principio correcto es doblar la consonante cuando el acento cae en esa sílaba, y dejar sólo una en caso contrario. Esta regla se observa en la mayoría de los casos (p.e., doblamos la «r» en preferred, pero dejamos una en offered), de manera que sólo estoy extendiendo a otros una regla ya existente. Admito, sin embargo, que no escribo parallel, como esta exigiría; pero es la etimología quien nos obliga a insertar la doble «l» en dicha palabra.”

Fue en 1873, creo ahora, cuando se me ocurrió por primera vez la idea de que un pequeño cuento de hadas (escrito, en 1867, para Aunt Judy’s Magazine, bajo el título de La venganza de Bruno) podría servir como núcleo de una historia más larga.” “De manera que este párrafo ha estado esperando veinte años su oportunidad de salir a imprenta: ¡más del doble del periodo que Horacio, de forma tan prudente, recomendaba «reprimir» las creaciones literarias!”

Y no fue hasta marzo de 1889 cuando, tras haber calculado el número de páginas que ocuparía el relato, decidí dividirlo en 2 partes y publicarlas por separado. Esto hacía necesario escribir una especie de conclusión para el primer volumen, y la mayoría de mis lectores, presumo, consideró esta la conclusión real cuando dicho volumen apareció en diciembre de 1889.”

MELHOR RATOS DO QUE PÉS: “El uso tremendamente peculiar que aquí se hace de un ratón muerto se ha extraído de la vida real. Una vez me encontré con un par de niños muy pequeños, en un jardín, que estaban echando un partido microscópico de críquet para 2. El bate tenía, me parece, más o menos el tamaño de una cuchara de servir, y la mayor distancia alcanzada por la pelota, en sus vuelos más audaces, era de unos 4 o 5 metros. La longitud exacta era por supuesto una cuestión de suprema importancia, y siempre se medía cuidadosamente (compartiendo amigablemente el bateador y el lanzador el duro trabajo) ¡con un ratón muerto!”

Los 2 axiomas cuasimatemáticos citados por Arthur en la p. 209 del vol. I («las cosas que son mayores que una misma cosa son mayores entre sí» y «todos los ángulos son iguales») fueron realmente enunciados, con toda seriedad, por estudiantes de una universidad situada a menos de 100 millas de Ely.”

Vol. II, p. 445. ¡El discurso en torno a la «obstrucción» no es un mero producto de mi imaginación! Está copiado palabra por palabra de las columnas del Standard, y fue pronunciado por sir William Harcourt, quien era, en aquel momento, miembro de la «oposición», en el National Liberal Club, el 16 de julio de 1890.”

Vol. II, p. 529. El comentario del profesor sobre una cola de perro («por ese lado no muerde») lo hizo en realidad un niño cuando lo avisaron del peligro que estaba corriendo por tirar de la cola del perro.”

ya fuese mi audiencia una docena de niñas de una escuela rural, una treintena o cuarentena en un salón londinense, o un centenar en un instituto, siempre las he encontrado francamente interesadas en atender, y profundamente apreciativas de la diversión que el relato proporcionaba.”

SAI PRA LÁ, CAC! “Mi intención era discutir, en este prefacio, de manera más exhaustiva de lo que lo hice en el volumen anterior, la «moralidad de la caza», en relación con las cartas que he recibido de amantes de esta última, en las que señalan los muchos y grandes beneficios que los hombres obtienen de ella, e intentan probar que el sufrimiento que inflige a los animales es demasiado insignificante para ser tenido en cuenta.” “Este es que Dios ha concedido al hombre un derecho absoluto a tomar las vidas de otros animales por cualquier causa que sea razonable, como la de proveerse de alimento, pero que no ha otorgado al hombre el derecho a infligir dolor, salvo en caso de necesidad; que el mero placer, o beneficio, no constituye una de dichos casos, y que, por consiguiente, ese dolor, infligido por esparcimiento, es cruel, luego no está bien.”

El lector de este párrafo probablemente asistió a un sermón la mañana del domingo pasado. Pues bien: que mencione, si es capaz, el nombre del texto, ¡y que exponga el tratamiento que le dio el pastor!” As aulas chatas e obrigatórias tomaram o lugar dos “sermões”… Não sabemos nem de onde vêm, só sabemos que elas existem!

Iglesias y chanzas

el Ejército de Salvación, con la mejor de las intenciones, me temo, ha contribuido en gran medida a que esto sea así, debido a la ordinaria familiaridad con la que tratan las cuestiones sagradas, y está claro que todo aquel que desee vivir con el espíritu de la oración «santificado sea tu nombre» debería hacer lo que esté en su mano, por poco que sea, para frenar eso.”

Navidad de 1893

* * *

Durante el siguiente mes, o 2, mi solitaria vida en la ciudad me pareció, en comparación, desacostumbradamente monótona y tediosa. Extrañaba a los agradables amigos que había dejado en Elveston, el cálido intercambio intelectual, la afinidad que otorgaba a las propias ideas una realidad nueva y vívida, pero quizá, más que nada, echaba en falta la compañía de las 2 hadas –o niños de los sueños, pues todavía no había logrado resolver la cuestión de quiénes o qué eran– cuyas encantadoras travesuras habían iluminado mi vida con su magia.

En horas de oficina –las cuales, me figuro, reducen a la mayoría de los hombres al estado mental de un molinillo de café o un rodillo escurridor–, el tiempo transcurría a toda velocidad como suele ser habitual; era en los recesos de la vida, las desoladas horas en que los libros y los periódicos eran incapaces de seguir satisfaciendo el hastiado apetito, y en que uno, devuelto a sus terribles cavilaciones, trataba –completamente en vano– de poblar el aire vacío con los queridos rostros de los amigos ausentes, cuando la verdadera amargura de la soledad se hacía sentir.

Una tarde, en que la vida me parecía un poco más pesada que de costumbre, fui paseando hasta mi club, no tanto con la esperanza de encontrar allí a algún amigo, pues Londres se hallaba ahora «fuera de la ciudad», sino con la sensación de que allí, al menos, escucharía «dulces palabras pronunciadas por el ser humano», y contactaría con su pensamiento.”

No –contestó Eric, con una voz firme que apenas dejó entrever un atisbo de emoción–; ese compromiso terminó. Sigo siendo «Benedick el hombre no desposado»

¹ Celibatário azedo de uma comédia de Shakespeare. Havia escrito essa curta nota semanas antes de ler Much Ado About NothingBenedick é divertidíssimo, retifico, e o azedume é uma fachada, mas serve como estereótipo-mor do “solteiro convicto” em toda a obra shakespeareana, demonstrando o bom gosto de Eric Lindon!

Aunque mis experiencias con los duendes parecían haber desaparecido de manera tan absoluta de mi vida que nada se encontraba más lejos de mi mente que la idea de volver a ver a mis amigos féericos, reparé entonces por casualidad en una pequeña criatura que se movía entre el césped que bordeaba el camino, y que no daba impresión de ser un insecto, ni una rana, ni ninguna otra criatura viva que pudiera concebir. Arrodillándome con cuidado, y creando una jaula improvisada con mis dos manos, atrapé al pequeño andarín, y me asaltó una súbita sensación de sorpresa y placer al descubrir que mi prisionero no era otro que ¡el mismísimo Bruno!”

Los conocimientos gramaticales de Bruno ciertamente no habían mejorado desde nuestro último encuentro.”

Cdeo que tienes derecho a comedme –dijo el pequeñajo, mirándome a la cara con una sonrisa encantadora–. Pero no estoy asolutamente seguro. Mejod espera a pdeguntadle a alguien antes de hacedlo.

Desde luego parecía razonable no dar un paso tan irrevocable como ese sin la debida consulta previa.

Definitivamente me informaré primero –dije–. Además, ¡todavía no sé si merecería la pena comerte!

Me imagino que soy un bocado muy deliciosísimo –señaló Bruno con tono de satisfacción, como si fuese algo de lo que estar bastante orgulloso.

¿Y qué estás haciendo aquí, Bruno?

¡No me llamo así! –replicó mi avispado amiguito–. ¿Es que no sabes que mi nombde es «¡Oh, Bduno!»? Así es como me llama siempde Silvia cuando decito mis leciones.

Bien, pues ¿qué estás haciendo aquí, oh, Bruno?

¡Estudiando mis leciones, pod supuesto! –aseguró con ese brillo pícaro en la mirada que siempre aparecía cuando sabía que estaba soltando algún disparate.

Yo siempde me apdendo mis leciones –dijo Bruno–. ¡Son las de Silvia las que me cuestan horores! –Frunció el entrecejo, como si estuviese realizando un terrible esfuerzo mental, y se dio unos golpecitos en la frente con los nudillos–. ¡Mi coco no me pedmite entededlas! –explicó con desesperación–. ¡Cdeo que me hacerían falta 2 cocos!

¿Pero a dónde ha ido Silvia?

¡Eso es justo lo que yo quiero sabed! –señaló desconsolado–. ¿De qué sidve que me ponga leciones, si luego no está aquí para esplicad las padtes difíciles?

Para mí eran solamente unos cuantos pasos, pero una gran cantidad para Silvia; de modo que tuve que poner mucha atención en caminar despacio, a fin de no dejar a la criaturita tan atrás como para perderla de vista.”

«Primero el placer y luego el trabajo» parecía ser el lema de estos diminutos seres, en vista de la cantidad de abrazos y besos que hubieron de intercambiar antes de poder pasar a otra cosa.

Y bien, Bruno –empezó Silvia en tono de reproche–, ¿no te dije que debías continuar con tus lecciones, a menos que oyeras lo contrario?

¡Es que oí lo contdario! –sostuvo Bruno, con un brillo travieso en la mirada.

¿Qué fue lo que oíste, diablillo?

Una especie de duido en el aire –señaló Bruno–, como si algo se moviera. ¿No lo oyó usted, hombde señod?”

Silvia tenía una forma –que no me resultaba excesivamente admirable– de evitar las paradojas lógicas de Bruno consistente en pasar súbitamente a otro orden de cosas, estratagema maestra que adoptó en esta ocasión.

Bueno, hay una cosa que debo decir…

¿Sabía usted, hombde señod –comentó Bruno con aire contemplativo–, que Silvia no puede contad? Cada vez que suelta: «hay una cosa que debo decid», ¡sé pedfectamente que dirá 2! Y siempde lo hace.

Dos cabezas piensan mejor que una, Bruno –respondí yo, sin tener una idea muy clara de adónde quería llegar con ello.

No me impodtaría tened 2 cabezas –se dijo Bruno en voz baja–: una para tomad la cena y otda para discutid con Silvia… ¿cdee usted que me vería más guapo si teniera 2 cabezas, hombde señod?

La cuestión, le aseguré, no admitía dudas.”

Sólo quedan 3 lecciones –señaló Silvia–: Ortografía, Geografía y Canto.

¿Aritmética no? –pregunté.

No, no tiene cabeza para la Aritmética…

¡Pues claro que no! –saltó Bruno–. Mi cabeza es para el pelo. ¡No tengo un montón de ellas!

… y es incapaz de aprenderse la tabla de multiplicación…

Pdefiero mil veces la Historia –apuntó Bruno–. Tú tienes que depetid esa tabla de multicomplicación

Y tú tienes que repetir…

¡No! –interrumpió Bruno–. La Historia se depite a sí misma. ¡Eso dijo el pdofesod!

Silvia estaba colocando unas letras sobre una pizarra: R-O-M-A.

A ver, Bruno –dijo–, ¿qué pone ahí?

Bruno miró las letras, en solemne silencio, durante un momento.

¡Sé lo que no pone! –contestó finalmente.

Eso no me vale –declaró su hermana–. ¿Qué pone?

Bruno miró de nuevo las misteriosas letras.

¡Oh, es «A-M-O-R» al devés! –exclamó. (Yo convine en que así era, desde luego.)

¿Cómo has hecho para ver eso? –preguntó Silvia.

He ponido los ojos bizcos –dijo Bruno–, y entonces lo he veído enseguida. ¿Puedo cantad ya la Canción del madtín pescadod ?”

Y ahí estaba, un gran mapamundi, extendido sobre el suelo. Era tan grande que Bruno tuvo que moverse por encima de él a gatas para señalar los lugares nombrados en la «lección del martín pescador».

Cuando un madtín pescadod ve una mariquita que se aleja volando, dice: «No sientas Timor, que soy muy Pacífico». Y cuando la atdapa, dice: «¡Deja de moverte para todos Laos, que me Kansas!». Cuando la tiene entde sus garas, dice: «¡Se te acabaron los Buenos Aires!». Cuando se la mete en el pico, dice: «Ahora te voy a Catar». Y cuando se la ha tdagado, dice: «Vas a conocer mis Honduras». Ya está.” Tradução genial.

Era una canción muy peculiar, por lo siguiente: el estribillo de cada estrofa aparecía en mitad de ella, en vez de al final. No obstante, la melodía era tan sencilla que no tardé en cogerla, y también logré hacer el estribillo coral; bueno, tal vez, hasta donde ello le es posible a una sola persona. Mis gestos hacia Silvia para que me ayudase fueron en vano; se limitó a sonreír con dulzura mientras negaba con la cabeza.”

No se dice «veído» –lo corrigió Silvia–; deberías decir siempre «visto».

Entonces tú no deberías pdeguntad: «¿Te has “leído” ya la lección?», ¡sino que deberías decid siempde que soy muy «listo»! Esta vez Silvia eludió la discusión dándose la vuelta y poniéndose a enrollar el mapamundi.

¡Las lecciones han terminado! –proclamó con una voz de lo más melodiosa.

¿Nada de lloros? –inquirí–. ¿No lloran siempre los niños pequeños cuando han de estudiar sus lecciones?

Yo nunca lloro después de las 12 –dijo Bruno–, podque entonces queda poco para la hora de la cena.

A veces, por la mañana –apuntó Silvia en voz baja–, los días que toca lección de Geografía, cuando ha sido desobe…

Sobre la mesa, aguardando mi regreso, había un sobre de ese peculiar tono amarillo que siempre anuncia un telegrama, y que debe de estar, en la memoria de tantos de nosotros, inseparablemente unido a algún súbito y gran pesar, algo que ha arrojado una sombra, que nunca será completamente retirada mientras estemos en este mundo, sobre la claridad de la vida.” Eu, brasileiro nascido em 1988, sempre associei telegrama a boas novas: foste aprovado no concurso!, etc.

la vida humana parece, en su conjunto, contener más penas que alegrías. Y, aun así, el mundo sigue girando. ¿Quién sabe por qué?”

“…y de inmediato me puse a hacer los preparativos necesarios para el viaje.”

Cierto, había emprendido este mismo viaje, y a la misma hora del día, 6 meses antes, pero muchas cosas habían sucedido desde entonces, y la memoria de un anciano no posee más que una leve retentiva de los acontecimientos recientes: busqué «el eslabón perdido» en vano. De repente mi mirada se topó con un banco –el único existente en el desangelado andén– en el cual había una dama sentada, y entonces toda la escena que había olvidado me asaltó de manera tan vívida como si estuviese teniendo lugar otra vez.”

La escena al completo retornó entonces vívidamente a mi memoria y, para acrecentar aún más la extrañeza de esta repetición, allí estaba el mismo anciano al que yo recordaba haber visto echado con tan malos modos por el jefe de estación a fin de hacerle sitio a su noble pasajera. El mismo, pero «con una diferencia»: ya no caminaba tambaleándose frágilmente por el andén, sino que de hecho se encontraba sentado al lado de lady Muriel, ¡y hablando con ella!”

Tal vez sea su aire –declaré–, o el trabajo duro… o mi vida relativamente solitaria; en cualquier caso, no me vengo sintiendo muy bien últimamente. Pero Elveston no tardará en reanimarme otra vez. ¡La prescripción de Arthur (es mi médico, ya sabe, y tuve noticias suyas esta mañana) es «abundante ozono, leche fresca y compañía agradable»!

¿Compañía agradable? –repitió lady Muriel, fingiendo meditar la cuestión en una bonita pose–. ¡Pues en serio que no sé dónde podemos encontrarle eso! Tenemos muy pocos vecinos. Pero lo de la leche fresca podemos arreglarlo. Cómpresela a mi vieja amiga la Sra. Hunter, allá, subiendo la colina. Puede confiar en su calidad. Y su pequeña Bessie va a la escuela a diario pasando por delante de donde se hospeda. Así que sería muy sencillo hacérsela llegar.

Verá que es un paseo nada duro: menos de 3 millas, me parece.

Bien, ahora que hemos zanjado ese asunto, deje que le devuelva el comentario. ¡No creo que tenga usted muy buen aspecto!

Me imagino que no –contestó en voz baja, y su semblante pareció ensombrecerse de repente–. He tenido algunos problemas últimamente. Es un tema que llevo queriendo consultarle mucho tiempo, pero me costaba escribirle al respecto. ¡Me alegra tanto disponer de esta oportunidad!

»¿Cree usted –comenzó nuevamente, tras un instante de silencio, de un modo visiblemente avergonzado, algo nada común en ella– que una promesa, hecha de manera voluntaria y solemne, es siempre vinculante… salvo, por supuesto, en caso de que su cumplimiento acarreara un verdadero pecado?

No se me ocurre ninguna otra excepción en este momento –respondí–. Esa rama de la casuística se trata normalmente, creo, como un problema de verdad o falsedad…

¿Seguro que el principio es ese? –interrumpió ella con ansiedad–. Siempre había creído que la enseñanza de la Biblia al respecto consistía en textos como «no os mintáis los unos a los otros», ¿me equivoco?

He considerado esa cuestión –contesté– y, a mi modo de ver, la esencia de mentir es la intención de engañar. Si uno hace una promesa, pensando totalmente en cumplirla, entonces en ese momento está sin duda actuando con sinceridad, y si posteriormente la rompe, ello no implica ningún engaño. No puedo calificarlo de falsedad.

Me ha aliviado usted un gran miedo –dijo–, pero es algo que por supuesto está mal, de algún modo. ¿Qué textos citaría usted para probarlo?

Cualquiera que hiciera hincapié en el pago de las deudas. Si A le promete algo a B, B tiene derecho a reclamárselo a A. Y el pecado de A, en caso de romper su promesa, me parece más análogo a robar que a mentir.

¿Sabe que pienso que fuimos viejos amigos desde el principio? –añadió con un tono divertido en total disonancia con las lágrimas que relucían en sus ojos.”

Yo era consciente desde hacía tiempo de que no estábamos en sintonía en lo relativo a la fe religiosa. Sus ideas sobre el cristianismo son muy sombrías; e incluso en lo que concierne a la existencia de un Dios, vive como en un estado de letargo. ¡Pero ello no ha afectado su vida! Ahora estoy convencida de que el ateo más absoluto puede llevar, aunque camine a ciegas, una vida noble y pura. Y si supiera la mitad de las buenas acciones… –Calló repentinamente, y volvió la cabeza.”

“…¡Dios no puede aprobar unos motivos tan bajos como esos! Aun así, no fui yo la que lo rompió. Yo sabía que me amaba y había realizado una promesa, y…

¿Entonces fue él quien lo hizo?

Me liberó de ella sin condiciones. –Ahora volvía a mirarme, habiendo recuperado del todo su calma habitual.

En ese caso, ¿cuál es el problema?

Es el siguiente: que no creo que lo hiciera libre y voluntariamente. Ahora, suponiendo que lo hiciera en contra de su voluntad, simplemente para satisfacer mis escrúpulos, ¿no conservaría su derecho sobre mí toda su fuerza? ¿Y no seguiría siendo vinculante mi promesa? Mi padre dice que no, pero no puedo evitar temer que su amor por mí haya influido en su decisión. Y no lo he consultado con nadie más. Tengo muchos amigos, pero para los días de sol radiante, no para los nubarrones y las tormentas de la vida; ¡no viejos amigos como usted!”

Si usted todavía lo ama de verdad…

¡No! –se apresuró a interrumpir ella–. Al menos… no de ese modo. Creo que lo amaba cuando me prometí, pero yo era muy joven; es difícil de decir. Pero fuera cual fuese el sentimiento, ahora ha desaparecido. El motivo por su parte es el amor; por el mío es… ¡el deber!

“…¿Es que esperas que la propuesta te la haga ella?

A Arthur se le escapó una sonrisa.”

El tipo más común de «boca holgazana» –procedió a explicar Arthur– es sin lugar a dudas la producida por el dinero que los padres dejan en herencia a sus propios hijos. Por consiguiente, imaginé un hombre (excepcionalmente inteligente, o excepcionalmente fuerte y trabajador) que había contribuido con tal cantidad de trabajo útil a las necesidades de la comunidad que su equivalente, en ropa, etc., era (pongamos) 5 veces lo que necesitaba para sí mismo. No podemos negar su derecho absoluto a repartir la riqueza sobrante tal como elija. De modo que, si deja 4 hijos a su muerte (dos hijos y dos hijas, por ejemplo), junto con recursos suficientes como para cubrir sus necesidades básicas durante toda una vida, no me parece que se esté cometiendo injusticia alguna con la comunidad si los hijos deciden no hacer otra cosa en ella que «comer, beber y ser felices». Estoy absolutamente convencido de que la comunidad no podría decir con justicia, en referencia a ellos: «Si algún hombre no quiere trabajar, que tampoco coma». Su respuesta sería aplastante: «El trabajo ya ha sido hecho, el cual es un justo equivalente de la comida que estamos tomando, y vosotros ya os habéis beneficiado de él. ¿En base a qué principio de la justicia podéis exigir 2 cuotas de trabajo por una de alimento?».

Estoy seguro, no obstante –dije yo–, de que hay algo de algún modo incorrecto si esas 4 personas son perfectamente capaces de realizar un trabajo útil, que la comunidad realmente necesita, y deciden sentarse y no hacerlo, ¿no?

El oro es en sí una forma de riqueza material, pero un billete de banco es sencillamente una promesa de ceder una cierta cantidad de ella cuando se solicite. Digamos que el padre de estas 4 «bocas holgazanas» había realizado 5 mil libras de trabajo útil para la comunidad. A cambio, esta le había entregado el equivalente a una promesa escrita de darle, cuando se le solicitase, 5 mil libras de comida, etc. Entonces, si él usa únicamente mil libras y deja el resto de los billetes a sus hijos, no cabe duda de que estos poseen todo el derecho a presentar estas promesas escritas y decir: «Danos la comida cuyo trabajo equivalente ya ha sido hecho». Ahora considero que merece la pena exponer este caso, pública y claramente. Me gustaría metérselo en la cabeza a esos socialistas que aleccionan a nuestros indigentes carentes de cultura con opiniones como: «¡Mira a esos aristócratas hinchados! Sin dar ni un palo al agua por sí mismos, ¡y viviendo del sudor de nuestras frentes!». Me gustaría obligarlos a que vieran que el dinero que esos aristócratas se gastan representa una cantidad de trabajo ya realizada para la comunidad, y cuyo equivalente, en riqueza material, se lo debe esta a ellos.” Hmm. Trabalho de quem? E por quanto tempo? Mil anos? Mais-valia acumulada de bilhões de pessoas? Então essa é sua justificativa para a manutenção da miséria para muitos e do luxo para pouquíssimos? Espero que Arthur não seja seu alter ego, sr. Carroll!

¿Y no podrían responder los socialistas: «Gran parte de ese dinero no representa en modo alguno trabajo honesto»? Si se pudiera rastrear su origen, yendo de poseedor en poseedor, aunque uno comenzase tal vez por varios pasos legítimos, como regalos, o legados, o «valores recibidos», pronto llegaría a un poseedor desprovisto de derecho moral a tenerlo, que lo obtuvo mediante fraude u otros delitos, y por supuesto sus descendientes no poseerían mayor derecho a recibir ese dinero que él.

Si empezamos a remontarnos más allá del hecho de que el poseedor actual de una cierta propiedad la obtuvo de manera honesta, y a preguntar si alguno anterior, en tiempos pasados, la consiguió por medio de un fraude, ¿quedaría a salvo propiedad alguna?” Óbvio que não. E do que tens medo, animal?

Mi conclusión general –continuó Arthur– desde el mero punto de vista de los derechos humanos, de un hombre frente a otro, fue esta: que si alguna «boca holgazana» y rica, que haya conseguido su dinero de manera legal, aunque no haya realizado por sí mismo ni una sola pizca del trabajo que representa, elige gastarlo en sus propias necesidades, sin contribuir con ningún trabajo a la comunidad a la que compra su comida y ropa, esa comunidad no tiene derecho a interponerse. Pero si consideramos la ley divina, la cosa cambia sensiblemente. Juzgado según ese criterio, un hombre así está indudablemente actuando mal si no utiliza, en beneficio de aquellos que lo necesitan, la fuerza o la habilidad que Dios le ha otorgado. Esa fuerza y habilidad no pertenecen a la comunidad, para satisfacer ninguna deuda; no pertenecen al hombre en sí, para su disfrute personal; pertenecen a Dios, para ser usadas de acuerdo a su voluntad, y se nos ha dejado meridianamente clara cuál es dicha voluntad: «haced bien, y prestad, sin esperar nada a cambio». Hoje Deus é a sociedade, e a sociedade se tornou Deus (não tem direito a nada, nem a qualquer apito moral, na verdade eram uns poucos filisteus e fariseus malditos).

Pero yo diría, hablando en general, que un hombre que se permite cualquier capricho que se le ocurre, sin privarse de nada, y simplemente da a los pobres parte de, o incluso toda, la riqueza que le sobra, sólo se está engañando a sí mismo si llama a eso «caridad».”

Pero incluso si gasta su dinero en sí mismo –insistí–, nuestro típico hombre rico muchas veces hace el bien, al emplear a gente que de otro modo carecería de trabajo, y eso resulta a menudo mejor que pauperizarlos dándoles el dinero.

¡Me alegro de que hayas hecho ese comentario! –contestó Arthur–. No querría abandonar el tema sin poner de manifiesto las 2 falacias contenidas en esa afirmación, ¡las cuales llevan tanto tiempo sin rebatirse que la sociedad las acepta ya como un axioma!

¿Cuáles son? –dije–. Yo ni siquiera veo una sola.

Una es simplemente la falacia de la ambigüedad: el supuesto de que «hacer el bien» (es decir, beneficiar a alguien) es necesariamente algo bueno (es decir, una cosa correcta). La otra es el supuesto de que, si una de 2 acciones determinadas es mejor que la otra, la 1ª es necesariamente una buena acción en sí misma. Me gustaría llamar a esta última la «falacia de la comparación», la cual da por hecho que lo que es bueno de manera relativa lo es, por ello, de manera absoluta.

Que sea la mejor que somos capaces de dar –respondió Arthur con confianza–. E incluso en ese caso «siervos inútiles somos». Pero permíteme que ponga un ejemplo de las 2 falacias. Nada ilustra mejor una falacia que un caso extremo, al cual incluye claramente. Suponte que encuentro 2 niños que se están ahogando en un estanque. Me lanzo corriendo a él y salvo a uno de los 2, para luego marcharme, dejando que el otro se ahogue. Está claro que «he hecho el bien» al salvarle la vida a un niño, ¿no? Pero… De nuevo, suponte que me cruzo con un extraño inofensivo, lo tumbo de un golpe y sigo mi camino. Obviamente eso es «mejor» que si a continuación hubiese saltado sobre él y le hubiera roto las costillas, ¿no? Pero…

Esos «peros» son completamente irrebatibles –apunté–. Mas me gustaría un caso extraído de la vida «real».

Bien, cojamos una de esas abominaciones de la sociedad moderna: un mercadillo benéfico. Es una interesante cuestión para considerar qué parte del dinero que llega al objetivo proyectado es auténtica caridad, y si esta se gasta incluso del mejor modo posible. Pero el tema requiere una clasificación ordenada, y un análisis, para una adecuada comprensión.

Tal análisis me complacería mucho –señalé–; es algo que muchas veces me ha intrigado.

De acuerdo, siempre que no te esté aburriendo. Pongamos que nuestro mercadillo benéfico haya sido organizado con objeto de proporcionar fondos a algún hospital, y que A, B y C ofrecen sus servicios elaborando artículos para la venta y ejerciendo de vendedores, mientras que X, Y y Z compran los artículos, y el dinero así pagado va al hospital.

»Hay 2 tipos distintos de tales mercadillos: uno donde el pago exigido es simplemente el valor de mercado de los productos proporcionados, [E o valor de custo, não?! Mas que mercadinhos muquiranas esses!] es decir, exactamente lo que uno tendría que pagar por ellos en una tienda; el otro, aquel en que se pide pagar unos precios exorbitantes. Debemos considerar cada uno por separado.

»Primero, el caso del «valor de mercado». Aquí A, B y C se hallan exactamente en la misma posición como comerciantes corrientes; la única diferencia es que donan lo recaudado al hospital. Prácticamente, están ofreciendo su trabajo especializado en beneficio del hospital. Esto en mi opinión es caridad genuina. Y no veo de qué otro modo mejor podrían ejercitarla. Pero X, Y y Z se encuentran exactamente en la misma posición que cualquier comprador corriente de productos. Hablar de «caridad» en relación con su parte en la transacción es un puro despropósito. Aunque es muy probable que ellos lo hagan.

»Segundo, el caso de los «precios exorbitantes». Aquí creo que lo más sencillo es dividir el pago en 2 partes: el «valor de mercado» y el excedente. La parte del «valor de mercado» se encuentra en la misma situación que en el primer caso; el excedente es lo único que hemos de considerar. Veamos: A, B y C no lo ganan, de modo que podemos dejarlos al margen de la cuestión; es un regalo de X, Y y Z al hospital. Y mi opinión es que no es la mejor manera de darlo; es mucho mejor comprar lo que quieran comprar, y dar lo que quieran dar, como 2 transacciones separadas; entonces se deja alguna posibilidad de que su motivación al dar pueda ser caridad real, en vez de tratarse de una motivación mixta: mitad caridad, mitad autocomplacencia. «La huella de la serpiente está sobre todo esto.» ¡Y es por ello que abomino completamente de actividades «benéficas» espurias como esas! –concluyó con inusual vehemencia, y decapitó salvajemente, con su bastón, un alto cardo al borde del camino, detrás del cual vi con sorpresa a Silvia y Bruno, allí de pie. Traté de detener el brazo de Arthur, pero era demasiado tarde. No estaba seguro de si el bastón los había alcanzado o no; sea como fuere, no le hicieron el más mínimo caso y, en cambio, sonrieron alegremente, y me saludaron con la cabeza; y de inmediato advertí que sólo eran visibles para mí; la influencia «inquietante» no había alcanzado a Arthur.

¿Sabe que ese bastón me ha atdavesado la cabeza? –dijo Bruno. (Para entonces habían rodeado a Arthur corriendo hasta llegar a mí, y cada uno me tenía cogido de una mano.)– ¡Justo pod debajo de la badbilla! ¡Menos mal que no soy un caddo!

Bueno, ¡de todos modos ya hemos terminado con el tema! –agregó Arthur–. Me temo que he estado hablando demasiado, para tu paciencia y mis fuerzas. Pronto deberé dar media vuelta. Estoy al borde del agotamiento.

«Cóbrate 3 pasajes, barquero.

Ten, te los pago de buen grado,

¡ya que conmigo (invisibles, empero)

un par de espíritus han cruzado!(*)»,

cité, involuntariamente.

(*) Estrofa final del poema Auf der Überfahrt («El pasaje») del autor alemán Johann Ludwig Uhland (1787-1862). Mi traducción ha sido realizada a partir de la versión inglesa que aparece en el original de este mismo volumen, obra de la traductora Sarah Austin (1793-1867). [N. del T.]

Para citas totalmente inapropiadas e irrelevantes –rio Arthur–, ¡«pocos hay que te igualen, y ninguno que te supere»! –Tras lo cual, retomamos nuestro paseo.

Se quedó plantado, vacilante, mirando primero un camino y después el otro; ¡una penosa imagen de absoluta indecisión!”

Arthur era totalmente inconsciente de que había otra voluntad distinta a la suya actuando sobre el bastón, y al parecer pensó que había adoptado una posición horizontal simplemente porque estaba apuntando con él.

Eso que hay bajo aquel seto, ¿no son Orchis? –observó–. Creo que eso me decide. Recogeré algunas de camino.

Entretanto, Bruno había corrido tras lady Muriel, y, dando numerosos saltos y gritos (audibles únicamente para Silvia y para mí mismo), de manera muy parecida a como si estuviera guiando ovejas, consiguió que diera media vuelta y caminase, con la vista recatadamente clavada en el suelo, en nuestra dirección.

¡La victoria era nuestra! Y, dado que era evidente que los enamorados, exhortados a reunirse de tal modo, debían encontrarse enseguida, yo me di la vuelta y me marché, esperando que Silvia y Bruno siguieran mi ejemplo, pues tenía el convencimiento de que cuantos menos espectadores hubiese, mejor sería para Arthur y su bondadoso ángel.

«¿Y cómo sería el encuentro?», me pregunté ensimismado mientras caminaba con resueltas zancadas.”

¡Se dieron la mano! –dijo Bruno, que trotaba a mi lado, en respuesta a la tácita pregunta.

¡Y se los veía contentísimos! –añadió Silvia desde el otro lado.

Pues entonces debemos continuar, al paso más rápido que podamos –señalé–. ¡Ojalá supiese cuál es el mejor camino a la granja de Hunter!

Seguro que en esta casita lo conocen –indicó Silvia.

Me imagino que sí. Bruno, ¿te importa acercarte corriendo a preguntar?

Silvia lo frenó, riendo, cuando su hermano ya se iba.

Espera un segundo –dijo–. Antes tengo que hacerte visible; ya sabes.

Y también audible, ¿me equivoco? –agregué yo, al tiempo que ella cogía la joya que le pendía del cuello, se la pasaba por encima de la cabeza de Bruno y le tocaba con ella los ojos y los labios.

Sí –asintió Silvia–, y una vez, ¿sabe?, le hice audible, ¡y olvidé volverlo visible! Y fue a comprar unos caramelos a una tienda. ¡El dueño se asustó tanto! Una voz pareció surgir del aire: «Pod favod, ¡quiero 50 gdamos de caramelos de cebada(*)!». ¡Y sobre el mostrador apareció un chelín, con un golpetazo! Y el hombre dijo:

«¡No puedo verte!». Y Bruno contestó: «¡Da igual que me veas o no, mientdas puedas ved el chelín!». Pero el hombre dijo que nunca vendía caramelos de cebada a personas que no fuera capaz de ver. Así que tuvimos que… ¡Bruno, ya estás listo! –Y este se alejó corriendo.

(*) Barley sugar drops en el original: caramelos de color ámbar que se elaboran hirviendo azúcar de caña en agua en la que se ha cocido cebada. [N. del T.]

No hubió espacio para pdeguntas –se excusó Bruno–. El cuadto estaba lleno de gente.

Estoy seguro de que es posible tirar al suelo a cualquiera –sostuve–, sin importar si es grueso o delgado.

No poderías tiradlo al suelo –repitió Bruno–. Es más ancho que alto, así que cuando está tumbado es más alto que cuando está de pie; ¡está claro entonces que no poderías tiradlo «al suelo»!

¿Podría usted decirme dónde se halla la granja de Hunter?–le pregunté al hombre, cuando se alejaba de la casa.

¡Sí que puedo, señó! –contestó con una sonrisa–. Soy John Hunter en persona, a su servicio. Está a no ma de media milla, l’única casa que se ve, pasá la curva del camino d’allá. Mi buena mujé está’n casa, si su asunto é con ella. ¿O a lo mejó le valgo yo?

Gracias –dije–. Quiero encargar algo de leche. Quizá lo mejor es que lo arregle con su esposa, ¿no?

Sí –asintió el hombre–. Ella s’ocupa de to eso. Que tenga buen día, señó… ¡y también sus querubines! –Y siguió su camino con paso trabajoso.

¡Los árboles equivocados! –se rio Silvia–. ¡Los árboles no pueden equivocarse! ¡No hay árboles equivocados!

¡Entonces tampoco puede habed ádboles corectos! –exclamó Bruno, y Silvia dejó la cuestión.

“…¿Alguna vez probaste un caballo, hombrecito?

¡Nunca! –negó Bruno con gran decisión–. Los caballos no son para comed. ¿Usted se los come?”

“…¿Sabes lo que dice el libro de poemas acerca de desperdiciar cosas adrede?

No –dijo Bruno–. ¿El qué?”

Podque despeddiciad… nosequenosecuántos… –empezó a repetir Bruno, bastante dispuesto, y a continuación se paró en seco–. ¡Ya no me acueddo de más!

Siempde… –repitió Bruno en voz baja, y entonces, súbitamente inspirado, añadió–: ¡siempde mirad adónde va!

¿Adónde va qué, precioso?

¡Pues la codteza, claro! –aclaró Bruno–. Entonces, si viviera para decid: «Ojalá tuviera esa codteza…» y todo eso, ¡sabdía dónde la tiré!

Esta nueva interpretación dejó completamente boquiabierta a la buena mujer, que regresó al tema de «Bessie».

¿No os gustaría ver la muñeca de Bessie, cielitos? Bessie, ¡lleva a la señorita y al caballerete a ver a Matilda Jane!

Es la nueva taberna –explicó la mujer–. Se encuentra justo de camino, a mano para los obreros, cuando vuelven del ladrillal, los días como hoy, con su salario semanal. Un buen montón de dinero se va de ese modo. Y algunos de ellos se emborrachan.

Entonces le conté la vieja historia de un cierto hombre de pueblo que se compró un pequeño barril de cerveza y puso a su esposa al cuidado del mismo, y de cómo, cada vez que quería tomarse su jarra, se la pagaba siempre directamente a ella, y ella nunca le «fiaba», y era una camarera totalmente inflexible que jamás le permitía excederse más de lo debido; cada vez que había que rellenar el barril, la mujer disponía de dinero en abundancia para ello, y lo que sobraba, lo metía en la hucha. Al terminar el año, él no sólo poseía una salud y un ánimo de primera, con ese aire indefinible pero inconfundible que siempre distingue al hombre sobrio del que «se pasa un poquitín», sino que además tenía una hucha llena de dinero, ¡ahorrado enteramente de su propio bolsillo!”

Cualquiera de los dones de Dios puede convertirse en una maldición, si no lo utilizamos con sabiduría. Pero debemos volver ya a casa. ¿Le importaría llamar a las niñas? ¡Estoy seguro de que Matilda Jane ha tenido compañía suficiente, por un día!”

Yo soy su mamá, y Silvia la niñera principal –explicó Bessie–; y Silvia me ha enseñado una canción de lo más bonita, ¡para que se la cante a Matilda Jane!

Oigámosla otra vez, Silvia –pedí, encantado de tener la oportunidad, que tanto tiempo llevaba deseando, de oírla cantar. Pero a Silvia le entró vergüenza y se acobardó al momento.

¡Oh, no, por favor! –me dijo, en un serio «aparte»–. Bessie se la sabe ya a la perfección. ¡Puede cantarla ella!

¡Eso, eso! ¡Que la cante Bessie! –animó la orgullosa madre–. Bessie también tiene una voz bonita –este fue otro «aparte» para mí–, ¡aunque esté mal que yo lo diga!

Matilda Jane, nunca miras

de mis libros los dibujos

que enseñarte yo procuro.

¡Has de estar ciega, Matilda!

Te cuento historias y enigmas,

mas no podemos hablar

pues no respondes jamás.

¡Te creo muda, Matilda!

Cielo, por mucho que insista,

nunca pareces oír

mis llamadas hacia ti.

¡Estás tan sorda, Matilda!

Matilda Jane, tú tranquila:

aunque seas muda, sorda

y ciega, alguien te adora,

¡y ese alguien soy yo, Matilda!”

¡Qué canción más bonita! –exclamó la mujer del granjero–. ¿Quién se inventó la letra, cielito?

Cr-creo que iré a buscar a Bruno –se excusó Silvia de forma pudorosa, y nos dejó a toda prisa. La curiosa niña parecía siempre temerosa de recibir elogios, o incluso simple atención.

Fue Silvia –nos informó Bessie, orgullosa de su información superior–; y Bruno creó la música… ¡y yo la canté! –circunstancia esta última, por cierto, que no hacía falta que nos notificara.

Seguimos, pues, a Silvia, y todos entramos juntos al salón. Bruno seguía aún en la ventana, con los codos apoyados en el alféizar. Aparentemente ya había terminado de contarle la historia a la mosca y encontrado una nueva ocupación.

¡No me imperumpáis! –dijo a nuestra llegada–. ¡Estoy contando los ceddos en el campo!

¿Cuántos hay? –inquirí.

Unos mil y cuatdo –señaló Bruno.

Querrás decir «unos mil» –lo corrigió Silvia–. No sirve de nada que añadas «y cuatro»: ¡no puedes estar seguro de esos 4!

¡Y tú te equivocas como siempde! –exclamó Bruno con triunfalismo–. Es sólo de los cuatdo de los que puedo estad seguro ¡podque están aquí, hocicando debajo de la ventana! ¡Los «mil» son los que he contado de manera apdoximada!

Tenemos que irnos, niños –anuncié–. Despedíos de Bessie. –Silvia rodeó con sus brazos el cuello de la muchachita y le dio un beso, pero Bruno guardó las distancias, con gesto desacostumbradamente tímido. («¡Yo sólo doy besos a Silvia!», me explicó más tarde.) La mujer del granjero nos acompañó a la puerta, y poco después habíamos emprendido ya el regreso a Elveston.

No voy a entrá –dijo–; hoy no.

¡Una jarra cerveza no t’hará daño! –le gritaron a coro sus amigos–. ¡Ni dos jarras! ¡Ni una docena!

No –se plantó Willie–. Me voy pa casa.

¿Qué? ¿Sin bebé na, Willie, compadre? –vocearon los demás. Pero el «compadre» no estaba por la labor de discutir y se dio media vuelta porfiado, mientras los niños lo flanqueaban para protegerlo de cualquier cambio en su súbita resolución.

¡Bien pronto llegas hoy, chacho! ¡Bien pronto! –Las palabras podrían haber sido una bienvenida, pero ¡oh, con qué tono de resentimiento las pronunció!–. ¿Qué t’ha hecho abandoná a tus alegres amigos, y los bailes y las tonterías? Imagino que traes los bolsillos vacíos, ¿eh? ¿O a lo mejó vienes pa vé morí a tu chiquilla? El bebé’stá muerto d’hambre, y no tengo bocao ni sorbo que darle. ¿Pero a ti qué ma te da? –Abrió el portillo con violencia y lo recibió con ojos encendidos por la furia.

Nos pareció totalmente natural entrar con ellos; en una ocasión distinta uno habría pedido permiso, pero yo tenía la sensación, no sabía por qué, de que éramos invisibles de algún modo misterioso, y tan libres de ir y venir como espíritus incorpóreos.”

No he bebío –le respondió él, en un tono más triste que airado–. Este bendito día no he probao una gota. ¡No! –vociferó, golpeando fuertemente la mesa con su puño cerrado y levantando la cabeza hacia su mujer con ojos brillantes–, ni jamá probaré otra gota de la maldita bebía… hasta que me muera… ¡con la ayúa de Dios mi creadó! –Su voz, que se había elevado súbitamente en un grito ronco, descendió de nuevo con la misma rapidez; luego volvió a bajar la cabeza y enterró el rostro entre sus brazos cruzados.

La mujer había caído de rodillas junto a la cuna, mientras su esposo hablaba. Ni lo miró ni pareció oírlo. Con las manos unidas sobre la cabeza, se balanceaba violentamente adelante y atrás.

¡Polly! –dijo con suavidad; y luego, más fuerte–: ¡Mi quería Poll!

Entonces ella se puso en pie y fue hasta él, con expresión aturdida, como si estuviera caminando en sueños.

¿Quién m’ha llamao «quería Poll»? –preguntó; su voz adoptó al hablar un tono de tierna picardía; sus ojos centelleaban, y la sonrosada luz de la juventud inundó sus pálidas mejillas hasta que pareció más una alegre chica de 17 que una ajada mujer de 40–. ¿Ha sío mi muchacho, mi Willie, que m’espera en el paso de la cerca?

También el rostro de él experimentó una transformación, bajo la acción de la misma luz mágica, hasta asemejar el de un tímido joven, y unos mozuelos aparentaban ser cuando él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí, mientras con el otro arrojaba lejos el montón de dinero, como si su contacto le resultase odioso.

¡Cógelo, muchacha! –dijo–. ¡Llévatelo to! Y tráenos algo que comé, pero compra primero un poco leche pa’l bebé.

A mí me parecían nubes de lo más corrientes, ¡pero claro que yo no me había alimentado «de ambrosía celestial, y bebido la leche del Paraíso»(*)!

(*) Versos finales del poema Kubla Khan, de Coleridge. [N. del T.]”

…Querido amigo –se interrumpió de improviso–; ¿cree que el Cielo da comienzo en la tierra, para alguno de nosotros?

Para algunos –opiné–. Para algunas personas, tal vez, sencillas e inocentes como niños. Sabe que él dijo: «de ellos es el Reino de los Cielos».

Lady Muriel entrelazó sus manos y levantó la vista al cielo despejado con una expresión que había visto muchas veces en los ojos de Silvia.”

¿Qué había de hacerse? ¿Se había fundido la vida del mundo de las hadas con la real? ¿O acaso compartía lady Muriel el estado de «inquietud», y poseía por tanto la capacidad de adentrarse conmigo en el mundo feérico? Me disponía a decir algo («Estoy viendo a un viejo amigo mío en el camino; si no lo conoce, ¿quiere que se lo presente?») cuando ocurrió algo extrañísimo: lady Muriel habló.

Estoy viendo a un viejo amigo mío en el camino –dijo ella–: si no lo conoce, ¿quiere que se lo presente?

Me pareció despertar de un sueño, ya que aún notaba con fuerza la sensación de «inquietud», y la figura ante mis ojos parecía cambiar a cada instante, como una de las imágenes de un caleidoscopio: en un momento era el profesor, ¡y al siguiente era alguien distinto! Para cuando llegó a la cancela, no cabía duda de que era otra persona, y sentí que el proceder correcto era que lady Muriel, y no yo, lo presentara. Ella lo saludó amablemente y, tras abrir la cancela, invitó a pasar al venerable anciano –un alemán, a todas luces– que miraba a su alrededor con expresión confundida, ¡como si él también acabase de despertar de un sueño!

No, ¡claramente no se trataba del profesor! Mi viejo amigo no podría haberse dejado crecer una barba tan magnífica desde la última vez que nos vimos; además, me habría reconocido, pues yo albergaba la seguridad de no haber cambiado tanto durante ese tiempo.”

sus amplios anteojos (uno de los complementos que le conferían un aspecto tan incómodamente similar al del profesor)”

¡La riqueza ilimitada sólo puede conseguirse haciendo las cosas al revés!”

MOEBIUS:

¿Alguna vez ha visto el rompecabezas del anillo de papel?–prosiguió Mein Herr, dirigiéndose al earl–, ¿en el que coge un pedazo de papel, y une sus extremos, retorciendo antes uno, como si quisiera juntar la esquina superior de un extremo con la esquina inferior del otro?

Sí, conozco ese rompecabezas –afirmó lady Muriel–. El anillo tiene una sola superficie y un solo borde. Es muy misterioso. —La bolsa es exactamente igual, ¿no es cierto? –sugerí yo–. ¿No es la superficie externa de uno de sus lados continua con la superficie interna del otro lado?

Su aspecto recordaba de un modo tan extraño al de una niña, confusa ante una lección difícil, y Mein Herr se comportaba, por el momento, de forma tan parecida al viejo profesor, que me invadió un total desconcierto; la sensación de «inquietud» era profundamente intensa en mí, y me sentí casi impelido a decir: «¿Lo entiendes, Silvia?». No obstante, logré guardar silencio con gran esfuerzo, y dejé que el sueño (si es que lo era, en realidad) se desarrollase hasta el final.”

“…¿Pero por qué la llama la «bolsa de Fortunatus», Mein Herr?

El adorable anciano le sonrió jovialmente de oreja a oreja, exhibiendo un parecido más fiel al profesor que nunca.

¿Es que no lo ve, mi niña… quiero decir, milady? Todo lo que está dentro de la bolsa, también está fuera, y viceversa. ¡Así que tiene toda la riqueza del mundo en esa pequeña bolsa! Su pupila aplaudió, con desaforado placer.”

O CAVALO HAMSTER

En su país –comenzó a decir Mein Herr sin previo aviso, sorprendiendo a todos–, ¿dónde acaba todo el tiempo que se pierde?

Lady Muriel puso un gesto serio.

¿Quién sabe? –susurró medio para sus adentros–. Todo lo que uno sabe es que se ha ido… ¡para no volver!

Bueno, en mi… quiero decir, en un país que visité –rectificó el anciano–, lo guardan; ¡y resulta de lo más útil, años después! Por ejemplo, imagine que tiene una tarde larga y tediosa por delante; nadie con quien hablar; nada interesante que hacer, y aún quedan horas para irse a la cama. ¿Qué hace entonces?

Me pongo de muy mal humor –admitió ella con franqueza– ¡y me entran ganas de lanzar cosas por la habitación!

Cuando eso le sucede a… a la gente que visité, nunca actúan así. Mediante un breve y sencillo proceso, que no puedo explicarle, guardan las horas inútiles y, en alguna otra ocasión, cuando por un casual necesitan tiempo adicional, lo vuelven a sacar.

El earl escuchaba con una sonrisa ligeramente incrédula.

¿Por qué no puede explicar el proceso? –inquirió.

Mein Herr tenía preparada una razón a prueba totalmente de réplicas.

Porque no tienen palabras, en su lengua, para trasmitir las ideas necesarias. Podría explicárselo en… en… ¡pero no lo entendería!

¡Claro que no! –dijo lady Muriel, dispensando generosamente a Mein Herr de tener que dar el nombre del idioma desconocido–. Yo nunca lo he aprendido… al menos, no para hablar con fluidez, ya sabe. Por favor, ¡cuéntenos más cosas maravillosas!

Conducen sus trenes sin motores de ningún tipo: lo único que se necesita es maquinaria para detenerlos. ¿Le parece eso suficientemente maravilloso, milady?

¿Pero de dónde extraen su fuerza motriz? –me atreví a preguntar.

Mein Herr se giró al momento, para mirar al nuevo interlocutor. Después se quitó los anteojos, los limpió y me volvió a mirar, con evidente perplejidad. Pude ver que estaba pensando, de hecho, al igual que yo, que debíamos de habernos visto antes.

Utilizan la fuerza de la gravedad –dijo–. Es una fuerza que también se conoce en su país, ¿me equivoco?

Pero para eso haría falta una vía que bajara en pendiente –señaló el earl–. No se pueden tener todas las vías de tren cuesta abajo, ¿cierto?

Son todas así – reveló Mein Herr.

Pero no por ambos extremos.

Por ambos extremos.

¡Entonces me doy por vencido! – exclamó el earl.

¿Puede explicar el proceso? –pidió lady Muriel–. ¿Sin usar esa lengua que soy incapaz de hablar con fluidez?

No hay problema –contestó Mein Herr–. Cada vía ferroviaria se halla en un largo túnel, perfectamente recto; de modo que, como es lógico, el punto medio del mismo está más próximo al centro del planeta que los dos extremos; con lo cual todos los trenes recorren la mitad del camino cuesta abajo, y eso les proporciona impulso suficiente para recorrer la otra mitad cuesta arriba.

Gracias. Lo he entendido a la perfección –dijo lady Muriel–. Pero la velocidad, en el punto medio del túnel, ¡debe de ser terrible! Mein Herr estaba evidentemente muy complacido por el perspicaz interés que lady Muriel ponía en sus comentarios. A cada momento que pasaba, el anciano parecía más hablador y desenvuelto.

¿Le gustaría conocer nuestros métodos de conducción? –inquirió sonriente–. Para nosotros, ¡un caballo desbocado no supone problema alguno!

Lady Muriel sufrió un leve estremecimiento.

Para nosotros es un peligro muy serio –explicó.

Ello se debe a que su carruaje se encuentra totalmente detrás del caballo. Su caballo echa a correr, y el carruaje lo sigue. Quizá el animal tenga el bocado entre los dientes. ¿Quién lo va a detener? Y usted sale disparada, ¡cada vez a mayor velocidad! ¡Y finalmente se produce el inevitable disgusto!

¿Pero y si el caballo de usted se las arregla para que el bocado se le quede entre los dientes?

¡No importa! No nos preocuparía. Los arreos de nuestro caballo están unidos al mismo centro de nuestro carruaje. Hay dos ruedas delante de él, y dos detrás. Se fija al techo un extremo de un amplio cinturón, que se hace pasar por debajo del caballo, y cuyo otro extremo se sujeta a un pequeño… lo que ustedes llaman «cabrestante», creo. El caballo coge el bocado con los dientes. Echa a correr. ¡Nos movemos a 10 millas por hora, como un rayo! Hacemos girar nuestro pequeño cabrestante: 5 vueltas, 6, 7 y… ¡puf! ¡Nuestro caballo se levanta del suelo! Que galope en el aire cuanto le apetezca: nuestro carruaje permanece quieto. Nos sentamos alrededor de él, y lo observamos hasta que se cansa. Entonces lo bajamos. ¡Nuestro caballo se alegra mucho, muchísimo, cuando sus pezuñas vuelven a pisar el suelo!

Porque no van a la par, milord. El extremo de una rueda se corresponde con el lateral de la rueda contraria. De modo que primero un costado del carruaje se eleva, y luego el otro. Y durante todo el proceso, no para de balancearse. ¡Ah, uno ha de ser un buen marinero para conducir nuestros carruajes-barco!

¿Dónde lo conoció? –le pregunté a lady Muriel, una vez que Mein Herr se hubo marchado–. ¿Y dónde vive? ¿Y cuál es su verdadero nombre?

Lo… conocí… –respondió en actitud pensativa–, ¡no puedo recordar dónde, en realidad! ¡Y no tengo idea de dónde vive! ¡Ni he oído nunca que tuviera otro nombre! Es muy curioso. ¡Nunca antes me había dado por pensar en lo misterioso que es!

Espero que nos volvamos a encontrar –comenté–; despierta en mí un gran interés.

Estará en nuestra fiesta de despedida, dentro de 2 semanas –señaló el earl–. Usted naturalmente vendrá, ¿no es así? Muriel tiene muchas ganas de reunir a todos nuestros amigos una vez más, antes de que nos vayamos del pueblo.

Y entonces me explicó, pues lady Muriel nos había dejado solos, que estaba tan ansioso por alejar a su hija de un lugar con tal cantidad de recuerdos dolorosos relacionados con el compromiso con el comandante Lindon, ya cancelado, que habían acordado celebrar la boda dentro de un mes, después de la cual Arthur y su esposa se irían de viaje al extranjero.

¡No olvide venir el martes siguiente al próximo! –me recordó cuando nos despedíamos con un apretón de manos–. Ojalá pudiese traer consigo a esos encantadores niños que nos presentó en verano. ¡Y hablamos del misterio de Mein Herr! ¡No es nada comparado con el misterio que parece rodearlos a ellos! ¡Nunca olvidaré esas maravillosas flores!

Los traeré si me es posible – dije yo. Pero cómo cumplir una promesa como aquella, cavilé durante mi camino de regreso a nuestro alojamiento, ¡era un problema que se me escapaba completamente!

Me encanta leer cartas, pero sé muy bien lo cansado que es escribirlas.”

Pero la persona más tímida y que se atasca más a menudo en una conversación dará necesariamente la impresión contraria al escribir una carta. Quizás haya necesitado media hora para redactar su segunda frase, pero ahí está, ¡justo después de la primera!”

Ello se debe simplemente a que nuestro sistema de escritura de cartas está incompleto. Un escritor tímido debería poder mostrar que lo es. ¿Por qué no debería hacer pausas al escribir, al igual que haría hablando?

Me refiero a que uno debería poder ser capaz, cuando no quiere que alguna cosa sea tomada en serio, de expresar ese deseo, ya que la naturaleza humana está constituida de tal modo que cualquier cosa que uno escribe en serio se interpreta como una broma, ¡y al revés! En cualquier caso, ¡eso es lo que ocurre al escribir a una dama!

El primer pensamiento que acude a la mente –procedió Arthur– al leer cualquier cosa particularmente vil o brutal, llevada a cabo por un congénere, suele ser la percepción de un nuevo nivel de profundidad pecaminosa revelado debajo de nosotros, y nos parece contemplar ese abismo desde alguna posición superior, muy distante de él.

Las causas que actúan desde fuera son su entorno: lo que el Sr. Herbert Spencer llama su «medio». El punto que quiero dejar claro ahora es este: que un hombre es responsable de su acto de elección, pero no de su medio. Por consiguiente, si estos dos hombres realizan, en una ocasión determinada, cuando se ven expuestos a una tentación igual, esfuerzos iguales por resistir y elegir lo correcto, su condición, a ojos de Dios, debe ser la misma. Si Él está complacido en uno de los casos, también lo estará en el otro, y al contrario.

Aun así, debido a sus diferentes medios, uno puede lograr una gran victoria sobre la tentación, mientras el otro cae en algún negro abismo criminal.

Lo lamento muchísimo –me disculpé–; fue realmente imposible que vinieran conmigo… –En aquel momento mi intención era ciertamente acabar la frase, y fue con una sensación de absoluto asombro que no soy capaz de describir de manera adecuada, que me oí añadir–: pero se reunirán aquí conmigo durante la tarde. – Esas fueron las palabras, pronunciadas con mi voz, y que al parecer salieron de mis labios.

Me refugié en el silencio. La única respuesta honesta habría sido: «El comentario no era mío. Yo no lo dije, ¡y es completamente falso!». Pero no tuve el valor moral de hacer tal confesión. No resulta muy difícil, creo, adquirir reputación de «lunático», pero es asombrosamente complicado deshacerse de ella, y me pareció completamente seguro que una declaración como esa justificaría del todo la expedición de una orden de lunatico inquirendo(*).

(*) En el antiguo sistema legal inglés, una orden judicial para que las autoridades indagasen si una persona estaba cuerda o no. [N. del T.]

Cuando las cosas a mi alrededor me parecieron nuevamente reales, Arthur se encontraba diciendo:

Me temo que es irremediable: su número ha de ser finito.”

Cuando la gente habla de «la última novedad musical», ¡esta siempre me recuerda a alguna melodía que escuché de niña!”

Llegará un día (si el mundo dura lo suficiente) –dijo Arthur– en el que cada melodía posible habrá sido compuesta, cada juego de palabras posible, realizado… –lady Muriel se retorció las manos como una reina de la tragedia– y, algo aún peor, ¡cada libro posible, escrito!, ya que el número de palabras es finito.

MACHADIANO

Pero sin duda los locos siempre escribirían libros nuevos, ¿no? –agregó–. ¡No podrían escribir los libros cuerdos otra vez!

Cierto –asintió Arthur–. Pero sus libros también se acabarían. El número de libros locos está limitado por el número de locos.

Y dicho número crece cada año –terció un hombre pomposo, al cual reconocí como el autodesignado animador del día del picnic.

Eso dicen –contestó Arthur–. Y cuando el 90% de nosotros lo seamos –parecía tener muchas ganas de soltar disparates–, a los manicomios se les dará el uso que les corresponde.

¿Que es…? – inquirió el hombre pomposo.

¡Acoger a los cuerdos! – exclamó Arthur–.

“…Los locos dominarán el mundo, fuera. Lo harán de un modo un tanto extraño, no cabe duda. Los choques de trenes serán cosa habitual; no pararán de estallar buques de vapor; la mayoría de las ciudades arderán hasta los cimientos; la mayor parte de los barcos acabarán hundidos…

¡Y casi todos los hombres morirán! –murmuró el hombre pomposo, que se hallaba clara y completamente turbado.

Ciertamente –asintió Arthur–. Hasta que finalmente habrá menos locos que hombres cuerdos. Entonces saldremos del manicomio, ellos entrarán, ¡y las cosas volverán a su estado normal!

¡Está bromeando! –masculló al final para sí, en un avergonzado tono de desdén, mientras se alejaba a grandes zancadas.

¿Cuándo diría usted que comienza la propiedad de un plato de sopa?

Esta es mi sopa –replicó ella en actitud severa–, y la que tiene delante de usted, la suya.

No cabe duda –dijo Arthur–, ¿pero cuándo comencé a poseerla? Hasta el momento de servirla en el plato, era propiedad de nuestro anfitrión; mientras era ofrecida a la mesa, el camarero, podríamos decir, la guardaba en fideicomiso; ¿pasó a ser mía cuando la acepté? ¿O cuando se me colocó delante? ¿O cuando tomé la primera cucharada?

¡Cómo le encanta discutir! – fue todo lo que dijo la anciana señora, pero lo dijo en voz alta, esta vez, sintiendo que los presentes tenían derecho a saberlo.

Arthur sonrió pícaramente.

¡Me apostaría gustoso con usted un chelín –continuó diciendo– a que el Eminente Abogado a su lado –¡ciertamente, es posible decir algunas cosas de modo que requieran mayúsculas iniciales!– no es capaz de responderme!

Yo nunca apuesto – replicó la señora con desabrimiento.

¿Ni siquiera puntos de 6peniques al whist(*)?

¡Nunca! –repitió–. El whist es bastante inocente… ¡pero apostando…! – La señora se estremeció.

(*) Un popular juego de naipes victoriano. [N. del T.]

Me temo que no puedo aceptar esa visión –dijo–. Considero que la introducción de pequeñas apuestas en los juegos de cartas fue uno de los actos más morales que la sociedad, como tal, ha llevado jamás a cabo.

[A opinião do mais britânico dos britânicos, Carroll!]

¿Y cómo es eso? –preguntó lady Muriel.

Porque sacó los naipes, de una vez por todas, de la categoría de juegos en los que es posible hacer trampas. Miren el modo en que el cróquet está desmoralizando a la sociedad. Las damas están empezando a hacer trampas en él, de manera terrible y, si se las descubre, se limitan a reírse, y dicen que es divertido. Pero cuando hay dinero en juego, eso es imposible. No se acepta al tramposo como alguien ocurrente. Cuando un hombre se sienta a jugar a las cartas y les estafa dinero a sus amigos, no se divierte mucho con ello… ¡a no ser que considere divertido que lo tiren a patadas por las escaleras!

Si todos los caballeros pensaran tan mal de las damas como usted –comentó mi vecina con cierto resentimiento–, habría muy pocas… muy pocas… –Pareció vacilar sobre cómo concluir la frase, pero finalmente eligió «lunas de miel» como palabras seguras.

Al contrario –repuso Arthur, al tiempo que la sonrisa traviesa regresaba a su faz–: si la gente adoptara mi teoría, el número de lunas de miel… de una clase totalmente nueva… ¡aumentaría muchísimo!

¿Y podemos conocer esa nueva clase de lunas de miel? –pidió lady Muriel.

Llamemos X al caballero –comenzó a explicar Arthur, elevando un poco el tono de voz, ya que ahora se veía con una audiencia de 6 personas, incluyendo a Mein Herr, el cual estaba sentado al otro lado de mi pareja polinominal– e Y a la dama a la que piensa proponerle matrimonio. Él solicita una «luna de miel de prueba». Se le concede. De inmediato, la joven pareja, acompañada por la tía abuela de Y como carabina, parte para un viaje de un mes, durante el cual dan muchos paseos a la luz de la luna, y tienen muchas conversaciones a solas, y cada uno puede formarse una idea más correcta del carácter del otro, en 4 semanas, de lo que habría sido posible en una cantidad igual de años, cuando se ven bajo las restricciones normales de la sociedad. ¡Y es únicamente tras su regreso que X decide si al final le planteará o no la trascendental pregunta a Y!

En 9 casos de cada 10 –proclamó el hombre pomposo–, ¡decidiría romper el compromiso!

Entonces, en 9 casos de cada 10 –replicó Arthur– se evitaría una unión poco idónea, ¡y se salvaría a las 2 partes del sufrimiento!

Las únicas uniones realmente poco idóneas –apuntó la señora mayor– son las efectuadas sin el suficiente dinero. El amor puede llegar después. ¡Pero se necesita dinero para empezar!

Esta observación se lanzó a la concurrencia como una especie de desafío general y, como tal, varios de los que lo oyeron lo aceptaron inmediatamente. El dinero pasó a ser la tónica de la conversación durante cierto rato, y un eco intermitente de la misma volvió a escucharse cuando colocaron el postre sobre la mesa, los criados abandonaron la habitación y el earl inauguró el vino en su bien recibida vuelta en torno a la mesa.

“…Es una verdadera delicia experimentar, una vez más, la sensación de tranquilidad que lo invade a uno cuando los camareros abandonan la habitación… cuando uno puede conversar sin la sensación de estar siendo espiado, y sin que constantemente le pasen platos a uno por encima del hombro. ¡Cuánto más sociable resulta ser capaz de servirle el vino a las damas y de pasar los platos a aquellos que desean servirse!

En ese caso, tenga la amabilidad de mandar esos melocotones para acá –dijo un gordo de tez colorada, que estaba sentado más allá de nuestro pomposo amigo–. ¡Llevo deseando que lleguen, diagonalmente, cierto tiempo!

Sí, se trata de una innovación espantosa –contestó lady Muriel–, dejar que los camareros vayan sirviendo el vino alrededor de la mesa durante el postre. Para empezar, siempre dan la vuelta con él en el sentido equivocado… ¡lo cual, por supuesto, siempre trae mala suerte a todos los presentes!

¡Mejor ir en el sentido equivocado que no ir en absoluto! –interpuso nuestro anfitrión–. ¿Le importaría servirse? –dijo hacia el gordo de tez colorada–. Creo que usted no es abstemio, ¿o sí?

¡Por supuesto que sí! –replicó este, pasando las botellas–. En Inglaterra se gasta casi el doble de dinero en bebida que en cualquier otro producto alimenticio. Lea esta tarjeta. –¿Qué persona con tendencia a abrazar cualquier moda pasajera no lleva siempre los bolsillos llenos de literatura apropiada?–. Las columnas de distinto color representan las cantidades gastadas en diversos productos alimenticios. Observe las 3 más altas. Dinero gastado en mantequilla y leche: 35 millones; en pan: 70 millones; en bebidas alcohólicas: ¡136 millones! Si por mí fuera, ¡cerraría todas las tabernas del país! Examine esa tarjeta, y lea el lema: «¡Ahí es donde va a parar todo el dinero!».

¿Ha visto la tarjeta probebidas alcohólicas? –inquirió Arthur en tono inocente.

¡No, señor! –repuso el orador de forma violenta–. ¿Cómo es?

Prácticamente idéntica a esta. Las columnas de colores son las mismas. La única diferencia es que, en vez de las palabras «Dinero gastado en», pone: «Ingresos derivados de la venta de»; y, en vez de «¡Ahí es donde va a parar todo el dinero!», su lema es: «¡De ahí viene todo el dinero!».

El hombre de tez colorada frunció el ceño, pero obviamente consideraba que Arthur no merecía su atención. De modo que lady Muriel rompió una lanza a su favor.

¿Sostiene usted –inquirió– que las personas pueden promover de manera más efectiva la abstención del consumo de bebidas alcohólicas si ellas mismas son abstemias?”

Ninguno de nosotros se atrevió a reír, pues el hombre de tez colorada estaba claramente furioso.”

Lo que causa principalmente el fracaso de una cena de gala es la escasez… no de carne, ni de bebida, siquiera, sino de conversación.

¡Nunca he visto una cena de gala inglesa –apunté yo– en la que se acabara la charla!

Disculpe –contestó respetuosamente Mein Herr–; yo no he hablado de «charla». He dicho «conversación». Todos esos temas como el tiempo, la política o los chismorreos locales son algo desconocido entre nosotros. Resultan o insulsos o controvertidos. Lo que nosotros necesitamos para conversar es un tema original y de interés. Para asegurarnos de ello, hemos probado diversas estrategias: pinturas en movimiento, criaturas salvajes, invitados en movimiento y un humorista giratorio. Pero este último es adecuado únicamente en fiestas pequeñas.

»¡Capítulo uno! ¡Pinturas en movimiento! –proclamó la voz argentina de nuestra anfitriona.

La mesa de comedor tiene la forma de un anillo circular –comenzó a explicar Mein Herr en tono suave y soñoliento, el cual, no obstante, podía oírse perfectamente en el silencio–. Los invitados están sentados en el lado interior además de en el exterior, habiendo accedido a sus sitios por una escalera de caracol desde la habitación situada en el piso de abajo. A lo largo de la parte central de la mesa discurren unos pequeños raíles, y hay un tren con una interminable cola de vagones que da vueltas por ella impulsado mecánicamente; en cada vagón hay 2 pinturas, apoyadas una contra otra de cara a los comensales. El tren da 2 vueltas durante la cena y, tras la primera, los camareros giran las pinturas de cada vagón, haciendo que miren en la dirección opuesta. Así, ¡cada invitado ve todas las pinturas!

¡Capítulo dos! ¡Criaturas salvajes! …

Encontrábamos las pinturas en movimiento ligeramente monótonas –continuó Mein Herr–. La gente no quería hablar de arte de principio a fin de una cena; de modo que probamos con criaturas salvajes. Entre las flores que repartíamos por la mesa (igual que hacen ustedes), aparecía por acá un ratón, por allá un escarabajo; por acá una araña –lady Muriel se estremeció–, por allá una avispa; por acá un sapo, por allá una serpiente –«¡Padre!», saltó lady Muriel con desazón. «¿Has oído eso?»–; ¡así que teníamos mucha materia de conversación!

Esta vez no siguió silencio alguno.

¡Tercer capítulo! –proclamó lady Muriel de inmediato–. ¡Invitados en movimiento!

Incluso las criaturas salvajes resultaban monótonas –prosiguió el orador–. De manera que dejamos que los invitados eligieran sus propios temas y, para evitar el aburrimiento, los cambiábamos de sitio a ellos. Hicimos una mesa de dos anillos, y el interior giraba lentamente en círculo, sin parar, junto con el suelo del centro de la habitación y la línea interior de invitados. Así, se iba situando a cada uno de estos frente a todos los invitados exteriores. Era un poco confuso, en ocasiones, tener que empezar una historia con un amigo y acabarla con otro, ¡pero todas las estrategias tienen sus fallos, ya saben!

¡Capítulo cuarto! –corrió a anunciar lady Muriel–. ¡El humorista giratorio!

Descubrimos que, para grupos pequeños, una estrategia excelente era tener una mesa redonda con un hueco en el centro lo suficientemente grande como para que cupiese un invitado. En él colocábamos a nuestro mejor conversador. Giraba despacio sobre sí mismo, poniéndose de cara sucesivamente a cada uno de los demás invitados, ¡sin parar ni un segundo de contar entretenidas anécdotas!

¡No creo que me gustara! –murmuró el hombre pomposo–. ¡Me marearía dar vueltas de ese modo! Declinaría la… – Pareció caer en la cuenta en ese instante de que tal vez el supuesto que había hecho no quedaba garantizado por las circunstancias; dio un apresurado trago de vino, que se le atragantó.

Pero Mein Herr había recaído en su estado de ensimismamiento, y no añadió nada más. Lady Muriel dio la señal, y las damas abandonaron la sala.”

¡Resultan encantadoras, no cabe duda! Encantadoras, pero muy frívolas. Nos arrastran, por así decirlo, a un nivel inferior. Ellas…

¿No requieren todos los pronombres un nombre que los anteceda? –inquirió con suavidad el earl.

“…El pensamiento es libre. Con ellas, nos vemos limitados a temas banales: arte, literatura, política y otros así. Uno puede soportar discutir de materias sin importancia como esas con una dama. Pero no hay hombre, en sus cabales… –paseó una severa mirada por la mesa, como si estuviese desafiando a los invitados a que lo contradijeran– ¡que haya hablado de vino con una dama! –Probó su copa de oporto, se reclinó en su silla y levantó el vino a la altura de su ojo, como para verlo al trasluz de la lámpara–. ¿La añada, milord? –inquirió, dirigiendo una mirada a su anfitrión.”

No –siguió diciendo… ¿y por qué sucede, me detengo a preguntar, que, al retomar el hilo interrumpido de un diálogo, uno siempre comienza con este monosílabo desprovisto de alegría? Tras meditarlo angustiosamente, he llegado a la conclusión de que el propósito es el mismo que el del colegial, cuando la suma en la que está trabajando se ha convertido en un embrollo sin solución, y cuando desesperado coge la esponja, lo borra todo y empieza de nuevo. Exactamente del mismo modo, el orador apabullado, mediante el simple proceso de negar todo lo que se ha afirmado hasta entonces, descarta de un plumazo la discusión entera, y puede «empezar como es debido» con una nueva teoría–. No –siguió diciendo–; no hay nada como la mermelada de cereza, después de todo. ¡Eso es lo que yo digo!

¡No en todas sus cualidades! –interpuso un hombrecillo de manera entusiasta y estridente–. En lo que respecta a la riqueza del tono general, no digo que tenga rival. Pero en cuanto a la delicadeza de la modulación… lo que podría llamarse los «armónicos» del sabor… ¡a mí deme una buena mermelada de frambuesa!

Yo mismo lo he visto fijar la edad de una mermelada de fresa con un margen de error de un día (y todos sabemos lo difícil que es poner fechas a esa mermelada) ¡probándola una sola vez!”

«La mermelada de cereza es la mejor para un mero claroscuro de sabor; la de frambuesa se presta mejor a esas discordancias resueltas que persisten de manera tan encantadora en la lengua, pero para un absoluto arrebato de perfección azucarada, ¡las demás mermeladas no tienen nada que hacer frente a la de albaricoque!». ¿No les parece muy bien dicho?”

La discusión pasó entonces a ser general, y sus palabras se perdieron en una mezcolanza de nombres, en la que cada invitado pronunciaba alabanzas a su propia mermelada favorita. Finalmente, a través del barullo, la voz de nuestro anfitrión consiguió hacerse oír:

¡Reunámonos con las damas! –Estas palabras parecieron traerme de vuelta a la realidad, y tuve la seguridad de que, durante los últimos minutos, había caído otra vez en el estado de «inquietud».

«¡Un extraño sueño! –me dije mientras desfilábamos escaleras arriba–. ¡Hombres adultos discutiendo, con tanta seriedad como si fuesen cuestiones de vida o muerte, los irremediablemente triviales detalles de meras exquisiteces culinarias, que no estimulan más funciones superiores humanas que los nervios de la lengua y el paladar! ¡Qué espectáculo más humillante sería una discusión así en la realidad!»

En ese momento, de camino al salón, recibí de manos del ama de llaves a mis pequeños amigos, vestidos con unos trajes de noche de lo más exquisitos, y más radiantes en su aspecto, arrebolado por la expectativa de goce, de lo que nunca antes los había visto. Aquello no me sorprendió, sino que acepté el hecho con la misma apatía irracional con que uno recibe los sucesos de un sueño, y apenas era consciente de una vaga ansiedad respecto a cómo iban a desenvolverse en una situación tan nueva para ellos… olvidando que la vida cortesana de Exotilandia era un entrenamiento más que suficiente para alternar en el mundo más sustancial.”

¿Cuánto habéis viajado, bonita? –insistió la joven dama.

Silvia puso cara de confundida.

Una milla o 2, creo –dijo con aire dubitativo.

Una milla o tdes –terció Bruno.

No se dice «1 milla o 3» –lo corrigió Silvia.

La joven dama mostró su aprobación con un asentimiento de cabeza.

Silvia tiene toda la razón. No es habitual decir «1 milla o 3».

Lo sería… si lo diciéramos lo bastante a menudo –apuntó Bruno.

Ahora quien puso cara de confundida fue la joven dama.

¡Es muy ingenioso, para su edad! –musitó–. No eres mayor de 7, ¿verdad, precioso? –añadió en voz alta.

No soy tantos –contestó Bruno–. Soy uno. Silvia es una. Silvia y yo somos 2. Ella me enseñó a contad.

¡Oh, no te estaba contando!, ¿sabes? –aclaró la joven dama entre risas.

¿Es que no has apdendido a hacedlo? –dijo el niño.

La joven se mordió el labio.

Sólo tengo una edad –contestó Bruno–. Nadie tiene 7 edades.

¿Y eres el hermano de esta jovencita? –dijo a continuación la dama, evitando hábilmente el problema.

¡Yo no soy «su» hedmano! –saltó Bruno–. ¡Silvia es «mi» hedmana!

Y la estrechó con ambos brazos mientras añadía–: ¡Es compeletamente mía!

Era una de esas intérpretes a las que la sociedad califica de «brillantes», y se lanzó a ejecutar la más hermosa de las sinfonías de Haydn con un estilo que era claramente el producto de años de paciente estudio con los mejores maestros. Al principio parecía ser la perfección de la música a piano, pero tras unos cuantos minutos empecé a preguntarme, con hastío: «¿Qué es lo que le falta? ¿Por qué no se extrae placer de ello?».

Entonces me puse a escuchar con gran atención cada una de las notas, y el misterio se aclaró por sí solo. Existía una corrección mecánica casi perfecta… ¡pero eso era todo! No estaban sonando notas equivocadas, naturalmente: la pianista se sabía la pieza demasiado bien como para que eso ocurriera, pero se daba la irregularidad justa del compás para dejar al descubierto que ella no poseía verdadero «oído» para la música; la falta justa de fluidez en los pasajes más elaborados para revelar que no creía que su audiencia mereciera un auténtico esfuerzo; la monotonía mecánica justa en la acentuación para despojar de alma todas las modulaciones celestiales que estaba profanando; en resumen, resultaba simplemente irritante, y, cuando hubo tocado el final del tirón y ejecutado el último acorde como si, ahora que había terminado con el instrumento, le diese igual cuántas cuerdas rompía, ni siquiera me vi capaz de fingir unirme al estereotipado «¡Oh, gracias!» que fue pronunciado a coro a mi alrededor.”

Es lo que ella merece –replicó Arthur, en sus trece–, pero la gente alberga tantos prejuicios en contra de la pena capital que…

¡Ya empiezas con las tonterías! –exclamó su prometida–. Pero a ti te gusta la música, ¿no? Eso dijiste hace un momento.

¿Que si me gusta la música? –repitió para sí el doctor en voz baja–. Mi querida lady Muriel, hay música y música. Tu pregunta es dolorosamente vaga. También podrías preguntarme, para el caso: «¿Te gusta la gente?».

Lady Muriel se mordió el labio, frunció el ceño y dio una patadita en el suelo. Como representación dramática de mal humor, resultó un claro fracaso. Sin embargo, logró engañar a uno de sus espectadores, y Bruno corrió a interponerse, como pacificador de una riña en gestación, con el siguiente comentario:

¡A mí me gusta la gente!

Arthur plantó una cariñosa mano en la cabecita de ensortijados cabellos.

¿Qué? ¿Toda la gente? –inquirió.

No toda –explicó Bruno–. Sólo Silvia… y lady Muriel… y él… –dijo, señalando al earl– y tú… ¡y tú!

No deberías señalar a la gente –le recriminó Silvia–. Es de muy mala educación.

En el mundo de Bruno –observé yo– sólo hay 4 personas… ¡dignas de mención!

¡En el mundo de Bruno! –repitió lady Muriel con gesto pensativo–. Un mundo luminoso y florido, en el que la hierba siempre es verde, la brisa siempre sopla con suavidad y nunca se juntan nubarrones; donde no hay bestias salvajes, ni desiertos…

Desiertos tiene que haber –apuntó Arthur de manera firme–, al menos si se tratara de mi mundo ideal.

¿Pero qué utilidad puede tener un desierto? –planteó lady Muriel–. No me creo que quisieras un páramo en tu mundo ideal.

Arthur sonrió.

¡Pues claro que sí! –aseguró–. Un páramo resultaría más necesario que un ferrocarril, ¡y muchísimo más propicio para la felicidad general que unas campanas de iglesia!

¿Pero para qué lo querrías?

Para practicar música en él –respondió él–. Todas las damas jóvenes sin oído musical, pero que aun así insisten en aprender, deberían ser conducidas, cada mañana, 2 o 2 millas al interior del páramo. Allí cada una encontraría un cómodo cuarto habilitado para ellas, y también un piano barato de 2ª mano, en el que podría tocar durante horas, ¡sin añadir ni una sola punzada de innecesario dolor al conjunto del sufrimiento humano!

Lady Muriel miró alarmada en derredor suyo, no fuese a ser que alguien oyera de pasada aquella atroz opinión. Pero la hermosa pianista se encontraba a una distancia segura.

Has de admitir al menos que es una joven dulcísima, ¿no te parece? –dijo a continuación.

Oh, sin duda. Tan dulce como el agua con azúcar, si quieres… ¡y casi igual de interesante!

¡Eres incorregible! –dijo lady Muriel, quien luego se giró hacia mí–: Espero que la Sra. Mills le haya parecido una pareja interesante para la cena.

¡Oh, así que ese es su nombre! –repuse–. Pensaba que sería más largo.

Y así es y será «bajo su propia cuenta y riesgo» (signifique lo que signifique eso) si alguna vez se atreve a dirigirse a ella de ese modo. ¡Es la «Sra. Ernest-Atkinson-Mills»!

Es una de esas advenedizas –intervino Arthur– que piensan que, por añadir a su apellido todos sus nombres de pila sobrantes, con guiones entre medias, pueden darle al mismo un toque aristocrático. ¡Como si no fuera ya bastante difícil recordar un solo apellido!

¡Es un señor muy mayor! –comentó Silvia, observando con admiración a Mein Herr, quien se había instalado en un rincón, desde el cual sus afables ojos nos sonreían a través de un gigantesco par de lentes–. ¡Y qué barba más adorable!

¿Cómo se llama? –susurró Bruno.

Se llama Mein Herr –le respondió Silvia, del mismo modo.

Bruno meneó la cabeza con impaciencia.

¡«Manjad» es como llama a la comida que le gusta, no a él mismo, tonta! –Recurrió entonces a mí–: ¿Cómo se llama, hombde señod?

Ese es el único nombre del que tengo constancia –dije yo–. Pero parece encontrarse muy solo. ¿No os da lástima su cabello gris?

Me da lástima él –matizó Bruno–, pero su pelo no, ni una pizca. ¡Su pelo no puede sentid!

Bien, vayamos a hablar con él y animémoslo un poco –sugerí–; quizá descubramos cómo se llama a sí mismo.

«¡La hosca vejez y la juventud no pueden vivir juntas!… ¡Ahora miradme bien, niños! Vosotros diríais que soy un hombre mayor, ¿no?»

No sé si es usted un hombde mayod –repuso Bruno, mientras su hermana y él, ganados por la suave voz, se acercaban al hombre un poco más, con pasitos cortos–. Cdeo que tiene ochenta y tdes años.

¡Qué exactitud! –exclamó Mein Herr.

Hay razones –contestó Mein Herr apaciblemente–, que no puedo explicar con libertad, para no mencionar explícitamente personas, lugares o fechas. Sólo voy a permitirme un comentario: que el periodo de vida comprendido entre los 165 y los 175 años resulta especialmente seguro.

Del siguiente modo: uno consideraría que nadar es un entretenimiento muy seguro, si apenas le llegasen noticias de que alguien muriese por ello. ¿Me equivoco al pensar que jamás ha oído que nadie se haya muerto entre esas 2 edades?

Entiendo lo que quiere decir –asentí–, pero me temo que no puede demostrar que la natación es segura, basándose en el mismo principio. No resulta raro oír que alguien se ha ahogado.

En mi país –dijo Mein Herr– nadie se ahoga nunca.

¿No hay aguas lo suficientemente profundas?

¡En abundancia! Pero no podemos hundirnos. Todos somos más ligeros que el agua. Dejen que se lo explique –añadió, al ver mi gesto de sorpresa–: imagine que desean obtener una raza de palomas de una forma o un color concretos; ¿no seleccionan, año tras año, aquellas que se aproximan más a la forma o el color que quieren, y se quedan con esas, deshaciéndose de las demás?

Así es –respondí–. Lo llamamos «selección artificial».

Exacto –dijo Mein Herr–. Pues bien, nosotros la hemos practicado durante algunos siglos, seleccionando sin cesar a la gente más ligera; de modo que, ahora, todo el mundo es más ligero que el agua.

Entonces, ¿nunca pueden ahogarse en el mar?

¡Nunca! Sólo en tierra (por ejemplo, cuando asistimos a una representación en un teatro) nos vemos en una situación de peligro como esa.

¿Cómo es posible eso en un teatro?

Todos nuestros teatros son subterráneos. Sobre ellos se colocan grandes tanques de agua. En caso de que se declare un incendio, los grifos se abren, y un minuto después el teatro se halla inundado ¡hasta el mismísimo techo! De ese modo se acaba con el fuego.

Y con la audiencia, supongo.

Eso es secundario –repuso Mein Herr con despreocupación–. Pero tienen el consuelo de saber que, ahogados o no, son todos más ligeros que el agua. Aún no hemos llegado a que la gente sea más ligera que el aire, pero estamos en ello; quizá en otros mil años o así…

¿Qué hacen con la gente que pesa demasiado? –inquirió Bruno con gravedad.

Hemos aplicado el mismo proceso –continuó Mein Herr, sin percatarse de la pregunta de Bruno– a muchos otros propósitos. Hemos seleccionado sin cesar bastones de paseo, conservando siempre aquellos que permitían andar mejor, ¡hasta que hemos obtenido algunos que caminan solos! Lo mismo hemos hecho con el algodón hidrófilo, ¡hasta conseguir algodón más ligero que el aire! ¡No tiene ni idea de lo útil que es como material! Lo llamamos «imponderal».

¿Para qué lo emplean?

Pues principalmente para empaquetar objetos que han de enviarse por correo. Hace que pesen menos que nada, ¿sabe?

¿Y cómo saben los empleados de la oficina postal cuánto ha de pagar usted?

¡Eso es lo hermoso del nuevo sistema! –exclamó Mein Herr de forma exultante–. Ellos nos pagan a nosotros, ¡no al revés! A veces me dan hasta 5 chelines por enviar un paquete.

¿Y su Gobierno no se opone?

Bueno, sí que plantea algunas objeciones. Dice que sale muy caro, a la larga. Pero la cuestión está meridianamente clara, según sus propias normas. Si yo envío un paquete que pesa medio kilo más que nada, pago 3 peniques; de modo que, naturalmente, si pesa medio kilo menos que nada, yo debería recibir 3 peniques.

¡Sí que es un artículo útil! –dije.

¡Qué cosa más útil es un mapa de bolsillo! –comenté.

Eso también es algo que hemos aprendido de su nación –dijo Mein Herr–: la cartografía. Pero lo hemos llevado mucho más lejos. ¿Cuál considera que es el mapa más grande que poseería verdadera utilidad?

Uno de en torno a 15 centímetros por milla.

¡Sólo eso! –exclamó Mein Herr–. Nosotros no tardamos en llegar a los 6 metros por milla. Luego probamos con cien metros por milla. ¡Y después vino la idea más grandiosa de todas! Hicimos un mapa del país, en serio, ¡a una escala de una milla por milla! —¿Y lo han usado mucho? –inquirí.

Tanto falam do escritor espanhol que utilizou essa anedota… Mas veja só!

O que é sempre péssimo para um vôo e excelente para um mapa? Que tenha escala!

Todavía no ha sido desplegado nunca –apuntó Mein Herr–; los granjeros se opusieron: decían que cubriría todo el campo, ¡bloqueando la luz del sol! De modo que en la actualidad usamos el propio campo como mapa, y le aseguro que funciona casi igual de bien. Deje que le haga yo ahora otra pregunta. ¿Cuál es el mundo más pequeño en el que le gustaría vivir?

PAINTBALL XIX

Pero un científico amigo mío, que ha realizado varios viajes en globo, me asegura que ha visitado un planeta tan pequeño que ¡fue capaz de recorrer una vuelta entera a pie alrededor de él en 20 minutos! Se había producido una gran batalla, justo antes de su visita, que terminó de un modo bastante curioso: el ejército derrotado huyó a toda velocidad, y a los poquísimos minutos se encontró cara a cara con el ejército vencedor, el cual marchaba de regreso a casa, ¡y este se asustó tanto al verse entre dos ejércitos, que se rindió en el acto! Naturalmente eso le hizo perder la batalla, aunque, de hecho, había matado a todos los soldados del bando contrario.

Los soldados muedtos no pueden huid –apuntó Bruno con expresión pensativa.

«Matado» es un tecnicismo –repuso Mein Herr–. En el pequeño planeta del que hablo, las balas estaban hechas de una suave sustancia negra que dejaba una marca en todo lo que tocaba. De manera que, tras una batalla, lo único que había que hacer era contar cuántos soldados de cada bando estaban «muertos», lo cual quiere decir «marcados por detrás», ya que las marcas por delante no contaban.

¿Entonces no se podía matar a nadie, a no ser que saliera corriendo? –planteé yo.

Mi amigo científico descubrió un procedimiento mejor que ese. Advirtió que, si las balas se disparaban en dirección contraria alrededor del mundo, alcanzarían al enemigo por la espalda. Después de eso, los peores tiradores pasaron a ser considerados los mejores, y el peor de todos siempre conseguía el primer premio.

¿Y cómo decidían cuál era el peor tirador de todos?

En este planeta, [la Tierra] según me han contado, una nación está formada por varios súbditos, y un rey, pero en el pequeño planeta del que hablo, lo estaba por varios reyes, ¡y un súbdito!

Dice usted que le han «contado» lo que sucede en este, nuestro planeta –observé–. ¿Sería mucho suponer que usted mismo es un visitante de otro planeta? Bruno aplaudió preso de la emoción.

¿Es usted el hombde en la luna(*)? –exclamó. Mein Herr pareció incomodarse.

No estoy en la luna, querido –dijo evasivamente–. Volviendo a lo que estaba diciendo, creo que ese método de gobierno debería ser satisfactorio. Verán, los reyes, sin duda, crearían leyes contradictorias unas con otras, por lo que el súbdito nunca podría ser castigado, porque, hiciese lo que hiciese, siempre estaría obedeciendo alguna de ellas.

(*) Un personaje que, en diversas leyendas y mitos de todo el mundo y en una canción infantil inglesa, se dice, habita en la luna. Cada una de las fuentes otorga distintas características y aspecto a dicha figura. [N. del T.]

¡Oh, bueno! Somos viejos ahora y, sin embargo, yo mismo fui niño, una vez… al menos eso creo.

No pude evitar reconocer para mis adentros que parecía desde luego una suposición bastante improbable, viendo su enmarañado cabello cano y la larga barba, que hubiera sido niño alguna vez.

¿Le gusta la gente joven? –pregunté.

Los jóvenes –respondió–. No exactamente los niños. Solía enseñar a jóvenes, hace muchos años, en mi querida y antigua universidad.”

Dígame una cosa –rogó, posando su mano de manera imponente sobre mi brazo–. Pues soy forastero en su tierra, y apenas sé de sus modos de educación, aunque algo me dice que estamos más adelantados que ustedes en el ciclo eterno del cambio, y que muchas de las teorías que hemos probado y encontrado ineficaces, ustedes también las probarán, con un entusiasmo más exacerbado, y también encontrarán el fracaso, ¡con una desesperación más amarga!

Fue extraño ver cómo, a medida que hablaba, y sus palabras fluían de forma cada vez más libre, con una cierta elocuencia rítmica, sus facciones parecían resplandecer con una luz interior, y todo su cuerpo dio la impresión de transformarse, como si hubiera rejuvenecido 50 años en un instante.”

No sé lo que es una ópera –contestó Silvia medio susurrando.

¿Cómo entonces llamas el aire?

No conozco ningún nombre para él –repuso Silvia, levantándose del instrumento.

¡Pero esto es maravilloso! –exclamó el conde, siguiendo a la niña, y dirigiéndose a mí, como si yo fuese el dueño de este prodigio musical y debiera conocer por tanto la fuente de su música–. ¿Usted la ha oído tocar esto, más pronto… digo «antes de esta ocasión»? ¿Cómo llama el aire?

Yo negué con la cabeza, pero me vi salvado de más preguntas por lady Muriel, que se acercó a pedirle una canción al conde.

Este separó las manos excusándose, y agachó la cabeza.

Pero milady, ya he revisionado… digo revisado… todas sus canciones; ¡y no habrá ninguna apropiada para mi voz! ¡No son para voces de bajo!

¡Pues claro que no puede, si es farancés! ¡Los faranceses nunca pueden hablad un inglés tan buenósimo como nosotdos! –Y Silvia se llevó consigo al voluntario cautivo.

¿A cuáles de sus profesores valoran ustedes más, a los que se entiende con facilidad o a los que hacen sentirse a uno confundido cada vez que hablan?

Me sentí obligado a admitir que por lo general admirábamos más a los profesores a quienes no entendíamos del todo.

Justamente –dijo Mein Herr–. Así es al principio. Bien, nosotros estábamos en esa fase hace unos 80 años… ¿o eran 90? Nuestro profesor predilecto se expresaba peor cada año, y cada año lo teníamos en mayor admiración… ¡del mismo modo que sus aficionados al arte denominan «neblina» al más hermoso elemento paisajístico, y admiran una vista con desaforado placer cuando no pueden ver nada! Ahora le voy a decir cómo acabó la cosa. Nuestro ídolo impartía clases de Filosofía Moral. Pues bien, sus pupilos no entendían ni jota, pero se lo aprendieron todo de memoria, y cuando llegó el momento de los exámenes, respondieron con ello, y los examinadores dijeron: «¡Magnífico! ¡Qué profundidad!».

¿Pero de qué sirvió eso a los jóvenes después?

¿Acaso no lo ve? –repuso Mein Herr–. Ellos se convirtieron a su vez en maestros, y repitieron de nuevo todas esas cosas, y sus alumnos las pusieron en el examen, y los examinadores las aceptaron, ¡y nadie tenía la más mínima idea de qué quería decir todo aquello!

¿Y cómo acabó?

Del siguiente modo: nos levantamos un buen día y descubrimos que no había nadie allí que supiera nada de Filosofía Moral. De forma que la abolimos; profesores, clases, examinadores y todo lo demás. Y si alguien quería aprender algo al respecto, tenía que descubrirlo por sí mismo, ¡y pasados otros 20 años o así ya había varios hombres que realmente sabían algo de la materia! Ahora dígame otra cosa. ¿Cuántos años de aprendizaje pasa un joven antes de que lo examinen, en sus universidades?

Le dije que 3 o 4 años.

¡Exactamente lo mismo que hacíamos nosotros! –exclamó–. Les enseñábamos un poquito y, justo cuando empezaban a asimilarlo, ¡se lo sacábamos todo de nuevo! Vaciábamos nuestros pozos antes de que estuviesen a ¼ de su capacidad; cosechábamos nuestras huertas con las manzanas todavía en flor; ¡aplicábamos la severa lógica de la aritmética a nuestros pollos, mientras dormían pacíficamente en sus cascarones! No cabe duda de que pájaro durmiente, tarde hincha el vientre, pero si el pájaro se levanta tan escandalosamente temprano que el gusano está todavía bien bajo tierra, ¿cuáles son entonces sus posibilidades de desayunar? No muchas, reconocí.

¡Vea pues cómo funciona eso! –prosiguió de manera ansiosa–. Si quieren vaciar sus pozos tan pronto… porque supongo que me dirá que es lo que deben hacer, ¿no?

Así es –dije–. En un país superpoblado con este, únicamente las oposiciones…

Mein Herr alzó las manos como si estuviese fuera de sí.

¿Qué, otra vez? –gritó–. ¡Creía que desaparecieron hace 50 años! ¡Oh, este upas de las oposiciones! ¡Bajo cuya mortífera sombra todo el genio original, todo el estudio exhaustivo, toda la incansable diligencia de una vida mediante los cuales nuestros antepasados tanto hicieron avanzar el conocimiento humano, deben lenta pero inevitablemente marchitarse para verse reemplazados por un sistema de cocina, en el que la mente humana es una salchicha, y lo único que nos preguntamos es cuánta materia indigerible puede embutirse en su interior!

Siempre, después de estos arranques de elocuencia, parecía perder el control durante un momento y mantenerse asido al hilo de sus pensamientos por alguna palabra aislada.

Embutirse, sí –repitió–. Sufrimos toda esa fase de la enfermedad; ¡fue horrible, se lo garantizo! Naturalmente, como la oposición era una prueba general, intentábamos incluir en ella exactamente lo que se quería, ¡y el gran objetivo a alcanzar era que el candidato no necesitase saber nada que no entrara en el examen! No digo que alguna vez se consiguiera del todo, pero uno de mis propios alumnos (perdone el egotismo de un anciano) estuvo muy cerca de ello. Tras el examen, me expuso los escasos datos que sabía pero no había sido capaz de incluir en su respuesta, ¡y puedo asegurarle que eran nimios, señor, absolutamente nimios!”

En aquella época, nadie había dado con la estrategia mucho más racional de esperar los destellos individuales de genio y recompensarlos a medida que apareciesen. Por tanto, metíamos a nuestro desafortunado alumno en una botella de Leyden, lo cargábamos hasta las cejas, luego aplicábamos el electrodo de una oposición y extraíamos una magnífica chispa, ¡que muy a menudo rompía la botella! Pero ¿qué más daba eso? Le poníamos una etiqueta de «chispa de sobresaliente», ¡y la dejábamos en la repisa!

¿Pero el sistema más racional…? –sugerí.

¡Ah, sí!, ese vino después. En vez de dar toda la recompensa por aprender de una sola vez, solíamos pagar por cada buena respuesta a medida que se producían. ¡Qué bien me acuerdo de mis clases de aquellos días, con una pila de moneditas a mi lado! Era: «¡Una respuesta excelente, Sr. Jones!» (eso se traducía en un chelín, la mayoría de las veces). «¡Bravo, Sr. Robinson!» (lo cual valía media corona). Le voy a decir qué tal funcionó. ¡Ningún alumno aprendía un solo dato que no tuviera su premio! Y cuando llegaba de la escuela un muchacho inteligente, ¡recibía más dinero por aprender de lo que nos pagaban a nosotros por enseñarle! Entonces surgió la moda más disparatada de todas.

¿Qué, otra moda? –dije.

Es la última –dijo el anciano–. Debo de haberle cansado con mi largo relato. Cada college(*) quería para sí a los muchachos inteligentes; de manera que adoptamos un sistema que habíamos oído que resultaba muy popular en Inglaterra: los colleges competían entre sí por los jóvenes, ¡que se subastaban al mejor postor! ¡Qué idiotas éramos! De un modo u otro, estaban obligados a venir a la universidad. ¡No hacía falta que les pagáramos! ¡Y todo nuestro dinero se iba en conseguir que los más listos fueran a un college en vez de a otro! La competencia era tan fuerte que al final los simples pagos monetarios no bastaron. Cualquier college que quisiera conseguir a algún joven especialmente brillante tenía que abordarlo en la estación y perseguirlo por las calles. El primero que lo alcanzase tenía derecho a llevárselo.

(*) En el Reino Unido, las universidades tradicionales como Oxford y Cambridge son federaciones de colleges: instituciones autónomas de enseñanza superior que ofertan distintas carreras académicas y que poseen órganos de dirección independientes. [N. del T.]

Ocho o 9 directores de college se habían reunido a las puertas (no se permitía la entrada a ninguno), y el jefe de estación había dibujado una línea en la acera, e insistía en que todos permanecieran detrás de la misma. ¡Las puertas se abrieron de golpe! El joven salió disparado a través de ellas y enfiló como un relámpago calle abajo, ¡mientras los directores proferían verdaderos gritos de emoción al verlo! El supervisor dio la salida, mediante la vieja fórmula establecida: «¡Semel! ¡Bis! ¡Ter! ¡Currite!»(*), ¡y la caza dio comienzo! ¡Oh, era algo digno de verse, créame! En la primera esquina el alumno tiró su lexicón de griego; más adelante, su manta de viaje; después varios objetos pequeños; a continuación su paraguas; por último, lo que supongo más apreciaba, su pequeña maleta, pero el juego había acabado: el esférico director de… de…

¿De qué college? –pregunté.

… de uno de ellos –reanudó su relato– había puesto en práctica la teoría (su propio descubrimiento) de la velocidad acelerada, y atrapó al joven justo enfrente de donde yo me encontraba. ¡Nunca olvidaré aquel frenético y emocionante forcejeo! Pero pronto llegó a su fin. ¡Era imposible escapar de aquellas manazas huesudas!

¿Puedo preguntarle por qué se refiere a él como el «esférico» director? –dije.

El epíteto aludía a su forma, que era una esfera perfecta. ¿Usted es consciente de que una bala, otro ejemplo de esfera perfecta, cuando cae en línea totalmente recta, se mueve con velocidad acelerada?

Yo asentí en silencio.

Pues bien, mi esférico amigo (como me enorgullezco en llamarlo) se entregó a la investigación de las causas de ello. Descubrió que eran 3. Uno: que es una esfera perfecta. Dos: que se mueve en línea recta. Tres: que su movimiento no es ascendente. Cuando estas 3 condiciones se cumplen, uno obtiene velocidad acelerada.

Me parece que no –dije–, si me permite discrepar. Imagine que aplicamos la teoría al movimiento horizontal. Si una bala se dispara horizontalmente, esta…

… no se mueve en línea recta –terminó tranquilamente mi frase.

Tiene usted razón –reconocí–. ¿Qué hizo su amigo a continuación?

Lo siguiente era aplicar la teoría, como usted correctamente sugiere, al movimiento horizontal. Pero el cuerpo que se desplaza, que tiende siempre a caer, necesita un apoyo constante, si ha de moverse en una verdadera línea horizontal. «Entonces», se preguntó, «¿qué proporcionará apoyo constante a un cuerpo en movimiento?». Y su respuesta fue: «¡Las piernas humanas!». ¡Ese fue el descubrimiento que inmortalizó su nombre!

¿Que era…? –dije a modo de indirecta.

No lo he mencionado –fue la delicada contestación de mi sumamente insatisfactorio informador–.

(*) Versión latina de «¡A la de una! ¡A la de dos! ¡A la de tres! ¡Ya!».”

Ahora le voy a decir cómo nos curamos de esa moda absurda de pujar unos contra otros por los estudiantes más listos, ¡igual que si fueran artículos de una subasta! Justo cuando la moda había alcanzado su punto álgido, y uno de los colleges había anunciado una beca de mil libras anuales, uno de nuestros turistas nos trajo el manuscrito de una antigua leyenda africana… casualmente llevo una copia de la misma en mi bolsillo. ¿Quiere que se la traduzca?”

Entonces, con uno de esos convulsivos sobresaltos que le despiertan a uno en el momento exacto en que va a quedarse dormido, me di cuenta de que los profundos tonos musicales que me emocionaban no pertenecían a Mein Herr, sino al conde francés. El anciano seguía aún estudiando el manuscrito.”

Era una necesidad política (o eso nos aseguró y nosotros le creímos, aunque jamás lo hubiéramos sabido hasta ese momento) que existiesen 2 partidos para cada cuestión y sobre cualquier tema. En política, los 2 partidos, que ustedes habían encontrado necesario instituir, se llamaban, según nos contó, Whigs y Tories.(*)

(*) Whigs y Tories eran los nombres que recibían respectivamente las facciones liberal y conservadora del Parlamento inglés hasta mediados del s. XIX.”

“…estos 2 partidos, que siempre mostraban una hostilidad crónica mutua, se turnaban en la dirección del Gobierno, y, según creo, el partido que resultaba no estar en el poder recibía el nombre de «oposición», ¿cierto?

Ese es el nombre –asentí–. Desde el principio ha habido, siempre que hemos tenido Parlamento, 2 partidos, uno en el poder y otro en la oposición.

Bien, la función de los «gobernantes» (si puedo llamarlos así) era hacer todo lo posible por el bienestar de la nación, en cuestiones tales como declarar guerras y paces, tratados comerciales, etc., ¿no es así?

Sin duda –dije.

Y la función de los «opositores» era (según nos aseguró nuestro viajero, aunque en un principio nos costase mucho creerlo) impedir que los «gobernantes» tuvieran éxito en cualquiera de esas cosas, ¿cierto?

Criticar y enmendar sus medidas –lo corregí–. ¡Sería antipatriótico obstaculizar al Gobierno en sus acciones por el bien de la nación! Siempre hemos considerado al patriota el mayor de los héroes, ¡y que un espíritu antipatriótico es uno de los peores males humanos!”

Le puedo asegurar –escribe– que, por antipatriótico que tal vez le parezca, la función reconocida de la «oposición» es obstaculizar, de cualquier modo no prohibido por la ley, la acción del Gobierno. Este proceso se denomina «obstrucción legítima»; y el mayor triunfo que la «oposición» puede llegar a disfrutar es el de tener la oportunidad de señalar que, debido a su «obstrucción», ¡el Gobierno ha fracasado en todas las acciones que emprendió por el bien de la nación!

Su amigo no lo ha expresado correctamente del todo –comenté–. La oposición se alegraría sin duda de señalar que el Gobierno ha fracasado por su propia culpa, ¡pero no que lo ha hecho a causa de la «obstrucción»!

¿Usted cree? –contestó él apaciblemente–. Permita que le lea ahora este recorte de periódico que mi amigo adjuntó en su carta. Es parte de la crónica de un discurso público, realizado por un hombre de Estado que era por aquel entonces miembro de la oposición:

Al cierre de la sesión, pensaba que no tenían razón ninguna para estar descontentos con la suerte de la campaña. Habían derrotado al enemigo en todos los puntos. Pero la persecución debía continuar. Tan sólo tenían que presionar a un enemigo desorganizado y falto de moral.

Y bien, ¿a qué etapa de su historia nacional cree usted que se estaba refiriendo el orador?

En realidad, el número de guerras victoriosas que hemos librado durante el último siglo –contesté, con un cálido sentimiento de orgullo británico– es demasiado elevado para que adivine, con alguna posibilidad de éxito, en cuál nos encontrábamos inmersos en ese momento. Sin embargo, nombraré la India como la más probable. El Motín(*) había sido sin duda prácticamente aplastado en el momento en que se pronunció ese discurso. ¡Qué alocución más hermosa, viril y patriótica debió de ser! –exclamé en un arranque de entusiasmo.

(*) El Motín de la India o Rebelión de la India de 1857 fue un levantamiento del ejército cipayo de la Compañía de las Indias Orientales inglesa, que desembocó en otras sublevaciones populares y en un intento de restauración de los regímenes mogol y maratha en el subcontinente. La revuelta fue completamente sofocada un año después, con una durísima represión.”

Nos pareció extraño, al principio –prosiguió, tras esperar educadamente mi respuesta unos momentos–, pero nuestro respeto por su nación era tan grande que, cuando nos hicimos a la idea, ¡lo aplicamos en todos los aspectos de la vida! Fue «el principio del fin» para nosotros. ¡Mi país nunca más volvió a levantar cabeza! –Y el pobre y anciano caballero emitió un hondo suspiro.

El siguiente paso (tras reducir a nuestro Gobierno a la impotencia y poner freno a toda nuestra legislación útil, lo cual no nos llevó excesivo tiempo) fue introducir lo que llamábamos «el glorioso principio británico de la dicotomía» en la agricultura. Convencimos a muchos de los terratenientes de que dividieran a sus trabajadores en 2 partidos y les asignaran posturas enfrentadas. Se los llamaba, al igual que a nuestros partidos políticos, «gobernantes» y «opositores»; el trabajo de los gobernantes era arar, sembrar, o cualquier otra cosa que se necesitara, tanto como pudieran en un día, y al llegar la noche se les pagaba de acuerdo a la cantidad realizada; el trabajo de los opositores era obstaculizar el de los primeros, y se les pagaba del mismo modo proporcional. Los terratenientes descubrieron que tenían que pagar únicamente la mitad de dinero que antes en salarios, y no advirtieron que la cantidad de trabajo realizada era de tan sólo una cuarta parte de la que se hacía previamente; de manera que, en un primer momento, acogieron la medida con gran entusiasmo.”

En un breve espacio de tiempo, las cosas se acomodaron a una rutina regular. No se realizaba ningún trabajo en absoluto. De manera que los gobernantes no obtenían dinero, y los opositores recibían la paga completa. Y los terratenientes nunca descubrieron, hasta que la mayoría de ellos estuvieron arruinados, que los granujas habían acordado esa situación, ¡y se repartían la paga entre ellos! Mientras aquello duró, ¡se producían visiones curiosas! No son pocas las veces que he visto a un labrador, con 2 caballos enganchados al arado, esforzándose al máximo por hacerlo avanzar, al tiempo que el labrador de la oposición, con 3 burros sujetos al extremo contrario, ¡se afanaba con todas sus fuerzas en hacerlo retroceder! ¡Y el arado no se movía ni un ápice en ninguna de las 2 direcciones!”

«Como el daño ya está hecho, quizá sea

usted tan amable de hacer las maletas,

pues 2 (su hija y su yerno) son compañía,

mas 3 no entran en dicha categoría.

Iniciaremos un programa de ahorro;

para obtener efectivo hallaré el medio.

¡Y no crea, suegra, que meterá el morro

en todo ello», bramó Tottles (e iba en serio).

La música pareció desvanecerse. Mein Herr estaba hablando de nuevo con su voz normal.

Dígame una cosa más –pidió–. ¿Estoy en lo cierto al pensar que en sus universidades, aunque un hombre permanezca en una tal vez 30 o 40 años, lo examinan, una vez y no más, al final de los primeros 3 o 4?

Así es, sin duda –admití.

Entonces, ¡prácticamente examinan a un hombre al comienzo de su carrera! –dijo para sí mismo el anciano, más que para mí–. ¿Y qué garantías tienen de que retiene el conocimiento por el cual lo han recompensado… por adelantado, podríamos decir?

Ninguna –reconocí, sintiéndome un poco desconcertado ante la deriva de sus comentarios–. ¿Cómo logran ustedes ese objetivo?

Examinándolo al final de sus 30 o 40 años, no al principio –respondió con tranquilidad–. De media, el conocimiento que se halla entonces es de 1/5 aproximadamente del que había inicialmente, produciéndose el olvido a un ritmo muy constante, y aquel que olvida menos, se lleva el mayor honor y la mayor recompensa.”

“…Cuando un hombre parece estar volviéndose ignorante, o estúpido, de un modo alarmante, algunas veces se niegan a seguir sirviéndole. ¡No tiene usted ni idea de con qué entusiasmo comienza a refrescar un hombre los conocimientos de ciencias o idiomas que había olvidado cuando su carnicero le ha cortado el suministro de ternera y carnero!

¿Y quiénes hacen de examinadores?

Los jóvenes que acaban de llegar, rebosantes de saber. Le resultaría curioso –prosiguió– ver a unos simples muchachos examinando a tales ancianos. Conocí a un hombre al que pusieron a examinar a su propio abuelo. Fue un poco doloroso para ambos, sin duda. El añoso caballero estaba calvo como una bola de billar…

¿Cuán calvo sería eso? –No tenía ni idea de por qué había hecho esa pregunta. Me dio la sensación de que se me estaba reblandeciendo el cerebro.”

Había una vez un datón… un datón muy pequeño… ¡un datón muy diminutísimo! ¡Jamás se vio datón tan enano!…”

¿Y nunca le pasó nada, Bruno? –pregunté yo–. ¿No tienes ninguna otra cosa que contarnos de él, aparte de que era tan diminuto?

Nunca le sucedió nada –repuso Bruno con solemnidad.

¿Y por qué? –planteó Silvia, la cual estaba sentada con la cabeza sobre el hombro de su hermano, esperando pacientemente una oportunidad para comenzar su propia historia.

Podque era demasiado diminuto –explicó Bruno.

¡Esa no es excusa! –dije–. Por minúsculo que fuese, le podría haber pasado alguna cosa.

Bruno me dirigió una mirada compasiva, como si considerase que yo era muy estúpido.

Era demasiado diminuto –repitió–. Si le pasara algo, moriría… ¡era de lo más diminutísimo!

¡Ya basta de hablar de su tamaño! –interpuso Silvia–. ¿Aún no has inventado nada más sobre él?

Todavía no.
—Pues, entonces, ¡no deberías empezar una historia hasta que sepas cómo seguir! Ahora calla, sé bueno y escucha la historia que he pensado yo.

Y Bruno, que había agotado ya prácticamente toda su inventiva, por haber empezado de manera demasiado precipitada, se resignó en silencio a prestar atención.

El viento susurraba entre los árboles –«¡Menudos modales!», interrumpió Bruno. «Eso da igual», le contestó Silvia– y había caído la noche… una hermosa noche con luna, y los búhos ululaban… —¡Haz como que no eran búhos! –rogó Bruno, acariciando la mejilla de su hermana con su manita regordeta–. No me gustan los búhos. Tienen unos ojos muy gdandísimos. ¡Haz como que eran pollos!

¿Te asustan sus enormes ojos, Bruno? –pregunté.

A mí no me asusta nada –contestó Bruno en el tono más despreocupado que pudo poner–; son feos con esos ojazos. Cdeo que si lloraran, las lágdimas serían tan gdandes… ¡como la luna! –Se echó a reír de manera alegre–. ¿Alguna vez lloran los búhos, hombde señod?

Ninguna vez lloran –respondí en actitud seria, tratando de emular la forma de hablar de Bruno–; no tienen nada de qué lamentarse, ¿sabes?

¡Oh, eso no es veddad! –exclamó Bruno–. ¡Les da muchósima pena cuando matan a los pobdes datones!
—Pero me figuro que no será así si tienen hambre.

¡Usted no sabe nada de búhos! –apuntó Bruno desdeñoso–. Cuando tienen hambde, les da mucha, mucha pena habed matado a los datoncitos, podque si no lo habiesen hecho tenerían algo para cenad, ¿sabe usted?

¡No hablaba de gazapo de equivocación, tonta! –respondió Bruno con un alegre brillo en los ojos–. ¡Gazapos de los que coren pod el campo!

¡No digas que «picó»! –suplicó Bruno–. Sólo las cosas pequeñas pican… cositas finas y codtantes, con filo…

Háblanos pod favod del picnic de Bduno, ¡y no de leones moddisqueantes”

No se pueden consedvad pdomesas si no hay sal, podque se echan a pedded. Y consedvaba su cumpleaños en el segundo estante.”

¿Cuánto tiempo lo tuvo? –pregunté yo–. Nunca puedo conservar el mío más de veinticuatro horas.

¡Pero si un cumpleaños ya dura eso pod sí solo! –exclamó Bruno–. ¡Usted no sabe consedvadlos! ¡Este niño tuvo el suyo un año entero!

Ser bueno ya es una especie de regalo, ¿no crees? –declaré.

¡Una especie de degalo! –repitió Bruno–. ¡A mí me parece una especie de castigo!

¡Oh, Bruno! –terció Silvia, casi con tristeza–. ¿Cómo puedes decir eso?

Acto seguido, se sentó muy derecho y puso una cara ridículamente solemne–. Pdimero uno debe sentadse más tieso que velas…

«¿Pod qué no te has cepillado el pelo? ¡Ve a cepilládtelo ahora mismo!». Luego: «¡Oh, Bduno, no debes doblad las hojas de las madgaritas!». ¿Apdendió usted a deletdead con madgaritas, hombde señod?”

los niños que se aprenden sus lecciones a la perfección, siempre conservan sus cumpleaños, ¿sabe? De modo que, como no podía ser de otro modo, ¡ese niño mantuvo el suyo!”

Puedes llamadlo Bduno, si quieres –comentó el pequeñín con aire indiferente–. No era yo, pero hace más interesante la historia.

Y la vaca dijo: «¡Muuu! ¿Qué vas a hacer con toda esa leche?». A lo que Bruno contestó: «Por favor, señora, la quiero para mi picnic». La vaca contestó a su vez: «¡Muuu! ¡Pero espero que no la vayas a hervir!». Y Bruno dijo: «¡Claro que no! ¡La leche recién ordeñada está tan buena y calentita que no hace falta hervirla!»

No era un glotón, sabe usted, pod celebdad el picnic totalmente solo –quiso aclarar Bruno, tocándome el moflete para llamar mi atención–. Lo que pasa es que no tenía hedmanos ni hedmanas.

¡Pero Bduno no estaba asustado! –aclaró el propietario del nombre–. ¡Así que siguió siendo negdo!

¡No, qué va! ¡Siguió siendo rosa! –rio Silvia–. Si fueras negro, no te daría besos como este, ¿sabes?

«… si se acercaba un niño regordete y jugoso, ¡solía abalanzarme sobre él y zampármelo! ¡Oh, no tenéis ni idea de lo delicioso que resulta… un niño suculento!»

«¡Oh, hubo un desayuno nupcial de lo más encantador! En un extremo de la mesa había un pudin de pasas. ¡Y en el otro un hermoso cordero asado! ¡Oh, no os imagináis lo delicioso que resulta… un buen cordero asado!» El cordero dijo entonces: «¡Oh, señor, le ruego que no hable sobre comerse corderos! ¡Hace que me entren escalofríos!». A lo que el león contestó: «Oh, bueno, ¡no hablaremos de eso, pues!».

Lo que dijo el león: «Ahora, corderito tonto, vete a casa con tu madre y nunca vuelvas a hacer caso a viejos zorros. Y sé muy bueno y obediente».

»Lo que el león le dijo a Bruno: «Ahora, Bruno, lleváte esos zorritos a casa contigo y enséñalos a ser buenos y obedientes. ¡No como ese viejo malvado sin cabeza!»«Sin ninguna cabeza», remachó Bruno.

»Lo que Bruno le dijo a los pequeños zorros: «A ver, zorritos, vais a recibir vuestra primera lección de buen comportamiento. Voy a meteros en la cesta, junto con las manzanas y el pan, y no debéis comeros ni las unas ni lo otro, ni nada de nada, hasta que lleguemos a mi casa, y entonces os daré de cenar».

»Lo que los zorritos le dijeron a Bruno: nada.

«Zorrito mayor, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito mayor respondió: «¡No, no, no!». –Resulta imposible describir el tono con el que Silvia repitió este veloz y conciso «¡no, no, no!». Alcanzo como mucho a decir que fue como si un patito excitado hubiese tratado de emitir las palabras: demasiado rápido para ser un graznido de pato y, sin embargo, demasiado áspero para tratarse de ninguna otra cosa–. Bruno dijo entonces: «Zorrito mediano, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito mediano contestó: «¡No, no, no!». Luego Bruno dijo: «Zorrito menor, ¿te has comido tú las manzanas?». Y el zorrito menor intentó articular: «¡No, no, no!», pero tenía la boca tan llena que le fue imposible, y sólo pudo decir: «¡Uac, uac, uac!»;

“–«¿Qué significa ‘hete aquí’?», preguntó Bruno. «¡Silencio!», contestó Silvia–.”

«Zorrito mayor –continuó Silvia, abandonando la forma narrativa en su entusiasmo–, tú has sido tan bueno que apenas puedo creer que me hayas desobedecido, pero me estoy temiendo que te has comido a tu hermana pequeña.» Y el zorrito mayor dijo: «¡Uauac, uauac!», y entonces algo hizo que se atragantara. Bruno miró dentro de su boca, ¡y estaba llena! –Silvia paró de hablar para tomar aliento; Bruno se tumbó entre las margaritas y me lanzó una mirada de triunfo. «¿No es fabuloso, hombde señod?», dijo. Yo me esforcé por adoptar un tono crítico: «Es fabuloso», contesté, «¡aunque aterrador!». «Puede sentadse un poquitín más cedca de mí, si lo desea», ofreció Bruno.

Así, Bruno dijo: «Zorrito mayor, ¿te has comido a ti mismo, granuja?». Y este dijo: «¡Uauac!». Y Bruno vio entonces que lo único que quedaba en la cesta era ¡la boca del zorrito! Así que la cogió, la abrió y ¡sacudió y sacudió! Y, por fin, ¡consiguió sacar al zorrito de su propia boca! Y luego dijo: «¡Abre otra vez la boca, pequeño malvado!». ¡Y sacudió y sacudió, hasta que logró sacar al zorrito mediano! Y a continuación ordenó a este último: «¡Ahora abre tú la boca!». ¡Y sacudió y sacudió, hasta que logró sacar al zorrito menor, junto con todas las manzanas, y todo el pan!

Y aprendieron sus lecciones del derecho y del revés, y cabeza abajo. Y Bruno por fin hizo sonar otra vez la gran campanilla. «¡Tin, tin, tin! ¡A cenar, a cenar, a cenar!» Y cuando los zorritos bajaron… –«¿Llevaban delantales limpios?», interrogó Bruno. «¡Por supuesto!», respondió Silvia. «¿Y cucharas?» «¡Sabes que sí!» «No estaba seguro», dijo Bruno– ¡lo hicieron más lentos que un caracol! Y dijeron: «¡Oh! ¡No habrá cena! ¡Sólo el gran vergajo!». Pero cuando entraron en la habitación, ¡vieron una cena magnífica! –«¿Con bollos?», preguntó Bruno a gritos y dando palmas–. Con bollos y bizcocho y… –«¿… y mermelada?», sugirió Bruno–. Sí, mermelada… y sopa… y… –«¡… y confites!», intervino Bruno nuevamente, y Silvia pareció satisfecha.”

“…y jamás volvieron a comerse unos a otros… ¡ni a sí mismos!”

Y, en el silencio subsiguiente, la última estrofa de la canción de Tottles resonó por la habitación.

Ved qué tranquila reside la pareja

en su nuevo nidito de las afueras.

La mujer, entre lágrimas, resignada,

acepta llevar una vida más llana.

Pero de rodillas pide una merced:

«¡Tesorito, no te enfades, te lo ruego:

puede que mamá venga por 2 o 3…».

«¡Ni pensarlo!», aulló Tottles (e iba en serio).”

¡Pues claro! –profirió en voz alta lady Muriel–. ¡Bruno! ¿Dónde estás, bonito?

Pero no contestó ningún Bruno; aparentemente, los 2 niños habían desaparecido de forma tan súbita, y misteriosa, como la canción.

Quedaban únicamente unos 8 o 9 –a los que el conde les estaba explicando, por vigésima vez, cómo había estado mirando a los niños durante la última estrofa de la canción; cómo había echado entonces una ojeada por la habitación, para ver qué efecto había tenido «la gran nota de pecho» sobre su audiencia, y cómo, al mirar otra vez, ambos habían desaparecido– cuando empezaron a oírse exclamaciones de consternación por todas partes, momento en que el conde finalizó bruscamente su relato para unirse al clamor.”

Los invitados que aún quedaban allí dieron la impresión de estar más que contentos de irse, dejándonos solos al conde y a nosotros 4.”

¿Quién son, entonces, estos adorables niños, le ruego me diga? –preguntó–. ¿Por qué vienen, por qué van, en este modo tan poco ordinario?

El conde pareció disponerse a hacer más preguntas, pero se contuvo.

La hora se vuelve tarde –señaló–. Le deseo una muy buena noche, milady. Me traslado a mi cama, para soñar… ¡si es que, en realidad, no soy soñando ya! –Dicho lo cual, abandonó presto la habitación.

¡No se vaya todavía, no se vaya! –rogó el earl cuando me preparaba para seguir al conde–. ¡Usted no es un invitado!, ¿sabe? ¡Los amigos de Arthur están aquí en su casa!”

La majestad del pensamiento reemplaza el trabajo manual. El intenso esfuerzo intelectual de un hombre, más los golpecitos a un puro, equivalen a las ideas banales, añadiendo la labor de bordado más elaborada, de una mujer. ¿Esa es tu opinión, no es cierto, sólo que mejor expresada?”

Descanso del cuerpo y actividad de la mente –interpuse–. Hay algún escritor que dice que ese es el summum de la felicidad humana.

Não seria ao revés?

resulta imposible imaginar cualquier forma de vida, o raza de seres inteligentes, en la que la verdad matemática perdiese su razón de ser.”

Suponga que descubre un remedio para alguna enfermedad que hasta la fecha se creía incurable. Bien, es algo delicioso en el momento, sin duda; tremendamente interesante; tal vez le reporte fama y fortuna. Pero ¿luego qué? Centre su mirada en el futuro, unos pocos años después, en una vida en la que no existen las enfermedades. ¿De qué vale, entonces, su descubrimiento? Milton hace prometer demasiado a Jove.

El caso de la ciencia militar resulta aún más evidente –señaló el earl–. Sin pecado, la guerra sería sin duda imposible. Aun así, cualquier mente que haya tenido en esta vida algún interés profundo, no pecaminoso en sí, encontrará por sí sola con seguridad alguna línea de trabajo posterior que le agrade. Puede que Wellington no tuviera más batallas que librar y, con todo,

No dudamos que, para alguien tan leal,

otras tareas más nobles debe haber

que la batalla que libró en Waterloo,

¡y la victoria siempre suya ha de ser!(*)

(*) Tennyson, Ode on the death of the Duke of Wellington

Tomad el caso de la matemática pura, por ejemplo: una ciencia independiente de nuestro presente entorno. Yo mismo la he estudiado un poco. Considerad el tema de las circunferencias y elipses: lo que llamamos las «curvas de segundo grado». En una vida futura, que un hombre descubriera absolutamente todas sus propiedades sería únicamente cuestión de unos años (o de cientos de años,…) (…) podría pasar a las curvas de tercer grado. Pongamos que con ellas tardara 10 veces más (como veis, disponemos de tiempo ilimitado). Me resulta difícil imaginar que su interés en la materia durara siquiera tanto, y, aunque no existe límite al grado de las curvas que podría estudiar, ciertamente el tiempo necesario para agotar toda la novedad y el interés del tema sería completamente finito, ¿no? E igual con todas las demás ramas de la ciencia.”

«¿Y ahora qué? Con nada más por aprender, puede uno descansar satisfecho de conocimientos, con toda la eternidad aún por delante?» (…) A veces he pensado que uno podría, en esa situación, decir: «Es mejor no ser», y rezar por la aniquilación personal: el nirvana de los budistas.”

Pero con el paso de los eones, todas las razones creadas alcanzarían finalmente y sin duda alguna el mismo nivel límite de saciedad. Y, llegados a ese punto, ¿qué ilusión queda?”

GISNO 16/17: “Me he imaginado a un niño pequeño, que juega con juguetes en el suelo de su cuarto, y que es capaz, no obstante, de razonar y de pensar sobre cómo será su vida 30 años más tarde. [2035 é logo ali] ¿No podría ocurrir que se dijera a sí mismo: «Para entonces me habré cansado ya de juegos de cubos y bolos. ¡Qué aburrida será la vida!»? Sin embargo, si avanzamos esos 30 años, descubrimos que es un gran estadista, lleno de intereses y que experimenta placeres mucho más intensos de lo que su vida como bebé podía ofrecerle; placeres totalmente inconcebibles para su mente infantil y que ningún lenguaje acorde sería capaz de describir en absoluto.”

La música del Cielo puede ser algo que esté más allá del poder de nuestra imaginación. ¡Pero aun así, la música terrenal es hermosa! Muriel, hija mía, ¡cántanos algo antes de que nos vayamos a la cama!”

¡Y nuestra breve vida aquí –dijo el earl a continuación– es, respecto a esa hora grandiosa, como un día de verano para un niño! El cansancio se va apoderando de uno a medida que la noche avanza –añadió, con un deje de tristeza en su voz– ¡y empieza a desear irse a la cama! Y escuchar esas gratas palabras: «¡Vamos, pequeño, es hora de dormir!».

¡Oh, Bruno! –exclamó Silvia–. ¿Es que no sabes que los búhos acaban de despertarse? Pero las ranas se fueron a la cama hace un siglo.

Entonces comprendí cómo uno en ocasiones, al cruzar un bosque una tarde en calma, ve una hoja de helecho que se mece sin parar, totalmente por sí sola. ¿Te ha pasado a ti alguna vez? La próxima, trata de ver al hada que duerme sobre ella, si puedes, pero hagas lo que hagas, no cojas la hoja; ¡deja dormir a la criaturita!”

¡Ya puede usted dar las buenas noches! –rio lady Muriel, levantándose y cerrando la tapa del piano mientras hablaba–. ¡Cuando no ha parado de cabecear todo el tiempo que he estado cantando para usted! A ver, ¿de qué trataba la canción? –demandó imperiosamente.

Lady Muriel abrió la marcha hasta el salón de fumar, donde, ignorando todas las costumbres de la sociedad e instintos caballerosos, los 3 Señores de la Creación nos acomodamos en unas mecedoras bajas y dejamos que la única dama presente se moviera grácilmente entre nosotros para satisfacer nuestras necesidades en forma de refrescos, cigarrillos y lumbre. No es cierto: fue uno de los 3, únicamente, el que tuvo la caballerosidad de ir más allá del habitual «gracias» y de citar la exquisita descripción del poeta de cómo Geraint se sintió conmovido, al ser servido por Enid(*)

(*) De Idylls of the king, de Tennyson”

¡Qué delgadas parecen ser las barreras que separan a un cristiano de otro cuando uno ha de enfrentarse con los grandes acontecimientos de la vida y la realidad de la muerte!”

(*) “El wesleyanismo es una rama del protestantismo cristiano que se fundamenta en las creencias y obras teológicas de los hermanos y reformistas evangélicos del s. XVIII John y Charles Wesley.”

«¿Pero hay un médico allí?», escuchamos decir a Arthur, y una voz profunda, que no habíamos oído hasta entonces, contestó: «Muerto, señor. Falleció hace 3 horas».

Lady Muriel se estremeció y ocultó el rostro entre las manos, pero en ese momento cerraron con cuidado la puerta principal, y no oímos nada más.”

Muriel… amor mío… –Dejó de hablar y los labios le temblaron, pero enseguida continuó con más seguridad.

»Muriel… cariño… me… requieren… en la ensenada.

¿Es imprescindible que vayas? –suplicó ella; acto seguido se levantó de su asiento y apoyó las manos en los hombros de su prometido, con sus grandes ojos cuajados de lágrimas fijos en el rostro de él–. ¿Es imprescindible, Arthur? Quizá suponga… ¡la muerte!

Él la miró a los ojos sin acobardarse.

Supone la muerte –dijo, en un ronco susurro–, pero… cariño… me llaman. Y ni siquiera mi vida misma… –Le falló la voz, y no añadió más.

Durante un instante ella permaneció totalmente en silencio, con los ojos alzados en una mirada de impotencia, como si incluso las oraciones fueran ahora inútiles, al tiempo que sus facciones se agitaban y estremecían con la gran agonía que estaba soportando. Entonces pareció llegarle una súbita inspiración que iluminó su semblante con una dulce y extraña sonrisa.

¿Tu vida? –repitió ella–. ¡No puedes darla, pues no te pertenece!

Arthur se había recuperado para entonces, y pudo responder con absoluta firmeza:

Eso es cierto –dijo–. Ya no me pertenece a mí, sino a ti, mi… ¡futura esposa! Y tú me… ¿me prohíbes que vaya? ¿No me dejarás marchar, querida mía?

Sin soltar las manos, lady Muriel apoyó suavemente su cabeza sobre el pecho de él. Nunca antes había hecho tal cosa en mi presencia, por lo que me di cuenta entonces de lo profundamente emocionada que debía de estar.

Sí te dejaré –afirmó, en voz baja y tranquila–, con Dios.

Y con los pobres de Dios –susurró él.

Y con los pobres de Dios –agregó ella–. ¿Cuándo ha de ser, amor mío?

Mañana por la mañana –respondió él–. Y tengo mucho que hacer hasta entonces.

A las 8 de la mañana estábamos de vuelta en el Hall, y encontramos a lady Muriel, al earl y al viejo párroco esperándonos. Fue una procesión extrañamente triste y silenciosa la que llegó hasta la pequeña iglesia, y regresó de allí; y no pude evitar sentir que aquello se parecía mucho más a un funeral que a una boda; y eso era, de hecho, para lady Muriel: un funeral en vez de una boda; tal era el peso del presentimiento (como más tarde nos dijo) que albergaba de que su flamante marido se dirigía a su muerte.”

Llevo todo lo que voy a necesitar como médico, ciertamente. Y mis propias necesidades personales son pocas: ni siquiera llevaré nada de mi guardarropa; hay un traje de pescador, de confección, esperándome en mi alojamiento. Iré únicamente con mi reloj, unos cuantos libros y… espera: hay un libro que me gustaría incluir, un Nuevo Testamento de bolsillo, para usarlo junto a los lechos de los enfermos y los moribundos…

¡Llévate el mío! –pidió lady Muriel, que salió corriendo escaleras arriba para cogerlo–. No tiene nada escrito salvo «Muriel» –dijo al regresar con él–. ¿Quieres que ponga…?

¿Acaso no eres tú mía? ¿Acaso –dijo recuperando su característica actitud pícara–, como diría Bruno, no me «pedteneces»?”

«¿Estamos destinados, nosotros 4, a volver a encontrarnos alguna vez a este lado de la tumba?», me pregunté, mientras regresaba a casa. Y el repicar de una campana distante pareció responderme: «¡No! ¡No! ¡No!».”

Nuestros lectores habrán seguido con doloroso interés las crónicas que hemos venido publicando cada cierto tiempo sobre la terrible epidemia que, en los últimos dos meses, se ha llevado a la mayoría de los habitantes de la aldea de pescadores colindante con el pueblo de Elveston. Los últimos supervivientes, que ascienden únicamente a 23 personas, de una población que, hace apenas 3 meses, superaba las 120, fueron desalojados el pasado miércoles, bajo la autoridad de la Junta Local, e instalados de manera segura en el Hospital del Condado: de modo que el lugar es ahora una auténtica «ciudad de los muertos», sin una sola voz humana que rompa su silencio.

El grupo de rescate consistió en 6 recios hombres, pescadores de los contornos, dirigidos por el médico residente del hospital, el cual acudió con dicho propósito, encabezando un convoy de ambulancias. Los 6 hombres habían sido seleccionados –de entre un número mucho mayor que se había ofrecido para esta «misión desesperada»– por su fuerza y robusta salud, pues la expedición se consideraba, incluso ahora, cuando la enfermedad ha pasado su pico de virulencia, no desprovista de peligro.”

Nueve hombres, 6 mujeres y 8 niños componían los 23 pacientes. No ha sido posible identificarlos a todos, ya que algunos de los niños –sin familiares supervivientes– son bebés, y 2 hombres y una mujer no han sido capaces hasta el momento de ofrecer contestaciones racionales, al estar sus capacidades cerebrales completamente en suspenso.”

Aparte de los pobres pescadores y sus familias, había sólo 5 personas a tener en cuenta, y se determinó, más allá de cualquier duda, que todas ellas figuraban entre los fallecidos. Es un triste placer hacer constar aquí los nombres de estos auténticos mártires que, sin duda, ¡merecen como el que más figurar en la gloriosa lista de los héroes de Inglaterra! Son los siguientes:

El Rvdo. James Burgess, magíster en Humanidades, y su mujer Emma. Era el párroco de la ensenada, cuya edad no alcanzaba los 30 años, y con únicamente 2 de matrimonio. En su casa se encontró un documento en el que constaban las fechas de sus muertes.

Junto a los suyos situaremos el honorable nombre del Dr. Arthur Forester, el cual, a la muerte del médico local, afrontó noblemente el inminente peligro de muerte, en vez de dejar a esa pobre gente abandonada en su hora de máxima necesidad. No se halló ningún registro de su nombre, ni de la fecha de su defunción, pero el cadáver fue fácilmente identificado, pese a ir vestido con un traje corriente de pescador (el cual se había procurado a su llegada a la aldea, según se sabe), por una copia del Nuevo Testamento, regalo de su esposa, que fue hallada sobre su pecho, cerca del corazón, y bajo sus manos cruzadas. No se consideró prudente retirar el cuerpo para su traslado a otro lugar de entierro, y, de acuerdo a ello, fue inhumado sin demora in situ, junto con otros 4 encontrados en distintas casas, con toda la debida reverencia. Su esposa, cuyo nombre de soltera era lady Muriel Orme, contrajo matrimonio con él la misma mañana en la que emprendió su misión de sacrificio.”

Desde su ingreso en el hospital, 2 de los hombres y 1 de los niños han muerto. Se albergan esperanzas para todos los demás, aunque hay 2 o 3 casos en que las fuerzas vitales parecen encontrarse tan completamente agotadas que una recuperación final está en contra de todo pronóstico.”

Me entristecía regresar al lugar y sentir que nunca jamás volvería a ver la jovial sonrisa de bienvenida que había aguardado mi llegada hacía tan pocos meses. «Y, con todo, si lo encontrase aquí –susurré, mientras seguía con ensimismamiento al mozo que llevaba mi equipaje en una carretilla–, y si ‘de pronto estrechara mi mano y preguntase mil cosas sobre mi hogar’, ello no… ‘ello no me resultaría extraño’(*)

(*) Versos extraídos del poema In memoriam de Tennyson, compuesto justamente en recuerdo de un amigo fallecido.”

mis viejos y queridos amigos –pues así los consideraba, realmente, aunque casi no hacía ni medio año desde que los había conocido–: el earl y su hija enviudada.”

Ella se retiró el velo de la cara al ver que me aproximaba y avanzó a mi encuentro con una sonrisa tranquila y una serenidad mucho mayor de la que habría podido esperar.

¡Verle por aquí otra vez es casi como volver a los viejos tiempos! –dijo, en tono de verdadero agrado–. ¿Se ha pasado ya a ver a mi padre?”

Sentémonos un rato y charlemos tranquilamente –sugirió ella. La calma, rayante en la indiferencia, con que se comportaba me sorprendió un poco. Apenas podía sospechar yo la férrea contención que se estaba imponiendo a sí misma.

¿Recibió mi carta?

Sí, pero fui posponiendo mi respuesta. Resulta tan difícil decir… por carta…

Las compuertas habían cedido finalmente, y la ola de dolor fue la más terrible que jamás hube presenciado hasta el momento. Haciendo caso totalmente omiso de mi presencia, se arrojó sobre la hierba, enterrando el rostro en ella, y aferrándose con las manos a la pequeña cruz de mármol–. ¡Oh, precioso, precioso mío! –sollozó–. ¡Dios te tenía reservada una vida tan hermosa!

Me sobresaltó oír, de tal forma repetidas por lady Muriel, las mismas palabras de la adorable niña a la que había visto lamentarse con tanta amargura por la liebre muerta. ¿Se había transferido algún misterioso influjo del espíritu de aquella dulce hada, antes de su regreso a Hadalandia, al espíritu de la mujer que tanto cariño le tenía? La idea parecía demasiado descabellada para creerla.”

El anciano se levantó de la silla, con una sonrisa, para darme la bienvenida, pero su autodominio era muy inferior al de su hija, y las lágrimas le surcaron el rostro cuando cogió mis manos entre las suyas, y las estrechó cálidamente.”

¡Sé que usted toma el té de las 5 –me dijo, con la encantadora actitud vivaracha que tan bien recordaba–, incluso aunque le sea imposible imponer su traviesa voluntad a la ley de la gravedad, y hacer que las tazas desciendan por el espacio infinito un poco más rápido que el té!

Este comentario marcó el tono de nuestra conversación. Por tácito consenso, evitamos, durante aquel primer encuentro de los 2 tras su inmensa desgracia, los dolorosos temas que llenaban nuestros pensamientos, y charlamos como niños alegres que jamás hubieran conocido preocupaciones.

…y mi padre intentó darle explicación por medio de un chiste espantoso relacionado con la expresión ad «naóseam». Pues bien, el perro soltó la pieza ósea, no porque le hubiera disgustado el juego de palabras, lo cual habría probado que era un perro con gusto, sino simplemente para descansar las mandíbulas, ¡pobrecillo! ¡Me dio tanta pena! ¿No quiere unirse a mi asociación benéfica para la dotación de bolsillos a los perros? ¿Qué le parecería a usted tener que llevar su bastón en la boca?

Estoy totalmente de acuerdo –dijo lady Muriel–, pero ¿no condenan los autores ortodoxos esa opinión, porque sitúa al hombre al mismo nivel de los animales inferiores? ¿No marcan ellos una clara frontera entre la razón y el instinto?

Esa era, ciertamente, la visión ortodoxa, hace una generación –explicó el earl–. La veracidad de la religión parecía sustentarse por completo en la afirmación de que el hombre era el único animal racional. Pero ya no es así. El hombre aún puede afirmar su derecho a ciertos monopolios, tales, por ejemplo, como el uso de un lenguaje que nos permite aprovechar el trabajo de muchos mediante la «división del trabajo». Pero la creencia de que disponemos del monopolio de la razón hace tiempo que fue desterrada. Y ello no se vio seguido, aun así, de ninguna catástrofe. Como dice un viejo poeta: «Dios sigue en su sitio».

Não tivesse pressa, sr. Carroll! Onde há divisão do trabalho e “razão” há crise e catástrofe!

(*) “Joseph Butler (1692-1752) fue un filósofo y teólogo inglés, obispo primero de Bristol y luego de Durham, autor de diversas obras de gran influencia en pensadores posteriores. En una de las más importantes, The analogy of religion, natural and revealed («Analogía de la religión, natural y revelada»), expone su visión de que no existen pruebas que demuestren que la «fuerza vital» de los animales desaparece a su muerte. [N. del T.]”

A veces he pensado que lo único que podría llegar alguna vez a hacer que dejara de creer en un Dios perfectamente justo es el sufrimiento de los caballos…”

Los sufrimientos de los caballos –planteé– están causados principalmente por la crueldad del hombre. De modo que es tan sólo uno de los muchos casos en los que el pecado hace sufrir a otros que no son el propio pecador. ¿Pero no encuentra mayores dificultades cuando el sufrimiento lo inflige un animal sobre otro? Pongamos, el de un gato que juega con un ratón. Suponiendo que no tuviese responsabilidad moral, ¿no es un misterio más oscuro que el de un hombre que fuerza a un caballo más allá del límite?

Mencionó usted la «división del trabajo», hace un momento –dije–. Sin duda, es algo que alcanza una maravillosa perfección en una colmena de abejas, ¿no cree?

Tan maravillosa, tan completamente sobrehumana –contestó el earl– y tan enteramente inconsistente con la inteligencia que muestran en otras cuestiones, que no me cabe ninguna duda de que es puro instinto, y no, como algunos sostienen, una razón de un nivel muy elevado. ¡Fíjese en la absoluta estupidez de una abeja cuando trata de pasar por una ventana abierta! No «intenta» pasar, en ningún sentido razonable de la palabra: ¡simplemente se va chocando aquí y allá hasta dar con la salida! De un cachorrito que se comportase así, diríamos que es imbécil. Y, sin embargo, ¡se nos pide que creamos que su nivel intelectual excede el de sir Isaac Newton!

¡Trampa, trampa! –prorrumpió lady Muriel, en un tono triunfante de lo menos filial–. ¡Pero si tú mismo acabas de decir: «la mente de la abeja»!

Pero no he dicho «mentes», hija mía –repuso el earl con suavidad–. Se me ha ocurrido, como solución más probable al «misterio de la abeja», que un enjambre posee una sola mente común. Estamos acostumbrados a ver una sola mente que anima un conjunto sumamente complejo de miembros y órganos, cuando estos se hallan unidos. ¿Cómo sabemos que es imprescindible una conexión material? ¿No podría bastar la mera proximidad? De ser así, ¡un enjambre de abejas no es más que un único animal cuyos muchos miembros no están ligados!

Es una idea sorprendente –admití– que requiere una noche de descanso para su correcto entendimiento. Tanto la razón como el instinto me dicen que debería marcharme a casa. ¡Buenas noches, pues!

Abandonamos el camino para internarnos bajo el sombrío dosel de la enramada, la cual formaba una estructura de una simetría casi perfecta, agrupada en encantadoras bóvedas de arista, o que se prolongaba, hasta donde alcanzaba la visión, en interminables naves centrales y laterales, coros y presbiterios, como si se tratara de una catedral fantasmal, erigida en sueños por un poeta trastornado.” Um matemático bêbado ou poeta (o que dá no mesmo) é mesmo coisa de outro mundo…

Siempre, en este bosque –comenzó a decir lady Muriel tras un breve silencio (silencio que resultaba natural en aquella solitaria penumbra)–, ¡me da por pensar en las hadas! ¿Puedo hacerle una pregunta? –agregó de manera titubeante–. ¿Cree usted en las hadas?

El momentáneo impulso que sentí de hablarle de mis experiencias en aquel mismo bosque fue tan fuerte que tuve que hacer un verdadero esfuerzo por contener las palabras que acudían en tropel a mis labios.

Si por «creer» se está refiriendo a «creer en su posible existencia», le digo que sí. Ya que en lo que respecta a su existencia real, naturalmente, se necesitarían pruebas.

Decía usted, el otro día –continuó ella–, que aceptaría cualquier cosa, para la que hubiera indicios suficientes, que no fuese a priori imposible. Y me parece que mencionó los fantasmas como ejemplo de un fenómeno probable. ¿Serían las hadas otro caso?

Así lo creo. –Me costó reprimir nuevamente el deseo de añadir más, pero aún no estaba seguro de que mi interlocutora fuese a aceptar mi confesión.

¿Y tiene usted alguna teoría sobre qué tipo de lugar ocuparían en la Creación? ¡Dígame qué piensa acerca de ellas! ¿Tendrían, por ejemplo, suponiendo que tales seres existieran, responsabilidad moral de alguna clase? Quiero decir –su tono jocoso y despreocupado cambió de súbito a uno profundamente serio–, ¿serían capaces de pecar?

Pueden razonar, quizás a un nivel inferior al de los hombres y las mujeres; nunca por encima, pienso yo, de las facultades de un niño; y, con absoluta seguridad, poseen sentido de la moral. Sería absurdo que existiera un ser así sin libre albedrío. De manera que ello me induce a concluir que tienen la capacidad de pecar.

¿Cree, pues, en las hadas? –exclamó encantada, haciendo un repentino ademán, como si fuese a batir palmas–. Entonces, dígame, ¿qué razones tiene para ello?

Yo me resistía todavía a llevar a cabo la revelación que, estaba convencido, se acercaba.

Creo que hay vida en todas partes, no únicamente material, no sólo aquella palpable a nuestros sentidos, sino también inmaterial e invisible. Creemos en nuestra propia esencia inmaterial, llámela «alma», o «espíritu», o como prefiera. ¿Por qué no iban a existir otras esencias similares a nuestro alrededor, no ligadas a un cuerpo visible y material? ¿No creó Dios este enjambre de alegres abejas para que danzaran bajo este sol durante una hora de gozo, sin otro objeto, que podamos concebir, que el de aumentar la felicidad general que sentimos?

A burrice de todo metafísico é sempre esta palavra: fim.

Lady Muriel no hizo más preguntas. Continuó andando en silencio a mi lado, con la cabeza baja y las manos fuertemente entrelazadas. Se limitó, en tanto progresaba mi relato, a realizar alguna que otra inspiración brusca y superficial, como una niña que jadeara de gozo. Y le dije que nunca antes le había revelado a nadie ni en susurros mi doble vida, y mucho menos (pues la mía podría haber pasado por una ensoñación diurna) la doble vida de esos 2 adorables niños.

Y cuando le hablé de las locas travesuras de Bruno, se echó a reír de manera alegre; y cuando le hablé de la dulzura de Silvia, de su generosidad absoluta y su amor sin reservas, inspiró hondo, como alguien que recibe al fin unas preciosas noticias por las que el corazón ha suspirado largo tiempo; y por sus mejillas resbalaron lágrimas de felicidad, que se perseguían unas a otras.” O estágio da filha, princesa fada, pelo mundo humano terminou, teria dito seu pai e rei.

He sentido muchas veces el intenso deseo de encontrarme con un ángel –susurró, en voz tan baja que apenas alcanzaba a oírla–. ¡Me alegro tanto de haber conocido a Silvia! Quedé prendada de esa niña desde el primer momento en que la vi… ¡Escuche! –se interrumpió bruscamente–. ¡Es Silvia cantando! ¡Estoy segura! ¿No reconoce su voz?

He oído cantar a Bruno, más de una vez –dije–, pero nunca a Silvia.

Yo sólo la he oído en una ocasión –repuso lady Muriel–. Fue el día que usted nos trajo aquellas misteriosas flores. Los niños habían salido corriendo al jardín, y yo vi a Eric venir en esa dirección, y me acerqué a la ventana para saludarlo; Silvia estaba cantando, bajo los árboles, una canción que jamás había oído. La letra era algo así: «Creo que es amor, siento que es amor». Su voz sonaba muy lejana, como en un sueño, pero era tan hermosa que no podía expresarse con palabras… tan dulce como la primera sonrisa de un bebé, o el primer destello de los blancos acantilados de Dover cuando uno regresa al hogar tras años llenos de tedio… una voz que parecía inundarlo a uno de paz y pensamientos divinos… ¡Escuche! –exclamó, interrumpiéndose otra vez por la emoción–. ¡Esa es su voz, y se trata de la misma canción!

Nos quedamos totalmente callados, y un instante después los 2 niños aparecieron, dirigiéndose directamente hacia nosotros a través de un paso con forma de arco entre los árboles. Cada uno rodeaba al otro con un brazo, y el sol poniente dibujaba un halo dorado en torno a sus cabezas, como los que uno ve en las imágenes de los santos. Estaban mirando en nuestra dirección, pero era evidente que no nos veían, y no tardé en percatarme de que lady Muriel había entrado por una vez en un estado bien conocido por mí, y en el que ahora los 2 nos encontrábamos, el de «inquietud»; y de que, aunque nosotros pudiésemos ver perfectamente a los niños, éramos totalmente invisibles para ellos.”

Dime: ¿cuál es el hechizo, cuando sus polluelos pían,

que incita al ave a volver a su nido?

¿O despierta a la cansada madre, cuyo bebé se desgañita,

para acunarlo hasta que se ha dormido?

¿Qué magia actúa sobre el infante, radiante de alegría,

que lo mueve a emitir gorgoritos?

Acto seguido tuvo lugar la más extraña de todas las experiencias extrañas que marcaron el maravilloso año cuya historia estoy escribiendo: la experiencia de oír cantar a Silvia por primera vez. Su parte era muy breve –apenas unas pocas palabras–, la cual entonó de una forma tímida, y realmente bajísima, casi inaudible, pero la dulzura de su voz resultaba simplemente indescriptible; nunca había oído sobre la faz de la tierra una música como aquella.”

Es un secreto; nadie sabe cómo vino, ni cómo marchó:

¡pero el nombre del secreto es amor!”

¡Qué bonitósimo! –exclamó el pequeñín, al pasar los 2 por nuestro lado, tan cerca que nos retiramos un poco para dejarles sitio, y parecía que sólo teníamos que extender una mano para tocarlos, pero no hicimos el intento.

¡Es inútil que tratemos de detenerlos! –dije yo, mientras desaparecían en las sombras–. ¡Ni siquiera podían vernos!

¡Han salido de nuestras vidas! –Exhaló otro suspiro; y los 2 guardamos silencio hasta que salimos al camino principal, en un punto cercano a mi alojamiento.”

¡Buenas noches, querido amigo! Que nos veamos pronto… ¡y a menudo! –añadió con una afectuosa calidez que me llegó al corazón–. ¡«Pues pocos son aquellos a los que estimamos!»

¡Buenas noches! –repuse–. Tennyson dijo eso de un amigo más digno que yo(*).

¡Tennyson no tenía ni idea! –replicó ella descaradamente, con un toque de su antigua jovialidad infantil; después nos separamos.

(*) En su poema To the Rev. F. D. Maurice («Al reverendo F. D. Maurice»). [N. del T.]”

* * *

¿Estará Uggug en el banquete? –preguntó Bruno. Ambos niños parecieron intranquilizarse ante la sombría alusión.

¡Pues claro! –rio el profesor suavemente–. ¿Acaso no sabéis que es su cumpleaños? Se brindará a su salud y todo eso. ¿Qué sería el banquete sin él?

Muchósimo más agdadable –dijo Bruno. Pero lo dijo apenas en un susurro, y nadie excepto Silvia lo oyó.

El profesor volvió a reír.

Primero tendrá lugar la charla –explicó–. Es algo en lo que insiste la emperatriz. Dice que la gente comerá tanto en el banquete que tendrá demasiado sueño para atender en caso de que fuese después, y quizá tenga razón. Habrá un pequeño refrigerio, nada más llegar la gente; una especie de sorpresa para la emperatriz, ¿sabéis? Desde que ya no es… bueno, tan inteligente como antes… hemos creído aconsejable preparar pequeñas sorpresas para ella. Luego viene la charla…”

¡Hoy es el día de la medicina! Sólo administramos medicamentos una vez por semana. ¡Si empezásemos a hacerlo a diario, los frascos no tardarían en quedar vacíos!”

¿Qué?, ¡enfermar el día equivocado! –exclamó el profesor–. ¡Oh, eso sería inaceptable! ¡Un criado que se pusiera enfermo el día equivocado sería despedido fulminantemente! Esta es la medicina para hoy –prosiguió, bajando un gran frasco de un estante–. Yo mismo hice el preparado esta mañana temprano. ¡Pruébalo! –dijo, tendiéndole el frasco a Bruno–. ¡Moja el dedo y pruébalo!

¿Que está asqueroso? –repuso el profesor–. ¡Naturalmente! ¿Qué sería la medicina, si no estuviese asquerosa?

Agdadable –apuntó Bruno.

Me disponía a decir… –dijo el profesor de manera titubeante, bastante sorprendido por la pronta réplica de Bruno– ¡que eso sería inaceptable! La medicina ha de saber mal, ¿sabes? Tenga la bondad de llevar este frasco al comedor de la servidumbre –le dijo al lacayo que contestó a la campanilla–, y dígales que es su medicina para hoy.

¿Quién debe tomarla? –preguntó el lacayo, mientras se llevaba el frasco.

¡Oh, aún no lo he decidido! –respondió el profesor con energía–. Iré enseguida a resolverlo. En cualquier caso, ¡dígales que esperen hasta que yo llegue! ¡Es realmente maravilloso –dijo, girándose hacia los niños– el éxito que he tenido en la cura de enfermedades! Estas son algunas de mis notas. –Cogió del estante una pila de papelitos, sujetos en grupos de 2 y 3–. Mirad, por ejemplo, este caso: «Pinche número 13 recuperado de fiebre común, febris communis». Y ved lo que pone en la nota adjunta: «Administré al pinche número 13 una dosis doble de medicina». ¿No es algo de lo que enorgullecerse?

Uno puede conservar un medicamento durante años y años, ¡pero nadie quiere conservar jamás una enfermedad! Por cierto, venid a ver el estrado. El jardinero me pidió que fuera a comprobar si servía. Más vale que vayamos antes de que oscurezca.”

¡Un anciano! –gritó el profesor, en tanto cruzaba rápidamente la habitación con gran entusiasmo–. ¡Debe de ser el otro profesor, que se perdió hace muchísimo tiempo!

¡El banquete! –gritó el otro profesor, levantándose como un resorte y llenando la habitación con una nube de polvo–. En tal caso, más vale que vaya a… a pasarme un poco el cepillo. ¡Hay que ver cómo estoy!

¡Y ahí sigue todavía ese simpático jaddinero! –exclamó Bruno encantado cuando salíamos al jardín–. ¡Seguro que lleva cantando esa misma canción desde que nos fuimos!

¡Por supuesto que sí! –repuso el profesor–. Si dejara de hacerlo, no sería él, ¿sabes?

¿Y quién sería? –quiso saber Bruno, pero el profesor pensó que lo mejor era hacer oídos sordos a la pregunta–.

Es que quería saber qué comen los erizos, así que estoy reteniendo a este para ver si come patatas…

Sería mucho mejor que retuviera una patata –sugirió el profesor–, ¡y que viera si el erizo se la come!

¡Esa sería la forma correcta, sin duda! –exclamó el encantado jardinero–. ¿Vienen a ver el estrado?

…mas luego advirtió que eran

2 reglas de 3 seguidas.

«¡Y este gran misterio –dijo–

pa mí es claro como el día!»

Lleva meses enteros con esa canción –observó el profesor–. ¿Aún no ha terminado?

Sólo queda una estrofa –contestó el jardinero apenado. Y, con lágrimas resbalándole por las mejillas, cantó la estrofa final:

Creyó ver un argumento

que en papa lo convertía:

mas luego advirtió que era

de jabón una pastilla.

«¡Algo tan horrendo –dijo–

mis esperanzas fulmina!»

Ahogándose en sollozos, el jardinero corrió a adelantarse unos metros respecto a los demás, con objeto de ocultar su emoción.”

¡Oh, desde luego! –dijo el profesor–. Esa canción es la historia de su vida, ¿sabes?

Lágrimas provocadas por una compasión siempre a flor de piel relucieron en los ojos de Bruno.

¡Me da muchósima pena que no sea el papa! –dijo–. ¿A ti no, Silvia?

Bueno… no estoy segura –repuso Silvia de manera muy vaga–. ¿Eso le alegraría? –preguntó al profesor.

El que no se alegraría sería el papa –observó este–. ¿No es precioso el estrado? –inquirió, cuando entramos en el pabellón.

Bueno, no es exactamente una charla sobre magia –dijo el profesor, a la vez que colocaba unas cuantas máquinas de aspecto curioso sobre la mesa–. De todos modos, ¿qué sabes hacer? ¿Alguna vez has traspasado una tabla, por ejemplo?

¡Muchas veces! –respondió Bruno–. ¿No es ciedto, Silvia?

El profesor se sorprendió claramente, aunque trató de disimularlo.

Eso debe ser estudiado –murmuró para sí, mientras sacaba una libreta de notas–. Lo primero… ¿qué tipo de tabla?

¡Díselo! –le susurró Bruno a Silvia, abrazándose a su cuello.

Díselo tú –contestó Silvia.

No puedo –dijo Bruno–. Es una palabda espinosa.

¡Tonterías! –rio Silvia–. Eres capaz de decirla sin problemas, si haces el esfuerzo. ¡Vamos!

Multi… –lo intentó Bruno–. Empieza así.

¿De qué habla? –exclamó el confundido profesor.

Se refiere a que ha repasado muchas veces la tabla de multiplicación –explicó Silvia.

El profesor puso cara de indignación y volvió a cerrar su libreta.

Oh, pero eso es otra cosa totalmente distinta –dijo.

Es un montón muy gdandísimo de otdas cosas –matizó Bruno–. ¿A que sí, Silvia?

Un estrepitoso toque de trompetas interrumpió aquella conversación.

Me sorprendió enormemente el gran cambio que unos pocos meses habían obrado en los rostros de la pareja imperial. Una mirada perdida constituía ahora la expresión usual del emperador, mientras que en el rostro de la emperatriz aparecía y desaparecía, de manera intermitente, una sonrisa sin sentido.”

¡Una mesa corriente de caoba! –gruñó, señalándola desdeñosamente con el pulgar–. ¿Por qué no se fabricó de oro, me gustaría saber?”

¡Y luego está el bizcocho! ¡De pasas corrientes y molientes! ¡Por qué no se elaboró de… de… –Se produjo otra interrupción–. ¡Y el vino! ¡Un simple madeira de toda la vida! ¿Por qué no…? ¡Y esta silla! Eso es lo peor de todo. ¿Por qué no fue un trono? Las otras omisiones podrían disculparse, ¡pero lo de la silla es inaceptable!

¡Lo que yo no puedo aceptar –terció la emperatriz, en exaltada sintonía con su furioso marido– es la mesa!

¡Bah! –soltó el emperador.

¡Es algo muy lamentable! –repuso con suavidad el profesor, en cuanto tuvo ocasión de hablar. Tras pensarlo un momento, reforzó el comentario–: ¡Todo –añadió, dirigiéndose a la concurrencia en general– es muy lamentable!

¡Cuente unos chistes, profesor, ya sabe… sólo para que la gente se relaje y se sienta cómoda!

¡Cierto, cierto, señora! –contestó con docilidad el profesor–. Este muchachito…

¡No haga ningún chiste sobde mí, pod favod! –exclamó Bruno, al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas.

No lo haré si no quieres –dijo el bondadoso profesor–. Era sólo algo sobre una misión de infante-ría: un juego de palabras inofensivo… pero es igual. –Entonces se volvió hacia la multitud y se dirigió a ellos en voz alta–: ¡Siéntanse como 6! –voceó–. ¡Como 5! ¡Como 4! ¡Y como 3! ¡Entonces se sentirán como 2!

Hubo una sonora carcajada por parte de todos los asistentes, y después un gran número de susurros confundidos: «¿Qué ha dicho? Algo sobre comer, me parece…».

Que traigan unas espinacas, profesor, ya sabe, para sorprender a los invitados.

Si quiere sodpdended a la gente –apuntó Bruno–, debería ponedles danas vivas en la espalda.

Pero la emperatriz ya había comido bastante y, de algún modo –no pude percatarme del proceso exacto–, todos nos vimos entonces en el pabellón, cuando el profesor se disponía a dar comienzo a la largamente esperada charla.

En ciencia… de hecho, en la mayoría de las cosas… normalmente es mejor empezar por el principio. En algunas, por supuesto, es mejor empezar por el otro extremo. Por ejemplo, si uno quisiera pintar un perro de verde, lo más conveniente sería quizá empezar por la cola, ya que por ese lado no muerde. De modo que…

¿Puedo ayudadle? –interrumpió Bruno.

¡A pintad un pero de vedde! –exclamó Bruno–. ¡Usted puede empezad con la boca, y yo…!

Un axioma, como saben, es algo que uno acepta sin contradicción. Por ejemplo, si yo dijese: «¡Aquí estamos!», sería aceptado sin oposición alguna, y es una buena forma de empezar una conversación. De manera que eso sería un axioma. O, de nuevo, suponiendo que yo dijese: «¡Aquí no estamos!», eso sería…

¡… una bola! –gritó Bruno.

¡Oh, Bruno! –dijo Silvia, en un susurro de amonestación–. ¡Pues claro que sería un axioma, si el profesor lo dijera!

Tal vez fuese un «aquí-asoma» –replicó Bruno–, ¡pero no sería veddad!”

Por ejemplo, tomen el axioma: «Nada es mayor que sí mismo»; esto es, «Nada puede contenerse a sí mismo». Cuántas veces se oye decir a la gente: «Estaba tan alterado, que era absolutamente incapaz de contenerse». ¡Pues claro que era incapaz! ¡El que estuviera alterado no tenía nada que ver en ello!

¡Escuche una cosa! –saltó el emperador, que estaba empezando a ponerse un poco nervioso–. ¿Cuántos axiomas nos va a enunciar? A este ritmo, ¡no llegaremos a los experimentos hasta dentro de una semana!”

Sólo hay –consultó nuevamente sus notas– 2 más que sean realmente necesarios.

Pues léalos y pasemos a los especímenes –refunfuñó el emperador.

El primer axioma –leyó en voz alta el profesor con gran premura– consta de las siguientes palabras: «Lo que es, es». Y el segundo, de estas otras: «Lo que no es, no es». Ahora vamos a pasar a los especímenes. La primera bandeja contiene cristales y otras cosas. –Acercó esta hacia sí y volvió a consultar su libreta–. Algunas de las etiquetas, debido a una adhesión insuficiente… –Entonces calló otra vez, y examinó cuidadosamente la página con sus gemelos–. No puedo leer el resto de la frase –dijo finalmente–, pero lo que dice es que las etiquetas se han despegado, y las cosas, mezclado…

¡Deje que yo las vuelva a pegad! –gritó Bruno con entusiasmo, el cual empezó a lamer las etiquetas como si fuesen sellos postales y a colocarlas en los cristales y las demás cosas. Pero el profesor corrió a apartar la bandeja lejos de su alcance.

¡Podrían acabar pegadas en los especímenes equivocados!, ¿sabes?”

Nuestro primer espécimen –anunció, mientras colocaba el frasco delante del resto de cosas– es… es decir, se llama… –entonces lo levantó, y volvió a examinar la etiqueta, como si pensara que a lo mejor había cambiado desde la última vez que la miró– se llama aqua pura, agua corriente, el fluido que anima…

¡Hip, hip…! –empezó a entonar el jefe de cocina entusiásticamente.

¡… pero no embriaga! –se apresuró en continuar el profesor, a tiempo de detener por poco el «¡Hurra!» que estaba iniciándose.

En aquel momento le hizo una seña al jardinero para que subiera al estrado, y con su ayuda empezó a montar lo que parecía una enorme caseta para perros, de la que salían proyectados por ambos lados unos tubos cortos.

Pero ya hemos visto elefantes con anterioridad –refunfuñó el emperador.

Sí, ¡pero no a través de un megaloscopio! –repuso el profesor exaltado–. Ustedes saben que no pueden ver una pulga, como es debido, sin una lente de aumentos… lo que llamamos un «microscopio». Pues bien, exactamente del mismo modo, uno no puede ver un elefante como es debido sin una lente de reducción. Hay una en cada uno de estos pequeños tubos. ¡Y esto es un megaloscopio! El jardinero traerá a continuación el siguiente espécimen. Retiren por favor ambas cortinas, en aquel extremo de allí, ¡y abran paso al elefante!

«¡Creyó ver un elefante, que alto un pífano tocaba!». Hubo un momentáneo silencio, y entonces su áspera voz volvió a oírse en la distancia: «’Mas luego…’, ¡venga, arriba! ‘Mas luego advirtió que era…’, ¡so!, ‘que era, de su esposa, una…’ ¡abran paso, que viene!».

Y entró marchando o bamboleándose –difícil decir qué palabra es la correcta– un elefante, sobre sus patas traseras, mientras tocaba y sujetaba con las delanteras un pífano gigantesco.”

¡El espécimen está ahora listo para su observación! –proclamó–. ¡Es exactamente del tamaño de un ratón común: Mus communis!

Es muy pequeño –dijo con voz grave–. Más de lo que suelen serlo los elefantes, ¿me equivoco?

El profesor dio un brinco de gozosa sorpresa.

¡Su alteza imperial ha hecho una observación perfectamente lógica!”

¡Mantengan cerrada la puerta del microscopio! –gritó–. ¡Si la criatura escapase, con este tamaño…! –Pero el daño ya estaba hecho. La puerta se había abierto de golpe, y un momento después el monstruo andaba suelto, pisoteando a los aterrorizados espectadores, que no paraban de lanzar chillidos.

Pero el profesor no perdió su aplomo.

¡Descorred esas cortinas! –gritó. Y así se hizo. El monstruo juntó sus patas, y de un tremendo salto desapareció en el cielo.

¿Dónde está? –inquirió el emperador, frotándose los ojos.

En la provincia de al lado, me imagino –respondió el profesor–. ¡Habrá salvado como mínimo 5 millas con ese salto! Lo siguiente es explicar uno o 2 procesos. Pero veo que apenas tengo sitio para maniobrar… la criaturita está relativamente en medio…

Nuestro segundo experimento –anunció el profesor, mientras Bruno regresaba a su asiento, frotándose aún los codos ensimismado– es la producción de ese fenómeno apenas-visto-pero-que-seráenormemente- admirado: ¡la luz negra! Ustedes han contemplado la luz blanca, la roja, la verde, etcétera, ¡pero nunca, hasta este día maravilloso, han contemplado ojos distintos a los míos la luz negra! Esta caja –indicó, levantando el objeto con cuidado de la mesa, tras lo cual lo cubrió con un montón de mantas– está totalmente repleta de ella. Lo logré de la siguiente manera: metí una vela encendida en un armario a oscuras y cerré la puerta. Naturalmente, este estaba en ese momento lleno de luz amarilla. Luego cogí un bote de tinta negra y lo vertí sobre la vela y, para mi deleite, ¡cada chispa de luz amarilla pasó a ser negra! ¡Ese fue sin duda el momento de mayor orgullo de mi vida! Entonces llené una caja con ella. Y ahora… ¿querría alguien asomarse debajo de las mantas para verla?

¿Qué has visto en la caja? –lo interrogó Silvia.

¡Nada! –respondió Bruno con pesar–. ¡Estaba demasiado oscuro!

¡Ha descrito a la perfección el aspecto de la luz negra! –exclamó el profesor con entusiasmo–. Esta y la nada resultan tan extremadamente similares, a primera vista, ¡que no me extraña que no haya logrado distinguirlas! Procederemos ahora al tercer experimento.

¿Cuánto hemos de esperar? –gruñó el emperador.

El profesor miró su reloj.

Bueno, creo que bastarán mil años para empezar –dijo–. Entonces liberaremos cuidadosamente la pesa y, si todavía muestra (como quizá sea el caso) una ligera tendencia a caer, la engancharemos otra vez a la cadena, y la dejaremos durante 8 mil años.

La emperatriz experimentó entonces uno de esos destellos de sentido común que sorprendían a todos los que la rodeaban.

Entretanto habrá tiempo para otro experimento –señaló.

¡Desde luego! –exclamó el encantado profesor–. Volvamos al estrado y pasemos al cuarto experimento.

»Para este último experimento, tomaré un cierto álcali, o ácido, no recuerdo qué. Ahora verán lo que ocurre cuando lo mezclo con un poco de… –cogió en ese momento un frasco y lo miró con aire dubitativo– cuando lo mezclo con… con algo…

El emperador interrumpió entonces:

¿Cuál es el nombre de la sustancia? –preguntó.

No me acuerdo –se disculpó el profesor– y se le ha caído la etiqueta. –Vació rápidamente el frasco en el otro y, con una tremenda explosión, ambos volaron en pedazos, perturbando todos los aparatos, e inundando el pabellón con un denso humo negro. Yo me levanté al instante, aterrado, y… y me vi de pie frente a mi solitaria chimenea, donde el atizador, tras caer finalmente de la mano del durmiente, había tirado las tenazas y el recogedor, y sacudido la tetera, lo cual había llenado el aire de nubes de vapor. Con un suspiro de cansancio, me encaminé hacia la cama.

Me alegro de verlo tan animado –comencé por decir–. La última vez, recuerdo, pasaba casualmente por aquí justo cuando lady Muriel salía de la casa. ¿Sigue ella viniendo a visitarlo?

Sí –repuso de forma pausada–. No s’ha olvidao de mí. No pierdo de vista su guapa cara muchos días seguíos. Bien m’acuerdo de la primera ve que vino, despué de vernos en la’stación de tren. Me dijo que vendría pa compensarme. ¡Dulce chiquilla! ¡Imagínese! ¡Pa compensarme!

Péssima tradução de um “sotaque” rural.

Pasó lo siguiente, ¿sabe? Tábamos los dos esperando’l tren en la’stación. Y yo m’había sentao n’el banco. Y el jefe’stación vie y me manda a paseo… pa que la dama puea sentarse, ¿entiende?

Lo recuerdo todo –asentí–. Yo estaba allí ese día.

Minnie era mi nieta, señó, que vivía conmigo. Murió hace cosa d’un par de mese, quizá 3. Era una linda chiquilla, y buena, también. ¡Ah, pero la vía s’hace rara y solitaria sin ella!”

Así que dice: «¡Haga como que soy su Minnie!», dice. «¿No le preparaba Minnie el té?» «Sí», le digo yo. Y prepara el té. «¿Y no l’encendía Minnie la pipa?», dice luego. «Sí», contesto. Y me enciende la pipa. «¿Y no le sacaba Minnie el té al porche?» Y yo digo: «Bonita», le digo, «¡me parece qu’eres ella!». Y s’echa a llorá un poco. Los dos lloramo un poco…

«El resultado de esa combinación, tal vez se hayan dado cuenta, ¡ha sido una explosión! ¿Quieren que repita el experimento?»

El otro profesor entró leyendo un gran libro que sujetaba justo frente a sus ojos. Un resultado de que no fuese mirando por dónde iba fue que tropezó, mientras cruzaba el salón, salió por los aires, y cayó pesadamente de bruces en mitad de la mesa.”

Si no me tropezara, no sería yo –dijo el otro profesor.

El profesor puso cara de gran horror.

¡Oh, Bruno! –Esto era un susurro por parte de Silvia–. ¡No es de buena educación pedir un plato antes de que esté servido! Su hermano le respondió de la misma forma.

Pero a lo mejod me olvido de pedidlo, cuando llegue, ¿sabes?; a veces sí que me olvido de cosas –agregó, al ver que Silvia se disponía a susurrarle algo más.

Y esta última no osó contradecir aquella afirmación.

Para entonces, un camarero le había servido a Bruno un plato lleno de algo, lo cual hizo que se olvidara del pudin de pasas.

Otra ventaja de las cenas de gala –explicó el profesor alegremente, para quien quisiera escucharle– es que lo ayuda a uno a ver a sus amigos. Si quieres ver a un hombre, ofrécele algo de comer. Con los ratones pasa lo mismo.”

Hace mucho calor en la sala, con toda esta gente –le comentó el profesor a Silvia–. Me pregunto por qué no ponen algunos bloques de hielo en la chimenea. Uno la llena de carbón en el invierno, ya sabes, y se sienta en torno a ella para disfrutar del calor. ¡Qué agradable sería llenarla de hielo y hacer lo mismo con el fresquito!

A pesar del calor que hacía, la idea le provocó un ligero escalofrío a Silvia.

Hace mucho frío fuera –señaló–. Hoy casi se me congelan los pies.

¡Eso es culpa del zapatero! –repuso con jovialidad el profesor–. ¡Cuántas veces habré tenido que explicarle que debería hacer botas con pequeños soportes de hierro bajo las suelas, para instalar candiles! Pero nunca piensa. Nadie tendría frío, si tan sólo atendieran a esos pequeños detalles. Yo mismo siempre utilizo tinta caliente en invierno. ¡A poca gente se le ocurre alguna vez! ¡Con lo simple que es!

¡Qué gato más gordo! –exclamó el lord canciller, inclinándose por delante del profesor para dirigirse a su pequeño vecino de asiento–. ¡Es totalmente asombroso!

Era tdemendamente goddo al entdad –dijo Bruno–, así que sería muchósimo más asombdoso que adelgazara en un momento.

¿Y esa fue la razón, supongo –planteó el lord canciller–, de que no le dieras el resto de la leche?

No –negó Bruno–. Fue pod una dazón mejod. ¡Le quité el platito podque no le estaba gustando nada!

A mí no me lo parece –apuntó el lord canciller–. ¿Qué te hizo pensar eso?

Podque gduñía con la gadganta.

¡Oh, Bruno! –exclamó Silvia–. ¡Así es como expresan los gatos que están contentos!

Bruno no parecía convencido.

No es buen modo –objetó–. ¡Tú no decirías que estoy contento, si hiciera ese duido con la gadganta!

¡Qué niño más singular! –musitó para sí mismo el lord canciller, pero Bruno lo había oído.

¿Qué significa «un niño singulad»? –le susurró a Silvia.

Significa «un» niño –le contestó Silvia, también susurrando–. Y «plural» significa 2 o 3.

Entonces me alegdo muy muchósimo de sed un niño singulad –declaró Bruno con gran énfasis–. ¡Sería horible sed 2 o tdes niños! ¿Y si no jugaran conmigo?

¿Por qué deberían hacerlo? –planteó el otro profesor, despertando repentinamente de un profundo ensimismamiento–. Es posible que estuviesen dormidos, ¿sabes?¹

¹ Possível influencia sobre Blackbeard em One Piece?!

Los niños no se van a dormir todos a la vez, ¿sabes? Con lo que estos muchachos… ¿pero de quién estás hablando?”

Ya no queda nada por hacer, ¿verdad?

Bueno, la cena aún no ha terminado –recordó el profesor con una sonrisa de desconcierto–, ni el calor que hemos de soportar. Espero que disfrute de la cena, aunque sepa a poco, y que no le importe el calor, aunque sepa a mucho.

¡Oh, eso pasa por acidente, en dealidad! –empezó a argumentar Bruno, con tanta vehemencia, que era obvio que ya le había planteado aquella misma dificultad al gato–. Me lo ha esplicado todo, mientdas se bebía la leche. Dijo: «Les enseño a los datones juegos nuevos, y a ellos les encanta». Y luego: «A veces pasan acidentes, y los datones se matan a sí mismos». Y luego: «Siempde me da muchósima pena, cuando sucede». Y luego…

Si le diera tantísima pena –terció Silvia, con cierto desdén–, ¡no se comería a los ratones después de haberse matado a sí mismos!

Pero era obvio que también esta dificultad había sido tenida en cuenta en la exhaustiva discusión ética que acababa de tener lugar.

«Los datones muedtos nunca ponen ojeciones a que se los coman»

«No tiene sentido despeddiciad unos buenos datones»

¡No ha tenido tiempo de decir tantas cosas! –interrumpió Silvia en tono indignado.

¡No sabes cómo hablan los gatos! –replicó Bruno desdeñosamente–. ¡Lo hacen muy dapidísimo!

¡Caramba, casi me olvido de la parte más importante del acto! El otro profesor ha de recitar un cerdo de un cuento… quiero decir, un cuento de un cerdo –se corrigió a sí mismo–. Tiene unas estrofas introductorias al principio, y al final.

No puede tener estrofas introductorias al final, ¿o sí? –dijo Silvia.

Espera a escucharlo –la instó el profesor–, entonces lo entenderás. No estoy seguro de que no tenga también alguna por la mitad. –Se puso en pie en ese momento, y se produjo un silencio instantáneo en todo el salón de banquetes; evidentemente, esperaban un discurso.

Los pajarillos enseñan

a sonreír a unos tigres,

de cualquier malicia libres;

sonreír sin doblez, digo,

con la boca en semicírculo:

esa es la forma admisible.”

Jamás conocí a un cerdo tan grueso,

que se bamboleara tanto al andar,

y que pudiese, por mucho que lo intentara,

¡hacer algo semejante a saltar!”

Cuando el otro profesor terminó de recitar esta última estrofa, cruzó el salón hasta la chimenea y metió la cabeza por el conducto. Al hacerlo, perdió el equilibrio, cayó de cráneo en la parrilla vacía y quedó tan firmemente atascado en ella que llevó cierto tiempo conseguir sacarlo de allí. —Cdeí que quería ved cuánta gente había dentdo de la chibenea –había tenido tiempo de decir Bruno.”

¡Se le debe de haber quedado la cara negra! –señaló la emperatriz con preocupación–. ¿Quiere que mande traer un poco de jabón?

No, gracias –rechazó el ofrecimiento el otro profesor, manteniendo la cara girada hacia otro lado–. El negro es un color totalmente respetable. Además, el jabón sería inútil sin agua…

Los pajarillos escriben

libros de gran interés,

lectura para los chefs;

lectura, digo, no asados:

el texto, si está tostado,

deja de verse tan bien.”

¡Qué historia más tdiste! –dijo Bruno–. Empieza tdiste, y acaba más tdiste aún. Cdeo que voy a llorad. Silvia, déjame tu pañuelo, pod favod.

No lo tengo aquí –susurró Silvia.

Entonces, no lloraré –declaró Bruno valientemente.

¡Bueno, bueno! –dijo–. ¡Prueba un poco de vino de primavera! –Llenó un vaso y se lo dio a Bruno–. ¡Bebe esto, bonito, y ya no serás el mismo!

¿Quién seré? –preguntó Bruno, deteniéndose cuando se lo llevaba a los labios.

¿Por qué has de meter siempre criaturas en las historias? –preguntó el profesor–. ¿Por qué no introduces acontecimientos, o circunstancias?

Había una vez una coincidencia dando un paseo con un pequeño accidente, y se encontraron con una explicación, una explicación viejísima, tan vieja que iba completamente doblada sobre sí misma, y parecía más un enigma… –Cesó repentinamente su relato.

¡Por favor, siga! –exclamaron ambos niños. El profesor se sinceró:

Me resulta muy difícil inventar una historia de ese tipo. ¿Qué tal si Bruno cuenta una primero?

Los pajarillos ocultan

sus crímenes en carteras,

y de ciervos connivencia;

connivencia y luego palos,

pues acaban devorados

si la memoria flaquea.”

¡Beban a la salud del emperador! –Un gorgoteo generalizado resonó por todo el salón–. ¡Tres hurras por el emperador! –Este anuncio se vio seguido por el murmullo más débil posible, y el canciller, con una presencia de ánimo admirable, proclamó inmediatamente–: ¡El emperador va a hablar!”

Pese a mi escasa disposición a ser el emperador… dado que todos así lo deseáis… ya sabéis lo mal que el difunto rector manejaba las cosas… con semejante entusiasmo como habéis mostrado… él os perseguía… os cobraba demasiados impuestos… sabéis quién es el más indicado para ser emperador… mi hermano carecía de sentido común…

Cuánto podría haber durado aquel curioso discurso resulta imposible de decir, pues justo en ese momento un huracán sacudió el palacio hasta los cimientos, abriendo de golpe las ventanas, apagando algunas de las lámparas y llenando el aire de nubes de polvo, las cuales adoptaban formas extrañas y parecían formar palabras.

Pero la tormenta amainó tan súbitamente como se había levantado: las ventanas volvieron a cerrarse; el polvo desapareció; todo estaba como un instante antes… a excepción del emperador y la emperatriz, en los cuales se había producido un cambio maravilloso. La mirada perdida y la sonrisa sin sentido se habían esfumado: todos podían ver que estos dos extraños seres habían recobrado el juicio.

Y nos hemos comportado, mi esposa y yo, como dos bellacos redomados. No merecemos mejor calificativo. Cuando mi hermano se marchó, perdisteis al mejor rector que habéis tenido jamás. Y yo he hecho todo lo posible, pues soy un maldito hipócrita, para lograr con argucias que me convirtierais en emperador. ¡A mí! ¡Alguien que apenas tiene cerebro para ser limpiabotas!

El lord canciller se retorció las manos con desesperación.

¡Está loco, buenos señores! –había empezado a decir. Pero el emperador y él dejaron repentinamente de hablar… y, en mitad del silencio absoluto que siguió, se oyó que alguien llamaba a la puerta principal.

Se trataba desde luego de una visión lastimosa: los harapos que colgaban de su cuerpo estaban totalmente salpicados de barro; su cabello cano y su larga barba se encontraban salvajemente revueltos. Aun así, caminaba erguido, con paso majestuoso, como si estuviese acostumbrado a impartir órdenes, y, lo que resultaba más extraño de todo, Silvia y Bruno lo acompañaban, aferrados a sus manos y mirándolo con mudas expresiones de amor.”

Para su completo asombro, el emperador se arrodilló al acercarse el pordiosero, y con la cabeza inclinada murmuró:

¡Perdónanos!

¡Perdónanos! –repitió de manera dócil la emperatriz, al tiempo que se arrodillaba al lado de su esposo.

El paria sonrió.

¡Levantaos! –dijo–. ¡Os perdono! –Y la gente vio maravillada que se había producido un cambio en el viejo pordiosero, a la vez que hablaba. Lo que hasta entonces habían parecido mugrientos andrajos y manchas de barro resultaron ser en realidad atavíos reales, con bordados de oro y centelleantes gemas. Todos lo reconocieron entonces, e hicieron una reverencia ante el hermano mayor, y auténtico rector.

»¡Hermano mío y cuñada mía! –empezó a decir este último, con una voz clara que se escuchó en todo el vasto salón–. No vengo a molestaros. Sigue gobernando, como emperador, y hazlo sabiamente. Pues he sido elegido rey de Elfolandia. Mañana regreso allí, y no abandonaré el reino, salvo para… para… –Le tembló la voz y, con una expresión de inefable ternura, colocó sus manos en silencio sobre las cabezas de los 2 niños que lo flanqueaban, agarrados a él.”

¡Dios santo! ¡Todo el mundo se había olvidado del príncipe Uggug!”

Permitid que os lo explique. Sin-cuidado y Cuidados eran dos hermanos gemelos. Cuidados, como sabéis por el refrán, mató al asno. Y detuvieron por equivocación a Sin-cuidado, y fue a él a quien colgaron. De manera que Cuidados sigue vivo todavía. Pero vivir sin su hermano ha hecho de él alguien muy taciturno. Esa es la razón de que la gente diga: «¡Allá penas y Cuidados!».”

¡Gracias! –dijo Silvia efusivamente–. Es extremadamente interesantísimo. Tal como yo lo veo, ¡eso lo explica todo!

Bueno, todo todo no –replicó el profesor de manera modesta–. Hay 2 o 3 problemas científicos…

¿Qué impresión general te dio su obesidad imperial? –preguntó el emperador al jefe de su guardia.

Mi impresión fue que su obesidad imperial tiene cada vez más tendencia a…

¿A qué?

Todos aguardaron la siguiente palabra con el aliento contenido.

¡A pinchar!

¡Como desee su alteza! Su obesidad imperial es… –No logró articular ni una palabra más.

La emperatriz se levantó presa de una súbita preocupación.

¡Vayamos a buscarlo! –gritó. Y todo el mundo se dirigió en tromba hacia la puerta.

¡Preocupadín, majestad! –estaba diciendo–. ¡Eso es lo que está, no cabe duda!”

Puercoespín –dijo Silvia.

Nos levantamos con gran apremio y seguimos a los niños escaleras arriba. Nadie se percató en lo más mínimo de mi presencia, pero esto no me sorprendió en absoluto, ya que hacía largo rato que me había dado cuenta de que era totalmente invisible para todos ellos, hasta para Silvia y Bruno.”

Su voz era una especie de mezcla: había rugidos de león y bramidos de toro, y de vez en cuando un chillido como el de un loro gigante.”

¡Un puercoespín! ¡El príncipe Uggug se ha convertido en un puercoespín!

¡Un nuevo espécimen! –exclamó el encantado profesor–. Déjenme pasar, se lo ruego. ¡Debería ser catalogado de inmediato! Pero lo único que hicieron los hombres musculosos fue hacerle retroceder de un empujón.

¡Cómo que catalogarlo! ¿Es que quiere que lo devore? –gritaron.

¡Olvídese de especímenes, profesor! –dijo el emperador, abriéndose camino entre la multitud–. ¡Díganos cómo ponerlo a salvo!

¡Una jaula grande! –repuso de inmediato el profesor–. ¡Traed una jaula grande –indicó en general hacia la gente– con fuertes barrotes de acero y una reja levadiza como la de una trampa para ratones! ¿Alguien tiene a mano algo así, por un casual?

No parecía algo que nadie fuese a tener a mano y, sin embargo, le trajeron una en el acto; curiosamente, resultó que había una en mitad de la galería.

¡Colocadla de cara a la puerta, y subid la reja! –Esto se hizo en un momento.

»¡Ahora unas mantas! –voceó el profesor–. ¡Este es un experimento de lo más interesante!

¡El experimento ha sido un éxito! –proclamó–. Todo lo que hace falta ahora es darle de comer 3 veces al día, a base de zanahorias picadas y…

¡Olvídese por el momento de su comida! –lo interrumpió el emperador–. Volvamos al banquete. Hermano, tú primero, por favor. –Y el anciano, acompañado de sus hijos, encabezó el desfile de gente escaleras abajo.

¡Ahí tienes el destino de una vida sin amor! –le dijo a Bruno, mientras regresaban a sus sitios. A lo cual este contestó:

¡Yo siempde he querido a Silvia, así que nunca pincharé como lo hace él!

Ahora el príncipe Uggug pincha mucho, ciertamente –comentó el profesor, que había oído las últimas palabras–, pero por muy puercoespín que sea, ¡sigue teniendo sangre real! Una vez que acabe el festín, voy a llevarle un pequeño regalo… sólo para que se calme, ya sabéis; no es agradable vivir en una jaula.

¡Mi viejo enemigo! –gimió el profesor–. Lumbago, reumatismo, esas cosas. Creo que iré a tumbarme un rato. –Y salió renqueando del salón, bajo la compasiva mirada de los 2 niños.

¡No tardará en ponerse mejor! –dijo en tono jovial el rey elfo–. ¡Hermano! –agregó, girándose hacia el emperador–. Tengo algunos asuntos que discutir contigo esta noche. La emperatriz cuidará de los niños. –Y los 2 hermanos se marcharon juntos, cogidos del brazo.

A la emperatriz los niños le parecieron una compañía bastante triste. No sabían hablar de otra cosa que no fuera «el querido profesor» y «qué pena que esté tan malito», hasta que acabó por hacer la bien recibida propuesta: «¡Vayamos a verlo!».

Tenemos que llevarlo a pasar una temporada en la playa –dijo Silvia de manera tierna–. ¡Le hará muchísimo bien! ¡Y el océano es tan grandioso!

¡Pero una montaña lo es más! –opinó Bruno.

¿Qué tiene el mar de grandioso? –repuso el profesor–. ¡Pero si cabría dentro de una taza de té!

Sólo parte de él –lo corrigió Silvia.

Bueno, únicamente se necesitaría un cierto número de tazas de té para contenerlo todo. ¿Y dónde estaría entonces la grandiosidad? En cuanto a la montaña… ¡uno podría trasladarla entera en una carretilla, si se dispusiera de unos cuantos años!

Reducida a pedazos en la carretilla… no tendría un aspecto grandioso –admitió Silvia con franqueza.

Pero cuando los juntas otda vez… –empezó a decir Bruno.

Cuando seas mayor –saltó el profesor–, ¡sabrás que uno no puede recomponer montañas así como así! Uno vive y aprende, ¿sabes?

Pero no tiene pod qué hacedlo la misma pedsona, ¿no? –planteó Bruno–. ¿No vale con que yo viva y Silvia apdenda?

¡Yo no puedo aprender sin vivir! –protestó Silvia.

¡Pero yo puedo vivid sin apdended! –replicó Bruno–. ¡Sólo tienes que ponedme a pdueba!

¡Pero yo sé todo lo que sé! –insistió el pequeñín–. ¡Sé muchósimas cosas! Todo, escepto las cosas que no sé. Y Silvia sabe todo lo demás.

El profesor emitió un suspiro y se dio por vencido.

¿Sabes lo que es un boojum?

¡Sí lo sé! –gritó Bruno–. ¡Es eso que se come y se puede haced en el hodno o fuera de él!

Se refiere a un «bollo» –explicó Silvia en un susurro.

No puedes hacer un bollo fuera del horno –observó el profesor en tono suave.

Bruno rio con desvergüenza.

¡Seré yo quien le cuente una fáluba! –se lanzó Bruno a toda prisa–. Érase una vez una langosta, una uraca y un maquinista. Y la moraleja es que hay que acostumbdadse a maddugad…

¿Cuándo inventaste esa fábula? –quiso saber el profesor–. ¿La semana pasada?

¡No! –contestó Bruno–. ¡Hace muchósimo menos! ¡Pdueba otda vez!

No se me ocurre –se rindió el profesor–. ¿Hace cuánto?

¡Todavía no lo he hecho! –exclamó Bruno en actitud triunfante–. ¡Pero sí he inventado una genial! ¿Se la cuento?

Que o livro não possua uma moraleja para Bduno, isso me deixará aterradoramente triste! Um Uggug mais fofinho…

¿Pero cómo regresó a la repisa de la chimenea tras su primera caída? –preguntó la emperatriz. (Era la primera pregunta lógica que había formulado en toda su vida.)

* * *

Soy tan alegre como largo es el día, salvo cuando hay que meditar sobre alguna cuestión sumamente difícil.”

La nota contenía únicamente 5 palabras: «Venga inmediatamente, por favor. Muriel».”

«¡Se trata sólo de Eric Lindon, después de todo! –pensé, en parte aliviado y en parte irritado–. ¡Desde luego, no es razón para haberme hecho venir!»

«Los pasteles del funeral se sirvieron fríos en el banquete de bodas»

(Hamlet)

Sobraban más preguntas. La seguí al interior de la casa con expectación. Allí en la cama yacía –pálido y agotado, una simple sombra de su antiguo yo– ¡mi viejo amigo, regresado de entre los muertos!”

¡Arthur! –exclamé. Me vi incapaz de decir nada más.

¡Sí, he vuelto, viejo amigo! –dijo con un hilo de voz, y sonrió al cogerle yo la mano–. Él –añadió, señalando a Eric, que se encontraba allí al lado– me salvó la vida. Me trajo de regreso. ¡Después de a Dios, Muriel, esposa mía, es a él a quien debemos estar agradecidos!

Le estreché la mano a Eric en silencio, y luego al earl, y de común acuerdo nos trasladamos todos a la zona más oscura de la habitación, donde podíamos hablar sin molestar al inválido, que yacía, callado y feliz, sosteniendo la mano de su mujer y contemplándola con ojos que resplandecían con la firme e intensa luz del amor.”

«¡Y este era su rival! –pensé–. ¡El hombre que le había arrebatado el corazón de la mujer que amaba!»

pero no, aquello no eran en absoluto incoherencias producto del delirio.”

Aquella me pareció una buena oportunidad para escabullirme sin tener que hacerla pasar a ella por ninguna clase de despedida; de modo que, tras saludar al earl y a Eric con la cabeza, abandoné en silencio la habitación. Este último me siguió escaleras abajo y afuera, a la noche.

¿Vivirá? –le pregunté, tan pronto estuvimos lo bastante lejos de la casa como para poder hablar en un tono normal.

¡Vivirá! –respondió con un énfasis cargado de entusiasmo–. Los médicos están totalmente de acuerdo al respecto. Todo lo que necesita ahora, dicen, es reposo, tranquilidad absoluta y buenos cuidados. Para nada le faltarán reposo y tranquilidad aquí; y, en cuanto a los cuidados, ¡vaya!, creo más que posible… –se esforzó por hacer que su temblorosa voz asumiera un tono de picardía– que, en su actual alojamiento, ¡reciba un trato bastante bueno.”

Final decepcionantemente carola.

Ni el propio Bruno podría haber subido las escaleras con paso tan ligero al tiempo que avanzaba a tientas en la oscuridad, sin que me hubiese detenido a prender una cerilla en la entrada dado que sabía que había dejado la lámpara encendida en mi sala de estar.

Pero no fue ninguna luz de lámpara corriente lo que me bañó cuando entré en la habitación, con una extraña, nueva y vaga sensación de que el lugar se encontraba bajo el efecto de algún encantamiento sutil.”

un anciano circunspecto con vestiduras reales, reclinado en una butaca, y 2 chiquillos, una niña y un niño, de pie junto a él.” Santíssima trindade, três reis magos e blá-blá-blá…

¿Todavía tienes la joya, hija mía? –estaba diciendo el anciano.

¡Oh, sí! –exclamó Silvia con inusitado entusiasmo.

»¿Acaso crees que sería capaz de perderla u olvidarla? –Deshizo el lazo que rodeaba su cuello, mientras hablaba, y puso la joya en la mano de su padre.

Bruno la observaba admirado.

¡Qué bdillo más bonito! –dijo–. ¡Es igual que una estdellita doja! ¿Puedo cogedla?

¡Silvia! ¡Mira! –exclamó–. Puedo ved a tdaves de ella cuando la levanto hacia el cielo.

»Y no es doja para nada: ¡oh, es de un azul de lo más pdecioso! ¡Y las palabdas son totalmente distintas! ¡Mírala!

Silvia estaba ya también bastante excitada a estas alturas, y los 2 niños sostuvieron la joya al trasluz y entre los 2 leyeron letra por letra la inscripción: «Todos querrán a Silvia».

¡Caramba, [Cadamba] esta es la otda joya! –exclamó Bruno–. ¿No te acueddas, Silvia? ¡La que no escogiste!

Silvia se la quitó, con expresión confundida, y la sostuvo primero a contraluz y luego abajo.

¡Es azul, de una manera –dijo suavemente para sí misma–, y roja, de la otra! Pero yo creía que había 2 joyas… ¡Padre! –exclamó de pronto, depositando el guardapelo otra vez en la mano de este. ¡Ahora creo que era la misma joya todo el rato!

Entonces la elegiste en vez de ella misma –apuntó Bruno con aire cavilante–. Padde, ¿es eso posible?

Sí, mi niña –le respondió el anciano a Silvia, sin advertir la embarazosa pregunta de su hermano–, era la misma joya, pero elegiste de manera totalmente correcta. –A continuación volvió a anudar el lazo en torno al cuello de su hija.

Silvia querá a todos… todos querán a Silvia –susurró Bruno, que luego se puso de puntillas para besar la «estrellita roja»–. Cuando uno la mira, es doja y addiente como el sol… y cuando uno mira a tdavés de ella, ¡es delicada y azul como el cielo.

Pero oh, Silvia, ¿qué es lo que hace que el cielo sea de un azul tan bonito?

Los dulces labios de Silvia formaron las palabras de su respuesta, pero su voz se escuchó débil y muy distante. La visión estaba desvaneciéndose rápidamente ante mi ansiosa mirada, pero tuve la impresión, en ese último momento de desconcierto, de que quien se asomaba a través de esos confiados ojos castaños no era Silvia…”

GLOSSÁRIO HISPÂNICO (suplemento):

albaricoque: damasco

álgido (= PT): culminante, máximo; frio (o português só carrega esta segunda conotação).

almíbar: caramelo

alternar (= PT): revezar

apuesto: galante

arista: aresta

arrebolado: corado, cor do arrebol (nuvens durante o nascer ou pôr do sol)

berrinche: pirraça

bisagra: dobradiça

bote: quique (el bote de la pelota)

búho: coruja

butaca: cadeira

cerciorarse: assegurar-se, certificar-se

chanza: gracejo

chaparrón: aguaceiro

chinchar: chatear, atentar

columpio: balança, gangorra

conejera: gaiola do coelho

cormorón: corvo-marinho

cotorra: tagarela

cuerdo: lúcido

daga: adaga

desangelado: sem-graça

espachurrar: amassar, achatar

espinaca: espinafre

estrafalario (= PT): extravagante

fajina: o toque para refeições, no exército

flequillito: franjinha

fresa: morango

galimatias (sing.) (= PT): abobrinha

gandul: fanfarrão, traste (= PT gandulo)

gazapo: coelho jovem; mancada. Carroll (ou o tradutor de Carroll) utiliza a expressão em duplo sentido.

golfo: pivete

grajo: gralha, urubu

granuja: vigarista, patife

guardapelo: medalhão

guión: hífen

hucha: cofrinho

jarabe: xarope

lumbre: lume

melocotón: pêssego

mendrugo: pão dormido, esmola reles

moflete: bochecha

mora: amora

oporto: vinho do porto, vinho forte

oruga: lagarta ou verdura

páramo (= PT): charneca, brejo, lugar parado no tempo ou entediante, fim de mundo

patillitas: pequenas hastes de óculos

penique: péni ou centavo

perinola: ventoinha (brinquedo)

polilla: sinônimo de mariposa, que também existe em espanhol

pordiosero: mendicante

respingo: salto

riada: enchente

salvar: no sentido de transpor.

seto: cerca-viva

subasta: leilão

tejón: texugo

tiza: giz

zanja: vala

zoquete: pateta

[ARQUIVO] CONSTANTINO SEVERINO, O FUMANTE

Originalmente postado em 5 de novembro de 2009. Retocado em 25 de dezembro de 2023.

Constantemente tragando através de um terceiro olho. Na verdade de uma chupeta. Bem o que uma criança deve fazer.

Mais um blasé

Música quadrada Prodigy não podia faltar

A aposta entre deus e o diabo – humano campo neutro

O olho do gato

Carros velhos retorcidos orcs

O seu destino é o meu destino?

Ele se sente tão cansado quanto eu. Apuro para essas novas coisas.

Híbridos vomitados neste mundo e o rebotalho espertalhão

O filho rebelde do filho rebelde é o santo

Que a casa transtorna

Mosc’azul blockbust’encial

Wasteland

Alguém é blasé só até conhecermos melhor? Idade dos homens-capa. Desembrulhei todos até agora.

como andar de bicicleta” – eu tenho certeza que ressuscitei num corpo novo.

the black guy

O lamacento presidiário italiano de Prison Break

Como você efetuou suas escolhas profissionais?

[ARQUIVO] PARTICIPAÇÃO EM SUBLEVAÇÕES II

Originalmente postado em 7 de janeiro de 2010.

Ah, se apenas me afetasse!

Lembro do bloqueio do trânsito (da reflexão? Modo de ficar bêbado de cara limpa.) da W3 no 1º mês do CEUB: aquela censura poderia num curto espaço de tempo redirecionar minha carreira…

Vejamos se fosse hoje e com um texto realmente meu: eu me limitaria a assistir e a agradecer àquele bando de jovens, torceria mesmo para outros se juntarem. Além do mais havia ali outra incumbência: a de “noticiar” (até “participar”!) do representante de turma… Eu via muitos burgueses, não esse tipo de playboy sujismundo artificial da UnB.

Para não discutirmos acerca de duas medidas, o que é que geraria um efeito parecido?

R: Se suprimissem a licenciatura, a-rá!

Há muita coisa pela qual eu faria isso – mas dançando…

Que aula mais monológica!

[ARQUIVO] O INCOMUNICÁVEL

Publicado originalmente em 1º de dezembro de 2009.

Um dia de saldo zero que vai ficar para mim. Quatro cigarros fumados, um não achado. Pingos e pingos e pingos. Aquela chuva capaz de humilhar um homem, pois é fraca demais para que se seja visto de guarda-chuva em punho, mas é irritante o suficiente para afundar o moral, molhar os papéis em embaçar a vista de um míope. Do que me servem os papéis, se sempre tenho de refazê-los? Eu sou o homem-projeto, tudo o que eu não tenho é um projeto. Estou sempre em primeiro, mas isso parece ser estar em último. Estou sem identidade. Talvez devesse ficar assim.

Eu gosto de estar com febre (a febre do ânimo).

Férias?

No dia em que a hesitação oral se me escapou, em que me senti professor pela primeira vez, vi meu sonho chafurdar com pancadas insolentes, num recinto fechado, escuro e úmido, no subsolo de um campus semi-abandonado. Greve de fome para contornar as caganeiras. O que para mim é o impossível e inconcretizável, mistério, interrogação, loucura e crepúsculo feliz de um menino doente, é para os outros a obrigação sem gosto, ou o facilmente evitável, suplantável, por novas metas. O “pesadelo” deles é o meu sonho. Qualquer um pode sonhar com Freddy Krueger, cometer pecados e ir para o inferno. Mas o eldorado, o eldorado terreno que eu escolhi, esse é meu além. O dia em que eu morrerei de fome, farei trabalho braçal ou escorrerá sangue do meu peito, e eu estatelado na quina daquela passarela como um Vincent conformado, esse dia há de ser um dos meus milhares. Só mais uma sessão de jazz mortífero de um precoce guitarrista dos limites da distorção…

Todo começo de mês parece excepcional…

[ARQUIVO] OS NATUREBAS E OS DIGITAIS: L’ART, O PORNÔ, O GAUCHE E O BLASÉ… O que ser?

Publicado originalmente em 19 de novembro de 2009.

Me divido atualmente entre dois grandes vícios. Quis dizer: a humanidade se divide atualmente em duas grandes necessidades: atender à demanda irresistível pelo novo, diferente e mais bem-acabado tecnologicamente, ampliando o abraço orgiástico de todos com todos na malha digital; manter a fisiologia sã nos imprescindíveis momentos de (auto-)desligamento (desse gigante mecânico-biótipo, maníaco-depressivo, ambivalente, dentro e fora de nós), com práticas contraditórias como fumar, beber, repousar, contemplar, dançar, dissipar ou simplesmente se esconder. O perfeito blasé se acha um idiota no espelho. A crise do palhaço, começar o discurso (de que se vai arrepender depois), é intrínseca a esse comportamento, uma reação ao embotamento das sensações. À superexcitação, a máquina sofre solavancos que sabemos não serem fatais, embora desgastantes e, retroativamente falando, “evitáveis”.

Ou correto – ou impossível – está em idealizar o natural ou o digital? Em contra-atacar improficuamente com a alopatia ou a homeopatia? É sempre ineficaz. Mas ainda assim, somos artilheiros. Atacar com o quê? Isolar-se e adoecer encolhido diante do verme familial, tentando tecer um futuro finalmente não-monótono nem embaraçoso (de quantas drogas fazemos uso sem sequer nos darmos conta?)? Não dar atenção a ninguém – mas contar com o melindre embutido de que eles também o apagaram do mapa. Ou ter possibilidades, só que completamente amarradas pelo exército com ilimitadas reposições das pessoinhas? Desativado ou excessivamente ligado? Não se destrói afetos, mas é preferível concentrá-los diante dos punhos ou insistir em pisar em baratas? De qualquer jeito, com este arranjo, somos sempre abertos apesar de sermos entrópicos. Ninguém nunca sabe com quem vai topar amanhã na calçada enquanto divagava de cabeça baixa. Desgoverno como chance de governo? E a intolerância pesa no momento em que a troca seria o mais válido. Dar. Cooptar? O que levar aos olhos? O que chega aos meus ouvidos? Tateio alguma coisa.

Em suma, não preciso de tantas perguntas. Tendo perdido um bocado de viagens, efetuado várias recapitulações, saldo – finjamos – meio que zerado… Embarcar ou não?

Nossa alma é grande e cabe um pouco de tudo. Até um meio-termo.

[ARQUIVO] O DEUS QUE DESCEU À TERRA E QUE SE MISTUROU COM OS HOMENS

Originalmente postado em 19 de outubro de 2009. Com alterações.

Pássaro-homem. Alcance de um novo campo. Filosofia com estilo e verve de artista. O primeiro grande pensador da moral e grande estilista desde Platão. Subsumiu na própria carreira meteórica a noção de progresso, de civilização. Desvendou o fenômeno da decadência – projeção do Pecado Original na história do homem até aqui. Abriu horizontes, consolidou tempo e espaço sem origem ou escatologia. Resgatou a vontade de vida e a busca por um propósito válido. Um deserdado de seu tempo, companheiro de todos os deserdados em seus respectivos tempos.

Todo bom educador retorna de seu vôo para ensinar o caminho. Ligar céu e terra, habitat dos homens. Poesia & Torrente final.

A delimitação de suas “duas fases epistemológicas”:

A. POESIA

Humano, Demasiado Humano, Aurora e O Alegre Saber como preparações para sua aleg[o]ria-mor. Zaratustra, o enunciador do supra-homem, hoje sua “biografia” é chamada de o quinto evangelho. Maior condensação do saber milenar desde A República de Platão. Críptico. Reunião de todos os elementos de sua filosofia mascarados por símbolos muito bem-escolhidos.

B. TORRENTE FINAL OU “ESCLARECIMENTO”

Nietzsche sentiu que deveria dar algumas pistas sobre sua poesia esotérica. Labor mundano novamente, pois a parte do destruidor de mitos não se esconde detrás do artista (quando ambas habitam a mesmalma). Admissão de falibilidade, fraquezas, tibiezas, depressões, desesperos, precariedades. Discurso direto e enfático, sem lugar a dúvidas. Confirmação dupla, não uma volta atrás ou arrependimento, palavra que odiava. A volubilidade máxima do gênio máximo. Frágeis como vidro são os homens que mudaram a humanidade, hoje, ontem e sempre. Negro como piche rabiscando em giz em vez de em pincéis de todas as cores. Uma roda gigante une o epílogo d’O Alegre Saber, Assim Falou Zaratustra e todos os trabalhos de prosa e aforismos executados para explicar sua megalegoria. Seria como Platão abandonando por completo o diálogo em sua terceira idade. Sabemos, por exemplo, que suas cartas, que hoje temos, não eram destinadas à publicação (Carta VII, outro grande escrito de Platão). O cúmulo: inclusive como nuvem – sujeitos a trovoadas todos os que se abrigarem debaixo: Ecce Homo, a autobiografia… autobibliografia?! Complicada gênese imoralAlém de todo absoluto, de toda personalidade, usando apodos e epítetos camaleônicos para inverter o calendário (depois de Cristo, antes de outra qualquer coisa que nada é em si). Casos para esmiuçar, vontade final do defunto deve-se respeitar. Cuidado com meus administradores, ele já advertia. Não disse admiradores: disse mesmo administradores. Filosofia impermeável a razões de Estado (intempestiva). Pode entender uma pista quem não percorreu ainda toda a pista? Pode reconhecer um anel quem não vive em todos os tempos? Resgate do presente roubado. Contra dor não tome anestésicos, tome tônicos; contra música chiada, use amplificadores e termine o trabalho, ladeira abaixo. Descascamento da divindade. Autodissecção. Para quem já tinha erigido, toda a destruição pedagógica não passava de passatempo (letal). Modo de produção ao mesmo tempo assassino e prolífico em esterco, eugenista e proibidor da eutanásia e da vasectomia. Mesmo assim, isso não é razão para negar este mundo – o absurdo não é absurdo, só um obstáculo fungível no caminho. Um prazer sádico no agravamento do “niilismo”, termo sempre entre aspas dentre os verdadeiros exegetas deste filósofo. Depois dele a filosofia ficou sem sentido, mas o que ganhou com isso foram todas as outras áreas.

Em 2009 eu dizia que aos 20 a vida começa, podemos ir direto para nossos artismos depois de perder tempo considerável com muitas coisas… Hoje estou mais próximo da frase clássica e não-emendada dos 40… Nos desobrigamos de todo o trabalho tóxico de mineiro, “B”, num mundo pós-torrencial e esclarecido. Podemos iniciar novas viagens lingüísticas construtivas…

Palavras finais: O supra-homem é metafísico, conquanto exista, justamente porque ele não é desse mundo, não pode ser desse mundo… Ele vem a ser no que chamamos de “mundo” (caos).

TRILOGIA DIMMUBORGUIANA

O TORTURADOR DE ALMAS CRISTÃS

Poder-te-ia arrastar até meus aposentos,

desnudar-te ali mesmo longe da luz.

Poder-te-ia arrancar as unhas uma a uma,

deflorar-te até o fim de tuas esperanças,

sem luz no fim dos túneis.

.

.

Poder-te-ia estripar,

remover tuas entranhas,

pensamento meu calmante!

Ou deixar-te só, enquanto apenas observas,

ó gestante!, impotente a morte de teu feto.

.

.

Poder-te-ia deixar à míngua, apodrecer de fome.

Fazer baixar sobre ti um inextricável silêncio.

Mas isso é nobre demais para mim!

.

.

Não há prazer

na simples tortura física.

Quero fragmentar tua alma de cristã,

por dentro esfacelá-la em migalhas.

.

.

Su’alma’maldiçoada… de cristã!

.

.

Só depois… que testemunhar tua igreja em chamas,

e apanhar-te em prantos, começarei então a rir.

Só depois… que acompanhar cada segundo

de teu luto por teus entes queridos,

Contentar-me-ei– sobre as ruínas!

.

.

Gargalharei nas trevas,

Meu desejo alucinante!

Sou o torturador de almas

almas amaldiçoadas…

de critãs!

.

.

.

.

ORGIÁSTICO ARREBATAMENTO DA SÚCUBO

Pestes e ‘nfermidades mil,

misturadas com miséria e aniquilação

são o prato de regalo desta cozinheira,

troçadora das leis celestiais

e dos cânones morais.

Todos os machos no cio são

carne de carniça

para seus experimentos!

.

.

Dotada de poder,

abençoada com a mágica,

Ela contempla o mundo

com esguios olhos de corvo,

acima de todos.

.

.

Mulher da encruzilhada,

prostituta sedutora na estrada…

Princesa heresiarca:

do trono do demônio,

a próxima monarca!

.

.

Sua elegância sem par de meretriz,

é o bastante para perder todos os homens,

meros cornos extravagantes!

Beleza que não é deste mundo,

encanta menos tua mente

que teu irrefletido membro fecundo!

.

.

Maldita mulher,

prostituta enganadora.

Princesa heresiarca:

do trono do demônio

a iminente ocupadora!

.

.

Escuta agora a serenata,

homem de fé, a serenata negra

e desencantada!

.

.

Escuta enquanto abrasa tu’alma!

Estás perdido, marinheiro imundo,

Ela agora governa tua nau!

No ritmo das puras ondas do mal.

.

.

Sua elegância sem par de meretriz,

é o bastante para baixar-te ao inferno, ó homem!

.

.

.

IMPULSO VITAL PRIMITIVO E OMINOSO

Em demência irreversível,

contaminado de mundana vaidade,

com dignidade

carrego a Marca do Diabo.

.

.

Bestas triunfantes divinamente entronizadas.

Escondidas nas trevas…

Até que nos convoquem,

nós os da Marca do Diabo!

.

.

Cavalgo a besta mais odienta

acima das nuvens,

é um assalto e desafio ao céu!

Víboras que tornarão o mundo mais leve,

Ao despojar do homem toda a culpa,

das costas de Ájax toda a labuta!

.

.

Deixar-nos-ão entrar?

A luta não é alada!

Minha mente envenena,

de maus presságios

inoculada!

.

.

Ó, infiéis e espantalhos!!!

Decaí já!

Estais no lugar errado!

A Marca da besta é a vossa marca!

.

.

Hipnotizados, irrecuperáveis.

Jogados na tormenta da existência,

no turbilhão do egoísmo

dos marcados pelo Diabo!

.

.

Varridos sem resistência

pelo IMPULSO VITAL PRIMITIVO E OMINOSO.

Estuprados pela pureza da maldade,

revelem-se agora, portadores da Marca,

moradores do inferno insonhável!

.

.

Espantado, paralisado,

diante do IMPULSO VITAL PRIMITIVO E OMINOSO…

eu mesmo descamo. Não fui chamado?!

.

.

Varridos sem resistência

pelo IMPULSO VITAL PRIMITIVO E OMINOSO.

Perdidos no labirinto do Fauno

ou do Fausto, no trato apunhalado.

.

.

Em demência irreversível,

contaminado de mundana vaidade,

com dignidade

carrego a Marca do Diabo.

.

.

Mas o que é isso?

A Marca sumiu…

Olho-me no espelho–

eu sou o Diabo!

HEINE, HEIN?

7 de dezembro de 2017 a 14 de janeiro de 2018 – trabalho depois interrompido por 5 anos e meio.

ANTECEDENTES

Um dia hão de dizer que Heine e eu fomos de longe os primeiros artistas da língua alemã – numa distância incomensurável de tudo o que simples alemães fizeram com ela.”

Nietzsche

Walter Benjamin e Elias Canetti, que parecem ter dado ouvidos a Kraus, passaram batido por Heine.”

Ler um dia seu Quadros de Viagem, a magnum opus; mas também Cartas de Helgoland (pelo visto ainda sem versão portuguesa).

Heine foi o antídoto para a poesia oceânica de Victor Hugo.”

“‘O poeta impecável’ Théophile Gautier, ‘mago perfeito das letras francesas’, não foi apenas amigo de H., mas um tributário confesso de sua obra.”

Álvares de Azevedo (…) Sua pequena obra-prima, ‘Namoro a Cavalo’, escrita presumivelmente em 1851, é de nítida inspiração heineana.”

Jamais um Proteu tomou tantas formas, jamais o Deus da Índia passou sua alma divina numa série tão longa de avatares.”

Gérard de Nerval, seu amigo íntimo e primeiro tradutor francês.

Quem adora a arte como sua divindade e também dirige preces ao seu bel-prazer à natureza, ultraja tanto a arte quanto a natureza.”

Ludwig Börne, poeta contemporâneo e desafeto – ou talvez seja palavra muito forte, pois quando um não quer, dois não brigam – de H. que será ainda bastante citado.

E se o bom Deus quiser me fazer totalmente feliz, que me conceda a alegria de ver, nessas árvores, cerca de 6 ou 7 de meus inimigos enforcados. – De coração comovido hei de perdoar, antes de suas mortes, todas as infâmias que me infligiram em vida – sim, temos que perdoar nossos inimigos, mas não antes de serem enforcados.¹ – Perdão, amor e compaixão.”

¹ Se contradiz a meio caminho, mas tudo bem.

OS GRANADEIROS (tradução minha)

À França rumavam dois granadeiros,

que na Rússia haviam sido prisioneiros.

E quando chegaram no território alemão,

Sentiram-se como degolados.

Lá ouviram ambos as más novas:

Que a França fôra derrotada.

O grande exército vencido e aniquilado,

E o Imperador, o Imperador aprisionado.

Lá choraram juntos os granadeiros

Suas indignantes misérias.

Um diz: Como dói em mim,

Como ardem minhas velhas feridas.

O outro diz: Já era a Canção,

Também eu quero perecer contigo,

Mas tenho mulher e filho em casa,

Que sem mim não se sustêm.

Que me importa mulher, que me importa filho,

Eu levo comigo desejos melhores,

Deixai-os mendigar, quando estiverem famintos,

Meu Imperador, meu Imperador aprisionado!

Concede-me, irmão, um favor:

Agora, quando eu sucumbir,

Leva meu cadáver contigo até a França,

Enterra-me em solo francês.

A medalha de honra em faixa vermelha

Deves tu sobre meu coração depositar;

Na mão deixa-me a pederneira,

E afivela em mim a espada.

Quero descansar e ressoar no silêncio,

Como uma sentinela, na lápide,

Até um dia ouvir canhonadas,

E relinchos da Cavalaria.

Então meu Imperador cavalgará sobre meu túmulo,

Várias lâminas tilintam e incendem;

É aí que me ergo da cova, armado,

Para o Imperador, para o Imperador defender.

UM OCEANO DE ADMIRADORES

Resenhador anônimo contemporâneo ao poeta:

A poesia deve agir como a – religião.”

revelam-se como os piores e mais lamentáveis aqueles poemas onde o autor se faz de delicado ao extremo e suspirante, especialmente nas canções de amor.”

quanto menos ele honra a finalidade da poesia, tanto mais tem compreendido e considerado a essência da mesma.”

O autor utilizou a linguagem da canção popular alemã na maioria de seus poemas. Em todos impera aquele tom popular que os adeptos artificiais da empolação convencional ridicularizam como simplório, e que em sua verdadeira simplicidade só pode ser atingido pelos grandes poetas.” “Goethe mirou um alvo completamente diverso; ele deu à canção popular um colorido para o chazinho da tarde.” “não podemos nos admirar o bastante pelo fato de não termos encontrado nas canções populares de H. a matéria ou eco de qualquer canção alemã já existente”

A mera burguesia, a mera humanidade é o elemento único que vive na poesia de H.”

NAS ASAS DA CANÇÃO

Por séculos afora,

Inertes no infinito,

Estrelas se entreolham

No amor irresolvido.

A língua em que murmuram

É rica e muito bela

Filólogo nenhum

Jamais há de entendê-la

Porem tenho-a aprendido

Em teoria e prática

A face em que eu orbito

Serviu-me de gramática.”

* * *

Corto minh’alma ao meio;

Assopro-te a metade,

Te abraço, então seremos

Corpo e alma de verdade.”

* * *

Com roupinhas de domingo,

Filistinos fazem festa;

Tal cabritos, dão pulinhos,

Passeando na floresta.

Eu, porém, cubro as janelas

Com a mais negra cortina;

Sob a luz do dia ou velas,

Grei de espectros me azucrina.”

* * *

Se nos casarmos no papel,

Então vão todos te invejar:

Hás de passar a leite e mel

Os dias de papo pro ar.

Quando tiveres teus chiliques,

Prometo que não vou chiar;

Porém meus versos não critiques,

Que aí vou me divorciar!”

DONA CLARA

(…)

<Os mosquitos, cavaleiro,

Me picaram no ínterim,

Tenho raiva dessa praga

Como do judeu chinfrim.>

(…)

<Mas me diz: teu coração

Balançou mesmo por mim?>

<Não duvides meu senhor,

Por Jesus, juro que sim,

Ele a que os judeus tratantes

E velhacos deram fim.>

<Deixa o Cristo para lá

E os judeus, minha rolinha.

Olha só como balançam

Suave os lírios na colina.>

(…)

<Não há uma gota falsa

De sangue dentro de mim;

Meu amor, não sou da raça

De Judá, nem sou muslim.>

<Deixa os mouros para lá

E os judeus, amada minha;

Vamos nos aconchegar

Entre os ramos de alecrim.>

E fez pra filha do alcaide

O mais delicado ninho;

Foi sucinto na palavra,

Mas prolixo no carinho.

(…)

<Creio que estão me chamando!

Meu querido, diz enfim:

Qual a graça do teu nome?

Não o escondas de mim.>

(…)

<Meu amor, deu-me o destino

Uma estirpe primorosa,

Eu sou filho do Rabino

Israel de Zaragoza.>”

* * *

Nossa amizade agora cresce

A cada dia e nunca pára;

Virei alguém que se enraivece,

Estou ficando a tua cara.”

* * *

Por qual das duas se apaixona

Meu coração que o amor balança?

A mãe tem ares de madona,

A filha é uma linda criança.

Ver essas formas graciosas,

Tão inocentes, que delícia!

Mas quem resiste àqueles olhos

Que sabem ler toda a malícia?

Meu coração parece, assim,

O amigo cinza e sem ação

Ante dois montes de capim:

Não sabe qual sua ração.”

* * *

A cartinha que me escreves

Não me abala a alegria;

Para dizer que o amor já era,

Escreveste em demasia.

Doze folhas manuscritas,

Com letrinha de notário!

Quem deseja a despedida

Não se dá tanto ao trabalho.”

MUITO ALÉM DE TOCQUEVILLE

Justamente eu tive que editar anais políticos, comunicar assuntos da hora, panfletar desejos revolucionários, acender paixões, dar petelecos incessantes no nariz do pobre Zé Povinho alemão, a fim de que acordasse de seu saudável sono de gigante… Óbvio que nada mais consegui do que provocar um leve espirro no gigantesco roncador, e de forma alguma despertá-lo… Também puxei-lhe com força o travesseiro, mas ele o endireitou com a mão trôpega de sono… Desesperançado, quis um dia incendiar sua touca de dormir, que, no entanto, de tão empapada com o suor dos pensamentos não produziu nada mais do que fumaça… e o Zé Povinho, dormindo, sorriu.

(…) Ah, se eu apenas soubesse onde repousar minha cabeça. Na Alemanha é impossível. A todo momento, um policial viria sacudir-me para verificar se estou mesmo dormindo; só de pensar nisso já me estraga todo prazer. Mas afinal, para onde ir? De novo ao sul? (…) Ficaram tão azedas quanto os limões as ditas laranjas douradas. [referência à Áustria] (…) Ou devo ir para o norte? Talvez ao nordeste? Ah! os ursos polares estão mais perigosos do que nunca, desde que foram civilizados e passaram a usar luvas glacé. Ou devo voltar à diabólica Inglaterra, onde não fui enforcado in effigie mas onde tampouco quero viver em pessoa? Deviam pagar para a gente morar lá, e, ao invés disso, a estada na Inglaterra custa o dobro dos demais lugares. Nunca mais quero pôr os pés nesse desprezível país, onde as máquinas são como homens e os homens gesticulam como máquinas. Que zumbem e silenciam tão assustadoramente. Quando fui apresentado ao enorme governante, e esse inglês de araque permaneceu imóvel na minha frente sem falar uma palavra por vários minutos, passou-me involuntariamente pela cabeça olhar as suas costas, para averiguar se haviam esquecido de dar corda no maquinário. Que a ilha de Helgoland esteja sob o domínio inglês já me é fatal o suficiente. Às vezes imagino sentir o cheiro daquele tédio que os filhos de Albion exalam em todo lugar. De fato, cada inglês emana um certo gás, o mortífero veneno do tédio, que observei com meus próprios olhos, não na Inglaterra onde todo o ar está dele impregnado, mas nas terras do sul, por onde o inglês vagueia solitário, e onde a auréola de melancolia que circunda sua cabeça torna-se bastante nítida no ensolarado ar azul. Os ingleses acreditam que seu denso tédio seja um produto territorial, e para escapar do mesmo, viajam por todos os países, entediando-se em todos os lugares e voltando para casa com um diary of an ennuyé. Parece o caso do soldado que caiu no sono: os companheiros besuntaram-lhe as narinas com excremento; quando acordou percebeu que a guarita cheirava mal, e saiu; mas não tardou a voltar, dizendo que lá fora também fedia, que o mundo inteiro cheirava mal.

Um amigo meu, que voltou recentemente da França, me assegurou que os ingleses viajam pelo continente por desespero da pesada culinária de sua pátria; nas tables d’hôte se vêem os gordos bretões engolindo somente vol-au-vent, crème, supréme, ragout, gelées e outras iguarias arejadas, e com aquele apetite colossal que treinaram em casa com a massa de roastbeefs e o plum pudding [pudim de ameixa] de Yorkshire, levando à ruína qualquer dono de restaurante. (…) Enquanto rimos da frivolidade com que observam as curiosidades e galerias de arte, talvez sejam eles que nos enganam, e o seu sorriso não passe, assim, de uma astuta camuflagem de suas intenções gastronômicas?

Mas por melhor que seja sua própria cozinha, a França não anda lá muito bem das pernas (…) Os atuais detentores do poder são os mesmos imbecis que tiveram suas cabeças cortadas há 50 anos... Do que adiantou? Levantaram do túmulo, e o seu governo está mais tolo do que antes, pois[,] quando os deixaram sair do reino dos mortos para a luz do dia, a maioria colocou, na pressa, a melhor cabeça que estava à mão, e com isso ocorreram desacertos irremediáveis: a cabeça, amiúde, não combina com o tronco e com o coração que ali dentro assombra. Muitos deles, conforme a própria razão espalha nas tribunas, têm cabeças cuja sabedoria admiramos, mas que, no entanto, se deixam logo conduzir pelos corações incorrigíveis aos atos mais estúpidos… É a terrível contradição – entre pensamento e emoção, princípio e paixão, palavra e ação – desses revenants!

Ou devo ir para a América, essa imensa penitenciária da liberdade, onde os grilhões invisíveis me apertariam ainda mais dolorosamente que os visíveis lá de casa, e onde o mais repugnante dos tiranos, a plebe, exerce sua rude dominação? Tu sabes o que penso desse país amaldiçoado, que outrora amava, quando ainda não o conhecia… E, não obstante, devo louvá-lo por obrigação do métier… Ó caríssimos camponeses alemães, ide para a América! Lá não há príncipes nem nobres, todos os homens são iguais, são um único caipira… Com exceção, é claro, de alguns milhões que têm a pele negra ou marrom, e que são tratados como cachorros. A escravidão, que foi abolida na maior parte dos estados, não me repulsa propriamente tanto quanto a brutalidade com que tratam os negros e mulatos livres. Também aqueles que em mínimo grau descendem de um negro – ainda que não tragam na cor da pele o sinal da descendência, mas tão-somente nos traços do rosto – terão de suportar as piores ofensas, ofensas estas que irão nos parecer até fantasiosas na Europa. Ao mesmo tempo, esses americanos têm o seu cristianismo em grande conta, e são os mais ávidos freqüentadores de igrejas. Tal hipocrisia aprenderam com os ingleses que, aliás, lhes deixaram suas piores qualidades. A utilidade mundana é, no fundo, a sua religião, e o dinheiro é seu Deus, seu Deus único e todo-poderoso. Naturalmente que um coração nobre poderá lamuriar-se em silêncio contra o egoísmo e a injustiça generalizadas. Mas se quiser de fato combatê-los, espera-o o martírio que ultrapassa todos os conceitos europeus. Creio que foi em Nova York onde um pregador evangélico indignou-se tanto com a judiação dos homens de cor que, desafiando o cruel preconceito, casou sua própria filha com um negro. Tão logo esse ato verdadeiramente cristão tornou-se público, o povo invadiu a casa do pregador, que somente através da fuga evitou sua morte; a casa, porém, foi arrasada, e a filha, a pobre vítima, caiu nas garras do populacho, para satisfazer-lhes a fúria. She was lynched, isto é, foi completamente despida, banhada em piche, rolada sobre os edredons rasgados e, nessa viscosa cobertura de penas, humilhada e arrastada por toda a cidade…

Ó liberdade, és um sonho ruim!”

O MANIFESTO ANTI-HEGELIANO-SEMITA DO MAIOR DE TODOS OS JUDEUS

Os judeus deveriam se consolar com facilidade por terem perdido Jerusalém e o Templo e o tabernáculo e os talheres dourados e as jóias de Salomão… Essa perda é mínima em comparação com a Bíblia, esse tesouro indestrutível que conseguiram salvar. Se não me engano, foi Maomé que chamou os judeus de o <Povo do Livro>, um nome que até os dias de hoje perdura no Oriente e que é profundamente representativo. Um livro é sua pátria, sua propriedade, seu senhor, seu azar e sorte. Eles vivem nos pacíficos limites desse livro, ali exercem sua cidadania inalienável, ali não podem ser perseguidos, desprezados, ali são fortes e dignos de inveja. Imersos na leitura desse livro, muito pouco notaram das mudanças que ocorreram ao seu redor, no mundo real; povos surgiram e desapareceram, Estados floresceram às alturas e feneceram, revoluções assolaram o planeta… Porém eles, os judeus, estavam inclinados sobre o seu livro, e nada perceberam da selvagem caçada do tempo que grassava sobre suas cabeças. Assim como o profeta do Oriente os denominou o <Povo do Livro>, o profeta do Ocidente, em sua Filosofia da História, os chamou de o <Povo do Espírito>. Desde o mais remoto início, como observamos no Pentateuco, os judeus professam a sua inclinação ao abstrato, e toda sua religião não passa de um tipo de dialética, através da qual a matéria é separada do espírito, e o Absoluto é somente reconhecido na forma exclusiva do espírito. Que posição assustadoramente isolada não tiveram que assumir entre os povos da Antiguidade, que se dedicavam aos mais alegres serviços da natureza, compreendendo o espírito muito mais como manifestação, em símbolo e imagem, na matéria! Que terrível oposição não ergueram, portanto, contra o colorido Egito que coalhava de hieróglifos, contra a Fenícia dos grandes templos de prazer de Astarte, ou mesmo contra a bela pecadora, a adorável, doce-perfumosa Babilônia, e por último, até mesmo contra a Grécia, a florescente terra natal da arte!

(…) Moisés deu ao espírito, por assim dizer, as paliçadas materiais contra a invasão dos povos vizinhos: ao redor do campo onde semeara o espírito, plantou a áspera lei cerimonial e um egocêntrico sentimento de nacionalidade, como uma protetora cerca de espinhos. (…) eis que surge Jesus Cristo e derruba a lei cerimonial, que doravante nenhuma importância terá, proclamando também a sentença de morte sobre a nacionalidade judaica… (…) Foi uma grande demanda emancipatória, resolvida, contudo, de forma bem mais generosa que as atuais na Saxônia e Hannover… (…)

…e a humanidade toda, desde então, aspira in imitationem Christi à mortificação do corpo e à suprassensível entrada no espírito absoluto

Quando voltará a harmonia? Quando irá o mundo se curar dessa ânsia por espiritualização, o insano erro através do qual tanto a alma como o corpo adoeceram? Um grande antídoto reside no movimento político e na arte. Napoleão e Goethe atuaram com precisão. Aquele, por ter obrigado os povos a admitirem todos os tipos de movimentos saudáveis ao corpo; este, por nos ter tornado de novo receptíveis à arte grega e criado obras de peso, nas quais podemos nos agarrar como nas estátuas de mármore dos deuses, para não afundarmos no mar enevoado do espírito absoluto…”

O HOMEM ETERNO DE HEINE, O ANIMAL MORAL

Eu creio poder afirmar que a moralidade independe do dogma e da legislação, ela é inteiramente um produto do saudável sentimento humano, e a moralidade verdadeira, a razão do coração, irá perdurar eternamente, mesmo que o Estado e a Igreja venham abaixo.

Gostaria que tivéssemos uma outra palavra para isso que chamamos aqui de moralidade [Sittlichkeit]. Poderíamos ser levados a entender a moralidade como produto dos costumes [Sitte]. Os povos latinos vêem-se na mesma arapuca, ao tirarem sua morale de mores. (…) Existe, assim, um costume indiano, um chinês, um costume cristão, mas só existe uma única moralidade humana. Esta talvez não se deixe apreender em um conceito, e a lei da moralidade, que denominamos moral, não passa de uma brincadeira dialética. A moralidade se revela nas ações, e somente nos motivos destas, não em suas formas e cores, reside o significado moral. (…)

(…) As palavras mais estranhas do Novo Testamento são para mim as desta passagem do Evangelho de S. João, 16:12-13: <Ainda tenho muito que voz dizer, mas vós não o podeis suportar agora. Mas, quando vier aquele Espírito de verdade, ele vos guiará em toda a verdade; porque não falará de si mesmo, mas dirá tudo o que tiver ouvido, e vos anunciará o que há de vir.> (…)

Uma certa ambigüidade mística predomina em todo o N.T. Uma astuta digressão, não um sistema, são as palavras: <Dai a César o que é de César e a Deus o que é de Deus>. Do mesmo modo, quando perguntam a Cristo <és o rei dos judeus?> a resposta é evasiva. Assim também quando se indaga se ele seria o Filho de Deus. Maomé se mostra muito mais aberto e categórico. Quando lhe perguntaram algo semelhante, respondeu: <Deus não tem filhos>.

(…) Se aparecer um Salvador agora, não terá mais que se deixar crucificar para divulgar a sua doutrina com impacto... Basta que simplesmente mande imprimi-la e anuncie o livrinho nos classificados do Allgemeine Zeitung, a 6 cruzados por linha. (…) Que fonte revigorante para todos os sofredores foi o sangue que escorreu no Gólgota!… Esse sangue respingou nos brancos deuses de mármore da Grécia, que adoeceram de um horror interior e nunca mais se recuperaram! A maioria, naturalmente, já carregava a peste dentro de si, e o susto tão somente apressou-lhes a morte. Primeiro morreu Pã.”

[Nota do tradutor] Pustkuchen, Johann Friedrich Willhelm (1793-1834): escritor e clérigo protestante; ficou conhecido por sua continuação do romance Os Anos de Aprendizado de Wilhelm Meister, de Goethe, sob o pseudônimo Glanzow. Quando teve a identidade revelada, foi impiedosamente ridicularizado pelo autor da obra.”

DE NOVO A BÍBLIA, A NATUREZA, A ARTE E UMA PITADA DE CULINÁRIA

Na Bíblia não aparece qualquer vestígio de arte; o estilo é o de um bloco de notas, no qual o espírito absoluto, como se não tivesse qualquer auxílio individual, registra os acontecimentos do dia, quase com aquela mesma fidelidade aos fatos que usamos para escrever nossos bilhetes. Sobre esse estilo não se pode emitir qualquer juízo, apenas constatar o efeito sobre nossas emoções, e não se desconcertaram pouco os gramáticos gregos, quando tiveram que definir em conceitos convencionais muitas das belezas flagrantes da Bíblia. Longino fala de sublime. Estetas mais recentes, de ingenuidade. Ah! (…) Apenas em um único escritor sinto algo que me lembra o estilo sem mediações da Bíblia. É Shakespeare. Também nele irrompe às vezes a palavra com aquela assombrosa nudez que nos assusta e estremece; nas obras shakespearianas vemos às vezes a verdade encarnada sem as roupagens da arte. Mas isso só acontece em alguns momentos; o gênio da arte, sentindo talvez a sua impotência, delega, por um momento, sua tarefa à natureza, para depois reafirmar com ciúme ainda maior o seu domínio sobre a criação plástica e o divertido encadeamento do drama. Shak. é judeu e grego ao mesmo tempo, ou melhor, nele os dois elementos, o espiritualismo e a arte, se interpenetraram, plenos de conciliação, desdobrando-se num todo mais elevado.

(…) <Com o Espírito Santo se dá o mesmo que com o terceiro cavalo, quando a gente viaja pelo Correio Expresso; é preciso sempre pagar por ele, mas a gente nunca vê o tal cavalo.>

(…) enquanto eu debatia com o prussiano a Santíssima Trindade, lá embaixo, o holandês explicava como se diferencia o bacalhau do Labberdan e do stockfish; que seriam no fundo a mesmíssima coisa.”

SOBREVIVÊNCIA DE UMA VOCAÇÃO EXTEMPORÂNEA

Os poetas, desde o triunfo da Igreja Cristã, formaram sempre uma comunidade silenciosa, onde a alegria no culto das antigas imagens e a rejubilante fé nos deuses se disseminam de geração em geração, na tradição dos cantos sagrados…

(…) O mundo não permanece no cessar-fogo inerte, mas na mais estéril circulação. Outrora, quando era jovem e inexperiente, acreditava que, na guerra de libertação da humanidade, ainda que os combatentes isolados perecessem, a grande causa venceria no final… E eu estremeço com estes belos versos de Byron: <As ondas vão uma atrás da outra, mas o mar segue adiante>.

Ah! Quando se observa por mais tempo essas manifestações da natureza, percebe-se que o mar que avança, volta de novo ao leito anterior num ciclo determinado, e mais tarde avança de novo, com a mesma violência, buscando recuperar o terreno perdido, e por fim, pusilânime, parte em retirada como antes, e embora repita esse jogo continuadamente, nunca vai adiante… Também a humanidade move-se pelas leis do fluxo e refluxo, e quem sabe no mundo do espírito a Lua também exerça a sua influência sideral.”

ESPARTANOS E HOLANDESES

Assim como os espartanos preservavam seus filhos da embriaguez, mostrando-lhes um hilota bêbado como exemplo a se evitar, deveríamos fornecer às nossas instituições de ensino um holandês, para que a sua apática e inerte natureza de peixe provocasse nas crianças o horror à sobriedade. E deveras, a sobriedade holandesa é um vício bem mais mortífero que a embriaguez dos hilotas. Gostaria de quebrar a cara de Mynheer…”

INEXISTÊNCIA DA VIDA EXTRA-TERRESTRE

Mas não há nenhum outro mundo habitado, como sonham alguns, tão só esferas cintilantes de pedra, ermas e estéreis,

Elas não caem por não saberem onde cair.”

A FARSA FRANCESA

Os cabelos de prata que eu vira esvoaçar majestosamente nos ombros de Lafayette, herói de dois mundos, transformaram-se, ao observá-los mais de perto, numa peruca marrom que cobria miseravelmente um crânio estreito. E até mesmo o cão Medor, que visitei no pátio do Louvre e que, guardado sob bandeiras tricolores e troféus, comeu tranqüilo a ração que lhe dei: não era de forma alguma o verdadeiro cachorro, mas uma besta corriqueira que se apropriara da glória alheia, como é muito usual entre os franceses, e que, assim como tantos outros, explorava a fama da Revolução de Julho…

Pobre povo! Pobre cão, eles!

(…) Em julho de 1830 conquistou a vitória para aquela burguesia que valia tão pouco quanto a nobreza que substituiu, e com o mesmo egoísmo… (…) Mas acreditai: quando soar novamente o sino da intempérie e o povo tomar em armas, desta vez ele lutará em causa própria e exigirá o soldo merecido. Desta vez, o verdadeiro Medor há de receber as honras e a ração… (…)

Mas cala-te, coração, tu te expões em demasia.”

* * *

UMA GAIVOTA

meus poemas repulsivos não são alimento para a rude multidão.”

AS GARRAFAS PELO CHÃO

Solitário, este imbecil contempla a cama.”

* * *

GÊNIO OU APENAS UM ARISTOCRATA INSOLENTE?

um certo desdém, como o que se encontra em homens que se acham superiores à posição que ocupam, mas que duvidam do reconhecimento alheio. Não era aquela majestade recôndita que podemos encontrar na face de um rei ou de um gênio, que se ocultam incógnitos entre a multidão; era decerto aquela insolência revolucionária, um tanto titânica, que se nota no rosto de qualquer pretendente. A sua atuação, os seus movimentos, o seu andar tinham um quê de segurança, de certeza, de caráter. Os homens extraordinários estarão banhados da irradiação de seu espírito? Nossas emoções pressentirão a glória que nós, com os olhos do corpo, não podemos ver? A intempérie moral, em tais homens extraordinários, atuaria talvez eletricamente nos temperamentos jovens e sensíveis que deles se aproximam, como a tempestade real influi nos gatos?”

Dieffenbach, quando estudávamos em Bonn, onde quer que ele pegasse um gato ou um cachorro, logo lhe cortava o rabo, por puro prazer de cortar, o que muito nos irritava, porque os bichos gemiam insuportavelmente, mas depois perdoamos por ele ter, graças a esse prazer de talhar, se tornado o maior cirurgião da Alemanha”

O enigmático “Jean Paul” dos séc. XVIII-XIX: (*) “Pseudônimo de Johann Paul Friedrich Richter (1763-1825), um dos escritores mais populares e bizarros de seu tempo; anticlássico sem, contudo, identificar-se com os românticos, foi autor de romances labirínticos que uniam o sentimentalismo mais açucarado ao grotesco e o fantástico; tanto Heine quanto Börne apreciavam seu estilo e foram por ele influenciados. Passou os últimos 20 anos de sua vida em Bayreuth.”

<Börne não sabe escrever, como tampouco eu ou Jean Paul.> Rahel entendia o escrever como o calmo ordenamento, ou seja, a redação do pensamento, a concatenação lógica dos elementos da oração, em resumo, aquela arte da construção do período que ela tão entusiasticamente admirava em Goethe quanto em seu marido [Varnhagen von Ense], e sobre a qual tínhamos então, quase que diariamente, as discussões mais frutíferas.” “ela nutria uma grande admiração por aqueles serenos escultores da palavra que sabem manipular, libertos da alma gestante, todo o seu pensar, sentir e observar como se estes fossem uma determinada substância, moldando-os plasticamente.” “Quero apenas salientar que para se escrever prosa bem-acabada é necessário se ter também, entre outras coisas, o domínio das formas métricas. Sem essa maestria, falta ao prosador um certo ritmo, fogem-lhe construções de palavra, expressões, cesuras e frases que só no discurso metrificado são admissíveis, e surgem dissonâncias que ferem os poucos ouvidos mais sensíveis.”

Curioso! Se à distância ouvimos falar de uma cidade, onde habita este ou aquele homem ilustre, obrigatoriamente pensamos que ele seja o centro da cidade, que até os telhados estejam pintados com a cor de sua celebridade. Que surpresa não é então, quando chegamos a essa cidade, desejosos de encontrar o ilustre homem, e precisamos perder tanto tempo perguntando por ele, até encontrá-lo no meio da multidão!”

Quando cozinheiras se encontram, falam sobre seus patrões; quando escritores alemães se encontram, falam sobre seus editores.”

Como amei esse homem até o 18 de Brumário, e ainda lhe fui devotado até a Paz de Campo Formio, mas quando subiu os degraus do trono foi descendo cada vez mais fundo em valor; e poder-se-ia dizer que ele despencou da escada vermelha!”

Börne

(*) “Konstablerwache: praça em Frankfurt, que em 1833 foi tomada por estudantes revolucionários, planejando explodir o Parlamento alemão.”

UM HOMEM & SUAS COISAS: Discurso sobre a Censura

Agora eu tenho a maior preocupação que, na minha estupidez, eu venha [a] escrever além da conta, e tenha que fugir repentinamente – como haverei de empacotar, na correria, todas essas xícaras e o bule? (…) Na pressa eles poderiam se quebrar e, de modo algum, quero deixá-los para trás. Sim, nós homens somos bichos estranhos! O mesmo homem que coloca em jogo a calma e alegria de viver, ou até mesmo a própria vida, para afirmar sua liberdade de expressão, não quer perder algumas xícaras, e se torna um escravo silencioso para preservar um bule de chá. (…) Chego até a acreditar que o vendedor de porcelanas era um agente austríaco, e que Metternich teria me entulhado de louças para me domesticar. Sim, sim, por isso custou tão pouco, por isso aquele homem era tão convincente. Ah! O açucareiro com a felicidade conjugal foi uma isca tão docinha! (…) Quando se usam meios inteligentes contra mim, eu nunca me enraiveço; só a estupidez e a burrice me são insuportáveis.”

Börne

INIMIZADES METAFÍSICAS

Seu rancor contra Goethe talvez também tenha tido um começo local; eu disse começo e não causa; pois ainda que a circunstância de ambos terem nascido em Frankfurt tenha inicialmente atraído a atenção de Börne a Goethe, o ódio que se inflamou dentro dele contra esse homem, e ardeu cada vez mais impetuosamente, foi só a conseqüência necessária de uma diferença arraizada profundamente na natureza de ambos. Aqui não age uma maledicência mesquinha, mas uma repugnância desinteressada que obedece às pulsões inatas, uma disputa que é tão antiga quanto o mundo, que se manifesta em toda a história da humanidade, e que irrompeu com maior nitidez no duelo que o espiritualismo judaico travou contra o prazer de viver helênico, um duelo que ainda não foi decidido, e que talvez nunca termine: o pequeno nazareno odiava o grande grego, que ainda por cima era um deus heleno.”

Eu digo nazarena, para não utilizar o termo <judeu> ou <cristão>, conquanto ambas as expressões sejam sinônimas para mim, e não sejam usadas para definir uma crença mas um temperamento. <Judeus> e <cristãos> são para mim palavras com significados coincidentes, em oposição a <helenos>, nome que tampouco uso para denominar um determinado povo, mas um direcionamento do espírito e um modo de ver, inato e igualmente ensinado. (…) Desse modo, havia helenos em famílias de pregadores alemães, e judeus que nasceram em Atenas e que talvez descendessem de Teseu. A barba não faz o judeu, ou a trança não faz o cristão, poder-se-ia dizer aqui com razão.”

os nazarenos têm, algumas vezes, um certo bom humor saltitante, uma certa vivacidade cômica de esquilo, até amavelmente obstinada, e doce, e também brilhante, mas à qual logo sucede um turvamento do ânimo; falta-lhes a majestade da satisfação que só encontramos nos deuses conscientes.”

* * *

Ah, que alívio! Enfim eu levo

No Hades uma vida boa!

Vou me embebedar do Letes

Pra esquecer minha patroa.”

ROSA VELHA

(…)

Um pelinho piniquento

Na verruga me atrapalha –

Filha, vá para um convento,

Ou te apruma com navalha.”

O cão ainda abana o rabo, mas morde quem lhe estende a mão.”

judaísmo: doença hereditária e milenar”

Será que o Tempo, deus eterno, um dia

Há de livrar-nos da moléstia escura

Que os pais vão transmitindo para os filhos?

E os netos – hão de ter saúde e tino?”

O conteúdo que um poema encarna

Jamais surgiu num estalar de dedos;

Se demiurgos não criam do nada,

Ah, muito menos os mortais aedos.

(…)

Somente pelo esforço do <poeta>

É que matéria é valorizada.”

* * *

SINFONIA “SATÂNICA”

O sr. Adam, pelo que sei, esteve na Noruega, mas duvido que lá algum feiticeiro conhecedor das runas lhe tenha ensinado aquela cristalina melodia, da qual só se ousa tocar 10 variações, existindo uma 11ª que pode provocar um grande malefício: caso tocada, a natureza inteira entra em comoção, os rochedos e montanhas começam a dançar, e as casas dançam e, dentro, as mesas e cadeiras dançam; o avô puxa a avó para dançar; o cachorro, a gata; e até o bebê pula do berço e dança.”

(*) “Gaetano Vestris (1729-1808): bailarino e mímico italiano que fez carreira na França, vindo a ser mestre de dança de Luís XVI; tão célebre em sua época que teria dito: <só existem três grandes homens na Europa – o Rei da Prússia, Voltaire e eu>; vários de seus filhos tornaram-se bailarinos famosos, entre eles o bastardo Auguste Vestris, que herdou do pai o título de <le dieu de la danse>.”

CONTREDENSE

Não posso deixar de mencionar que a igreja cristã, que acolheu em seu regaço todas as artes e tirou proveito delas, não conseguiu, todavia, fazer nada com a dança, descartando e condenando-a. A dança talvez lembrasse por demais os ofícios religiosos dos pagãos, tanto dos pagãos romanos quanto dos germanos e celtas, cujos deuses migraram para aqueles seres élficos aos quais a crença popular atribui uma miraculosa mania de dançar.” “A dança é maldita, como diz uma piedosa canção popular da Bretanha, desde que a filha de Herodias dançou para o iníquo rei que mandou matar João para lhe agradar. <Quando se vê uma dança, acrescenta o cantor, deves pensar na cabeça sanguinolenta do Batista na baixela, e o desejo demoníaco não poderá seduzir a tua alma!> Quando se reflete com maior profundidade sobre a dança na Académie Royale de Musique, ela aparece como uma tentativa de cristianizar essa arte notoriamente pagã, e o balé francês cheira quase à igreja galicana, quando não ao jansenismo, como todas as manifestações artísticas da grande época de Luís XIV. (…) De fato, a forma e a essência do balé francês são castas, mas os olhos das dançarinas fazem ao passo mais pudico um comentário assaz pecaminoso, e seus sorrisos dissolutos estão em permanente contradição com seus pés. Vemos o contrário com as chamadas danças nacionais, que prefiro mil vezes ao balé da grande ópera. As danças nacionais são freqüentemente sensuais em demasia, quase grosseiras em suas formas, como por exemplo a indiana, mas a sagrada seriedade na face dos dançarinos moraliza essas danças e até as eleva a um culto.”

Um grande dançarino não precisa ser virtuoso”

— Vestris, Gaetano

LIBERTÉ DO POPULACHO / in FEMME FATALE

Essa monotonia infindável está começando a me entediar, e não entendo como um homem pode suportá-la por muito tempo. As mulheres, entendo muito bem. Para elas, desfilar a aparência é o essencial. Os preparativos para o baile, a escolha do vestido, o ato de se vestir, de ser penteada, o sorriso da prova frente ao espelho, em resumo, o brilho e a coqueteria lhes são o principal, e lhes proporcionam o mais deleitoso divertimento. Mas para nós, homens, que democraticamente usamos fraques e sapatos negros (os insuportáveis sapatos!), uma soirée é, para nós, apenas uma fonte inesgotável de tédio misturada com alguns copos de leite de amêndoa e suco de framboesa. Da nobre música, eu não quero nem falar.” “Ninguém deseja mais entreter o outro, e esse egoísmo se manifesta também na dança da sociedade atual.”

Nem sei como devo expressar a tristeza que me assola, quando, nos locais públicos de entretenimento, especialmente no período do Carnaval, observo o povo dançando. Uma música estridente, clamorosa e exagerada acompanha uma dança que em maior ou menor grau assemelha-se ao cancã. E ouço aqui a pergunta: o que é o cancã? Deus do céu, como dar ao Allgemeine Zeitung uma definição do cancã?! Ora: o cancã é uma dança que nunca é dançada na fina sociedade, mas tão-somente em danceterias infames, onde aquele que o dança, ou aquela, é invariavelmente preso por um agente policial e conduzido até a porta.”

Heinrich Heine, 1842 [!!]

os dançarinos sabem, através de variados entrechats irônicos e gesticulações exageradas, manifestar seus pensamentos proscritos, e assim o velamento aparece ainda mais indecoroso do que a própria nudez. Em minha opinião, não é de muita serventia à moralidade que o governo intervenha na dança do povo com tanto armamento; o proibido é o que mais docemente atrai, e o sofisticado, não raro espirituoso, subterfúgio à censura tem conseqüências ainda mais funestas do que a brutalidade autorizada. Essa vigilância sobre o prazer popular caracteriza, aliás, a situação das coisas por aqui e mostra o quanto avançaram os franceses na liberdade.”

Eis que os deuses da paixão

Urram, fazem fuzuê

Dentro do meu coração

Pra Rainha Pomaré

Não a tal do Taiti –

Essa já catequizaram –

Digo aquela, tão bonita

E danada de selvagem.

Duas vezes por semana,

No Mabille² a dama empolga

Os seus súditos, dançando

O cancã, também a polca.

Todo passo é majestoso,

Seus requebros, que beleza!

Das canelas ao pescoço,

Cada palmo é uma princesa –

Ela dança – e em comoção,

Deuses fazem fuzuê

Dentro do meu coração,

Pra Rainha Pomaré!”

¹ Codinome da puta-de-luxo e bailarina Élise-Rosita Sergent (1824-46): “ficou célebre pela dança sensual que estreou no Mabille; segundo o escritor e jornalista Alfred Delvau, sua fama declinou subitamente por ter ousado apresentar a polca no teatro do Palais Royal, ocasião em que foi <abominavelmente vaiada> Depois de sua morte, ganhou muitas homenagens póstumas, na forma de poemas e biografias: “morreu de tuberculose, antes de completar os 22 anos de idade. [É A PRÓPRIA: A DAMA DAS CAMÉLIAS!] Seu nome artístico foi emprestado de uma personalidade da época, a rainha taitiana Pomare IV, também conhecida como Aimata (<comedora de olhos>); convertida [do canibalismo] ao cristianismo por missionários protestantes ingleses, entrou em conflito com a França ao recusar o protetorado francês (Guerra Franco-Taitiana, 1844-46); [Fico admirado com os motivos de jardim-de-infância para os conflitos europeus do séc. XIX! Mas não deveria, a essa altura do campeonato!] o nome dinástico Pomare, usado por 5 governantes taitianos, significa <noite de tosse> (po = <noite>, mare = <tosse>), tendo sido adotado pelo unificador e primeiro rei do Taiti, Tarahoi Vairaatoa (1742-1803), em homenagem à filha mais velha, morta de tuberculose.” A arte real copiou a realidade.

² Praça parisiense de onde teria vindo o cancan.

HIPNOSE, HIGH NO(i)SE

Juan de Flandres

Ela dança. E como gira o corpo!

Cada membro se contorce solto!

Esvoaça – o que será que a impele

Desejar se desprender da pele?

Ela dança. E quando se revira

Num pé só, e pára, e enfim respira,

Braços estirados para o chão –

Protegei, ó Deus, minha razão!

Ela dança. A tal coreografia

Que teria a filha de Herodias

Feito para o rei judeu Herodes,

Tanto ardeu nos olhos dela a morte.

Ela dança. Eu fico alucinado!

O que queres em sinal de agrado?

Tu sorris? Soldados, em revista!

Tragam-me a cabeça do Batista!”

Herodias ou Salomé? Capitu traiu?!

O velório foi sem pompa, e acabou antes do horário.”

No cortejo, só teu cão, e o fiel cabeleireiro.”

Ó rainha dos insultos, vomitaram em tua coroa”

* * *

Uma Filosofia da História: impossível na Antiguidade. Somente o tempo de hoje tem materiais para isso: Vico, Herder, Bossuet – Creio que os filósofos ainda terão de esperar mil anos antes que possam comprovar o organismo da história [nem então] – até lá penso que só isso é presumível: por fundamental considero: a natureza humana e as relações (solo, clima, tradições, guerra, necessidades imprevisíveis e incalculáveis), ambas em seu conflito ou aliança contra o fundo da história, encontram sempre a sua assinatura no espírito, e a idéia, pela qual se deixam representar, age novamente como terceiro sobre elas; isso é fundamentalmente o caso nos nossos dias, também na idade média.”

Os mais altos rebentos do espírito alemão: filosofia e canção – O tempo acabou, com ele a calma idílica, a Alemanha foi impelida ao movimento – o pensamento não é mais desinteressado, em seu mundo abstrato despenca a crua circunstância – A locomotiva das estradas de ferro estremece nosso sentimento, e assim nenhuma canção consegue alvorecer; a fumaça escorraça o pássaro canoro e o fedor dos lampiões a gás empesteia a perfumosa noite enluarada.”

Não compreendemos as ruínas antes de nos tornarmos ruínas nós mesmos”

Essa confissão de que o futuro pertence aos comunistas, eu a faço no tom de enorme medo e preocupação, e esse tom, ah!, não é nenhuma máscara! De fato, somente com horror e susto é que penso no tempo em que esses iconoclastas escuros irão tomar o poder: com seus punhos brutos hão de arrebentar as estátuas de mármore do meu mundo de arte tão querido, esfacelar todas aquelas fantásticas quinquilharias que os poetas tanto amam; derrubar o meu bosque de louros e plantar batatas no lugar; os lírios que não fiam nem trabalham e, no entanto, estão vestidos tão belos como o Rei Salomão, hão de ser arrancados do solo da sociedade, se não quiserem pegar na roca; os rouxinóis, cantores inúteis, hão de ser afugentados, e o meu Livro das Canções será usado, ah!, para embrulhar café ou o rapé das velhotas do futuro – Ah! tudo isso eu prevejo, e uma tristeza indizível se apodera de mim quando penso no declínio com o qual os meus poemas e toda a velha ordem do mundo estão ameaçados pelos comunistas” Tem razão, Heinrich Heine! Não precisamos de bosques de louros, só de batatas!

Eu sou cristão – comprova a certidão “Ich bin ein Christ – wie es im Kirchenbuche”

Que Deus vos dane e mande para o inferno! A cortesia eu devo a meus parentes.”

LENDA DE CASTELO

Em Berlim, lá no dossel

De um castelo medieval,

Vê-se dama e um corcel

Em satisfação carnal.

Dizem que a dita seria

A ilustríssima senhora

Mãe da nossa dinastia;

E que a porra¹ inda vigora.

Sim, de fato, o traço humano

Nela mal se faz notar!

Num monarca prussiano

Predomina o cavalar.

A conversação grosseira,

Os relinchos na risada,

Raciocínio de cocheira –

Asno em cada polegada!

Tu, ó mais jovem rebento,²

És o único cristão;

Pelo bom comportamento,

Não serás um garanhão.”

¹ Aqui tem o sentido de arma de tortura medieval.

² Frederico Guilherme IV

Eu frito ovinhos de formiga

Para comermos de manhã;

Depois eu vou herdar, querida,

Punzins-de-freira¹ da mamã.”

¹ Bolinhos-de-chuva

MORFINA

(…)

Dormir é bom – morrer, melhor –, contudo,

O que eu prefiro: nunca ter nascido.”

O DEUS APOLO

(…)

Canta o jovem louro e toca

Lira delicadamente;

Na freirinha a música provoca

Um calor sem precedente.

O sinal da cruz a freira faz;

Um, dois, três sinais da cruz;

O sinal, contudo, é ineficaz

Ao prazer que a dor produz.”

Marguerite Porète, O Espelho das Almas Simples e Aniquiladas (livro de bruxa)

(*) “Mohel: homem judeu habilitado à prática do Brit milah (circuncisão).”

(*) “Livre-espírito: corrente de misticismo radical com tendências anômicas que se disseminou em várias regiões da Europa, entre os séc. XII e XV, englobando os amalricianos, joaquimitas, valdenses e outros, como a Irmandade do Livre-Espírito, surgida na Renânia, Suábia e Países Baixos, no século XIII, e à qual os beguinos foram associados.”

tão bom quanto morrer pela pátria é ser feliz”

DOIS CAVALEIROS

Krapulinski e Maukaratski,

Dois polacos da Polônia,

Lutam contra a tirania

De Moscou com acrimônia.

(…)

Tal qual Pátroclo e Aquiles,

Alexandre e Hefestião,

Eles são grandes amigos,

Trocam beijos de montão!

(…)

Sim, os dois têm muitos trajes,

Um pra cada cerimônia –

Duas calças e camisas

Que trouxeram da Polônia.”

REI DAVI

Déspota – da vida se despede

Rindo, pois bem sabe o que sucede:

O desmando vai trocar de mão,

Não acaba nunca a servidão.”

AGORA AONDE?

(…)

De fato a guerra se acabou,

Mas não as côrtes marciais,

E aquilo que escreveste outrora,

Dizem, não vai deixar-te em paz.

(…)

Entristecido olho pra cima

Acena-me um montão de estrelas;

Contudo eu não encontro a minha,

Em canto algum consigo vê-la.”

O REI MOURO

(…)

Ela diz: <Boabdil el Chico,¹

Alegra-te amado meu,

Que no abismo da desgraça

Já verdeja o teu laurel.

Não somente o coroado

De vitórias triunfante,

Protegido por aquela

Deusa cega, é que obtém

Glória, mas também o filho

Do infortúnio, derrubado

Pela sorte, sobrevive

Para sempre na memória>.”

¹ Apelido do último rei mouro derrotado e expulso pela monarquia espanhola em 1492.

* * *

ROMANCE ZERO

ME INSURJO CONTRA HEGEL, ESSE PAGÃO!

os panteístas na verdade não passam de ateus envergonhados, que temem menos a coisa do que a sombra que ela projeta na parede, do que o nome. (…) só duas formas de governo, a monarquia absolutista e a república, suportam a crítica da razão ou da experiência; deve-se escolher uma delas; toda a mixórdia que há entre as duas é falsa, insustentável e funesta. Do mesmo modo surgiu a concepção na Alemanha de que se deve escolher entre religião e filosofia, entre o dogma revelado da crença e a última conseqüência da razão, entre o absoluto Deus da Bíblia e o ateísmo.

(…) Não brinquei com nenhum simbolismo nem abjurei a minha razão por completo. Não reneguei nada, nem sequer meus velhos deuses pagãos, dos quais me afastei decerto, mas separando-me com amor e amizade.”

MISERÊ

(…)

Mora nas alturas o dinheiro,

Mas adora adulador rasteiro.

(…)

O preço do pão subiu e muito,

Mas abrir a boca inda é gratuito –

Canta, pois, o cão de algum mecenas

Para te entupir de guloseimas!”

O APAGADO

(…)

Aflige-me a preocupação – Demora a tal ressurreição?

(…)

o que mais quer este meu corpo é uma mulher.

Deve ser loira, de olho azul,

Linda e suave como a luz

Da lua – só a duras penas

Agüento o sol dessas morenas.”

EFEMÉRIDE

Missa alguma irão cantar,

Nem Kadisch irão dizer,

Nada dito e nem cantado

Para mim, quando eu morrer.”

Historinhas de polaco

Que escancaram o riso teu,

Toda noite eu te contava

No dialeto dos judeus.”

Preocupação é como bolha de sabão:

o ruim é quando estoura

Mas dá nada, não!

AMIGOS & DINHEIRO

Brilhando o Sol-Felicidade,

As moscas dançam à vontade.

Os meus amigos me elogiam,

Com eles sempre compartilho

A carne boa do churrasco

E até meu último centavo.

Sumiu a sorte e o meu dinheiro

Vai com o amigo derradeiro;

Na escuridão, a moscaria

Não dança mais com alegria;

Foram-se as moscas e amizades

De braços com a felicidade.”

LEGADO

(…)

Cristão eu lego aos inimigos

Dádivas de agradecimento.

Aos meus fiéis opositores

Eu deixo as pragas e doenças,

A minha coleção de dores,

Moléstias e deficiências.

Recebam ainda aquela cólica,

Mordendo feito uma torquês, [fórceps]

Pedras no rim e as hemorróidas,

Que inflamam no final do mês.

As minhas cãibras e gastrite,

Hérnias de disco e convulsões –

Darei de herança tudo aquilo

Que usufruí em diversões.”

O HOMISLOBO

Israel, que a bruxa má

Metamorfoseou em cão.

(…)

Mas na sexta-feira à tarde,

Nos minutos do crepúsculo,

Cai o encanto, e aquele cão

Recupera a humanidade.

(…)

<Meu amado, hoje ninguém

Vai fumar, porque é Schabat>

(…)

[MASTER CHEF BC]

Cholent, divinal centelha

Filha que nasceu no Elísio!

Assim cantaria Schiller,

Se provasse esse petisco.

Cholent é o manjar dos Céus,

Foi o próprio Deus Senhor

Que passou para Moisés

A receita no Sinai [SENAI!]

(…)

Cholent, ambrosia koscher

Do Deus uno e verdadeiro,

É o maná do paraíso,

E, com ele comparado,

É tão só uma porcaria

Dos diabos a ambrosia

Que na Grécia os simulacros

Do Capeta compartilham.”

MIMI [a gata]

(…)

De instrumentos não carecem,

São sua própria viola e flauta,

As narinas são trompetes,

Os bigodes, sua pauta.”

Berlioz, Le soirée de l’orchèstre

(*) “Capriccio: do italiano = <movimento súbito>, <capricho>; provavelmente de capro (<bode>); tipo de composição musical caracterizada por uma certa liberdade de realização.” Caprichou, hein?!

* * *

Enfim, lei. Nunca fui, nem o cargo me consentia ser propagandista da abolição, mas confesso que senti grande prazer quando soube da votação final do Senado e da sanção da Regente. Estava na rua do Ouvidor, onde a agitação era grande e a alegria geral. (…) Ainda bem que acabamos com isto. Era tempo. Embora queimemos todas as leis, decretos e avisos, não poderemos acabar com os atos particulares, escrituras e inventários, nem apagar a instituição da história, ou até da poesia. A poesia falará dela, particularmente naqueles versos de Heine [Navio Negreiro]

Machado de Assis, Memorial de Aires (13-05-1908)

DAS SKLAVENSCHIFF

I

Der Superkargo Mynheer van Koek

Sitzt rechnend in seiner Kajüte;

Er kalkuliert der Ladung Betrag

Und die probabeln Profite.

<Der gummi ist gut, der Pfeffer ist gut,

Dreihundert Säche und Fässer;

Ich habe Goldstaub und Elfenbein –

Die schwarze Ware ist besser.

Sechshundert Neger tausche ich ein

Spottwohlfeil am Senegalflusse.

Das Fleisch ist hart, die Sehnen sind stramm,

Wie Eisen vom besten Gusse.

Ich hab zum Tausche Branntewein,

Glasperlen und Stahlzeug gegeben;

Gewinne daran achthundert Prozent,

Bleibt mir die Hälfte am Leben.

Bleiben mir Neger dreihundert nur

Im Hafen von Rio-Janeiro,

Zahlt dort mir hundert Dukaten per Stück

Das Haus Gonzales Perreiro.>

Da plötzlich wird Mynheer van Koek

Aus seinen Gedanken gerissen;

Der Schiffschirurgius tritt herein,

Der Doktor van der Smissen.

Das ist eine klapperdürre Figur,

Die Nase voll roter Warzen –

<Nun, Wasserfeldscherer>, ruft van Koek,

<Wie geht’s meinen lieben Schwarzen?>

Der Doktor dankt der Nachfrage und spricht:

<Ich bin zu melden gekommen,

Dass heute nacht die Sterblichkeit

Bedeutend zugenommen.

Im Durchschnitt starben täglich zwei,

Doch heute starben sieben,

Vier Männer, drei Frauen – Ich hab den Verlust

Sogleich in die Kladde geschrieben.

Ich inspizierte Leichen genau;

Denn diese Schelme stellen

Sich manchmal tot, damit man sie

Hinabwirft in die Wellen.

Ich nahm den Toten die Eisen ab;

Und wie ich gewöhnlich tue,

Ich liess die Leichen wefen ins Meer

Des Morgens in der Fruhe.

Es schossen alsbald hervor aus der Flut

Haifische, ganze Heere,

Sie lieben so sehr das Negerfleisch;

Das sind meine Pensionäre.

Sie folgten unseres Schiffes Spur,

Seit wir verlassen die Küste;

Die Bestein wittern den Leichengeruch

Mit schnupperndem Frassgelüste.

Es ist possierlich anzusehn,

Wie sie nach den Toten schnappen!

Die fasst den Kopf, die fasst das Bein,

Die andern schlucken die Lappen.

Ist alles verschlungen, dann tummeln sie sich

Vernügt um des Schiffes Planken

Und glotzen mich an, als wollten sie

Sich für das Frühstück bedanken.>

Doch seufzend fällt ihm in die Red’

Van Koek: <Wie kann ich lindern

Das Übel? wie kann ich die Progression

Der Sterblichkeit verhindern?>

Der Doktor erwidert: <Durch eigne Schuld

Sind viele Schwarze gestorben;

Ihr schlechter Odem hat die Luft

Im Schiffsraum so sehr verdorben.

Auch starben viele durch Melancholie,

Dieweil sie sich tödlich langweilen;

Durch etwas Luft, Musik und Tanz

Lässt sich die Krankheit heilen.>

Da ruft van Koek: <Ein guter Rat!

Mein teurer Wasserfeldscherer

Ist klug wie Aristoteles,

Des Alexanders Lehrer.

Der Präsident der Sozietät

Der Tulpenveredlung im Delfte

Ist sehr gescheit, doch hat er nicht

Von Eurem Verstande die Hälfte.

Musik! Musik! Die Schwarzen soll’n

Hier auf dem Verdecke tanzen.

Und wer sich beim Hopsen nicht amüsiert,

Den soll die Peitsche kuranzen.>

II

Hoch aus dem blauen Himmelszelt

Viel tausend Sterne schauen,

Sehnsüchtig glänzend, gross und klug,

Wie Augen von schönone Frauen.

Sie blacken hinunter in das Meer,

Das weithin überzogen

Mit phosphorstrahlendem Purpurduft;

Wollüstig girren die Wogen.

Kein Segel flatter am Sklavenschiff,

Es liegt wie abgetakelt;

Doch schimmern Laternen auf dem Verdeck,

Wo Tanzmusik spektakelt.

Die Fiedel streicht der Steuermann,

Der Koch, der spielt die Flöte,

Ein Schiffsjung’ schlägt die Trommel dazu,

Der Doktor blast die Trompete.

Wohl hundert Neger, Männer und Fraun,

Sie jauchzen und hopsen und kreisen

Wie toll herum; bei jedem Sprung

Takmässig klirren die Eisen.

Sie stampfen den Boden mit tobender Lust,

Und Manche schwarze Schöne

Umschlinge wollüstig den nackten Genoss –

Dazwischen ächzende Töne

Der Büttel ist Maître des plaisirs,

Und hat mit Peitschenhieben

Die lässigen Tanzen stimuliert,

Zum Frohasinn angetrieben.

Und Dideldundei und Schnedderedeng!

Der Lärm lockt aus den Tiefen

Die Ungetüme der Wasserwelt

Die dort blödsinnig schliefen.

Schlaftrunken kommen geschwommen heran

Haifische, viele hundert

Sie glotzen nach dem Schiff hinauf,

Sie sind verdutzt, verwundert.

Sie merken, dass die Frühstückstund’

Noch nicht gekommen, un gähnen,

Aufsperrend den Rachen; die Kiefer sind

Bepflanzt mit Sägezähnen.

Und Dideldundei und Schnedderedeng –

Es nehmen kein Ende die Tänze.

Die Haifische baissen vir Ungeduld

Sich selber in die Schwänze.

Ich glaube, sie lieben nicht die Musik,

Wie viele von ihrem Gelichter.

<Trau keener Bestie, die nicht liebt

Musik!> sagt Albions grosser Dichter.

Und Dideldundei und Schnedderedeng –

Die Tänze nehmen kein Ende.

Am Fockmast steht Mynheer van Koek

Und faltet betend die Händer:

<Un Christi willen verschone, o Herr,

Das Leben der Schwarzen Sünder!

Erzürnten sie dich, so weisst du ja,

Sie sind so dumm wie die Rinder.

Verschone ihr Leben um Christi will’n

Der für uns alle gestorben!

Denn bleiben mir nicht dreihundert Stück,

So ist mein Geschäft verdorben.>

* * *

Eu sei que o mundo está repleto

De vício, ignorância, intriga;

Mas já me acostumei, confesso,

A rastejar nesta pocilga.

A máquina do mundo não

Há de pegar-me pra moer –

Só saio em rara ocasião,

E fico em casa com prazer.

Me deixa aqui! Minha mulher

Tagarelando é um licor;

Nos olhos dela, e onde quer

Que vejo, enxergo só amor.

Saúde e um pouco de dinheiro,

Senhor, é tudo que eu te rogo!

Quero com minha companheira

Viver feliz no status quo!”

Uma esfinge de verdade

Não difere da mulher;

Faz-se de frivolidade

A leoa quando quer.

Escuríssima a charada

Dessa esfinge. Nem o tal

Filho-esposo de Jocasta

Decifrava uma igual.

Mas por sorte, o boudoir

Ignora a própria senha;

Se algum dia adivinhar –

Este mundo se desgrenha.”

DESPEDIDA

(…)

Sei que não foi por descaro

Pelo riso em tua cara;

No teu cérebro as lembranças

Ficam onde não alcanças.

Passar bem! – Nem acreditas

Como dói a despedida.

Deus te conserve a alegria

E a cabeça bem vazia!”

Por que se arrasta miserável

O justo carregando a cruz,

Enquanto, impune, em seu cavalo,

Desfila o ímpio de arcabuz?

De quem é a culpa? Jeová

Talvez ele não seja assim tão forte?

Ou será Ele o responsável

Por todo o nosso azar e sorte?

E perguntamos o porquê,

Até que súbito – afinal –

Nos calam com a pá de cal –

Isto é resposta que se dê?”

RATOS RETIRANTES

(…)

1000 kilômetros se arrastam

Os famintos, sem repasto;

Caminhando sobre espinhos

E através dos torvelinhos.

Enfrentando as serranias,

Mar revolto e calmarias;

Uns se afogam, os demais

Nunca olham para trás.

Com focinhos sorrateiros

Fuçam esses companheiros;

A cabeça é sempre igual –

Corte zero, radical.

São vermelhos, têm horror

Dos que crêem no Criador.

Não batizam filho algum,

E a mulher é um bem comum.

Rataiada epicuréia –

Só pensa em pão com geléia;

E renega, quando come,

A imortalidade do homem.

Rato bárbaro e moderno,

Não há gato nem inferno

Que afugente; e sem sustento,

Quer ruir o fundamento.

Arre! Os ratos retirantes

Não estão nada distantes!

Já se escuta o burburinho

Dos roedores a caminho.

Ai de nós! Eles já estão

Se apinhando no portão!

Vereadores e prefeito

Gesticulam contrafeitos.

Soam alto os campanários;

Fazem fila os voluntários:

Vão lutar pela cidade

E a privada propriedade.

Hoje, as preces, meus diletos,

Não vos salvam, nem decretos

Ou disparos de canhão

Vos garantem proteção.

Com floreios de oratória

Não se enfeita esta história.

Silogismo não engana

Uma esperta ratazana.

Quem tem fome filosofa

Com torresmos e farofa

E, dialética, argumenta:

Carne assada com polenta.

Caladinho, o bacalhau

Fala mais ao radical

Que os discursos do Sr.

Quintiliano ou Mirabeau.”

Terrível mal faz à saúde

A nossa Terra, não te iludas;

Tudo que cresce belo e forte,

Aqui, caminha para a morte.

Serão espectros da loucura,

Que vão subindo nas alturas,

Calados, para engravidar

Com sêmen venenoso o ar?

Flores-meninas que, tão logo

Se desabrocham para o sol

Apaixonado, são colhidas,

Por lâmina cruel, da vida.

Heróis, montados no alazão,

Sucumbem a tiros de canhão;

Assanham-se pela coroa

De louro os sapos na lagoa.

Do que brilhava com orgulho

Hoje nem sombra nem barulho;

Em desespero, o gênio parte

Ao meio a lira de sua arte.

Estrelas é que são espertas!

Da Terra nunca chegam perto;

Ocultas em lugar seguro,

Brilham incólumes no escuro.

Felicidade e calmaria

Elas jamais arriscariam,

Para compartilhar conosco

Miséria e todo esse desgosto –”

Pra qualquer lugar do mundo

Que fores, no âmago profundo,

Jaz meu espírito zelota,

Em sonhos, dando cambalhota.

Escutas esta melodia?

Ele é quem toca! – E, de alegria,

Uma pulguinha, em teu decote,

Rebola e dá muito pinote.”

A FLOR DE LÓTUS

Sim, nós dois somos deveras

Um casal muito esquisito;

A mulher é ruim das pernas,

Seu amante é paralítico.

Uma gata que lamenta,

Um doente pra cachorro;

Assim pelo que aparenta

Ambos têm juízo torto.

Ela pôs em sua cabeça

Que é uma flor nenúfar-branca;

Pálido, seu homem pensa

Ser lunífera carranca.

Nas idéias se contentam,

Mas em tudo o que se apraz

Entre a alma e a vestimenta

Vão ficando para trás!

No luar, a flor de lótus

Desabrocha – mas que pena –

Ao invés de um jorro forte

E vital, dão-lhe um poema!”

Sim, temo que te prejudique,

Minha criança delicada,

Tu disputares a largada

Do Grande Prêmio de Afrodite.

Concordo que seja melhor

Tu escolheres um sujeito

Doente para amante, feito

Eu que somente inspiro dó.”

* * *

Depois de ter desferido os golpes mais mortais no significado da poesia romântica na Alemanha, de novo penetrou em mim uma nostalgia infinita pela flor azul na terra encantada do romantismo, e agarrei o alaúde enfeitiçado e cantei uma canção, na qual me entreguei a todos os amáveis exageros, a toda enluarada embriaguez, a toda florescente loucura de rouxinol que tanto amei outrora. Eu sei, foi <o último canto silvestre livre do romantismo>, e fui seu último poeta: comigo se encerra a velha escola lírica dos alemães, enquanto, ao mesmo tempo, a nova escola, a poesia moderna alemã, era por mim inaugurada. Essa dupla relevância há de me ser reconhecida pelos historiadores literários da Alemanha.

Confissões, 1854.”

POEMA-SÍNTESE

No sonho de uma noite de verão,

Onde, ao luar, em branca decadência,

Viam-se os restos – a recordação

Dos tempos de esplendor da Renascença,

(…)

O tempo – ai! – a sífilis pior –

Roubou-lhes a elegância do nariz.

Deitado num sarcófago de mármore,

Intacto, a destacar-se entre as ruínas,

Vê-se, não menos íntegro, o cadáver

De um homem com feições alexandrinas –

(…)

Todo o fulgor do Olimpo em uma leva

De deuses, na tertúlia costumeira;

E, próximo, o casal Adão e Eva –

Pudicos, com folhinhas de figueira.

Ali se via Tróia incendiada,

Helena, Páris e também Heitor;

Judite e Holofernes (sem a espada),

Aarão junto a Moisés, Libertador.

(…)

Ao lado, vinha o burro de Balaão

(A besta que falava maravilhas),

Também se via a prova de Abraão,

E Lot embriagado pelas filhas.

Dava pra ver a dança de Herodias

E a fronte do Batista na bandeja;

O inferno, o Demo e, bem nas cercanias,

A <Pedra> que sustenta a Santa Igreja.

Viam-se ali, talhados com buril,

As artimanhas do deus Jove, o tal

Que como cisne a Leda seduziu,

E a Dânae, como chuva de metal.

Diana, junto às ninfas, no mister

Da caça, e cães dilacerando o intruso;

Hércules, travestido de mulher,

Trabalha com a roca, lãs e o fuso.

Não longe, na montanha do Sinai,

Vê-se Israel entre os rebanhos seus;

No templo, o Deus menino é que se sai

Melhor ao discutir com fariseus.

Contrários justapostos numa pedra:

Da Hélade, o prazer; e da Judéia,

A idéia-Deus! E os dois a hera enreda

Nos arabescos da verdosa teia.

Sublime! Enquanto olhava com espanto

O monumento, em sonho, me dei conta

Que o morto, no sarcófago, era um tanto

Familiar – sou eu que ali desponta!

E em frente ao túmulo, deu na veneta

De enraizar-se flor muito esquisita

(Pétalas cor de enxofre e violeta)

Que de um amor indômito palpita.

O povo a nomeou flor da paixão,

E crê que lá no Gólgota nasceu,

Quando morreu na cruz, pra salvação

Do mundo, o filho único de Deus.

Dizem que a planta dá um testemunho

De sangue, e aquela ferramentaria,

Que sói o algoz usar de próprio punho,

No cálice da flor se enxergaria.

Sim, todos os petrechos da Paixão

Estavam lá – a sala de tortura

Chibata, espinhos pra coroação,

Martelo, pregos e a madeira dura.

A flor cresceu defronte ao mausoléu,

E sobre o meu cadáver se recurva –

Calada, me envolveu no escuro véu,

Me beija, e chora feito uma viúva.

(…)

Não nos falamos, mas meu coração

Ouviu o que calaste – para o amor,

Silêncio é um puro e vívido botão;

Na fala, a língua fica sem pudor.

Ah, como o tal silêncio é linguarudo!

E nada de metáfora gongórica [afetada]

Sem folhas de figueira, ele diz tudo,

Sem métrica e figuras de retórica.

Diálogo insonoro! E quem diria

Que, nesse lero-lero silencioso,

As horas se entretêm na fantasia

Urdida em fios de arrepio e gozo?

O que falamos? Que pergunta estéril!

No escuro, o que discursa um pirilampo?

O riacho, o que murmura sempre sério?

O que sussurra a brisa pelo campo?

Pepitas, o que falam na batéia?

Acaso exala a rosa algum assunto?

Assim, não se pergunte o que proseia,

Ao plenilúnio, a flor com seu defunto!

(…)

Na pedra, assombra a antiga briga hirsuta

De crenças, entre soco e pontapés? –

Agreste, o grito do deus Pã disputa

A láurea contra a Bíblia de Moisés.

A luta não tem fim, pois, na verdade,

O vero odeia o belo e, mais ou menos,

Sempre estará cindida a humanidade

Em dois partidos – bárbaros e helenos.

Mas como os termos de baixo calão

Se esgotam antes do que os desatinos,

Zurrou sozinho o burro de Balaão,

Sobrepujando os santos e divinos!

Ó, como dói – i, ó! – i, ó! – o ouvido!

Quase me deixa doido a horrível grei

De ornejos desse bicho empedernido –

Por fim, soltei um grito – e despertei.”

* * *

ESBOÇOS DE UMA BIOGRAFIA

(*) “Os cerca de 200 judeus de Düsseldorf gozavam o privilégio de viver numa das poucas cidades alemãs onde não eram confinados em gueto. Através da ocupação francesa, seriam ainda beneficiados com a emancipação – anulada, no entanto, quando o Ducado de Berg passou à jurisdição da Prússia, em 1815.”

(*) “Freqüentaria em seguida o liceu preparatório para o renomado Ginásio de Düsseldorf – com muitos clérigos franceses no corpo docente –, onde veio a estudar de 1810 a 1814, aprendendo francês com o severo abade Jean Baptiste Daulnoy [talvez venha daí sua obsessão pela <cabeça do Batista>!], cujas aulas de métrica e prosódia o deixariam para sempre traumatizado:

<Negou-me qualquer sentido para a poesia, e me chamava de bárbaro da Floresta de Teutoburgo. […] Era um refinamento de crueldade que ultrapassava até as torturas da Paixão do Messias, e que nem mesmo ele teria tolerado impassível. Deus me perdoe – eu praguejei contra Deus, contra o mundo, contra os opressores estrangeiros que queriam nos impingir a sua métrica, e por pouco não me tornei um devorador de franceses. Eu teria morrido pela França, mas fazer versos em francês nunca mais!>

Betty Heine, imaginando para o filho uma carreira de grande financista, na esteira dos Rothschild de Frankfurt, planejava seus estudos meticulosamente, fazendo-o aprender <outros idiomas, especialmente inglês, geografia, contabilidade> e até filosofia kantiana, o que lhe rendeu uma repressão do pai:

<Tua mãe te faz estudar Filosofia com o reitor Schallmeyer. Isso é coisa dela. Eu, de minha parte, não gosto de Filosofia, pois é mera superstição, e sou um comerciante, preciso de minha cabeça para os negócios. Podes filosofar o quanto quiseres, mas peço que não fales em público aquilo que pensas, pois irias me prejudicar os negócios, caso meus clientes soubessem que tenho um filho que não crê em Deus; os judeus, principalmente, não comprariam mais velveteens de mim, e são pessoas honestas, pagam pontualmente e também têm o direito de manter a religião. Sou teu pai e, portanto, mais velho do que tu, e mais experiente; assim deves crer em mim quando digo que o ateísmo é um grande pecado.>

(*) “o bloqueio marítimo contra a Inglaterra prejudicou seriamente os negócios do pai Samson Heine. Antes mesmo de receber o certificado de conclusão do colégio, Harry foi enviado à Escola Comercial de Vahrenkampf e, em seguida, a Frankfurt, para ingressar na atividade mercantil. Não tendo, contudo, despertado o interesse do primeiro empregador, os pais resolveram confiá-lo ao mais bem-sucedido membro da família, o banqueiro Salomon Heine, em Hamburgo.” “Após a derrota definitiva de Bonaparte em Waterloo, a Santa Aliança entre as monarquias da Rússia, Áustria e Prússia, sob a regência do príncipe von Metternich, blindava o continente contra possíveis rasgos liberais. No Congresso de Viena, em 1815, havia sido criada a Confederação Alemã, composta por 39 Estados, sob a hegemonia dos impérios austríaco e prussiano. § Salomon Heine não custou a perceber a inaptidão do sobrinho para os negócios.”

(*) “Como se não bastasse a inépcia empresarial, Harry ainda inventou de se apaixonar pela prima Amália – um amor não-correspondido, mas que estimulou o tio a bancar-lhe o estudo de Direito para bem longe do lugar. [!] Em setembro de 1819, dirigiu-se a Bonn, onde deu início a um tumultuado período universitário, que incluiu a Universidade de Göttingen – onde envolveu-se num duelo, acabando suspenso por um semestre e expulso da cidade – e a Universidade de Berlim.”

(*) “O ano de 1819 foi especialmente traumático na vida de Heine: seu pai entrou em bancarrota e a Alemanha foi varrida pela primeira onda de violência antissemita da Era Moderna – as <Arruaças Hep! Hep!> –, que, iniciadas em Würzburg por estudantes e artesãos, se espalharam rapidamente pela Confederação Germânica, atingindo a Holanda, Dinamarca e Finlândia. [nunca a Suíça!]

(*) “O movimento romântico, em que pesem as exceções, descambou para a nostalgia medieval e o reacionarismo místico. Friedrich von Schlegel, um dos mais arrojados e criativos do grupo de Iena, converteu-se ao catolicismo em 1808, mudando-se para Viena, onde passou a redigir memorandos para o príncipe von Metternich. (…) E ainda que o septuagenário Goethe surpreendesse com o erotismo de seu Divã Ocidento-oriental, era todavia, alvo crescente do moralismo biedermeier e dos ataques das jovens gerações, ressentidas com seu alheamento político.” TRISTE FIM, E NADA DE QUARESMA.

(*) “Freqüentou o curso Filosofia da História do Mundo, de Hegel, o mais influente pensador da época, com quem teria contato pessoal; instruiu-se da Antiguidade Clássica com o renomado filólogo Friedrich August Wolf, e assistiu às aulas do jovem lingüista Franz Bopp sobre a poesia indiana, tão em voga nessa época.”

(*) “No ano seguinte, recebeu finalmente o título de Doctor Juris, e tomou uma decisão da qual logo se arrependeria: tornar-se cristão no intuito de ampliar seu leque de opções profissionais. Foi batizado por um pastor evangélico em 28 de junho de 1825, recebendo o nome de Christian Johann Heinrich Heine, nome que jamais divulgou – nem sequer parcialmente – ou permitiu que publicassem, continuando a assinar somente <H. Heine>. O <bilhete de entrada na cultura européia>, como definiu a certidão de batismo, mostrou-se- inútil. Em carta a Moses Moser, desabafou:

<Agora sou odiado por cristãos e judeus. Muito me arrependo de ter me batizado; não vejo no que isso me beneficiou; pelo contrário, desde então só tenho azar – Mas cala-te, és demasiadamente esclarecido para não sorrires disso.>

(*) “Publicado em 1827, o Livro das Canções levaria, no entanto, alguns anos para atingir a enorme popularidade que faria Walter Benjamin considerá-lo um dos 3 últimos livros de poesia a ter impacto no Ocidente, ao lado do Ossian (1765), de MacPherson, e das Flores do Mal (1857), de Baudelaire. Um êxito ainda mais abrangente devido às melodias de Schubert, Schumann, Mendelsohn, Brahms, Grieg, Hugo Wolf, Silcher e tantos outros, que fizeram de Heine um capítulo à parte da história da música: estima-se em cerca de 10 mil as composições feitas a partir de seus poemas, extraídos principalmente da sua primeira e mais famosa coletânea; somente o <Du bist wie eine Blume> viria a ser musicado 451 vezes.” “A capital conservadora e católica Baviera não era o local mais adequado para um judeu com a pecha de jacobino e ateu. Ainda assim, Heine alimentava a esperança de ser nomeado professor extraordinário na Universidade de Munique, por intermédio de seu conterrâneo Eduard von Schenk, então ministro da Cultura, no governo do rei Ludwig I. Em Munique, ele receberia a visita de um jovem admirador, o desconhecido Robert Schumann, então com 18 anos, que mais tarde iria musicar 46 de seus poemas, destacando-se especialmente no ciclo Dichterliebe Op. 48, sobre 16 poemas do <Intermezzo Lírico>.”

(*) “Este, já informado de que não seria nomeado professor em Munique, e interpretando a afronta como parte da conspiração católico-conservadora que abortou sua carreira acadêmica, respondeu, em <Os Banhos de Lucca>, com uma desmontagem arrasadora da poesia e caráter de seu oponente, fazendo ainda alusões – o que ultrapassava em muito as raias do tolerável na época – à homossexualidade de Platen. O escândalo foi gigantesco!

<Depois de uma batalha eu sou a placidez em pessoa, como Napoleão, que sempre se comovia quando, depois da vitória, cavalgava pelo campo de batalha. O pobre Platen! C’est la guerre! Não valia nenhum torneio de zombarias, mas sim a guerra de destruição em massa [isso já existia?]; e apesar de toda a ponderação ainda não posso vislumbrar as conseqüências do meu livro.>

E estas não tardaram, desfavoráveis a ambos. O conde von Platen, coberto de vergonha, buscou refúgio na Itália, onde, em 1835, viria a falecer envenenado numa desastrada automedicação, após escapar a uma epidemia de cólera em Nápoles, onde havia se radicado, inspirando mais tarde o personagem Gustav von Aschenbach, da novela Morte em Veneza de Thomas Mann – escritor, aliás, que admirava os dois poetas. Heine, por sua vez, perdeu vários amigos na polêmica, vendo se fecharem as últimas portas que lhe restavam na Alemanha, o que apressaria a sua ida para a França.”

Em Paris, freqüentou a casa do poderoso barão James de Rothschild, banqueiro que estabilizou as finanças do governo de Luís Filipe, e inspirou a célebre frase de Heine: <Pois o Dinheiro é o Deus do nosso tempo e Rothschild é seu profeta>.”

(*) “No meio musical, conviveu, entre outros, com Rossini, Franz Liszt, Giacomo Meyerbeer, Hector Berlioz e Frédéric Chopin – a quem chamou de <poeta do som>. Em Paris, daria acolhida ao jovem Richard Wagner, que se inspirou em obras suas para escrever o argumento de duas de suas óperas – O Navio Fantasma e Tannhäuser –, uma dívida que fez questão de omitir, quando já era o autor declarado do libelo O Judaísmo na Música, publicado anonimamente em 1850, onde afirmava, entre outras, que o judeu não é capaz, <quer por sua aparência externa, quer por sua linguagem, e muito menos por sua canção, de se comunicar artisticamente conosco>.”

Na arte eu sou supernaturalista. Creio que o artista não pode descobrir todos os seus tipos na natureza, mas que os mais notáveis lhe são revelados, por assim dizer, na alma, como simbólica inata de idéias inatas. Um esteta recente (Carl Friedrich von Rumohr), que escreveu Investigações Italianas, tentou fazer o velho princípio da Imitação da Natureza de novo plausível, ao afirmar: o artista plástico deveria encontrar seus tipos na natureza. Esse esteta, ao erigir uma tal premissa maior para as artes plásticas, não pensou em uma das mais primordiais, ou seja, a arquitetura, cujos tipos imaginamos retroativamente nas ramagens da floresta e nas grutas do penhasco, mas que decerto não encontramos lá primeiramente. Não achavam-se na natureza exterior, mas na alma humana.”

André Breton, Manifesto Surrealista

(*) “Não era o único a escrever sobre os acontecimentos políticos e sociais da França para o público alemão. A dura repressão que se seguiu às revoluções malogradas nos territórios da Confederação Germânica, Itália e Polônia, principalmente, levou milhares de refugiados políticos a Paris, contribuindo para o incremento populacional da cidade, que logo atingiria a cifra de 900 mil habitantes. A porcentagem de alemães não era inexpressiva: calcula-se que pelo menos 60 mil vivessem na metrópole francesa, muitos dos quais conspirando por uma revolução republicana em seu país de origem.”

(*) “Heine jamais revidou publicamente as agressões, o que só fez aumentar o rancor de seu adversário. Após a morte de Börne, em 1837, o poeta dedicou um livro inteiro para um balanço final, onde esmiuçou, com a irreverência costumeira, os pontos de vista, fazendo uma defesa enfática da autonomia da arte, e onde lançou a sua famosa distinção dos homens em <helenos> e <nazarenos>, que seria mais tarde aproveitada por Friedrich Nietzsche.”

(*) “O acerto de contas com Strauss, ocorrido em Paris, no dia 7 de setembro de 1841, não teria, porém, sérias conseqüências para Heine: saiu-se com um tiro de raspão na coxa e casado na igreja católica de Saint-Sulpice com Augustine Crescence Mirat, a bela jovem grisette [jovem sedutora de classe baixa] que ele havia conhecido na Passage de Panoramas, em 1834. Vivia com ela, desde então, num relacionamento ardente e conturbado que ele resolveu oficializar, uma semana antes do duelo, para assegurá-la financeiramente, na eventualidade de sua morte.” “Crescence era uma mulher simplória, temperamental, gastadeira e sem a menor vocação doméstica – um <Vesúvio [desastre] do lar>, segundo Heine. O poeta, que não suportava seu nome verdadeiro, a chamava de Mathilde, para os alemães, e Juliette, para os franceses. Ela não desconfiava da ascendência judaica do companheiro e nem tinha noção exata de sua fama literária, o que era motivo de riso por parte dos amigos de Heine, mas muito o enternecia: <Ela me ama da forma mais pessoal, e a crítica não tem nada a ver com isso!>. Seu inseparável bichinho de estimação, o papagaio Cocotte, era alvo constante do ciúme e irritação de Heine, que, sofrendo de hipersensibilidade auditiva, chegou a atentar contra a vida do pássaro, para em seguida lhe comprar outro. Mathilde sobreviveria ao marido em 27 anos, vindo a falecer, sem nunca ter casado novamente, em 1883, no dia da morte do marido, e rodeada por 60 papagaios.”

Sobre Madame de Staël, De l’Allemagne (1813): “Esse livro sempre me causou impressão um tanto cômica quanto irritante. Aí vejo uma mulher apaixonada com toda a sua turbulência, vejo como esse furacão de saias assola nossa tranqüila Alemanha, como em todo lugar exclama encantada: que silêncio refrescante me envolve aqui! Ela estava queimando na França e veio à Alemanha para se refrescar entre nós. O hálito casto de nossos poetas fez-lhe tão bem nos seios ardentes e ensolarados! Observou nossos filósofos como se fossem diferentes sabores de sorvete, e lambeu Kant como um sorvete de baunilha, Fichte como um de pistache, Schelling como um de arlequim! […] A boa dama viu em nós apenas o que queria ver: uma enevoada terra de espíritos, onde homens incorpóreos, pura virtude, vagueiam por campos nevados, divagando sobre ética e metafísica!”

(*) “No ano seguinte, publicaria na mesma revista, <Da Alemanha desde Lutero>, oferecendo um panorama do pensamento alemão até Hegel, no que é, provavelmente, a mais saborosa e instigante obra de vulgarização filosófica já escrita.” “O momento era mais do que oportuno para um balanço geral: Goethe, o Júpiter das Letras alemãs, havia morrido em março de 1832, pedindo <mais luz!>; e <o grande Hegel, o maior filósofo que a Alemanha produziu desde Leibniz>, 3 meses antes, numa epidemia de cólera, suspirando desconsolado – <só um homem me entendeu, e mesmo ele, não>.

Heine, que havia previsto com alguns anos de antecedência o fim de um período das artes, reafirmou sua posição, partindo para um violento ataque contra a Escola Romântica de seu antigo mestre August von Schlegel. Ele, que havia se arrependido do batismo em 1825, declarava-se então – tal como o faria mais tarde o judeu Ossip Mandelstam – programaticamente <protestante>, frisando que a Revolução era <a grande filha da Reforma>. Numa época em que o gosto por temas medievais havia tornado chic a conversão ao catolicismo, e até impulsionava tentativas de se reverter a secularização do Estado francês, Heine apontava as diferenças fundamentais por trás da atitude romântica em cada um dos lados do Reno:

<A maioria olhou para os túmulos do passado tão-só no intuito de escolher uma fantasia interessante para o carnaval. A moda do gótico, na França, não passou justamente de uma moda, servindo apenas para aumentar o gozo do presente. Deixava-se ondular os cabelos medievalmente compridos, e na mais furtiva observação do barbeiro de que não combinavam com a roupa, mandava-se cortá-los curtos, com todas as idéias medievais que lhe estavam atreladas. Ah! na Alemanha é diferente. Talvez porque lá a Idade Média não está, como entre vós, totalmente morta e apodrecida. A Idade Média alemã não jaz assassinada na cova, mas é reavivada de vez em quando por um fantasma perverso, e adentra em nosso meio à luz do dia, e suga a vida vermelha de nosso peito… Ah! não vedes como a Alemanha é tão pálida e triste? Especialmente a juventude alemã, que até [há] pouco tempo vibrava de entusiasmo? (…) o povo alemão é ele próprio aquele erudito doutor Fausto, é ele próprio aquele espiritualista que através do espírito compreendeu a insuficiência do espírito e clama por prazeres materiais e devolve à carne os seus direitos (…) Por pouco não me dirijo a ele [Goethe] em grego; mas quando percebi que ele compreendia o alemão, contei-lhe – em alemão – que as ameixas no caminho entre Iena e Weimar eram muito saborosas. Logo eu que durante tantas noites de inverno havia remoído o que dizer de sublime e profundo a Goethe quando o visse. E quando finalmente o vi, disse-lhe que as ameixas da Saxônia eram muito saborosas. E Goethe sorriu. Sorriu com os mesmos lábios com os quais beijara outrora Leda, Europa, Dânae, Semele e tantas outras princesas ou ninfas comuns – Les dieux s’en vont. Goethe está morto. (…) o brilho rosa na poesia de Novalis não é a cor da saúde mas da tísica (…) a incandescência púrpura nas ‘peças fantásticas’ de Hoffmann não é a chama do gênio mas da febre (…) a poesia não seria talvez uma doença dos homens, como a pérola, que no fundo não passa da matéria mórbida da qual a pobre ostra padece?>

Nós medimos a terra, pesamos as forças da natureza, calculamos os meios da indústria, e eis que descobrimos que este mundo é grande o bastante; que ele oferece a todos espaço suficiente para cada um construir a cabana de sua felicidade; que este mundo pode alimentar a todos nós adequadamente, se todos trabalharmos, e uns não quiserem viver às custas dos outros; e que não precisamos encaminhar as classes mais populares e pobres para o Céu.”

Que os saint-simonistas se retirem talvez seja muito útil à doutrina. Ela cairá em mãos mais sábias. Especialmente a parte política, a teoria da propriedade, que haverá de ser melhor (sic) elaborada. No que me toca, eu só me interesso mesmo pelas idéias religiosas, que só precisam ser pronunciadas para mais cedo ou mais tarde entrarem na vida.”

<Grandes filósofos alemães, que por acaso lancem o olhar sobre estas folhas, irão dar de ombros elegantemente acerca da forma miserável de tudo o que dou a público aqui. Mas queiram eles levar em conta que o pouco que digo é completamente claro e inteligível, enquanto as suas obras, ainda que tão fundamentadas, incomensuravelmente fundamentadas, tão profundas, estupendamente profundas, são incompreensíveis. Do que vale ao povo o celeiro para o qual não tem a chave? O povo está faminto de saber, e agradece o pedacinho de pão do espírito que partilho com ele honestamente.>

A dissertação trouxe algumas das passagens mais brilhantes do humor heineano, sem ofuscar, todavia, o embasamento teórico e a pertinência de seus argumentos acerca da igreja católica, Reforma, Lutero, Descartes, Locke, Leibniz, Spinoza, Molière, Voltaire, Lessing, Kant, Goethe, Fichte, Schelling e Hegel; idéias que são ainda capazes não só de instruir e entreter o leitor contemporâneo como também de surprendê-lo (sic) através de sua agudeza e originalidade, fazendo-o lamentar que o autor não tenha vivido para discorrer sobre Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, Adorno e Walter Benjamin:

<Lutero não compreendeu que a idéia do cristianismo, a negação da sensualidade, era por demais contrária à natureza humana para ser totalmente realizável na vida; não compreendeu que o catolicismo era, por assim dizer, uma concordata entre Deus e o Diabo, ou seja, entre espírito e matéria, através da qual a monarquia absoluta do espírito era proclamada em teoria, mas a matéria colocada em posição de exercer na prática todos os seus direitos anulados.>

Lutero criou a língua alemã. Isso aconteceu quando traduziu a Bíblia.”

Purusha irá de novo se casar com Prakriti. Foi através de sua violenta separação, tão engenhosamente narrada no mito indiano, que surgiu o grande dilaceramento do mundo, o mal.”

Não lutamos pelos direitos humanos do povo, mas pelos direitos divinos do homem. Nisso, e ainda em algumas outras coisas, nos distinguimos dos homens da Revolução. (…) Reivindicais trajes simples, costumes abnegados e prazeres sem tempero; nós, pelo contrário, reivindicamos néctar e ambrosia, mantos púrpuras (sic), perfumes caros, volúpia e esplendor, dança sorridente de ninfas, música e comédias.”

No momento em que uma religião requer ajuda da filosofia, seu declínio é inevitável. Ela busca defender-se e vai tagarelando cada vez mais fundo na ruína. A religião, como todo absolutismo, não deve se justificar. Prometeu é acorrentado no rochedo por uma violência calada.”

Ainda que Immanuel Kant, esse grande destruidor no reino dos pensamentos, tenha superado em muito a Maximilian Robespierre no terrorismo, ele compartilha algumas semelhanças com este, o que nos obriga a uma comparação dos dois homens. Primeiro, encontramos em ambos aquela honestidade inclemente, cortante, sóbria e sem poesia. (…) No mais alto grau, porém, mostra-se em ambos o tipo pequeno-burguês – a natureza os destinara a pesar café e açúcar, mas o destino quis que pesassem outras coisas, e colocou, na balança de um, um rei, e, na do outro, um Deus… E eles deram o peso correto!”

Devido à secura de suas abstrações, a filosofia kantiana foi muito prejudicial às belas-artes e letras. Por sorte, ela não se intrometeu na gastronomia.”

É uma circunstância característica, que a filosofia de Fichte tenha sofrido sempre com a sátira. Vi certa vez uma caricatura que representava um ganso fichteano. Ele tinha um fígado tão grande que já não sabia mais se ele era ganso ou fígado. Na barriga estava escrito: Eu = Eu.”

A filosofia alemã é um assunto importante e que diz respeito a toda a humanidade, e só as gerações futuras poderão decidir se haveremos de ser criticados ou louvados por termos elaborado nossa filosofia primeiro do que nossa Revolução. Parece-me que um povo metódico como o nosso precisava começar pela Reforma, e só a partir daí ocupar-se com a filosofia; e somente depois da consumação desta última, passar para a Revolução política. [grande falha!] Acho a ordem bastante razoável. As cabeças, que a filosofia usou para raciocinar, a Revolução poderá depois decepar para o que bem entender. Mas a filosofia jamais poderia ter, se a Revolução tivesse precedido, usado as cabeças que esta decepou.”

O pensamento vai à frente da ação, como o raio do trovão. O trovão alemão é sem dúvida alemão e não muito ágil, e vem se formando devagar; mas ele virá, e quando vós o escutardes troar, como nunca antes troou na história do mundo, sabereis então que ele finalmente atingiu o seu alvo. […] Um drama há de ser encenado na Alemanha que fará a Revolução Francesa parecer um idílio inofensivo.”

<Eu recomendo-lhe essa obra porque contém a quintessência das intenções e esperanças da bagagem com a qual nos ocupamos. Ao mesmo tempo, o produto heineano é uma obra-prima em relação ao estilo e descrição. Heine é a grande cabeça entre os conspiradores.>

Clemens von Metternich

(…) As medidas, contudo, não deixariam de afetar financeiramente o poeta, que, vivendo com uma coquete nada parcimoniosa, e com problemas de saúde cada vez mais constantes, se viu forçado a recorrer à ajuda <familionária> do tio, para usarmos aqui uma de suas palavras-valise; aquela que Fraud dissecou em O chiste e sua relação com o inconsciente. Graças à intercessão de seu irmão Maximilian e do compositor Giacomo Meyerbeer, passou a receber uma pensão de Salomon Heine em 1839.”

Tranqüilizai-vos, jamais entregarei o Reino aos franceses, pelo simples motivo de que o Reno me pertence.”

(*) “Em maio de 1842, a cidade de Hamburgo foi devastada durante 4 dias por um terrível incêndio que destruiu 1/3 do centro antigo, cerca de 1200 prédios, deixando mais de 20 mil pessoas desabrigadas. A catástrofe consumiu todos os documentos relativos à infância e adolescência de Heine (…) A viagem transcorreu sem incidentes, apesar das seqüelas que a doença já lhe trouxera: estava cego de um olho e com dificuldades para andar.”

(*) “O poeta não errou em seu prognóstico: o épico-satírico Alemanha. Um Conto de Inverno é hoje considerado o ápice da poesia política alemã da primeira metade do séc. XIX.”

De tudo, em pessoas, que aqui eu deixo, a herança heineana é a que mais me aflige. Como gostaria de colocá-lo em minha bagagem.”

Marx

(*) “Atribulações bem maiores vieram com a morte de Salomon Heine, naquele mesmo ano: o patriarca partiu sem mencionar em testamento a pensão do sobrinho. As discussões de Heine com o primo Carl Heine azedaram-se depressa, devido às condições inaceitáveis que este impôs para prosseguir no pagamento. O compositor Meyerbeer foi mais uma vez chamado a interceder, e até o jovem advogado Ferdinand Lassalle, futuro fundador da Social-Democracia alemã, atuaria nessa controvérsia familiar que durou até o início de 1847, contribuindo bastante para piorar o já debilitado estado de saúde do poeta.

Muito se tem discutido sobre a natureza da enfermidade que começou a atormentá-lo desde a juventude. O diagnóstico da época, e que o poeta transformaria num expressivo topos poético em sua obra tardia, apontou inequìvocamente para a sífilis. Especialistas posteriores aventaram, sem que nunca se descartasse a doença venérea, outras hipóteses, como tuberculose com subseqüente meningoencefalite, esclerose múltipla, polioencefalite crônica, porfiria aguda intermitente, e até envenenamento por chumbo.” Curioso paralelo com o prontuário de Nie.

O grande Aristófanes do universo, o Aristófanes do Céu, quis demonstrar com toda clareza ao pequeno terráqueo chamado de Aristófanes alemão, como os mais divertidos sarcasmos deste não passam de gracejos sofríveis em comparação com os seus, e o quão deploràvelmente atrás devo ficar, no humor, na zombaria colossal.”

O Deus dileto, que me tortura tão cruel[mente], hei de denunciar à Sociedade Protetora dos Animais.”

(*) “Prostrado numa pilha de colchões, forçado a levantar com o dedo a pálpebra do único olho que lhe restara, recebendo doses cada vez mais fortes de morfina para suportar as dores, continuou a trabalhar incansàvelmente, com o auxílio de secretários, revisando traduções de suas obras, escrevendo cartas, recebendo visitas do mundo inteiro, e, principalmente, compondo os poemas que integrariam sua terceira e mais densa coletânea de poesia – Romanzero –, publicada em 1851. Dividida em 3 livros – <Histórias>, <Lamentações> e <Melodias Hebraicas> –, a obra reunia poemas predominantemente longos, onde a temática judaica se sobressaía ao lado de uma variedade impressionante de cenários, períodos e personagens históricos – o Egito antigo, a Pérsia clássica, a Índia dos marajás, a Paris das grisettes, Hernan Cortez, Montezuma, a Alemanha medieval, Ricardo Coração de Leão, a Espanha da Reconquista, os poetas Firdusi e Jaufre Rudels, exilados poloneses etc.”

(*) “As notícias de que o poeta estaria à beira da morte e as especulações em torno de sua <conversão> ajudaram a alavancar a vendagem do livro, que em apenas 2 meses esgotou 4 edições.”

Não estou cego, infelizmente, como os pais costumam estar para com seus amados pimpolhos. Conheço muito bem os seus defeitos. Meus novos poemas não têm a perfeição artística, nem a intelectualidade interior, nem a força ondulante de meus poemas antigos, mas as matérias são mais atrativas, mais coloridas, e talvez o tratamento também os faça mais acessíveis às multidões, o que poderá proporcionar-lhes sucesso e popularidade duradoura.”

(*) “Em seu último ano de vida, Heine ainda arranjou tempo e <espírito> para uma paixão platônica por uma jovem de 20 anos, envolta numa névoa de mistificações e pseudônimos, que intrigariam os pesquisadores por muito tempo.

Camille Selden, aliás Elise Krinitz, aliás Johanna Christiana Müller, teria se apresentado com o nome de Margareth, em 19 de junho de 1855, para entregar uma encomenda do compositor vienense Johann von Püttlingen, ou, conforme outra versão mais prosaica, atendendo a um anúncio de jornal para leitora e secretária. Ficou imortalizada na literatura com o carinhoso apelido que Heine lhe deu – Mouche (mosca). Mathilde parece ter tolerado o capricho irrealizável de seu esposo moribundo, continuando a merecer todas as suas juras de amor e preocupações.

Mas foi a Mouche que Heine dedicou seu derradeiro poema: um feérico e exuberante retrospecto de sua vida, que talvez leve um leitor de Machado de Assis a suspeitar se o poema não teria inspirado a cena inicial de Memórias Póstumas de Brás Cubas.”

(*) “Nos Estados Unidos – somente lá –, circula a informação bem-intencionada de que o nome original do poeta seria Chaim ben Shimshon. Não há qualquer evidência histórica que a comprove nem indício qualquer de sua plausibilidade.

Já os nazistas, não podendo dispensar <A Lorelei> de um poeta judeu-alemão, propagaram falsamente que o seu verdadeiro nome seria Chaim Bückerburg. (…) O sobrenome <Heine> não passaria de uma transliteração para o alemão da palavra hebraica chajim = vida.

Harry, Heinrich e Henri, por sua vez, são variações de um mesmo nome germânico – Heimrich – que significa: Senhor do Lar.

Se tivesse nascido num país de língua portuguesa, Heine poderia muito bem ter se chamado Henrique Vidal (ou Vital).”

(*) “Em suas Memórias inacabadas, o poeta ironizou o fato de os franceses nunca terem conseguido pronunciar seu nome corretamente. O <Heinrich> (leia-se <RÁIN-[rrr]rirrr>) foi imediatamente substituído por <Henri> (<an-RÍ>); mas o sobrenome <Heine> (<RÁI-nê>), continuaria um problema que nem mesmo um acento na primeira sílaba, adotado nos cartões de visita, pôde resolver: <Para a maioria meu nome é M. Enri Enn, que muitos aglutinam num Enrienne; alguns me chamavam Monsieur Un rien>.

Sr. Um nada.”

Passiflora incarnata.

GLOSSÁRIO:

(PT) bornal: saco com suprimentos; cu; puta.

duft: fragrância

erzürnen: enfurecer

falten: dobrar

gähnen: bocejar

Haifisch: tubarão

Heer: exército, tropa

Himmelszelt: firmamento, abóbada celeste

hopsen: saltitar

Kiefer: presas

klapperdürre: só pele-e-osso, acabado

klirren: batida surda do ferro

Leichengeruch: odor cadavérico

lindern: aliviar

schlucken: tentar engolir

seufzend: aos suspiros, lamurioso

Stahlzeug: material feito de aço

Sterblichkeit: mortalidade

stramm: firme, justo, tenso

Sünder: pecador, desgraçado = SINNER

Ungetüm: monstro

verderben: corromper

verschlungen: complicado

ELOGIO DE LA ANCIANIDAD O DEL ARTE DE CONSERVARSE BUENO (Epístolas morales a Lucilio) – Séneca, trad. Jaime Bofill. Folio ed., 2007 (Colección Grandes Ideas).

Anotações e transcrições feitas entre 15/07/2016 e 19/10/2016. Da Ciudad de México e Brasília.

Elogio de la Ancianidad corresponde a los cap. I-III de Cartas Morales a Lucilio (tomo I)”

* * *

Como que uma autojustificação oportuna desse meu AquiAgora: “Créeme Lucilio, resérvate para ti mismo y el tempo que hasta hoy te han estado tomando, te han estado robando o que te ha huido, recógelo y aprovéchalo.”

trabalho vaidades doenças trânsito maquiagem

a maior parte da vida a passamos entregados ao mal; outra parte, e não minguada, sem fazer nada, e toda a vida fazendo o que não devêramos fazer.”

Quem sabe um dia chega o hoje.

deixa só eu pagar esse bolsista

perder esta conta

ser um herói-dos-outros e não de-mim-mesmo!

CAPESlocksista o CANTO MACROSCÓPICO DO MICROCHIP.

Toda a porção de nossa vida que fica para trás de nós pertence ao domínio da morte.”

Frankenstein esculpidor de relógios.

Quiçá perguntes-me que faço eu que ando repartindo conselhos.”

radiopejorativo

Los hippies imbéciles; no tienen un cuerpo

Mesmero sempre o mesmo

peso sempre um peso desconto %

a raiva do caixa longe dólar perto rima com inferno

aperto 1 desperto 2 A.M.

O Wikipedianesco pé-dantesco

Às vezes algumas culturas não sentem o mau hálito

não há nem B nem sê

A uruca de Pachuca

Os bem-intencionados e suas risadas pouco produtivas

O EternO DesobedIente nO Vácuo Preenchido pelo Frio desta época

quando eu era mais burro eu era mais (inteli)gente

meu amigo dick cionário

por lo tanto, ergo sum

para lo poco, no sé aun

bajo doom barroom

3,14URO mais de 10 reais menos de 9 Stephen Hawkings

a cura épica do anti-estróina boina &u,Demonista e Irene

Já passou o tempo contado dos reis

eu não tenho nenhuma vaca, sou um pobre

nada que ver con viejos, ahn?

* * *

não andas vagando e não te empenhas em mudar de lugar. Estas mutações são de alma enferma.”

quem se afana se rouba, roubado não é achado então é desesperado, não-aguardado, não-guardado, muito exposto às vicissitudes. Quem não espera sempre se(ba)lança.

muito af8 muito assí2 mucho ha sido ácido com amigos

esta é a base do sentimentir

Atenção, porém, para que esta leitura de muitos volumes e muitos autores não tenha algo de caprichoso e inconstante. Precisas se demorar em certas mentalidades, e nutrir-se delas, se queres alcançar proveito que possa permanecer assentado em tua alma. Quem está em todo lugar não está em parte alguma.

não é assimilado pelo corpo o alimento que se vomita logo que penetra no estômago. Nada tão nocivo à saúde quanto sempre trocar os remédios.”

S

EL

O C

ILA D

E QUAL

IDADE

NOTÍ

VAG

A

Fumar não é o Rubinho mas desacelera…

basta que tenhas o que podes ler” So, so!

Lês sempre autores consagrados, e se alguma vez te vier a vontade de te distraíres em outro, volta aos primeiros.”

depois de ter percorrido um sem-número de pensamentos, escolhe um a fim de comandá-lo aquele dia.”

THE GAME IS ON: ETERNAL RECURRENCE OF THE MOST TRAGIC UNCONSCIOUS

Spock, a Cerveja Universal

Observa-me do passado ou eu te devoro.

Perfeições virtuais letra&jogabilidade redondas como um homo-e-lette.

Te pone un desafio hermoso, vamos muchacho

Amar la gente judía y mercadera, por ejemplo.

Usar a camisa da Argentina na Avenida Paulista – level Hard.

Aquele familiar imbecil que pode te parar, o Tio T. TILT

oh mon lit(etature)

A ARTE DE TUITAR FORA DA INTERNET

piupiupiu purple-urina

o fan roda o ídolo age culposo.

afiliação ao partido da aflição

* * *

encontrei em Epicuro – já que costumo passar também para os campos inimigos, não como desertor, mas como explorador –” Richinhas d’época.

Se tens alguém por amigo e nele não confias tanto como em ti mesmo, te equivocas gravemente e não alcanças o conhecimento necessário da força da verdadeira amizade.”

o [recomendável] preceito de Teofrasto”: só julgar depois de amar, e amar depois de julgar também.

alguns ensinaram a enganar temendo ser enganados e com suas suspeitas acabam por dar azo à infidelidade.”

(I) Alguns contam ao primeiro que encontrarem aquilo que só a um amigo se deve confiar, e descarregam sobre qualquer amigo o que puderem fisgar de seus âmagos; (II) outros, pelo contrário, afogariam qualquer segredo em si, desconfiados até da própria sombra.” “ambas são posturas viciosas: tanto confiar em todo mundo quanto não confiar em ninguém, ainda que eu diga que a primeira é algo mais nobre e a segunda mais segura.”

Sempre que eu esvazio o copo, encho de novo. Punição grega?

Alguns se refugiam de tal maneira em rincões sombrios que têm por turvo tudo o que está à luz.” Pompônio

Enfim, na 4ª carta, a revelação de que Lucílio é um velho, como Sêneca: “temos o autoritarismo dos anciãos e os defeitos dos rapazes, e não só dos rapazes, mas até dos meninos: aqueles se assustam com coisas leves; estes, com coisas falsas; nós, com umas e com outras.”

A maioria flutua miseravelmente entre o temor da morte e os tormentos da vida, sem querer viver nem saber morrer.”

e de coisa alguma é tão fácil sofrer a perda como daquela que, uma vez perdida não pode ser recuperada.”

Vinde a MIM Muriçocas in Mexico

Não confie na calma de hoje: o mar se revira e engole os navios no mesmo lugar em que eles tinham folgado naquela mesma manhã.”

todo aquele que menospreza sua vida é senhor da tua. Lembra-te dos exemplos daqueles que foram mortos em insídias domésticas…” A insígnia da insigne insídia.

Por que te enganas a ti mesmo e não te dás conta até agora do perigo que sempre estiveste correndo? Eu te digo que desde que nasceste caminhas para a morte.”

Através daquela janela tá faltando ele, e a saudade da queda tá doendo em mim…

Para nos livrarmos da fome e da sede não precisamos andar assediando o umbral do poderoso, não é mister suportar grandes desdéns, nem desonrosas proteções, nem se aventurar pelos mares, nem matraquear por aí. O que a Natureza reclama é acessível e fácil de achar.” Este (dito!) aqui envelheceu um tanto…

P. 18: “Foge do rústico desasseio, dos cabelos em desordem, da barba mal-cuidada, de declarar teu ódio às jóias, de fazer-te a cama no chão, e de qualquer outra coisa que persiga o prestígio por falsos caminhos” ?!

O filósofo como o babaca que se importa demais com o juízo alheio: “Qué acontecería si comenzásemos a separarnos de las usanzas corrientes en los hombres? Bien que sea distinto nuestro interior, pero nuestro exterior tiene que mostrarse concorde con el del pueblo. Que no sea manchada nuestra toga, pero que no resplandezca; no debemos poseer platería incrustada con cinceladas de oro macizo, aunque no debemos tener por cierto indicio de frugalidad la carencia de oro y plata.”

O ponto que torna Sêneca e eu irreconciliáveis: “A filosofia exige frugalidade, mas não castigo.” Quem é você para dizer isso, seu Aloísio de Outros Tempos?

he encontrado en nuestro Hecatón que el fin de los deseos significa igualmente el fin de los temores.” Y de la vida.

Viajamos já querendo estar de volta.

o temor segue à esperança. Não me maravilha que seja deste modo, já que ambos são próprios a uma alma carente de resolução, angustiada ante o porvir.”

As feras fogem dos perigos que vêem, e quando já fugiram estão tranquilas: nós nos atormentamos pelo futuro e pelo passado.” “Não há ninguém que seja desgraçado só pelas coisas presentes.”

O próprio fato de enxergar os próprios defeitos, antes ignorados, já é uma amostra de que a alma melhorou.”

e me gozo aprendendo para poder logo ensinar.”

Hecato de Rodes: <Me perguntas que progresso realizei? Comecei a ser amigo de mim mesmo.>

pronto te confessarei minha fraqueza: nunca da turba volto com o mesmo temperamento com o que a ela havia acudido.”

Mas nada existe de tão prejudicial aos bons costumes que o comparecimento a espetáculos, já que aí, por meio dos prazeres, os vícios penetram mais facilmente em nós.”

agora já não são jogos, antes verdadeiros homicídios”

Pela manhã os homens são colocados ante ossos e leões; ao meio-dia, ante os espectadores.”

O espetáculo é interrompido: <Enquanto isso, para não ficarmos sem fazer nada, que afoguem homens.>

Guarda-te que a vanglória de fazer notório o teu talento não te decida a te apresentares ante o público a fim de ler ou dissertar; coisa que te deixaria fazer se pudesses oferecer uma mercadoria adequada a esta gente, nas ninguém pode entender-te. Talvez só poderás ganhar um ou dois, e terás que formá-los para que te entendam.”

CONSELHO SAÍDO DO FORNO: Age como se sempre fôra este o teu último ano na CAPES. E, como foi no Gisno, tu só queres uma coisa: fechar com chave de ouro. Ah, sim, claro: teus nervos têm limite, não te forces tanto! não-professor e não-efetivo… muita coisa ainda pode mudar na sua esquematizada existência…

Quando não estou pesado, os outros estão, então que diferença faz? Eu nunca terei essa ataraxia cotidiana típica do advogado boêmio e bom filho e namorado Miguel Jesús Rodriguez, então só posso tentar ajeitar meu pé para não ser arrancado pela próxima mina – meu trabalho e meu ócio são ambos batalhas campais. Aqui, em Fortaleza, Rio, Brasília, França ou Belém, estaria sempre igual… No hiatus!

Poderia escrever um livro sobre como conviver com cada um: Pablo, João, Ione, Graça, Davi, Renato, Diogo, crente 1, crente 2, moralista 3, porra-louca 4… D.E. Deixa estar. Ou Deus explodiu, escapou, evadiu? Com quem mais tenho que conviver: médicos, farmacêuticos, ar condicionados, anti-tabagistas, revistas de corredores de elite, Bolsonaros marombados… Conselheiros que dirão: “nossa, como seu último texto está reclamão!”… Laughing and coughing and sleeping… let’s see how life fucks me within my own superiority dreams…

Assinado O Homem de um Leitor Só

Sou dolente

Saiba que o homem tão a coberto se acha sob palha como sob o ouro.”

É necessário servir à filosofia se queremos alcançar nossa verdadeira liberdade. Não será retardado por ela quem se submeta em doação total, será liberado sem tardança, já que o próprio servir à filosofia significa ser livre.”

o sábio não sente necessidade de nada, mas lhe fazem falta muitas coisas; enquanto que o néscio, ao contrário, não sente necessidade de nada, afinal não sabe servir-se de coisa nenhuma, mas lhe fazem falta todas as coisas.”

Crisipo

Se uma enfermidade, ou um inimigo, lhe corta uma mão; se um azar lhe arranca um olho, ou dois olhos, sentir-se-á satisfeito com os membros que lhe fiquem, e com um corpo amputado e diminuído se sentirá tão gozoso como havia se sentido com um corpo íntegro; mas os membros pelos quais não suspira que lhe faltam, preferiria, em verdade, que não lhe faltassem.”

sofre pacientemente a perda do amigo. O sábio, em verdade, jamais carecerá de amigo, já que tem em seu poder o podê-lo substituir.”

Em nossos filhos rende maiores frutos a adolescência, mas possui mais encantos a infância.”

O sábio basta a si mesmo para viver feliz, mas não para sobreviver.”

por muito que se baste a si mesmo, deseja ter um amigo, um vizinho, um camarada.”

Gera grande prazer não só o costume de uma amizade antiga e firme, como também o começo e a aquisição de outra nova.”

Qual será a vida do sábio se, falto de amigos, se encontra sozinho em uma nação estrangeira? Fica em companhia de si mesmo.”

Toda nescidade sofre do fastio de si mesma.”

o amor pode ser definido como uma amizade enlouquecida”

Para o artista, é mais doce pintar que haver pintado” Atalo

Com o escrever parece ser o exato contrário…

É coisa de outros quanto possam obter teus desejos”

Não é teu o que fez teu a fortuna” Lucílio

<Não pode ser venturoso quem não crê sê-lo.> Epicuro

Que te importa qual seja em realidade tua situação, se a ti te parece má?” Solução: apenas te creias venturoso.

por que transmito tão belas palavras de Epicuro com preferência às dos nossos? Mas por que razão crês que estas frases são de Epicuro e não de domínio público? Quantos poetas não disseram coisas que deveriam ter sido ditas pelos filósofos? Não me referirei aos trágicos nem a nossos dramas, uma vez que estes últimos importam alguma gravidade e ocupam um lugar intermediário entre as comédias e as tragédias. Quantos versos eloqüentíssimos dormem em nós mesmos! Quantas palavras mais dignas de ser declamadas com coturno que de pés descalços!”

Caída sua pátria, perdidos os olhos e a esposa, tendo escapado dos apuros com vida só ele, e apesar de tudo contente, do incêndio generalizado, Estilbão foi perguntado por Demétrio, aquele a quem chamaram Poliorcetes, devido ao número de cidades que destruiu, se havia perdido algo [Ou: Necessitas algo? – O imperador a Diógenes O Cínico]; e o filósofo contestou: Todos os meus bens estão em mim.”

Enquanto o homem buscar uma parte dele fora de si mesmo, cairá sob a escravidão da fortuna.”

a amizade tem para nós uma doçura inata.”

Já que nenhuma sabedoria pode apagar nossas imperfeições naturais, o que aparece congenitamente inscrito em nós, a arte pode suavizar, mas não extirpar. Alguns, e mesmo dentre os mais firmes, não podem comparecer ante o povo sem suar; tal qual sói acontecer aos que estão fatigados e aos acalorados; a outros, do ponto em que tomam a palavra seus joelhos tremem; a outros, batem os dentes, trava-se-lhes a língua, não podem separar os lábios. Dessas coisas não nos podem proteger nem as lições nem a prática, pois nelas a Natureza nos revela seu império; elas se manifestam mesmo nos de ânimo mais resolvido. Entre elas devemos contar também o rubor, que se difunde pelo rosto até dos mais veneráveis varões. É certo que resulta mais perceptível nos jovens, que possuem mais calor natural e um rosto mais delicado.”

Certos dentre a massa nunca são tão temíveis senão quando ruborizam, como se com o rubor tivessem se livrado de toda a vergonha. Sila, quando o sangue lhe subia à cabeça, mostrava-se sempre mais violento. Ninguém, nesse sentido, foi mais impressionável que Pompeu, que nunca pôde ver-se ante vários sem ruborizar, especialmente numa assembléia. Recordo que Fabiano, introduzido no Senado como testemunha, ruborizou, e este rubor lhe caía admiravelmente. Ele não advém da timidez de caráter, mas da novidade da coisa, que aos não-acostumados, quando não os faz vacilar, comove-os se são a isso inclinados por compleição natural, pois enquanto alguns têm o sangue calmo, outros o têm excitável e movediço de forma que facilmente aflui ao rosto.”

Os atores, imitadores das paixões, que expressam o medo e o temor, que representam a tristeza, na hora de simular a vergonha acodem ao procedimento de baixar a cabeça, falar em voz baixa, fixar os olhos deprimidos no chão. Mas não podem fazer nascer o rubor, já que ele nem se evita nem se provoca.”

É mister escolher e ter sempre diante de nossos olhos algum homem virtuoso, a fim de viver como se nos vira e de olhar como se ele nos contemplasse.”

Epicuro

Mas quem? Pedro Jabur, Antonádia? Anti-exemplos (Gegenbeispiele): Aloísio, Thomas Edson, Igor, Bruce, Judeuzinho – o norte, sul, leste e oeste dos perdidos – Os 5 pecam por insipidez e excesso simultaneamente, seja em caráter político, moral, religioso, científico ou até mesmo artístico (ALERTAS VIVOS PARA MIM MESMO, AINDA QUE MUITOS DESTES, EM MEU COTIDIANO, JÁ ESTEJAM MORTOS).¹

¹ [Nota de 2022] Todos, agora, efetivamente. Mesmo de vista só corro o risco de me deparar com um, que não abre a boca nem para piar, entretanto.

Uma grande parte dos pecados se evitaria se os pecadores tivessem testemunhas.” (Davi)

Ó, tão feliz é aquele que nos faz melhorar, não só com sua presença, mas também com sua mera recordação!” “Quem de tal sorte possa venerar, de tal sorte será venerado. Escolhe Catão; mas se te parece muito rígido, fica com Lilio (?) [p. 41], varão de espírito benigno.”

(?) Provavelmente Lílio em Português. O mais célebre personagem histórico com este nome no Wikipédia é posterior a Sêneca, e não há desambiguação. É difícil encontrar qualquer informação sobre este Lílio na internet.

Nunca é tão valorosa a fruta como quando amadureceu; o maior encanto da infância está no seu fim”

O mais voluptuoso em todo prazer se guarda para o final.”

ninguém é tão velho que não possa aguardar mais um dia.”

a vida, o conjunto da qual consta de círculos, os menores encerrados nos maiores.” “eis aqui por que Heráclito, a quem por seu estilo se concedeu o apelido de ‘o Obscuro’, disse que ‘um dia se parece com todos’.”

A SABEDORIA É DE DOMÍNIO PÚBLICO, MAS NINGUÉM QUER “COMPRAR”: “Ora, que temos a ver com um estranho? Sinto como meu aquilo que for verdadeiro. Persisto em infiltrar-te idéias de Epicuro, a fim de que todos que juram seguir as palavras do mestre, sem atendê-las na verdade, mas somente pensando no nome do mestre, saibam que as grandes sentenças pertencem a todos.”

Más numerosas son, Lucilio, las cosas que nos asustan que las que verdaderamente nos atormentan, pues a menudo nos hace sufrir más la aprensión que la realidad.”

nós, os estóicos, andamos dizendo que todas aquelas coisas que nos arrancam gemidos e lamentos são leves e depreciáveis”

O que te recomendo é que não te faças desgraçado antes do tempo, já que talvez não cheguem nunca aqueles males que tiveste por iminentes”

Ou exageramos nossa dor, ou no-la forjamos, ou no0la antecipamos.”

Estou careca de saber que há quem ria debaixo de açoites e há quem gema por um simples bofetão.”

Outorga-me apenas que, cada vez que te rodeiem para te persuadir que és desgraçado, não faças tu caso do que escutas” Fora o Gardenismo! Tu não podes merecer o que nem os mais dignos que tu obtiveram! Essa é tua culpa!

Por que tem de compadecer-se de mim essa gente? Que é tanto que os faz tremer, que os faz temer até entrar em contato comigo, como se a tribulação fosse contagiosa? Há em minha tribulação algum mal, ou pode essa coisa ser mais mal-vista que má em si mesma? (…) quando minhas angústias têm um fundamento real ou são fantásticas? (…) ou nos atormentamos pelas coisas presentes, ou pelas futuras, ou por umas e por outras. (…) se teu corpo goza de liberdade e de saúde e não sentes o aguilhão de injúria alguma, veremos o que acontece amanhã, já que por hoje não sentimos nenhuma inquietude.”

nunca pomos em discussão as coisas que nos inspiram temor, não as submetemos a exame algum”

alarme falso” “os males quiméricos alarmam mais”

não existem temores tão perniciosos e irremediáveis como os terrores pânicos, já que os outros nos arrebatam a reflexão, mas os primeiros a própria razão.” Razão e reflexão para Sêneca:

DILEMA DO ANSIOSO: “Quantos males caíram sobre nós, sem que os aguardássemos! Quantos que eram esperados e jamais chegaram! E ainda que deva vir um mal, não vejo por que precisamos sair a seu encontro!”

Às vezes o espírito se forja imagens falsas; ou empresta o pior sentido a uma palavra duvidosa, ou converte em mais grave do que realmente era uma ofensa recebida, enquanto medita, não sobre a ira que dominava o ofensor, mas em até onde alcançava seu poder.”

Pondera, então, a esperança e o medo, e sempre que o resultado for duvidoso inclina-te ao mais favorável.”

a cicuta fez grande a Sócrates”

a fealdade que significa a prontidão dos homens em a cvada dia se erigirem novos fundamentos, em conceber a cada vez novas e inéditas esperanças, mesmo na hora da morte. (…) tu verás anciãos ainda dispostos à intriga política (…) Haveria algo mais vergonhoso que um ancião que começa a viver?”

É mister que nos comportemos, não como aquele que tem que viver para o corpo, mas como aquele que não pode viver sem o corpo. Um amor excessivo a este nos inquieta com temores, nos carrega de afãs, nos expõe a afrontas.”

os motivos de temor, os quais podem ser de 3 sortes: [orgulho ferido; saúde depredada; pança vazia]”

Os males naturais, a miséria e a doença, entram silenciosamente, sem nos infundir terror algum aos olhos e ouvidos; mas a outra calamidade mostra um aparato bem pomposo”

Imagina agora o pau que atravessa o homem, saindo-lhe pela boca, e os membros esquartejados por carros que arrancam em direções distintas, e aquela túnica impregnada e tecida de materiais inflamáveis (…) das coisas que subjugam e dominam nossas almas, as mais eficazes são as que chegam com maior espetáculo”

Quando foste à Sicília, cruzaste o mar. Um piloto temerário menosprezou as ameaças do Austro, o vento que alvoroça ou revolve o mar da Sicília, e no lugar de singrar até a margem esquerda, se dirigiu àquela na qual a vizinhança de Caribdis agita o mar. (…) aquela região tristemente famosa por seus abismos vorazes.”

Quando fugimos de algo, de fato o acusamos.”

ante o que anda desnudo de riquezas o bandido passa ao largo, e mesmo o caminho infestado de ladrões é tranqüilo para o pobre.”

é de se temer que o receio à inveja nos faça cair em menosprezo; que não querendo pisar, façamo-nos bons para sermos pisados.”

Que outra coisa fez Catão senão vociderar e lançar gritos inúteis quando, arrastado pelas mãos do povo, coberto de cusparadas, foi expulso do Fórum, ou quando foi conduzido do Senado à prisão?”

esta é de Epicuro, ou de Metrodoro, ou de qualquer outro daquela fornada. Que importa quem a disse?”

Já que é coisa néscia, querido Lucílio, e, no todo, bem pouco adequada a um homem instruído ocupar-se em exercitar os músculos e alargar o pescoço e reforçar o peito; por muita fortuna que possas ter na empresa de engordar-te, nunca poderás igualar as forças de um boi corpulento nem chegarás a ter seu peso.”

Primeiramente os exercícios, que pelo esforço que exigem esgotam o espírito e tornam-no inábil para a atenção e os estudos sérios; depois, uma alimentação abundante faz da inteligência obtusa.”

homens que repartem seu tempo entre o óleo e o vinho e têm o dia por bem-aplicado quando suaram o suficiente, e para reparar o líquido que desta forma perderam haviam ingerido, previamente, em jejum, muita bebida para que penetrasse no fundo. [???] Beber e suar constitui a vida dos que padecem de mal de coração. [?] Há exercícios breves e fáceis que cansam o corpo com presteza e nos economizam tempo, que é o que se precisa ter em conta: corridas, o movimento das mãos com algum peso, o salto, seja de altura, seja de extensão, seja aquele que podemos chamar <salio> [sacerdote de Marte] ou, menos decorosamente, <salto del fulón> [intraduzível]; adota de quaisquer destes exercícios um uso simples e fácil. Faça o que fizeres, volta logo do corpo à alma; exercita-a de dia e de noite; um trabalho modesto basta para alimentá-la. Nem o frio nem o calor, nem a velhice, podem te impedir este exercício; cultiva, pois então, esta riqueza que os anos vão melhorando. Não te peço que estejas sempre com a cara nos livros ou nas lutas; é mister dar à alma algum descanso que sem dissipá-la a distenda. O estar deitado tranqüiliza o corpo, mas não impede o estudo; permite ler, ditar, falar, escutar, coisas que nem o caminhar a pé nos impede.” Sentar mesmo é que é ruim.

não faltará quem te meça os passos e regule o movimento de tua boca ao comer, e chegarão tão longe quanto permitam sua paciência e tua credulidade.”

Quem disse essas palavras? O mesmo de antes.”

Que vida crês tu que é tida por néscia? (…) a nossa, a quem se algo pudesse satisfazer já estaria satisfeita.”

Quem vai por um caminho encontra um termo; o andar fora do caminho não conhece acabamento.”

A frugalidade não é mais que uma pobreza voluntária. Abandona semelhantes desculpas: <Ainda não tenho o suficiente; assim que alcançar tal soma me entregarei por inteiro à filosofia.>

Quebrar a tela do celular pode ser difícil justamente para aquele que o tenta com afinco…

À Gardene: “Preferirias, pois, à pobreza que sacia, a riqueza que nos faz famintos?”

Mas como sair desse ciclo vicioso? Por onde quiseres. Pensa em quantas temeridades incoerreste por amor ao dinheiro, quantos trabalhos suportaste por amor às honras! Bem podes tentar algo pelo ócio; por outro lado, em meio aos afãs do governo das províncias e das magistraturas, envelhecerás entre o tumulto e a agitação sempre renovados, que nenhuma temperança poderá evitar, nem suavidade alguma no viver. E que acontecerá se lhe permites a ela crescer ainda mais? Quanto mais se avizinha aos êxitos, tanto mais se avizinha aos temores.”

<A própria altura aturde os topos.> Se queres saber em que livro se o disse, te comunicarei que foi no que leva por título Prometeu. Com esta frase, quis significar que os saguões estão expostos às tempestades.” “Mecenas foi homem de gênio, que teria podido oferecer a Roma um grande modelo de eloqüência se não tivesse sido enervado pela felicidade, que pode-se dizer que o castrou.”

Primeiro, antes de considerar o quê comes e bebes, deves considerar com quem comos e bebes, pois comer e beber sem um amigo é viver como os leões e os lobos.”

Epicuro

O homem atarefado e agoniado por seus bens não achará mal pior do que crer seus amigos aqueles de quem de fato não é um amigo; do que crer que suas boas ações lhe servem para ganhar os corações, quando, na verdade, muitos o odeiam mais à medida que mais lhe devem. Uma dívida pequena faz um devedor; uma dívida importante faz um inimigo.”

a constante igualdade do homem consigo mesmo”

ninguém tem formado um propósito; e se o tem, nele não persevera, antes o renega, e não para mudar de meta, mas para voltar, depois à mesma de antes, à mesma que havia abandonado e espinafrado. (…) Os homens não sabem o que querem, só o momento em que querem.”

Oh, quando chegará o dia em que ninguém mentirá para lisonjeá-lo!”

Quem conheceria hoje a Idomeneu se Epicuro não houvesse tratado dele em suas cartas? O mais profundo esquecimento apagou o nome de todos aqueles magnatas e sátrapas, e ainda o do mesmo rei do qual Idomeneu recebera o poder.” “Profundamente nos cobrirá o alto-mar dos séculos, poucos gênios assomarão a cabeça por cima das águas” Para anotações pessoais consultar Os Segredos da Mosca em data próxima.

A diferença entre professores de educação básica de uma escolinha no cafundó e austeros analistas, assistentes, técnicos e auxiliares em C&T uma ilustre autarquia federal é que os primeiros sabem que “não fazem nada de importante, i.e., talvez algo de suma importância, que não passa, não obstante, de sua obrigação.”

Qual é a diferença entre alguém que ama um idioma e alguém que ama idiomas? Agora que estão na mesma sala aprendendo, nenhuma.

eu te prometo, Lucílio: eu gozarei do favor da posteridade, terei o privilégio de remover da deriva, junto com o meu nome, o de outros.”

deseos deoses

Eu creio que na filosofia tem-se que tentar aquilo que se fez no Senado: se alguém expõe um parecer que me agrada parcialmente, faço com que a proposição seja dividida em partes e sigo a que me parece mais aceitável.”

O ventre não escuta ordens: reclama, exige. Mas não é um credor molesto; com pouca coisa se o despacha enquanto se o dá o que é devido, não aquilo que poderias dar.”

tens de desatar, antes que romper, o nó que desgraçadamente enredaste, porém, se não houver maneira, rompa-o.”

Não existe ninguém tão covarde que não prefira cair de uma vez a estar sempre frustrado.”

Contenta-te com os negócios em que te embaraçaste. Não te enredes em outros novos.” Estou precisando muito seguir este aforismo.

amam os frutos das misérias enquanto que detestam as misérias.”

Todo mundo sai da vida como se acabasse de entrar nela.”

Epicuro

Que coisa pode existir de mais vergonhosa do que sentir-se inquieto no próprio umbral da maior segurança?”

As minas dos metais pobres são superficiais; as dos metais mais ricos são aquelas cujas veias se escondem no mais profundo, mas recompensam com mais generosidade aos que as escavam com constância.”

o prazer é um declive pelo qual deslizamos até a dor se não nos armamos de comedimento.”

É mister proceder como se sempre se tivesse vivido já bastante.”

náusea da náusea, náusea de não ter náusea

Sócrates dissertou no cárcere, e havendo-lhe alguém oferecido a fuga, não quis sair, preferiu permanecer ali para fazer os homens perderem o temor a 2 coisas gravíssimas: a morte e o cárcere.”

Repara na nossa época, de cuja moleza e languidez nos lamentamos.” Parece que não há limite para o nível de languidez de uma época.

Me atarão. E daí? É que porventura ando desatado? Eis que a Natureza nos ata à pesadez do corpo.”

Não sou tão torpe como para seguir agora a música de Epicuro, acrescentando que são vãos os temores do Inferno, que nem Íxion gira com sua roda, nem Sísifo empurra a pedra com seus ombros, nem é possível que umas entranhas renasçam continuamente para ser devoradas. Não há alguém tão menino que tema o Cérbero, as trevas e os fantasmas que só consistem de ossos descarnados.” Não se trata somente de aproveitar o dia, mas saber que o ajuste de contas inexiste.

É desonroso dizer uma coisa e sentir outra. E ainda mais escrever uma coisa e sentir outra!”

até quando crescemos, nossa vida decresce. Perdemos a infância, depois a mocidade, depois a juventude. Até o dia de ontem, todo o tempo passado está morto e mesmo o próprio dia de hoje nós repartimos com a morte.”

A morte não vem toda de uma vez: aquela que nos leva é a última morte.”

Lucílio

É tanta a imprudência e a loucura dos homens que alguns deles se vêem forçados a morrer por temor à morte.”

O homem sábio e forte não tem que fugir da vida, e sim saber sair dela.”

Alguns sentem o desânimo por terem de ver e fazer sempre as mesmas coisas; não é um ódio, antes um aborrecimento da vida, no qual caímos empurrados pela própria filosofia quando andamos dizendo: <Até quando as mesmas coisas? Despertar e dormir, ter apetite e saciar-se, ter frio, ter calor. Não há nada que acabe, antes pode-se dizer que todas as coisas da Natureza ficam enlaçadas, fogem, perseguem-se. A noite empurra o dia, o dia a noite, o verão termina no outono, o outono é espoliado pelo inverno, o qual é empurrado pela primavera (…) Nem faço nada novo nem vejo nada novo, isto também produz náuseas.> Existem homens que não encontram a vida amarga, mas supérflua.”

não somente os atos de amanhã nos podem causar dano, como também os de ontem.”

o [desmemoriado] rico Calvino Sabino (…) tramou este expeditivo¹ procedimento: empregou uma grande quantidade na compra de escravos, um que soubesse Homero de cabeça; outro, Hesíodo, e outros 9, um para cada poeta lírico.”

¹ Ora, nada há de eficaz nisso: será que na época o escravo era mais barato que a própria obra? De toda maneira, que adianta que um saiba Homero, se é ele que sabe e não quem quer saber, considerando o problema da perspectiva de quem quer saber?

Santílio Quadrato, um mordaz crítico de ricos néscios e, é escusado acrescentar, grande adulador deles, e, coisa que sói ir junta também, um belo companheiro para contar piadas, persuadiu este mesmo Calvino Sabino aprocurar gramáticas e dicionários. Sabino, havendo-o contestado que cada um de seus escravos lhe custava 100 mil sestércios, aquele respondeu: <Por menos, teria comprado eu outros tantos manuscritos.>”¹

¹ Eis a resposta à dúvida acima: mesmo que o valor do escravo fosse tão baixo, o dos textos não era tampouco nada alto!

O mesmo Santílio o aconselhou a se dedicar à luta, apesar de ser o rico um homem pálido, enfermiço e débil. Depois da resposta de Sabino: <E poderia eu fazê-lo, se mal me sustento de pé?>, disse-lhe: <Não o digas! Não vês quantos escravos robustíssimos possuis?> O bom senso não se compra nem se toma emprestado, e se se vendesse, creio que não acharia comprador. Em compensação, a insensatez encontra todo dia partidários.”

nunca se disse o bastante aquilo que nunca seria o bastante compreendido. A alguns basta mostrar-lhes remédios, a outros é mister impor-lhes à força.”

GLOSSÁRIO:

afrenta: afronta = AGRAVIO

desgana: tédio; inapetência; falta de aplicação.

pellejo: odre; casca; pele.

pendiente: rampa, declive; calha; brinco; que não foi resolvido.

poner hitos: demarcar; compactar.

postreto: último, final

rastrojo: palha

S&S EM 3 ATOS

SIMULACROS & SIMULAÇÃO 1.0

Jean Baudrillard – Ed. Relógio D’Água, omite-se o tradutor.

subtítulo imaginário:

A TROCAÇÃO SIMBÓLICA E A MORTE – DO LUTADOR DE M&MA

HISTÓRIA

P. 17: “a pretexto de preservar o original, se proíbe o acesso de visitantes às grutas de Lascaux [aí lascô], mas que se construiu a réplica exata a 500m de distância, para que todos possam vê-las (dá-se uma olhadela à gruta autêntica pelo postigo e depois visita-se o todo reconstruído).”

toda a ciência e a técnica se mobilizaram recentemente para salvar a múmia de Ramsés II, depois de a terem deixado apodrecer durante algumas dezenas de anos no fundo de um museu. O Ocidente foi tomado de pânico, perante a idéia de não poder salvar o que a ordem simbólica tinha sabido conservar durante 40 séculos, mas longe do olhar e da luz. Ramsés não significa nada para nós, apenas a múmia é de um valor incalculável, pois é ela que garante que a acumulação tem um sentido.” “Estamos fascinados com Ramsés como os cristãos da Renascença estavam com os índios da América, esses seres (humanos?) que nunca tinham conhecido a palavra de Cristo.” “Então das 2 1: ou se admitia que essa lei não era universal ou se exterminavam os índios para apagar as provas. (…) Deste modo terá bastado exumar Ramsés para o exterminar ao museificar”

COMUNISMO

a esquerda dá muito bem conta de si própria e faz espontaneamente o trabalho da direita.”

Todas as hipóteses de manipulação são reversíveis num torniquete sem fim.”

Makarius, A estratégia da catástrofe (em francês)

Com o esgotamento da esfera política, o presidente torna-se cada vez mais parecido com esse manequim de poder que é o chefe nas sociedades primitivas (Clastres).”

Por uma ironia é da morte do social que surgirá o socialismo, como é da morte de Deus que surgem as religiões.” Deus morreu, e finalmente obedeceu-o o judeu.

Acabou o valor de uso ou o prestígio do automóvel (use menos gasolina, cuide da sua segurança, ultrapassou a velocidade, etc.), ao qual as características dos automóveis fingem adaptar-se. É pelo mesmo deslizar do <direito> de voto para <dever> eleitoral que se assinala o desinvestimento da esfera política.” Ter carro é uma boa idéia, o ruim é ter o carro!

Pp. 51-2: “Que sentido teve esta guerra, e a sua evolução não terá sido a de consolidar o fim da história no acontecimento histórico fulminante e decisivo da nossa época? Por que motivo esta guerra tão dura, tão longa, tão feroz, se dissipou de um dia para o outro como por encanto? Por que esta derrota americana (o maior revés da história dos EUA) não teve qualquer repercussão interna na América? (…) Nada aconteceu.” “normalização das relações Pequim-Washington: era isso a questão fulcral da guerra do Veitname e os EUA abandonaram o Veit. mas ganharam a guerra.”

Desassinei CartaCapital e nada mudou…

Os comunistas atacam os socialistas como se quisessem quebrar a união da esquerda. Dão crédito à idéia de que estas resistências viriam de uma exigência política mais radical. De fato, é porque não querem o poder. [Paradigma PCO] Mas não o querem nesta conjuntura, desfavorável para a esquerda em geral, ou desfavorável para eles no interior da União da Esquerda – ou já não o querem por definição? Quando Berlinguer declara: <Não há que ter medo de ver os comunistas tomar o poder na Itália>, isto significa ao mesmo tempo:

  • que não há que ter medo porque os comunistas, se chegarem ao poder, não mudarão nada ao seu mecanismo capitalista fundamental;

  • que não existe qualquer risco de eles alguma vez chegarem ao poder (pela razão de eles não o quererem);

  • e mesmo se o alcançarem nunca farão mais que exercê-lo por procuração;

  • que, de fato, o poder, o verdadeiro poder, já não existe e portanto não há qualquer risco de que alguém o tome ou o retome;

  • mais ainda: eu, Berlinguer, não tenho medo de ver os comunistas tomar o poder na Itália – o que pode parecer evidente mas não tanto como isso já que

  • isso pode querer dizer o contrário (não é preciso psicanálise para tal): tenho medo de ver os comunistas tomar o poder (e existem boas razões para isso, mesmo para um comunista).

Tudo isto é verdade simultaneamente. (…)

E esta lógica não é nem de um partido nem de outro. Ela atravessa todos os discursos independentemente da sua vontade.”

só o capital goza, dizia Lyotard, antes de pensar a partir de agora que nós gozamos no capital.”

O poder pode encarnar a sua própria morte para reencontrar um vislumbre de existência: os Kennedy morriam por terem ainda uma dimensão política. Os outros, Johnson, Nixon, Ford, não tiveram direito senão a atentados-fantoches, a assassínios simulados.”

CINEMA

#semiofftopic Chinatown, Os Três Dias do Condor (Three Days of The Condor), Barry Lyndon, 1900, Os Homens do Presidente (All The President’s Man), Last Picture Show, China Syndrome, “Mulholland Drive, the masterpiece of David Lynch”, Dr. Mabuse (jetrotal), Nosferatu, Nashville.

RESCALDO DAS RECOMENDAÇÕES:

Guépard [The Leopard] (1); Senso [Sedução da Carne] (2).

(1) retrato da aristocracia decadente;

(2) quando affairs internacionais afetam na política interna.

Diretor: Visconti, Luchino

Filme relacionado: Sunset Boulevard (Crepúsculo dos Deuses) (1950)

Fala-se de voltar a fazer filmes mudos, melhores, sem dúvida também eles que os da época. Ergue-se uma geração de filmes que são, para os que conhecemos, o que o andróide é para o homem: artefatos maravilhosos, sem falhas, simulacros geniais aos quais não falta senão o imaginário, e esta alucinação própria que faz o cinema. A maior parte dos que vemos hoje [1980!] (os melhores) são já dessa categoria. Barry Lindon é o melhor exemplo: nunca se fez melhor, nunca se fará melhor… em quê?”

Prazer cool, frio, nem sequer estético no sentido rigoroso do termo: prazer funcional, prazer equacional, prazer de maquinação.”

Em Visconti há sentido, história, uma retórica sensual, tempos mortos, um jogo apaixonado, não só nos conteúdos históricos mas na encenação. Nada disto em Kubrick, que manobra o seu filme como um jogo de xadrez, que faz da história um cenário operacional.”

Já desconfiava da notoriedade sobre-comum de Sergio Leone

O cinema plagia-se, recopia-se, refaz os seus clássicos, retroativa os mitos originais, refaz o mudo mais perfeito que o mudo de origem, etc.: tudo isto é lógico, o cinema está fascinado consigo próprio como objeto perdido, tal como está (e nós estamos) fascinado(s) pelo real como real em dissipação.”

A “economicidade” do discurso é, então, boa? – Prof. Marco Aurélio, CEUB

HOLOCAUSTO

A televisão. Verdadeira solução final para a historicidade de todo o acontecimento. O esquecimento, o aniquilamento alcança assim, por fim, a sua dimensão estética (…) a partir de agora <toda a gente sabe>, toda a gente vibrou e choramingou perante a exterminação – indício certo de que <isso> nunca mais ocorrerá. (…) não ocorrerá de fato nunca mais porque desde sempre tem vindo (…) E querem-nos fazer crer que a televisão vai levantar a hipoteca de Auschwitz fazendo irradiar uma tomada de consciência coletiva”

O RESTO

As pessoas têm vontade de tomar tudo, pilhar tudo, comer tudo, manipular tudo. Ver, decifrar, aprender não as afeta. (…) Nunca esperam esse fascínio ativo, destruidor, resposta brutal e original”

O próprio cenário da cidade subterrânea – versão chinesa [X-Men; Teenage Mutant] de enterro das estruturas – é ingênuo.”

Nós éramos uma cultura da violência libertadora (a racionalidade). (…) Uma outra violência completamente diferente que não sabemos analisar aparece hoje: violência implosiva “Esta violência é-nos ininteligível porque todo o nosso imaginário está centrado na lógica dos sistemas em expansão.” “Os sistemas estelares também não deixam de existir, uma vez dissipada sua energia de radiação” “Deve-se evitar tomar a implosão por um processo negativo, inerte, regressivo, como a língua no-lo impõe ao exaltar os termos opostos de evolução, de revolução. (…) O Maio de 68 foi sem dúvida uma primeira reação violenta à saturação social (…) de resto em contradição com a ideologia dos próprios participantes, que pensavam ir mais longe no domínio do social (…) esta implosão tem conseqüências mais sérias que a própria revolução.”

Talvez hoje notássemos a diferença entre os homens se todos andassem com uniformes iguais. Mas como estão, individualizados, são não as vestimentas, é lógico, mas a carne e o espírito todos iguais.

Un livre, ma oeuvre!, appellé « Provérbios de Cila ou Sentenças de Caribde », avec tous mes jeux de mots de ces derniers ans au blog!

Ninguém se suicida pelo passado vergonhoso que tem nas costas; mas pelo futuro vergonhoso que sabe que terá.

a pornografia é ficção hipertrofiada de sexo consumido na sua irrisão, para a sua irrisão, espetáculo coletivo da inanidade do sexo na sua assunção barroca”

Uma sociedade de que o sexo fosse banido e só houvesse clones de clones de clones da última geração de humanos nascidos sexuadamente.

ser filho de si próprio é ainda ser o filho de alguém”

O homem é o câncer do homem.

Ballard, Crash

Philip Dick, Simulacres

Spinrad, Jack Barron ou L’éternité

Brunner, Stand on Zanzibar

(póst. a este livro) Viviane Forrester, O horror econômico (~20% nos favoritos: google books)

P. 173: “Os animais não têm inconsciente, porque têm um território. Os homens não têm um inconsciente senão desde que já não têm território. O território e as metamorfoses foram-lhes tiradas ao mesmo tempo – o inconsciente é a estrutura individual de luto onde se volta a representar, sem cessar e sem esperança, esta perda – os animais são a sua nostalgia.” [negrito meu]

SOBRE BAUDRILLARD: Seria preciso uma 3ª perspectiva. A 1ª é ele mesmo; a 2ª a “wikipedianesca”: que ele é um pensamento datado, tão incorreto quanto as escolas anteriores e as próximas, pertencente aos pós-estruturalistas, como um quadrinho na sucessão imagética do gibi. E então… sejamos IMPARCIAIS? Eis que o câmbio engancha e trava na troca de march…ops!

Eu sou um dado de 6 lados e você só acessa uma face…

O ISMO DO TERROR

E em seguida virá o CAOSISMO

O ACASISMO

O CONTINGENCIALISMO

A violência teórica é o único recurso que nos resta.”

niilismo chapa branca como a névoa

um niilista na conferência da UnaSul

tudo vermelho

Lipovetski, A Era do Vazio

Sexo e morte são os dois grandes temas reconhecidos pela sua capacidade de desencadear a ambivalência e o riso. (…) por que nos rimos? Só nos rimos da reversibilidade das coisas, e o sexo e a morte são figuras eminentemente reversíveis.”

Todo o real é residual, e tudo o que é residual está destinado a repetir-se indefinidamente no fantasmal.”

Mas quando tudo é recalcado já nada o é. Não estamos longe desse ponto absoluto do recalcamento (…) ponto de saturação crítica (…) então as energias já não têm de ser libertadas, gastas, economizadas, produzidas: é o próprio conceito de energia que se volatilizará por si próprio. (…) É preciso levar ao consumo insensato da energia para lhe exterminar o conceito. É preciso chegar ao recalcamento máximo (…) Quando o último litro de energia tiver sido consumido (pelo último ecologista), quando o último indígena tiver sido analisado (pelo último etnólogo), (…) quando a última fantasia tiver sido elucidada pelo último analista (…) dar-nos-emos conta de que esta gigantesca espiral da energia e da produção é apenas uma metafísica do resto e será resolvida de repente”

S&S REVISITED CONTRA O HOMEM QUE CONTRARIOU A DIALÉTICA [entreato]

Simulacra & Stimulation

estimulaxante

I can’t retreat all this meat from my teeth.

Reluctant as though you(r) may be…

trance&dance

transe&dane-se

The east, at least.

viragem voraz

virose rosa as a rose

whip! zás-trás

la vie en… zéro

varo a noite vingada

da traição armada

inútil escapar da fenda

There in the sun a dead start,

cogumelo rosa venenoso de Hiroshimario

postumo póst-humor, pós-tumor

* * *

aos-cílios de cuscuzteio para a mulher mulamanca máquiada

com quiabo

et laquê

o’melet’e me be an egg!

Eu sou Bill Microsoft, ou Windows Gate? Todos os portões se abrem, mas um vírus entra em Tróia. Juíndous do Mundo MicroSolar. Ploft! Versão Final 0.0

O dia que o mais miserável banguela chinês será mais rico que todas as ações da Nike. Corre atrás do tênis!

sou dinâmica e velocidade tão puras que inerciam… Na vida do artista tudo é glacial e nunca muda.

O futuro do mundo é um grande Já(la)pão. Do mundo, i.e., deste mundo. Velho e negativo. Fraturado e sorridente; e, pensando bem, não há engraxates, e os sapatos permanecem limpos! Ah, deixa eu me esticar na minha quase-cama…

uh, a garota tem cílios

man também tem cílios

se eu não tivesse olhos eu não veria os cílios

os filhos das filhas

só o cego extirpa sua própria linhagemfamília

sou cego no sossego?

ou morcego das noites atribuladas sigo na agitação dos mares broncos?

rumo a novos continentes negrotons

trabalho demente do operário trabalho elementar do operário trabalho demente do elemento trabalho de mão de mente do erário demento ele mente

O capitalismo irá acabar quando eu todos os meus livros resolver queimar retardado a fazer elucubrações braçais embaraçosas

poços viçosos de muita angústia

preto poço do conhecimento

A fala é uma falta, a escrita é uma estria. A cirurgia foi um sucesso, a marca é atroz e produz orgulho, será mostrada e demonstrada para todo o sempre no corpo anti-perene do ser-sendo comendo e sendo comido devorado pelas próprias estrias magnetiquespirituais subliminares de primeira plana. Chama que arde poética sem cicatrizar nem ferir morais preexistentes e quentes.

Doidivanitas subsolus

O papel do dólar não deixa nunquinha de ser uma expressão assaz irônica!

O nada do papel & o papel do nada

a flutuação e afogamento das moedas veladas pelos fardas-pretas

* * *

SIMULACRA & SIMULATION (S&S 2.0)

Anotações de 31/01/16 a 14/10/16

Tradução inglesa de Sheila Faria Glaser – an effort to fulfill the trilogy of the 2015 Baudrillard&Deleuze-thematic posts on this blog! A linguistical and comparative work, also. Maria de Costa Pereira havia sido a tradutora portuguesa que lemos acima!

DIC:

shred: pedaço; rasgo; traço.

Overwhelming versatility of desire in Deleuze, an enigmatic reversal that brings desire ‘revolutionary in itself, and as if involuntarily, wanting what it wants’, to desire its own repression and to invest in paranoid and fascist systems? A malign torsion that returns this revolution of desire to the same fundamental ambiguity as the other, the historical revolution.”

this fable has now come full circle for us, and possesses nothing but the discrete charm of 2nd order simulacra.”

It is all of metaphysics that is lost.”

it is genetic miniaturization that is the dimension of simulation.” “The real no longer needs to be rational, because it no longer measures itself against either an ideal or negative instance.” “Never will again the real have the chance to produce itself” “the orbital recurrence of models and the simulated generation of differences.”

One can see that the iconoclasts, whom one accuses of disdaining and negating images, were those who accorded them their true value, in contrast to the iconolaters [who – oh! – arrive so late!] who only saw reflections in them and were content to venerate a filigree God.”

This was the approach of the Jesuits, who founded their politics on the virtual disappearance of God and on the worldly and spectacular manipulation of consciences – the evanescence of God in the epiphany of power – the end of transcendence.

Whereas representation attempts to absorb simulation by interpreting it as a false representation, simulation envelops the whole edifice of representation itself as a simulacrum.” “no longer a Last Judgement to separate the false from the true, the real from its artificial resurrection, as everything is already dead and resurrected in advance.”

Carlos Castaneda, The Teachings of Don Juan: A Yaqui Way of Knowledge & the 2 sequences…

They no longer walk, but they go jogging, etc.”

O conceito de eterno no que tem limite ou de contível ou contável no que na verdade não tem fim: transfinito. Conceito meramente pós-euclidiano?

Sinu-site não vai, vai no papel mesmo!

I lea(r)n (fr)on(n) you

FLÁVIO & OS ECO-CHATOS DO ÚLTIMO BARRIL DE PETRODÓLARES: “it is the social itself that is organized along the lines of a disaster-movie script.” Dois idiotas bebendo no bar.

TRANS-TRANSLATION

META-TRANS-ACTION

TRANS-ITO

TRANS-CADO EM CASA

UMA TRANSMA ELABORADA

Sou imanentossexual!

Saturno Toguro Sartori Saqueio fumo e trago anéis de Saturno. Disco platinado. Efeito foguesfumaçado mato italiano cópia do renasço.

the only weapon of power is to reinject the referential everywhere, to persuade us of the reality of the social, of the gravity of the economy and the finalities of production. To this end it prefers the discourse of crisis, but also, why not? that of desire. ‘Take your desires for reality!’ can be understood as the ultimate slogan of power since in a non-referential world even the confusion of the reality principle and the principle of desire is less dangerous than contagious and hyperreality [here we are now, entertain us].” Nothing is real but pain now… Donnez-moi mon pain. bagueta baqueta é a lights out of tie tá?! QUE DEDÊ! Sai, R.! Beleuze… Paraneud & eud. Para n’ode to victory zero.

Quem eu estou lendo mesmo??? “Capital was the first to play at deterrence (…) deterritorialization (…) exterminating all use value, all real equivalence of production and wealth (…) disastrous spiral”

Mansão Engendrar de Amigos Imaginados

What every society looks for in continuing to produce, and to overproduce, is to restore the real that escapes it.”

Maquinaquiavel

Quem procura a crise na verdade assume a roupagem da crise da procuração. Eu escrevo é para esquecer, se eu escrevesse para lembrar este blog seria mínimo. E bem polido.

in a society that cannot terminate its mourning.”

Madil Boo Rousseff

the new presidents are nothing but caricatures and fake film” Não há um segundo Collor, macaco marionete do poder. Oozaru de cauda cortada.

annual annulation

Nirvanaxon “Nixon arrived at the goal of power: to be taken seriously enough to be denounced, and liquidated.”

Ford is immunized by his impotence, which infuriates him.” which in fury eats him

Bill Clinton paga a conta do clitóris não perfeitamente redondo ou elíptico ou branco ou limpo. Pagar boquete para o homem mais poderoso do mundo – todos os canais de TV e audiência chupando, na verdade, o sêmen e o gérmen da Terra – parece conosco mesmo, foi menos que uma compulsão ao auto-sexoral. …An(d) oral(B)for all…

before all the breakfasts…

legitimate mating

Então fica entalada na garganta a pergunta: Monica Lewinsky engoliu ou não a porra toda? Bill gozou? Hillary já se masturbou pensando nisso, imaginando a cena? Cada americano agiu na cabecinha da secretária – em nome de todos, ela não podia recusar.

Um homem da sua posição não pode…”

Não pode ser um homem.

Tem que ser um manequim, sem pau…

Para que não cheguem a quebrar o pau…

E especular sobre a impotência e a infelicidade do sonho americano…

No Texas e aposentado, Bush pode ser o depravado…

Que situação chata! superação da crise…

&fall

fomentou a fome no mundo, já dizia Mastruz.

TRANSCAMAERATURA

FhC é um coxinho, porque todas as suas viúvas são coxinhas.

a typical ideal American Family, California home, 3 garages, 5 children, assured social and professional status, decorative housewife, upper-middle-class standing. In a way it is this statistical perfection that dooms it to death, it is, as in ancient sacrifices, chosen in order to be glorified and to die beneath the flames of the medium, a modern fatum. Because heavenly fire no longer falls on corrupted cities, it is the camera lens that, like a laser, comes to pierce lived reality in order to put it to death. ‘The Louds: simply a family who agreed to deliver themselves into the hands of television, and to die by it’, the director will say.” “sacrificial spectacle offered to 20,000,000 Americans.”

You no longer watch TV, it is TV that watches you” “A switch from the panoptic mechanism of surveillance (Discipline and Punish) to a system of deterrence, in which the distinction between the passive and the active is abolished.”

YOU are the model!” “YOU are the majority!”

We are no longer in the society of the spectacle, of which the situationists spoke, nor in the specific kinds of alienation and repression that it implied.”

That discourse ‘circulates’ is to be taken literally: that is, it no longer goes from one point to another, but it traverses a cycle that without distinction includes the positions of transmitter and receiver, now unlocatable as such.”

power is something that circulates and whose source can no longer be located” “an endless reversion that is also the end of power in its classical definition.” “one can always ask of the traditional holders of power where they get their power from. Who made you duke? The king. Who made you king? God. Only God no longer answers. But to the question: who made you a psychoanalyst? the analyst can well reply: You.

power is resolved in perfect manipulation.”

HORIZON AT DUSK:Anti-Copernican revolution: no transcendental instance either of the sun or of the luminous sources of power and knowledge – everything comes from the people and everything returns to them.”

dissolution of TV in life, dissolution of life in TV – indiscernible chemical solution”

a collapse of the 2 traditional poles into each other: implosion (…) That is where simulation begins.

Atomic war, like the Trojan War, will not take place”

EGG-SMASHING… A SALAD OF IDEAS

A vida ou o DNA, qual é o preeminente?

A balança do terror é o terror da balança.

Um reality show com a Família Silva não daria muito certo…

Quem te fez Deus? Meu procurador, o mendigo.

Pra infelicidade das bandas punk, nada sucederá…

A sacola plástica tampouco irá nos assassinar…

Mas O PNB armamentista sem hesitar se multiplicará…

Daqui, na selva, até o extra-civilizado Japão – o jornalista é o único bobinho crente no final das contas. O resto pode se entregar à flutuação dos juros e ao sexo de cada dia; é o que conta no último dia do mês: estar com tudo em dia.

changed, change the world

(chan)ta(ge)m d(o) (mundo)

No longer can any revolt, any story be deployed according to its own logic because it risks annihilation.” “Because if the law, with its aura of transgressions, if order, with its aura of violence, still taps a perverse imaginary, the norm fixes, fascinates, stupefies, and makes every imaginary involute.” “The vertigo of a world without <<f>>laws.”

all bombs are clean”

misfortunes are even more numerous (…) But, subtly, they no longer have any meaning, they are no longer anything but the duplex effect of simulation at the summit.”

A bomba. A ilha. A bomba. Um mundo. Deterrência. A song. Uma música. Uma música… Estouro d’Os Tímpanos.

all ‘newsreel’ footage thus gives the sinister impression of kitsch, of retro and porno at the same time – doubtless everyone knows this, and no one really accepts it. The reality of simulation is unbearable – crueler than Artaud’s Theater of Cruelty.”

precisely only the Americans, as they did in Hiroshima, have a right to this ‘use value’ of the bomb: all of those who have acquired it since will be deterred from using it by the very fact of possessing it.” “Responsibility, control, censure, self-deterrence always grow more rapidly than the forces or the weapons at our disposal: this is the secret of the social order.” “the whole myth of the total and revolutionary strike crumbles at the very moment when the means are available – but alas precisely because those means are available. Therein lies the whole process of deterrence.”

Energies freeze in their own fire, they deter themselves.”

The illusion would be to congratulate oneself on this ‘awareness of history on the part of cinema’, as one congratulated oneself on the ‘entrance of politics into the university’.” “at least there was history, at least there was violence (albeit fascist) (…) this void, the leukemia of history and of politics

it is naïve to conclude that the evocation of fascism signals a current renewal of fascism (…) it is for this reason that fascism can again become fascinating in its filtered cruelty”

History is a strong myth, perhaps, along with the unconscious, the last great myth.”

Fascism itself, the mystery of its appearance and of its collective energy, with which no interpretation has been able to come to grips (neither the Marxist one of political manipulation by dominant classes, nor the Reichian one of the sexual repression of the masses, nor the Deleuzian one of despotic paranoia)”

Harrisburg is a sort of 2nd-order simulation. There is certainly a chain reaction somewhere, and we will perhaps die of it, but this chain reaction is never that of the nuclear, it is that of simulacra, and of the simulation where all the energy of the real is effectively swallowed” “an explosion is always a promise, it is our hope: (…) the whole world waits for something to blow up” “unhappiness is when there is no nuclear spectacle (Hiroshima is over) (…) substantial food for our messianic libido.” “But that is precisely what will never happen. No more energy in its spectacular and pathetic form – all the romanticism of the explosion which had so much charm, being at the same time that of revolution – but the cold energy of the simulacrum and of its distillation in homeopathic doses in the cold system of information.” “In the film, also, real fusion would be a bad argument: the film would regress to the level of a disaster movie – weak by definition (China Syndrome, 1979)”

in its inspired moments, it is God who through his cataclysms unknots the equilibrium of terror in which humans are imprisoned. Closer to us, this is what terrorism is occupied with as well: making real palpable violence surface in opposition to the invisible violence of security.”

the Molochian joy of filming the sacrificial joy of so many millions spent, of such a holocaust of means”

the war in Vietnam ‘in itself’ perhaps in fact never happened, it is a dream, a baroque dream of napalm and of the tropics” “perhaps waiting for nothing but consecration by a superfilm” “this is the brutal quality of this film – not being rotten with the moral psychology of war.”

clownish effect in overdrive”

how is such a horror possible?”

if the Americans (seemingly) lost the other one, they certainly won this one. Apocalypse Now is a global victory.”

the film is a phase of this war without end”

One has not understood nothing, neither about the war nor about cinema, if one has not grasped the reversibility of both destruction and production, of the immanence of a thing in its very revolution, of the organic metabolism of all the technologies.”

Simulados & Liaisons

Sila und siLa

careforbde the entrance

Homecaribde medical centre of eternity

Vaginaltura

momento pelado vendo a crueza do momento-estátua nádega

nada a negar às danadas nadadeiras p/ q. +- ñ qro v.

na adega a gnt vê

agarradinho

sa(liv)at(e)

the pizza

eu te (de)texto no meu jogo de Romeu

rogo a Deus

louco rasga dinheiro mas são rasga bilhete azul

receitazul

a veritable cultural mourning for which the masses are joyously gathered”

any operation meant to put an end to culture only serves, as one knows, to resurrect it.”

O meio é a massagem do ego.

O mundo moderno, sólido como é, é convexo, e não côncavo, porque somos o eterno “deslizar da maçaneta da descoberta”, encarnamos a queda do centro para a periferia, de dentro para fora, somos expulsos do paraíso e não quaisquer escravos da gravidade, de um miolo magnético. Cada vez mais expansivos e claros, rolando sobre nós mesmos. Não há buraco ou mistério. A borda do precipício é o horizonte infinito. Não investigamos, escorregamos.

O jogo da batata cada vez mais gelada.

eu não repouso eu redecolo

inertia e sóbrinha violenta e rápida ao mesmo tempo

Não querendo ser freudiano, mas como não ver sexo na descida de um toboágua? cupidez estupidez 10 estampidos de cupins despe o cu no caixão

Talião tal filho

Tal leão tal simbazinho

fetishy não se mostra fácil

Fat’n’roll

Shynese democracy

Me tira de dentro do espelho, eu que te coloquei aí.

The dream of seeing all that explode by dint of contradictions is precisely nothing but a dream. What is produced in reality is that the institutions implode of themselves, by dint of ramifications, feedback, overdeveloped control circuits. Power implodes, this is its current mode of disappearance.” This text

all the philosophies of the release of energy, of the irradiation of intensities and of the molecularization of desire [!] go in the same direction, that of a saturation as far as the interstitial and the infinity of networks. The difference from the molar to the molecular is only modulation, the last perhaps, in the fundamental energetic process of expanding systems.”

CREMATÍSTICA SOLAR: “the solar myth of an inexhaustible radiation, on which Bataille founds his sumptuary anthropology: it is the last explosive and radiating myth of our philosophy.”

where everybody conceal their interests, the aggreegate!

conscious zeal

im-plant a new forestal order

Nem só de perucas brancas se faz a aristocracia.

Monod, Chance and necessity (a monadologia em xeque)

CAMINHO DO DESTINO

Cada um escolho seu caminho

cada um tem um destino

apesar do mau-olhado

eu não desafino

mesmo rouco entoo o hino

talvez que meu destino

seja a desafinação

seguir torto é o meu caminho

* * *

information produces meaning (…) We are all complicitous in this myth. It is the alpha and omega of our modernity”

the integrated circuit of the negative”

Myth exists, but one must guard against thinking that people believe in it”

VICENTES & FAZENDAS: “media are producers of the implosion of the social and this is only the macroscopic extension of the implosion of meaning at the level of the sign.”

CAMPAINHA DA LIQUIDARIEDADE: Descrição de uma crise de pânico no trabalho

Eu sou o ponto da minha sala onde a comunicação se perde e o chiado aparece. O mudo sabe-tudo. Aquele que mais pode e menos muda o mundo. O único que vai fundo e ainda assim não pesca nada, só dissabores de garganta. Baque–teria como desligar o ar?–do coração engasgadopusoprimido. Me dói muito saber. “O homem que derruba o café” “O ateu que suja a mesa” “O excêntrico que irá se casar” “O músico que não dá espetáculo” “O gênio que não quer trabalhar” “O esforçado que vive doente” O subjugado arrogante. A quina da minha cela. Sente na minha sela – cavalo que dá coice e come doce.

24/07/16

But it would be useful to posit the opposite hypothesis”

the term catastrophe itself only signifies the curvature, the winding down to the bottom of a cycle that leads to what one could call the <horizon of the event>

B., Requiem for The Media

O TÍTERE MANIPULADOR:¹ “the media make themselves into the vehicle of the moral condemnation of terrorism and of the exploitation of fear for political ends, but simultaneously, in the most complete ambiguity, they propagate the brutal charm of the terrorist act, they are themselves terrorists, insofar as they themselves march to the tune of seduction.”

¹ Nome alternativo: Paradoxo de Eddie – para denotar a posição intermediária de Satã na capa do Number of The Beast (1982).

insoluble double bind”

the practices of the masses – that we bury under the derisory terms of alienation and passivity.”

the current argument of the system is to maximize speech, the maximum production of meaning. Thus the strategic resistance is that of the refusal of meaning and of the spoken word – or of the hyperconformist simulation of the very mechanisms of the system

See what surplus value of the social each advertisement tries to produce: Werben werben (advertise advertise) – the solicitation of the social everywhere, present on walls, in the hot and bloodless voice of female radio announcers, in the accents of the sound track” “If at a given moment the commodity was its own publicity (there was no other) today publicity has become its own commodity.” “The social as a script, whose bewildered audience we are.”

since today advertising has escaped the social and moral dramaturgy that it still represented 20 years ago.” this excerpt is from 40 years ago – o que houve? precessão da implosão?! somos muito mais moralistas, embora a formula siga relativamente inalterada…

It is information that is putting an end to the reign of advertising. That is what inspires fear, and what is thrilling.”

miniaturization of everyday life by computer science.”

the autoerotic index of a system that does nothing but designate itself – whence the absurdity of seeing in it an <alienation> of the female body.”

the social must be saved just as nature must be preserved: the social is our niche” “it has fallen into the register of supply and demand”

Folklore dances in the metro, innumerable campaigns for security, the slogan <tomorrow I work> accompanied by a smile formerly reserved for leisure time”

<I don’t let anyone choose for me> an Ubu-esque slogan, one that rang so spectacularly falsely, with a mocking liberty, that of proving the social while denying it.”

Disaffected, but saturated. Desensitized, but ready to crack.”

Everywhere there are 3 or 4 paths, and you are at the crossroads.”

the stupefied hyperreal euphoria that we would not exchange for anything else, and that is the empty and inescapable form of seduction.” “it is useless to analyze advertising as language, because something else is happening there: a doubling of language (and also of images), to either linguistics nor semiology correspond”

fixing the disappearance of the religious in the orgasm of statues.”

The commodity is buried, like information is in archives, like archives are in bunkers, like missiles are in atomic silos.” “a culture that chose to bury itself in order to definitely escape its own shadow, to bury its seductions and its artifices”

heimlich/umheimlich

Monocellular utopia which, by way of genetics, allows complex beings to achieve the destiny of protozoas.”

GEG (GÊNESE DA ESPIRAL GENÉTICA)

Eu fui meu pai. Eu me eduquei. Eu fui Édipo, eles me cegaram. Minha mãe me levou ao médico. Não me arrependi. Não estou sereno. Ou será que meus pais são meus avós, ou será que meus avós são meus pais? Não é essa a questão mas eu senhor e bebê, adulto e escravo? Que responsável abominável e inocente?

a sacred fascination of the Two” “The individual is no longer anything but a cancerous metastasis of its base formula.”

Richard Pinhas, ‘Notes synoptiques à propos d’un mal mystérieux’

The closer one gets to the perfection of the simulacrum the more evident it becomes how everything escapes representation” “there is no real: the 3rd dimension is only the imaginary of a 2-dimensional world, the 4th that of a 3-dimensional universe… Escalation in the process of a real that is more and more real through the addition of successive dimensions.” “only what plays with 1 less dimension is true, is truly seductive.” “What is exact is already too exact.”

A sombra do holograma.

as if all truths swallowed its own criteria of truth as one <swallows one’s birth certificate> and lost all its meaning.” “Meaning, truth, the real cannot appear except locally, in a restricted horizon” “even the exact sciences come dangerously close to pataphysics.”

pathosphysics

Kafka, Colônia Penal

Death, wounds, mutilations are no longer metaphors of castration, exactly the opposite – not even the opposite.”

Kafka’s machine is still puritan, repressive, <a signifying machine>, Deleuze would say”

THE WHOLE HOLE

Tatuados são pan-sexuais. Fura-fura-dores. Costura o apêndice, engole o bandeide e a camisinha. Alça. Metal coçante, marca d’água marca-passo-na-rocha. Umbigo foradentro e do avesso. Ombroburacomanchagrande – pintassilgo. Pêlos pelos ê mais pelos. Semifinalmose. Cútis vermelha do cu. Ouro derretido na saliva lírica. Pino e(x)torsões. Tirar titica fresco de inseto galinha. Bafo antes do café da manhã – abafa. Faca. Manteiga. Tragar cocô frito. Tosse tuberculosa. Fiapo. Desdém. Dor ósseo-muscular. Espasmo. Alergorítimo do alergorritmo. Dança caipira pira pora nossa senhora roxa que xoxa. Organograma fungacional. A meretriz e a filial da putaria.

a work of death that is never a work of mourning”

Não se chega a lugar nenhum – felizmente, que PARADA mas s a critica….

The functionalism of Crash devours its own rationality, because it does not know dysfunction.” “Few books, few films reach this resolution of all finality or critical negativity, this dull splendour of banality or of violence, Nashville, Clockwork Orange.”

caerotic care and rot errático aero arroto carrot ambulância ambivalente

The most likely answer is that the good old imaginary of science fiction is dead and that something else is in the process of emerging (not only in fiction but in the theory as well)”

1. “transcendent sphere” dream is still the individualized form of utopia, in which transcendence is outlined in depth, even in unconscious structures” “the island”

2. “unbounded projection” “speed, and power increase to the nth power” “metallurgy, etc. Projected hypostasis of the robot.” “science fiction adds the multiplication of its own possibilities.”

3. “The models no longer constitute either transcendence or projection” “they’re immanent” “The field opened is that of simulation in the cybernetic sense” “(scenarios, the sitting up of simulated situations, etc.)” “there is no more fiction.”

Reality could go beyond.” “The imaginary was the alibi of the real in a world dominated by the reality principle. Today, it is the real that has become the alibi of the model, in a world controlled by the principle of simulation.” “fiction will never again be a mirror held toward the future, but a desperate re-hallucination of the past.” “The conquest of space that follows that of the planet is equal to de-realizing (dematerializing) human space”

HALO-SE-NAÇÃO

Dragon Ball Z implode em Supernova, recidiva de velhos problemas, sensação de vazio, reciclagem noutra cor. Vilões divertidos – Goku trabalhador. Supermáquina dourada de tempos opacos-sombrios, dancinha e docinho da careta. Gordos em multiversos paralelo-integrados do combate zerozenal vital – tudo pretexto para fugir da mulher. A conveniência de Goten. Fusão de kis discrepantes e mimados. Só namekusei que nada rosazul eu sinto que, divino, eu sei. Super-shang tsung, hello, desire, long long time no see. I long for this re-visit.

A outra dimensão te deixa intacto no mesmo lugar.

Parar é que é voar.

simulation is insuperable, unsurpassable, dull and flat” – Alice trancada no quarto sem [se] toca[r e] sem espelho.

<One cannot simply do whatever one wants with nature.> The problems having become serious enough to damage the profitability of business, this drop in profitability may lead the breeders to return the animals to more normal living conditions.”

In the same way one rediscovers psychology, sociology, the sexuality of prisoners as soon as it becomes impossible to purely and simply incarcerate them (1)

(1) Thus, in Texas, 400 men and 100 women experiment with the sweetest penitentiary in the world. A child was born there last June and there were only 3 escapes in 2 years. The men and women take their meals together and get together outside of group therapy sessions. Each prisoner possesses the only key to his individual room. Couples are able to be alone in the empty rooms. To this day, 35 prisoners have escaped, but for the most part they have returned of their own accord.”

Animals somatize! Extraordinary discovery! Cancers, gastric ulcers, myocardial infarction in mice, pigs, chickens!”

The worker also needs responsibility, self-management, in order to better respond to the imperative of production.”

Once animals had a more sacred, more divine character than men.” “Only the animal is worth being sacrificed; as a god, the sacrifice of man only comes afterward, according to a degraded order.” “The structural opposition is diabolic, it divides and confronts distinct identities” “the cycle, itself, is symbolic” “(Does Deleuze envision something like that in his becoming-animal and when he says <Be the rose panther!>?)”

must not be confused with the status of the domestic pet – the only type of animals that are left to us outside reserves and breeding stations – dogs, cats, birds, hamsters, all packed together in the affection of their master.” “In particular, our sentimentality toward animals is a sure sign of the disdain in which we hold them. It is proportional to this disdain. It is in proportion to being relegated to irresponsibility that the animal becomes worthy of the human ritual of affection and protection” “Sentimentality is nothing but the infinitely degraded form of bestiality, the racist commiseration, in which we ridiculously cloak animals to the point of rendering them sentimental themselves.”

The violence of sacrifice, which is one of <intimacy> (Bataille), has been succeeded by the sentimental or experimental violence that is one of distance.” “Making animals speak, as one has made the insane, children, sex (Foucault) speak.” “It is not the ecological problem of their survival that is important, but still and always that of their silence. In a world bent on doing nothing but making one speak, in a world assembled under the hegemony of signs and discourse, their silence weighs more and more heavily on our organization of meaning.” “Thus spoke the moral discourses of man in fables. They supported structural discourse in the theory of totemism. Every day they deliver their <objective> – anatomical, physiological, genetic – message in laboratories. They served in turns as metaphors for virtue and vice, as an energetic and ecological model, as a mechanical and formal model in bionics, as a phantasmatic register for the unconscious and, lastly, as a model for the absolute deterritorialization of desire in Deleuze’s <becoming-animal> (paradoxical: to take the animal as a model of deterritorialization when he is the territorial being par excellence).” “…animals maintain a compulsory discourse.” “One never escapes the reversion that follows any kind of exclusion.” “Such was the silence of madmen that it forced us to the hypothesis of the unconscious – such is the resistance of animals that it forces us to change hypotheses. For if to us they are and will remain unintelligible, yet we live in some kind of understanding with them.”

(3) That animals wander is a myth, and the current representation of the unconscious and of desire as erratic and nomadic belongs to the same order. Animals have never wandered, were never deterritorialized (…) freedom to <fulfill all needs>, today <of realizing all his desires> – because modern Rousseauism has taken the form of the indeterminacy of drive, of the wandering of desire and of the nomadism of infinitude (…) free, virgin nature, without limits or territory, where each wanders at will, never existed, except in the imaginary of the dominant order of which this nature is the equivalent mirror. We project the very schema of deterritorialization that is that of the economic system and of capital as ideal savagery. Liberty is nowhere but in capital, it is what produced it, it is what deepens it. (…) the radicality of <desire>, one sees this in current theories, increases at the same rate as civilized abstraction, not at all antagonistically, but absolutely according to the same movement, that of the same form always more decoded, more decentered, <freer>, which simultaneously envelops our real and our imaginary. (…) they dream of total deterritorialization where the system never imposes anything but what is relative: the demand of <liberty> is never anything but going further than the system, but in the same direction.”

[territory is] the morsel of space in immediate contact with the organism” “the notion of territory is also opposed in some way to that of the unconscious. The unconscious is a <buried> repressed, and circumscribed structure. The territory is open and circumscribed. The unconscious is the site of the indefinite repetition of subjective repression and fantasies. The territory is the site of a completed cycle of parentage and exchanges”

O MUNDO DO NÃO-DESEJO: “The obligations are absolute therein – total reversibility – but no one knows death there, since all is metamorphosed.” “don’t we live now and already, beyond the effects of the linearity and the accumulation of reason, beyond the effects of the conscious and unconscious, according to this brute, symbolic mode? (…) don’t we dream of implosion rather than of explosion, of metamorphosis rather than energy, of obligation and ritual defiance rather than of liberty?”

O TEMA DA SOMBRA E DO REFLEXO DO EU:

Peter Schlemihl, The Man Who Lost his Shadow

The Student from Prague (movie)

Hans Christian Andersen, The Shadow

Psychoanalysis itself is the first great theorization of residues (lapses, dreams, etc.). It is no longer a political economy of production that directs us, but an economic politics of reproduction” “the return of the repressed as a powerful moment, of the return of the remainder as surplus of meaning

VÃ PIRO DOIDÃO

Não agüentou meus detritos! Ou amo-os só como detritos.

It is the Left that secretes and desperately reproduces power, because it wants power, and therefore the Left believes in it and revives it precisely where the system puts an end to it. The system realizes one by one all the objectives of the historical and revolutionary Left that sees itself constrained to revive the wheels of capital in order to lay siege to them one day.”

Diplomas are worthless: why would it [academia] refuse to award them? in any case it is ready to award them to everybody!”

By rotting, the university can still do a lot of damage. But for this to be the case it is necessary to start with this very rotting, and not to dream of resurrection. (…) the death of university as a model of decomposition of the whole of society, a contagious model of the disaffection of a whole social structure, where death would finally make its ravages, which the strike tries desperately to avert, in complicity with the system, but succeeds, on top of it all, only in transforming the university into a slow death, a delay that is not even the possible site of a subversion” “the challenge of a deterritorialization even more intense than the one that came from the system (…) this total lack of a need to gather in a given place (…) not the crisis of the university, that is not a challenge, on the contrary, it is the game of the system, but the death of the university – to that challenge, power has not been able to respond, except by its own dissolution in return”

They were not there to save the Sorbonne, but to brandish its cadaver in the face of the others, just as black people in Watts and in Detroit brandished the ruins of their neighborhoods to which they had themselves set fire.” Thus, there are no buses.

1968 is dead, repeatable only as a phantasm of mourning.” “All around us there are nothing but dummies [manequins; chupeta(!)] of power, but the mechanical illusion of power still rules the social order” “Yet it is there that one must fight, if even fighting has any meaning anymore.” “it is in this tactical universe of the simulacrum that one will need to fight – without hope, hope is a weak value, but in defiance and fascination.”

The challenge capital directs at us in its delirium – liquidating without shame the law of profit, surplus value, productive finalities, structures of power – must be raised to an insanely higher level. Capital, like value, is irresponsible, irreversible, ineluctable.” “only the vertiginous seduction of a dying system remains, in which work buries work, in which value buries value” “Surrounded by the simulacrum of value and by the phantom of capital and of power, we are much more disarmed and impotent than when surrounded by the law of value and of the commodity” “This supreme ruse [astúcia; falcatrua; estratagema] of the system only a superior ruse can stop, only a pataphysics of simulacra can remove us from the system’s strategy”

This is why there are still good days left to fascist and authoritarian methods, because they revive something of the violence necessary to life. The violence of ritual, the violence of work, the violence of knowledge, the violence of blood, the violence of power and of the political is good! This is lacking today, and the need for it makes itself felt.”

it is necessary to recreate the professor either as a mannequin of power and knowledge, or to invest him with a modicum of legitimacy derived from the ultra-Left – if not the situation is intolerable for everyone.” “it is based on the phantom scenario of pedagogy that things continue and this time can last indefinitely. Because there is an end to value and to work, there is none to the simulacrum of value and of work. The universe of simulation is transreal and transfinite: no test of reality will come to put an end to it”

let the world get evil and get old

get hOLD of it

I always kNEW

niilismo do teoria da niilismo

When God died, there was still Nietzsche to say so (God is not dead, he has become hyperreal)” “in a bizarre fashion, nihilism has been entirely realized no longer through destruction, but through simulation and deterrence.”

Não em vão, mas num vão, por um vão! Vão!

there is no longer an apocalypse”

Alice nunca vai acabar de desaparecer.

Betaform

Now, fascination is a nihilistic passion par excellence” “He who strikes with meaning is killed by meaning.” “revenge of speed on inertia.”

it would be our own mode of destroying finalities: going further, too far in the same direction” “is it not the obscene secret of cancer?”

O MUNDO EM CANTADO DO BARULHO

impermeável a terapias

irreversibilidade irreversível

there is no longer even pathos – that mythical energy that is still the force of nihilism (…) dramatic anticipation. It is no longer even disenchantment, with the seductive and nostalgic, itself enchanted”

P. 162: o papel crucial de Benjamin & Adorno no “3º niilismo”.

melancholia is the fundamental tonality of functional systems, of current systems of simulation, of programming and information.”

Against this hegemony of the system, one can exalt the r[e]uses of desire, practice revolutionary micrology of the quotidian, exalt the molecular drift or even defend cooking. This does not resolve the imperious necessity of checking the system in broad daylight.”

DE BOCA FECHADA SAI MUITA MOSCA?

Boca larga, cu trancado.

Boca de cima lacrada, boca de baixo arrombada.

Buraco de cima fechado, buraco de baixo vazado.

Vomitando merda, retendo fezes.

Engolindo sapo, cagando ensopado.

Quem não bate, ganha sopapo.

Você é um brutamonte convencido, você não é de nada, você é só papo.

É difícil admitir,

mas um tubo só

conecta

o início

ao fim.

MEU PENSAMENTO-MOR

Publicado originalmente em 9 de julho de 2009

A verdadeira compreensão do eterno retorno (datada de 20 de maio de 2009):

Nunca houve um Adão nem tampouco haverá Apocalipse e adeus. Tudo transcorre na mais perfeita naturalidade e ininterrupção: a humanidade é perpétua. Aliás, é o próprio universo. Um casal dá origem a seus filhos e os filhos a netos… isso nunca começou e não terminará, e o caso é que tal idéia soa muito complexa dada a finitude da vida e a noção de expansão-retração do cosmo. Mas eia! Logro a explanação pelo posterior:

“O meu filho mais distante é meu próprio pai”

O que eu fiz? Trouxe o eterno retorno da Física ingênua até os estertores da consciência, daquele-que-percebe e sem o qual nada há!

Dada a configuração paroxística do devir, há sempre o embate de duas macro-forças: a anelídea e a cristã, da qual sou o elo perfeito. Nasci em 1988 e sou meu próprio neto, descendente mais distante e mais próximo! Esta é a máquina divina da procriação e auto-louvor! Incomensurável momento dos momentos, esta linda linha. Por causa do cristianismo, da temporalidade irrevogável e da linha reta, temos mitos de origem e desfecho. Porém do ângulo da minhoca – vê-se que minha extensa ligação com este animal não é vã – há um singular mito-sendo do retorno. O que é não deixa de ser mesmo quando deixar – seria a forma concreta de relatar o fenômeno, irrepreensível, mas estranha à lógica que é a mãe de minha escrita. Por isso eu sou os dois, o pecador e o dançarino invicto. Eu mesmo me contei e inventei toda a narrativa.

O Adão borrado deve ser meu filho, meu primeiro pai. Terá mesmo um nome grego? Como não há notícia de último homem, infiro que ele é cada um de nós. Somente eu como demiurgo poderia castigar alguém assim. Minha lâmina de tudo corta, sem cortar…

((Sol))

                    (Terra)             ((((((((mar))))))))

{de fato, não é um esquema inédito. Eu sou o gênio do detalhe!}

Essas coisas, e os quadrúpedes inferiores, por exemplo, nunca saíram daqui. Nenhuma Guerra Mundial ou Holocausto foi mais grave do que envergonhar. Nenhuma intempérie esfriou temperamentos. Alakazan, LEGO. Moléculas e coacervados: puro jogo de cena! Nunca houve bárbaro com cordas vocais se esperneando e urrando para aprender palavras. Todos tiveram pai e mãe humanos e uma série de circunvizinhos. E, com efeito, são 5, 6, 7 mil anos e nada mais! Ninguém trouxe o fogo, me desculpe! Ou, para cada pessoa, foi um sujeito alternativo o gestor.

Adormecer esse pensamento significa torná-lo verídico, pois preciso esquecer do círculo para formá-lo. E conformá-lo ao meu eu.

Nunca houve um Adão nem tampouco haverá Apocalipse e adeus. Tudo transcorre na mais perfeita

ELIMINATION – Overkill (traduzida, com alterações)

Terminal, doença terminal?

Tarde demais, brother!

O que é essa tosse, essa falta de ar?

Fatal?

Tá de brincadeira, irmão!

Preciso duma segunda opinião!

Gargalhando diante dum tufão

Que arranca toda a plantação

Chorando numa casa

que mais parece um funeral

Chegou algum boleto e é pra mim?

Errou o endereço:

sete palmos mais abaixo!

Extinção, extinção

Extinção, extinção!

Contagiosa? E por que não?!

Se não for só eu pra cova…

É, dói, eu sei

Nunca é fácil se deixar partir!

Puxo o fio da tomada

Mas é difícil de arrancar!

Na hora derradeira

Sua visão muda

Não há nada a perder…

Expulsão, expulsão

Expulsão, expulsão!

Exterminar o certo

Exterminar o errado

Exterminar o fraco

Exterminar o forte

Exterminar seus sentimentos

Extinguir, tarde demais!

Suprimir a fé

Erradicar, erradicar!

Se eu vivesse mais um dia

Faria do céu terra, da terra céu

Faria uma boa atuação

Sou bonzinho, não me levarão!

Ah, se eu tivesse só mais um dia!

Diria na sua cara:

“Arrancaria os aparelhos da tomada

De todo mundo, todos podres!

Extinguiria a raça!”

Queremos a cura, queremos o saber

Tenha esperança, seja lá como

Não, você está espalhando o caos

Infectando uma nação!

Um trem-bala – próxima parada:

Aniquilação!

Desenganado, ah, sem dúvida!

Decadência lenta, de dentro pra fora

Me cuidar pra quê?

O último a sair fecha a tampa do caixão

Gastar tudo que tem guardado

E ‘inda querer mais um bocado

Se vejo o teto agora

É porque estou no chão!

Excreção, excreção

Excreção, excreção!

Troçando a epidemia

Tem algo no ar

Lamentando a pandemia

Escavar, escavar, meu túmulo

Até ficar sem unha!

Eliminar a fé,

Eliminar, eliminar!

MINHA INTEMPESTIVA III: DAS VÁRIAS METÁFORAS QUE EU ENCARNO

Publicado originalmente em 7 de fevereiro de 2009 – editado

“Eu me arrependo de tal coisa.” Essa é uma frase corriqueira em nossas vidas. Mas tão comum quanto perecível. Quando se tem maturidade suficiente para se aperceber dos jogos de ação-e-reação que nos constroem e do papel do sentimento de culpa em cima de nossos atos, enfim, quando o sujeito apreende a “irrevogabilidade do crime” e enceta a direcionar seus erros a seu favor, tem-se finalmente autoridade para proferir a frase: “Todo arrependimento tem uma data de validade”. Se nem todos têm, é melhor embarcar na ilusão de que determinada ferida irá cicatrizar – ou não se consegue viver uma vida. Atente para meu exemplo: pelo menos um ano me arrastando em sonhos para ser readmitido no Colégio Militar. Mas eu engolia o dissabor com meu orgulho de leão (e não de pavão, que é um ser belo porém fraco) e não contava a ninguém – muito menos aos pais. Eis que quando a oportunidade se insinuou, piscou, tremeluziu… eu já me havia apoderado dela. Bingo! Todo arrependimento é vencível – seja pela ação do tempo, seja pela labuta individual (obviamente, essa é uma categorização como todas as outras: falsa, pedagógica).

Eu não me arrependo de descartar amigos. Talvez eu me arrependa de não descartar mais… Tenho de reconhecer que meu lugar jamais foi fora do reino burguês. Apesar de jamais ter sido dentro. É hora de cortar os laços que ainda restam para ser cortados. Não tenho mais amigos ricos e frescos. Sou tão estranho no ninho que ainda que com um bom porte, roupas adequadas e um celular da moda, não me confundiriam com um deles. Portanto, as badaladas do relógio hoje indicam: é tempo de se desfazer de quem te olha com estranheza não por estares de fora, mas por estares intrometido. Como disse, arrepender-se é ou precipitado ou vão. Claro que se trata de figura de linguagem – todo ser humano se arrepende e ponto. Resta saber, contudo, o que se faz a respeito dessa angústia de não poder alterar o passado.

Minha vingança é atroz porque me vingo de mim mesmo. E quando reconheço o erro, resta muito pouco para os idiotinhas fazerem. Quem sabe já se conformar com o prejuízo seja a melhor saída para eles. Um ex-amigo que está indo para o saco nesta temporada chama-se *******, o adolescente de meia-idade, o Peter Pan ébrio e urbanóide que se dedica ao ofício de ser o contrário do que a cara estampa a cada finalzinho de semana, para descontar a frustração existencial. Evidentemente, a cada criancice, o ser humano faz questão de propagar sua moral antípoda: “aprenda com os mais velhos”. Precisa de um Cristo a cada sexta-feira porque a mão está cravejada de calos demais para que dê outros três passos adiante com a cruz nas costas. Talvez a madeira deste Pinóquio esteja tão podre que ele não se vê mais capaz de pressentir o mal que devém. Ele espera que um terremoto o avise, sem embargo o tremor de terra é o próprio mal do qual ele deveria ter sido alertado…

Um pobre diabo desses, quando cair em si, vai notar o bilhete premiado que lhe escapou pelas mãos graças ao vento e que, quando estava prestes a reaver, escorreu pelo bueiro. Por um acaso um bilhete se arrepende de não ter sido de algum vencedor? Se não se está com o bilhete, a vitória é só um sonho perdido. O bilhete faz o vencedor. Nem que passe a ser benquisto, para o próprio gozo de si, o destino de se colocar fora de qualquer alcance no submundo, e deixar a mesquinhez lá em cima se acumular. Se todo o ouro volta ao dono, o único dono é o fluir ininterrupto, porque nesta aventura não há retorno – e se houvesse o dono já não seria o mesmo.

É chegado o momento, em suma, de singrar por novas águas, o que implica a deserção de marujos saudosistas em excesso. Nada de velhacos com manias de meninice, nada de bufões. Daqui em diante, que o capitão prepare o convés, a proa e o casco – e, porventura, se algo der errado, o bote salva-vidas.

Há dois anos que não me apaixono. Quantas recaídas? Vou me sujar de novo? Me sentar naqueles sofás carcomidos por traças?

Aos parasitas: aqui estão as chaves, mas é bom olharem para o chão antes de entrar, porque esqueci de dizer que moro numa imensidão. Uma imensidão que para pequenos praticantes da punga não tem nada de inteligível, é só uma queda no vazio.

Eu sou perigoso. Não ofenda o solitário. Eu não tenho absolutamente nada a perder, em nenhuma transação termodinamicamente cogitável. Um espírito como o meu — possui a sabedoria de cem deuses, e o conhecimento do veneno específico de cada um que tem o azar de me surgir como pusilânime. Principalmente os outrora-outra-coisa. Eu emito sinais claros de que estou prestes a fazer uma “burrada”. Como não se precavem, os vizinhos indômitos levam um caixote: do cimo da onda – domadores do mar! – aos arrecifes. Se ter Napoleão como escada é o ideal, a meta máxima, tombar dessa escada deve ser o que deixa o cotovelo mais roxo: e se alguém nunca está tão elevado quanto quando sobre um lance de escadas, também nunca esteve em maior risco. Eu sou o homem-dos-riscos. De que me importaria o juízo alheio, se só eu me leio?

O trapézio que eu era, o palhaço que eu fui, viraram o fogo dos aros, as facas dos alvos e as luzes do palco. Sem mim vocês não são nada. Mas comigo estarão mortos ou ofuscados.